Una excitante noche de verano
Cuando los primeros rayos de sol me despertaron aquella mañana no podía creer lo que me estaba pasando: estaba sola y desnuda en una cala de la costa gallega...
Una excitante noche de verano
Cuando los primeros rayos de sol me despertaron aquella mañana no podía creer lo que estaba viendo: estaba sola, y desnuda, en una pequeña cala de la costa gallega, y apenas conseguía recordar cómo había llegado allí o, al menos que es lo que había ocurrido. Tenía un tremendo dolor de cabeza, supuse que por los efectos del alcohol, y el sol me cegaba de tal forma que no vi llegar a los servicios de limpieza que me pillaron totalmente desnuda y aún tan adormilada que me fue imposible balbucear una sola palabra de explicación a aquella situación.
Recogí mi ropa, esparcida unos metros a la redonda, mi blusa y falda blancas propias de la estación en la que nos encontrábamos, mis sandalias de tacón interminable y ¡oh, dios mío, mi tanga no aparecía por ninguna parte! En fin, me vestí y salí de allí lo más rápido que pude, ruborizada por mi aspecto y totalmente desconcertada.
Ya en mi apartamento y, después de un relajante y reconfortante baño de espuma, las ideas comenzaron a desfilar en mi cabeza. No podía creer lo que había hecho
La noche anterior había sido invitada a una de esas fiestas en la playa, más típicas de las playas de California que de las gallegas, pero la noche prometía y yo acababa de terminar mis exámenes en la universidad, así que me dije, ¡por qué no!, y preparé mi bronceado cuerpo para una noche que esperaba fuera de locura y desenfreno.
No soy una chica excepcionalmente atractiva, no recibo demasiados piropos por la calle, pero sí alguna que otra mirada lasciva, dirigida sobre todo a mi pechos que, sin ser demasiado grandes, sí son redondos y bien contorneados, como dos naranjas maduras coronadas por dos pequeñas guindas, y es que mis pezones, hiciera frío o calor, se encontraban en permanente erección. Era un don de la naturaleza que me había traído más problemas que facilidades en la vida, pero que en ciertos momentos, conseguía atraer la mirada del chico deseado. Por otro lado, mis nalgas eran un símil de mis pechos, redondas, respingonas, algo bamboleantes pero, del gusto de muchos, y del mío propio. Había pasado muchas tardes estudiando en la playa, así que mi cuerpo tenía un bonito color tostado, con ciertos toques dorados, que me hacía mucho más apetecible. Animada por mi aspecto me dispuse a prepararme para mi loca noche de verano.
Cuando me miré al espejo me sorprendí de mi propia imagen; blusa blanca semitransparente que había decidido ponerme sin sujetador y explotar así el "don" del que ya os he hablado, falda igualmente blanca a la altura de las rodillas y unas sandalias que eran mi sufrimiento por sus altísimos tacones, pero era una penitencia que tenía que pasar para hacer más sexys aún mis morenas piernas recién depiladas. Ciertamente me había convertido en una fruta realmente apetitosa.
Había quedado con mis amigas en la playa; por suerte, mi apartamento, que compartía con dos chicas inglesas que ya habían vuelto a su país se encontraba muy cerca del lugar, así que sin más, me dispuse a salir a su encuentro. Cuando llegué allí comprendí que aquello iba a resultar más difícil de lo que creía. La playa se encontraba atestada de gente, apenas conseguía abrirme paso entre la multitud y, además, las sandalias me estaban matando, así que, después de pasar más de una hora buscando a mis compañeras, decidí disfrutar de la fiesta por mí misma y me dirigí al bar que organizaba aquel evento. Por suerte para mí había un asiento en la barra y, allí fue donde pasé las dos horas siguientes. Había perdido la cuenta de la cantidad de martinis que había bebido y mi vista comenzaba a nublarse, cuando el atento camarero que me había servido durante toda la noche, pero que no me había dirigido ni una sola palabra amable, ni una sola mirada, me comunicó que aquello había acabado y que debían cerrar el loc
Desilusionada por el resultado de la noche y, con una copa aún en la mano, comencé a andar hacia la playa, con las mortales sandalias en la otra mano, y con el ego completamente destrozado y vapuleado. Quizás ya no fuera la apetitosa fruta que yo había creído ver reflejada en el espejo. Me senté cerca de la orilla, sin saber qué hacer después de aquello. Mi apartamento estaría vacío y, realmente no me apetecía llegar allí y que el silencio me terminara por ahogar del todo. La noche era cálida, y en la playa solo estaba yo. La gente había desaparecido como por arte de magia así que, aprovechando aquella ocasión que se me presentaba, decidí darme un baño a la luz de la luna. Me desnudé cuidadosamente, doblando mis ropas y dejándolas lo suficientemente apartadas de la orilla para que las olas no las mojaran y comencé a caminar hacia el agua. Debía estar helada pero el alcohol amortiguaba bastante bien la temperatura real y yo la sentía cálida acariciando mi piel. Era excitante sentirme desnuda allí, sola, pero expuesta a ser sorprendida por cualquier paseante nocturno lo cierto es que no me importaba, era mi momento después de una noche desastrosa. No puedo decir cuánto tiempo estuve "a remojo", solo sé que cuando salí temblaba de frío y estaba arrugada como una pasa, así que supongo que estuve allí mucho más tiempo de lo que debía. Pero una sorpresa, no muy grata en principio, me esperaba al salir del agua mi ropa había desaparecido.
