Una familia unida - El inicio
Una familia golpeada por la desgracia se deberá reconstruir con el apoyo de todos
Mi vida había sufrido profundo cambio al fallecer mi marido. En casa quedamos mi hija, mi hijo y yo.
Lucía, mi hija, tiene 19 años pero aparentaba mucho más por su altura y su desarrollo, Gabriel, mi hijo, tiene 18 años siendo una cabeza más bajo que mi hija y muy flaco.
Los días posteriores al entierro estuve encerrada en mi habitación sin comer y llorando casi todo el día pese a la insistencia de mis hijos.
-Má! Por favor, sal de la habitación- rogó muchos veces Gabriel entre sollozos.
-Te puede hacer mal no comer, estás muy flaca Mamá- insistió Lucía.
Nuestro hogar era una pequeña cabaña en las afueras de la ciudad por lo que el contacto era muy escaso con vecinos.
Al octavo día de encierro decidí salir ya que me estaba sintiendo mal físicamente. Soy una mujer delgada y alta, de aproximadamente 1.80 mts, por lo que la falta de comida estaba repercutiendo en mi cuerpo.
Mis pobre hijos estaban resignados en que no salía por lo que se habían hecho cargo de la casa y nuestra pequeña granja, que es el sustento de nuestra familia.
Salí de la habitación lentamente, sin saber en donde estaba. Escuché su charla afuera de la casa por lo que opté no molestarlos.
Me fuí a la cocina a buscar algo para comer y me senté una vez que pude hacerme un sandwich de pollo y jamón.
A través de la ventana de la cocina veía a mis hijitos trabajando en la granja lo que me llenó de orgullo.
Gabriel estaba cargando unas cajas de madera y Lucía llevando unas canastas con verduras y por primera vez en mi vida tuve hacerme la idea de que habían dejado de ser unos niños.
Con el calor que se hacía Gabriel estaba con pantalón de jean, descalzo y sin nada arriba por lo que pude ver lo delgado que estaba pero todo fibroso y marcado para su edad. Lucía en cambio tenía puesto una calza deportiva y un top en donde resaltaba lo marcado de sus brazos y abdomen como así también su busto.
En nuestra familia las mujeres siempre han desarrollado una amplia delantera, que al ser delgadas, se pronuncian mucho más. Mi hija debía tener unos 100 y yo unos 120.
En ese lapsus, terminaron sus cosas y entraron.
- Mamá!- exclamaron los dos al unísono.
Nos fundimos en un abrazo largo que termino en silencio y unas lágrimas.
-Muchas gracias por cuidarme estos días hijos, son unos amores-
Nos soltamos y me percaté que estaba con una bata y mi lencería nada más por lo que apresuré a retirarme llenándolos de besos y elogios.
En mi habitación me puse un jean y una camisa manga corta floreada, no quería ver más el color negro.
Ese día compartimos una larga charla sobre nuestro futuro y anécdotas de su padre. Apenas anocheció nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente, me levanté, les preparé el desayuno y fui a su habitación para agazajarlos un poco.
Lucía dormía destapada con un corpiño más chico para su talla que parecía a punto de estallar y Gabriel, dormía tapado con una pequeña manta.
Desperté a Lucía y tuve una pequeña charla sobre el tamaño de corpiños que ella compraba por vergüenza a pedir unos más grandes.
-Gracias Mamá, de a poco voy a pedir otros diferentes- tenía una sonrisa de bebé.
Desperté a Gabriel sintiendo debajo de su manta que solo estaba con un bóxer.
- Gabriel, por favor hijo. Te tengo una sorpresa- le decía mientras acariciaba su hombro.
Sorpresa fue la mía cuando al levantarme de la cama para pasarle el desayuno noté un bulto a través de la manta.
Les dí el desayuno, charlamos nos reímos y nos preparamos para un largo día de trabajo.