Una experiencia extrasensorial (II)

Continúa la historia en la que Carol descubre que en el Spa Hotel ofrecen algo más que tratamientos relajantes para la salud y la piel. La sesión de masaje que ha contratado se vuelve un auténtico delirio para sus partes más íntimas.

—¿Estás cómoda? Dime hasta donde quieras que llegue —pidió el masajista.

—Me va bien así —admití, algo nerviosa—. Aunque he de reconocer que siento cosquillas en otras partes.

—Ya lo noto —dijo él, atendiendo a mis respingos, y la forma en que yo luchaba por no restregar mi pelvis contra la camilla—. Pero, es normal… Todas las partes del cuerpo están conectadas entre sí, mucho más de lo que creemos.

—Por mí sigue todo lo que quieras… Lo haces increíblemente bien.

Sabía que decirle eso era darle carta blanca para que hiciese lo que quisiera, pero no me importó. En ese momento me deje llevar por el tacto de sus yemas, el olor amaderado del aceite, la situación… Todo!! Me estaba poniendo cachonda de nuevo y yo creo que él sabía muy bien lo que hacía.

—¿Puedo preguntar a quién hay que matar para poder disponer de tus manos a diario? —pregunté.

—Ven siempre que quieras… tienes un cuerpo estupendo que se deja hacer muy bien.

Yo reí, porque en verdad se estaba ganando a pulso que me convirtiera en clienta asidua. Mi coño estaba experimentando unas oleadas de dolor increíble cada vez que él deslizaba una mano por la rabadilla y un dedo por la raja de mi culo, insinuando que iba a apretarme mi botoncito. De hecho, creo recordar que lo hizo un par de veces, pero con mucho respeto y delicadeza.

—Joder… qué dolor de…. —dije.

—Date la vuelta —pidió él—. Voy a desbloquear otros chakras para liberarte de esa “molestia”.

—Me parece muy bien… pero no sé cómo ocultarte dos de mis encantos más populares entre el sector masculino.

—Si te sirve de algo, estoy acostumbrado a ver muchos cuerpos durante el día. Para mí es algo completamente natural y no me voy a escandalizar. Además, ya te he visto el culo y parte de tu coñito. Hazme caso y déjate llevar… —me recomendó.

Pensé que además de habilidoso con las manos también lo era con sus palabras. Así que me di la vuelta, dispuesta a dejar que mis dos preciosas tetas le sorprendieran gratamente, pero en realidad… la sorprendida fui yo. El masajista no era otro que el chico del slip blanco que yo había visto sobre la hamaca del Spa. Tuve que disimular mi nerviosismo y mis ojos lucharon por no ponerse como platos. Pero, por otra parte, mi coño palpitó varias veces, recordando que la visión de ese maromo escultural me había proporcionado una soberana paja sin final hacía un buen rato. Aún no sabía si él se había fijado en mí anteriormente.

—¿Ves? No ha sido tan traumático —me dijo.

Desde ese momento, dejé que sus embadurnadas manos se deslizaran por debajo de mi pecho, abarcando mis costillas, mi tripa… La toalla aún me tapaba la cintura, que ocultaba un coño cada vez más palpitante y guerrero. Suerte que mis fluidos vaginales quedaban bien camuflados por los chorros de aceite que resbalaban por él, porque si no, hubiera sido difícil disimularlo. Con cada vaivén de esas manos bajo mis tetas me estaba poniendo más cachonda, y para colmo él no dejaba de sonreírme de forma encantadora. Estaba controlando mis impulsos para no agarrarle de las muñecas y tirar de él hacia mí.

—Espero que esto no te pille por sorpresa, pero muchas clientas me piden que les masajee los pechos también. No sé si tú también quieres —me consultó.

—Sí, sí, sí… —dije sin atisbo de duda en mi voz—. “Todo incluido” es lo que decía en la oferta ¿Eso incluye mis pechos? Vaya… pues habrá que acogerse a esa parte del contrato.

