Una espera insoportable

Aquí cuento cómo, después de una espera de una semana que se hizo muy dura, sobre todo en los primeros días, obtengo mi premio, probando por primera vez la que pronto se convertiría en mi golosina preferida.

Esa semana fue insoportable (todavía siento la desesperación que me invadió esos días). No sabía qué pasaba. Qué había hecho mal!

Estaba perdidamente enamorada del Nene. Quería seguir sintiendo sus manos recorriendo mi cuerpo. Quería sentir por primera vez un beso, pero no de cualquiera, ni cualquier beso. Sólo quería que me bese él. Quería hacer el amor con él, en mi primera vez… y en la última también. En mis fantasías, sólo había un hombre para toda mi vida. Y estaba segura de que lo había encontrado.

No entendía por qué tanta frialdad. Esa misma noche, después de que estuvimos juntos por primera vez, tardé muchísimo en dormirme (y lo hice sin darme cuenta, y porque estaba cansadísima, por el ejercicio y por cómo la habíamos pasado juntos). Al otro día, el sábado, me desperté después del mediodía por primera vez en mi vida (o por lo menos que yo recuerde).

Mi abuela no dijo nada. Ahora pienso que sabía que había estado con alguien y que decidió no decirme nada, ni averiguar qué me había pasado. Sólo me preguntó si desayunaba o almorzaba, cuando me vio. A la tarde estaba tan ansiosa que me fui a correr. Corrí mucho (hace poco vi Forrest Gump y, cuando se pone a correr, sentí que lo entendía) y volví muy cansada. Pero en cuanto me duché y me cambié, me puse a caminar de un lado a otro de mi pequeña casa. Al rato me fui a buscar a Vero y me puse a charlar con ella sobre lo que había pasado.

Pobre Vero. Tenía mi edad y mi experiencia: es decir, no sabía nada. Así que mucho no me pudo ayudar, salvo por el hecho de que me escuchara, que fue de una gran ayuda (aunque en ese momento ansiaba que me dieran una respuesta y no que sólo me escucharan). Nos quedamos charlando hasta tardísimo y nos fuimos a dormir (se quedó en mi cuarto). Después de estar dando vueltas en la cama más de una hora, me levanté y me puse a leer. Pero… nada. No me podía concentrar. Otra vez fue muy difícil dormir.

Pero esta vez estaba menos cansada, así que al otro día me desperté temprano. Como seguía ansiosa, me fui a correr de nuevo. Creo que nunca tuve tanta energía como en esos días. Esta vez no corrí tanto tiempo, pero sí lo hice mucho más rápido. Cuando llegué a casa me temblaban las piernas y estaba agitadísima.

Mi abuela y Vero seguían durmiendo. Me metí a la ducha y bajo el agua hirviendo me acariciaba el cuerpo liso y bien formado que había desarrollado, imaginando que era el Nene quien me acariciaba… y lloraba de dolor por su ausencia. Era tanta la necesidad que tenía de sentirlo que hasta dolía!

Desayuné con mi abuela y con Vero y me fui con ella a su casa. Mi amiga es una masa. Me bancó todo el día, con mis charlas repetitivas (cuánto más podía decir de nuevo de mi amado) y mis cambios de humor repentinos.

Llegué a la noche otra vez cansadísima (dos trotes intensos seguidos en menos de dos días y todo el día dando vueltas por el barrio). Me acosté y me dormí al rato, mientras las lágrimas corrían triste y lentamente por mis mejillas y me abrazaba a mi misma rodeando mi vientre. Al rato me desperté totalmente lúcida y recordando momento a momento lo vivido con el Nene el viernes anterior. Cerré los ojos y empecé a acariciarme lentamente

Fue la primera vez que me toqué y me provoqué un orgasmo. Fue bastante linda, aunque no tanto como otras que vinieron después. Lo importante es que no alcanzó. Igual seguía sufriendo por lo que no tenía, lo que faltaba: mi hombre (aunque ese "mí" no representaba, ni siquiera en ese momento, que él fuera mío, sino más bien que yo era de él, como cuando uno dice "mi barrio" o "mi país").

