Una Familia Diferente (01)
Mi llegada a la casa familiar resulta algo extraña...
Nada más salir de la terminal internacional me encontré esperando a Mariano, el chofer de mi padre. Saludó con la cabeza y cogió mi petate. No cruzamos ni una sola palabra hasta llegar al coche.
Me gustaba más cuando eras más pequeño y te acompañaba una azafata - comentó con una sonrisa.
Ahora se llaman asistentes de vuelo - respondí igualando su sonrisa -. Cuando era obligatorio me resultaba un coñazo y ahora que es cuando puedo disfrutar de su compañía ya no me hacen falta.
Te comprendo. ¿Que tal el curso?
Como siempre. Sin nada pendiente.
Eso ya lo sé. Tu padre no te dejaría volver si hubieses suspendido alguna. No me refería a la parte académica. El año pasado tenías previsto empezar un par de asignaturas nuevas y no sabías si te iban a gustar.
Si, política internacional y derecho mercantil. Han sido muy interesantes
¡Joer! ¿Eso te dan en el colegio? Creí que estabas en el instituto.
Mi padre no repara en gastos, en el colegio nos dan clases de lo que queramos. Así estaremos preparados para acceder a la universidad con mayores garantías.
¡Pero si todavía tienes dieciséis años! Mi hija tiene dieciocho y todavía no sabe que carrera quiere hacer.
Eso sería impensable en mi caso – contesté con una sonrisa -. Mi padre tiene toda mi vida diseñada hasta los treinta. Lo más que puedo hacer es elegir las asignaturas opcionales que quiero. Mientras tenga tiempo libre y no interfieran con las troncales le da lo mismo.
Si no te molesta que te pregunte... ¿Cuantas asignaturas tienes?
Muchas. Pero tranquilo, vengo a relajarme, no voy a coger un libro en tres meses.
No sé si se enfadó un poco por evitar contestar a su pregunta, pero parecía un interrogatorio y si algo había aprendido con el tiempo era a salirme por la tangente. Si alguien sabía demasiado de ti podía usarlo en su favor. Si destacabas te convertías en un blanco y se podía destacar tanto por arriba como por abajo. No era el alumno con más asignaturas ni el que menos tenía. No era el que mejores notas sacaba ni el peor. No destacaba. Lo suficiente como para cubrir el expediente con creces pero sin llamar la atención de los profesores.
¿No piensas hacer nada durante las vacaciones?
Desconectar. Nada que requiera el más mínimo esfuerzo.
En un par de horas estábamos entrando en la propiedad. La finca tenía una extensión enorme, pero además lindaba con una zona ecológica protegida por lo que daba la sensación de que las casas que ocupaban el centro de la finca estaban solas en medio del campo. El vecino más cercano estaba a diez kilómetros y el pueblo a veinte.
Cuando metió el coche en el garaje subterráneo aprecié que mi padre había comprado un par de vehículos más para su colección.
¡Joder! Al final va a tener que hacer una ampliación para meter todos los coches. ¿Cuántos tiene ya?
Aquí tenemos treinta de la colección, pero ya tiene pensado despejar la planta baja del edificio de la central y hacer una exposición allí.
La "central", así llamaba mi padre al edificio en el que tenía la sede de su empresa. Todas las ramas tenían su sede allí. No creía en la delegación de tareas, tenía que controlarlo todo. De todas formas le había ido bien, muy bien.
Me despedí de Mariano y llevé mi petate hasta mi habitación, en el ala este, en la segunda planta. El edificio tenía forma de "E" con las alas dirigidas hacia el sur y la entrada principal orientada hacia el norte. Mi padre tenía su habitación y despacho en el ala oeste, junto con la de mi madrastra y mis dos hermanas. Yo estaba en la parte de los invitados. El ala central era para el servicio. En la planta baja estaban las cocinas y en la segunda y tercera las habitaciones del servicio doméstico. A veces me pasaba por la cabeza la idea de que, de no ser por los rumores que acarrearía, mi padre me mudaría al ala central.
Solo veía a mi familia en verano, y a mi padre solo durante los fines de semana de verano, porque tenía que trabajar. "En esta vida el que se para pierde" era su frase favorita. Por lo demás mi madrastra no me soportaba, le debía recordar que ella no era su primera mujer. La primera esposa de mi padre no podía tener hijos y este accedió a adoptar para concederle un hijo a su mujer. Murió un año después de llegar yo a la familia. Seis meses después mi padre se volvió a casar y tras nueve meses tuvo su primera hija. Medio año después cumplí los tres años y empecé mi educación con un tutor personal y a los seis me mudé al internado. Pese a ello no guardo ningún rencor a mi madrastra ni a mis hermanas, ellas no tienen la culpa de la forma de ser de mi padre. Ciertamente era un hombre duro, pero también era justo. Recuerdo las broncas cuando mis notas no eran lo suficientemente buenas. Y también debía recordar los cumplidos cuando mis notas destacaban. Pero todo eso fue antes de descubrir mi equilibrio. Y esa fue una de las razones. Cuando sacaba notas excelentes él se ponía en contacto con mis profesores y aumentaban mi carga académica con alguna otra asignatura.
