Una Familia Decente Cap I

Una madre y una hija destinadas al placer. Un perverso sujeto entra a trabajar a la casa de la respetable familia Zavala. La hermosa hija de la familia pagará las consecuencias de la confianza de sus padres.

UNA FAMILIA DECENTE

CAPÍTULO 1

Los Zavala eran una familia ejemplar. Compuesta por el Ingeniero Eduardo Zavala de treinta y ocho años; su esposa Andrea Rojas de Zavala de treinta y seis y su hija Karen de tiernas dieciocho primaveras. De solidos principios éticos y morales; participaban fervientemente en una congregación religiosa dedicada a la ayuda comunitaria y a obras benéficas. Si bien esta agrupación era en esencia caritativa, también era muy conservadora; por lo que todos sus miembros debían demostrar una conducta de vida ejemplar, alejados de todo tipo de actividades y costumbres que pudieran dar que hablar al resto de la sociedad.

Andrea era fiel a estos ideales: respetable, formal y en extremo hermosa; siempre se preocupaba de mantener un atuendo sobrio y decoroso. No solo por propia convicción moral, sino por cumplir con las expectativas de Eduardo, quien le insistía que toda mujer digna, integra y decente no debía de vestir de forma escandalosa.

Su preciosa hija Karen, a pesar de su juventud, vestía igual que su madre: siempre con sobriedad y regida a las estrictas normas establecidas por su beato padre y la conservadora congregación a la que pertenecían. Esto no significaba que madre e hija debían de vestirse como monjas ni mucho menos; Sin embargo, debían preocuparse de usar ropa normal para gente de su clase, nada de mostrar más de lo estrictamente permitido.

Pese a todo, los miembros de esta familia eran felices con sus actividades y en el medio en cual se desenvolvían, además de ser muy respetados en su círculo social.

A sus treinta y seis años, Andrea se conservaba en excelentes condiciones físicas. Sin siquiera tener necesidad de ir a un gimnasio, la dama en cuestión era dueña de un cuerpo femeninamente espectacular: rubia natural, con preciosos ojos verdes, rostro de finas y exquisitas facciones, casi un metro ochenta de estatura y un par de piernas de ensueño. La hembra se gastaba un trasero muy bien hecho e imponente, soberbio, duro, paradito y carnoso. Un par de senos majestuosos, grandes y redondos pero que se adecuaban perfectamente a su cuerpo, sin caer en la exuberancia ni en lo grotesco. Tanto así que se notaba a lo lejos que debajo de las conservadoras vestimentas que acostumbraba usar existía el cuerpo de una verdadera Diosa.

Al salir de su casa a realizar algún trámite, o cuando asistía a las distintas obligaciones de la congregación, debía soportar todo tipo de miradas obscenas y murmuraciones subidas de tono. Pero Andrea no prestaba atención a esto, se conformaba con mantener su actitud de mujer de estrictos valores morales y éticos, siempre recatada, seria y decente.

De Karen, la candorosa jovencita hija del matrimonio Zavala, podemos decir que era heredera de las mismas y aventajadas cualidades físicas de su madre. Un cuerpo perfecto, un trasero exquisito como si este hubiese sido hecho para estar manoseándolo por todo el día y la noche. Las diferencias más notorias con su progenitora eran que la niña tenía el pelo oscuro y los ojos azules de su padre.

Imagínense a esta joven de candorosos dieciocho años y algo tímida, de tez blanca, carita inocente y angelical, de ojos azules, labios sensuales, de muy buenos sentimientos y educada en uno de los mejores colegios religiosos. Por lo demás ajena a todo lo referente a cosas mundanas, pues nunca le habían permitido tener novio ni salir con amigas. Sin embargo, la nombrada chica algo sabía del sexo opuesto ya que por su impresionante belleza nunca le faltaron los pretendientes, pero estos siempre fueron espantados por su sobreprotector y excéntrico padre.

De sexualidad lo único que dominaba Karen era lo aprendido en el colegio, el sexo para ella estaba hecho para practicarlo con quien estuviese profundamente enamorada una vez casada, y obviamente para procrear.

Cuando escuchaba de sus compañeras, o de su amiga Lidia, niñas que al tener otro tipo de educación, siempre le comentaban cosas o situaciones en referencia al sexo. Conversaciones que a veces la espantaban debido a su crianza; no se convencía que aquellas cosas tan terribles pudiesen ser normales, aunque en el fondo de su ser sentía curiosidad por saber más de este tema. Luego no tardaba en recriminarse ya que ese tipo de asuntos no eran para niñas decentes como ella.

Por su lado, el patriarca de la familia Zavala no era consciente del portento de hembras que tenía por familia, y si es que lo era por alguna extraña razón no le gustaba pensar en ello. Su tiempo libre lo dedicaba a actividades de la congregación de beneficencia y de caridad. Era tanto su afán de estar siempre participando que llegaba a caer en el fanatismo. Todas sus decisiones personales las consultaba con orientadores de dicha congregación. Eduardo desconocía que esta situación podría desencadenar eventos nefastos para su familia, y que tales sucesos los terminarían pagando Andrea, su bella esposa, y Karen que, por su inocencia, candor y hermosura, sería el primer blanco para los infames acontecimientos que se avecinaban.

Cambiando un poco de perspectiva, en el plano íntimo del feliz matrimonio, o más bien dicho en lo concerniente a lo que era el sexo entre Andrea y Eduardo, podemos decir que era casi normal, lo de siempre y un poco escaso a lo mejor. Dos o tres veces al mes era lo suficiente para el señor Zavala, ya que consideraba que el contacto íntimo no era importante para la relación conyugal, el sexo para él era algo obsceno y sucio, e intentar hacer algo novedoso en los momentos en que lo practicaban era faltarle el respeto a su esposa.

Andrea ya estaba acostumbrada a esta situación y siempre estaba dispuesta para su marido. Cuando él la buscaba para estos menesteres, era siempre lo mismo: posición del misionero, menos de diez minutos de pobre pasión y a dormir.

En una ocasión, en un arranque de pasión y fogosidad intento practicar otro tipo de posición, algo normal dentro de la relación de cualquier pareja, lo que le costó una seria reprimenda por parte de su esposo en el mismo momento del acto.―Eso no es para matrimonios decentes como el nuestro―le había dicho Eduardo en la oscuridad de la habitación, y no tuvo mejor ocurrencia que enviarla a unas clases de orientación familiar que duraron dos meses. Con eso, la bella mujer ya no quiso tratar de innovar en su vida íntima, pero a pesar de todo, ella igual se sentía feliz con su apuesto esposo, ya que se sentía muy enamorada.

¡Qué desperdicio!, tener por esposa a una hembra con cuerpo de Diosa, con curvas endemoniadas y de belleza absoluta, tenerla tendida en una cama, con la luz apagada, con un grueso camisón de dormir que le llegaba más debajo de las rodillas y que para tener sexo se lo tenía que subir hasta la cintura, en silencio, nada de palabras subidas de tono, sin besos y sin caricias.

Y para vestirse, cada uno por separado en la soledad del baño que tenían para ambos, porque verse desnudos era algo sucio, inmoral y un montón de pelotudeces más según afirmaba Eduardo. Para Andrea eso estaba bien, lo veía normal; si el hombre que Dios había elegido para ser su esposo pensaba de esa manera, ella no podía hacer más que secundarlo.

Así vivía la feliz familia, sin preocupaciones.

Su lugar de residencia estaba ubicado en las afueras de la ciudad en un sector donde solo vivían gentes adineradas y de elevado estrato social. La vivienda en cuestión era una autentica y lujosa casona, edificada con terminaciones rusticas de acuerdo al gusto del matrimonio, muy amplia. De dos pisos, contaba además con espaciosos jardines muy bien cuidados y mantenidos, con una gran piscina incluida.

Al contrario de todo ese lujo, en el fondo del patio trasero y tapada por unos frondosos árboles, existía una precaria casucha de madera que en un principio había sido levantada para el uso de los jornaleros que trabajaron en la construcción de la casa. En esta ahora vivía don Pricilo, un señor de sesenta años que después de enviudar había aceptado trabajar para el señor Zavala en su casa, para labores del jardín y otras tareas similares.

El pobre viejo había perdido todo debido a malas decisiones en su negocio y hacia poco su mujer había enfermado y fallecido. Pero la verdad sea dicha, Eduardo no era un hombre solidario, pues su verdadera intención tras aquella muestra de caridad se debía a su imperiosa necesidad de ser valorado en su círculo social. Pricilo era parte de la congregación por lo que el dueño de casa pensó que sería buena idea que todo el mundo supiera que él le ayudaba. Nunca pensó que esa falsa solidaridad lo llevaría a cometer el error más grande de su vida.

El viejo, sin embargo, de trabajador y religioso no tenía nada, solo a veces participaba en la congregación porque su difunta esposa prácticamente lo obligaba. Había malgastado los ingresos del negocio, herencia de su mujer, en irse de parranda y con putas. Era además asiduo a casas clandestinas de apuestas, en donde había contraído enormes deudas económicas. Sus amigos de aquel ambiente le tenían paciencia, el viejo era conocido y respetado, además que siempre había pagado, pero en el último tiempo, una vez cerrado su negocio, se estaba demorando mucho en cumplir.

Claro está que el señor Zavala, hombre respetable y decente como él decía ser, desconocía esta oscura parte de la vida de don Pricilo. Por lo mismo, cuando lo vio en la congregación intentando conseguir un préstamo de dinero para saldar parte de sus deudas con los prestamistas y casas de azar, no dudo en ofrecerle trabajo.

Para don Pricilo, la última preocupación que tenía en su vida era la de buscar trabajo, no le interesaba. Pero cuando vio a Eduardo a la salida de la congregación, parado frente a él con ese par de imponentes hembras hechas a la perfección, madre e hija, casi le da un infarto al pobrecito con solo ver a las dos féminas y sus escandalosos atributos físicos.

Lo primero que pensó el detestable viejo fue―: ¡Pero que buen par de hembras… que putas!―, y sintió como se le empezaba a parar la verga, solo con el hecho de estar mirándolas.

Ellas, madre e hija, desconocían los desquiciados pensamientos que tenía el viejo Pricilo. Lo miraron como un pobre señor que se había quedado solo en la vida, y que ellos, como la buena familia que eran, debían de ayudarlo; no fuera que por su triste soledad, al viejito le pasara algo.

Así estaba, embelesado, el viejo Pricilo, mirando estas inocentes criaturas, desnudándolas con su lujuriosa mirada, sonriente y casi babeando. Ni siquiera escuchaba lo que decía Eduardo, solo asentía y balbuceaba; de pronto cayó en la cuenta que en la propuesta laboral él se debía ir a vivir a la casa de la familia, en una casucha abandonada que tenían al fondo del patio. El canalla aceptó encantado el acuerdo y, una vez hecho el trato, a los tres días se mudó a la cabañita de madera.