Al otro día fui al cole e hice todo lo que tenía que hacer. Y a la tarde fui al gimnasio. En cuanto lo vi, lo encaré con ojos a punto de estallar en lágrimas y le pedí que habláramos. Me acarició la mejilla y me dijo que hiciera todo lo que tenía que hacer y que después íbamos a tomar algo y charlábamos. Así lo hice.

Nos fuimos a un barcito que está cerca del gim y el muy turro me preguntó qué me pasaba, qué quería. Desesperada, con las lágrimas brotando de mis ojos descontroladamente, le dije que no entendía, que lo amaba, que por qué no habíamos estado juntos todo el fin de semana, que no había dormido bien, que estaba desesperada, que lo amaba (otra vez), que no podía vivir sin él, que estaba desesperada por sentirlo en mi cuerpo, que lo amaba

El me escuchó pacientemente todo el rato, sonriéndome dulcemente (no sobradoramente, como algunos se estarán imaginando) y cuando terminé me dijo:

-Yo te quiero mucho gime, pero no sé si te amo, ni si te amaré en el futuro

-Pero

-Dejame terminar, por favor. Yo te escuché todo el tiempo que necesitaste. Ahora es necesario que escuches lo que tengo para decirte.

-Bueno… Está bien

-Te decía que te quiero mucho, pero no te amo, ni sé si te amaré. En esto tengo que ser sincero, así vos sabés a qué atenerte. También, como es obvio, me gustás mucho. Y a medida que va pasando el tiempo, me gustás cada vez más. El hecho es que, en tanto vayas creciendo y en cuanto te vayas convirtiendo en la mujer hermosa que sé que vas a ser, me vas a ir gustando cada vez más, y te voy a ir queriendo cada vez más. Ahí tal vez pueda decir que te amo. Pero para llegar a eso necesito que primero seas una mujer; es decir, que dejes de ser una niña adolescente, que hoy me puede amar, pero tal vez mañana ya no.

-No entiendo. Si yo te amo

-No me cabe la menor duda que vos creés que me amás. Pero eso sólo lo vamos a saber cuando pase el tiempo y sigas sintiendo lo mismo. Sos una niña que se está convirtiendo en una mujer (la frase se la robé a él), una adolescente, y yo no me puedo arriesgar a enamorarme de vos, y que mañana, o pasado, te des cuenta de que en realidad no me amabas, o sientas que ya no me amás.

-Yo te amo y te voy a amar toda la vida.

-Está bien. Asumamos que es así, que me amás y que me vas a amar toda la vida. Entonces me vas a conceder el tiempo que haga falta para que yo llegue a amarte, que en principio es el tiempo que hace falta para que te conviertas en una mujer; es decir, por lo menos dos o tres años.

Cuando me dijo estas últimas palabras, sentí que un abismo se abría dentro de mi vientre y que me disolvía hacia ese agujero negro, que me estaba tragando, rápida, infinita e incansablemente

Debo de haber mostrado signos de abatimiento, porque siguió como si supiera lo que me estaba pasando.

-Ahora, en este mismo momento, mientras me escuchás, debés estar pensando que no vas a poder esperar tanto tiempo para saber si te amo, para que te ame. Pero vas a ver que no es así, que vas a poder. Vas a crecer y vas a ser la mujer hermosa que sé que vas a ser. Pero para que crezcas, no sólo físicamente, sino también emocionalmente, tenés que aprender a dominar tu ansiedad. De alguna manera, tenés que seguir los pasos que hay que dar, como cuando das los exámenes para ir pasando de cinturón en tae-kwon-do, o cuando te voy cambiando la rutina de ejercicios para fortalecer tu cuerpo. Si querés, si me dejás, y mientras vos quieras y me dejes, yo te voy a ayudar a hacer ese camino.

Todavía recuerdo esa conversación palabra por palabra (casi diez años después) y, ahora, después de haber pensado que me mintió durante estos últimos años en los que ya no estuvimos juntos, se me ocurre que por ahí fue sincero, que realmente me quería y que pensaba que podía llegar a amarme, pero finalmente no pudo. Y tal vez, en parte, haya sido mi culpa, por haberlo amado tan absolutamente como puede hacerlo una adolescente, por haberme entregado tan absolutamente a él como puede hacerlo una adolescente. Y eso fue claro desde el momento en que le dije:

-Te amo. Te amo con todo mi cuerpo y toda mi alma. Quiero ser la mujer que vos ames. Ayudame a ser esa mujer. Haceme esa mujer… Tuya ya soy.

