Una fantasía hecha realidad

Una buena tarde de trabajo termina con una buena sesión de sexo con una compañera que deseaba probar la infidelidad.

Adriana es una chica de 30 años, y es una linda compañera de trabajo, es una mujer de complexión normal y de cabello negro y lacio, mide aproximadamente 1.70 de altura, sus piernas son torneadas, es poseedora de unas bonitas nalgas. Su cintura es delgada y sus senos son una belleza resaltando sus pezones.

Adriana por lo regular usa pantalones ajustados los cuales hacen verle un rico culito y unas piernas encantadoras, lo que respecta a sus blusas las usa entalladas y de tirantes, lo que permite ver la forma de su brasier. Por lo regular siempre usa zapatillas de tacón, pues le gusta lucir sus piernas y sus nalguitas a la vista de todos. La lencería que usa Adriana es muy coqueta, pues la usa con encaje y transparencias, por lo regular la usa de color blanco y negra.

Era un día normal de trabajo, eran pasadas las 6 de la tarde cuando me encontraba con Adriana terminando el reporte empresarial del proyecto en turno, cuando por cosas del destino empezamos a hablar de nuestras relaciones matrimoniales respectivamente, el tema de infidelidad salió a flote y me confesó que sentía curiosidad por ser infiel, no porque no amara a su esposo, sino por pura curiosidad.

En ese momento supe que podría tener una esperanza de tener a Adriana entre mis brazos y poseer ese cuerpo que me robaba las mirada cada vez que pasaba a un lado de mi escritorio, fue ahí cuando entre broma y broma le dije que yo le podía ayudar a ser infiel. Pasaron así varios minutos y Adriana poco a poco se iba sintiendo más en confianza y siguiendo mis bromas hasta que me acerqué y me coloqué a su espalda repegando mi cuerpo a su espalda.

En ese momento Adriana comprendió que estaba jugando con fuego y se alejó de mi, no hice caso a ello y traté de seguir trabajando como si nada, al cabo de unos diez minutos volví a acercarme a Adriana y puse mis manos sobre los hombros de Adriana y la empujé suavemente hacia abajo, para que quedara sentada en el sillón. Abrió los ojos incrédula.

–¿Qué haces? –preguntó, levantando su hermosa cara para mirarme a los ojos.

–No te preocupes, Adriana. Sólo relájate, porque te lo voy a hacer... –y traté de sonar tranquilo, aunque hervía de excitación y de nervios.

–¡¿Estás loco?! –exclamó. Se puso de pie, pero no se alejó de mí.

–No. No estoy loco, y te lo voy a hacer porque lo estás deseando tanto o más que yo –y volví a empujarla suavemente al sillón. Ahora no se resistió, pero trató de convencerme de que no.

–Somos amigos y compañeros de trabajo, esto no está bien Paquito; además, tú estás casado... y yo estoy casada. Por favor, no insistas.

Mientras Adriana hablaba, me acomodé frente a ella, entre sus piernas, y empecé a arrodillarme.

–Si es por lo que acabo de decir, olvídalo. Haz de cuenta que no dije nada. –insistió.

–Demasiado tarde –y le sonreí. Ella también sonrió, nerviosa, excitada. Entonces supe que se había dejado convencer.

En ese momento confirmé que algo pasaría en la oficina. A mí siempre me ha gustado Adriana y yo sospechaba que yo le gustaba a ella, pero nunca intenté nada por respeto a nuestros matrimonios. Pero algo cambió ahí en ese momento. Me imaginé mamando la vagina de Adriana. Me imaginé sus piernas en mis hombros... Y ya no supe de mí. Pero aún me faltaba convencerla.

–¿Adriana?

–¿Qué pasó?

–¿Te gustaría probar a qué sabe la infidelidad?

Sonrió nerviosa.

–No me digas que no te gustaría...

Se puso más nerviosa. Se levantó de de la sala de juntas para ir a servir más café. Yo me fui a mi escritorio donde la esperé de pie. Cuando llegó a mi lado, le puse las manos en los hombros y la vi directo a los ojos:

–Adriana, no tengas pena conmigo; somos amigos y si te pregunto esto es porque siempre nos hemos tenido mucha confianza; ¿no es cierto?

–Sí –musitó con la vista baja.

–¿Te gustaría o no?

