Una Familia Decente, Cap II
El infame plan de don Pricilo ya esta en proceso. Se ha quedado solo con la preciosa Karen, una joven inocente e increíblemente hermosa que nunca se imaginó que caería en las manos de tan ruin personaje.
UNA FAMILIA DECENTE
CAPÍTULO 2
Autor: Roger David
Karen estaba horrorizada. Su grácil cuerpo, que hace pocos minutos había sido presa de las más exquisitas sensaciones, ahora temblaba de pánico. Nunca lo había sentido tan de cerca. Lo que pretendía hacer con ella el viejo asqueroso de don Pricilo era simplemente repugnante, una aberración, pensaba la nena totalmente aterrorizada.
La chica veía muy de cerca y por primera vez el pene erecto de un hombre. En su rostro de niña decente se reflejaba claramente la mezcla de miedo y sorpresa. El solo hecho de imaginar el terrible aparato de carne de don Pricilo intentando perforar su estrecha y delicada hendidura era algo horroroso, innombrable, y hasta antinatural. Su conservador padre siempre evitó cualquier tipo de conversación que tuviera alguna connotación en el ámbito sexual, por lo que la conservadora muchacha se sentía dominada por el temor a lo desconocido.
Ahí estaba la niña, desnuda, tal cual como Dios la envió a este mundo; sentada en un inmundo y destartalado catre de campaña. Y frente a ella, un viejo caliente y depravado, que ni siquiera se inmutó para dejar ver su horrible anatomía ante los hermosos ojos azules de Karen, ahora horrorizados.
Para don Pricilo este era el mejor día de su miserable existencia. El tener a Karen llorando frente a él, atemorizada y totalmente desnuda, lo hacían sentirse poderoso. El viejo sabía que ya no había nada que se interpusiera a sus canallescas intenciones. Tenía su verga completamente erecta y dura como el acero.
Pero el vil jardinero quería avanzar de a poco. Además, tenía todo el tiempo del mundo. Consultó su reloj, este marcaba las seis de la tarde.
―Será una larga noche, jejeje ―pensaba para sus adentros. ¿Y cómo sería de otra forma? Si una vez que se quitó la ropa, sin pensarlo siquiera, ingirió dos pastillas azules, que en su envoltorio indicaba: Sidelnafil 100 mg.
El viejo, ya decidido a tomar y posesionarse de tan suculenta hembrita, avanzó hacia ella agitando su grueso instrumento de casi veinticinco centímetros, y cuando ya estaba a escasos milímetros da la angelical carita de la nena, le dijo:
―¡Bien, puta pendeja! ¡Ahora harás tu trabajo! ―Karen no le hizo caso. Solo lloraba muy afligida, y más al escuchar el soez vocabulario que ocupaba don Pricilo para dirigirse a ella. —Mira, chiquilla ―repitió el viejo con su vozarrón amenazante a la vez que se empinaba apuntando su erecto pene a la dulce faz de la nena―, tú tienes una deuda conmigo. Tú solita dijiste que harías cualquier cosa que yo te pidiera. ¡Ahora te lo pido! ―le aclaró―. ¡¡Quiero que me agarres la verga y me la chupes!!
―¡Nooo! ¡¡Don Pricilo… Sniffsss…, yo no quiero hacer eso!! ―sollozaba la jovencita con su carita mirando el oscuro y grueso miembro que le estaban mostrando.
―¡Pero si tú me lo prometiste! ―le gritó don Pricilo, quien ya estaba muy enojado por lo difícil que se le hacía la joven.
―¡Sí!, ¡pero yo no sabía lo que usted quería! ¡Yo me refería a cualquier otra cosa! ¡Snifs! ¡Snifs!
Don Pricilo, perdiendo la paciencia, se agarró la verga de la misma base de esta, y con su otra mano tomó violentamente a Karen de su cabello, forzándola a mirarlo a él y a su miembro.
―¡Mira, zorra asquerosa! ¡Esto que está aquí…! ―le dijo refiriéndose a su instrumento― ¡…es la verga! ¡El pico! ¡O sea, mi tranca! ¡Jajajaja! ¡Te la presento oficialmente! ―Luego de las presentaciones, y sin más miramientos de ningún tipo, se la comenzó a refregar en su fino y delicado rostro.
Karen movía su carita en todas las direcciones posibles con tal de separarse de esa asquerosa y hedionda cosa que le había mostrado don Pricilo. Sentía un olor nauseabundo. El objeto que le estaban refregando en su cara, aparte de duro, era pegajoso y lo sentía muy caliente. El viejo, entretenido con esta situación, y al ver que la nena oponía resistencia, solo reía, dejando ver su macabra dentadura.
El infame jardinero continuaba refregando su verga en el rostro de Karen. La hacía recorrer en su totalidad sus finos labios, su nariz, frente, sus ojos y hasta por sus orejas. Ninguna parte de su carita se salvó de la refregada de verga que le daba don Pricilo. El viejo reía fascinado.
Una vez que la soltó por un rato, con el fin de dejarla tomar aire, la nena, en un arranque de valentía, se levantó rápidamente del inmundo catre y corrió hacia la puerta de la cabaña. Hubiera podido salir, si no fuera porque sus nervios le jugaron una mala pasada, ya que la cerradura, al ser muy pequeña, le hizo demorarse mucho en destrabarla con sus temblorosas manos.
Estaba en esto la desesperada muchacha, cuando sintió que don Pricilo la tomaba firmemente por su esbelta cintura, y le dijo muy cerca de su oreja.
―Para donde ibas preciosura. Acuérdate que tenemos asuntos pendientes, ¡¡¡jejeje!!! ―El vejete la tenía atracada contra su obesa persona y no dudó en pasarle la lengua por toda su carita asustada.
―Don Pricilo…, por favor, ya déjeme. Yo no quiero hacer eso. Por favor… ―le dijo Karen con su vocecita suplicante, sintiendo esa caliente lengua que le pasaban por el rostro.
―¡Sí, putita! ¡Sí lo harás! ―El apasionado y ardiente jardinero se apegó un poco más al exquisito cuerpo de la joven. Después posó su tremendo y duro pedazo de carne entre las suaves y ricas nalgas de su candorosa víctima.
Karen sintió esa barra caliente y vergal perfectamente alojada entre sus dos promontorios de carne. A su vez, sintió como el viejo subía una de sus asquerosas manos por su suave vientre para apoderarse de uno de sus pechos. Enseguida se percató con espanto que, con su otra mano, el viejo tomó posesión de su inexplorado monte de venus.
La tierna joven se sentía asqueada al sentir el fétido aliento de tan repugnante sujeto. Además, este se encontraba profanando los más delicados y preciados tesoros de su femenina anatomía, la cual desde niña le habían enseñado a cubrir y esconder de cualquiera que osara mirar demasiado.
En tanto el viejo Pricilo, al sentir la suavidad y dureza de las carnes de esa joven con cuerpo espectacular y carita de niña, casi sufre una brutal eyaculación. Pero se contenía. No era nuevo en estas lides y ahora no estaba dispuesto a correrse en cualquier parte. Lo haría dentro de ella, lo haría dentro de esa estrecha y apretada ranura de suave carne que se gastaba la dulce chiquilla.
Karen estaba prácticamente inmovilizada por el viejo. Se daba cuenta que don Pricilo ya había tomado posesión de sus encantos. Y más fue su espanto cuando sintió nuevamente la apestosa lengua del viejo recorriendo ahora su exquisito y fragante cuello, dejándola toda ensalivada por cada parte que le lamía. Al mismo tiempo sintió, con más escandalo aún, que los mugrosos y regordetes dedos de ese aprovechador vejestorio se empezaron a deslizar por su suave y muy apretada vagina.
La atribulada joven se sentía desfallecer. Deseaba gritar. Quería salir corriendo de esa estúpida casucha de madera y llagar a la seguridad de su hogar. Pero no podía, si apenas se podía mover. El viejo la tenía bien afianzada con su abrazo. Por cada intento que hacía por salir de esa caliente situación, se daba cuenta que era casi imposible. Por lo que optó sin más remedio por dejarse hacer. Estaba y se sentía casi perdida. Su carita ya no era de susto. Ahora era de odio total. Odiaba a ese viejo caliente y aprovechador, y ese desprecio radicaba en que ya estaba consciente de lo que ese hombre deseaba de ella.
El hediondo aliento liberado por la voz del vejete la sacó de su alterado estado. A diferencia de ella, don Pricilo estaba embelesado con tanta suavidad en sus ásperas manos.
―Pero que rica estas mi putita ―le decía, a la vez que le daba sendos y salivosos lametones que recorrían el cuello y la cara de Karen; todo esto sin dejar de manosearla. Sobre todo su vagina, la cual acariciaba con el mismo cuidado con que lo haría con la más frágil pieza de arte milenario.
―¡Déjeme, viejo cochino! ―le exigió la nena de pronto con su cara llena de desprecio.
―No… jejeje… No te voy a dejar cosita rica. Te voy a violar y te voy culear que es muy distinto… jejeje.
―¡¿Qué?! ¿Qué me está diciendo? ―le preguntó Karen, asustada, ya comenzando a temblar de miedo al imaginarse lo que le iba a suceder. El viejo le seguía diciendo, a la vez que la punteaba y manoseaba por todo su cuerpo.
―Lo que escuchas, zorrita mía. Te he estado deseando desde que te vi por primera vez con tus papis a la salida de la Iglesia… mmmm… Que rica te veías aquel día, igualita a tu mami, jejeje. ―Karen escuchaba con espanto todo eso que le decían. Por cada palabra, por cada confesión que le hacía don Pricilo, ella más repulsión le tomaba al muy canalla. Aun así, el hombre seguía con sus acalorados desahogos. ―También te miraba cuando salías al patio con esa ropita tan rica que tú te pones a veces. Me encantaba imaginarte así desnudita como te tengo ahora… ¡Aaah…, ¡qué ricooo…! ―suspiraba a intervalos―, y mira nada más, ¿quién lo iba a decir? Si solo en un rato más te voy a estar violando hasta el cansancio.
Karen intentaba zafarse de su abrazo opresivo, quería gritarle en su cara que nada de eso que él decía iba a suceder. Pero por más fuerzas que hacía para que esto ocurriera no lo lograba. En cambio, el viejo continuaba diciéndole todo lo que el pretendía que hicieran.
―Ya verás lo rico que lo vamos a pasar, mi chiquilla. Claro que, al principio, cuando recién te la meta, te dolerá, y te dolerá mucho. Esta conchita que tienes aquí abajo… ―Mientras hablaba el viejo se daba a sobarle la vagina de una forma un poco más abrasiva―. Gritarás del dolor al sentir tus carnes abiertas por esta gruesa máquina que poseo. Pero después, cuando ya le encuentres el gusto, terminarás por hacer las paces con ella y comenzarás a encajártela tu sola, ¡jejeje! Si vas a llegar a relinchar como yegua saltando arriba de mi tranca ¡¡¡jajajaja!!!
La espantada jovencita continuaba con sus violentos movimientos para librase. Además, no podía evitar dejar de sentir esa gruesa cosa que se movía resbalosamente por el canal de sus nalgas.
―¡Nooo! ¡Yo no haré eso! ¡E… e… eso solo lo hacen las p… pros… prostitutas! ―se quejaba Karen. Su mente había seguido al pie de la letra aquella enajenante explicación de lo que le harían.
―¡Jajajaja! ¡¿Prostitutas?! ¡Jajajaja! ¡Putas!, ¡esa es la palabra correcta pendeja! ¡¡PUUUTAS!! ¡En una de esas mismas te convertirás tú, después que pruebes mi verga! ¡¡Jajaja!! ―El viejo decía todo esto a la vez que movía su apéndice en calientes movimientos, como si de verdad ya se la estuviera cogiendo.
Karen, quien por la situación del momento solo se dejaba hacer, sentía toda la separación de sus nalgas mojada por las secreciones y líquidos pre seminales que salían de la verga de don Pricilo. Este último estaba encantado con la pasividad que había adoptado la deliciosa virgen adolescente.
El degenerado jardinero, queriendo disfrutar aun más de ese voluptuoso cuerpo que tenía a su entera disposición, fue girando lentamente a la joven. Su estado era de calentura total. Le faltaban manos para recorrer tan exquisita y curvilínea anatomía. Cuando ya la tuvo de cara a él, la tomó sin impedimento alguno de su estrecha cintura. Esta era la primera vez que el viejo estaba tan cerca de una hembra tan joven y de características físicas tan atrayentes.
Estando don Pricilo en tan acalorada condición con la joven, tenía totalmente claro que ya casi podría hacer todo lo que él quisiera con su delineado cuerpo. Así que se dio a la tarea de intentar de alguna forma que aquella suculenta criatura mostrara algo de cooperación en el cometido. Es decir, que se excitara.
Tarea muy difícil para el viejo, ya que para poder excitar a tan selecta hembra, iba a necesitar utilizar distintos medios o herramientas. Su tremenda fealdad, sumado a su escaso auto cuidado, le jugaban muy en contra. Karen era hija de un matrimonio de situación social muy acomodada. Fue educada con los más sólidos principios morales y éticos. Guiada y orientada siempre por excelentes normas de conducta. En donde por cada acto de su persona comprometía sus más nobles sentimientos. Sin embargo, ahora, al estar ella en tales condiciones, completamente desnuda y al lado de un hombre completamente extraño, estaba en un verdadero estado de Shock.
El viejo hacia pequeños círculos con sus callosas manos en la curvilínea cintura de la jovencita. Sentía a cabalidad la suavidad de esa delicada piel, su tersura. Y ya queriendo sentir aún más, comenzó a agrandar más los círculos, abarcando una mayor superficie de aquella suave carne. De un momento a otro ya no solo tocaba, ahora era un fuerte masajeo combinado con fuertes apretones y sonoras nalgadas sobre el fantástico trasero que se gastaba la tierna Karen.
Don Pricilo, por cada sobajeo que le practicaba a cada nalga de la horrorizada joven, le asestaba una fuerte nalgada. Situación que hizo que Karen saliera del estado de semi inconciencia forzada en la cual se encontraba. En forma escandalizada notó lo tan cerca que se encontraba de ese horripilante sujeto. Sentía que el pene de este se aplastaba en su bajo vientre, solo a unos escasos centímetros más arriba de la íntima entrada a su cuerpo. Pero a pesar de lo incomoda que se sentía al estar en esa situación, las fuertes palmadas que ese viejo asqueroso le estaba asestando en su trasero le hacían sentir una sensación extraña que no era de molestia. Ella misma intentaba darse una explicación de aquella antinatural reacción de su persona, la cual no encontraba. Aun así, la nena no dejaba de estar tremendamente asustada por lo que le iba a suceder.
Al no estar la dulce Karen acostumbrada a vivir ni compartir momentos de excitación junto a un macho, pensaba que a don Pricilo le dolía algo o se sentía enfermo. Le veía su fea cara totalmente descompuesta, como si le doliera alguna parte de su cuerpo. La asustada chica no sabía que ese rostro era el del viejo cuando estaba en estado de calentura.
En tanto, las fuertes nalgadas iban en aumento. Ahora a la nena si le empezó a escocer la piel, por lo que subió suavemente sus delicadas manitas sobre el peludo y canoso pecho del viejo, ejerciendo presión sobre este para intentar separarse.
Don Pricilo, al sentir las suaves manos de Karen posarse sobre su fofo pecho, lo tomó como si ella ya estuviera mostrando más interés de estar con él, y en un arranque de pasión subió sus resquebrajadas manos por la suavidad de su espalda. Con fuerza la arrimó más hacia él, sintiendo la dureza de esas grandiosas tetas aplastarse contra su pecho. ―¡Qué rica esta esta pendeja! ―pensaba el viejo.
Sus miradas se cruzaron. La expresión de la hermosa cara de la joven de ojos azules era una mezcla de miedo, estupefacción y rechazo ante tan degenerada situación. En cambio, la mirada del viejo solo destellaba calentura y depravación, un deseo rabioso y mal sano. Este ansiaba tomar y flagelar de cualquier forma posible esas exquisitas formas de carne juvenil que tenía entre sus manos.
En esta situación se encontraba la pareja conformada por Karen, la dulce nena de la casa, una niña de bien, hija del respetable matrimonio Zavala Rojas. Y don Pricilo, un viejo aprovechador, pervertido amante de putas, que no tuvo reparos para aprovecharse de la confianza de la familia que le dio techo y trabajo.
Ahí estaban ellos. Karen y don Pricilo. La niña de dieciocho años y un asqueroso viejo sexagenario. Eran prácticamente la “bella” y la “bestia” en su versión contemporánea. Ambos se encontraban totalmente desnudos y arrimados uno contra el otro, como si estuviesen abrazados.
Don Pricilo ya no aguantaba más en esta situación. Ya estaba deseando probar esa deliciosa boca que estaba a escasos centímetros de su rostro. Hasta que en un momento dado, sin poder aguantarse, y sin mayor preámbulo, le asestó un chorreante y salivoso beso en la boca. La joven se lo recibió sorprendida, ya que no esperaba tal reacción por parte del vejete.
Karen, al sentir la hediondez y la proximidad de la asquerosa y pestilente boca del viejo, cerró fuertemente sus labios. No quería que esa mórbida lengua caliente, que en estos momentos recorría sus labios y parte de su cara, ingresara al interior de su rica y fresca boquita. Por lo que movía en forma desesperada su rostro hacia ambos lados de su cuerpo. El viejo igual disfrutaba que la nena se resistiera y luchara, pero esta situación ya no le estaba gustando, empezó a ansiar más participación por parte de ella.
