Una felación en un cine de verano
En un coqueto cine de verano, una adolescente holandesa le hace una mamada a su novio delante de una prima mayor de él.
La adolescente, bastante nerviosa, restregó varias veces contra el terciopelo su culo gordo, un culo que ya había quitado el hipo a cuantos chicos del grupo lo habían contemplado e incluso a algún abuelo sentado en los bancos de los parques o a los que giraban la cabeza y fallaban el lanzamiento mientras jugaban a la petanca, acomodándolo en una butaca mullida de aquel viejo cine. Desde allí, ella y Miguel se dispusieron a ver una película que se había estrenado ese año 1991 pero que, a la cartelera del cine de verano, si bien estaba cubierto, de Z (llamaré Z a un pueblo real de la Sierra de Madrid), no había llegado hasta ahora, ya a finales de agosto. Se trataba de "Tomates verdes fritos", un filme con ciertos mensajes feministas.
En la gran sala del cine había cuatro gatos. Entre el poco público, estaban la adolescente holandesa, el joven madrileño y una prima segunda de este, que era mayor que ellos, como de veintitantos años, y que aquella tarde se les había acoplado a su plan de la forma más pesada y rastrera posible. Rosa, que así se llamaba, había ido dispuesta a arruinarles la peli con sus comentarios acomplejados o, al menos, así lo pensaban la deslumbrante y turbadora hembra de los Países Bajos y el mejor jugador de baloncesto de todo Z. Miguel se colocó un poco el escroto y los testículos, tocándose dentro de sus shorts de color camel. Sheva de Róterdam movió, de nuevo, su culo voluminoso en el asiento, en busca de la posición más cómoda desde la que tragarse "Tomates verdes fritos". El filme comenzó. Fuera, se desató una tormenta muy violenta que movía, como marionetas de un gran guiñol, los árboles del parque cercano. Un parque al que daba la única salida del cine, que era una única puerta oculta por un pino frondoso. Entre los primeros diálogos de la peli se escucharon al unísono algunos truenos de una tormenta de verano que se acercaba, lo que era muy frecuente y contribuía a crear la atmósfera mágica que muchas veces se respiraba en aquel cine. Ni un alma paseaba por las calles de Z.
Rosa, la prima de Miguel, le dijo a este: "La peli empieza con mucha fuerza, creo que nos va a dar muchas enseñanzas". El joven madrileño de pelo corto y negro algo encrespado, que le daba un toque de rebeldía, asintió. Estaba sentado entre su prima morena y fofa y su novia, Sheva, de pelo claro y un cuerpo de escándalo, apodada en el grupo veraniego de la sierra, "de Róterdam", por su procedencia de aquella ciudad de Holanda. A Sheva los fotogramas luminosos de "Tomates verdes fritos" le iluminaban a fogonazos el pelo liso y largo, que le llegaba hasta casi tocarle el comienzo de sus nalgas grandes y redondas. Unas nalgotas que, sin querer, tantas erecciones y pajas posteriores habían protagonizado entre los componentes masculinos en plena adolescencia de la pandilla; curiosamente, nadie en el grupo lo admitía, ni nunca se había hablado claro ni de forma abierta de la majestuosidad del culo de Sheva, incluso, cuando los chicos se quedaron solos, el tema no salió en todo el verano. Se limitaban a admirarlo como podían y a hacerse una paja desbocada, posteriormente, en el baño de sus casas. Solo Jorge, el de Fuerteventura, fue pillado en plena gayola en el cuarto de la depuradora de la piscina del Horreo V, mirando por un ventanuco el culo descomunal de la chica holandesa. Cuando Natalia y Monste entraron de pronto y por otro tema al cuartito semisecreto y le vieron, dieron un gritito al mismo tiempo y Jorge, con la saliva cayéndole grotescamente por la comisura de los labios se giró, las vio y se soltó la polla, pero ya no pudo evitar eyacular como un cabestro delante de sus dos amigas y sobre algunos tubos de la depuradora, porque vio que Sheva, en ese instante, se sacaba el bañador que se le había metido en la raja honda del culo.