Don Pricilo había ansiado llegar a instalarse en esa casa desde el primer minuto en que entendió la propuesta laboral. Deseaba admirar a gusto a las mujeres de la familia, aprovechando que a veces Eduardo, por motivos de la congregación religiosa, debía salir de la ciudad los fines de semana; tiempo que él tendría de sobra para estar solo con ese par de Diosas. Ellas, por ser tan buenas de corazón, no se imaginaban los planes que tenía el viejo, aunque por el momento solo fueran fantasías.

Y así pasaron días y un par de meses de ensueño para el ardiente y degenerado vejete, pero todo deseo tiene un límite de aguante. Fue una tarde en que el viejo terminaba sus tareas diarias, en que se puso a observar detrás de su ventana como madre e hija conversaban en la terraza bebiéndose un vaso de limonada cada una, don Pricilo no podía escuchar la conversación, pero tenía vista privilegiada desde su rancha para admirar a las dos encomiables mujeres.

Andrea vestía con ropa de casa, que a pesar de su sobriedad marcaba perfectamente la esbeltez de su figura. Mientras que Karen lucía un vestido de verano un poco más holgado, de igual forma ambas beldades se veían sencillamente fascinantes.

En esto estaba el viejo cuando las mujeres conversando en forma despreocupada se acercaron a su miserable barracón, el viejo ya estaba a full, sentía las tremendas ganas de masturbarse. Al examinarlas se decía―: Pero que buenas hembras que se gasta este Eduardito―, mientras bajaba su pantalón y sacaba su oscuro y largo miembro para comenzar a friccionárselo a la vez que devoraba ocularmente a las hembras de aquella casa.

En tanto madre e hija, totalmente ajenas a lo que ocurría al interior de la casucha del jardinero, solo reían inocentemente. No se daban cuenta que solo a tres metros de ellas se encontraba el viejo Pricilo escondido detrás de la ventana pajeandose como poseído en honor a ellas.

El viejo no se explicaba porque lo calentaban tanto ese par de mujeres, si solo conversaban, aún con ropa lo excitaban hasta la locura.

El viejo fantaseaba como sería si las viera desnudas; el solo imaginárselas encueradas casi lo hizo eyacular, pero se contuvo para seguir disfrutando da la masturbación que se estaba pegando. Lo extasiaba tener a semejantes ejemplares femeninos tan cerca de él, y lo que más lo calentaba era el saber que tales portentos de mujer eran madre e hija.

Fue ese el momento en que lo pensó y llegó a la conclusión que las deseaba demasiado, necesitaba poseerlas, costase lo que costase, a las dos, juntas o por separado, pero iba a mantener sexo con ellas sí o sí; y si era necesario violarlas, lo haría, aunque fuera a dar a la cárcel bien valdría la pena, pensaba el viejo.

Era patética la escena que se vivía en la casa de la familia Zavala. Un viejo sesentón con los pantalones bajados hasta las canillas y masturbándose escondido detrás de una ventana, mirando a dos hembras encamables, divinas y ricas, conversando inocentemente, sin imaginar que el viejito a quien ellas y el jefe de hogar llevaran a vivir con ellos para ayudarlo, en ese mismo momento, se masturbaba, y a la vez planeaba y decidía el momento en que las cogería. ¿Quién sería la primera?, la madre, Andrea, o a la hija, Karen.

Don Pricilo estaba afanado masajeando su tranca, cuando Karen inocentemente se estiró de perfil hacia donde él estaba; el viejo pudo dimensionar su perfecta silueta, su curvilínea figura, lo que hizo que al viejo jardinero se le juntara una buena cantidad de espuma en la boca ante tan impactante visión. Aquella impresionante y estupenda mujer era la niña de la casa, ―¡Karencita!, ¡Pero que par de tetas!,―se decía el viejo para sus adentros al estar imaginándolas al desnudo y de lo duritas y suaves que debían ser,― ¡qué cuerpo más rico!, ¡Ooh, que culo más bien hechito que se gasta esta niña!―. El indecente viejo se lo veía grande y paradito, perfecto como a él le gustaban.―¡Aah…! ¡Aah!,―gemía mientras se concentraba en la parte más sagrada de aquella niña-mujer, su vagina; se preguntaba como la tendría, ¿peludita o sin pelos?, ¿apretadita?, ¿olorosita?, ―¡Aah, Aaah…!,―sufría en silencio.

Con estos pensamientos el viejo ya no daba más de calentura y empezó a balbucear para sus adentros: ―Ay mi niña… ay mi niña… meee voy a… a… a ¡c… co… coorreeeeerrrr…! ¡Aaah tomaaaaaa!, ¡tomaaa!―balbuceaba el asqueroso viejo en los momentos en que se la imaginaba metiéndole su verga,― ¡Kaarennnccitaaaaaaaaaa!―gritaba en su mente,― ¡Toma puta de mierdaaaaaaaaaa!―. El viejo estuvo eyaculando hasta que le salió la última gota de semen. Dejó toda la pared de madera debajo de la ventana de su casucha llena de sus asquerosos fluidos.

―¡Pero qué buena que esta la putita!―se dijo don Pricilo sentado ya más calmado, descansando de la chorreante paja que se acababa de mandar. Y como si el destino estuviera a su favor, al agudizar el sentido del oído, escuchó parte de la conversación entre madre e hija.

―No mamá, no te preocupes, si yo estaré bien. Además que así aprovechare de estudiar para el examen de ingreso que me exigen en la Uni…

―Pero Karen, hija, tú sabes que a tu padre no le gusta que te dejemos sola en casa… acuérdate que estaremos fuera por seis días.

El viejo Pricilo no lo podía creer, la niña Karen se quedaría por casi toda una semana solita en la casa, o sea… ¿con él?― ¡Jejejjejeje!, ―reía el aborrecible viejo.

―Sí, mamá. En la mañana hablé con él y me dio permiso de quedarme, pero con la condición que estuviera en todo momento con mi celu encendido para que así él me pueda llamar y estemos en contacto… Además dijo que hablaría con don Pricilo, para que estuviera atento por si yo necesitara algo…

―¿Queeeeeeeeeeé?―se dijo el viejo,― y todavía piensan en dejármela a cargo… ¡¡¡jajajjajajajjajaja!!!―reía el viejo por tener tan buena suerte, mientras sentía como se le volvía a parar la verga.

―Mmmmm… bueno, pero no me gusta que abusemos de don Pricilo, él es tan atento con nosotros, tan preocupado y trabajador, así que hablaré con tu padre para que le cancele un dinero extra por hacer que tenga más responsabilidades de las que ya tiene.

―Sí, que bien. Así yo me sentiré más segura de pedirle algo, si es que lo necesito…

―No te preocupes, hija. Hoy le diré a Eduardo que hable con don Pricilo ya que solo faltan tres días para el viaje. Nos iremos el sábado en la mañana temprano y llegaremos el próximo jueves en la noche.

―¿Y cuántas familias irán a la junta anual de la congregación? ―Fue lo último que escuchó don Pricilo cuando vio alejarse a las dos adorables mujeres.

Madre e hija caminaron hacia la casa grande. El viejo las perdió de vista cuando entraron en ella.

Fue el destino quien lo decidió, meditaba don Pricilo. ―¡Esa hembrita va a ser mía!, ¡la convertiré en mi mujer!, ¡en mi putaaa!,―pensaba el viejo eufórico ante tales ideas y desde ese momento ya comenzaba a urdir el plan para poder violarla a su cochino antojo.

Lo que más le calentaba al viejo era la carita de inocencia que tenía la tierna joven de dieciocho años, pues sabía que sería fácil engatusarla debido a la inexperiencia de la nena en temas relacionados con el sexo; o deseos carnales, como los llamaban aquellos puritanos hombres y mujeres que pertenecían a la conservadora congregación. Pero él se encargaría de despertarlos, tenía que tener paciencia, aún le quedaban tres días para planear todo.

El viejo se fue a tirar a su viejo y sucio camastro al interior de su habitación, se tiró a descansar y decidió que no se masturbaría pensando en sus mujeres (término que el viejo ya hace un par de semanas había empezado a utilizar para referirse hacia Andrea y Karen),― le juntaré todos mis mocos para echárselos al interior de esa apretada conchita que debe tener la muy puta, ¡Ja!―. Así el vejete cayó en un profundo sueño mientras imaginaba el desnudo cuerpo de la hermosa jovencita.

Fueron los tres días más largos vividos por el viejo Pricilo. Ansiaba que llegara el día sábado, momento en que por fin quedaría a solas con Karen.

El viejo sabía que no podía entrar a la casa grande, era inteligente, entendía que no debía mostrar abuso de confianza. Tenía que seguir fingiendo ser el sacrificado trabajador que vivía en su ranchito de atrás, agradecido de su patroncito que lo había ayudado en los momentos difíciles.

―Total―pensaba el viejo, ya habría tiempo más adelante para aquello, por ahora su interés apuntaba a Karen. Planeaba como se llevaría a la joven hasta su cochino e inmundo catre al interior de su casucha; pues era ahí donde pretendía violarla el desalmado y convertirla en su mujer.

El jueves en la tarde, don Pricilo se encontraba limpiando la piscina, pensaba en todo el sexo que iba a tener con la inocente morenita en los seis días que se la estaría violando.―Que tremendas culeadas que le voy a pegar Dios santo…―se decía el vejete muy excitado por todas las indecentes imágenes que le reproducía su mente con Karen al desnudo y en distintas posiciones. Fue en eso que vio salir de la casa a Andrea, la otra ninfa en que también estaba interesado. Rápidamente intentó calmarse y fingió no darse cuenta de la presencia de la señora de la casa. Seguía trabajando con naturalidad cuando la mujer al verlo no lo pensó dos veces para acercarse a él y entablar una amistosa conversación.

Pricilo no lo podía creer, llevaba más de dos meses trabajando en aquella casa y siempre mantuvo la distancia con Andrea y Karen; con el que hablaba de trabajo y hacia los tratos era con Eduardo, el marido de esa Diosa, su jefe. No era que ellas lo esquivaran, simplemente no se habían dado las ocasiones y el viejo era cauteloso. Se había sabido ganar la confianza de ellos pero ya era el momento de actuar, pensaba para sí.

―Hola, don Pricilo. ¿Cómo está?, ¿trabajando como siempre? ―le dijo Andrea, dedicándole una de sus más hermosas sonrisas.

El viejo empezó a sudar. Ver esa despampanante mujer rubia: de mirada verdosa, dueña de un cuerpo hecho a mano, de tetazas exquisitas, de un culo perfecto y elegante; y el saber que se dirigía a él, que estaba acostumbrado solo a tratar con putas de baja calaña, era demasiado para él. Casi se cae a la piscina de la impresión, y más aún, cuando Andrea al llegar a su lado se le acercó y lo saludó con un fresco besito en la cara, justo en la parte que el vejete tenía llena con verrugas.