Don Pricilo tomó firmemente a Karen. Luego posó su callosa y descascarada mano izquierda por sobre esas suaves y suculentas nalgas, y con la otra empezó a acariciar suavemente su bajo vientre. El destino de esta segunda mano era obviamente uno solo, este deseaba otra vez volver a sentir la suavidad que existía en aquella parte. El viejo fue bajándola por la suave piel de su vientre hasta encontrarse con esos sedosos y escasos pelitos de la exquisita y virginal ranura intima de Karen.
Don Pricilo al estar sintiendo en sus propias manos todas esas femeninas delicadeces, y al notar también que la nena no habría su boca, lentamente comenzó a ir en busca de sus tetas. Lo hizo siempre lamiendo y lengüeteando esa sabrosa piel que él estaba usurpando. A su vez le aplicaba suaves pero decididos sobajeos en su delicada vagina.
Karen se encontraba tan asustada como sorprendida. Su estado mental estaba totalmente alterado. Se preguntaba cómo había llegado a estar en tal situación con el jardinero de su casa. Si bien él la había sorprendido en una situación indecorosa y muy alejada de los sólidos principios que le habían inculcado sus padres, aun así, eso no le daba derecho para tratarla de la forma en que lo estaba haciendo, y menos tocándola y sobándola en sus partes más íntimas. También pensaba que si lo detenía estaría perdida. Don Pricilo sin dudarlo se lo diría a su padre, y los problemas serían aún mayores.
―¡¿Qué hago entonces?! ―se preguntaba en forma angustiada. Y lo que más espantaba a Karen era que debido a la situación vivida ese día, y sumado a las ricas sensaciones que había descubierto, su mente, por fuerza mayor, tuvo que dejar de lado toda la mojigatería, normas de conducta, tapujos, y todo eso que se le inculco dentro del seno familiar.
Karen lo tuvo que comprender. Lo sabía y ya lo asimilaba: la iban a violar. Le meterían un pene al interior de su cuerpo. La cogerían como se decía vulgarmente, y como ella había escuchado tantas veces en conversaciones de sus salidas amigas del colegio. Y lo peor de todo era quien sería el hombre que le haría tal atrocidad… Sería ¡don Pricilo!, el jardinero de su casa.
En estos aterradores pensamientos estaba la joven cuando notó que ese viejo asqueroso, haciendo abandono de su trasero y de su vagina, posó sus dos mugrientas manos en sus juveniles pechos. El jardinero se los amasaba con desesperación, dándose a sentir toda aquella suave y dura carne que la chica tenía en sus tetas. Luego se detenía y se las miraba encantado, sin soltárselas. El viejo veía sus pequeñísimos pezones, paraditos. Y no aguantándose más, volvió a juntar su verga contra el suave vientre de la nenota, y como un salvaje se lanzó a devorarle las tetas.
El viejo se las chupaba, las lamía, las lengüeteaba y se las ensalivaba. Esos eran el mejor par de melones que se había comido en toda su vida. Sentía que estas eran unas tetas jóvenes, duras y suaves; resbalosas se las notaba de tan mojadas que estaban producto de sus propias lamidas.
El cuerpo de Karen, a pesar de que su mente se debatía en un verdadero caos, no pudo evitar sentir un leve pero rico escalofrió debido a los salvajes chupeteos en sus tetas. Ya se le habían erizado todos los pelitos de su cuerpo, incluso los de su tajito.
Las lamidas del viejo recorrían todas sus magníficas tetas. Don Pricilo, al sentir que los pequeños y rosados pezones de Karen se endurecían todavía más por cada chupetón que aplicaba, volvió a posar su mano derecha en esa virgen y delicada rajadura de carne. Sabía que la niña ya se masturbaba, por lo que estimaba acertadamente que ella ya conocía la comezón de la carne, y eso le favorecía. Entendía perfectamente que solo tenía que sobajear un poco más esa zona para que la rica adolescente terminara por calentarse.
Ambos cuerpos, el de la nena y el de don Pricilo, ya estaban empezando a sudar por tanto magreo, lamidas, roces y apretujones. Ella tratando de salir y escapar de la caliente situación. Y él, sujetando, sobajeando e intentando hacer eróticos movimientos, para que su hermosa víctima se excitara y cediera a sus depravadas intenciones.
Los minutos fueron pasando, y Karen se negaba férreamente a ceder a los libidinosos requerimientos de su atacante. Hasta ese momento la nena se oponía mental y físicamente a todo aquello. Su curvilíneo y carnoso cuerpo desnudo libraba una fiera resistencia a tanto manoseo y morbosos chupetones.
Pero una vez más la sabia Naturaleza hacía su parte en tan escandalosa situación: poniendo a la rica adolescente en desventaja y mostrándose a favor del detestable vejete.
Una vez que el cuerpo de la joven ya sentía el tercer y rico escalofrío en su fina y delicada vagina, producto de las calientes caricias proporcionadas por don Pricilo, muy lentamente comenzó a sentir ese rico hormigueo que rápidamente se fue transformando en excitantes pulsaciones y punzadas, que ella bien conocía debido de sus primeras masturbaciones.
Karen sentía como su exquisito cuerpo lleno de curvas era atacado por esas ricas sensaciones que en dos oportunidades ya había experimentado y disfrutado. Se preguntaba cómo era posible sentirse en ese estado tan delicioso y agradable al estar frente a frente a tan horrible sujeto. Su cuerpo comenzó a temblar extrañamente.
Por su parte, don Pricilo, al estar tan ocupado chupándole las tetas y sobajeando esa rica y apretada conchita, no se dio cuenta cual fue el momento en que Karen ya le había soltado sus primeras gotas de ese tan preciado néctar proporcionado por su exquisito cuerpo. Pero al notarlo se sintió el macho más afortunado del mundo. De un momento a otro decidió soltar ese par de tetas y concentrarse más en los sobajeos que le practicaba a la joven en su vagina.
El viejo jardinero, una vez que liberó a la temblorosa chica, levantó la mirada para admirar ese lindo rostro que estaba frente a él, siempre sobajeándole su ajustado tajito. Con su otra mano la tenía firmemente tomada por su estrecha cintura, a la vez que la contemplaba. Ahora lo que veía eran esos hermosos ojos azules semi cerrados. Su negro y alisado cabello caía desmadejado hacia un lado de su lindo rostro. Sus labios ya habían tomado esa tonalidad purpuracea, haciéndola ver aún más apetecible. Karen mantenía sus finas y delicadas manitas sobre el peludo y canoso pecho del vejete. Había adoptado una pasividad involuntaria, a raíz de lo rico que estaba sintiendo en su suave rendija amatoria, resultado de la muy buena masturbada que le practicaba don Pricilo.
El vejete, dándose cuenta de esta situación, se concentró todavía más en su labor, y como si fuera un experto y estricto fiscalizador en control de calidad, se dio a la tarea de certificar él mismo la virginidad de la joven. Por lo que la tomó más firmemente de lo que ya la tenía. A continuación, y en forma decidida, metió su mugriento dedo medio al interior de aquella limpia y virgen vagina.
La joven, al sentir la irrupción en el interior de su cuerpo, lejos de espantarse, sintió el más placentero e intenso escalofrío de los que ya había sido presa en el transcurso de esa tarde de sábado, proporcionándole al despreciable vejete, a modo de agradecimiento involuntario, una abundante chorreada de jugos vaginales. Recordemos que la chica se masturbaba solo masajeándosela en círculos. Eso de que entrara un agente externo a su delicioso cuerpo, aunque fuese un simple dedo, era algo nuevo y excitante para ella.
Karen se sintió desfallecer ante tan ricas sensaciones que le producía el sentir ese dedo intruso al interior de su ranura. Creía perder las fuerzas, por lo que subió sus manitas y se aferró a los fuertes hombros de don Pricilo.
El viejo, muy atento a la situación y a esas reacciones que estaba mostrando la hija de sus patrones, la masturbaba muy lentamente. Sentía como su dedo era fuertemente apretado por los tensos pliegues íntimos de la chica. Dicho de otra forma, don Pricilo estaba experimentado con sus propias garras las suavidades en las carnes interiores de la joven. Así estuvo hasta que su dedo hizo contacto con esa delicada y frágil pared interior dentro de la tibia vagina.
El corazón de don Pricilo latía a mil por hora. Aunque él sabía de la pureza de tan tierna hembra, el tenerla completamente desnuda frente a él y con uno de sus dedos al interior de ella, y más encima palpando esa fina membrana que certificaba la virginidad y pureza de la bella adolescente de dieciocho años recién cumplidos, simplemente lo tenían al borde de la locura. ―¡Estoy tocando el sello de garantía de este mujeron! ―se gritaba el asqueroso vejete para sus adentros. Mientras, solo se daba a sentir con su dedo esa resbalosa barrera interior.
Karen, quien como ya se dijo se sentía desfallecer ante las ricas sensaciones producidas por la suave fricción que don Pricilo le aplicaba con su dedo al interior de su rica entrepierna, cerró sus hermosos ojos y abrió sus labios, regalándole al horripilante viejo, sin proponérselo, el primer gemido de auténtico placer de muchos más que vendrían.
El exultante jardinero, que ya no se perdía detalle del estado en que comenzaba a estar Karen, estaba al borde de la eyaculación. Desde su gran verga caía una abundante cantidad de líquidos pre seminales que se traducían en gruesos goterones de un blanco viscoso. Una buena parte de estos ya se desparramaban por el suave vientre de la joven, y otra cantidad sencillamente caía al suelo en donde ya se formaba un pequeño charco de aquel venenoso líquido que emanaba desde el fondo de las hediondas bolas del tosco viejo.
Don Pricilo ya sentía empapada su mano. Karen tenía toda su fisura intima encharcada ante la rica masturbación a la cual estaba siendo sometida. El viejo movía libremente su dedo en el interior de aquella pulcra e inmaculada conchita. Fue ese el momento en que el viejo quiso degustar de aquel precioso elixir que emanaba desde el interior del cuerpo de la bella joven. Por lo que retiró su dedo de aquel femenino reducto y se dio a catar y probar él mismo los ricos jugos vaginales proporcionados por la dulce criatura.
El vejete, al momento de retirar su mano del tajo de la casi perdida nena, se pudo dar cuenta que esta hizo un ligero movimiento pélvico. Como si su vagina quisiera ir en persecución de aquel dedo invasor que ahora la abandonaba.
La joven continuaba con sus ojos cerrados y su boquita semi abierta, ya que en esos momentos se encontraba en esa especie de trance erótico en el cual ya había sucumbido en dos ocasiones anteriores. La diferencia era que ahora había sido inducida por un aborrecible viejo que trabajaba de jardinero en su casa. Su delineado cuerpo y su mente inconscientemente ya se preparaban para ingresar a la antesala de un mundo oscuro y desconocido para ella, lleno de sensaciones, gemidos y placeres prohibidos.
Don Priscilo, comprendiendo el estado en que se encontraba Karen, lamió sus dedos, degustando los exquisitos jugos y secreciones vaginales que le fueron proporcionados por esa dulce criatura. Y aprovechando el momento de pasividad de la nena, quien se encontraba con su sensual boca semi abierta, la tomó nuevamente por su esbelta cintura, la arrimó hacia su cuerpo y por fin la pudo besar sin ser rechazado.
Karen se vio sorprendida al ser tomada firmemente por don Pricilo. Sintió la candor de su boca cuándo el viejo metió su resbalosa lengua y empezó a recorrer todos sus rincones bucales. La nena no se explicaba por qué esta vez no quería oponer resistencia. Sintió también, en la lengua del viejo, muy levemente ese exquisito sabor que ella ya había degustado, los sabores de su propia vagina. Fueron esos exquisitos sabores los que le ordenaron a su mente que empezara a mover su dulce y fresca lengua. La chica no tardó en juntarla con la de don Pricilo.
Suavemente la jovencita acariciaba con su lengua la del vejete, y ella, la dulce Karen, queriendo ir más allá, lentamente fue ahondando con su fresca lengua en la pestilente y hedionda boca del horripilante viejo.
Hay que decirlo, aunque parezca extraño. Ahora, tanto la atractiva joven como aquel asqueroso hombre, se besaban abierta y efusivamente. Ambos juntaban sus lenguas enredándolas una contra la otra. El viejo Pricilo intencionalmente traspasaba sus babas y saliva a la dulce boquita de Karen. Ella se las recibía y se las tragaba todas sin saber porque lo hacía. Pensaba, debido a su inexperiencia, que quizá ese era su deber como mujer.
Para la decente y tímida joven, este asqueroso besuqueo, que le estaban dando estando ella completamente desnuda, fue el primer beso de su vida.
Este era el resultado de que el viejo hubiese sabido mantener la calma. Karen, siendo una hermosa y candorosa adolescente, se estaba dejando llevar por esas excitantes y ricas punzadas que estaba sintiendo al interior de su debutante vagina. Placenteras pulsaciones que el viejo sabiamente había logrado despertar.
Así se encontraba la pareja de supuestos amantes. Al interior de una deplorable casucha se encontraba una hermosa muchacha totalmente desnuda y abrazada de un detestable vejestorio de más de sesenta años, también desnudo. Este último tenía su verga completamente aplastada en el suave bajo vientre de ella, ambos besándose con la pasión de unos efusivos enamorados.
El beso era largo e intenso. Ahora era Karen quien exploraba con su exquisita lengua la apestosa y casi podrida cavidad bucal del vejete. La niña estaba como poseída, ya que sentía la necesidad de llegar hasta lo más profundo de la boca del viejo. Recorría con su lengüita el paladar y las encías de este. Parecía enardecerse con el aroma que emanaba desde las entrañas del obeso jardinero. Sus nuevos instintos de hembra en estado de celo le ordenaban a su mente que debía complacer a ese vejestorio que en ese momento le sobajeaba su suave trasero. Tampoco le preocupaba que don Pricilo fuera viejo y feo. Claramente su conciencia le indicaba que ese detestable ser se convertiría desde ahora en su hombre, en su macho, y ella debía corresponderle como solo él se lo merecía. Todo esto era nuevo para ella, para nuestra muy inocente y recatada niña, para nuestra dulce Karen.
Lentamente el viejo comenzó a girar con la tierna y joven hembrita. Lo hicieron siempre abrazados. Esto significaba que la cuenta regresiva ya comenzaba. La instó a que lo acompañara en ese corto trayecto que los separaba del lugar en donde se libraría el combate, el inmundo catre de don Pricilo.
El recorrido era lento. El jardinero seguía tomándose las cosas con calma. Karen por su parte estaba muy nerviosa por lo que le iba a suceder. Su mente se lo decía. Le iban a meter un miembro masculino por primera vez en su vida, tal cual como se lo habían enseñado en sus clases de biología. O, como lo expresaban sus compañeras de colegio: se la culearían.
Pero a pesar del miedo que estaba experimentando, las excitantes punzadas en el chorito la atacaban ahora con más fiereza. Por sus blancos y perfectos muslos bajaban unas abundantes líneas de jugos vaginales. Su vagina, como si de verdad tuviese conciencia propia, se estaba preparando para la inminente batalla corporal que se avecinaba.
El camino hacia el placer de la inusual pareja continuaba en forma lenta pero segura. Quienes los hubieran visto no creerían que esa hermosa joven desnuda, de tez clara, ojos azules y de cabellera negra, casi azulada, se acostaría por voluntad propia con aquel gordo sexagenario, también desnudo, en ese inmundo catre que los esperaba.
Pero la realidad era que Karen no quería que eso sucediera. La chica tenía sentimientos encontrados. Por un lado, deseaba huir imperiosamente de aquel lugar, apartarse del horripilante vejete y no verlo nunca más. Pero, por otro lado, una parte de su subconsciente le decía que siguiera, que descubriera, que aprendiera y que comprobara. Y si sumamos todo esto a las ricas punzadas y pulsaciones que se habían instalado en el interior de su vagina, encontramos la explicación a la pasividad y curiosidad que estaba demostrando la chica en tan caliente situación.
En uno de los pocos momentos de lucidez que lograba tener la ya excitada jovencita, quiso poner término a la ardiente situación a la cual estaba siendo arrastrada. Una vez que a duras penas pudo separarse del acalorado beso que se estaba dando con el vejete, y armándose de valor ella misma, le dijo casi en susurros:
―Por favooorrr…, don Priciloooh…, nooo… meee… lleveee… a… a… la… ca… camaaa.
Pero el viejo no le hacía caso. Es más, casi ni la escuchaba. Solo se concentraba en la poca distancia que los separaba de su nido de amor.
Karen al estar consciente de lo poco que les faltaba por llegar, quiso oponer resistencia. Ella no quería acostarse con ese desalmado viejo, por lo que se detuvo, comenzando así un breve forcejeo entre ambos.
Don Pricilo, que no quería que esa palomita se le volara, la tomó firmemente por su cintura, y con su otra mano la agarró con rudeza de su fino y delicado rostro, haciendo presión en la quijada de la niña. Después, con las más intimidante de sus miradas, le amenazó:
―¡Mira pendeja…! ¡¡Mi verga está que se revienta por partirte la almeja!! ¡¡Y tú me vas a dejar que lo haga!! ―La carita de Karen estaba desfigurada por la presión que hacía el viejo con su mano. Jamás imaginó una reacción como esa por parte de don Pricilo. Además, no entendía mucho ese extraño vocablo que usaba este para hablarle. En tanto el vejete continuaba intimidándola. ―¡Y si tú no quieres hacerlo por las buenas…, pues me da exactamente lo mismo…! ¡El asunto aquí es que ahora vamos a llegar a mi catre… y tú me pasaras la zorra! ¡Si yo te digo que culees… tú culeas! ―Karen ya casi comprendía que el vejete era capaz hasta de matarla si se lo proponía, lo veía muy enojado. La expresión de su cara lo hacía ver como un verdadero loco―. Y si yo te digo que me chupes la verga... ¡¡¡Tú vas y me la chupas!!! ¡¡¿Me escuchaste, perra caliente?!!