–Claro que me gustaría, solo que no es correcto, juramos fidelidad a nuestras parejas.

Sin decirle nada la tomé de la cintura y la invité a sentarse sobre mi mesa de trabajo, al momento de que iba a decir algo le pedí que se relajara y que lo disfrutara, que era momento de que se dejara llevar por el placer.

–Por favor no lo hagas, Paco. Por favor.

–¿Por qué no?

–Porque no voy a poder negarme...

Ya todo estaba dicho. Terminé de hincarme entre sus piernas. Ella ya no se resistía. Ese día vestía una falda no muy corta, de mezclilla, lo que me facilitó mucho las cosas. Ella se quedó quieta, a la expectativa. Muy suavemente (no se trataba de apresurarse, además de que Adriana me mueve más a la ternura que a la agresividad) le abrí las piernas y le empecé a subir la falda. La respiración de ambos se hizo más profunda y nuestras miradas se encontraron; la mía, llena de deseo; la suya, suplicándome que continuara.

Por primera vez toqué la piel de sus piernas: suave, sedosa, tibia. Me demoré disfrutando esa sensación sin igual de mis manos bajo su falda, subiendo desde sus rodillas, por la parte externa, lentamente, hasta sus caderas, donde me topé con su tanga. Cuando toqué su tanga sonrió por primera vez y se apoyó en los codos para levantar las caderas, invitándome a que le quitara la prenda.

Se la empecé a deslizar hacia abajo. Luego de haber levantado las caderas, Adriana alzó las piernas, primero una y después la otra, hasta que le saqué por completo la blanca prenda. Sin dejar de mirarla a los ojos, llevé sus pantaletas a mi nariz y aspiré con fuerza. El olor a sexo inundó mis sentidos y nubló mi cerebro.

Me fijé que su falda de mezclilla se cerraba como si fuera un pantalón, con un broche y un cierre. Sin preámbulos, abrí el broche y corrí el cierre de su falda, y empecé a jalarla hacia abajo. Una vez más conté con la gustosa colaboración de Adriana, quien de nuevo alzó las caderas para facilitarme la tarea. Le quité la falda y el paraíso se abrió ante mí. Ahí estaba medio cuerpo desnudo de la mujer que en esos momentos me estaba volviendo loco de gusto. Recorrí con la vista sus piernas, desde la punta de los pies, que portaban unas lindas zapatillas negras, hasta la cintura de mi amiga

Mi querida amiga se acomodó mejor, haciéndose un poco hacia delante, para que sus nalgas apenas tocaran la orilla del sillón. Y abrió las piernas con una entrega total. Yo estaba en el cielo.

Puse mis manos en la parte interna de sus rodillas y empujé hacia fuera, para abrirle todavía más las piernas. Sobé la parte interna de sus muslos, acerqué la cara a los labios vaginales… Volví a ver sus ojos. Sonreía con ellos y me invitaba a seguir. Sin pensarlo metí mi lengua en su vagina.

–¡Qué rico, Paco! –musitó Adriana y su voz me excitó aún más –¡Sigue así! ¡Sigue!

Seguí besando y lamiendo su pierna derecha, ahora por la parte interna de su muslo. Pude ver que su vagina estaba lubricada. Mi amiga estaba lista para lo que fuera. Lista y deseosa.

Adriana gimía en serio. Su calentura iba en aumento y comenzó a sobarse las tetas sobre la blusa. Yo seguí el tratamiento bucal en su vagina… todo lo cual la hacía ronronear de gusto. Y seguía sobándose las tetas.

–Si quieres quitarte la ropa, Adriana, por mí no te detengas.

–¿Quieres que me quite la blusa?

–Si, quiero ver tus lindos seños sin prenda alguna.

Se incorporó un poco. Lo suficiente para desabotonarse la blusa sin que yo dejara de besar su muslo que resultó una zona muy sensible para ella. Adriana empezó a desabotonarse la blusa, con sus ojos fijos en los míos. En ese momento me di cuenta de que ella y yo jamás nos habíamos besado. A pesar de que nos gustábamos tanto, nunca lo habíamos intentado.

Entonces dejé su vagina a un lado y acerqué mi cara a la suya. Ella me recibió con la boca entreabierta. Nos besamos con verdadera pasión, con los ojos cerrados, con un furioso duelo de lenguas.