En el viejo cine de Z, Sheva escuchó el comentario prometedor sobre la película de la prima de su novio. Le bajó la cremallera del short y metió su mano derecha cogiéndole por los huevos. La prima de Miguel no se enteró ni del nodo de esto pero la holandesa cada vez que Rosa hacía un comentario constructivo, sobre todo, dedicados a enaltecer el género femenino, Sheva le comprimía levemente los testículos a Miguel, haciendo una burla despiadada de todo lo que la prima del chico madrileño decía, visiblemente emocionada; parecía como sí la holandesa estuviese transmitiendo un mensaje cifrado en morse, apretando y soltando aquella masa blanda, compuesta de conductos, pelotas y tejido, o tirando un poco del saco escrotal de su novio. Miguel y Sheva se miraban aguantándose la risa y Rosa continuaba escena tras escena de "Tomates verdes fritos" haciendo sus comentarios muy en serio y, a veces, tan conmovida que casi lloraba.
A la media hora de película y llegando a una escena en la que las protagonistas hacen un caldo con el marido de una de ellas que se propasaba, Sheva continuaba con su mano en los testículos de su novio, lo que le daba una calma y una seguridad desconocidas y extraordinariamente profundas. "¡Se lo merecía!" -dijo entonces Rosa con una cara de odio incontenible y hasta un poco ridículo, viendo en la pantalla como la vieja gorda protagonista se bebía, sin inmutarse, el caldo aderezado con el cuerpo del marido desaparecido y malogrado. En ese punto, Sheva le sacó el pene a Miguel de su ajustado short y le empezó a cascar una paja con dos dedos, solo en la punta de su polla, subiéndole y bajándole con decisión y precisión la piel que le cubría el glande rosáceo y extremadamente suave. Rosa, que no veía la mano de Sheva, vio cómo su primo, tras su comentario al origen humano de aquel caldo de venganza, empezó a respirar un poco fuerte, mientras lamía un chupachups de fresa con la sorpresa final del chicle esperándole. Rosa pensó que su comentario le había tocado de alguna manera la fibra sensible a su primo y que la daba la razón. Así que, se emocionó aún mucho más. Había merecido la pena darles la brasa a él y a la tonta tía buena de su novia para poder acoplárseles e ir al cine con ellos. Además, Rosa adoraba en secreto a su primo segundo y hasta llegaba a gustarle, todo lo que un representante del género masculino podía llegar a gustar a una mujer como ella. Y por más que Rosa quisiese poner coto y cordura a la seducción física que el adolescente ejercía sobre ella, se había metido ya en varias ocasiones, en casa de sus padres, dos o tres dedos en la vagina, friccionándose como si tuviese la polla considerable de su primo pequeño penetrando por su arrugado corte vertical; precisamente, una tarde noche del otoño del año pasado, que había ido a cenar medio acoplándose también al evento al gran chalet de la madre de Miguel, esta, su tía María José, casi la pilla haciéndose la operación de los dos dedos en un baño del piso de arriba de Chimney Rock, e incluso Rosa cree (muy acertadamente) que su tía la oyó susurrar algo guturalmente, desde el otro lado de la puerta del baño, algo así como: "¡¡Sí, sí, sigue, sigue, Miguelito, Miguelito!!"