Diciendo esto último don Pricilo levantó su mano con la verdadera e insana intención de golpear a la nena en la cara. Ella, aterrorizada al máximo, en forma automática esquivó el supuesto golpe y le contestó:
―¡Sííí…! ¡Sí, don Pricilo…! ¡Le… le… pasaré todo lo que usted me pida…! ¡Y haré eso queu quiere! ¡Pero… p… por favor no… no me pe… pegue…!
El viejo estaba realmente enojado por la reacción que tuvo la nena en el momento menos oportuno, el que más esperaba. Pero al verla asustada, y por la forma en que ella se comprometía a cumplir con sus requerimientos, se calmó un poco.
―¡¡Mas te vale putaaa!! ¡¡Porque si no te dejas de provocarme problemas te juro que te vas a arrepentir…!! ―Dicho esto, le asestó otro chorreante beso en la boca que la nena tuvo que recibir obligadamente.
Ahora sí que estaba realmente asustada la preciosa adolescente. Por lo que supo que ya no tenía más opción que dejar que el viejo hiciera lo que quisiera con ella.
Así llegaron al destartalado catre de don Pricilo. Estaban de pie al lado de este. El viejo había retomado el magreo por todo el cuerpo de Karen, sobre todo amasándole sus duros pechos. También su cintura, sus nalgas y su vientre. Sabía que estaba tomando posesión de aquella rica anatomía femenina, y lo hacía tal cual lo hacen los colonizadores al llegar a tierras vírgenes. Pero a don Pricilo le faltaba aún lo más importante: enterrar al fin su propia bandera en aquellas carnes inexploradas, para, finalmente, declararlas para él, y solamente para él.
El obeso jardinero seguía atacando el cuerpo de tan hermosa doncella con sus lascivos y ardientes besos. Sobajeándola también por todas sus exquisitas curvas. Pero donde más ponía aplicación el vejete era en su vagina, ya que este al haber sido testigo de la magistral masturbación que se había estado pegando la nena, sabía que era ahí donde a ella más le gustaba que la tocaran. Estaba casi seguro de que así lograría despertar el lado calenturiento de tan aprensiva delicia.
Karen, a pesar del miedo que le generaban las viles intenciones que tenía ese hombre con su cuerpo, solo se dejaba hacer. No quería que el viejo la fuese a golpear. El solo pensar en ello la aterrorizaba. Sin embargo, debido a tanto magreo y los salivosos besos que estaba recibiendo, su precioso cuerpo le hacía sentir unas extrañas sensaciones, e, involuntariamente, ya dejaba salir de sus exquisitos labios unos suaves quejidos que ella nunca en su vida había emitido al estar con un hombre. La chica, sin proponérselo, se iba entregando dócilmente cada vez más a los gruesos brazos de don Pricilo. La tierna joven comenzó nuevamente a secundar con su fresca lengua los rudos lengüetazos que el viejo le propinaba a su boca.
El jardinero, consciente de que la hembrita ya estaba casi entregada a las circunstancias, la quiso poner a prueba. Fue él quien se separó de la dulce boca de ella, notando al instante que la nena no se soltaba de él.
Don Pricilo, aprovechando la ventajosa situación, puso sus callosas manos en los suaves hombros de ella e hizo una leve presión hacia abajo. Su intención era que Karen se sentara en el catre.
Karen entendió en el acto. Dócilmente se fue sentando con la mirada fija en los oscuros y enrojecidos ojos del viejo y, como si se encontrara en una de las más elegantes reuniones de su conservadora y decente congregación, se cruzó de piernas. Con toda delicadeza, desnuda como estaba, subió una pierna sobre la otra. Estos delicados y femeninos movimientos eran naturales en ella. El viejo jardinero se quería morir con solo haberlo presenciado.
A continuación, don Pricilo, con una malevola sonrisa, posó su manaza en la cabeza de la chica, y con un ligero movimiento la instó para que posara su azulada mirada en su grueso y largo instrumento de carne, el cual estaba poderosamente parado.
Nuestra dulce Karen sumisamente bajó la mirada, recorriendo con sus ojos esa grotesca y gorda anatomía masculina que tenía delante de ella. Pasando por el velludo y canoso pecho del vejete, y luego por su prominente barriga. Hasta que su visión se posó en el gran pedazo de verga que se gastaba don Pricilo. Y aunque parezca increíble, la dulce chiquilla quedó más sorprendida que asustada. Nunca en su vida había tenido un pene real cerca de ella, y menos uno que estuviera tan rígido y que fuera de tan considerables dimensiones. Ella solo los había visto en el colegio en fotografías y dibujos de caracteres pedagógicos.
Pero de lo que sí se acordaba, y muy bien, era de las calientes conversaciones que entablaban sus libertinas compañeras en el baño del colegio. Se acordaba muy claramente cuando estas comentaban las atrocidades que ellas cometían al quedarse a solas con sus novios y de lo mucho que les gustaba juguetear con los carnales instrumentos que ellos poseían.
Karen recordó también que siempre tuvo que evitar cualquier tipo de conversación con sus amigas del colegio que tuviera relación con todo lo que implica el sexo. No era que a ella no le llamara la atención hablar del tema. Al contrario, ella siempre trataba de escuchar cuando estas se enfrascaban en calientes conversaciones en donde explicaban con lujos de detalles lo que hacían con los chicos. Pero ella solo escuchaba, nunca opinó, porque ella era una niña decente y no hablaba de esas cosas.
A raíz de estos recuerdos, y ahora, al ser ella la protagonista de tal situación calenturienta, se fijaba en ese grueso instrumento que le mostraba don Pricilo. Se lo estaba mirando en forma embelesada. Se fijó en la muy morada cabeza y como destilaba unos extraños líquidos desde la punta. También puso atención en el grueso tronco de ese terrible aparato, y como serpenteaban por toda su longitud una gran cantidad de llamativas venas. No podía determinar el color de estas. Eran una mezcla de rojo, verde y azul, según veían sus ojos.
Pero lo que más cautivaba a la hermosa adolescente, era el color de la cabeza de ese misterioso y oscuro instrumento. Veía ese glande casi azulado y semi tapado por un arrugado forro de piel. En fin, la joven no se cansaba de recorrer esa grotesca verga con su inocente mirada. Lo hacía desde la morada cabeza, pasaba por el grueso y nudoso tronco hasta llegar a una gran maraña de abundantes pelos gruesos y negros, desde donde colgaban dos bolsas de carne muy arrugadas, que a ella le parecía que contenían algo redondo adentro.
En otras palabras, Karen había quedado prendida de ese grotesco pedazo de carne masculina. La joven calculaba que esa herramienta debía medir por lo menos unos veinticinco centímetros. Y algo más a lo mejor, meditaba la dulce criatura. Lo que no dimensionaba es que ese grueso instrumento de carne se lo iban a meter a ella, y lo iban a hacer por su ajustada y muy delicada hendidura.
En un momento Karen llevó su mirada hacia la de don Pricilo. Este por su lado, estaba encantado con lo que pasaba a la altura de su verga.
Se cruzaron las miradas. Ambos estaban en una especie de trance telepático, ya que don Pricilo casi adivinando las intenciones de la niña, le asintió con su risa aborrecible. Ella, al notar la mirada de aprobación del grueso jardinero, y sabiendo que estaba autorizada, muy decididamente agarró ese mástil de carne con sus dos blancas manitas, sintiendo que se quemaba. Aun así, se lo apretó. ―Pero que tiesa y que caliente esta. Es una herramienta muy dura ―pensaba la hermosa joven, quien seguía tanteando la verga que habían puesto a su disposición.
Ya hipnotizada por ese fabuloso instrumento se dedicó a palparlo. Lo recorrió por toda su extensión. Con una mano lo tenía asido por el tronco, y con la otra le sobajeaba la cabeza y el resto de su longitud. Ni los testículos de don Pricilo que rebosantes de semen se salvaron de las tímidas caricias de la chica.
Mientras manoseaba aquel grotesco pene, Karen se percató de que su delicada manita no le alcanzaba para rodearlo totalmente. Su grosor, su tamaño y su dureza la tenían fascinada. Se sentía en otro mundo, en donde solo existía ella y el gran miembro que sostenía con sus dos delicadas manos.
El viejo tenía su mirada vidriosa. Por uno de sus enrojecidos ojos hasta le caía una lagrima. Ya que, al sentir las suaves manos de aquella nena en su verga, estaba al borde del orgasmo. Tres veces ya había tenido que sacar fuerzas de flaqueza para contenerse y no derramar su semen fuera de ese delineado y esbelto cuerpo.
Karen continuaba con su exploración. Se percató que al hacer fricción sobre la suave piel que cubría la morada cabeza la podía dejar totalmente afuera. Así que sin pensarlo dos veces jaló ese forro hacia atrás para dejar el glande totalmente despejado. Una vez que lo hizo, aquella cabeza se mostraba en todo su aceitoso esplendor. La joven estaba como poseída, lentamente acomodo su cuerpo para adoptar una mejor posición y así poder admirar ese majestuoso tronco de carne lleno de atrayentes nudos para ella. Así quedó arrodillada a los pies de don Pricilo, siempre agarrada de su falo. La posición adoptada por la joven era como si estuviera venerándole la verga al vejete.
A continuación, Karen puso más atención en la punta de esa gran verga ya descubierta. La encontraba naturalmente hermosa. También le llamó la atención que, en la parte que da paso al tronco, había una gran cantidad de una extraña sustancia blanquecina, que rodeaba en su totalidad el grueso diámetro de ese extraño instrumento que recién estaba conociendo.
A la delicada y femenina joven realmente le llamaba la atención esa extraña sustancia, por lo que decidió mirar más de cerca. Parecían ser residuos de queso fresco, pensaba la ya insana criatura.
Una vez que Karen estuvo más cerca de la verga del viejo, pudo notar el aroma que emanaba de esa zona. A pesar de que ese olor era realmente fuerte, había algo en él que la seducía, que la llamaba, y que la atraía. El hedor era realmente extraño, pero a la vez cautivante para ella.
Cuando el viejo se fijó que la joven le miraba su tranca como si quisiera comérsela la sacó de esas ricas ensoñaciones y la hizo volver a la realidad, cuando muy suelto de cuerpo le dijo…
―¡Vamos! ¡¡Chúpamela, pendeja!! ―le exigió el vejete con autoridad.
Karen reaccionó al instante. Se dijo que por nada del mundo iba poner esa hedionda cosa en su boca, ni por mucho que haya estado mirándosela. Su estado emocional estaba tan distorsionado en esos momentos que de igual forma pensó que, aunque quisiera, nunca le cabría en su cavidad bucal.
Su mente se debatía en un verdadero caos. Por un lado, no quería chuparle la verga a don Pricilo. Pero temía también que, si no lo hacía, este le pegara.
No obstante, la temerosa y a la vez curiosa chica no se soltaba de ese mástil de carne. Lo tenía bien asido con sus dos blancas manitas. También se debatía en los recuerdos de las conversaciones de sus amigas. Recordaba claramente que ellas también ya se la habían chupado más de alguna vez a algún chico. ―¿Será tan malo probarla, aunque sea un poquito? ―se preguntaba la joven. Además, ese aromático y fuerte olor; y esa sustancia blanca que tanto le llamaba la atención, hacían que su mente de a poco se fuese desequilibrando.
En eso estaba Karen cuando sintió que el viejo la tomaba bruscamente de su cabello haciendo que ella lo mirase.
―¡Chúpala, puta! ¡Cuántas veces quieres que te lo repita! ―le gritó, a la vez que el mismo tomaba su verga desde la base e iniciaba una serie de violentos vergazos contra la angelical carita de Karen. A la nena, solo con esto, nuevamente le bajaron las ganas de llorar.
Karen, ahora sí que estaba realmente asustada, porque una vez que el viejo le asestó el último y más violentos de los vergazos en su rostro, vio que este iba a tomar un grueso cinturón de cuero que tenía colgado en una de las paredes de la habitación. La nena, sin pensarlo, como si ella fuera una autómata, se abalanzó rápidamente hacia la tranca del vejete con la sola intención que este no fuera a zurrarla por desobediente. Abrió su exquisita boca lo más grande que pudo y de un solo bocado se comió la mitad del glande de aquel grueso miembro, ya que su boquita no pudo abarcar más en su interior.
La joven se quedó quieta y respirando pesada y agitadamente. A pesar de las arcadas que sentía, por el fuerte aroma que emanaba de la tranca que tenía en la boca, no se la retiraba. Una vez que pudo acostumbrarse a tenerla en su paladar se empezó a hacer una idea de cómo se vería en esas condiciones.
La joven imaginaba su propia imagen, arrodillada con una verga en la boca. Se veía a ella misma como protagonista de las atrocidades que vivían sus amigas. Estos pensamientos hicieron que sus hormonas femeninas se revolucionaran y muy rápidamente su virgen fisura amatoria empezó a mojarse como nunca lo había hecho. ―Se la estoy chupando a un hombre ―se repetía con una extraña emoción, mientras su imagen desnuda con una verga en la boca se mantenía estampada en su mente. ―¡¡Se la estoy chupando a un viejo asqueroso!!
Su mente recordó como la estuvo inspeccionando solo hace algunos minutos. Evocó el color azulado de su cabeza y las grandes cantidades de venas que la recorrían. También esa gran mata de gruesos pelos negros, y sus dos arrugadas bolsas de piel colgando. Y por supuesto recordó esa extraña y muy aromática sustancia blanquecina que adornaba aquella masa de carne dura, justo más abajo de su cabeza.
Esa extraña sustancia la llamaba, por lo que en forma muy decidida proyectó su boca hacia la barra que tenía incrustada. Lo hizo a duras penas, hasta que por fin pudo hacer entrar la otra parte del glande que le faltaba, y también una buena porción del tronco. En forma muy delicada, como era ella, comenzó a rodear con su fresca lengua a esa gran verga que ahora tenía ensartada en la boca. Su intención era una sola: deseaba retirar ella misma, con su lengüita, esa extraña sustancia blanca, y medio amarillenta, que rodeaba parte de la cabeza y el tronco de la verga de don Pricilo.
Lo pudo haber limpiado con la mano. O con cualquier trozo de género, o similares. Pero algo en su femineidad interior le dictaminó que su misión como mujer era retirar esa aromática sustancia del pene de don Pricilo, con su boca y con su lengua.
El viejo se sentía dichoso al estar sintiendo esa deliciosa e inexperta mamada. Con solo ver a esa dulce jovencita, que hasta hace poco le era inalcanzable, arrodillada a sus pies y mamándole la verga le hacían sentir el hombre más macho de este mundo. ―¡Sí me la está chupando bien rico! ¡Y ella solita! ―se gritaba el vejete mientras no se aburría de mirar hacia abajo y ser testigo de lo que la hermosa Karen estaba haciéndole a su verga. Ella sola se la había empezado a mamar sin necesidad de tener que habérselo pedido nuevamente. Y lo hizo en el momento justo, pues ya estaba decidido a golpearla si se volvía a poner desobediente y testaruda. El detestable y viejo jardinero ya era consciente del buen rumbo que estaban tomado los acontecimientos para él.
Mientras tanto, la dulce Karen estaba concentrada en su labor. Con su exquisita lengua ya había retirado todos los sedimentos de esa blanca sustancia y, luego de mezclarlos con su saliva y formar una sola unción, se los tragó con un repulsivo y extraño deleite. A continuación, y para asegurarse que esa dura masa de carne oscura quedara bien limpia, volvió a realizar una serie de ondulaciones lingüísticas para dejarla totalmente aseada.
Visto de otra forma, lo que le estaba haciendo la chica a don Pricilo era brindarle un verdadero lavado de cabeza a su miembro.
El viejo, en tanto, estaba que eyaculaba en la misma dulce boquita de la nena. Desde su ubicación veía esos rojos y sensuales labios rodeándole su grueso instrumento viril. Admiraba cómo hacía ella ahogadas arcadas al tener su boca tan llena de carne. Además, disfrutaba de aquel delicioso dolor que sentía en distintas partes de su verga, por sobre todo en el glande, por las continuas mordidas y raspadas de los dientes de Karen, en su inexperta mamada de verga.
Después de largos minutos de mamada, la desnuda joven lentamente se fue retirando y sacando toda esa carne vergal de su cavidad oral. Una vez que se la retiró por completo, su boca se encontraba atiborrada de residuos de aquella blanca sustancia antes mencionada, y llena también de saliva que se le había juntado y que se mezclaba con los líquidos pre seminales que a don Pricilo le habían salido en gran cantidad desde su verga, debido a lo muy rico que estuvo sintiendo el viejo jardinero.
La joven, al comprobar que le había dejado el falo totalmente limpia, miró al viejo. Este la miraba con ojos de lujuria. Karen, llevada quizá porque tipo de impulso, nuevamente se lo trago todo. Esta vez asegurándose que don Pricilo la viera. La joven sentía la necesidad de que supiera que era ella quien lo había limpiado. Así que una vez que se lo tragó todo, lo miró fijamente con esos hermosos ojos azules, y se llevó una de sus manitas a sus labios. Luego desvió su mirada hacia cualquier parte de la habitación, al sentirse avergonzada de lo que acababa de hacer.
Don Pricilo, al notar que la chica comenzaba a dudar, rápidamente le volvió a poner su vergota en los labios haciendo presión con ella para que se la volviera a tragar.