Pricilo se sintió el más dichoso de los machos al oler su fragancia a hembra limpia y situar su asquerosa mano en la fina cintura de la elegante y decente mujer.

En el momento de recibir el amistoso beso al caliente viejo se le puso como fierro la verga. No era para menos si al inocente saludo le sumaba sus recientes y lúbricas ensoñaciones con el cuerpo de la hija de la recién llegada.

―Hooolaa, señora Andrea―saludó el viejo Pricilo entre caliente y emocionado―. Estoy terminando de limpiar la piscina, por si la niña se quiere bañar con alguna amiga el fin de semana.

―No se preocupe, don Pricilo―le dijo Andrea―. Karen no tiene amigas que vivan cerca, además nosotros no usamos la piscina. Usted sabe lo que pensamos en nuestra congregación, solo la tenemos para refrescar el ambiente en verano.

―Sí―contestó el viejo―. Pero ya sabe, señora Andreíta, como son estas jóvenes de hoy…

―¿Habló mi marido con usted por lo del viaje? ―le consultó la rubia sin darle importancia a lo que le decía el jardinero.

―Sí pues, y no se preocupe, porque yo estaré aquí atento a lo que pueda necesitar la señorita  Karen, jejjejejje―reía el viejo en forma abominable, porque la inocente madre ni se imaginaba que él tenía planeado acostarse con su hija mientras ellos estuvieran ausentes.

―¡Ah!… ¡qué bien!, y que considerado es usted, don Pricilo ―le dijo Andrea, dándole un afectuoso abrazo de agradecimiento, por ser tan atento con ellos.

El viejo ya no aguantó más y se arrimó al abrazo de esa tremenda diosa hecha mujer y le refregó su tranca en su vientre, tratando de acercárselo a su exquisita hendidura.

El inocente abrazo no duró más que un momento, pero para el jardinero fue una eternidad. ¡Qué rica estaba la rubia!, con esos ojos verdes intensos, con esas tetas perfectas, grandes y duras que acababa de sentir aplastarse contra su pecho.

Al separarse Andrea sonreía. Era un gesto afectuoso, encontraba simpático al tierno viejito. La rubia era tan inocente y de tan buenos sentimientos que no sintió o no le dio importancia a la dureza que percibió en su bajo vientre al momento de abrazarlo; tampoco se fijó en que tenía parada la verga, ni como en ese momento hacia leves pulsaciones sobre el asqueroso pantalón.

Pricilo, todavía sorprendido por el abrazo que acababa de recibir de Andrea, su otra futura mujer según el odioso viejo, solo la observaba imaginándola desnuda. ―¿Cómo se verá sin nada de ropa? ―cavilaba el viejo imaginándola ahora con sus bellas piernas bien abiertas e invitándolo a subirse en ella.

En un momento, el viejo pensó en agarrarla a la fuerza y violársela ahí mismo, forzarla y cogérsela para descargar en su interior todo el semen acumulado en esos días, pero se contuvo.

―¡Nooo! ―se dijo el vejete para sí. La dueña del semen que cargaba en sus hediondas bolas era Karen, la niña de la casa, de dieciocho años recién cumplidos. Así lo había decidido y así sería; ya habría tiempo de gozar con la rubia y decente mujer en otros momentos.

Intercambiaron un par de palabras y la rubia se tuvo que retirar, porque al interior de la casa sonaba el teléfono.

Ahí quedó Pricilo, todo caliente mirando la retirada de la señora Zabala. El viejo le miraba el culazo que se gastaba, como movía las nalgas en forma cadenciosa, qué perfecto lo veía desde donde él estaba. Le sorprendió el parecido que tenía Andrea con Karen, su hija; solo se diferenciaban en que Andrea tenía el pelo rubio mientras que el de la niña Karen era oscuro, aparte la madre tenía sus ojos verdes y la hija azules.

Con estos atributos físicos el viejo pensaba―: ¡Pero qué gusto que me voy a dar con este par de putas cuando me las culée!, ¡cuándo les reviente la concha con mi verga!, ¡jajajaja! ―reía el siniestro y pervertido jardinero―. Si más que madre e hija… ¡parecen hermanas!―terminó filosofando el viejo Pricilo.

En esos momentos la joven y virgen Karen se encontraba en su habitación, tendida en su cama; al frente tenía su escritorio con una silla que la nena usaba para estudiar. La pieza era sobria, nada de posters de algún Rock Stars, nada de fotografías de cantantes o actores de moda, a la jovencita no le llamaban la atención ese tipo de cosas.

Sus intereses se centraban en los estudios y en actividades de la congregación benéfica en la que participaba activamente junto a sus padres.

Pero algo raro estaba pasando en ella y en su cuerpo. ―¿Qué será esto que otra vez estoy sintiendo? ―se preguntaba en ese mismo momento.

Algo había aprendido en el colegio acerca de la menstruación, también su madre se lo había explicado, aunque muy superficialmente ya que esos temas no se trataban tan abiertamente en el seno familiar según lo dictado por el patriarca de la familia.

Pero esto era distinto y no se atrevía a hablarlo con su madre, pues estaba segura que no era nada bueno. Algo había escuchado en una de las charlas de su congregación acerca de los vicios y placeres de la carne. ―¿Será eso lo que siento? ―se preguntaba la joven.

Lo venía sintiendo desde hace un par de semanas, cuando una noche se despertó toda sudada sintiendo como unas leves pulsaciones recorrían su vagina. Se había asustado, y aún no sabía lo que le pasaba, se daba cuenta que inconscientemente sentía unas tremendas ganas de abrirse de piernas. ―¡Pero no! ―se decía la nena, eso no era bueno, no era de niñas decentes pero, ¿por qué sentía esas exquisitas ganas de abrirse de piernas de la forma más escandalosamente posible?, se preguntaba Karen.

Recordó también que esa fatídica noche no pudo dormir. Los desesperantes deseos de abrirse y encogerse de muslos habían amenazado con superarla; por gracia divina su fuerza interior, resultado de su estricta educación, le ganaron la batalla a esas infames aunque ricas sensaciones.

Karen estaba en estas ensoñaciones cuando sintió un suave hormigueo en su fina y delicada abertura intima. ―¡Oh!, ¡otra vez no! ―se dijo la hembrita en el momento en que otra vez se vio asaltada por aquellos extraños fenómenos físicos. Por más que intentó pensar en otras cosas, más se acrecentó el rico cosquilleo atacando su sagrada e inmaculada hendidura.

―¡Ooooh! ¡Dios mío!... ¡¿Pero qué es lo que estoy sintiendo?! ¡Se… se siente tan ricoooo! !Aaah!... ¡Aaah! ¡Aaaaaah!―balbuceaba sin poder contenerse cuando las ricas sensaciones se fueron transformando en deliciosas pulsaciones, ahí, al interior de su delicada rendija de carne.

De un momento a otro Karen se paró de su cama como desesperada. No sabía qué hacer. Se miró al espejo, examinó su bello rostro, con su alisado cabello negro peinado hacia un lado de su carita; su faz se enmarcaba exquisita a través del espejo, sus hermosos ojos azules tenían un brillo raro, su tez blanca contrastaba con el rojo purpura de sus labios. Se sentía extraña.

Volvió a su cama e intento calmarse, pero no podía, su cuerpo ya era un mar de sensaciones nuevas para ella. Le vinieron nuevamente las desesperantes ganas de abrirse de piernas, ¡pero no podía! ¡No debía hacerlo!, pensaba Karen, interponiéndose a los imperiosos deseos de la naturaleza.

Su vestido de una pieza ya se le pegaba a su exquisito cuerpo debido al exceso de calor que la había invadido. ¿Y si se quitaba el vestido?

Decidió quitárselo. A lo mejor así se le pasaba esa extraña desesperación, que ya recorría todo su curvilíneo cuerpecito y que se centraba en el punto neurálgico de su persona; una cuarta más abajo de su ombligo.

Lentamente se quitó la prenda sentada en su cama. Una vez en ropa interior se recostó nuevamente y se dio a contemplar su espléndido cuerpo lleno de curvas. Nunca se había interesado en admirar su figura, pero ahora era distinto.

Karen no era consciente del exuberante cuerpo que se gastaba, heredado de Andrea su madre. Tampoco se daba cuenta de las obscenas miradas que los del sexo opuesto le daban a su anatomía. Era deseada por profesores, amigos, conocidos, viejos, jóvenes y por más de alguna fémina que, contrariando las leyes naturales, no se resistía y admiraba en forma lujuriosa ese cuerpo de diosa con carita angelical tan lleno de vitalidad que poseía la joven. Sin embargo, la inocente morena no se daba cuenta de esto debido a su estricta educación.

En las oportunidades que asistían junto a su madre a la conservadora congregación en donde participaban junto a su padre, ambas eran objeto de lascivas miradas. No se percataban que siempre eran los hombres los que se acercaban a saludarlas, siempre muy afectuosamente, incluso hasta en la presencia de su mojigato padre; quien, inmerso en sus obligaciones para la congregación, no se daba cuenta de las calientes miradas y los no tan inocentes abrazos y roces del que eran víctimas su mujer y su hija. O, a lo mejor, el señor Zavala no quería darse cuenta.

Pero nadie se atrevía a dar un paso más allá, porque todos conocían a la familia de Eduardo Zavala y era una familia decente.

Lo que nadie se imaginaba era que en la misma casa de esta noble familia estaba el hombre que si se atrevería a ir más allá de lo permitido, y que ya se preparaba para degustar tan exquisitos manjares. Este hombre ya lo conocemos, es don Pricilo, un asqueroso viejo de sesenta y tantos años que estaba dispuesto a jugársela hasta el final por hacerse para el solo a estas dos hermosas mujeres, madre e hija. Y es que su desequilibrada mente ya se imaginaba el estar acostado con ambas hembras desnudas a su lado, abrazándolo y besándolo; y, porque no, besándose también entre ellas según sus propias exigencias.

Eduardo, el padre y esposo, por ahora estaba más preocupado de andar haciendo el bien por el mundo que por su familia, o eso le parecía a todo el mundo.

Volviendo a la habitación de Karen, la chica ya se encontraba semi desnuda recostada en su cama, luchando contra las placenteras sensaciones ya descritas.

Inconscientemente la niña comenzó a tocar su piel a la altura de su vientre, al primer contacto sintió como se le erizaban todos los bellitos de su cuerpo, incluso los de su virgen y delicada vagina, y un rico escalofrió la invadió por unos instantes.

Se dio cuenta que mientras más bajaba su fina manita hacia su zona intima, más se le aceleraban los latidos de su corazón, acompañados de esa enloquecedora necesidad de abrirse de piernas. Fue en esa situación que sintió el primer golpe de corriente en el interior de su tajito. ―¡Aaah! ¡Oooooooh!... Pero, ¿qué fue eso Dios mío? ―pensó la chiquilla, ya con su respiración totalmente agitada―. Fuueeee algo riiiii… coooooo…―se dijo ya presa de oleadas de placer que se venían avasallantes.