Bueno, sea como fuere lo que pasase en Chimney Rock en el otoño anterior, esa tarde noche de aquel verano tan caluroso del 91, en el oscuro cine de Z, Rosa estaba mojando un poco sus bragas anchas y hasta se rozó el clítoris con el dedo repetidas veces entre los comentarios feministas que, a la vez, iba haciendo. Comenzando el siguiente diálogo del filme, Sheva se reclinó sobre las piernas de Miguel y su cintura y, apartándose su pelo claro que la molestaba, se tragó toda su polla. Ante los ojos anonadados y abiertos como platos de la prima, que ahora sí lo había visto todo, espantada. Sheva le deslizaba una y otra vez sus labios por el tallo de carne dura, arriba y abajo, hasta que el glande le daba en la campanilla de la garganta y, con los dos dedos de la pajita de antes, le sujetaba, firmemente, la base de su venoso pene al deportista adolescente. "Pero, Sheva, ¿tú eres consentidora? –la preguntó Rosa, horrorizada-. ¿Tu consientes voluntariamente esta aberración?“. Al escuchar la voz angustiada de la prima de Miguel, Sheva levantó la vista con su cabeza entre las ingles de él y, mirándola a los ojos, asintió de forma muy nítida y clara, dos veces, con la polla del primo pequeño adorado por Rosa en su boca, como una foca amaestrada de un acuario que está disfrutando de su premio en forma de pez. “Y tú primo, ¿eres consentidor? –se dirigió ahora la feminista a Miguel, a punto de romper a llorar-. ¿Te dejas que te la chupe esta guarra y no haces nada?”. Miguel giró la cabeza por un momento hacia su prima y la vio con los ojos ya humedecidos. “Bueno, Rosa, yo sí que hago” –le dijo, mientras le puso las dos manos a Sheva sobre su cabeza y la atrajo con fuerza hacia su vientre, haciendo que la holandesa culona engullera toda su polla dura como un canto del fondo del río Guadarrama, hasta tocar con sus labios gruesos los cortos pelos negros y la piel de su pubis, mientras él se contorsionaba por el gusto, haciendo sonar el asiento de terciopelo y sus viejos muelles, escandalosamente. Fue cuando Rosa se puso a llorar desconsoladamente.
Pasaron siete u ocho minutos con Rosa llorando y Sheva chupando. Mientras, en la pantalla enorme del entrañable cine se sucedían, sin que ninguno de los tres ya los mirara, los fotogramas de “Tomates verdes fritos”; un cine que, aunque antiguo, ofrecía a los vecinos de Z y a los que bajaban de Madrid en verano y en Semana Santa (eran las dos épocas del año en que solo lo abrían) las películas más taquilleras de la cartelera actual, aunque fuera con un par de meses de retraso. “Menos mal que no hay nadie viendo esta película. Estáis dando un espectáculo lamentable” –dijo al rato Rosa, sacando un pañuelo para secarse las lágrimas. Entonces, Sheva de Róterdam, decidió dar por acabada la mamada. Succionó brutalmente la polla de su novio y le hizo en vacío con la boca. Con una mano le frotaba un muslo por dentro y muy arriba, casi por la ingle, y con la otra le acariciaba suavemente la bolsa escrotal. “Me voy a correr” –le confesó Miguel a su prima, en toda la cara. Atrajo con las dos manos, de nuevo, la cabeza de la de Holanda contra sus ingles, pero, esta vez, con mucha más fuerza que antes, hasta que ella tocó con el labio inferior el comienzo de su escroto. A los diez segundos, en los que su novia no respiró, la eyaculó dentro de la boca. Ella se lo tragó todo, menos un poco, que le quedó a Miguel en la punta de la polla y que se lo limpió con el pañuelo de las lágrimas de su prima. Cuando Sheva se lo fue a devolver con los restos de la eyaculación, Rosa se lo arrebató de un tirón de las manos. Fuera de sí y loca de ira, les bramó a los dos: “¡¡No vengo más con vosotros al cine!! ¡¡Aunque me volváis a invitar!! Me habéis estropeado la película, con lo bonita que era”.
NOTA DE VERANO: Cuando la tormenta de verano, ocasionada por la felación en público de aquella zorra de Sheva de Róterdam a su primo, pasó poco a poco y las aguas entre ella y su adorado primito pequeño volvieron a su cauce, Rosa se decidió a tender puentes de nuevo con él, porque le gustaba demasiado y no podía alejarle de su pensamiento en cuanto se metía dos dedos en su vagina, o mientras olía y tocaba con la punta de su lengua un punto concreto de su pañuelo, con el que fue a ver “Tomates verdes fritos” y en donde estaba depositado el poco semen que la cabrona seductora de la holandesa adolescente (que Dios maldiga su culo) le había limpiado a su primo, el predilecto, de la punta de su pene. Aunque, para asegurar su resultado, la prima de Miguel acudiría a un método contundente.