Mi habitación estaba como siempre, limpia y ordenada. Las cajas que había enviado desde el internado estaban allí. Abrí la que más me importaba y saqué mi portátil. Había sido el regalo de mi padre por mi decimosexto cumpleaños y era mi posesión más preciada. Lo conecté a la red de la mansión y les comuniqué a mis pocos amigos mi llegada a casa.
Toda la familia estaba en torno a la piscina de manera que me puse un bañador tipo bermudas y una camiseta de algodón y bajé a saludar. Recibí un caluroso recibimiento por parte de todos los presentes. Mis hermanas, mis primas, mis tías y tíos y por supuesto el frio recibimiento de mi madrastra. Mis hermanas se lanzaron sobre mí al asalto seguidas de cerca por mis primas. Mis hermanas, Esther y Ana eran las más pequeñas, trece y catorce años. Dos niñas que empezaban a comportarse como jovencitas pero de vez en cuando volvían a ser niñas. Mi prima Elena me sacaba un año y a Beatriz era uno menor que yo. Si mis hermanas todavía eran casi niñas, mis primas eran mujeres de pleno derecho y desde luego eran demasiado hermosas para mi tranquilidad. Todos los veranos los pasábamos los cinco juntos en la finca con alguna visita esporádica de algún otro primo o alguna amiga de las chicas por lo que, pese al poco tiempo que pasábamos juntos, estábamos muy unidos. Y con las redes sociales eso era bastante más fácil que antaño. No había día que no charlásemos. Por otro lado con los adultos era diferente. Las dos hermanas de mi madrastra casi la igualaban en frialdad y el marido de la mayor era absolutamente imbécil. Por otro lado la hermana de mi padre se mantenía distante pero afectuosa. Recordaba el apoyo que me había ofrecido en los primeros años de mi vida. Hasta que me fui al internado Rebeca había sido como la madre que nunca conocí. Después, según iba creciendo, ella se fue distanciando para quedar en un segundo plano, pero siempre estaba cerca.
Ante las insistencias de mis hermanas me quité la camiseta y me lancé al agua con ellas. Estuvimos chapoteando y jugando durante un buen rato hasta que su madre las obligó a salir. Ellas protestaron pero obedecieron. Mis primas, Elena y Beatriz se quedaron conmigo.
Si que has crecido, primito – comentó Elena admirando mis pectorales.
Algo, ahora mido uno ochenta y cinco – contesté intentando disimular, su mirada me resultaba algo incómoda.
No me refería en altura, se nota que has ido al gimnasio.
Hace años que me entreno, lo que pasa es que ahora se me nota más. Vosotras también habéis cambiado mucho en un año.
¿Se nota? - comentó la mayor.
No había podido evitar fijarme, las dos llevaban bañador de una pieza, pero se notaba lo que habían crecido sus pechos y su trasero. Elena ganaba en pecho, muchas mujeres adultas desearían tener tanto pecho como ella. Bea tenía unos ojos y una carita que podrían arrancarte el alma con un una sola mirada. Era increíble como se habían puesto las dos.
- Si, cada año estáis más guapas – no me iban a amedrentar, eran mis primas, pero si me buscaban me iban a encontrar.
Ellas se echaron a reír ruborizándose. Eran comentarios inocentes, pero su madre nos debió oír porque las llamó para que acompañasen a sus primas a cambiarse. En un par de minutos solo quedaron los adultos en la piscina. Antes de salir yo también aproveché para hacer unos cuantos largos y quitarme el agarrotamiento del viaje. Al verme nadando, Arturo, el padre de mis primas, se lanzó al agua.
- ¿Te apetece una carrera?
Yo había hecho ya media docena de largos, pero todavía me sentía con fuerzas. Durante un primer momento me sentí tentado de aceptar y humillarle, pero después mi mantra personal me hizo recapacitar. ¿Qué ganaba con humillarle? Yo ya sabía que era mejor que él.
¿Una carrera? ¿Para qué?
Por diversión.
No, gracias. - rechacé -. Por diversión ya estoy nadando y no necesito forzarme.
Hice un par de largos más antes de que se me colocase delante obligándome a parar.
Entonces hagamos una apuesta.
¿Una apuesta? ¿Qué nos jugaríamos?
Todavía recuerdo el portátil que te regaló tu padre por tu cumpleaños.
No. No voy a apostar el portátil.
Bien, pon tu lo que querrías apostar.