Inmersa y concentrada en las ricas pulsaciones que atacaban la tierna fisura que se encontraba justo en medio de su cuerpo, se fue abriendo de piernas suavemente, no alcanzó a abrirlas totalmente cuando se vio a sí misma y se dijo con sus ojitos cerrados:― Para Karen… esto no se hace. ―No obstante, los ricos cosquilleos, punzadas y pulsaciones continuaban atacando implacablemente su vagina.

―Pero qué rico que estoy sintiendo ―decía la niña―. ¡Aaaah! ¡Mmmmm!…¡Qué riiiiiicoo! ¡Quueeeé riiiiicoooo! ¡Aaaaah… peee… rooo… nooooo... deeee… boooo… haaa… ceeeer… loooo! ¡Aaaaaah! ¡Mmmmmmm!

Sus hermosos ojos azules ahora miraban fijamente hacia el techo. Todo era nuevo para ella. Volvió su atención hacia su vagina y se dio cuenta que su pequeña pantaletas de color celeste estaba humedecida por un extraño líquido. No se asustó; sino que en un acto de auténtico instinto fue deslizando su mano desde su ombligo hacia la zona prohibida para ella. Temblaba de nervios por acercarse y sentir lo desconocido. Bajó su mano hasta la altura de su pequeño calzoncito, ya todos mojados por la cantidad de jugos que destilaba su inexplorada zorrita.

Estaba expectante, no sabía qué hacer, ¿qué parte venía ahora?

En un segundo decidió que lo mejor sería quitarse la pequeña pieza de ropa que cubría su pequeño triangulo; así a lo mejor no sería tan malo, pensó la dulce criatura que sin saberlo ya hervía de calentura.

Lo hizo antes de que se arrepintiera; tomó su fina prenda por ambos lados, subió un poco sus caderas y los deslizó hacia abajo, recorriendo sus bellas piernas se los sacó y los dejó muy bien dobladitos en una silla cercana a un costado de la cama. Luego se sentó y destrabó el fino sujetador dejándolos también en la misma silla, liberando ese par de tetas que estaban para comérselas, grandes, duras, ricas y paraditas.

Se recostó nuevamente. ¿Y ahora qué? se preguntó la nena con el nerviosismo de la calentura predominando en su cuerpo.

Que espectáculo más maravilloso era contemplar aquella Niña-mujer, a Karen, recostada en su cama totalmente desnuda en la soledad de su habitación. Un cuerpo perfecto, juvenil, acompañado de una inocente y angelical belleza. Con un buen par de tetas que apenas se mecían suavemente con los movimientos de la joven. Eran unos pechos esplendidos, con pezones rosaditos, que ya estaban erectos por el inconsciente enardecimiento carnal que sentía su dueña. Todo heredado de Andrea, su hermosa madre.

Desde su estómago hacia abajo el panorama era enloquecedor. La dulce jovencita ya estaba con sus blancas y bellas piernas semi abiertas. Desde su ombligo hacia abajo se veía una zona pélvica espectacular, apenas sombreada por unos escasos y finos pelitos negros que, al contrastar con la blancura de su cuerpo, podían volver loco a cualquiera que viese semejante espectáculo.

―¡¿Pero que estoy haciendo?!―se preguntó Karen, con sus ojos cerrados―. Es que se siente tan riiiiii…coooooo… ¡Mmmm!―balbuceó, llevando su cintura a menearse lujuriosamente hacia adelante.

Ese pensamiento y ese movimiento fueron el inicio para lo que se vino a continuación: Inocentemente la niña llevó una de sus manos a su afiebrada vagina y pasó lo que tenía que pasar, ¡explotó!

Al primer contacto de su mano con su virginal abertura, la nena instintivamente se abrió completamente de piernas. Subió su otra mano para agarrarse una teta y empezó a masajearla suavemente. Sintió por primera vez oleadas de placer puro y nuevo para ella.

A los pocos minutos de estar disfrutando de tan gratas sensaciones la niña empezó levemente a menear sus caderas en forma ondulatoria.―¡Mmmmmm! ¡Aaaaah!... ¡qué ri… cooooo! ―gemía Karen, mientras seguía el manoseo sobre su propio cuerpo.

Llevaba unos 10 minutos de rico disfrute sin que nadie la interrumpiera, cuando sintió que su cuerpo le exigía aún más; instintivamente se empezó a menear más fuerte. El lecho de la nena ya había comenzado a crujir con ese erótico sonido que se siente en una cama ante los severos movimientos de sube y baja que hace una mujer necesitada con sus caderas.

Ya no era normal la forma bestial en que se había comenzado a masturbar la jovencita de tiernos dieciocho años. Su mano derecha hacía desquiciantes círculos en su vagina, mientras su mano izquierda amasaba sus tetas y las apretaba salvajemente.

Karen no era consciente de la gran pajeada que se estaba dando. No sabía que aquello se llamaba masturbación; lo que si sabía era que le encantaba. Sus movimientos y meneadas eran de auténtico instinto animal. Sus hermosos ojos azules estaban totalmente abiertos; parecían estar concentrados en algún punto del techo de la habitación, y de sus finos y delicados labios emergían delirantes gemidos.―¡Sshaaah! ¡Ssshaaaah!... ¡Ssshaaaaaah! ¡Ssshaaaah!―. En tanto su manita no paraba de hacer rápidos círculos en su virgen conchita otorgándose así unas ricas sensaciones nunca antes sentida por ella.

Sus bellas piernas ahora si que las tenía totalmente abiertas, dejando ver en plenitud su rica grieta íntima; se notaba apretadita, rica y exquisita. Sus dedos no se los metía dentro, ya que con el solo tacto sobre sus olorosos labios vaginales era suficiente para sacudirse en placenteras oleadas de disfrute sexual.

Que hermosa escena se vivía en esa habitación, una hermosa hembra de apenas dieciocho primaveras masturbándose como la más vil de las putas. Sus rodillas estaban tan flexionadas que hasta casi tocaban sus hombros y rozaban también sus esponjosas tetas; para ella estar en esta posición era lo más rico que había sentido en su vida.

De pronto la nena notó que al acelerar los movimientos circulares con sus dedos, ahí sobre su vagina, se acercaba algo que la hacía estremecer aún más, por lo que aplicó más velocidad al menester de sus dedos, el instinto le decía que así debía ser.

―¡Ahhhhhhh! ¡Shaaah! ¡Aaah! ¡Ssshaaaaah!―gimió cada vez más fuerte. El primer orgasmo de la jovencita ya se acercaba.―¡Ssshaaah! ¡Ssssshaaaaa!― El clímax ya estaba a punto.― ¡Ssshaaah! ¡Ssshaaah!...―. Ahora la nena sí que ya estaba al borde.― ¡Aaaaaaaaaaaah! ¡Aahhhha! ¡AAAhhhhhhh! ¡Qué… riiiiiiiicooooooo!...

Era su primera vez y lo sintió desquiciante y fenomenal. Su cintura se meneaba como loca en una serie de movimientos circulares y no podía dejar de gritar.―¡Ricooo! ¡Ricoooo! ¡Ricooooo!―. Sus caderas se elevaron casi medio metro sobre el nivel de la cama, siempre meneándose circularmente y haciendo movimientos como de arremetidas contra algo, algo que no estaba ahí. Le daba la impresión que su tajito se contraía, como si quisiera cazar algo y comérselo por ahí mismo; a la vez que expulsaba una abundante cantidad de jugos vaginales. Era tal la cantidad que la joven pensó que se estaba haciendo pipí, como cuando era una niña pequeña.

Mientras seguía disfrutando de aquellas placenteras sensaciones orgásmicas, en el fondo de su ser, sabía que su apretada vagina tenía que cazar algo. Ella debía atrapar ese algo y succionarlo; pero no sabía lo que era, ni cómo conseguirlo.

Por fin cayó desplomada en la encharcada cama, con sus hermosos ojos azules semi cerrados. Su carita y facciones angelicales se entremezclaban con la de una verdadera viciosilla, con una leve tonalidad rosácea en sus mejillas.

Con una manita puesta en su fina pero mojada hendidura y la otra agarrándose una teta, se durmió feliz, sin darse cuenta de lo mojada que estaba su cama.

Karen durmió profundamente en su cama; lo hizo desnuda, toda desarbolada ante la excitante masturbación que se había mandado, casi una hora se había estado dando ella solita. Ahora, en la pasividad de su cuarto, era ver un ángel dormido.

Su cuerpo era perfecto. Sus tetas ricas y precisas, del tamaño justo para su cuerpo. Sus bellas piernas aún las mantenía abiertas. Su apretada vagina la mostraba con toda crudeza y hermosura, se le veía rosadita y sombreada por esa escasa y fina capa de pelitos sedosos bien oscuritos. Karen era blanquita, así pues sus suaves pendejitos negros y brillosos contrastaban con la tonalidad de su piel.

Se despertó en esas condiciones y recordó lo acontecido. Se extrañó de lo que había hecho, no sabía qué era eso tan rico y exquisito, menos que se llamaba masturbación, pues nunca nadie le habló de ello. No se arrepintió y decidió que lo volvería a hacer en alguna otra oportunidad y sin preocupación alguna se fue a dar una refrescante ducha.

Y así paso la semana, sin alteraciones para la decente familia. No así para el viejo Pricilo, que se dedicó a pensar cual sería la mejor forma para encamarse con Karen, la hermosa criatura de tierna edad, hija del matrimonio Zavala Rojas.

Karen dormía serenamente en su camita, ataviada por su largo camisón con el cual acostumbraba dormir. El sueño de la dulce adolescente era sencillamente apacible.

Era día sábado cerca de las nueve de la mañana, sus padres se habían ido al retiro de la congregación por seis días, por lo que la niña gozaría de la tranquilidad de su hogar por casi toda esa semana, la cual pretendía aprovechar para estudiar.

Karen pensaba en repasar sus libros todo el día, ya que el próximo miércoles debía rendir un examen para poder ingresar a la Universidad, motivo principal por el cual no acompaño a sus padres.

En el patio de la casa, justo al lado de la piscina, se encontraba don Pricilo. El jardinero repasaba las siniestras intenciones que tenía pensado concretar ese mismo día a sabiendas que tenía todo el tiempo del mundo para llevarlas a cabo.

Provocó un sonido ensordecedor. La máquina generadora de corriente estaba en perfectas condiciones, pero el viejo simulaba practicarle mantención. Su intención era que Karen se despertara y saliera al patio para poder abordarla y así poder arrastrarla hasta su inmundo catre, al interior de la casucha del fondo del patio.

Y lo consiguió, la niña se despertó por el estruendo. Se sentía tan bien ese día que se levantó en el acto, miro por la ventana de su habitación y vio al viejito que trabajaba en su casa.

