Una dulce despedida
La vida de Sara va a sufrir un cambio con un inminente viaje de Erasmus a Noruega. Tres días antes de su ida, su mejor amiga y ella deciden dormir juntas, tras acudir a una fiesta de la cual Sara sale desconcertada.¿Qué sucederá entre ellas cuando los sentimientos de Yane afloran hacia el exterior?
-¡Por la polla de Urano!-exclamó con un grito triunfal Yane, alzando la almohada y arrojando una lluvia de furiosos golpes sobre el cuerpo expuesto de Sara. La pobre Sara aguantó los poderosos golpes con sus brazos, sumándose a las risas escandalosas de su mejor amiga, y aprovechó que Yane bajó la guardia para hacerla trastabillar y caer sobre la cama.
-¡Serás puta!-chilló Yane, esquivando por muy poco la almohada de Sara.
-¡Toma esta, y esta, y esta!
-Eh, eso no vale! ¡No vale tirar de la ropa de la otra, tía! ¡Casi me dejas con el culo al aire!
-Venga ya, Sara. Aquí no hay ningún tío, así que no te preocupes, cariño.
-¿Ah, sí? Vaya, creía que nos estaba espiando el salido de Jorge desde la ventana.
-¡Eh! ¡Eso es un golpe bajo, pedazo de guarra! Además, ese estúpido la tiene escuchimizada, menuda pérdida de tiempo supuso dejarle entrar en mi cuarto para echar un polvo.
Así era Deyanira, su mejor amiga desde hacía cinco años. Una chica explosiva, irrefrenable, impulsiva y alocada, capaz de hacer cualquier tipo de barbaridad o emprender cualquier aventura peligrosa que se le pasara por la cabeza, pero también era una chica que sabía escuchar y transmitir buenos consejos, aunque ella no los siguiera. Un apoyo firme y auténtico, y Sara la apreciaba y la tenía en muy alta estima.
Entre risas, agudos chillidos y amenazas siguieron enzarzadas en su disputada pelea de almohadas, incapaces de conciliar el sueño en aquella noche veraniega, calmada y sin un solo soplo de aire que aliviara el agobiante calor.
-Joder, ya era hora que acabaras rindiéndote-comentó Sara, resoplando e intentando recuperar el aliento. Yane se dejó caer a su lado, con el corto pijama que llevaba puesto pegado a su cuerpo.
-Pe..., pero si has sido tú...la que ha...parado la primera-puntualizó Yane, dándole una amistosa palmada en el muslo carnoso de Sara.
-¡Ay!-se quejó ella, haciéndole la dolida.
-Ah, es verdad, que tú prefieres que te den azotitos en el culo cuando te pones como una perra en celo-le recordó Yane, con una sonrisa burlona y aproximando su rostro al de Sara. Yane no poseía una delicadeza excesiva para expresarse y por ello se había granjeado más de un problema.
-No voy a recordarte a ti lo que te pone cachonda-susurró Sara, y observó como los castaños ojos de su mejor amiga se abrían de par en par, sorprendidos por aquella réplica.
-¿El qué? No tienes narices de decirlo-la retó ella, colocándose encima de Sara y apresándola por las muñecas. La melena corta de Yane, de múltiples colores chillones, acarició delicadamente sus mejillas pecosas. Yane acercó sus finos labios a los de su amiga, y deslizó sobre ellos el cálido aliento de sus palabras.
-¿Me vas a decir que me pone muchísimo cuando me orinan encima?-le dijo ella, y dio pequeños besos fugaces en el cuello de Sara.
-¡Eh, quieta, que te veo venir!-le advirtió Sara, resistiéndose a los encantos de su amiga y zafándose de su cuerpo.
-Tranquila, parece que hoy no quieres jugar mucho-ronroneó Yane, colocándose detrás de Sara y masajeando con suavidad sus hombros-¿aún sigues excitada por el morreo con Joaquín?
-No, no es eso-negó ella con la cabeza, pero no pudo engañar a Yane, que soltó una risita por lo bajo. Sara permaneció en silencio unos instantes, notando el furioso latido de su corazón en las sienes. Llevaba detrás de Joaquín desde hacía cuatro meses y, cuando por fin le tenía entre sus brazos, y conseguía que él la besara y le susurrase al oído que le gustaba, huía despavorida. ¿Por qué diantres hacía eso?
-Creo que es por Noruega-susurró Sara, respondiéndose a sí misma en voz alta. Los suaves y largos dedos de Yane recorrían sus hombros, tanteándolos, hundiéndose levemente, sumiéndola en un agradable estado de calma poco a poco.
-O sea, que ahora mismo no te lo estás follando porque te vas a Noruega dentro de tres días-susurró Yane, chasqueando la lengua, transmitiéndole su airada opinión sobre la conducta de su amiga. Sara arrugó el entrecejo, un tanto dolida.
-No me lo iba a tirar la primera noche, pero...siento que he perdido una oportunidad. No, pensándolo mejor, no me arrepiento en absoluto-sonrió ella finalmente, aliviada, aclarando la nebulosa sentimental que la aturdía. ¿O quizá era el efecto colateral de los porros, que no permitía que sus pensamientos fluyeran con tanta nitidez?