Cuando dije esas palabras lo estaba mirando a los ojos. Cuando terminé, bajé la vista y me quedé así unos instantes, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. Después él me tomó del mentón y acercó mi cara a la suya, y me dio el primer beso. Un beso sencillo, dulce, hermoso. Sentía que mi corazón aleteaba de alegría.

-Ya sé que sos mía. Pero es bueno escucharte diciéndolo. Espero merecerte.

-Yo espero merecerte a vos.

-Eso no es muy difícil. Solo tenés que ir paso a paso. Así que tené paciencia y esperá al viernes que viene, que es nuestro próximo paso.

Respiré hondo, asentí y le pedí que me besara de nuevo. Otro beso sencillo que me derritió los labios y el último eslabón de mis cadenas estaba colocado.


No fue tan difícil la espera el resto de la semana. Ayudaban mucho el colegio y las actividades del gimnasio, que me mantenían ocupada. Dormía bien, pero para poder hacerlo todas las noches me hacía una paja, pensando que eran sus manos las que me tocaban. Hasta que llegó el viernes tan esperado.

Esta vez no me cambió la rutina. Pero cuando la terminé, me hizo subir a la cinta y correr media hora a un ritmo bastante intenso. Durante los últimos minutos sentía que los músculos me iban a estallar en cualquier momento (escribo esto y sonrío, porque ahora corro a esa velocidad cuando salgo, y no me resulta tan pesado). Pero no aflojé. Estaba decidida a mostrarle que podía hacer lo que él me pidiera (creo que eso era justamente lo que quería).

Cuando terminé, ya sabía lo que tenía que hacer. Caminé como pude con mis piernas temblorosas hacia el vestuario, me di una larga y placentera ducha con el agua prácticamente hirviendo. Me sequé y salí totalmente desnuda, a su encuentro. Me esperaba con el batón de toalla, con el que envolvió mi cuerpo mientras me daba un beso en el cuello que me erizaba los pelos de la nuca. Y la piel.

Me llevó de la mano al cuarto. Pero pasamos de largo. Primero fuimos a otro cuarto, más pequeño, aunque con la temperatura igual de linda que el otro (menos mal, porque seguía siendo invierno). Me quitó el batón y, desnuda, me hizo sentar en una silla de cuero, con un espejo enfrente. Sacó unas tijeras, y diciéndome que me iba a cambiar el look, me recortó el cabello, hasta dejármelo bastante corto.

-Ya está. Así se ven mejor tus rasgos de niña, tu carita tan hermosa y angelical. Te gusta?

-Sí. Me encanta.

-Bueno. Sigamos.

Otra vez me tomó de la mano y me llevó al otro cuarto, esta vez sin cubrir mi desnudez en ningún momento. Me volvió a masajear igual de lindo que la vez anterior. Pero esta vez, a las caricias agregó besitos, que fueron recorriendo todo mi cuerpo. Cuando llegó a mi conchita, me acarició tan magistralmente con su lengua (y yo ya venía tan caliente de toda la semana), que rápidamente tuve un orgasmo espectacular (otro de los mejores de mi vida). Grité y gemí como una posesa.

Al rato:

-Bueno. A ducharse, que tenemos que irnos a nuestras casas.

-Cómo…? Y vos…?

Esta vez no me había dejado tocarlo (ni yo hubiera podido, mientras me retorcía de placer). Así que no había acabado. Además de que yo seguía re-caliente (yo creo que hubiera podido coger toda la noche y hubiera seguido queriendo guerra).

-Ya te dije que vamos a seguir una serie de pasos. Así que por ahora no va a haber penetración de ningún tipo.

Mientras me decía esas palabras, mi cuerpo se estremecía de placer y de deseo. Y, aunque su voz era bastante firme, se notaba que necesitaba algún tipo de descarga. Así que, acariciándole el bulto por encima del pantalón, le dije –sonriendo picaronamente:

-Y no hay alguna otra cosa que pueda hacer?

Tardó un rato en responder.

