Una dulce venganza

Después de que mi enfurecido esposo se fue celoso de la fiesta, dos amigos me consolaron.

Una dulce venganza

Caminé rápidamente detrás de Mariano, él estaba furioso aunque a decir verdad jamás sabía cuando no lo estaba.

¡Por favor, detente!... -, le grité cuando vi que no lo alcanzaría.

¡Déjame!... -, dijo sin voltear la cara siquiera.

¡Te juro que no te entiendo, no sé que te hizo molestarte!... -, dije desesperada.

Entonces volteó y me miró francamente enojado.

¿Crees que no me di cuenta?... Vi como le coqueteabas al marido de Lupe. Te comportaste como una cualquiera… -

En nuestros cinco años de casados aún no podía entender la causa de sus celos constantes. Yo prácticamente había modificado todos mis hábitos con tal de complacerlo. Ya no usaba las minifaldas ni las blusas ajustadas para evitar que se sintiera incómodo. Casi no veía a mis amigas e incluso había dejado de trabajar, pero nada parecía ser suficiente. Siempre encontraba motivos para sus reproches. Su enojo esta noche no tenía razón y yo ya estaba harta.

Pues si quieres estar así, lo siento, ya no voy a aguantar esto… -, dije furiosa y dispuesta a dar por terminada la discusión, me di la vuelta y regresé a la fiesta. El pareció vacilar pero finalmente se dirigió al auto.

Entré de nuevo a casa de mis primas a punto de llorar. Marisela se me acercó y me preguntó:

Van mal las cosas, ¿no?... –

Ya estoy harta de esta situación, pero o voy a ceder esta vez… Si quiere que nos separemos, ni modo-, dije tratando de parecer controlada.

Me colé entre las parejas que bailaban y me dirigí a la barra, pedía cualquier cosa y me dispuse a olvidarme de mis problemas. Estuve varias horas y aproximadamente a la una de la mañana me dispuse a salir a buscar un taxi. Esperé algunos minutos y me arrepentí de no llevar suéter esa noche. El frío comenzaba a encarnizarse. De pronto alguien puso una mano en mi hombro.

¿Te podemos llevar?... -, preguntó una voz masculina.

Volteé y ahí estaba un hombre alto que había visto en la fiesta y a su lado otro tipo que parecía bastante pasado de copas. No suelo aceptar ese tipo de ofrecimientos pero el frío y la ausencia de taxis me hizo aceptar de inmediato. Se presentaron. El tipo alto se llamaba Enrique y el otro, más bajo de estatura pero más guapo también, se llamaba Juan. Le dije mi nombre: Patricia.

Subimos a un auto color cobre y les di las indicaciones para ir a mi casa. De plática en plática comencé a hablar de mis problemas y de repente me vi llorando. Ellos parecían muy comprensivos y de repente me di cuenta de que no quería estar en mi casa y verme con el idiota de mi esposo.

¿Me podrían llevar a un hotel?... -, pregunté sin ninguna intención pero al parecer ellos le dieron otra interpretación.

Al llegar me bajé y les di las gracias pero para mi sorpresa se bajaron también y esperaron hasta que el portero abrió la puerta. Lo tomé como un gesto de gentileza. Cuando el portero me preguntó para cuantas personas era el cuarto, uno de mis nuevos amigos se adelantó y dijo:

Para tres… -

Lo miré sorprendida y por un momento pasó por mi cabeza la idea de decir que no, que solo para una persona, pero una parte de mí se negó a hacerlo; solo sonreí y miré al hotelero que parecía más sorprendido que yo. Antes de entrar al cuarto, ya sabía lo que iba a suceder. Sin embargo nunca había estado en una situación así y no sabía como comportarme.

¿Estás nerviosa, ricura?... -, me preguntó Enrique.

¡No sé que hago aquí!... -, dije realmente confundida.

No te preocupes, solo es una pequeña venganza para el estúpido de tu marido… -

Esas fueron las palabras mágicas. No lo pensé más y me dispuse a disfrutar mi venganza… Juan me abrazó por detrás rodeando mi cintura, restregándome su bulto en las nalgas y me besó el cuello.

¡Eres exquisita, no entiendo como tu esposo puede desperdiciar semejante cuerpazo!.. –

Pues ya ves… -

El deseo comenzó a apoderase de mí. El otro chico vino frente a mí y comenzó a acariciar mis senos por encima de la blusa. Luego se apretaron más y entre los dos comenzaron a acariciar todo mi cuerpo. Algo dentro de mí comenzó a ceder y sin prejuicios comencé a acariciarlos metiéndoles la mano por debajo de sus ropas.

Parece que empiezas a disfrutarlo, nena… La venganza es dulce, ¿no?-, dijo Juan sabiendo perfectamente lo que pasaba por mi cabeza.