¿Mil euros te parece bien?
¿Mil euros? ¿De donde vas a sacar esa pasta?
He realizado trabajos en el colegio y he ahorrado parte de mi asignación. ¿Hacemos la apuesta o quizá es mucho para ti?
Van a ser los mil euros más fáciles de mi vida.
Aclaramos las normas, sería ida y vuelta y su mujer daría la salida. Nos colocamos los dos en el borde de la piscina y esperamos la señal.
Como yo esperaba hicieron trampas, cuando él saltó hacia el agua ella dio la señal. No me importó, me lancé al agua igualando prácticamente su posición. Llegué al extremo contrario prácticamente a la vez y en el regreso me mantuve a su altura dosificándome. Aceleré en los últimos metros lo justo para sacarle una pequeña ventaja. Él lanzó un par de tacos y me pidió la revancha.
- Si quieres la revancha tendría que ser mañana, hoy ya estoy cansado. Al ser más alto que tú tengo ventaja, pero si vuelvo a nadar hoy perdería, prefiero retirarme como vencedor.
De esa manera, y no pidiendo el pago de la apuesta, protegía su honor. Él por su parte aceptó y volvió con su mujer a aceptar una bronca entre aspavientos y susurros. Yo salí del agua y cogí una toalla para secarme sorprendiendo una sonrisa orgullosa de mi tía Rebeca. Me despedí de los presentes y volví a mi habitación a cambiarme.
Unas horas después, en el salón, mientras esperábamos que la mesa estuviese lista para la cena, pude encontrarme con mi padre. Su cabello empezaba a encanecer, pero eso lo único que le concedía es una imagen de sabiduría, de experiencia. Seguía trasmitiendo fortaleza, tanto por su porte como por su físico. Se mantenía igual que siempre con un cuerpo fibroso y ligeramente bronceado.
¿Qué tal los estudios? - me preguntó después de estrecharme la mano.
Bien, como siempre.
Vi que elegiste política internacional y derecho mercantil.
Si, me parecieron interesantes.
¿Has sacado algo de ello?
Durante un segundo me sentí tentado de demostrarle todo lo que sabía y darle una lección magistral, pero me controlé. Cada año me costaba menos mantenerme impasible, pero cuando estaba en su presencia seguía intentando que estuviese orgulloso de mí y eso no me convenía.
Un par de cosas, pero todavía me queda mucho para llegar a tu nivel.
No hagas eso - me regañó después de un momento de silencio - no intentes manipularme con halagos. Puedes reírte de tu tío Arturo que es gilipollas, pero yo no lo soy - ese comentario, en voz baja, me dejó descolocado -. ¿Crees que no me he enterado?
No sabía que te importaría que apostase con él.
Y no me importa. Pero no me confundas con un gallito de corral que intenta impresionar a los demás. No intentes camelarme. Si no quieres contestar no lo hagas. Pero no intentes tomarme por tonto.
No volverá a pasar. Sí, he aprendido un par de cosas que me han parecido interesantes.
Perfecto. Y siempre recuerda que yo tengo acceso a tu expediente. Yo sé, por ejemplo, que llevas seis años recibiendo clases natación, que si quisieras podrías competir a nivel nacional.
¿Se lo vas a decir a él? - pregunté señalando con la cabeza a Arturo que estaba hablando con su mujer y con mi madrastra.
Ojos que no ven corazón que no siente. No lo humilles más, su ego es muy sensible y si le volvieses a ganar te ganarías un enemigo.
Gracias por el consejo.
En ese momento el ama de llaves abrió las puertas al comedor e informó que la cena estaba lista. El hecho de esperar en el salón charlando era una especie de tradición familiar, María, el ama de llaves, no abría las puertas hasta que todos estábamos allí esperando, así nos sentábamos al mismo tiempo en la mesa.
Las conversaciones durante la cena fueron intrascendentes, aunque yo descubrí algunas cosas. La primera es que entre mi tía Rebeca y mi madrastra las cosas se habían complicado. Antes las cosas estaban tensas, pero ahora parecían francamente hostiles. Además me fijé en que mi padre fingía no darse cuenta de ello. También me percaté de que las dos cuñadas presionaban a mi padre para que aceptase a Arturo en la empresa, para que le diese algún puesto de responsabilidad. Hacía meses que había dejado el trabajo como representante de ventas de una compañía farmacéutica, trabajo que le había conseguido mi padre con una llamada a un amigo. Lo extraño era que mi madrastra no participaba de la presión y ensalzamiento de las virtudes de mi tío. Algo extraño ocurría. Las chicas eran otra historia. Mis primas, al día siguiente, iban a ir a casa de un amigo que celebraba una fiesta y mis hermanas querían acompañarlas. Ambas madres coincidían negándoles el permiso.
