Una experiencia extrasensorial (I)

Carol decide irse un fin de semana a un Spa Hotel para curar su estrés y sus nervios. Pero lo que ocurre allí le abre un mundo de sensaciones que no conocía hasta entonces. Esta historia la protagoniza una mujer muuuy femenina, con unos atributos que no dejarán indiferente a nadie...

Hola… Me llamo Carol y tengo poco más de cuarenta años. No voy a especificar la edad exacta; a fin de cuentas no es educado revelar la verdadera edad de una mujer. Porque eso es precisamente lo que soy: una mujer; hecha y derecha. Y como soy madre, me fijo en las mojigatas con las que andan los adolescentes de hoy día. Esas no son ni siquiera la mitad de mujeres que yo… Tengo muy claras mis capacidades, y si sólo te interesa mi plano físico… he de decir que te pierdes gran parte de mí. Aunque me siento orgullosa de todo lo que soy y te voy a dar el placer de describirme por fuera: no soy demasiado alta pero tengo mucha gracia, porque mis curvas así lo quieren. Tengo bastante “personalidad”, creo que eso lo interpretarás a la perfección. Y qué puedo decir de mi cara… Que mis ojos son claros y luminosos, sé usarlos para conseguir lo que quiero. Mi boca es casi perfecta, lo digo así de simple. Mis pómulos también son un punto fuerte, porque tienen pecas realzan mi sonrisa, y ésta no anda escasa de atractivo. Tengo el pelo rubio, oscuro y rizado, que me otorga mucha feminidad cuando dejo que algún mechón me caiga sobre la cara.

En definitiva, soy una mujer plena, madura y con muchas armas a mi favor. Aunque también soy exigente y no me conformo con cualquier plato de la carta cuando pongo mi olfato en marcha. Llevo un tiempo desatada, replanteándome la vida. Porque aunque parezca mentira, sólo había catado un varón hasta este episodio que te voy a contar. ¿Cómo es esto posible? Yo tampoco lo sé, pero ahora estoy muuuy satisfecha con ese giro que dio mi vida en un Spa hace algunos meses. Desde entonces estoy aprovechando todo lo que puedo para pasarlo muy bien. ¿Cómo fue esa experiencia? Te la cuento con detalle ahora mismo…

Por circunstancias de la vida, resulta que decidí tomarme un fin de semana sabático y cogí un bono para un Spa hotel en una localidad madrileña del Sur. En esa época estaba estresada y lo que más necesitaba era relajarme. Así que hice una pequeña bolsa, sólo con lo necesario, la cargué en el coche y allí que me fui. Estaba dispuesta a sanar mi estrés y mi cuerpo entre burbujitas y agua bien caliente, sin ninguna otra pretensión a la vista. A la llegada, había una secretaria muy mona en la recepción, como de veintitantos años. Ella fue la que me dio la bienvenida, una tarjeta para acceder a todas las estancias y me indicó los horarios. Por el precio que había pagado, podía acceder a cualquier circuito de Spa, sauna o masaje que me diera la gana, además de tener una habitación para mí sola. En cuanto llegué a ésta, descargué mi bolsa, revisé el aseo, las almohadas y el colchón. Acto seguido me tiré encima de la cama y cerré los ojos. Me esperaba un fin de semana de estar muy relajada y lo primero que hice fue echarme una siesta de cuarenta minutos.

Al despertar, me quité la ropa con la que había venido y me miré en el espejo del baño un momento. Mis curvas se bambolearon alegremente cuando me puse el bikini que había traído; uno rosa al que le tengo mucho cariño. He de decir que mis tetas son generosas, así que colocármelas en su sitio es algo que me lleva tiempo y hace que pueda sobármelas bien, hasta encontrar el ajuste definitivo. Para la parte inferior no elegí el mismo ritual, porque me conozco y sé que ya iba a encontrar bastante humedad en el agua de las piscinas de Spa. No quería empezar el fin de semana con una calentura excesiva… eso ya vendría después en la intimidad y sólo si me apetecía.

Llegué al primero de los Spas, que era un circuito clásico con varias temperaturas e intensidades de burbujas. El lugar estaba prácticamente vacío, salvo por una pareja de jovencitos que estaban dándose arrumacos en un jacuzzi; para ser sólo arrumacos daban unos respingos muy sospechosos. También había un chico de unos treinta años, echado boca arriba, sobre una hamaca de ratán y cascos inalámbricos en sus orejas. Por lo que me fijé, era rubio y estaba realmente bueno; sin llegar a ser el típico cachas de gimnasio, pero sí atlético. Tenía un atractivo particular en su cara y me gustó mucho su nariz casi recta y afilada. Como tenía los ojos cerrados deduje que estaba en trance con su música y sus pensamientos.