–Te habías tardado Paquito… –dijo Adriana.

Dejamos de besarnos y volví a donde me había quedado. Ella terminó por quitarse la blusa y siguió con su brasier blanco de encaje. En pocos segundos, ahí estaba el objeto de mi deseo completamente desnuda, hermosa, cachonda, mirándome con ganas de comerme entero.

Pero yo me concentré en lo mío. Había llegado a donde quería: la vagina de Adriana.

Con mi lengua froté nuevamente su vagina de arriba a abajo, empapándome de su olor y haciéndole cosquillas. Adriana volvió a soltar esa especie de maullido que me estaba enloqueciendo… alcé la vista y la vi con los ojos cerrados, los puños apretados sobre su estómago y la boca entreabierta. Estiré las manos hasta sus pechos y tomé sus pezones entre mis dedos. Era lo que ella esperaba con tanta ansiedad; volvió a maullar y a partir de ese momento siguió gritando, gimiendo, aullando y pujando como nunca me imaginé que lo haría. Puso las manos en mi cabeza y me apretó contra ella, para sentirme plenamente, para que no me alejara.

Y así lo hice. Las caderas de Adriana se movían ya incontrolablemente, tuve que aferrarme fuertemente a sus nalgas para que mi boca no perdiera el contacto con su anatomía. Seguí lamiendo y lamiendo, mi lengua recorría sus labios de abajo hacia arriba y hacia abajo nuevamente, mientras mis manos amasaban sus portentosas y firmes nalgas.

–Méteme los dedos –alcanzó a decir, mientras su cuerpo vibraba sin control.

Así lo hice. Estaba tan lubricada y distendida, que le pude meter de un golpe y sin dificultad tres dedos. En ese momento ella explotó en su orgasmo. Se convulsionó y tembló durante algunos segundos mientras un largo y grave gemido salía del fondo de su garganta.

Después, quedó sin fuerzas sobre mi escritorio. La vi extasiado hasta que ella recuperó las fuerzas. Abrió los ojos y me otorgó una mirada llena de agradecimiento.

–Quítate la ropa – me ordenó con la voz ronca todavía.

–Quiero que te quede clara una cosa, Paco. No vamos a coger. De eso nada –dijo–. No voy a engañar así a mi esposo… pero me diste tanto gusto que te voy a devolver el favor.

Y diciendo y haciendo, Adriana tomó mi miembro con una mano y se acercó para depositar un beso en el glande.

–Mmhhh… huele rico y sabe mejor –dijo.

Acto seguido, Adriana empezó a darme una mamada como debe ser. Lamía la punta de mi verga y luego se la metía en la boca y chupaba y chupaba como si no hubiera un mañana. Una de sus manos sopesaba mis huevos y la otra sobaba mis nalgas. Al más clásico estilo, yo acariciaba su cabeza mientras ella mamaba.

Después de la sesión de sexo oral que yo le había dado, la mamada que ella me obsequiaba hizo que mi orgasmo llegara pronto. Sentí las contracciones que anunciaban mi eyaculación, y se lo advertí a Adriana, por si no le apetecía beber leche en ese momento.

–Me voy a venir.

Pero ella no se apartó. Siguió chupando y recibió en su boca los cuatro o cinco disparos de semen que salieron de mi.

Cuando hube terminado, debí sentarme junto a ella, porque las piernas me temblaban.

Nos quedamos quietos un rato, recuperándonos. Creo que entonces sentimos algo de pena o remordimiento, porque guardamos silencio y empezamos a vestirnos sin voltear a vernos.

Me puse de pie con el pretexto de buscar un vaso con agua. Entonces ella rompió el silencio.

–Gracias, amigo.

Volteé a verla y su gran sonrisa me tranquilizó. Me acerqué a besarla nuevamente en la boca.

–De nada Adri, y si gustas que otro día te ayude a sentir nuevamente un poco de infidelidad seguiré a tus órdenes –le dije.

Nos recompusimos y terminamos de discutir los asuntos de trabajo que teníamos pendientes. Eran como las 8 de la noche cuando su esposo pasó por ella a la oficina y me dijo que era hora de irse, cuando me estaba dando el beso de despedida me dijo que mañana su esposo saldría todo el día por trabajo, que me esperaba nuevamente en la oficina para repetir el trabajito.