Él sonrió y deslizó las manos suavemente por mis grandes tetas; primero una y luego la otra. Lo hizo con una lentitud y una habilidad que me estremeció por completo. Al poco, me encontré con los pezones totalmente erizados, cosa que me gustó mucho porque me encanta vérmelos así.

—Vaya… —dijo él—. Por lo que veo, te está gustando mucho.

—Joder que sí me gusta…

Entonces, ni corto ni perezoso, empezó a rodearme los pezones con la yema del dedo índice, como si fuera parte del masaje. Esto me puso más cachonda todavía y empecé a jadear sin importarme que él lo escuchara.

—Me parece que tu cuerpo tiene mucha tensión acumulada.

—Sin dd ddduda… —respondí como pude

Entonces, empezó a alternar la yema de los dedos índice y pulgar alrededor de mis pezones. A ratos los pellizcó con suavidad, a ratos con algo más de firmeza. Lo cierto es que mi pelvis se movió libremente y mis jadeos fueron en aumento; mi respiración estaba entrecortada.

—Creo que podemos mejorar muchísimo el resultado si me dejas que combine otra técnica en otro punto, pero necesito retirar la toalla para acceder a él.

—Lo que quieraaas… —atiné a decir mientras él trabajaba mis tetas con habilidad.

Entonces, retiró la toalla y dejó mi coño al aire, totalmente expuesto e indefenso. Creo que a esas alturas de la película ni siquiera hice esfuerzo alguno por cerrar las piernas, al contrario, facilité la tarea abriéndolas un poco más.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó.

—Carolina… pero todo el mundo me llama Carol.

—Uy… Carol, pues aquí hay una zona que necesita ser liberada inmediatamente —dijo él.

—Y cuanto antes...

—¿Me das tu permiso para manipularte ahí abajo?

—¡Si no lo haces te rompo las manos! —afirmé.

Él me abrió los muslos con lentitud y se embadurnó las manos con más aceite. Los siguientes minutos fueron una delicia, porque se dedicó a acariciarme el coño por fuera, a lo largo de mis labios vaginales externos, pero sin llegar a penetrar en ellos. Con una mano alternaba mis tetas, sobre todo mis pezones, a los que les daba pequeños pellizquitos y con la otra me acariciaba el coño o me lo aprisionaba entero entre sus dedos. Todo mi cuerpo protestaba de placer y peleaba por sentirlos más dentro de mi agujerito.

—Esto que estoy haciendo no es habitual, tengo que reconocerlo —dijo él—. Pero desde que te vi en el agua, peleándote con tu coño, he sentido la necesidad de ser un buen profesional y ayudarte.

—¿Ah, entonces me has visto? ¡Qué vergüenza!

—Claro que sí, pero de reojillo… —me confirmó—. Y tengo que decir que estaba peleándome conmigo mismo por no empalmarme. Lo he pasado mal y ahora me estoy cobrando mi venganza, porque me has puesto muy cachondo y he tenido que hacerme el distraído.

—Yo creía que no estabas al tanto —dije.

—Compruébalo tú misma, mira como tengo el paquete.

Eché un vistazo a su slip blanco y me fijé en el mismo bulto de buenas dimensiones que ya había intuido en el Spa. Fue un gesto instintivo el echar mano de él, sobarlo con ganas y estrujarlo de arriba abajo. Lo hice por fuera, deteniéndome en los cojones, que estaban adquiriendo un tamaño descomunal.

—Ahora soy yo la que está desbloqueando tus chakras , como podrás ver…

—Joder… Y está muy bien que lo hagas —dijo él—. Pero voy a facilitarte la tarea… —Entonces se bajó el slip hasta los muslos y dejó su polla bien erecta en el aire, dando tal respingo que partió el aire en dos.