―Mmm…―pensó la nena―. Este pobre de don Pricilo… siempre tan trabajador el pobre, nunca descansa…―De pronto se le ilumino su carita.― Lo invitare a desayunar―decidió, contenta de saberse de tan buenas intenciones.

Y eso era cierto; Karen, a sus dieciocho añitos recién cumplidos, tenía un alma pura. Su vida no sabía de malas intenciones; había sido criada con los más sólidos conceptos morales y éticos, siempre dedicada a sus estudios y a participar en obras benéficas.

A pesar de su extrema belleza, Karen nunca había tenido novio; a lo más unos simples acercamientos amistosos por parte de otros jóvenes decentes de su congregación. O eso pensaba ella, pero la realidad era que detrás de esos inocentes acercamientos hasta los más puritanos de su conservadora organización sentían deseos libidinosos hacia su cuerpo. Imaginaban que la tomaban, que la poseían, que se la culeaban bien culeada. Ni su madre se salvaba de las perversiones imaginadas por sus pares, ya que Karen había heredado la extrema belleza de su progenitora, siendo ambas las protagonistas de los más oscuros deseos de la comunidad masculina en que se desenvolvían las dos hermosas mujeres.

La bella y pulcra joven se dio una refrescante ducha, secó y peinó su cabello, se perfumó, su lindo rostro lo maquilló delicadamente, como lo hacían todas las féminas de su congregación, aunque Karen nunca lo había necesitado en realidad. Desayunaría con don Pricilo y luego a estudiar, pensaba la nena cuando ya estaba terminando de arreglarse.

El viejo se paseaba como perro enjaulado alrededor de la piscina. La ansiedad por ver a esa hermosa criatura lo tenía desesperado.

Hasta que por fin sucedió lo que con tantas ansias esperaba: vio salir de la casa a esa niña-hembra que lo tenía vuelto loco. Karen se acercó en forma espontánea donde él estaba.

―Hola, don Pricilo ―lo saludó jovialmente.

―Hola, Karencita. Hasta que se despertó mi niña… jejeje ―rio cínicamente el viejo.

Karen nunca había estado a solas con don Pricilo, pero como ya llevaba dos meses trabajando en su casa, ya lo veía en confianza.

El asqueroso viejo la contemplaba de pies a cabeza, se la devoraba con sus ojos y su mente, le miraba sus hermosas piernas blancas. La joven llevaba un vestido que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas, que dejaba ver una buena porción de esos perfectos y potentes muslos ya bien desarrollados.

Karen hablaba con don Pricilo de cosas sin importancia, además le contaba que el próximo día miércoles debía rendir un importante examen para la Uni, y bla…bla…bla…

Don Pricilo le asentía en todo, su mente estaba concentrada en ese perfecto cuerpo de mujer, esas curvas que se adivinaban bajo el vestido, y como la prenda a su vez se estiraba al llegar a la altura de sus tetas. Al viejo ya se le estaba parando la tranca, cuando la joven sorpresivamente lo invita a pasar a la terraza para desayunar.

El sucio vejete se sentía en la gloria, esa hermosa nenota le invitaba a desayunar y todo preparado por ella, con sus finas y delicadas manos. El viejo intencionalmente ya la estaba mirando como su mujer, como su hembra, como su puta.

Se sentaron en la cómoda terraza para degustar el exquisito desayuno, claro que Karen solo comería frutas y bebería un vaso de leche; la niña era muy preocupada de su estado físico.

Karen lo miraba inocentemente; sin embargo, debido a su edad y a las recientes reacciones hormonales de su cuerpo, que ya se manifestaban según lo anteriormente descrito, no pudo evitar examinarlo de la forma en que una hembra mira a un macho, aunque esto era muy extraño para la realidad de ambos, sucedió.

―Pobrecito de don Pricilo, es tan… tan feo…―pensaba la joven, a la vez que se arrepentía de pensar así de un señor que era tan atento con ellos. Se fijó que al viejo, dedicado a engullir como un verdadero cerdo, le costaba masticar los alimentos. Además de comer con la boca abierta, mostrando todo lo que había adentro, salpicaba con asquerosas babas todo a su alrededor. La tierna nena se pudo dar cuenta que don Pricilo tenía todos los dientes cariados de color café oscuro, dando el aspecto de que en vez de tener dentadura tenía una masa ennegrecida, putrefacta y pestilente ahí al interior de su boca.

De hecho el viejo era extremadamente feo. Tal como lo veía ahora la joven, este era de tez morena, su cara era redonda y mofletuda, con una serie de verrugas que se desparramaban por todo el lado izquierdo de esta, en su cabeza tenía una maraña de pelos canosos, poseía una piel sebosa y grasienta, y una gordura que ya casi caía en la obesidad mórbida. En resumen, don Pricilo era horripilante a ojos de la jovencita.

Mientras Karen terminaba de hacer estas apreciaciones, el viejo eructó una flatulencia que impregnó todo el sector de la elegante terraza con un asqueroso olor a mierda; pero a la niña le parecían cómicas todas estas salidas de tan horrendo personaje.

―¿Y qué hará hoy día jovencita?, para no aburrirse, jejeje ―reía y preguntaba el vejete horripilante.

―Don Pricilo, hoy me dedicare a estudiar. Acuérdese que ya le comenté que el miércoles debo rendir un importante examen…

―¿Tan importante es, mi niña? ―preguntó el viejo, queriendo demostrar interés…

―Sí… sí…―le contestó la núbil beldad―. Ese examen podría decidir mi futuro…por eso debo prepararme…

―Pues yo pensé que quizás querías ocupar la piscina Karencita, jejeje, incluso la he limpiado solo para ti, mi pequeña…―El viejo de a poco iba tomando confianza con la nena.

―Mmmm… no lo sé, para ocupar la piscina tendría que usar traje de baño, y mis padres no lo aprobarían… Ud. Sabe que yo pertenezco a una familia decente y religiosa―le respondió Karen, con su carita de inocencia.

―Mira nenita―le dijo don Pricilo―. Todas las jóvenes de tu edad lo hacen, no hay nada de malo en ello. Además tus padres no están y no tienen por qué enterarse. ―El vejete se la quedó mirando fijamente, preguntándose cómo se vería esa linda carita con los ojos cerrados, chupándole el miembro.

―¡Oh…don Pricilo!, p… pe… pero usted se los diría, y ahí sí que yo tendría problemas… ―La nerviosa joven estando bien sentadita y con sus llamativas piernas muy juntas solo se llevó su dedito índice a los labios y miró hacia un lado en señal de desconcierto al estar imaginándose a ella paseándose y bañándose en bikini delante de ese señor, y todo sin que sus padres lo supieran.

―Pero para eso estamos los amigos pues nenita ―le dijo el viejo, que al imaginársela semidesnuda ya se le había parado la verga nuevamente.

La joven otra vez lo miró con esos hermosos ojos azules, pero ahora con una sonrisa pícara y encantadora le respondió:

―Está bien don Pricilo, lo pensaré, pero tendría que ser un secreto solo entre nosotros…

El viejo casi se orinó ante la respuesta de esa dulce criatura de mirada encantadora.

―Claro que sí, mi niña, claro que sí ―le aseguró el caliente viejo ya casi babeando por el espectáculo que tal vez se podría dar ese día, con esa linda adolescente que se encontraba al frente de él.

Terminaron el desayuno y cada cual se dedicó a sus quehaceres, claro que el viejo no dejaba de estar al pendiente de lo que hacía o dejaba de hacer la nena.

A las dos de la tarde de ese día sábado, habiendo ya almorzado cada uno por su lado, Karen meditaba sobre la conversación que había sostenido con don Pricilo ese día en la mañana. Pensaba que tal vez no era tan malo usar la piscina, además casi todas sus compañeras del colegio lo hacían.

Pero ella no hacía ese tipo de cosas. Eso era exhibirse, según le habían enseñado sus padres. ¿Quién la vería?, se preguntaba; solo estaba don Pricilo, ese viejito tan trabajador que vivía atrás de su casa en la cabañita de madera, si hasta ya lo miraba como su abuelito o un tío lejano.

En tanto, en el patio de su casa, el viejo Pricilo se acomodaba en una confortable silla de descanso. Se había ataviado con una camisa y bermudas, ambos con sendas y chillonas flores tropicales de todos colores, intentando dar un toque estival a esa tarde para ver si la nena de la casa se animaba a ocupar la piscina y así poder darse el gusto de contemplar ese hermoso cuerpo de Diosa. Esperaba el momento clave para poner en acción su plan de poseerla, y saciar sus más bajos y asquerosos instintos en el cuerpo de su bella e inocente víctima.

En ese mismo momento en la habitación de Karen se vivía otro episodio crucial para los oscuros acontecimientos que cambiarían el curso de la vida de tan hermosa criatura. La joven había decidido no ocupar la piscina, pero si quería tomar el sol, igual que sus compañeras del colegio. No había nada de malo en ello, además nadie lo sabría. Abrió su armario y desde el fondo sacó una pequeña cajita color negro.

Al abrirla extrajo de su interior un diminuto bikini de dos piezas, tanguita y sujetador, color azul oscuro, que le había regalado Lidia, su amiga de la infancia hacía por lo menos un año atrás.

En aquella oportunidad, al saber que no tendría oportunidad de usarlo debido a su estricta y conservadora educación, lo guardó en el armario, destinándolo al olvido. Sin embargo, en ese momento, influenciada por los acontecimientos que se sucedían en el interior de su casa, había decidido que esa era la mejor oportunidad para usarlo, claro que solo con la intención de tomar un poco de sol.

A continuación, la nena procedió a desnudarse completamente, tomó el pequeño conjunto y se lo puso.

El bikini era pequeñísimo, la parte de abajo solamente alcanzaba a cubrir su triangulo de escasos bellitos púbicos, y por detrás, este se perdía y estiraba separando ese grandioso par de nalgas que se gastaba la nena. ―¡Que perfecto pedazo de culo era el que tenía Karen por Dios! ―Por otro lado, el sujetador le tapaba poco más que las exquisitas aureolas que tenía en ese par de tetas exclusivas, hechas para ser manoseadas solo por algunos, solo para los más afortunados; y que por ahora se mantenían vírgenes e inmaculadas.

Una vez puesto ese exquisito y diminuto traje de baño, Karen se miró al espejo. Por primera vez en su vida quería verse perfecta. En aquellos momentos su cuerpo estaba en todo su esplendor, no había nada que faltara o sobrara de su impecable y delineada anatomía, un cuerpo hecho para poseerlo, para saciarse en él, para descargar a través de su pequeña rajadura de carne abundantes cantidades de caliente semen de macho; claro que ella esto no lo sabía, es más, ni se lo imaginaba.

Pero en ese momento ese cuerpo no tenía dueño, era virgen, aunque le quedaba poco tiempo a su dueña para conservarlo en esa condición.