Rosa, una mañana en que sabía que no estaría su tía en el chaletón, se plantó en la puerta de Chimney Rock y tocó el telefonillo. Como vio por el ventanuco de una de las buhardillas que era su prima segunda que venía desde la otra punta del pueblo, de la urbanización de Las Cerquillas, a pleno sol y andando solo para verle, el adolescente bajó en guyumbos, unos tipo bóxer pero de algodón y ajustados a su paquete y a su culo, y la abrió. La prima, en cuanto el portón metálico se abrió y apareció la silueta masculina de su primo semidesnudo, se levantó la falda y le enseñó su rojizo corte vertical, que, por cierto, le llegaba muy alto, hasta solo un poco por debajo de su ombligo. Se había cruzado todo Z sin ropa interior. “Primo, o me la metes siempre que yo te diga hasta que acabe el verano y me baje con tus tíos a Madrid o le comento a la tita María José que, la que cree que solo es la amiga confidente de su hijo único, se la ha chupado en público en el cine del pueblo y se la va chupando por los parques y los muros de todo Z, tragándose todo lo que al Miguelito le hace ella echar”, le espetó a su primito, sin parar y a bocajarro. Y Miguel supo que no tenía más opciones. Se la metió en su coño siempre que ella quiso, hasta que empezó el curso académico de Rosa en la Complutense, en Sociología, y ella se bajó con sus padres a Madrid.
Lo que pasa es que, desgraciadamente, su prima socióloga no tuvo mucha suerte, porque, cuando estaba entrando en la treintena, le picó en una tapia de Z una avispa infectada de no se sabe qué en la carótida derecha y se le fue todo el veneno al cerebro. Desde ese día señalado, Rosa perdió casi toda su lucidez y totalmente su inteligencia, quedándose tonta. Casi no hablaba o no se la entendían los sonidos muy primitivos y guturales que emitía. Solo, a veces, su madre o su padre le comprendían algo. Como que llamaba a su primo pequeño: “¡Miguelito! ¡Miguelito!” O también le escucharon, en algún momento, algo que no sabían de dónde venía: “Me la metes o lo cuento todo. Me la metes o lo cuento todo”, solía decir Rosa, levantándose la falda.
NOTA DE ENTRETIEMPO: A Miguel el fatal accidente de su prima se lo contó a los pocos días de que ella ya no reconociera a nadie, su madre, doña María José, que era prima carnal de la madre de Rosa, Mercedes. "A tu prima, la socióloga, cerca de Las Cerquillas, le ha picado una avispa que había bebido en aguas residuales, en toda la carótida, y le han ido el veneno y toda la caca, de golpe, al cerebro. Me lo ha contado esta mañana mi prima Merche, que me ha llamado al trabajo y se me ha puesto a llorar. Por lo visto, fue hace ya cuatro semanas pero Pepe y ella no lo han contado antes a nadie de la familia, porque cabía la posibilidad de que Rosa reaccionara, pero al final no ha podido ser. El tío Pepe está fatal, muy afectado" -le comentó doña María José a su hijo un jueves, al llegar por la noche a casa desde el banco, en Madrid. "Pero, ¿eso es posible? ¡Qué mala suerte! Pobre prima” -contestó Miguel, estupefacto. Estaba apenado de verdad por la desgracia irremediable de Rosa, ya que, al final, de lo que más se acordaba de ella era de las dos semanas del fin del verano del 91, en las que se la había metido en su chocho arrugado y ella había sido más feliz que nunca. "Ha sido una fatalidad pero claro que es posible. Para que tú lo entiendas, te lo traslado a tu lenguaje de Marvel, que parece mentira que con veintitantos años todavía te compres esos comics del Hombre-Araña y de Thor, que luego apilas en tu cuarto -le reprendió, irónicamente, doña María José-. Bueno, que te lo traduzco, porque parece que no lo coges o no lo asimilas. Igual que a Spiderman le picó una araña radioactiva y le dio poderes de superhombre, a tu prima le ha picado una avispa fecal y la ha dejado boba para toda la vida. Pobrecita, la Rosita".