Karen lo volvió a mirar, pero ahora con ese hinchado glande paseándose por sus labios y los alrededores de su boca. La joven, pesé a lo que acababa de hacer, aún no sabía cómo reaccionar en ese tipo de situaciones. Por un momento pensó que con eso que le había hecho a don Pricilo era suficiente. Sin embargo, rápidamente comprendió que ese señor aun quería más. Así que, ya no quedándole de otra, comenzó a darle unas tiernas lamidas a la cabeza de la verga que ahora notaba más hinchada que antes.
Las tiernas lamidas de la nena, lentamente, se fueron transformando en lametones. Y a los pocos minutos esos lametones se transformaron en golosas chupadas succionadoras.
Ahora Karen si le estaba chupando la verga al jardinero de su casa como corresponde. La joven intentaba meterse toda esa extensión de verga en la boca, pero no le cabía entera, por lo que don Pricilo tuvo que acudir en su ayuda. El tosco viejo la tomó firmemente con sus manos, una por la cabeza de Karen y la otra rodeando su barbilla, y se dio a la tarea de pegarle una tremenda culeada bucal.
Cuando el viejo inicio sus movimientos de coito contra la cabeza de la chica, ella pensó que se iba a ahogar con esa verga de tan grandes dimensiones al interior de su boca.
La atorada jovencita hacía arcadas, babeaba y hasta lagrimas le caían de sus hermosos ojos azules, las que rodaban por sus mejillas.
Don Pricilo, violentamente, movía la cabeza de Karen de atrás hacia adelante. A la vez que él también agarraba vuelo para meterle su verga lo más profundo que podía al interior de su garganta, incluso traspasándole su campanilla. El viejo jardinero simplemente le estaba taladrando la garganta a su total antojo. Karen se tuvo que aferrar a las piernas del viejo.
A la joven le daba la sensación de que se le iba la respiración. En ese momento lo único que deseaba era que ese viejo le sacara esa cosa de carne con la cual le estaba mancillando la boca.
Don Pricilo se había dado cuenta que la nena ya se tragaba más de la mitad de su verga. Este creía que la cavidad oral de la joven ya no podría soportar más, pero él se la quería meter toda. Así que se detuvo para tomar aire, dándole la oportunidad a Karen para que se siguiera acostumbrando a su verga. La chica lo miraba con toda esa masa de carne incrustada en su boca. Incluso en esas escandalosas condiciones, en su carita se reflejaba el temor que estaba sintiendo por lo que sucedía, y por lo que estaba por suceder.
El viejo, una vez repuesto, volvió a tomar firmemente la cabeza de la nena y presionó hacia dentro con fuerza y decisión. Pero la verga se mantenía atorada entre los tibios labios de la chica. Siguió presionando ―don Pricilo ya sudaba― hasta que notó que la parte de su nudoso tronco que faltaba por ingresar empezaba a deslizarse hacia el interior de esa virginal boca. El embelesado vejestorio, cuando ya no pudo ahondar más en el acto, llevó su mirada hacia abajo y solo pudo ver la negra cabellera de Karen y parte de sus exquisitos labios proyectados hacia adelante rodeando su falo. La nena, incluso, ya se habían comido una buena parte de su gran mata de pelos púbicos. Es decir, Karen se la había tragado entera.
La desesperada chica estuvo con su boca ensartada en su totalidad por casi un minuto y medio. El viejo jardinero le tomaba la cabeza con fuerza para que la nena no se desencajara de su verga.
Karen estaba casi ahogada. Con desesperación, y totalmente horrorizada ante el brutal tratamiento al cual estaba siendo sometida, se daba a mover sus brazos y piernas en forma espasmódica debido a la falta de aire en sus pulmones. Sin embargo, se daba fuerzas para aguantar aquella aberración hacia su persona. Lo que le estaban haciendo era lo más humillante que le había ocurrido en su vida, pensaba en forma desesperada la muy rica pendejita.
Estando la joven en esas cavilaciones, totalmente ensartada por vía oral, abrió sus hermosos ojos azules y se encontró con la gran maraña de los pendejos de don Pricilo. ―Me la metió toda ―pensó con desesperación la joven. Y fue ese el momento en que el viejo la liberó de esa fenomenal ensartada de verga.
―¡¡PLUUUP!! ― se sintió cuando el viejo le soltó la cabeza a la nena. El sonido fue como si hubieran abierto una botella de champagne. Karen fue a dar al suelo con la respiración totalmente agitada y con toda su cara llena de salivas y babas, las cuales se desparramaban por todas sus tetas y otras partes de su delineada figura. Don Pricilo estaba feliz.
La jovencita, extasiada, al ya estar imaginando lo que le podría ocurrir ahora, se puso en cuatro patas, y como una salvaje felina gateo rápidamente en busca del pedazo de carne que le habían arrebatado. Que rica se veía la tierna chiquilla en el estado en que se encontraba. (Acuérdense los amigos lectores que en realidad es Karen, nuestra dulce Karen, hija del decente matrimonio Zavala). La joven gateaba completamente desnuda, anhelando, no a don Pricilo, sino la verga, este preciado instrumento de carne que ahora tanto la atraía, y que la llamaba.
Llegó hasta donde estaba el viejo, le tomó la verga con su blanca manita y con su otra mano se arregló un poco su cabello y, una vez terminado este femenino acto pretencioso, se dedicó a chupar verga como una verdadera endemoniada. Gruesos goterones de saliva caían por ambas comisuras de su boca, los cuales nuevamente escurrían y resbalaban por sus preciosas tetas y recorrían su perfecta anatomía, deslizándose por su suave vientre y se iban a depositar a su rajita mezclándose con los abundantes jugos vaginales que su exquisita zorra ya había comenzado a expulsar en grandes cantidades.
La chupada de verga que Karen le daba a don Pricilo era la de una verdadera profesional, ella sola se la metía hasta más allá de su garganta, para, a posterior, sacársela y darle tiernos besos en la cabeza a ese terrible aparato. Lamía el tronco en su totalidad, se extasiaba mirando y lamiendo esa gran cantidad de venas verdosas y azuladas, para luego volver a comérselo todo.
Don Pricilo se percataba de la aplicación de la nena para chupar el pico. La veía concentrada en su labor. Karen tenía sus ojos fuertemente cerrados, con el ceño fruncido; lo que daba la impresión de que estuviera enojada chupándole la verga. Con su cabeza hacia rápidos giros, lo que hacía parecer que con su boca le estuviera atornillando una tuerca a su grandiosa tranca. Ni sus peludas bolas se salvaron de las lamidas y chupeteos de Karen.
Así estuvieron un buen rato, con el viejo de pie y ambas manos posadas en la cabeza de la joven, y ella arrodillada chupándole la tranca como una enajenada. ¿Quién lo diría?, Karen estaba feliz con esa verga en la boca, no se aburría, hasta que don Pricilo determinó que era suficiente.
El viejo retiro cuidadosamente su verga de la boca de la jovencita y tomándola de sus delicadas manos la invitó a pararse. Una vez de pie, se fundieron en el más apasionado de los besos. Karen lo abrazó y se apegó a él, ya no despreciaba su boca; esos fuertes olores que provenían del cuerpo de don Pricilo la tenían seducida y cautivada.
Don Pricilo, aprovechándose del estado en que se encontraba, tomó su verga y con mucha meticulosidad la empezó a restregar en la delicada grieta virginal de la joven, sintiendo la suavidad de la rica rendija que tenía a su disposición. La empezó a recorrer con su falo desde sus suaves y escasos pelitos, recorriendo su tierno tajito virginal, hasta casi llegar al orificio anal de la rica adolescente.
Karen estaba fuera de sí por la calentura que la envolvía. Sintió que don Pricilo, su hombre, su macho, le palpaba su panocha con la verga. No se asustó, al contrario, la suave cabeza de esa verga, que ya tanto le gustaba, le produjo el mayor de los placeres. Ya no eran unos simples escalofríos; esto era mejor, pensaba la caliente hembrita.
El viejo seguía restregando su feroz pene contra su suave rendija amatoria mientras se besaban con sus lenguas entrelazadas, intercambiando saliva. Aun así, el viejo pudo notar que de la boca de la nena empezaban a salir con más vehemencia auténticos y genuinos gemidos de placer.
Suavemente el cuerpo de Karen empezó a menearse con movimientos pélvicos. Movía solamente su estrecha cintura; por cada sobajeo de verga que le daba el viejo en su cosita, ella la meneaba hacia adelante, como saliendo a darle la bienvenida a esa tranca que la tenía descontrolada. Ambos se movían con calientes y eróticos movimientos, en una perfecta sincronización que hacía parecer que ya estuvieran culiando. En ese estado estaban, gozándose uno al otro, hasta que don Pricilo determinó que ya era hora de que ambos se acostaran en el paupérrimo catre que tenían a su entera disposición.
La excitada joven se dejó llevar, estaba caliente. Suavemente se fue recostando en ese incomodo colchón, hasta quedar acostada bajo el viejo. Karen sentía su peso, estaba casi ahogada, pero él seguía sobándole su panocha con su buen pedazo de verga. Las sensaciones que sentía eran deliciosas e indescriptibles para ella, pero, al ser la primera vez que se encontraba en tan erótica situación, los nervios hacían que mantuviera sus piernas juntas. (Todavía le quedaba algo de pudor a la tierna niña.)
La pareja se concentraba en un apasionado y salivoso beso. El viejo, por su parte, ya estaba listo para penetrarla, pero notaba que la pendeja tenía fuertemente cerradas las piernas. De pronto se le ocurrió que quería que fuese ella quien se abriera de patas en forma voluntaria.
Así que Don Pricilo comenzó a besar el fragante cuello de la nena, sintió ese aroma a jabón fino, a limpieza de la alta sociedad. Por fin iba a entrar a las ligas mayores pensaba el facineroso jardinero, al follarse y culiarse a esa tan rica, delicada, hermosa y decente jovencita.
Nunca en su vida el viejo pensó que se iba a encamar con una mujer tan preciosa como Karen. Su difunta mujer no fue tan agraciada, solo se casó con ella por el interés de su negocio. Y las putas con que él se metía no le llegaban ni a los talones a nuestra dulce Karen.
En eso se pensaba la atrofiada y desequilibrada mente de don Pricilo. Karen, ajena a todo esto, estaba acostada y totalmente desnuda besándose con él, en los momentos previos al acto sexual.
Don Pricilo se desentendió del beso y empezó a chuparle las tetas a la tremenda jovencita. Las sentía grandes, suaves y duras; se las lamia, se las mordía, las langueteaba y las ensalivaba. La nena solo sentía placer. El viejo continuaba su recorrido en dirección hacia aquella joven vagina. La nena, para esos momentos, ya tenía un charco de jugos vaginales debido a la calentura que sentía su perfecto y delineado cuerpo.
Don Pricilo ya iba llegando, paso por su suave y plano bajo vientre, y se encontró con la vanguardia de esos preciosos pero escasos bellitos de color negro, los que miró extasiado. Olió aquellos ricos y coquetos pendejos de la zorra de Karen; el viejo quedó como embrujado, el olor que emanaba de la apretada abertura de la niña-mujer era verdaderamente embriagador, un aroma que superaba con creces a las más altas fragancias de Paris. Por su parte, Karen miraba ansiosa y atenta lo que hacía el viejo en su delicada panocha.
Don Pricilo seguía oliendo y miraba esos apretados y tiernos labios vaginales. Eran un verdadero tesoro que él había encontrado y que serían solo para él. Al menos por esos momentos.
No aguantando más, el viejo abrió todo lo que pudo su boca goteante de babas y se sumió en la exquisita y joven vagina que tenía en frente de su cara. Karen, al sentir los gruesos labios del viejo abarcarle toda la extensión de su pequeño tajito, y sintiendo como esa mórbida e intrépida lengua hurgaba por adentrarse al interior de su rendija, fue abriendo lentamente sus piernas, hasta quedar totalmente abierta de patas. El vejete lo había logrado.
Los gemidos de la nena no tardaron en llegar por lo rico que estaba sintiendo. Don Pricilo prácticamente le estaba comiendo la zorra; adentraba su lengua lo que más que podía, bebía y saboreaba todo el exquisito néctar que la panocha de Karen le iba expulsando. La joven nuevamente se había empezado a menear con movimientos pélvicos casi diabólicos. Hacía una serie de ondulaciones y arremetidas contra la lengua y boca del viejo, ahora era ella quien estaba inclinada hacia adelante. Con sus dos manitas le tenía agarrada la cabeza al vejete haciendo presión hacia su cuerpo, como queriendo enterrársela en su apretado tajo carnal.
La joven seguía con esos siniestros movimientos y meneadas con sus caderas, mientras su acalorada panocha arremetía contra la lengua de don Pricilo, no quería que esa maravillosa y caliente lengua la abandonara. Si la chupada de verga que le había practicado a don Pricilo le había gustado mucho, esto que le hacía ahora el vejete la tenía al borde de la locura. O sea le gustaba todo lo que hacía con este viejo aborrecible, pensaba en forma angustiada la seducida y encendida hembra.
Por su parte, el viejo sabía que Karen estaba gozando, pero no quería que se corriera. ―Si la muy putilla quiere correrse será con mi tranca enterrada en su panocha, metida hasta el fondo de su zorra ―pensaba el diabólico vejete.
Don Pricilo bruscamente se separó de esa deliciosa almeja que había estado degustando. Karen lo miró sorprendida, realmente le gustaba lo que el viejo le estaba haciendo en su vagina ya no tan sagrada.
―Don Pricilooo, por favor, sigaaa… sigaaa!! ―le decía la nena en forma calentona al ver que el viejo se separaba de ella y de su cosita.
―¿Por qué, putilla?, ¿acaso ya te empezó a gustar lo que estábamos haciendo? , jajaja ―reía el feliz vejestorio,
Karen se demoró en contestar, pero de su dulce boquita salió un auténtico:
―Sííííí…, ¡me gusto!
―Bien, como se nota que te ha gustado mucho, y a mí también. Ha llegado el momento de que meta mi verga en tu panocha, jajajaja. De que te culeé preciosura, ¿qué me dices? ―le preguntó el viejo, con su mirada enrojecida por la lujuria.
―¿Me va a doler? ―preguntó la nena, con su respiración totalmente agitada, casi emocionada por lo que le iba a suceder.
―Como ya te dije antes, pendeja caliente, jejeje, al principio te dolerá un montón, sentirás como si te estuviera rajando la zorra con mi verga… Pero después vas a bufar y gemir como perra en celo, ¡¡¡jajajajja!!!… Como las putas, de tanto placer que vas a sentir, ¡¡¡jajajaja!!!
Con estas palabras, y aprovechando que la nena mantenía sus piernas bien abiertas, el viejo empezó a masajear la delicada vagina de Karen con su oscura y tiesa verga. Solo la acariciaba por fuera, sabía que eso le gustaba a la nena.
Don Pricilo había sabido seducir a esta decente niña bien. A Karen lo que más le encantaba del viejo era su tranca, su verga, debido a las placenteras sensaciones descubiertas por ella en esa semana y en especial esa tarde de sábado.
Ya casi oscurecía en la decente casa de la adinerada familia Zavala. En la cabaña que estaba al interior, justo al fondo del patio, se encontraba Karen, la hija de este decente matrimonio, totalmente desnuda y abierta de patas a unos cuantos minutos de ser desvirgada por don Pricilo, el jardinero.
La nena ya había empezado a sentir las placenteras sensaciones ante la rica masajeada que le aplicaba don Pricilo sobre su panocha; sobre su aún fina, delicada y virginal hendidura.
La joven comenzó a secundar los sobajeos vergales con unas suaves pero ricas ondulaciones de caderas y cintura.
―¿Te gusta, putilla? ―le preguntó el viejo sin cesar en la faena.
―Sííí…, me enncannntaaa… ―contestó la joven. En su voz ya predominaba la calentura.
Don Pricilo se volvió a recostar sobre el cuerpo de la nena y, estirando su mano hacia un costado del inmundo catre, encendió la lámpara que estaba sobre el velador. Como ya estaba casi oscureciendo, el viejo no quería perderse las reacciones de la hermosa joven una vez que le estuviera perforando la zorra por primera vez en su vida.
A continuación, el viejo se acomodó entre medio de esas exquisitas piernas. Karen, a pesar del nerviosismo que sentía, se las mantenía bien abiertas, dejando totalmente expuesta su apretada panocha.
Ya no había nada que esperar, estaba todo listo y dispuesto. Karen mantenía su respiración fuertemente agitada y sus blancos muslos flexionados y abiertos. El viejo, encima de ella, ya acomodaba su verga en la entrada de la virginal entrada intima de la nena.
―Una última pregunta, putita, jejeje. ¿Realmente quieres que te culeé? ―le preguntó el desgraciado.
Karen, envalentonada, a raíz de los calores que sentía su exquisita anatomía, le contesto:
―Sííííí…, don Pricilo…, lo aguantaréé todooo…, pero, por favooor… ¡culeeeeme! ―La pobre jovenzuela no sabía lo que le esperaba.
―Bien, si así lo quieres…, así será…, jajaja…―rio el vejete.
Don Pricilo afianzó su tranca en el jugoso tajo de Karen, quien aguardaba ansiosa de lo que le iba a suceder. La nena quería que ese tronco de carne se deslizara hacia su interior; estaba entregada a la erótica situación a la que había sido inducida. Y el viejo, ya queriendo sentir su tranca al interior de ese precioso cuerpo hecho a la perfección, presionó con su verga para adentrarse al interior del cuerpo de su joven víctima.
La zorrita de Karen resistió el primer y solido empellón. Producto de lo apretada que estaba la niña, la verga de don Pricilo resbaló y salió expulsada de esa zona virginal. Karen aguardaba expectante por lo que pasaba allá, abajo de su cuerpo. El viejo, al estar montado encima de ella, no la dejaba ver, pero, aun así, ella lo secundaba en los intentos que este hacía para meterle la verga, quería que se la clavaran.