—¡Me encanta! —dije—. Vaya polla preciosa que tenías ahí guardada.

—Es para ti… Haz lo que quieras con ella.

Ahora yo tenía su miembro, hinchado y rojo, encerrado en una de mis manos, pajeándolo suavemente y a ritmo lento. Él siguió acariciándome los pechos y el coñito con las suyas, internándose cada vez más entre mis labios, y localizando mi bolita secreta. Estuve a punto de correrme cuando él movió los dedos a toda velocidad, presionándola de una manera que me daba un placer indescriptible… Pero, de alguna manera intuyó que eso haría correrme muy rápido y paró, de golpe.

—Esto no va a acabar así —me dijo.

—¡Joder! Quiero explotar… ¡No pares ahora, cabrón!

—De eso nada, Carol. Si quieres correrte tendrás que utilizar algo más que las manos para que me esfuerce con el masaje.

—¡Mmmmmmm! Ya sé por dónde vas… guarro —dije—. Te vas a llevar tu merecido, ven aquí…

Acto seguido, él acercó su polla a una de mis mejillas y la deslizó suavemente durante unos segundos que parecieron una eternidad. Estaba dura como un bloque de hormigón y sentí todas sus rugosidades en mi suave piel. A continuación, abrí la boca y dejé que la pusiera sobre mi lengua, para después enterrarla entre mis labios y hacerle una mamada lenta y placentera. Por experiencia sé que cuanto más succiono con mis labios, menos me duran los tíos, así que varié el ritmo para dejarle como él me estaba dejando a mí, con las ganas de correrse. Todo lo que tenía que hacer era sacarme su polla de la boca, de vez en cuando, y lamerle alrededor del capullo de grandes dimensiones que tenía, con la punta de mi lengua. Estuvimos así… unos cinco minutos.  Un mundo de placer en el que yo chupé su dura y tiesa polla todo lo que quise y él me pajeó hasta ponerme el coño como un manantial.

—Joder… qué gustazo me estás dando, Carol.

—Mmmmmm —yo no podía emitir más que gemidos.

—Podría correrme ahora mismo —anunció—. ¿Me dejas?

—Te dejo… —confirmé yo—. Pero no en mi boca, por favor… No estoy preparada para eso.

—Lo comprendo —dijo él con una mueca de desesperación.

—Hazlo en mis tetas —le dije. Entonces, me las junté con las manos y me las froté de arriba abajo, invitándole a que las admirara más de lo que ya había hecho.

—Ufff… no te digo que no. Me está gustando mucho cómo han reaccionado a mis manos. La verdad es que tienes unas tetas que invitan a quedarse a vivir en ellas.

—Córrete en ellas —dije—. Córrete entre mis tetas mientras me masajeas el coño y haces que estalle de placer.

Él consideró la oferta muy poco tiempo, porque acto seguido bajó la camilla un poco y enterró su polla en mi canalillo, que se deslizó sin problemas por toda su longitud.

—Me vas a decir que no te gusta… —pregunté, mientras le frotaba el miembro entre mis grandes tetas.

—Joder si me gusta… Carol —afirmó él—. ¡Qué tetas tienes, no se me ve más que el capullo cuando deslizo mi polla hacia arriba!

—¡Mmmm! —gemí.

La visión de su polla enterrada en mis tetas y acercándose a mi barbilla cada vez que empujaba hacia arriba era digna de película porno. Me estaba poniendo muuuy cachonda y a ello también contribuía el hecho de que él estuviera pajeando mi coño con toda la habilidad que sólo los dedos de un masajista pueden ofrecer. Varias veces estuve a punto de correrme, pero estaba claro que él no iba a regalármelo así como así; cada vez que yo insinuaba con estallar él dejaba de pajearme.

—Carol, me voy a correr… —dijo entonces.

—¡Hazlo ya! Quiero ver tu leche asomando entre mis tetas.