NOTA DE OTOÑO: Acabado agosto y pasado también septiembre, se terminó aquel verano ardiente de 1991 en la Sierra de Madrid. Sheva de Róterdam volvió con sus padres y con su hermana mayor, Mónica, a su piso por el barrio de Canillas, en Madrid, a empezar un nuevo curso en el instituto, donde era repetidora. Un psicólogo de la Seguridad Social al que le llevaron sus padres para motivarla (ambos eran holandeses y, como dije en un relato anterior, estaban en la capital de España desde hacía mucho tiempo y Sheva era muy pequeña, por motivos de trabajo. Sobre todo, por un destino profesional que le habían dado a su padre, que se llamaba Guus) les dijo que las malas notas y el fracaso escolar de su hija Sheva se debían a un déficit de atención patológico y a una escasa capacidad cognitiva. No obstante, a su padre este diagnóstico le pareció algo radical y, sobre todo, muy precipitado, como para quitarse a su hija de encima. Así que, Guus la llevó luego, por su cuenta, a otra psicóloga que tenía una consulta por la zona de Cuzco y que era bastante cara, pero que tenía unas referencias inmejorables. Sheva fue a cuatro sesiones con ella. Al acabar, en el informe psicológico, la psicóloga destacó que Sheva era, prácticamente, una superdotada en cuando a inteligencia y que manejaba excepcionalmente, y en especial, la inteligencia emocional. Que su fracaso escolar se debía, en menor parte, al aburrimiento en clase y, en mayor parte, a que estaba obsesionada con el sexo y más, para una chica de su edad. La psicóloga le pidió a Guus hablar con él al final del ciclo de sesiones de Sheva. “Su hija es muy inteligente, lo que pasa, en confianza, es que el sexo la gusta mucho, la vuelve loca y la tiene descentrada, sobre todo, al nivel, digamos, de las tareas que son obligatorias a su edad. Por lo demás, es y va a ser una mujer adorable”, le dijo como diagnóstico final y de resumen a su padre, en la soleada y amplísima consulta instalada en el último piso de un edificio de la madrileña Plaza de Cuzco.
Su novio, Miguel, el adolescente deportista de Z, continuó viviendo en el chalet de Chimney Rock durante muchos años, junto a su madre. Luego, doña María José falleció sin llegar apenas a la vejez. Esto entristeció bastante a su hijo, que no se recuperó hasta que, en el verano de 2010, Sheva de Róterdam se mudó a Chimney Rock. Hoy, en 2020, Sheva y Miguel son padres de dos niñas. A las que Miguel siempre les cuenta, para hacerlas reír, como su madre le estropeó a la abuela, sin darse cuenta y solo con su culo, un mapa que le había costado a la abuela mucho, muy bonito y que era de unas islas muy lejanas. “¿Cuáles?” –le preguntaba la pequeña. “Las Islas Malvinas –le decía su padre-. ¿Las conoces?”. “¡No, no las conozco, papá!” –se reía la niña. Entonces, dijo su hermana mayor: “Claro, como mamá tiene un culo tan grande”.
*COMENTARIO DEL AUTOR: Este relato tiene dos precedentes,
"En manos de Sheva de Róterdam I"
y
"La aventura de la holandesa"
. Aunque, los tres relatos son independientes y se pueden leer por separado, yo recomiendo leer también los otros dos para comprender mejor las situaciones y a la psicología de las personas que aparecen. Además, algunos detalles los doy por conocidos de la lectura de las narraciones anteriores.*