Os preguntareis qué hice en aquél momento. Pues en primer lugar patalear como una niña pequeña y rezar para que nadie me viera en aquella situación pero, esta visto que dios se olvida de nosotros en momentos difíciles y, al mirar más detenidamente a mi alrededor descubrí una figura que seguramente se estaba divirtiendo mucho con mi espectáculo. Olvidando mi desnudez me acerqué a él, más cabreada que avergonzada y, cuando estaba dispuesta a lanzarme sobre él y exigir que me devolviera mis ropas (suponía que era él el que me las había robado), me detuve en seco. Su cara me sonaba claro! el camarero aburrido del bar que no me había dirigido la palabra en toda la noche. Estaba desconcertada; ¿por qué un chico que no me había mirado en dos horas tenía ahora especial interés en verme desnuda? ¿qué es lo que buscaba?
Despacio me acerqué a él, era alto, moreno, varonil; he de decir que yo sí me había fijado en él y había utilizado mis mejores artes de seducción durante mi estancia en la barra, pero como ya sabeis, sin resultado, en principio se llamaba David y, según me explicó luego era un chico tímido al que asustaban las chicas guapas, ja! Desnuda ante él apenas sabía qué decir o cómo comportarme, así que esperé que él diera el primer paso. Cuál fue mi sorpresa al ver que comenzaba a desnudarse, sin mediar palabra conmigo, primero la camisa, el pantalón, los zapatos. Su cuerpo era escultural, dorado por el sol del verano, fibroso, y, por lo que podía ver, mi cuerpo desnudo y mojado le gustaba. Se acercó a mí y, mirándome fijamente a los ojos, como pidiendo permiso para lo que iba a hacer, me besó, primero lentamente, rozando sus labios con los míos, para después sentir cómo su lengua comenzaba a explorar el interior de mi boca, a jugar con la mía. Podía sentir su sexo palpitante rozando mi pubis, sus manos recorriendo mi espalda y mis pechos apretados contra los suyos, con mis pezones rozando su piel. Sentía su pelo erizado por la excitación, su respiración agitada. Apartó su boca de la mía y observó mi cuerpo, su mirada me atravesaba y cohibía, pero me sentía deseada como nunca, y me entregué por completo a aquel desconocido del que solo sabía su nombre.