—Joder… sí… ¡Qué rico! —dijo, deslizando su polla con más velocidad—. ¡Me corroo, Carol! ¡Me corrooooo!

Yo cogí su polla con una mano y se la sacudí sobre mi canalillo hasta que salió un chorro de esperma que me bañó las tetas. No lo sentí desagradable para nada, al contrario; estaba encantada de haber conseguido que mi masajista rubio se corriera. Pero… con su corrida mi orgasmo se fue al garete, porque él quedó desarmado y no fue capaz de atenderme hasta el final. Además, siempre me pasa que cuando mi pareja se corre yo pierdo por completo la noción de mi propio placer y no soy capaz de alcanzarlo, a no ser que descanse un rato.

—Qué gustazo me has dado con tus tetas, Carol… —dijo él,

—Y con la boca… ¿no? —dije yo, guiñando un ojo.

—Buffff, ha sido una pasada —me dijo él, cogiendo una toalla para limpiarme el pecho de su corrida.

—Soy consciente de mi poder de “persuasión” femenina —aseguré.

—Pero tú no has tenido final feliz...

—¡Jajajajaja! ¡Tú me lo has impedido, cabrón! Porque has parado de darme placer cada vez que estaba a punto. No sé si ha sido deliberadamente o qué…

—Te dejo a ti que adivines la razón —dijo mi masajista.

Entonces, me guiñó un ojo y me sonrió. Incluso se atrevió a darme un beso muy leve en los labios y me miró firmemente, sosteniendo la mirada por un momento mientras me ponía la toalla de nuevo sobre la cintura.

—Eres un poco cabrón, supongo que lo sabes… —dije yo.

—Me reservaba para esto…

Tocó la campanilla que había sobre la mesilla y al poco rato apareció otro chico, también en slip. Era un moreno de pelo corto, con buenísimas proporciones, y una cara que recordaba a la de un actor que a mí me ha encantado desde siempre; cuerpazo similar al de mi masajista, quizás un poco más musculoso.

—¡Joder Fran! Eres un cabronazo… —dijo. Sonreía, como si estuviera al corriente de todo lo que había pasado allí dentro—.

—¿Te gusta?

—¿Qué si me gusta este pedazo de mujer que tienes aquí a la vista? Está como un queso… Por eso has querido cambiarme de clienta, ahora lo entiendo.

Después, el nuevo masajista cogió un poco de aceite, se frotó las manos y pude ver que sus brazos se movían vigorosamente. Sin más preámbulos, sobó uno de mis pechos con descaro y lo estrujó levemente, haciéndome un poco de daño, pero también me dio placer. Estaba claro que sabía hasta dónde podía apretar y que era tan habilidoso como Fran, el masajista rubio.

—Disfruta con la vista, Javier… Este pedazo de bombón se ha quedado a las puertas del cielo y ahora viene la mejor parte. ¿Verdad?

—Hombreeee…

Entonces, ambos chocaron las manos como si fueran colegas de toda la vida, y se me acercaron mucho a la cara, mirándome fijamente a los ojos. Noté las palmas de sus manos deslizándose por los muslos y retirarme la toalla de nuevo. Sentir las manos de dos tíos tan buenos acariciarme el cuerpo fue algo indescriptible, no sé ni cómo no me corrí en ese mismo momento. Poco después, Fran me besó una mejilla y Javier hizo lo mismo en la otra.

—Carol… Hemos cerrado el turno y ahora mismo sólo quedamos nosotros —dijo Fran—. Aquí no puede entrar nadie hasta dentro de un par de horas.

—Vamos a darte mucho, mucho, pero que mucho…. placer —dijo Javier, al tiempo que se quitaba el slip y liberaba una polla que aún estaba por trabajar.

Y vaya si la trabajé… Bueno, debería decir las trabajé , porque aún me quedaba todo el fin de semana por delante y una habitación para mí sola, además de esas dos horas.

(¿Continuará?)