Karen se admiraba al frente del espejo, estudiando su figura. Para ella era normal, desconocía que su curvilíneo cuerpo, en conjunto con las finas y exquisitas facciones angelicales e inocentes de su hermosa cara, provocaba lascivia en los del sexo opuesto, y por qué no decirlo, también con las de su misma condición de hembras.

Si, había mujeres dentro de su congregación y dentro de su colegio que siendo finas mujeres de sociedad o dedicadas estudiantes, que incluso alcanzaban las más altas calificaciones, que con el solo hecho de contemplarla por algunos segundos sufrían un desorden hormonal, provocando que esas miradas, que en un principio eran de envidia, rápidamente se transformaban en miradas de deseo carnal y de lujuria.

Karen continuaba admirándose en el espejo, solamente con su traje de baño azul; en eso posó su mirada en el pequeño triangulo que cubría su parte más sagrada. Se daba cuenta que este le tapaba solo lo necesario para que no se le viera el inicio de los perfumados pelitos de su vagina. Aun así, a la chica no le importó este importante detalle, pues se conformaba con cubrir la escasa población de vellos púbicos que cubría su fina y delicada hendidura.

En ese estado, la suculenta Hembra-Niña-Mujer, tomó una toalla y se dirigió al patio de su casa en dirección a la piscina. Ahí, muy cerca, se encontraba la casucha de madera donde vivía don Pricilo, el jardinero de su casa, que la esperaba con cara de lobo feroz.

El viejo Pricilo estaba sentado en la silla de descanso que había instalado a la sombra de uno de los árboles que adornaban el hermoso patio, esperando de la misma forma que un perro rabioso espera a su presa.

Y de pronto sucedió el milagro. Para el detestable viejo fue como si se abrieran las puertas del  cielo, cuando observó que por unos de los grandes ventanales de la casa hacía su aparición la criatura más hermosa que había visto en su fea existencia.

Fue como si lo dimensionara en cámara lenta. ¡La niña Karen se aproximaba hacia el casi desnuda!

―¡Pero que hembra… que mujer… es… es… de lo más rica y antojable! ―pensaba el viejo Pricilo con la cara desencajada por el deseo frente a tan impactante visión. Por unos buenos segundos solo se dio a mirar ese rico triangulo azul que se encontraba ubicado justo al medio de las caderas y piernas de la joven, el viejo ya casi podía adivinar como se vería esa suave hendidura si estuviera al descubierto.

Karen ya llegaba a su lado, don Pricilo tuvo que tomar aire para recomponerse.

―He decidido tomar un poquito de sol, don Pricilo ―le dijo la rica Karen a su futuro violador. Ella en ese momento intentaba cubrir algo de su cuerpo con la toalla que traía, ya que nunca en su vida había estado en semejantes condiciones (casi desnuda) delante de otra persona, y menos delante de un hombre caliente y sexagenario.

En su interior la joven se cuestionaba el estar vestida así al lado de un viejito que bien podría ser su abuelito, pero a pesar de los nervios que la invadían su conciencia le decía que no había nada de malo en ello, pues no había ninguna mala intención de por medio en estar en tales condiciones, casi desnuda, delante de ese viejito que tan bien se había portado con su familia.

Por su lado, el viejo degenerado de don Pricilo, ya pensaba en abalanzarse sobre el cuerpo de tan potente hembra. Sentado en su silla la miraba con la boca abierta, dejando ver esa pestilente y putrefacta masa café que tenía por dentadura.

―Lo que sí le pido, don Pricilito, es que esto sea un secreto entre nosotros. Usted no sabe cómo reaccionaría mi padre si se entera que le he contradicho ―le solicitó la nena con esa carita de niña mimada y de bien.

―Pero por supuesto, mi reina, por supuesto que sí. Será nuestro gran secreto, jejeje ―la tranquilizaba el horripilante viejo sintiendo que ganaba terreno al tener ese tipo de secretos en común con la niña Karen, la dulce Karen.

Esa situación le favorecía ante las calientes y perversas intenciones que tenía para con la nena, ya que la podría manejar a su favor y así poder utilizarla a su total antojo.

Una vez terminado el acuerdo, Karen se sintió más segura. Sus padres no se enterarían de nada. Qué bueno era don Pricilo con ella, pensaba la inocente criatura.

Ya más calmada se dispuso a estirar la toalla sobre el suave pasto. El viejo veía con sus ojos salidos que todos sus movimientos eran extremadamente delicados. Una vez lista la toalla, la nena se agachó y al intentar estirarla aún más se puso en cuatro patas elevando ese hermoso trasero que se gastaba hacia donde estaba don Pricilo, que ya estaba a punto de lanzarse y encularla ahí tal como estaba; pero el viejo se contenía, debía ir paso a paso.

Luego de esto la joven en forma inconsciente, aún en esa pose tan excitante, rodeo la toalla. Según el vejete, la chica se deslizaba como una verdadera perra en leva; esas eran las depravadas apreciaciones del facineroso jardinero, hasta que Karen al terminar su canino recorrido se estiró de espaldas para ahora si tomar el sol como tanto lo deseaba.

Don Pricilo, atento a toda esta situación, estudiaba embelesado todas esas curvas casi diabólicas que se gastaba tan angelical criatura. Su verga ya estaba parada al máximo y dura como fierro.

Karen ya disfrutaba de tan agradable baño de sol. Estaba relajada, sin preocupaciones. El viejo Pricilo solo la observaba desde su silla, por ahora le daría el gusto al sentido de la vista pensó para sí mismo.

El vejete, nunca en su vida había estado tan cerca de un ejemplar femenino de tales características, ni con tan atrayentes atributos físicos como los de Karen. Disimuladamente, el muy guarro se masajeaba el pico mirando de cerca a esa amazona con cara de niña y cuerpo de Diosa.

Por las circunstancias que se vivían en esa casa, alejada del resto de la urbanización, el viejo Pricilo se sentía seguro. Los padres de la joven llegarían el próximo jueves; tenía 5 días para disfrutar de esa hermosa adolescente que apenas había cumplido la mayoría de edad. Además, si algo salía mal, solo desaparecería y asunto terminado, pensaba para sí el siniestro vejete.

Decidido a disfrutar al máximo los momentos previos a la violación inmisericorde que efectuaría sobre la inocente joven, Pricilo decidió encender un cigarrillo y abrir una lata de cerveza.

Karen, al sentir el sonido de la lata, se levantó, quedando recostada apoyada en sus codos, y observó como el viejo bebía cerveza y fumaba. También notó un extraño brillo en su mirada.

―Don Pricilo, ¿qué hace? ―le preguntó la nena―. En nuestra casa no acostumbramos a beber y a fumar, mis padres no lo aprobarían ―le reprochó con su carita de preocupación.

―Escúchame lindura ―le contestó el viejo, quien ya se sentía con más derechos en la persona de Karen―. Tus padres no están, yo te guardo un secretito a ti y tú me guardas uno a mí, jejeje. ¿Estamos de acuerdo preciosura?, jejeje. ―Le sonreía el miserable viejo, mirándola con los ojos enrojecidos por la calentura.

Karen lo escuchó y no entendió por qué don Pricilo la trataba con ese tipo de apelativos; ella no le había dado motivos. Fue en ese momento que notó cómo el viejo le miraba fijamente el promontorio de carnes que tenía por pechos.

―¡¿Estamos de acuerdo lindura?! ―volvió a preguntar don Pricilo, ahora con más autoridad y mirándola seriamente. A la chica le dio la sensación que ese señor en cualquier momento se levantaría de su silla para ir a agredirla de alguna forma. Lo sintió así por el tono de su voz y esa extraña forma en que la observaba.

―Sí…sí, don Pricilo ―contestó la dulce Karen, no muy convencida. Sabía que el viejo tenía algo de razón.

Ella estaba abusando de la confianza que le habían tenido sus padres al permitirle quedarse sola en casa para estudiar. Ahora recién tomaba conciencia que se encontraba semi desnuda, al lado de un hombre que no era nada de ella.

―Tranquila mi niña, es solo una cerveza y un cigarrillo ―la calmó don Pricilo.

El viejo quería seguir jugando un rato más con la dulce chiquilla con cuerpo de mujer, que con tan solo dieciocho años ya estaba en condiciones de recibir verga por cualquier orificio de su hermoso cuerpo, según lo había dictaminado él mismo.

Y surtió efecto la estrategia de don Pricilo. Karen un poco más tranquila, se tomó el cabello con un fino pañuelo de seda, que hacia juego con sus hermosos ojos azules, y también con su diminuto traje de baño. Se veía espectacular.

Nuevamente la nena se recostó sobre la suave toalla. Al notar el extraño brillo en los ojos del viejo y luego al asustarse cuando don Pricilo le habló de forma tan prepotente con palabras permisivas como lindura y preciosura, la joven se dio cuenta que la extraña tensión que brotaba de su nerviosismo se trasladaba a la parte más sensible de su hermoso cuerpo, o sea  a su conchita.

Karen comenzó a sentir ese rico y suave hormigueo en su virginal entrada anatómica. Su mente se escandalizó. No se podía dar el lujo de sentir tan ricas sensaciones al lado de tan horripilante sujeto. La nena ya había dimensionado que don Pricilo era un viejo feo y asqueroso, pero la había llamado ricura, preciosura; estas palabras la ponían nerviosa y la exasperaban.

Con estas ideas en la cabeza, el rico cosquilleo rápidamente se fue transformando en placenteras punzadas que atacaban su parte más preciada. Su vagina sentía unos ricos y leves latidos en su interior, como si tuviera corazón propio.

Así estaba la nena; con esas ricas y placenteras sensaciones que ahora si atacaban sin misericordia su exquisita anatomía, llena de curvas demoniacas, y nuevamente se centraban en lo más sagrado de su cuerpo.

Con su hermosa mirada entrecerrada, se dio a mirar muy discretamente a don Pricilo. Pudo notar que el viejo muy nerviosamente se llevaba el cigarro a la boca y, a la vez que pegaba una bocanada de humo, con su otra mano se masajeaba una enorme protuberancia que se le había formado entre sus asquerosas piernas.

La nena no sabía que era esa cosa que don Pricilo escondía bajo sus pantalones. ―Pero… ¿qué es lo que será? ―se preguntaba la adolecente, sintiendo cada vez más exquisitas las ricas punzadas que ya se habían apoderado de su jugosa vagina.

Tuvo el impulso de pararse e ir ella misma a inspeccionar que es lo que don Pricilo escondía con tanto celo. Se sentía curiosa, ¿o estaba caliente?

Para intentar calmarse, la joven cambió de posición, a ver si así se le terminaba ese enloquecedor hormigueo que sentía en su cosita. Lentamente fue subiendo una de sus exquisitas piernas, hasta deslizar su delicado pie y posarlo al lado de su rodilla.