La respiración de la nena se volvió más agitada. Sentía que se le tapaban las fosas nasales, debido al brusco cambio de su presión sanguínea y las alteradas emociones que la atacaban. Pero la valiente joven continuaba quieta con sus piernas bien abiertas, ofreciéndole a don Pricilo su más sagrado tesoro.
El viejo volvió a la carga. Nuevamente posó su cabezón ariete en el pequeño y apretado conducto de amor de la joven hembra, pasó sus brazos por debajo de los hombros de ella para afianzarse mejor por la brusca arremetida que pensaba darle y, de un solo empujón, logro meter la gruesa punta de su tranca en el interior de la pequeña vagina de Karen.
A pesar de que entró solo la cabeza de esa descomunal verga, la cual quedó atrapada justo en la pared que certificaba la virginidad de tan suculenta jovencita, Karen sintió que el viejo la había rajado por dentro.
La reacción de la curvilínea nenota fue automática: en un solo segundo desaparecieron todas las ricas sensaciones y punzadas que ella había estado sintiendo. Incluso fue como si la verga del viejo hubiera absorbido todos los jugos vaginales que desde hace un rato la bañaban y la lubricaban, dejándola totalmente seca. La impactada joven ahora sentía solamente un inmenso dolor en su maltratada zorra.
―¡¡¡Noooo!!! Por favor, don Pricilo. ¡¡Sáquela!! ¡¡¡no me la meta!!!, por favooor, ¡¡¡don Pricilito!!! No me lo haga ¡ay! ¡ay! ¡ay! ―gritaba la maltratada chiquilla por cada puñalada que le propinaba la verga del viejo.
―¡¡Sííí, zorritaaaa!!, ¡¡¡te la voy a meteeer todaaaaa!!!, así que quietecita porque todavía falta… ¡¡¡jajajaja!!!
―Nooo…, por favooor. Yo no quiero que me la metaa ¡Sniff! ¡Sniff! ―empezó a llorar desconsoladamente la adolorida Karen.
―Pero si recién me lo pedias, putilla. Ahora tienes que aguantar…, me has estado calentando toda la tarde, ¡putaaa buena para el pico! ¿Y ahora te quieres irrr?, ni lo pienses…, de aquí no sales hasta mañana…, jejejeje… Y convertida en toda una puta… Y, si tengo suerte, capaz que hasta te deje preñadaaa…, ¡¡¡jajajaja!!! Ya verás que te va a gustar.
―Nooooo…, Snifff…, sniff... ¡No quiero ser puuutaaaa! snifff…, snifff… Y no quiero…, sniff…, quedar embarazada de usted, snifff…, sniff.
―Si lo serás, pendeja mal criada, ¡¡¡jajajaja!!! Te voy a preñar y serás la madre de mis siete hijos, ¡¡¡jajaja!!! Me encargaré yo mismo de destruir tu futuro… y te convertiré en toda una puta, ¡¡¡jajajaja!!!
El viejo volvió a presionar.
―¡Nooooooo…!, ¡¡no lo hagaaa!!, me dueeeleee… ¡¡¡ahhhh…!!! ¡¡¡me dueleeee…!!! ―gritaba de pavor la desesperada muchacha.
Karen se empezó a contorsionar con todas sus fuerzas. Quería cerrar sus piernas, pero no podía. El viejo estaba encima de ella, con parte de su verga incrustada en su panocha. La joven se movía como desesperada, quería escapar de las garras del asqueroso vejete. El astuto don Pricilo, previendo que esto podía suceder y temiendo que su verga se saliera por los bruscos movimientos de retirada que hacia la nena, bajo su mano por un lado del catre, sacó un afilado cuchillo y lo puso en el hermoso rostro de la mocosa.
―Mira, puta de mierdaaa, en estos momentos estoy a punto de culearte y, una vez que te meta mi verga…, tú harás lo mismo… te dedicaras a moverte y culeaaar… Y si no me haces caso..., te juro que te rebano las tetas… ¡¡¡¿Escuchaste, zorra asquerosaaaa?¡¡¡ ―le gritó el enfurecido viejo.
La nena, al ver y sentir el afilado cuchillo en su rostro, quedó casi paralizada por el miedo. Apenas pudo articular las palabras, sentía que se había quedado sin aire.
―Sí…, sí…, don Pricilo… Le juro que dejare que me culeé, pero por favooor..., ¡no me matééé! sniff…, sniff.
―¡¿Te portaras bien…!?, ¡¡¡Putaaaa!!!
―Sííí…, síí…, me portare bieeennn…, pero no me maté…, por favooorrr…, sniff…, sniff.
Una vez convencido, el viejo Pricilo nuevamente comenzó a ejercer presión contra el cuerpo de la angustiada joven, pero su verga no podía entrar, pues Karen si estaba realmente apretada. El viejo sentía como la cabeza de su verga rozaba la exquisita y delicada membrana de castidad de la nena, y sudaba como caballo.
Por cada empujón que le propinaba don Pricilo, Karen sentía como si este quisiera partirla en dos. El dolor que sentía la muchacha era realmente terrible.
Pero el viejo no se daba por vencido, se volvió a acomodar sobre los tibios muslos de la colosal jovencita, se afianzó con los brazos sobre sus hombros y puso su fea cara al lado del rostro de ella. Su intención era que a Karen nunca en su vida se olvidara de que fue él quien la desvirgo, que fue él su primer hombre, su primer macho. Con estos insanos pensamientos empujó con todas sus fuerzas hacia el interior del delineado cuerpo de la joven y… ¡¡¡TECCC!!!, fue el sonido que se sintió al interior del bajo vientre de la niña. Fue un sonido de carnes que se rompían. La verga de don Pricilo hizo ingreso con toda majestad hacia el interior de ese cuerpo inexplorado, rompiendo el fino y casto himen de Karen y despojándola para siempre de su virginidad.
La expresión de la nena por unos segundos fue de espanto; luego, lentamente, sus finas y exquisitas facciones se fueron descomponiendo, hasta que, con su boca abierta y sus ojos azules bien abiertos, con sus labios temblando sin ni siquiera poder dejar salir ningún tipo de sonido, su expresión se volvió de horror y suplicio. Desde el fondo de su ser y de su alma fue subiendo el pavor, hasta que de su garganta, y a través de sus cuerdas vocales, por fin expulsó un ronco y espantoso grito.
―¡¡¡¡¡Nooooooooooooooooo!!!!! ¡¡¡¡¡Noooooooo!!!!! ¡¡¡¡¡Noooo!!!!! ¡¡¡¡¡Por favor, noooooo!!!!!
Por su parte, el Viejo estaba eufórico. Se quedó quieto con las tres cuartas partes de su verga ensartada en ese exquisito cuerpo que el destino le había ofrecido, el cuerpo de Karen, el cuerpo de una hermosa adolescente de dieciocho años recién cumplidos. Era la niña de la casa, y ahora sus padres no estaban, y no llegarían hasta dentro de cinco días más.
Don Pricilo, con su verga totalmente parada, se esforzaba por mantenerla metida lo más adentro posible de aquel cuerpo lleno de curvas lujuriosas y provocativas. Se dedicaba a sentir la tibieza de las carnes de la rica jovencita, ni siquiera le preocupaban los sollozos de ella, solo le importaba su propio placer. El rostro de Karen era un mar de lágrimas. El viejo le había ensartado más de la mitad de su verga con solo dos empujones, pero aún faltaba que entrara aún más, para que el acto sexual fuese completo. El vejete no quiso esperar más y, con un tercero y recio empujón, sin piedad se la clavó en su totalidad a la mancillada joven.
La cara de don Pricilo era la de un depravado sexual; miraba con autentico degeneramiento el exquisito rostro de Karen, que en ese momento era solo de dolor y tristeza.
El viejo no se movía, se la tenia bien clavada hasta el fondo de sus entrañas. En su mente solo se decía: ¡Estoy adentro!, ¡adentro!, ¡¡¡adentro!!! Sentía como esas tibias carnes interiores le apretaban deliciosamente la verga. Retiró sus brazos de los hombros de la nena, sabía que Karen ya estaba ensartada y perdida, ella ya ni siquiera se movía, estaba destrozada física y mentalmente.
A la joven le dolía su panochita, pensaba que el viejo se la había rajado por dentro. La sensación que la embargo cuando el viejo le dio el segundo empujón, el que la desvirgó, fue como si le hubiesen metido un palo por su vagina con una violencia animal, así lo sentía ella. Y no estaba muy lejos de lo que realmente sucedió, ya que el viejo prácticamente la tenía empalada con su verga de más de veinte centímetros. Por si fuera poco, con la calentura que le provocaba aquella inocente jovencita, el viejo sentía su vergota más grande que nunca.
―Aaah…, que rica esta tu zooorraaa, pendeja estupidaaaa. ¡¡¡Ahora eres mía, perraaaa…, solo miaaaa!!! ―le gritaba, mirándola a sus azules ojos a la vez que empujaba su verga con ahínco al interior de la adolorida nena.
Karen solo lo miraba con sus ojos llenos de odio y temor. Don Pricilo aprovechaba de recorrer con sus manos todo el cuerpo de la pasiva muchacha, le sobaba las nalgas, sus piernas, metía sus manos por debajo de sus caderas para afianzarla más a su ensartada verga. ―¡Que rica estaba la pendeja! ―pensaba el degenerado viejo.
Por su parte, Karen solo se dejaba hacer, su cuerpo era como el de una muñeca de trapo, entregada a los juegos de cualquier depravado.
El viejo estimó que ya le había dado tiempo suficiente a Karen para que su vagina se acostumbrara a su verga. Así que empezó a arremeter con movimientos de mete y saca; primero despacio, quería que la nena se volviera a calentar como la había visto hace un rato, cuando le había chupado el pico como una endemoniada.
Pero Karen estaba totalmente cerrada a esa posibilidad. Ya ni siquiera se acordaba que, solo hace un rato, había disfrutado de darle una mamada casi bestial a don Pricilo, y que hasta le había lamido las bolas a ese viejo que ahora le tenia ensartada la verga hasta lo más profundo de su ser.
A pesar de que el viejo se movía suavemente el dolor que sentía la joven era tremendo. Por cada arremetida que le asestaba, Karen sentía que más la destrozaba por dentro. Le daba la impresión de que esa barra de hierro caliente, que en esos momentos la perforaba, a cada paso le rompía todo en su interior.
Cerró sus hermosos ojos azules, no quería ver la cara de degenerado que ponía don Pricilo por cada estocada que este le propinaba a su panocha. El viejo poco a poco empezaba a acelerar sus movimientos coitales. La nena, al notar que el muy canalla aceleraba sus movimientos, entre abrió sus exquisitos labios para dar un quejido de dolor.
Don Pricilo tenía el ego subido hasta las nubes, se estaba follando a una bella jovencita, es más, hasta la había desvirgado. Él nunca tuvo la posibilidad de estar con mujeres a la altura de Karen, ni el dinero para recurrir a meretrices de alcurnia, siempre se tuvo que conformar con las putas más feas y más baratas.
Pero ahora tenía a Karen solo para él, a la dulce Karen. Con estos pensamientos el viejo busco la boca de la nena para besarla como lo habían hecho con anterioridad, pero esta vez se encontró con una férrea resistencia por parte de la hermosa criatura. Karen cerró firmemente su boca, no quería que el viejo Pricilo la besara, y con un brusco movimiento bucal, la imprudente hembra lo mordió en su grueso labio inferior.
―¡Deeejemee, viejo asqueroso! ―le grito Karen, con su cara llena de odio.
A Don Pricilo, al escuchar estas palabras, se le vinieron a la mente todos los momentos de rechazos vividos, hechos por otras mujeres a lo largo de su miserable existencia.
―¿Qué me dijisteeee? ¡Repitelooooo! ―bufó don Pricilo, con una de sus más siniestras expresiones, mientras que por su labio inferior caía una fina gota de sangre.
―No…no, don Pricilo, yo no quise decir es…
¡¡¡PLAFF!!! ¡¡¡PLAFF!!! ¡¡¡PLAFF!!!, fueron las tres sonoras bofetadas que le dio al delicado y hermoso rostro de Karen. Claro que el viejo midió sus fuerzas, no le convenía dejarle marcas, pero si fueron suficientes para aterrar a la bella jovencita.
―Aquí la única perra asquerosa ereees túúú, puta de mierda. ―Ahora sí que el viejo estaba realmente enojado con ella―. ¡Y ahora te vas a dejar de estupideces!, ¡o si no te juro que te rajo las tetaaasss!, o, aún mejor, pendeja, soy capaz hasta de rajarte la zorra con mi cuchillo. ¡¿Escuchaste bien?!
―Nooo…, no, por favor don Pricilo no me raje, no me vaya a rajar la zorra Sniffs… Le juro que me portare bien, pero no me la vaya a rajar, sniff… sniff… ―volvía a llorar la dulce Karen.
―Ahora, en castigo ―prosiguió el vejete―, te voy a destrozar la zorra a vergazos. ¡Para que aprendas a no ser insolente con tus mayores! ―terminó diciendo, tal como un profesor reprende a una alumna.
Después de aquel sermón, don Pricilo empezó a aserruchar con más fuerza. Le clavaba la verga y se la ensartaba sin piedad. los gemidos de dolor que sentía Karen rápidamente se transformaron en gritos. La nena gritaba como si la estuvieran matando; y, la verdad, era que sí, la estaban matando, pero la estaban matando a vergazos; se la estaban culeando firme. Los ruidos que hacia el caliente catre ante las furiosas embestidas hacían pensar que en cualquier momento se desarmaría.
Karen sentía como la recorría por dentro esa gruesa barra de carne, como ya se deslizaba libremente por su entrada vaginal y por su interior.
Lentamente empezaron a aflorar en ella sus bajos instintos femeninos, los cuales, al estar siendo atacados por esa considerable tranca humana, rápidamente se fueron transformando en instintos de hembra, los mismos que Karen ya conocía muy bien. La nena igual sentía mucho dolor, pero, al estar concentrada en los ingresos que hacia esa verga hacia el interior de su cuerpo, no se dio ni cuenta que los dolores poco a poco iban despareciendo.
Karen se concentraba en la fricción que hacia la verga de don Pricilo al deslizarse por su estrecha ranura; se preguntaba cómo era posible que ese largo y grueso instrumento estuviera moviéndose en su totalidad al interior de su humanidad. Pensaba en lo cabezón que era y no daba crédito a que estuvieran metiéndoselo por su estrecho tajito. Recordó que momentos antes lo había sentido en sus manos y hasta había chupado y lamido esa verga, y como le gusto el haberse tragado esa exquisita sustancia blanca que ella misma había retirado con su lengua.
Con estos pensamientos el curvilíneo cuerpo de la nena le dio la bienvenida a las primeras oleadas de placer. Ya no eran cosquilleos ni punzadas, ahora era placer puro, que se ramificaba hacia todas sus articulaciones por cada estocada que le daba don Pricilo en el interior de su panocha. Ella misma sentía como su vagina apretaba y comprimía la verga de don Pricilo, como si la estuviera absorbiendo para que se le metiera más y más adentro.
Karen, suavemente, fue subiendo sus muslos flexionados para abrirse más, ya que, por la traumática experiencia que sufrió al ser desvirgada tan salvajemente por el aparato de don Pricilo, las había dejado abiertas pero inmóviles, estáticas. Ahora la joven quería participación en lo que le estaban haciendo, quería moverse, quería menearse.
Una vez que volvió a abrir en su totalidad sus potentes y bellas piernas, esperó y estudió los movimientos de don Pricilo y, cuando este venia en una impecable arremetida hacia su interior, ella, con su panocha, salió al encuentro de ese exquisito y calvo palo que la estaba taladrando.
―¡¡¡Aaaaaaaah!!! ―Fue el exquisito gemido de placer de la niña al saberse protagonista de la caliente situación―. ¡¡Aaaaaaah!! ¡¡Ohhhh!! ¡ahhh! ―continuaba gimiendo por cada una de las clavadas que le asestaba el viejo.
Con estos eróticos movimientos copulatorios, Karen se entregó por completo a los nuevos y exquisitos placeres que su cuerpo lleno de curvas estaba sintiendo. Los sentimientos de odio y rechazo hacia don Pricilo rápidamente desaparecieron. Ahora no quería que ese viejo se saliera de ella, y aumentó más su placer cuando recordó que el vil jardinero le había aclarado que ella no se iría de esa inmunda habitación hasta que amaneciera, y más encima convertida en PUTA.
Los pensamientos de Karen fueron su perdición. La niña se abrazó al fofo cuerpo de don Pricilo y se dedicó a disfrutar de la caliente culeada que le estaban propinando. Con sus piernas flexionadas abrazó y rodeó el cuerpo del viejo, haciendo fuerza para que el vejete se adentrara aún más en ella. Ahora sí quería que la partiera en dos, y haría todo lo posible porque sucediera. Ella misma arremetía contra esa verga dura y caliente que la perforaba y, no aguantando más, empezó a alentar al viejo para que se la culeara sin contemplaciones:
―¡¡Aaaaaah!! ¡¡ahhh…!!! ¡¡¡Don Pricilooo…!!! ¡¡¡DON PRICILOOOO!!! ―gritaba la caliente mujer―. ¡¡METAMELAAA…!! ¡¡¡METAMEEEELA…!!! La puedo aguantar toda, ¡¡¡PERO METEMEEELA…, MAS… FUERTEEE!!! ¡¡¡AHHHH!!! ¡¡¡LA QUIERO MAS FUERTEEEEEE!!! ¡¡¡DESTROZEME LA ZORRAAA SI QUIERE, PERO METEMELA MAS PARA DENTROOOOO!!! ¡¡¡POOORRR FAVOOORRRR!!! ¡¡¡LA QUIERO MAS PARA ADENTROOO!!! ―eran los desaforados gritos de Karen, de nuestra dulce Karen.
