Una estación llamada culo.
Os voy a contar de lo que aconteció dentro de los límites del trasporte público.
Os voy a contar de lo que aconteció dentro de los límites del trasporte público.
Lo tenía enfrente de mí y lo veía como si toda la distancia que nos separaba no existiera, como si un túnel oscuro y lúgubre se extendiera a lo largo y el final fuera eso, esa luz… Ese culo.
Oh Dios, lo llevaba bien apretado en unos vaqueros con bolsillos grandes y ligeramente caídos, sobresalía de debajo de una cazadora de cuero, parecida a las que llevan los motoristas con la cremallera al lado, pero esta era mucho menos extravagante y se adivinaban sus formas. Me ponía cachondo la curva de sus nalgas y la forma de corazón invertido, que se intuían a través de esos vaqueros ajustados. Unas carderas formadas y una cinturita de avispa. Reconocía vagamente el resto de su cuerpo, pero ese culo me tenía hipnotizado desde hace varios meses.
Pero me estoy desviando, lo recuerdo y ya no puedo pensar, se me va la mano a la polla.
Yo cogía la línea 3 dirección hacia el centro de Madrid, pero desgraciadamente, me despidieron. Al encontrar un nuevo trabajo (con mucha suerte, he de decir) me deshice del metro, como medio de trasporte y camino habitual hacia el trabajo, y lo sustituí por el autobús, dado que era línea directa, y tardaba bastante menos que en metro. Sorprendentemente.
No os voy a contar mi físico, ni qué tipo de trabajo desempeño, ni qué tipo de vida llevo, solo quiero contaros como fue… Ella más que nada y nuestra relativa (si se puede llamar así) relación.
La primera vez que cogí el bus estaba nervioso, era mi primer día y sabía de antemano que iba a ser examinado, juzgado y odiado por mis compañeros, no por nada en concreto, única y exclusivamente, por haber sido contratado en estos tiempos de crisis. Era necesario y preciso, no fallar. Se me iba la vista continuamente al reloj, aunque cada vez que lo mirara examinara lo mismo y pensara exactamente la misma cosa: llego a tiempo, bien.
El bus se detuvo en una de esas parada con muchísima gente, que hacen cola pacientemente y suben ordenadamente, hablando sin cesar y llenando el ruido del autobús, con más ruido de voces, risas y en ocasiones hasta cabreos y llantos.
Debo decir que su cara no me llamo la atención y que incluso hoy me cuesta recordar cómo iba y que aspecto llevaba. Me podría justificar aludiendo el nerviosismo de mi primer día en el nuevo trabajo, pero no es así, porque su culo me cautivó.
Lo llevaba embutido, si (lo adivinareis) en unos vaqueros de pitillo. No sé cómo me fije, ni porque, ni porque no antes, pero solo puedo decir que se me olvido el autobús, el trabajo, los compañeros y creo que se me olvido respirar también, pero tranquilos me recuperé, a duras penas, pero lo hice. Y mientras que intentaba sincronizar la respiración forzada de mis pulmones con los latidos frenéticos de mi corazón, veía con la mirada nublada, como ese culo se movía a través de la multitud, y se rozaba para intentar pasar. La erección era inevitable, una consecuencia, causa y efecto. Otro efecto fue como mi imaginación dormida, de repente, ese día surgió a la superficie para torturarme con visiones perturbadoras y enfermas, deliciosamente enfermas. Un anhelo constante. Yo rozándome con sus nalgas, mi polla jugando entre las puertas del paraíso, pero desde la puerta de atrás, es decir, metiéndosela jodidamente dura en su coño mojado y desde atrás, yo corriéndome abundantemente y mojándole todo el culo, esparciéndoselo… Realmente si alguien se hubiera acercado a mí lo suficiente, hubiera notado un móvil muy muy grande y muy duro sobresaliéndome de los pantalones.
Y a partir de ahí, empezó mi lenta agonía, que duraría meses, apresada en unos pantalones demasiado ajustados.
Si les ha gustado esta introducción, por favor no duden en comentar y en criticar (sobre todo críticas constructivas) y les prometo que habrá más de esta historia. Gracias