Me arrodillé en un gesto de sumisión total y absoluta y llevé mi boca a su ombligo perfecto, mi lengua recorrió la distancia que había entre su vientre y el inicio de su pene. Su pubis era lampiño, recién depilado, quizás por eso su polla parecía aún más grande. La tomé entre mis manos y comencé a acariciarla suavemente, a disfrutar de su tersura, de su suavidad, de su dureza mientras mi lengua comenzaba ya a lamer su glande, enrojecido y caliente. Sujetó mi cabeza con sus manos y comenzó a introducírmela en la boca, me gustaba sentir mi boca llena por su sexo, sentir como salía y entraba con suavidad, rodeada por mis labios, y sentir como cada vez estaba más y más húmeda por mi saliva. Finalmente se arrodilló, nuestras miradas se cruzaron un instante antes de que él me tumbara sobre la arena. Tomó mis pechos entre sus manos y llenó su boca de ellos, mientras rozaba mi clítoris con su glande, podía sentir esa íntima caricia y no pude evitar que un gemido escapara entre mis labios. Su cabeza comenzó a descender por mi vientre hasta llegar a mi monte de Venus, la entrada al templo prohibido, al paraíso de los placeres. Cerré mis ojos y me concentré únicamente en las sensaciones, en el sentir del momento. Su lengua comenzó lamiendo mis labios más íntimos, sus dedos los separaron lentamente para dejar al descubierto todo el interior de mi sexo que exploró sin pudor alguno con su boca. Lamía mi clítoris mientras sus dedos me penetraban despacio al principio, y más rápido cada vez. Podía oír los jugos de mi sexo empapando su mano, mis muslos. Me acercó aquellos dedos y me los entregó para que pudiera saborearlos; los introduje en mi boca con ansiedad, con miedo de que los retirara antes de que pudiera recoger cada gota de mis flujos. Le pedí entre jadeos que me penetrara, deseaba sentirme poseída por él.
Me coloqué de espaldas a él, ofreciéndole mis nalgas que el aceptó de buen grado. Las sujetó con fuerza y comenzó a penetrarme por detrás, mientras se inclinaba sobre mi espalda y tomaba después mis pechos, para jugar con ellos y pellizcar mis pezones, haciéndome gritar de placer y gemir como nunca nadie lo había hecho. Estaba fuera de mí y le rogué que me follara, que no dejara de penetrarme ni un instante, pero él se negó. Sacó su pene de mi interior y separó mis nalgas para perder su lengua en mi ano. Aquello terminó por volverme loca, sentía como mi oscuro agujerito se iba humedeciendo y, de repente, sentí su capullo presionando sobre él. Me retiré en un principio, nunca había sido penetrada así y, en parte, me daba miedo el dolor. Besó mi cuello y me tranquilizó prometiéndome ser cuidadoso. Empezó metiéndome primero un dedo, después otro, y otro. No podía creer el placer inmenso que me proporcionaban aquellos dedos entrando y saliendo de mi culo. Cuando los retiró llevé mi mano hasta allí y note como se había dilatado, estaba lista para ser "enculada". Él opinaba lo mismo y sin dilación comenzó a penetrarme, muy suavemente al principio; el dolor era prácticamente insoportable pero, deseaba tanto experimentar aquello con él. Cerré mis puños y aguanté la respiración durante un breve instante, hasta que sentí que su polla estaba completamente dentro de mí. Entonces le miré y, dándole permiso para seguir, comenzó a follarme de una manera increíble. Nuestros cuerpos golpeaban el uno contra el otro, sentía sus huevos golpeando mis labios con cada uno de sus empujes, y mis pechos no dejaban de moverse al mismo ritmo que su cuerpo. Llevé una mano hasta mi clítoris y comencé a acariciarlo, a frotarlo más bien, deseaba llegar al orgasmo, estaba tan sumamente excitada que el placer comenzaba a convertirse en dolor, necesitaba liberarme de aquel éxtasis en el que me encontraba y finalmente, llegó. Mis fuerzas flaquearon y caí rendida sobre la arena.
Él aún estaba dispuesto a más, así que se arrodilló sobre mí y comenzó a acariciarse con fuerza, mirándome a los ojos, mi boca estaba abierta esperando la leche que él me ofrecía. Sentía cómo su respiración se iba acelerando y, llegado el momento, el agarró mi cabeza y la llevó hasta su polla. Sentía cómo me inundaba su semen, cómo resbalaba por mi garganta, dulce y caliente. Sus piernas temblaban con el contacto de mi lengua sobre su capullo. Exprimí hasta la última gota de semen que iba saliendo, muy despacio ya, saboreando cada una de ellas.
Después de recuperarnos de aquella sesión de sexo salvaje nos bañamos juntos, frotando nuestros cuerpos, disfrutando de su contacto, de su calor y, finalmente, nos tumbamos juntos en la orilla, dejándonos llevar de las manos de Morfeo, y sumiéndonos en un profundo sueño. Mi despertar, ya lo conoceis...
Espero que mi nuevo relato os haga soñar.