El viejo, como queriendo recompensar a la niña, aceleró aún más sus embestidas. Quería ver el aguante de esa dulce criatura, que en esos momentos bramaba como una verdadera puta.
―¡¿TE GUSTA PUTILLA?! ―le preguntó el viejo. Pues quería que la nena siguiera diciendo leperadas y ordinarieces. Le estaba empezando a gustar más todavía―. Jajaja ―reía el viejo para sus adentros, sin desconcentrarse de la follada que le estaba pegando.
―¡¡Sííííí, don Pricilo!! ¡ME EENCANTAAAA! ¡¡¡RICOOOO!!! ¡¡¡RICOOOO!!! ¡¡¡EXQUISITOOO!!! ¡¡¡ASIIII!!! ¡¡¡ASIII!!! ¡AAAH! ¡¡¡MMMM!!!! ¡¡¡AAAH!!! ¡¡¡AAAH!!!
Don Pricilo la contemplaba. Karen estaba con sus ojos semicerrados y por su delicada boca, que en esos momentos profería los gritos de placer y desesperación, caían abundantes cantidades de saliva. La joven, muy excitada, no se daba ni cuenta de las lamentables condiciones en que se encontraba.
El vejete, ahora seguro de sí mismo, y al darse cuenta de que la niña lo tenía firmemente abrazado, fue al encuentro de esa exquisita y fresca boca que hace un rato lo había rechazado. Juntaron sus labios, el beso era nuevamente apasionado. Karen lo disfruto mucho mejor que antes, ya que le gustaba que la tranca de don Pricilo la estuviera traspasando mientras le devoraba su boquita con chapoteantes y salivosos besos.
―¡¿TE GUSTA PENDEJAAA?! ―exclamó el viejo, todo sudado por la feroz follada que le estaba pegando a la hermosa jovencita.
―Sí, don Pricilo, ¡Me gusta mucho! ¡Aaaaaah!… ¡Oooooh!… Aaah…
―¡ENTONCES MUÉVETE MAS FUERTE! ¡QUIERO QUE ASÍ ME DEMUESTRES LO MUCHO QUE TE GUSTAAA! ¡¡¡PUTILLAAAAA!!!…JAJAJA…
Karen, entendiendo claramente lo que quería don Pricilo, se empezó a mover y menear como una enajenada, siempre moviendo su zorra hacia adelante, yendo en busca de la verga del viejo. Don Pricilo, por su parte, que no quería que esa pendeja le diera clases de culeo avanzado, le secundo con todas sus fuerzas cada una de las arremetidas que Karen le propinaba con su panocha.
La pareja de amantes se estaba dando duro, no se daban tregua. Ya no había gritos de piedad, negativa y ruegos en la habitación de la cabañita de madera, solo se oían ahogados gemidos de placer desesperado por ambas partes. A esto se sumaban al ruido que hacían ambos cuerpos cuando se frotaban uno contra otro y el rechinar del viejo catre de don Pricilo, que sonaba como queriendo ser cómplice de la caliente copulación de la pareja.
A raíz de los salvajes movimientos de ambos contendores sexuales, todo en esa habitación crujía, el piso de madera se cimbraba, las paredes resonaban y amenazaban con desclavarse. Ya varios objetos se habían caído de los escasos muebles de la cabañita. Daba la impresión de que había un temblor en su interior y que su epicentro se encontraba justo en la ubicación del antiguo y caliente catre de don Pricilo.
El Viejo arremetía, embestía, asaltaba y se lanzaba con las fuerzas de un toro sobre el delineado y curvilíneo cuerpo de Karen, quien lo recibía dichosa, ya que en ese momento estaba babosa de tanto placer que le daba esa tranca casi celestial. Se comían sus bocas en acalorados besos. Ahora era la nena la que metia su lengua en la boca de don Pricilo, quería demostrarle que lo deseaba, aunque fuera viejo y feo lo aceptaba tal como era.
Karen había perdido toda cordura con tanto placer que le daba esa gruesa y monstruosa verga alargada. Cuando el viejo se separaba de los chapoteantes besos que ambos se propinaban, la niña no dudaba en lamerle la cara al vejete, la recorría con su exquisita y fresca lengua. Tampoco dudaba en lamerle el pecho lleno de canas. ―Este hombre es mío ―declaraba Karen, dentro del estado calenturiento en el cual se encontraba.
―Pero que rico que culeeeaasss, pendeja tetona ―le decía don Pricilo, casi con desesperación.
―Sí, don Pricilo. ¡Qué rico! Sígame culeando, don Pricilo, ¡sígame culeando! ―rogaba Karen, fuera de sí por las exquisitas clavadas que le daba el viejo.
―Sííí…, te seguiré culeando. ¡Ahora eres mía! ¡¡¡míaaa!!! ¡¡¡míaaaa!!! ―le decía el vejete por cada arremetida que le pegaba―. ¿ESCUCHASTE? ¿LO TIENES CLARO?… ¡¡¡MÍAAAAA…!!! ―A la vez que se la metía y la ensartaba con sus más de veinte centímetros de verga.
―Sí…, don Pricilo… ¡Soooy suya! ¡soyyyy suuyaaa! Aaaah… ¡¡Aaah!!
―Escuchame bien, ¡PUTILLA! Te voy a follar por toda la noche… ¡TE VOY A EMPUTECEEEER!… ¡Y TE VOY A ENYEGUECEEEER!… ¿Lo tienes claro? ¡¿LO TIENES CLAROOO?! ¡SERÁS MI YEGUAAAAA!… ¡¿ESCUCHASTE BIEN?!… ¡MI YEGUAAAAAAAAAAAA!
A Karen, a pesar de todo lo rico que estaba sintiendo, le llamaron la atención las extrañas aclaraciones que le hacia el viejo. Pero su mente se fusionaba con toda la calentura del momento, así que, imaginándose a un potro montando una potranca, gritó desde el fondo de su ser:
―¡¡¡SÍÍÍ!!! ¡¡¡SÍÍÍ!!!... ¡¡¡QUIERO SER SU YEGUAA!!! ¡¡¡SU YEGUAAA!!! ¡AH! ¡¡¡AAAH!!!
El viejo, que ya estaba por correrse, aminoró las embestidas que le daba a la niña. Karen, a su vez, también bajo las revoluciones, ella ya tenía claro que su macho era el que mandaba, y ella quería ser su hembra, obediente y sumisa.
―Mira, pendeja culona ―le dijo el vejete―. Me saldré un rato porque necesito descansar, o si no harás que me corra. ¿Me entiendes, ricura?
―Sí, don Pricilito, descanse. Yo…, yo lo espero ―le contesto la sumisa criatura, con cara de ser una verdadera viciosilla.
Don Pricilo, lentamente se salió del cuerpo de Karen. La joven puso atención en el color rojo oscuro que tenía la verga del viejo, la tenía totalmente parada. El viejo abrió la ventana de la cabaña para que ambos pudieran tomar un poco de aire fresco.
Karen se quedó recostada en el catre. Ella también necesitaba descansar, pero estaba hipnotizada por ese barra de carne que tenía don Pricilo, con la que la había perforado. En eso se acordó de su panocha y llevó su mirada a ella para poder ver como estaba después de lo sucedido.
―¡DON PRICILOOOO! ―fue el grito de la asustada niña cuando vio el estado en que quedo su panocha―. SNIFF, SNIFF ―empezó a llorar Karen cuando vio su ensangrentada entrepierna, además de un gran charco de la misma sangre en el colchón―. ¡¡¡MIRE!!! ―le indicó horrorizada, apuntando a su ya no virgen, pero aun rica hendidura, la tenía empapada de rojo.
Don Pricilo, manteniendo la calma, le dijo:
―No llores, putita. Esto es normal. Te cabo de desvirgar, jejeje. ―El viejo estaba orgulloso por haber sido él quien le rompió la zorrita―. Ya verás que no pasa nada, jejeje. Mira ―continuó―, yo arreglare esta situación. Ábrete de piernas.
La joven accedió y se abrió de piernas lo más que pudo. Ya no sentía pudor de mostrar sus encantos al vejete. Además, a pesar de la traumática visión de su cosita toda maltratada, aún se mantenía en estado de éxtasis. Y sabía que todavía faltaba vivir mucho más de esa noche. Don Pricilo, dándose aires doctorales, se sumió cual vampiro a lamer esa exquisita y ensangrentada panocha.
La lamió, la ensalivó y la volvió a lamer, tragándose todo lo que retiro de ella, limpiándola, aseándola. Karen miraba fascinada como el viejo le lamia su zorra. Qué bueno era don Pricilo con ella, pensaba la ya no tan decente niña.
―¿Ves?, si aquí no ha pasado nada, jejeje ―le dijo el vejete, una vez que la dejo totalmente limpia, le dijo.
Karen volvió a inspeccionar su estrecha rendija y comprobó que esta no presentaba daños mayores, aunque todavía sentía como le descocía su zorrita en su interior. ―Pero los placeres fueron mayores ―pensó la rica Karen.
―Párate, putilla ―le ordenó don Pricilo.
Karen se puso de pie, y el viejo procedió a dar vuelta el maltrecho colchón, dejando la parte ensangrentada hacia abajo. Para que la nena no se escandalizara al tener ante sus hermosos ojos azules esa espeluznante visión.
―Ahora sí, mi putita, recuéstate y descansa, jejeje. Mira que luego continuamos, jejeje ―le decía el viejo, como riéndose de la situación.
Karen se recostó y se puso de lado para poder ver la tranca de don Pricilo, que extrañamente aún seguía erecta. La joven recién convertida en amazona no se imaginaba que el viejo se había tomado dos pastillas azules antes de culearla. Daba lo mismo, pues ni sabía que estas existían. Vio al viejo que desapareció por la puerta que daba a una habitación contigua y escuchó que buscaba algo en un mueble. Cuando volvió, el viejo traía en sus manos dos copas y una botella de vino.
―Mira, putita. Esto es para que repongamos fuerzas, jejeje.
―Pero, don Pricilo, yo no bebo alcohol. Usted sabe que en nuestra congrega…
―¡CAAALLATE, CULONAAA! ―le vocifero el viejo―. ¡AQUÍ SE HACE LO QUE YO DIGOOO! De ahora en adelante tendrás permiso solo para salir con tus padres. Cualquier otra actividad que se te ocurra hacer me deberás pedir permiso. ¡¿LO TIENES CLAROOOO?! ―le volvió a gritar el vejete.
―Sí, sí ―contestó la asustada Karen, que no quería que el viejo se enojara y le volviera a pegar.
―Y, por lo demás ―continuó el viejo―, te aviso que no estas autorizada para ir a rendir ese estúpido examen del día miércoles. ¡¿TE QUEDAAA CLAROOO, ZORRAAAA?! ―De los ojos del viejo solo destellaba ira.
―Sí, don Pricilo, me queda claro. ―La nena estaba realmente asustada por los bruscos cambios de humor que tenía el viejo. Estaba más preocupada de eso y de su verga que de la prohibición que le acababa de hacer, aunque lo pensó, todavía no lo dimensionaba bien.
Don Pricilo sirvió las dos copas con abundante vino y le paso una a Karen para que bebiera. Ella la recibió no muy convencida, pero sabía que lo tenía que beber. Ahora don Pricilo mandaba, pensaba en su mentecita de niña buena.
Así estaba Karen, totalmente desnuda, recostada de lado en la cama del viejo y con una copa de vino en una de sus blancas manitas. Quien hubiera visto aquella extraña escena se preguntaría: ¿Qué hace esa esa bella joven con un viejo de esa calaña?
El cuerpo de Karen brillaba con la luz de la lámpara, pues todavía se mantenía perlado por el sudor acumulado durante la feroz culeada que se había pegado con el veterano jardinero.
Su piel blanca y brillosa daba la impresión de que la nena estuviera untada con el más fragante de los aceites. Su negra cabellera caía desordenada pero seductora. Sus ojos azules intensos y sus finos y purpuraceos labios relucían con el ímpetu de una hembra recién echa mujer. A la niña le faltaba solo una corona de laureles dorados para ser la rencarnación de alguna diosa griega como Atenea, o Afrodita. ¡Qué buena suerte había tenido ese viejo desgraciado de don Pricilo!
―Salud ―dijo el viejo.
―Salud ―lo secundó Karen.
Ambos bebieron su primera copa de vino juntos. El vejete volvió a llenar las copas, pero esta vez no presionó a Karen para que la bebiera rápido. Don Pricilo, desnudo como andaba, encendió un cigarrillo y se lo ofreció a Karen. La joven pensó en protestar, pero acordándose de quien era ahora el que mandaba, tomó el cigarrillo. No sabía si debía hacerlo; miró al viejo quien encendía uno para él y, al fijarse en su verga totalmente parada, sin pensarlo se llevó el cigarrillo a la boca, probando por primera vez en su vida la sensación del tabaco en su cuerpo.
―COFF COFF COFFF ―tosió Karen.
Las intenciones del viejo eran solo de envilecerla, y enguarrecerla. Además, todo esto era material que estaba guardando en su memoria, pues sabía que le serviría en el futuro. Karen fumaba en forma inexperta, pero fumó el cigarrillo completo. Ese asqueroso olor a tabaco en su boca la estaban matando, por lo que ella misma tomó la botella y se sirvió una abundante porción de vino. con tres copas no se iba a emborrachar completamente, pero si la dejo aún más desinhibida y más alegre. Don Pricilo estaba encantado con su obra de arte.
El viejo ya estaba listo y dispuesto para el segundo acople. Se dirigió decididamente al catre donde estaba Karen. Al llegar a él se empezó a masajear la tranca. No sabía por dónde empezar, todas las curvas de esa mujer prometían placeres incalculables.
Karen quería que el viejo la tomara de cualquier forma posible, con tal que lo hiciera rápido. Notó lo parada que tenía la verga y como el viejo le estaba mirando su zorrita. Con todo eso la joven no dudó y se abrió de patas en forma casi automática, como si lo estuviera invitando a que la montara. El viejo, que no era de fierro, captó al instante la placentera invitación que le ofrecía la atractiva beldad. Ya se estaba acomodando en los tibios muslos de la niña, cuando una lejana música de teléfono celular los sacó de aquel trance erótico.
―¡Mi teléfono! ―exclamó Karen―. Puede ser mi padre ―dedujo toda alterada.
―¿Y qué esperas, putilla?, anda, ve a contestarle a papi, jejeje. Y apúrate que todavía tenemos que seguir culeando, jajaja.
Karen se paró rápidamente del rudimentario catre, y salió toda desnuda al patio de su casa. En la oscuridad casi no podía ver, pero de pronto dio con la luminosidad del aparato, se encontraba tirado en el pasto, justo al lado de la toalla. Lo recogió y vio que tenía varias llamadas perdidas y un mensaje.
―¿Qué hago?, ¿qué hago? ―pensaba la desesperada Karen, que hasta ese momento ni se había acordado que tenía padres―. ¿Cómo me pude descuidar del teléfono? ―se recriminaba.
Decididamente tecleo el teléfono para escuchar el mensaje.
―Hola, Karen, hija, soy tu madre. Te he estado llamando y no contestas. Pero no te preocupes, sabemos que te estas matando en los estudios para el examen del miércoles. Tu padre te volverá a llamar a las once de la noche para ver como estas. ¡Ah! y dale nuestros saludos a don Pricilo. Adiós, hija, te queremos mucho.
Karen respiró aliviada. Vio la hora en el celu, eran las 10:20 pm, todavía faltaba para que la llamara su padre.
La nena se sintió mal por lo que estaba haciendo, podría irse a su casa y encerrarse para salir de esa situación y luego ver como lo arreglaba. Estuvo a punto de hacerlo, pero recordó las palabras de don Pricilo: ―Aquí se hace lo que yo digo―. También se acordó como la abofeteo tres veces por reclamona, y aunque suene increíble, en el fondo de su ser, la joven no podía negar que le había encantado que la castigaran y la trataran así.
Sí, le había gustado que la abofetearan y que la humillaran. Puesto que sabía que don Pricilo podría haberlo hecho con mucha más fuerza y no lo hizo, se sintió en un juego de seducción completamente nuevo para ella. Karen se sentía dominada por ese viejo asqueroso. No lo pensó más, tomó dirección hacia la cabañita de madera, justo al fondo del patio.
Karen ingreso a la habitación de don Pricilo, este se había recostado en el inmundo catre, traía su teléfono en la mano y nuevamente su mirada tropezó con esa verga soberbia para ella. Dejo su celu en el velador y miró a don Pricilo, para ver qué es lo que venía ahora.
―Quiero que me la chupes, jejeje ―le informó el viejo.
―Bueno…, pero a las 11.00 pm tengo que parar un rato. Mi padre me llamara por teléfono y debo contestarle ―le dijo Karen, como pidiéndole permiso para hablar con su propio padre.
―Por mi parte no hay problema, putilla, jejeje. Tienes mi permiso. Pero apúrate, que ya te tengo ganas.
Karen pensó en cual sería la mejor forma para realizar la felación que deseaba don Pricilo. Miró la posición del viejo y la parte traviesa de su subconsciente le indicó cual sería la mejor posición para darle en el gusto al vejete.
El viejo la miraba encantado y grande fue su sorpresa cuando Karen se hincó en el catre, se puso en forma invertida y cruzó una de sus bellas piernas por sobre su cabeza, quedando una pierna a cada lado de su sorprendido rostro. Así tuvo aquella joven panocha justo sobre la boca. Formaron así un perfecto 69, con ella montada arriba de él.