En esta posición, con una pierna estirada y la otra levantada; tendida en la suavidad de la toalla, exponiendo ese precioso cuerpo de diosa, protegido solamente por ese diminuto calzoncito color azul, que solamente le cubría el nacimiento de su tajito, sencillamente se veía espectacular.

Don Pricilo, que no perdía un solo detalle de la hermosa posición que adoptó la nena, estaba al borde del ataque cardiaco.

Qué imagen más hermosa, pensaba el viejo. ―Esta perra esta para meterle verga por toda una noche ―y decidió que ya era tiempo de actuar. Terminó su cerveza, apagó el tabaco y se dispuso a poner en práctica la primera parte de su plan.

Karen lo miró extrañada; lo vio levantarse de su silla y dirigirse hacia ella. Lo que más la ponía nerviosa era que en esos momentos continuaba con las ricas punzadas en su vagina.

―Mira preciosa ―le dijo el horrible viejo―. Yo iré al pueblo por unas cervezas. Te dejaré sola un rato, una hora quizás, así que relájate y disfruta de la tarde, jejeje.

―Bueno don Pricilo ―respondió Karen―. Vaya tranquilo que aquí yo lo espero.

La nena no sabía porque se sentía tan nerviosa al tener al viejo tan cerca de ella y apreciar como no despegaba su viciosa mirada de su pequeño triangulo casi desnudo. Además se fijó que la gran protuberancia que el viejo escondía, que ahora estaba muy cerca de su cara, hacia leves pulsaciones sobre su pantalón, como amenazando salir de su escondite.

El viejo se encaminó hacia la salida principal de la casa. La nena miraba como esa fofa y mórbida figura, con varices en ambas de sus asquerosas piernas desaparecía de su vista. Una vez que escuchó el motor de la destartalada y cacharrienta camioneta de don Pricilo, la nenita se sintió más tranquila.

En realidad el viejo no se dirigía al pueblo como le dijo a Karen. La idea del bribón era que la nena creyera que la dejaba sola. Estacionó el vehículo y lo escondió detrás de unos árboles, para luego ponerse en marcha en forma sigilosa en dirección a la casa de la decente familia de Eduardo Zavala.

Karen, ante la tranquilidad de estar sola, se dispuso a disfrutar del momento. Las ricas punzadas que sentía en su vagina no la dejaban tranquila por lo que sintió la imperiosa necesidad de tocarse. No sabía si debía hacerlo ahí fuera, pero se confió al recordar que don Pricilo no llegaría hasta dentro de una hora.

Al rememorar las exquisitas convulsiones que su cuerpo había experimentado hacia solo un par de días, la niña se armó de valor y dirigió su blanca y delicada manita hacia su parte prohibida y simplemente empezó a masturbarse. A los tres minutos ya gemía escandalosamente.

―¡Síííííí…! ¡Síííííí! ¡Síííííííííííí!... ―balbuceaba dulcemente la hembrita necesitada de verga―. ¡Mmmm! ¡Aaaaaaaah!

Su mano bajaba lentamente a cada roce de sus delicados dedos con la suavidad de su piel. En esos momentos la joven era atacada por unos placenteros corrientazos de escalofríos, que recorrían cada una de sus extremidades. Desde su cerebro escocían la totalidad de su cuerpo lleno de curvas infartantes, hasta terminar en su casi afiebrado tajito de carne.

―¡P… pe… pero qué rico se siente! ―balbuceaba― ¡Aaaaaaah! ¡Mmmm!

La calentura de a poco se iba apoderando de Karen, de esta hermosa adolescente, que ya se disponía a deslizar su manita por debajo del diminuto calzoncito que cubría muy precariamente su vagina.

―¡Aaaaaaaaah… quueeeeé… ricoooooo!―gemía ya presa por la lujuria.

Una vez que traspaso esa barrera de tela, la joven instintivamente empezó a recorrer su apretada vagina con la yema de los dedos. La sentía húmeda; en su mente se preguntaba porque se le mojaba su cosita. ¿Acaso era esto normal?. Pero pronto dejo de cuestionarse y se concentró en esos ricos escalofríos que tanto le gustaban, ya que las ricas punzadas que sentía eran mucho más agradables que estar haciéndose ese tipo de preguntas, se convenció la nena.

―¡Mmmm! ¡Aaaah! ¡Síííííí…! ―Sus gemidos de disfrute iban en aumento, mientras su azulada mirada se perdía en el infinito del cielo. Cuando llevaba solo unos minutos de suave pero rica masturbación, en alguna parte de su conciencia recordó que don Pricilo había salido, y que no llegaría hasta dentro de una hora. Todavía le quedaba tiempo de sobra pensaba la decente niña.

―¡Oooohhhh! ¡Ohhhh! ¡Uhhhhhyyyyy! ―balbuceó de calentura la pequeña hembra, al mismo tiempo que se contorsionaba encima de su toalla, hundiendo sus dos manitas en el charco que tenía entremedio de sus bellas piernas.

Karen pensó que tendría por lo menos media hora para disfrutar de esos ricos escalofríos que ya le tenían toda su piel erizada, incluyendo los suaves y escasos pendejos de su tierno coñito.

Nuevamente la decente joven se abandonaba a las bondades de la carne, a esos nuevos placeres que amenazaban con enloquecerla.

―¡Síííííí! ¡Aaaaaah! ¡Ssshaaaah! ¡Shaaaaaaaaaaah! ¡Ooooooh!

Lentamente su hermoso rostro, que por lo general siempre reflejaba candidez y pureza, de a poco iba adoptando las formas de un semblante lujurioso, uno de potranca necesitada de semental.

―¡Riiiiiiiccoo! ¡Ricoooooo! ―continuaba gimiendo la hermosa criatura. Nadie se imaginaría que esa joven hembra tendida en el suelo, que se masturbaba con sus piernas semi abiertas y que ya tenía la cara de una autentica perra en celo, en realidad era una dulce niña de bien; y que, a consecuencia del exuberante cuerpo de Diosa que había desarrollado, estaba en pleno despertar sexual.

―¡Ohhhh! ¡Diooosss! ¡Aaaaaah! ¡Mmmm! ―exclamaba por cada levantada pélvica que hacía con sus marcadas caderas.

Que bien se sentía Karen al estar semidesnuda tendida en el suelo de su patio y tocando su cuerpo al aire libre, refregando sus dedos en la parte más sagrada de su sabrosa figura. Su cuerpo delineado con las más exquisitas curvas la estaba transportando a un mundo desconocido para ella. La nena sentía que nadaba en un mar de placeres prohibidos pero muy ricos y misteriosos.

―¡Rico...! ¡Rico! ¡Ricoo…! ¡Ricooo…! ¡Ricoooo…!  ¡Ricooooooo! ¡Aaaaah…! ¡Mmmmm! ―Su cintura se movía mejor que el de Shakira en sus videos.

Ya casi había olvidado al viejo Pricilo. Sin pensarlo llevó sus manos al costado de sus ampulosas caderas y las levantó levemente, luego procedió a deslizar el exquisito calzoncito azul, haciéndolo correr por la suavidad de sus bellas piernas hasta bajárselos a la altura de sus delicados pies.

―Pero… ¡¿Por…qué sie… n… to… esss… tooooooooooooo…?! ¡Aaaaaah!

Muy suavemente y en forma temblorosa, con su mirada perdida en el infinito, Karen se fue abriendo de piernas lentamente hasta quedarse totalmente abierta de patas, esperando algo, algo desconocido y que no llegaba.

―¡Síííííí! ¡Lo… quieeroooooooo…! ―lo pedía, sin saber exactamente qué requería―. ¡Síííííí!… ¡Aaaaaah!

La nena sintió una oleada de calor. Se levantó la parte de arriba del bikini, dejando sus fabulosas tetas al aire, para luego dejar caer sus brazos a ambos costado de su cuerpo. Expectante, se quedó en esta posición totalmente abierta de piernas, moviendo ondulatoriamente su cintura con sus pequeñitos pies unidos aún por su tanguita. En eso decidió nuevamente llevar su mano a su delicada y virgen hendidura. La posó en el inicio de su inexplorado monte de venus, apenas poblado por esa escasa cantidad de sedosos pelitos negros, y deslizó su dedo medio por la corta extensión de su íntima rayita amatoria.

―¡Ayyyyyyyyy! ¡Ayyyyyyyyy! ¡Qué…bue…no…es…taaa… es..tooooo!

Este era el momento que ella tanto deseaba, el momento en que una ninfa se entrega casi por primera vez a las placenteras sensaciones carnales, con las cuales se había terminado congraciado. Se deshizo del tanguita que atenazaba sus tobillos y abrió las piernas lo más que pudo, esta vez elevándolas en el aire. La diminuta prenda azul quedó colgando de uno de sus delicados pies.

―¡Sííííi!... ¡Síííííí!... ¡Mmmm! ¡Aaaaaaah!

Y ahora si empezó a masturbarse como si fuese alentada por el espíritu de una puta. Bastó con un solo par de movimientos de sus dedos contra su rajita para que la nena automáticamente empezara a menearse en forma deliciosa y descontrolada.

―¡Síííííí!... ¡Asíííííí!... ―dejaba salir de sus rojos labios la rica Karen muy suavemente. En su joven zona pélvica y algo más abajo hacía círculos muy lentamente con la yema de sus dedos―!Aaaaaah! ¡Síííííí!... ¡Qué… riiiiiicoooo! ―La chica no se aburría de repetir lo mismo. Pero es que esa era la verdad: nunca en su vida había sentido algo tan rico.

Sintió la humedad de su ranura y, sin dejar de menear sus caderas en forma circular, con mucha decisión llevó su mano hasta la altura de su linda carita. Sus dedos destilaban el abundante néctar proporcionado por la madre naturaleza, y que ella misma había cosechado de su vagina. No se pudo contener, quería oler.

Error. Al sentir el embriagador aroma de su propia intimidad comenzó como una poseída a lamer sus dedos. Y no contenta con eso, volvió a dirigir sus manitas para recoger más de ese juguito que iba soltando su vagina para llevarlos a su boca. Qué rico era sentir su propio sabor pensaba la nenota.

―¡Ssrrppppsss! ¡Srrrrrppppppsss!―se oía cuando la acalorada joven sorbía sus propios jugos recién salidos de su joven coño.

Mientras Karen se encontraba en aquel trance erótico, dedicada a devorar y lamer sus propios fluidos, ni sospechaba que alguien la observaba desde la casucha de madera; menos que ese alguien era el viejo caliente de don Pricilo.

(Minutos antes)

Don Pricilo se dirigió a la parte posterior de la casa, donde el mismo había confeccionado una puerta alternativa para que sus patrones no se percataran de sus salidas nocturnas, cuando se iba de farras con los delincuentes que tenía por amigos.