No dije nada. Me concentré en acariciar por encima de sus pantalones los bultos de carne que crecían sin límite. Poco a poco, Enrique comenzó a levantar mi falda y mientras con una mano acariciaba mis senos, con la otra deslizaba mi pantaleta a lo largo de mis muslos. Moví mis caderas para facilitarle la tarea. Sus manos parecían ávidas de recorrerme. Hacía mucho que no me sentía deseada, me prometí mentalmente que les haría pasar una noche inolvidable.

Pueden hacerme lo que quieran-, dije. -Esta noche soy suya… -

¿De verdad eres nuestra?-, me preguntó el muchacho más alto, -porque de ser así, te advertimos que te vamos a usar en serio... –

Me di cuenta de que la forma en que utilizara las palabras iba a hacer las cosas más fáciles o más difíciles para todos.

Es verdad, digamos que es mi forma de agradecerles su comprensión-, dije sabiendo que era como darles luz verde.

Una mano se deslizó por mis nalgas hundiendo los dedos entre ellas. Gemí de placer mientras una boca recorría mis inflamados senos, ahora desnudos. Sentía como si docenas de manos estrujaran mi piel. Iban de mi espalda a mis senos, de mis pies a mis nalgas y de ahí a mis labios y a mis oídos haciendo que mi piel se estremeciera, casi volviéndome loca de placer.

Lentamente me fui dejando caer hasta que estuve acostada en el piso apenas vestida con la falda de color azul y la blusa que, desabotonada mostraba mis exuberantes tetas al aire, como invitando a adueñarse de ellos. Me revolqué en el piso mientras las manos de mis nuevos amigos se dieran gusto con mi cuerpo. De mis labios solo salían gemidos y grititos de placer, pero ellos decían todo tipo de inmoralidades.

¡Qué buen culo, mamita!... ¡Tu pinche marido no sabe lo que tiene en casa!... –

Cada exclamación era como un dardo que me inyectaba una dosis de una lujuria desconocida para mí. Sabían como despertar mis fantasías de puta y eso me sobrecalentaba la panocha… No sé en que momento me vi acariciando con la boca sus erectas vergas. Estaba disfrutando como nunca el tener entre mis labios un trozo de carne masculina. Por primera vez me atreví a preguntar.

¿Les gusta como se las mamo?... –

¡Si ricura, eres una profesional!... –

Me gusta hacer esto, pero mi esposo parece no darse cuenta… -

¡Cosita, con nosotros puedes aprovechar la oportunidad de sentirte como una mamadora profesional!... –

¿Quieren que sea su mamadora profesional?... –

No digas eso nena, porque me voy a derramar en tu boca son solo oírte… -

Mis palabras salían como nunca antes, quizá motivadas por las vulgaridades que ellos decían de mí. Palabrotas que solo había escuchado en películas porno.

¡Así puta, cómete mi verga!... –

¡Te vamos a coger como nunca!... –

¡Tu marido debería ver lo putona que eres!... –

Esto estaba poniéndose divertido. Una vez que mis prejuicios desaparecieron, comencé a disfrutar como una loca… Después de unos minutos me levanté y me monté sobre la cara de uno de ellos, que comenzó a lamerme tan rico la pucha que sentí que me venía un orgasmo. El otro se levanto y apuntó su arma hacia mi cara, abrí la boca ampliamente y comencé a devorarle la verga.

Acaricié mis senos, pues me gustaba ver mis pezones erectos. Disfrutaba viendo sus manos acariciarlos también, pellizcarlos y hacer que los espasmos de gozo me llevaran cerca de las nubes. Por fin el momento que había esperado llegó. Me hicieron acostarme bocarriba y Juan se dispuso a penetrarme. Levanto mis piernas a la altura de sus hombros y metió su estaca lentamente. Comenzó a bombearme cada vez mas rápido, mientras Enrique acariciaba mis tetotas.

Después de un rato me volteé. Tomándome por la cintura, Enrique me puso en cuatro patas. Levanté mis nalgas y con las manos las separé, Quique se colocó y pude constatar que estaba mejor dotado. La enorme verga de Juan estaba a centímetros de mi boquita, no lo pensé más y golosa la lengüeteé y traté de sincronizar mis movimientos para disfrutarlos al mismo tiempo. Durante esa sesión, probé todas las posiciones que solo había visto en películas o en alguna revista. Tuve más de un orgasmo y cuando ellos parecían estar satisfechos acercaron ambos sus animales a mis pechos y descargaron todo su jugo.

Permanecimos unos minutos recostados acariciándonos. Todo parecía haber sido un sueño. No recordaba para nada a Mariano. Miré el reloj, eran las cuatro de la mañana, consideré la posibilidad de no volver más a la casa pero finalmente decidí regresar y enfrentar a mi esposo. Me despedí de ambos y le agradecí profundamente por las horas de placer.

Cuando abrí la puerta de la casa dispuesta a una pelea me recibió mi esposo disculpándose y prometiendo que cambiaría. No supe si creerle o no, al fin de cuentas, lo importante era que tenía los números telefónicos de mis nuevos amantes.

Paty

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