―Oooh, Karen. ¡Eres una verdadera abominación, mamasota! ―le dijo el caliente jardinero, con los ojos llenos de lágrimas, a la vez que se lanzaba a lamer y chupar la zorra de la chica.
Karen le empezó a chupar el pico con dedicación al viejo caliente. Le encantaba esta nueva posición, que ella solita había descubierto. Pensaba en lo mucho que le gustó cuando la llamó por su nombre. Debía recompensarlo, por lo que se aplicó aún más en las chupadas de verga que le daba a don Pricilo, intentando ensartársela hasta la garganta. El viejo no tenía para que hacer presión con su verga, la nena ya se lo comía entero solita, y le lamía los testículos como una posesa.
Karen le agradecía a don Pricilo restregándole su panocha en la boca, como si esa lengua mórbida fuera la que la estaba culeando. El catre ya había empezado a crujir con sus calientes sonidos, como si este les estuviera haciendo barra a los rudos contendores que tenía sobre sus resortes. Los chapoteos de lenguas y líquidos que expulsaban ambos amantes no demoraron en empezar a formar parte de aquella lujuriosa orquesta.
La desinhibida joven se sintió extrañada cuando el viejo se retiro de aquella sublime posición y se paró junto al catre.
―Ven, perrita. Ahora quiero que me la chupes aquí. Ponte de rodillas, jejejeje.
A Karen le daba lo mismo la forma en que se la tuviera que chupar, lo importante para ella era tenerla en su boca, ensartársela hasta la misma garganta. Por lo que, rápidamente, se puso como quería don Pricilo y volvió a darle candorosos besos al falo erecto que se había convertido en su delicia.
Aquellos minutos eran un sueño para don Pricilo. La pendeja esa había aprendido rápidamente a chupar verga, si seguía así iba a lograr que él se corriera dentro de su boca. Pero el viejo se contenía y alargaba el momento de la eyaculación. Hasta que por fin paso lo que quería el viejo Pricilo, el teléfono de Karen empezó a sonar. Era la llamada de su padre. La nena hizo el intento de pararse e ir a contestar afuera de la inmunda habitación, pero el viejo la sujetó por uno de sus hombros para que se quedara de rodillas junto a su verga.
―Quédate arrodillada, putita, y escúchame bien. Ahora le vas a contestar a tu papito y, cada vez que él te hable, tú me chuparas la verga, jejeje, me chuparas el pico, jejeje. ¡¿TE QUEDA CLARO, PUTILLA?! ―la amenazó el viejo―. Y si te pregunta por qué hablas raro, o si te pregunta que cosa tienes en tu boquita, tú le dirás que estas chupando un helado, jejeje.
Mientras tanto el teléfono móvil seguía con su incesante música que indicaba la llamada entrante. Karen no quería aceptar lo que sus oídos escuchaban. Ese viejo se quería reír de su padre y lo peor, pensaba la nena, ¡usándola a ella!
―¡¿TE QUEDA CLARO, PERRA CALIENTE?! ―le grito el viejo.
―Sí, sí, don Pricilo. Me queda claro ―contestó la asustada nena antes que la abofetearan nuevamente.
―Muy bien. Contéstale ―le ordenó el viejo que ya estaba al borde de la locura.
Karen apretó el botón de contestar e, intentando aclarar su vocecita, se dispuso a hablar con su muy decente padre.
―Hola ―dijo Karen, a la vez que le empezaba a chupar el pico a don Pricilo.
―Hola, Karen ―contestó la seria voz de Eduardo, su padre―. Te hemos estado llamando toda la tarde y no contestas. tú madre ya me explicó que estabas concentrada en tus estudios y…bla bla bla…
Por cada conversación que entablaba su padre, Karen se lanzaba a chupar la verga de don Pricilo. Aunque al principio la idea fue chocante para ella, ahora la tenía caliente. Le excitaba estar hablando con su papá y a la vez estar chupándole la tranca a don Pricilo. Su panocha estaba totalmente encharcada de jugos vaginales, hasta que llegó la pregunta que ambos degenerados amantes esperaban.
―¿Qué te pasa?, querida, ¿por qué se siente un ruido extraño cuando me hablas? ―consulto el extrañado padre.
―Es que estoy chupando un helado papá ―le dijo la extasiada joven a la vez que le mandaba un tremendo chupetón al pico de don Pricilo. La idea de la degenerada criatura era que su padre escuchara más claramente el sonido que hacia su boca con la verga del viejo.
―Karen, ya estas grande, muchacha, para andar chupando helados por ahí ―le contestó su padre un poco divertido al imaginar a su hija chupando un helado, mientras Karen al otro lado del teléfono hacia más ruidos chupeteros con la verga de don Pricilo en la boca.
―Sí, es que esta tan rico, papá…, srrrppp, srrppp…, srppp.
Al viejo Pricilo nuevamente se le caían las babas por lo que estaba haciendo la nena.
―Bueno, Karen, te dejo. Disfruta de tu helado, ya que sabemos que estuviste estudiando como condenada toda la tarde.
―Sí, papá…, srrrppp…, srrrppp…, srrrppp…, lo disf… srrrppp… rtare…, srrrppp.
―Ah, tu madre me dice que te comas un buen pedazo de helado por parte de ella.
―Srrrppp…, srrrppp…, sí…, srrrppp…, papá…, srrrppp…, dile a mamá..., srrrppp…, srrrppp…, que me comeré…, srrrppp…, srrrppp…, un buen pedazo…, srrrppp…, en nombre de ella…, srrrppp…, srrrppp… Adiós…, srrrppp…, papá…, srrrppp…, srrrppp.
Se cortó la comunicación. Karen con sus ojos cerrados apagó el teléfono y lo tiró para cualquier parte de esa horrenda habitación. Se dedicó en cuerpo y alma a chupar esa verga que la tenía como poseída. Don Pricilo estaba satisfecho por tan buena alumna que se había encontrado. Lo tenía claro, esa niña de ojos azules iba a ser solo para él. Ya se había percatado de lo vulnerable y de lo fácil de manipular que era nuestra Karen, nuestra dulce Karen de tan solo dieciocho años de edad recién cumplidos.
Karen se sacó el trozo de carne de su boca y, con este firmemente tomado con su blanca manita, le pregunto a don Pricilo:
―¿Lo hice bien, don Pricilo? ―le preguntó con la más dulce de sus voces.
―Sí, lo hiciste bien, pero debes seguir esforzándote. Esta es tu primera prueba para que puedas lograr tu emputecimiento y enyeguecimiento, JAJAJA.
―Sí, don Pricilo, me esforzaré al máximo ―le dijo, a la vez que le prodigaba un exquisito y tierno beso en la punta de su tranca.
El viejo se recostó en el catre, con la verga apuntando hacia los cielos.
―¡Ven! ―la llamó el viejo―. Quiero que te montes sobre mi verga, porque ahora te voy a enseñar a cabalgarme, jejeje.
La niña, con los más delicados y femeninos movimientos que por lo demás le salían de forma natural, se subió al catre y se puso en posición de montar sobre el cuerpo de don Pricilo.
―Métetela tú solita ―le ordenó el viejo―. Quiero verte hacerlo.
A Karen la comezón que sentía en su zorra ya casi la consumía. Así que tomó ese mástil de carne y, muy decidida, lo alojó en la entrada de su panocha. Luego, con mucho cuidado y delicadeza, se lo fue metiendo de a poco. Aquel dolor no tardó en aparecer. Si bien el viejo ya se la había metido con anterioridad, su fina y delicada grieta carnal aún no estaba acostumbrada a recibir tan robustos visitantes. Pero la nena era brava y ella misma se daba fuerzas para aguantar el sufrimiento que sentía su cosita.
Don Pricilo la dejaba hacer. Ya lo tenía ensartado hasta la mitad y el muy bribón quería ver hasta donde llegaba la calentura de la tierna adolescente. Realmente se vio sorprendido cuando Karen, por si sola, se dejó caer sobre ese palo de carne.
Karen ahora si lo tenía ensartado en su totalidad. Se quedó paralizada sintiendo esa robusta verga metida hasta el fondo de sus entrañas. Lo sentía casi más arriba de su cintura. Se sujetaba de los fierros de la marquesa del catre, quedando levemente inclinada hacia adelante, dejándole todas sus tetas expuestas a don Pricilo, que ya en esos momentos se las estaba chupando como desesperado. la nena sin moverse disfrutaba del empalamiento de esa monstruosa verga. La sentía y no podía dejar de pensar que por lo menos le debía llegar hasta la altura de su ombligo.
El viejo, por su parte, miraba como si todo lo que estaba ocurriendo fuera un sueño. Veía a esa hermosa hembra de ojos azules empalada por su verga. Se fijaba en como los sedosos y suaves pelitos de aquella zorrita se enredaban con los gruesos y entrecanos pendejos de él. Fue en ese momento que la nena muy suavemente empezó a mover sus caderas y cintura en forma circular, haciendo presión sobre su falo, como si se lo estuviera exprimiendo.
A continuación, la recién estrenada hembra que seguía haciendo una serie de ondulaciones casi diabólicas, empezó a combinarlas con otros movimientos pélvicos, hacia atrás y hacia adelante. Karen ahora se movía por instinto, era su primera vez, nadie le había enseñado como hacerlo, pero ella seguía buscando la mejor forma de aumentar su placer. Comprendió que, combinando aquellos movimientos, llegaría al mismo estado en que la había tenido don Pricilo, cuando la había estado montando a ella.
Karen ya se movía fuerte sobre la verga de don Pricilo. Meneaba sus caderas en forma ondulatoriamente exquisita. No se sacaba ni un centímetro de ese pedazo de verga que ella misma se estaba comiendo, y que la llenaba por completo. La sentía caliente, deliciosa, sentía como sus finos bellitos púbicos se frotaban con los gruesos pelos de don Pricilo, como si estos también estuvieran teniendo relaciones entre ellos; los de ella con los de él, pensaba la caliente joven. Estos pensamientos le encantaban, por lo que decidió refregarse con más decisión sobre la base de la verga del vejete.
Don Pricilo ya no daba más de la calentura. Sabía que le quedaba poco tiempo para derramar su simiente al interior del cuerpo de la jovencita, pero el viejo caliente aún continuaba conteniéndose, se daba cuenta del nivel de fogosidad que había alcanzado la nena y no quería defraudarla.
Karen, al sentir las ásperas manos de don Pricilo, que en estos momentos le acariciaban sus suaves y tersas caderas, y parte de su culo, se recostó sobre este, aplastando sus magníficas y duras tetas contra el pecho del viejo. Así consiguió dejar al alcance de aquellas toscas tocaciones casi la totalidad de las pronunciadas curvas de su delineada figura.
La joven miraba al viejo. En esos momentos, a don Pricilo, se le caían hasta las babas por los exquisitos movimientos pélvicos que le asestaba la hermosa adolescente a su verga. Sentía que se la apretaba con su panocha, como si esa zorra estuviera succionándole la verga para arrancársela desde su misma raíz. ―Qué rico que culea esta pendeja ―pensaba el vejete.
En estas ensoñaciones estaba el viejo cuando sintió la fresca legua de la joven hembra revolviéndose sobre sus labios, buscando la entrada a su desprevenida boca. Ambos amantes se fundieron en el más apasionado y caliente beso de ese sábado, que ya terminaba y daba paso a la madrugada del domingo. Karen lo besaba y lo culeaba al mismo tiempo, ella a él.
La lujuriosa jovencita, que ya era presa de las más placenteras sensaciones, fue aumentando el ritmo de sus meneos. Ahora se sacaba la verga de don Pricilo hasta poco más de la mitad, para luego dejarse caer con fuerza, para volver a sacársela, y dejarse caer otra vez y otra vez. Su cintura y culo se movían en forma frenética.
―Oooh, putitaaa. Qué rico que culeaaas ―le decía el viejo caliente.
―¡¿Le gustaaa?! ―le preguntaba Karen, siempre jadeando.
―Sí…, putillaaaaa. Meneate más fuerteee…, oooh…, más fuerteee…, perra calienteeee ―se quejaba don Pricilo.
Karen se dejó caer completamente, absorbiendo toda la longitud de esa gruesa verga caliente. Solo quedaron afuera de su panocha las dos grandes bolas de don Pricilo. Una vez que sintió todo su portento en su interior, comenzó un frenético movimiento pélvico de atrás hacia adelante. Movía el culo endemoniadamente rápido. El catre de don Pricilo crujía como nunca lo había hecho antes ante tan caliente acoplamiento que sucedía sobre sus viejos resortes. Eran tan fuertes los sonidos de los viejos fierros que parecía que fuese a estallar y desaparecer para siempre de la faz de la tierra.
El hermoso y esbelto cuerpo de Karen ya no daba más. Toda la calentura y excitación acumulada por las sabrosas situaciones vividas ese día estaban a punto de derramarse sobre su rico cuerpo, pero el combate continuaba.
La cara de don Pricilo en esos momentos era la de un auténtico depravado. No tenía nada que decir ni pedir a la puta que lo cabalgaba, era Karen quien se estaba prácticamente culeando sola.
―Culeaaa…, culeaaa…, ¡¡¡zorraaaa!!! ―la animaba el viejo.
―Sí…, ahhh…, que ricooo…, ricooo…, don Pricilooo…, ¡Pricilooo!…, ¡Aaah!…, mmmm ―gemía la nena.
―Oooh…, ¡¡¡puuutiiitaaa!!! ―lograba balbucear el vejete―. Te la siento tan apretaditaaaa…, ¡aaah!…, me das la sensación que me estuvieras…, sorbiendo la veeergaaa…, ¡aaah!…, ¡¡¡con tu zooorraaa!!!
―Siii…, don Pricilooo…, meee…, laa…, cooomooo…, tooodaaa…, ¡ahhh!…, ¡ahhh! ―gemía la insana hembrita.
El viejo, intentando aclarar su mente, tomó la carita de la nena con sus dos manos y le dijo:
―¡¡MIRAME, PERRAAA!!… Tú eres míaaaa… Quiero que lo tengas claro… ¡¡¡Míaaaaa!!! ―Con esto el viejo comenzó a mover su apéndice para incrustar más su gruesa herramienta en el cuerpo de la joven.
Karen, totalmente fuera de sí, y animada por la calentura que ella misma sentía, le contestó:
―Sí…, don Priciloo…, don Pricilooo… ¡PRICILOOOO SOY SUYAAA!… ¡SOY SUYAAA!… ¡¡¡SOY SU PERRAAA CALIENTEEEEE!!! ¡SOY SU YEEEGUUAAA! ¡¡¡SUUUUU YEEEEGUAAAA!!! ―Los gritos eran salvajes y desaforados. Era imposible que provinieran de la dulce Karen, una chica decente.
Don Pricilo, lentamente, se comenzó a levantar. Le costaba debido a su prominente barriga de caballo percherón, pero lo logró. En esta posición ambos se abrazaron, para juntar nuevamente sus bocas y besarse apasionadamente. Pero más que besarse, lo que hacían era devorarse uno al otro. De ambas bocas salían grandes cantidades de saliva, producto de los rudos movimientos de lengua.
Don Pricilo sabía que su aguante ya no daba para más. Con sus manos empujo rudamente a Karen para dejarla recostada sobre el catre. A la joven le excitaba que el viejo fuese violento con ella.
―Ahora sí, pendeja, ahora te voy a culear yo a ti, jajaja. Trata de disfrutarlo porque no creo que dure mucho, jejeje. ―El viejo estaba todo transpirado, al igual que Karen, que tenía parte de su cabello pegado en su carita, como si viniera saliendo de darse una ducha.
Don Pricilo tomó su verga con determinación, ya la tenía a reventar por todo el semen acumulado. Karen, atenta a esta situación y al ver que esa verga palpitaba rítmicamente producto de la calentura de su dueño, se abrió de piernas lo que más que pudo, todo lo que su cuerpo le permitía. Quería esa verga dentro de ella, estaba poseída por la excitación del momento, quería que se la metieran y que ojalá el viejo empujara con tal fuerza que se la terminara sacando por la boca. Así pensaba la caliente niña, que en algún momento fue pura y dulce.
―¿Quieres que tela meta?, ¡PUTA!
―Sí, don Pricilo. ¡Métamela! ―respondió Karen, con su respiración totalmente agitada.
―Pídemelo por favor. ―El viejo reía aborreciblemente al ver a la hermosa joven pidiendo verga, como la más condenada de las putas.
―Por favor, don Pricilo. ¡métameee el picooo!…, ¡métameee su vergaaa! ―le decía la criatura, mirando embelesada la tranca del viejo. Su panocha ya no daba más, necesitaba ese grueso instrumento en su interior.
Don Pricilo se acomodó nuevamente en los suaves y tibios muslos de Karen y, sin ningún miramiento, posó su verga en la entrada de aquella intima hendidura y, de una sola y certera estocada, se la clavó en toda su extensión al interior del cuerpo de la hermosa joven, quedando ambos cuerpos ensamblados en la típica posición del misionero.
Y empezó el mete y saca. La verga de don Pricilo ya fácilmente se amoldaba al suave y tibio conducto vaginal de la joven potranca. Ella, por su parte, lo recibía complacida, con los ojos cerrados y fuertemente abrazada al grueso cuerpo de él. La nena se dedicaba solamente a disfrutar del placer exquisito que le concedía esa terrible herramienta carnal, que en ese momento le perforaba su delicada abertura vaginal.
Karen, que ya sabía muy bien cuál era su papel de hembra en el acto copulatorio en el cual se encontraba, secundaba al viejo con sus calientes movimientos pélvicos. Los amantes ya se sincronizaban a la perfección en el caliente acto de apareamiento que ambos se daban. Eran hombre y mujer, macho y hembra. Don Pricilo se movía rítmicamente sobre el cuerpo de su joven amante. Karen lo contemplaba con la más tierna y dulce de sus miradas.