El viejo ingreso sigilosamente a su cabaña. Una vez adentro, se dirigió al desorden de su dormitorio y en forma automática quitó toda la inmunda y hedionda ropa de cama, dejando solo el catre y el colchón.

Luego, desde un baúl que tenía, saco una cámara de video y la encendió. ―Ahora sí, Karencita… ahora te voy a inmortalizar para tener tu imagen de la última vez que fuiste virgen… jajajaja…―murmuró el viejo aborrecible.

Con su risa de viejo caliente, ya detrás de su ventana, se asomó para ver en qué estaba Karen…

―¡Ooooh…! ¡Por Diosssss…! ¡Madre Santa… Jesús…maría y José…!―exclamó el vejete para sus adentros, quedando casi paralizado. Para el desalmado fue como si le dieran un electro choque en los testículos. Fue tal la impresión de ver a tan inocente niña totalmente abierta de piernas, con ese exquisito calzoncito colgando de uno de sus pies, y para colmo con una de sus manos sobándose la vagina, refregándose la zorra como una endemoniada, masturbándose, y para coronarlo todo comiéndose sus propios juguitos. El viejo casi se desmaya.

Una vez repuesto el viejo pensó rápidamente. ―Es ahora o nunca―se dijo. Ubicó estratégicamente la cámara de video, enfocando directamente al sucio camastro donde se llevaría a cabo la violación. Una vez que estuvo todo preparado se dijo para el mismo:―Para allá voy mi amor… jejejeje

Se acercó muy lentamente hacia donde estaba Karen en plena faena masturbatoria. La nena estaba tan concentrada en su tarea, que no se dio cuenta cuando el viejo Pricilo llegó su lado.

Al viejo se le caían las babas ante el genial espectáculo que se estaba dando. Su verga ya estaba que estallaba a causa de todo el semen acumulado durante la semana.

Tomando fuerza y sacando todas sus aptitudes actorales, el viejo puso en marcha su plan.

―¡¡¡¿Qué se supone que estás haciendo puta de mierda?!!! ―le gritó estando al lado de su desnudo cuerpo.

La joven en forma automática salió del erótico trance en que se encontraba. Al ver al aborrecible viejo a su lado quedó espantada. Solo se dio a intentar cubrir con sus manitas esas enormes tetas que se gastaba y, poniendo una rodilla sobre la otra, trató de esconder su encharcada y gozadora almejita.

―¡No… no… don Pricilo!, ¡no es lo que Ud. se imagina! ¡yo… yooo… estaba!... ―intentaba explicar avergonzada Karen.

―¡Dime pendejaaa! ¡¿Qué se supone que estabas haciendo?! ―le gritaba eufórico el viejo―.¡Contestaaa!―la volvió a increpar para asustar más a la espantada joven.

―¡No lo sé, don Pricilo! ¡De verdad que no lo seeé! ―La nena ya comenzaba a sollozar, ¡Snif! ¡Snif! ¡Snifs!

―¡Así que no lo sabes! ¡¡¡Pues yo te lo explicaré!!! ―El vejete se paseaba alrededor del desnudo y tembloroso cuerpo de Karen, al que devoraba con su ardiente y ansiosa mirada. La asustada chica solo lo miraba en forma espantada, pero Pricilo continuaba haciéndole ver lo que él pensaba de la escandalosa situación en que la había sorprendido. Tuvo que contener en varias ocasiones las ganas de lanzarse sobre ella y cogérsela ahí mismo donde estaba. ―¡Te estabas pajeando la zorra tú sola! ¡Lo hacías tal cual cómo lo hacen solo las putas pervertidas! ¡¡¡Estabas pidiendo vergaaaaa!!! ¡Eso es lo que estabas haciendo trola de mierdaaaa!

―¡No, don Priciloooo! ¡Snif! ¡Snifss! Yo… yo… no… no pedía… ee…ssso que usted diceee… ¡Snif! ¡Snif!―La nena abiertamente se había largado a llorar.

―¡Sí, putilla…! ¡eso es lo que pedias…yo mismito te escuché…! ¡Si mira nada más como te encuentro! ¡Solo salí un rato y te transformas en una perra caliente! ―le vociferaba como un endemoniado.

―¡Yo…! ¡Yo… no soy… yo no soy… una peerraaaa!... ¡Snifs! ¡Snifs!

―¡Sí…! ¡sí lo eres…! ¡yo te vi y te escuché zorraaaa…! ¡Parecías la más grande de las putasssss! ¡Así que no me lo niegues perra asquerosa! ―Don Pricilo, tomando aire y dándoselas de correcto, se la jugó del todo a nada.― Lo siento pendeja, tendré que contárselo a tus padres ―le amenazó finalmente el vejete.

La casi traumada joven, perdiendo todo sentido del pudor, se arrojó a los pies de don Pricilo desnuda como estaba. Por su parte el viejo miraba encantado como esa hermosa joven se humillaba ante él.

―¡Nooo! ¡Por favor… noooo!, ¡don Pricilo... por favor no se los diga..! ¡snif... sniffss! ―volvió a llorar la arrepentida nenita.

―Lo siento mocosa, no tengo otra alternativa. ―Concentrado en su actuación el viejo sacó su teléfono celular simulando teclear los números.

―¡Por favor, don Pricilito!, ¡por favor no se los diga! ¡snif…snifffss!―lloraba sin consuelo y toda desnuda la pobre Karen abrazada a las mugrientas canillas del vejete; este sentía como la chica temblaba de pavor al pensar en que sus padres se enterarían de todo aquello.

―¡¿Acaso tú crees que yo soy estúpido?! ―le gritó el viejo―. Si no digo nada arriesgo que me corran del trabajo. ¡Y con eso no gano nada! ―El vejete ya iba entrando en tierra derecha.

―¡Por favor, don Pricilo. Se lo suplicó! ¡Haré lo que usted me pida, pero no se los diga…!

―Mmmm… ¡No lo sé!… ¡No me convences!

―¡Hare todo lo que usted quieraaa! ¡Pero no les diga eso…! ¡sniffsss! ―le volvió a repetir la chica, pero ahora poniéndole más énfasis a su oferta a la vez que seguía llorando.

―¡¿Que no les diga qué cosa pendeja?! ―inquirió el viejo.

―Que… que… yo…mee estaba… haciendo esooo…

―Que tú te estabas haciendo queeé… si se puede saber pendeja sin vergüenza. ―El viejo jardinero se esforzaba en hacerla hablar explícitamente de los pecados que estaba cometiendo.

―Que me estaba tocando…

―¡No niña! ¡Lo que tú hacías era pedir que te metieran vergaaaaaaa! ¡Diloooo!

―¡Es que yo no estaba pidiendo eso que usted diceeee…! ¡Por favor, don Priciloooo…! ¡por favorrrr!

―¡Sí! ¡Sí lo hacías! ¡¿Ves?!, ¡uno no puede confiar en ti! Lo siento…, los tendré que llamar para informarles de tus cochinadas.

Karen, ya destruida y aterrorizada porque el viejo llamara a sus padres, se humilló y totalmente desencajada repitió:

―Por favor, don Pricilo. No le diga a mis padres que yo pediaaaa… que… que… me… metieran eso que usted dice… ¡snifs snifs…! ―Esta era la primera vez que de su dulce boca, siempre acostumbrada a pronunciar deseos de bienestar, oraciones, agradecimientos o de ayuda para quien sea, salía una vil expresión calenturienta. El detestable viejo, a sabiendas de todo aquello, solo se reía de ella aborreciblemente. Ansiaba lanzarse a recoger ese fruto prohibido para muchos, pero que ahora sería solo para él.

―Mmmm, ¡aún no me convences! ¡Los llamaré! ―volvió a amenazar, solo para entretenerse un poco más con ella.

La niña intentaba calmarse, pero al ver que el viejo marcaba un número en su teléfono se doblegó.

―Don Pricilo. Por favor, no lo haga… yo… yo solo pedía que me… me… ¡que me metieraaan veergaa! ―le soltó de una vez por todas con la esperanza de que no la acusaran―. ¡¿Así está bien?! ¡Sniffsss! ―le preguntó la nena entre sollozos, para ver si el viejo cambiaba de opinión y no la acusaba―. Por favor ―continuó Karen―. No los llame… y haré todo lo que usted me pida.

―¡¿Estas bien segura de lo que dices putillaaa?! ―El viejo ya estaba que ganaba.

―Sí… sí… don Pricilo. Haré lo que usted quiera.

Al viejo se le dibujo una siniestra sonrisa al notar que tenía en sus manos a tan inocente criatura. Karen por su natural inocencia ni siquiera entendía las palabras que el viejo le había hecho repetir, y menos imaginaba lo que ese señor le pediría hacer.

―¡Bien!, ¡te daré una oportunidad! ―le dijo el viejo miserable―. ¡Síguemeee!―le soltó, y sin esperar respuesta se dirigió hacia su cabaña de madera.

En estas condiciones la dulce Karen se encamino así tal como estaba. Totalmente desnuda siguió a Pricilo a la casucha del fondo del patio. La joven no sabía a lo que iba, solo quería que sus padres no se enteraran de lo que había sido sorprendida haciendo tan desvergonzadamente. Le ofrecería al vejete lavarle la ropa o cocinarle; hasta estaba dispuesta a darle sus ahorros con tal de que sus padres no se enteraran de lo que ella había hecho. La pobre aún estaba lejos de imaginar las exigencias que planeaba el viejo jardinero.

Una vez dentro de la casucha, el excitado vejete la llevó tomada de un brazo hasta su cochino catre y la obligó a sentarse. La chica en el trayecto escuchaba la pesada respiración de ese señor, aún no entendía para qué don Pricilo la llevaba hasta su cama. ―Acuéstate y espérame… ya vuelvo―le dijo.

En la mente de Karen lentamente se iban formando las ideas: cama, acuéstate, verga, placer, su vagina, desnuda, las atrocidades que alguna vez escuchó hablar a sus compañeras. Aún no tenía la idea bien formada pero su mente trabajaba a mil. Hasta que vio entrar a ese amorfo vejete asqueroso, totalmente desnudo y con una herramienta de carne que se le levantaba por sobre su tremenda panza. Fue como un ejercicio matemático, o una ecuación algebraica, en donde todos los productos calzan y dan un resultado exacto y único… por fin lo entendió, mientras miraba la enorme verga del vejete su mente estalló alarmada. ¡¡¡Se la iban a meter!!!

Miró al viejo con cara de espanto e instintivamente cerró sus piernas, apenas pudo balbucear, muy bajito, casi inaudible, con sus ojitos azules llenos de lágrimas―: ¡Nooo!… ¡don Pricilooo!, ¡por favor!… ¡eso!… ¡¡¡noooo!!!

El viejo, con la más aborrecible de sus sonrisas y con una cara de auténtico degenerado, le dijo:

―¡¡¡Síííí, pendeja calienteeee!!! ¡¡¡Eso sííííí!!!

FIN CAPÏTULO I