Elena es mayor de edad - argumentó mi madrastra - y ella cuidará de su hermana, pero vosotras sois muy pequeñas.
Y que vaya Beatriz todavía no está decidido - continuó mi tía -. Solo tienes quince años.
¡Este año cumplo los dieciséis!
Yo puedo cuidar de ellas - protestó Elena -. Además, no es una discoteca, solo estarán mis amigos.
En cuanto te cruces con tu novio se te olvidará que están ahí - respondió su madre -. Que salgas tú tiene un pase, pero las demás son muy pequeñas.
Isabel también irá, pueden turnarse para vigilarlas - intervino mi tía Rebeca.
¿Isabel? - preguntó mi madrastra -. ¿La hija de Mariano?
Sí, está saliendo con Alfredo Laredo y también estará en la fiesta.
Los Laredo eran los dueños de la finca que colindaba con la nuestra. Alfredito tenía un par de años más que yo y hacía años que le aborrecía. Era insoportable. ¿Como había terminado una chica dulce y amable como Isabel con un cafre como ese?
- Si va Alfredo él puede vigilarlas - intervino el tío Arturo.
Las dos mujeres le miraron con ojos furiosos haciendo que se encogiese en la silla. Para las chicas esa fue la grieta que necesitaban para romper el dique. Estábamos en los postres cuando las madres pusieron sus condiciones finales.
A las diez de la noche os quiero en casa.
Y nada de alcohol. Si me entero que probáis una gota esteréis castigadas hasta el año que viene.
Las chicas felices y contentas estaban a punto de ponerse a bailar sobre las sillas cuando mi madrastra movió ficha, era su último cartucho.
- Todo esto, si vuestro padre os deja.
Mis hermanas hicieron morritos y miraron a mi padre, suplicantes. Mi padre miró a su mujer, para pasar a mirar a sus hijas.
- Bien, Eduardo os acompañará.
¡JODER! Di un salto imperceptible en mi silla. ¿Por qué me metía en ese lio? Yo no quería ir a una estúpida fiesta de críos pijos. Pero si me negaba tendrían una razón para negarles el permiso a mis hermanas y si no iban mis hermanas seguramente Beatriz tampoco iría. Además, me preocupaba el cabrón de Alfredito. Los demás notaron mi sobresalto porque me había quedado con la cucharilla a mitad de camino.
¿De verdad vendrás? - preguntó mi prima Elena.
Parece ser que sí.
Se inclinó sobre mí y delante de todos me estampó un sonoro beso en la mejilla. Eso suscitó tres reacciones diferentes, la de mi padre, que hizo como si no hubiese pasado nada, la de mis hermanas y mi tía Rebeca a las que les hizo gracia mi impulsiva prima y por otro lado todos los demás, que la regañaron por no guardar las formas en la mesa. En especial vi los ojos encendidos de mi tío Arturo, se lo tomaba de forma personal. Quizá mi padre me había avisado tarde y ya me la tenía jurada.
Esa noche tuve el sueño más extraño de mi vida. Estaba en mi cama, dando vueltas sin conseguir conciliar el sueño cuando de repente la puerta se abre y una silueta femenina se recorta en la penumbra. Se acerca a mi cama, no puedo distinguir sus rasgos, pero no me importa me besa con pasión, mi boca se llena de sabor a fresas y champan. Sus manos recorren mi pecho y las mías la rodean para que no se escape. El tacto de la seda me resulta agradable, pero llevo las manos a sus piernas y levanto el camisón para poder acariciar su piel sin barreras. Ella se separa y sus manos se aferran a mis boxers retirándomelos. Veo como se mueve desnudándose. Se sube a horcajadas sobre mí y su mano aferra mi pene masturbándolo rápidamente. De repente baja las caderas y mi pene se entierra en su interior. Comienza a moverse con suavidad, se inclina pegándose a mi pecho y vuelve a besarme con esa boca de fresa apagando los gemidos que emite su garganta al son de mis envites. Mis manos se apoderan de sus nalgas, apretándolas, amasándolas. Aumenta la velocidad de la cabalgada. Se incorpora alejándose de mis labios, mis manos abandonan su culo y encuentran sus pechos, pellizco unos pezones duros como piedras acelerando su orgasmo. Esta vez el que acelera el ritmo soy yo para intentar llegar al mismo tiempo que ella. Llega al orgasmo y vuelve a dejarse caer, me encanta, así puedo abrazarla y acariciarla, besando su suave cuello y sus maravillosos hombros. Después de unos minutos se mueve y baja hasta mi pene, lo besa, lo lame cuando creo que va a volver a cabalgarme veo como la puerta se abre y su silueta abandona mi habitación. Eso es lo malo de los sueños, que tarde o temprano te despiertas.
CONTINUARÁ...