El viejo empezó a acelerar sus embestidas. Le clavaba con furia su descomunal pedazo de verga. Ella ya no daba más, se concentraba solamente en atrapar con su panocha el fabuloso instrumento de carne que la perforaba, y que la llenaba. Quería que esa verga se fundiera en el fondo de su zorra, y que no la abandonara jamás de los jamases. Don Pricilo ya la quería llenar, sentía que Karen se lo succionaba con su panocha desde la propia raíz.
La joven sintió en su cuerpo lo que nunca en su vida había sentido, fue como un golpe de placentera corriente que se centro en su vientre para ir trasladándose muy suavemente hasta el mismo centro de su zorrita. Una vez instalado allí, esta masa de fuerza interior explotó en forma aparatosa, recorriendo y desparramándose por todos los rincones de su esbelta anatomía. La niña sentía que se desintegraba, que se evaporaba y que todos los pedacitos de su cuerpo, y el mismo vapor de este, volaban en mil direcciones perdiéndose para siempre en el espacio infinito.
En ese mismo momento el viejo vio que los hermosos ojos azules de su Karen se estaban dando vuelta, la nena tenía los ojos blancos, su boca adquirió un rictus de rabia insana. Desde su pecho y garganta la joven dejo salir el más fuerte y ronco bramido de puro placer, todo el que se había ido acumulando durante ese largo día.
―¡¡¡AAAAAAH!!! ¡¡Aaaaaaaaaaaah!! ¡¡¡DON PRICILOOOO!!! ¡Qué ricoooo!, ¡qué ricooooo! Oooooooh, don Pricilooo. ¡¡¡Priciloooooooo!!!
Fue demasiado para l viejo. Sin poder contenerse más, todas sus ganas y deseos contenidos esa tarde también explotaron. Con las más salvajes de sus estocadas se derramó en el más intenso y caliente orgasmo de toda su miserable existencia.
―¡¡¡AHORAAA, ZORRAAAA!!! ―gritó el viejo con todas sus fuerzas. Parecía ser el rugido de un animal―. ¡TOMAAAAAAA!… ¡TOMAAAAAAAAAAA!… ¡¡¡RECIBEEE MIS MOCOSSSSSS, PENDEJAAAAA!!! ¡¡¡ESO ES LO QUE QUERIASSSSSSSSSSS…, ¡¡¡PUTAAAAAAAA!!!
Fueron varias expulsiones de abundantes cantidades de semen caliente que el viejo derramó en el interior del cuerpo de Karen, seguidas por incontables de menor intensidad, pero igual de chorreantes y calientes. Hasta que no le salió la última gota de semen, el viejo se dejó caer sobre el esbelto y delineado cuerpo de la hermosa joven, quedando con su cumplidora verga dentro de la apretada vagina de la nena. Quedaron pegados como perros, congraciados en el placer del éxtasis total hasta que finalmente sus bocas se encontraron y se besaron.
Esto fue lo que paso al interior de la cabañita de madera, que estaba justo al fondo del patio de la casa que pertenecía a la decente familia Zavala.
Don Pricilo, ya conforme por haber logrado su cometido, apagó la luz de la cabaña y se abrazó al hermoso cuerpo desnudo de su hermosa amante. Karen, quien estaba totalmente agotada, lo recibió y se abrazó a él, a su hombre, a su macho. Y con su cara de hembra satisfecha, se recostó en el pecho del viejo sin vergüenza y se durmió profundamente.
Ambos dormían abrazados, totalmente desnudos, como si ellos ya fueran un consolidado matrimonio.
Y así pasaron las pocas horas que faltaban para el amanecer. Ya estaba clareando el cielo cuando en el patio de la casa de una familia decente una hermosa joven, completamente desnuda, recogía una toalla y dos piezas de un traje de baño azul, que el día anterior había dejado abandonados para adentrarse a un mundo desconocido para ella.
(5 minutos antes)
Karen yacía desnuda durmiendo abrazada al cuerpo del jardinero. Abrió sus hermosos ojos azules, no sabía dónde estaba, al instante lo primero que vio fue la cara del viejo Pricilo, que estaba profundamente dormido. A su mente vinieron todas las imágenes de lo ocurrido esa noche. A la joven se le llenaron los ojos de lágrimas, quería llorar, quería gritar, se odiaba a ella misma al recordar todo lo que hizo con ese asqueroso viejo.
Se preguntaba por qué lo había hecho, por qué había tenido relaciones sexuales con un viejo que bien podría ser su abuelo, ¿por qué?, ¿porque?, se preguntaba la ahora nuevamente dulce jovencita. Pensó que tenía que salir rápidamente de esa inmunda habitación. Muy cuidadosamente se separó de ese viejo cuerpo y se dispusó a ponerse de pie.
Por cada movimiento de huida que hacia la nena, el antiguo y delator catre de don Pricilo rechinaba, como si este estuviese confabulado con el viejo y quisiera acusarla de su escapatoria. Para su suerte, el viejo no se despertó. Rápidamente recogió su teléfono celular y salió de esa lujuriosa cabaña, donde nuestra dulce Karen había perdido su virginidad.
La arrepentida joven salió al patio y con lo primero que se encontró fue con la toalla y su traje de baño azul tirados en el pasto. Los recogió y se encaminó hacia su casa. Cruzó el patio totalmente desnuda. Su mente estaba en blanco, no quería recordar nada que tuviera que ver con lo sucedido el día anterior. La verdad era que el estado emocional y psicológico de la hermosa adolescente estaban en condiciones deplorables por lo sucedido entre ella y el viejo.
Al ingresar a su casa, sintió que esta la recibía con los brazos abiertos, sintió la seguridad que esta le brindaba. Ya con su mente un poco más despejada, cerró con llave la puerta que daba a la terraza y puso seguro en todas las ventanas de la casa, en especial a esas que daban hacia la horrenda cabañita de madera. Se dirigió rápidamente a la cocina, tomó una bolsa plástica y metió en esta la toalla y ese diminuto traje de baño azul, que en parte fue el causante de su desgracia, y lo arrojó al bote de la basura.
Cuando se dirigía a su habitación, notó una suave picazón en su vagina. Posó sus dedos en está, intentando palpar y ver que todo estuviera bien. Al tocar se dio cuenta que estaba bañada con una extraña sustancia gelatinosa color blanca, obviamente eran restos del semen del viejo que ya estaban casi secos. La joven retiró un poco de esta sustancia para verla. Como ya había vuelto a su normal estado de decencia, su mente se negaba a reconocer lo que era, pero una parte de su subconsciente se lo decía claramente: ¡ERA SEMEN!
Karen lo miraba incrédula y recordó las abundantes inyecciones que le había asestado don Pricilo en su interior. Con estos pensamientos, en forma instintiva, se llevó la mano a su boca y lo probó, lo paladeó y se lo trago. Le recordó un poco el sabor a esa extraña sustancia blanquecina que también había probado y, automáticamente, su vagina se contrajo y le regalo tres placenteras punzadas. Karen llevó nuevamente su mano a su tajito, para seguir probando, pero reaccionó.
―No, no puedo estar haciendo esto. Ese viejo me violo…, ¿o no?
Rápidamente se dirigió al baño y se metió a la ducha. El agua se sentía correr, además de unos quejumbrosos sniff, snifff, snifff. Karen lloraba por lo que le había sucedido y también lloraba por lo su mente le había rebelado: le había gustado. Se preguntaba cómo era capaz de probar el semen de ese viejo, después de que él la había tratado de puta, perra, yegua y otros tipos de apelativo de igual connotación. Y, más encima, la obligó a hablar con su padre, ¡mientras le chupaba la verga!, pensaba en forma escandalizada.
Al recordar esto último, su vagina se volvió a mojar por completo y regresaron las eróticas pulsaciones al interior de su nuevamente suave y delicada hendidura. Karen, escandalizada, grito:
―¡NOOOOOOOOOO! Esto no me pude estar sucediendo, yo soy una chica decente, ¡¡¡DECENTE!!! ―se decía la nena como autoimponiéndoselo.
Salió de la ducha, secó su pelo y su exquisito cuerpo, se puso el más largo y santurrón de sus camisones para dormir y se metió en la cama. Vio la hora, ya eran casi las 08.00 de la mañana. Al fin se sumió en un profundo sueño.
Karen se despertó cerca de las 02.00 de la tarde. Ya estaba más tranquila, pues estuvo por un largo rato pensando en lo acontecido el día anterior. Se preguntaba ¿qué estaría haciendo el viejo degenerado de don Pricilo? Por el momento no la molestaría, ya que ella se había asegurado de cerrar todo con seguro y con llave.
Pero buscaría el momento para hablar con él y decirle que lo que ella había hecho era una real equivocación. Y, si quería acusarla con sus padres, que lo hiciera. Total, pensaba la nena, ella ya había decidido contarles todo, y si se merecía un castigo lo afrontaría. Pero su familia no se merecía que ella, siendo una niña seria y decente, anduviera revolcándose con cualquier viejo que se le cruzara por su camino. Y muchas cosas más pensaba decirle a ese viejo asqueroso.
Sintiéndose bien con ella misma y mucho más segura de su persona, se fue a dar una refrescante ducha. Se vistió con un jeans; aunque no era muy ajustado, este igual hacia resaltar su figura desde la cintura para abajo. Arriba se puso una polera que también marcaba su delineada figura. Sin ser ropas sugerentes igual se apreciaba la belleza de ese hermoso cuerpo ahí debajo. Era domingo, ahora sí se iba a dedicar a sus estudios, pensaba la rica de Karen.
Fue a la cocina y se preparó comida para almorzar. Miraba de reojo hacia la ventana, no había indicios del viejo, el patio estaba vacío.
Mientras se cocinaba su almuerzo, la joven se dirigió a su habitación a buscar un libro para echarle una ojeada y así aprovechar mejor su tiempo. Desde su ventana se veía directamente hacia la piscina y la puerta de entrada de la cabaña de madera. Fue cuando sintió el motor de la camioneta del viejo.
Don Pricilo venia llagando, ya que se había dirigido al pueblo a realizar unas cuantas compras. Al no encontrar a Karen a su lado cuando se despertó en la mañana, supuso que su hembra se había ido a dormir a su camita para estar más cómoda. No estaba tan equivocado, lo que no sabía el vejete es que ahora ella no quería saber nada más del asunto y menos de él y de su destartalado y caliente catre.
Karen, poniendo cara de odio al ver pasar al viejo con unas bolsas en sus manos, cerró fuertemente las cortinas de su habitación. No quería ver nunca más a ese viejo desgraciado que se había aprovechado de ella, pensaba presa por la ira.
Una vez más tranquila, se dirigió con su libro al living de su casa y se puso a estudiar y esperar que estuviera cocinado el rico almuerzo que se había preparado.
Karen estaba concentrada en la lectura de su libro cuando sintió ruidos extraños en la puerta que daba a la terraza. Miró a través del vidrio y pudo ver ese cuerpo extraño, con el cual la noche anterior se había estado revolcando.
La joven, armada de valor y muy segura de sí misma, se dirigió hacia donde estaba la puerta que el viejo golpeaba cada vez más fuerte. Karen abrió solamente una ventana y muy secamente le dijo:
―¿Qué desea? ―Su cara era de un odio total y malsano.
―Hola, putilla, jejeje. Yo pensé que nos íbamos a quedar acostados por todo el día, mi amor, jejeje ―reía el odioso sin vergüenza.
―Don Pricilo, primero que nada, le voy a decir que yo soy una niña seria y decente, lo que ocurrió ayer entre usted y yo fue un auténtico error de mi parte. Y le voy a pedir muy educadamente que por favor no se acerque más a mi casa, hasta que lleguen mis padres. Gracias ―le dijo la nena.
Don Pricilo por un momento se sintió impresionado por la seguridad con la que hablaba esa pendeja. No se parecía en nada a la perra caliente que él se había culeado la noche anterior, pensaba el vejete. Por algunos segundos hasta se quedó sin habla. Su mente trabajaba a cien por hora, no sabía que contestar, hasta que se acordó del motivo principal de su viaje al pueblo.
―Mira, preciosa, dejame entrar para que hablemos de ello. A lo mejor podemos llegar a un acuerdo, jejeje. Acuérdate que yo se lo podría contar a tus papis, jejeje.
―¡Ni se le ocurra poner un pie dentro de mi casa! ―le dijo una sulfurada Karen―. Además, yo no le voy a abrir la puerta, y lo mejor seria es que usted agarrara todas sus cosas y se largara de esta casa, porque yo misma voy a poner al tanto de la situación a mis padres ―amenazó la descolocada jovencita al vejestorio―. ¡ASÍ QUE POR FAVOR VAYASE! ¡Y NO ME MOLESTE MÁS!
Con esto último la nena cerró bruscamente la ventana y se fue hacia el interior de su casa, dejando a don Pricilo plantado en la puerta de la terraza. Karen se sentía victoriosa, había puesto en su lugar al viejo cochino de don Pricilo. Espero unos minutos y muy lentamente se acercó a la ventana para ver que no había nadie.
Que alegría era la que sentía la nena. Ahora todo estaba en orden, ya vería la forma en que abordaría el tema con su serio y decente padre, cosa que con toda seguridad haría. Esta experiencia le serviría para poner más atención, para la próxima vez que algún viejo verde se quisiera propasar con ella. Fue a la cocina feliz, se acordó que tenía su almuerzo, el que ya estaba listo, y que pensaba devorar ya pues sentía mucho apetito. (Como no lo iba a tener, con el tremendo desgaste de su cuerpo, debido a las culeadas que se había pegado el día y la noche anterior)
Se sirvió el único plato, ya que había cocinado solo para ella. Recordó la mañana anterior cuando le había preparado desayuno a ese viejo repugnante. Que estúpida había sido, se recriminaba para sus adentros.
Tomó el plato con su comida y se dirigió al comedor. Su espanto fue tremendo cuando vio parado al lado de la mesa a don Pricilo.
―Pero, ¿qué hace usted aquí? ―dijo la nena casi horrorizada. Le temblaban las manos y todo su cuerpo.
―Tu papaíto me dio llaves de la casa, jejejeje, por si te pasaba algo y yo pudiera entrar.
―Don Pricilo, le voy a volver a decir que yo soy una niña dec…
―¡CALLATE, PUTILLA! ¡AQUÍ SOY YO EL QUE MANDO! ―le gritó el viejo.
―Don Pricilo ―dijo la nena nuevamente―, si usted quiere hablar con mis padres sobre lo sucedido, hágalo, porque yo ya decidí que yo misma…
―Mira, preciosa, hagámosla corta. Te traje un regalo. Míralo y después hablamos, jejeje.
Karen sintió curiosidad. ¿Qué clase de regalo le traía ese viejo?, pensó. Vio que el viejo sacó de su bolsillo de su camisa un CD y se lo paso. El viejo vestía los mismos bermudas y camisa floreados que el día anterior.
―Míralo, preciosa, y después hablamos, jejeje. Yo me quedare aquí y no te molestare, jejeje.
La niña dejo el plato con su comida en la mesa y se dirigió al reproductor de CD. Lo puso, sentía mucha curiosidad. Al ver que este tardaba en reproducir, ya que su edición era casera, lo adelantó un poco y le dio Play. Sus ojos y oídos no daban crédito a lo que vio y escuchó.
―Sí, sííí…, que ricooo…, sígame culeandooo…, ¡don Pricilooo!
―Sí, te seguire culiandooo…, ahora eres míaaa…, ¿escuchasteee?, ¡¡¡míaaa!!!!
―Sí, don Pricilooo…, ¡soyyy suyaaa!…, ¡¡¡soy suyaaaaaa!!!
La nena veía espantada ese video, mientras don Pricilo ya estaba sentado en la mesa devorando la comida que Karen había preparado para ella.
―¿Te gusta como salimos en la tele, putita?, jejeje.
Karen estaba de espaldas al viejo. En respuesta a su vil pregunta lo único que escuchó don Pricilo fue:
―Sniff…, sniff…, sniff…, sniff.
El viejo terminó de comerse el almuerzo de Karen, se paró de la mesa y se dirigió hacia donde estaba la joven llorando amargamente.
―¿Qué te parece, putilla?, ¿ahora nos podemos entender mejor? ―le dijo el aborrecible vejete, mostrándole su maliciosa sonrisa, y continuó: ―-Mmmm…, veo que ya no quieres hablar como lo hacías hace un rato, pero yo te lo explicaré. Tengo varias copias de ese CD. El primero lo enviaré a la congregación de Familias Decentes donde participas tú y tus papis, jejejeje. A ver qué opinan ellos ahora de ustedes, jajajaja. Otro se lo enviaré a tu tío, ósea al jefe de tu papi, jajaja. ¿Continuó?
Karen, dándose cuenta de cuál era su situación, dijo:
―No, por favor, don Pricilooo, no lo haga.
―A ver ―dijo el vejete―, y si yo no lo hiciera, ¿qué gano yo con eso, preciosura, jejeje
―Ha…ré todo lo…que usted quie…ra ―dijo la destrozada adolescente de dieciocho añitos recién cumplidos.
―Muy bien, ahora si nos entendemos… ¡QUIERO QUE TE QUITES TODA LA ROPA!… ¡¡¡AHORAAA!!!
Karen limpio las lágrimas de su cara con sus finas y blancas manitas. Miró al viejo con sus preciosos ojos azules y, muy lentamente, desabrochó el botón de sus jeans. Para luego, más suavemente, comenzar a bajar el cierre de este…
FIN CAPÍTULO 2.