Me metí en el agua y sentí el gustazo de encontrarme a 30 grados de temperatura. La iluminación tenue invitaba a sentirme como una diosa. Al rato, fui caminando por el Spa y me acerqué hasta un potente chorro de agua que caía verticalmente. Me puse debajo y deje que cayera por mi cuello y espalda, liberando mis maltrechas cervicales y experimentando un placer casi torturador para mis vértebras. Del gusto que sentía me estaban dando cosquillas en otras partes de mi cuerpo, y supongo que sabéis a cuáles me refiero. Al poco, eché la vista al jacuzzi donde estaba la pareja de jovencitos dándose arrumacos y me di cuenta de que estaban follando... claramente. Ella estaba abrazada a él, mirándole de frente y sin parar de botar, bamboleándose sus tetas sin disimulo y la boca entreabierta. Me pareció una imagen algo desagradable, anti higiénica; aunque también un poco excitante. Que no repararan en que por allí cerca estaba yo, e incluso el chico de la hamaca, me pareció atrevido y me dio cierta envidia. No sabría decir cuál de las dos sensaciones me pudo más, pero mi coñito empezó a palpitar al imaginarme en la misma situación con el chico de la hamaca. Mi mente, en seguida echó a volar. Él continuaba con los ojos cerrados… Eso me facilitó poder fijarme sin disimulo en sus torneadas piernas, sus brazos largos y fibrosos; uno de ellos situado detrás de su cabeza y resaltando aún más su bíceps. ¡Joder…! Su torso era escultural, con los dorsales bien marcados, como los modelos de anuncios de perfumes. Llevaba un slip blanco que no ocultaba para nada el bulto de considerables proporciones que había debajo. En su cara lucía una barbita rubia de pocos días que le quedaba increíble… De tanto fijarme en él, y de oír algún jadeo de la parejita joven, me encontré mi propia mano sobre el coño, pidiéndome guerra bajo la espuma y las burbujas del agua caliente. Y vaya si tuvo guerra...

Oculta, bajo el chorro de burbujas y el agua del Spa, empecé a acariciarme la entrepierna. Primero con disimulo, por encima de la braguita de mi bikini. Luego, con algo más de brío, por debajo de la prenda, deslizando la yema de un dedo entre mis labios vaginales y dejándome llevar por la escena de película que estaba presenciando. La parejita follaba cada vez con más ganas dentro del jacuzzi y yo, de vez en cuando, le echaba una mirada al tío bueno de la hamaca. Fijarme en su paquete me ponía más caliente aún… Y lo que me daba más morbo todavía es que yo no sabía si en algún momento iba a despertar de su letargo y pillarme “in fraganti”; me estaba poniendo morada y comiéndomelo con los ojos. Me fijé varias veces en su paquete y me dieron unas ganas tremendas de salir del agua y comérmelo sin pedir permiso. Qué cachonda me estaba poniendo… Me estaba imaginando cómo me acercaba a él, le deslizaba el slip hasta los huevos, le pasaba toda la lengua por ellos y después a lo largo del falo; chorreándolo con mi saliva y engulléndolo con mis labios. Todo iba genial… hacía un rato que me estaba acariciando mi punto secreto para tener una corrida como Dios manda, pero el plan se fue a la mierda cuando un grupo de señoras de setenta años, o más, abrió la puerta del Spa y entraron conversando muy animadas. En ese momento, salí apresuradamente del agua y me dirigí a la ducha escocesa, para ver si con eso conseguía aplacar mi calentura de coñito a punto de correrse.

El chorro de agua fría hizo que mi cuerpo recuperara su tersura original y mi cabeza pudiera evadirse y pensar en otras cosas. Por un momento, me olvidé de lo que acababa de hacer en el Spa y sentí que lo que me pedía el cuerpo era un buen masaje relajante. Estaba dispuesta a recibir el mejor posible de entre todos los que la recepcionista me había recomendado. De hecho, ya lo tenía concertado. Por suerte, la cabina de los masajes estaba limpia, era espaciosa y olía bien. La recepcionista ya me había indicado que tenía que quedarme desnuda antes de que el profesional, o la profesional, entrasen en la cabina. Yo lo hice así… Desde ese momento, sólo vestía una toalla blanca que era suave como el algodón y me envolvía desde el escote hasta las pantorrillas. Me tumbé boca abajo sobre la camilla, toqué la campanilla que había sobre una mesita, cerré los ojos y me dejé llevar por completo... Ni siquiera escuché o vi llegar al masajista. Deduje que era un hombre cuando sentí sus manos deslizarse con delicadeza la rabadilla después de retirar la toalla con habilidad. Al rato las sentí recorriendo toda mi espalda, embardunándose de aceite a cada pasada.

—“Joder, qué gusto…” , pensé.

El masajista tenía las manos fuertes, pero sabía dosificar su tortura. De vez en cuando me atusaba las vértebras con los nudillos y descargas de placer me llegaban hasta otro de mis puntos secretos; el orificio de mi culo. Otra vez… me dije. No podía pasarme que estuviera en esa situación y mi cuerpo tuviera ganas de marcha. Entre otras cosas, porque ese masajista era un perfecto desconocido para mí. Traté de luchar contra mí misma, mis sensaciones y mis pensamientos, pero fue en vano. Cada vez me estaba poniendo más cachonda, y sólo hizo que empeorar cuando el masajista decidió masajearme también desde las corvas hasta los dedos de los pies, dedicándose a ellos con mucha habilidad. No sé si fue porque me oyó gemir débilmente o qué, pero el masaje se fue animando hasta convertirse en un verdadero anticipo de dejarme sobar sin límites. Sobre todo, cuando sentí las palmas de sus manos separar ligeramente mis muslos y acariciármelos por dentro. Mis nalgas también recibieron su merecido en forma de círculos amplios, con una generosa cantidad de aceite entre ellos. Gracias a que allí había mucho aceite de por medio, porque si no, el masajista hubiera notado la humedad incipiente de mi coñito que estaba pidiendo a gritos que también le atendieran.

(Continuará)