-Pensaba dejarlo para la próxima vez, pero… ya que estás tan dispuesta, podrías acariciarme la pija con tus manos, como la otra vez, y también con tu lengua y tus labios. Si querés que te enseñe cómo hacerlo.

Relamiéndome como si se tratara de una golosina, respondí:

-Mmmmmhhhhhh… me encantaría… mmmhhh

-Esa es la Gime que me gusta! Eso es actitud! Muy bien! Manos a la obra. O mejor: labios a la obra. Pero primero vamos a ponernos más cómodos.

Me llevó de nuevo al otro cuarto, donde me había recortado el pelo.

-Esperá un momento que ya vuelvo.

Se fue y me dejó sola un par de minutos. Yo estaba excitadísima. Y no me refiero a estar excitada sexualmente, que también lo estaba, sino a esa sensación que una tiene cuando está por hacer algo nuevo, cualquier cosa que sea por primera vez, o cuando una está por dar un examen para aprobar algún tipo de ingreso. Era una oportunidad para mostrarle que podía darle tanto placer como él me daba a mí.

Al rato volvió con un almohadón y desnudo de la cintura para abajo. Se sentó en la silla y, acomodando el almohadón entre sus piernas, me dijo que me arrodillara a sus pies. Lo hice sin dudarlo, con toda la devoción que ya sentía por él.

Me dijo:

-Empezá tranquila. Despacio. Acariciala con la punta de los dedos y dale besitos, como si fuera tu juguete más querido.

Así lo hice. Mientras él me acariciaba la cabeza, los hombros, la espalda y las tetitas. Yo acariciaba y besaba su pija como si fuera mi juguete preferido (y sentía que lo era).

-Ahora recorrela con la punta de la lengua, como si fuera tu golosina preferida.

Ahí dejó de tocarme, dejándose llevar por las caricias de mi lengua a lo largo de su pija, que ya estaba durísima y enorme. Enseguida se convirtió en mi golosina preferida.

-Ahora acariciala con tus labios, metiéndola en tu boca, con suavidad, como si pudieras derretirla en tu boca.

Me costó un poco. Pero al rato la estaba chupando con los labios y la lengua, mientras dejaba que con su mano presionando sobre mi nuca me guiara en un mete y saca de mi boca que me ponía a mil. Con la otra mano me empecé a tocar.

-Muy bien chiquita. Así. Tocate, que si acabás conmigo es más lindo. Tratá de tragártela toda.

No hacía falta que lo intentara mucho. Él me la metía hasta dónde ya no se podía más. Me soltaba un instante, para que respirara y después me la volvía a enterrar en la garganta. Me estaba cogiendo por la boca. Y, aunque me asustaba un poco (apenas llegaba a tragarme un poco más de la mitad –y aún así era mucho para mi pobre boquita), me encantaba. Al rato empezó a inundarme la boca con su sémen, mientras gemía de gusto (y me sentí orgullosa de haber provocado eso).

-Así, chiquita. Tragate toda mi lechita. Mostrame cómo me amás. Seguí chupando hasta que se empiece a ablandar en tu boca. Dejámela bien limpita.

Mientras hacía todo eso, gemía de gusto, por lo que estaba haciendo y porque también estaba teniendo un orgasmo (en ese momento me sorprendió, porque poco después de que empezamos él prácticamente no me tocó más, salvo para cogerme la boca empujándome la cabeza, pero ahora pienso que con la calentura que venía acumulando, no era tan raro). Se la chupé y acaricié hasta que quedó bien adormecida. Y hubiera seguido, si él no me hubiera tomado de la cabeza para darme otro beso que me derritió de amor.

-Así me gusta gime. Me encanta que hagas honor a tu otro nombre y seas una deborita. Te felicito. Has dado un gran paso hacia esa mujer que vas a ser. Y lo que más me gusta es que vas a ser una mujer bien putona, una atorranta de aquellas.

Me puse roja de vergüenza al escuchar esas palabras. Y sonreí tímidamente, asintiendo. Aunque en ese momento no me gustó mucho que me hablara con esas palabras, que no sonaban a "amor", sí me podía dar cuenta de que lo que decía era la más pura verdad. Había estado, efectivamente, muy trola. Y, aunque también estaba avergonzada, de alguna manera, estaba orgullosa de eso.