-¡Yo no me arrepentiría en absoluto! Con la cantidad de rubios espectaculares que te vas a encontrar en Noruega! En cuanto se te antoje alguno, ¡a disfrutar de las maravillas de la vida del Orgasmus!-respondió jubilosa Yane, clavando sus manos en los pechos de su amiga, hundiendo sus dedos en sus esponjosas colinas de embriagadora belleza.
Sara sonrió, halagada por el súbito júbilo de las palabras de su amiga. Yane la conocía muy bien, y sabía que no lo hacía porque tenía miedo a arriesgarse a entrar en otra tormentosa relación sentimental, y si ahora viajaba al extranjero, lo menos que deseaba era sufrir la pesada carga de unas cadenas semejantes. Por ello, dejó que su amiga juguetease con sus pechos, libres de la opresión del sujetador. Yane, al fin y al cabo, era una tía, y conocía perfectamente como tenía que tocarla.
-Bueno, ya vale-susurró Sara, notando un ligero cosquilleo en las palmas de sus manos. Apartó las de Yane y notó como sus pezones erectos protestaron y arañaron molestos el tejido del pijama. No podía negar el hecho de que estaba un poco excitada, aún bajo los efectos de aquel delicioso besuqueo con Joaquín y no contribuía a disminuir su alteración que Yane le tocase las tetas.
-Sara, escucha. Cuando estés allí, recuerda al pobre Urano, que ya no pudo follar más-le dijo Yane, en un tono risueño, acariciando sus muslos con la punta de sus dedos. Sara sonrió ampliamente, y acarició la mejilla de Yane, provocando una encantadora sonrisa que iluminó su rostro. Cualquiera que la hubiera visto, se hubiera dejado engañar en la creencia de que Yane era un ser angelical.
-El pobre Urano que se quedó sin follar, ¿adónde fue su polla? Se fue al mar-canturreó Sara, sumándose Yane a su cántico.
Estallaron en carcajadas y tras ellas, repentinamente, se fundieron en un fuerte abrazo, sumidas en un emotivo silencio. Los hombros de Yane se estremecieron levemente, y Sara acarició su cabello con sus dedos, reconfortándola.
-No sé que voy a hacer cuando te vayas-le confesó ella con un hilillo de voz, sin apartar su rostro del hombro de Sara. Ella cerró los suyos, acunándola entre sus brazos, notando como su corazón se encogía. Ella no se lo decía a nadie, pero en su interior albergaba un profundo miedo a encontrarse sola en aquellas gélidas y lejanas tierras, alejada miles de kilómetros de sus seres queridos, de sus amigos, de Yane, rodeada de una eterna e incesante nieve blanca, aumentando su sensación de aislamiento.
-Pronto estaré aquí, de vuelta, antes de lo que te puedes llegar a imaginar-le susurró Sara al oído, y empezó a darle besos en las mejillas húmedas por sus lágrimas. Yane separó sus labios, y antes de que continuase con sus lamentaciones, Sara los selló con un férreo beso.
Ambas abrieron los ojos, sorprendidas por aquella inesperada reacción. No era la primera vez que se besaban y toqueteaban, tenían esa costumbre cuando salían y acudían a alguna discoteca, calentando y excitando a los tíos que las rodeaban.
Sin embargo, aquella vez fue distinta. Ambas habían notado el mismo escalofrío recorriendo sus cuerpos, erizando el vello de sus nucas, y como sus corazones parecían haber dejado de latir un instante para seguir ambos el mismo rítmico frenesí de latidos. Sus labios siguieron unidos en aquel extraordinario beso que aspiraba ilusionado a ser eterno, y mantenerlas como un todo para siempre. Nisiquiera se movían sus miembros, daba la impresión de que se habían quedado petrificadas en aquel preciso instante.
Yane liberó un quedo suspiro, y cerró con delicadeza sus ojos, tal vez fascinada por el beso que las unía. Sara notó como una mano de su amiga se acomodaba en su espalda y, sintiendo un fugaz momento de desconsuelo, los labios de Yane se separaron de los suyos, pero volvieron enseguida a la carga, rozándose con los de su mejor amiga, depositando en ellos dulces e insospechadas sorpresas.
Sara se dejó caer sobre la cama, y siguió disfrutando el contacto de los labios de su amiga, degustándolos, quedándose fascinada e impresionada por las deliciosas sensaciones que despertaba en su cuerpo.
-Vale, vale, Deyanira-susurró Sara, al notar como los labios de Yane descendían por su cuello. Apretó los labios con fuerza, y sintió un nudo en la garganta y un cierto desasosiego, como si hubiera dejado escapar una oportunidad única. Yane irguió su espalda, observándola con detenimiento con sus ojos brillantes por el placer y el deseo. Tenía el cabello revuelto, y un tirante de su pijama colgaba en el vacío, vislumbrándose la copa de su sujetador negro.
Yane era guapísima, a ojos de Sara. Tenía un rostro redondeado y de rasgos angelicales, con una nariz fina y unos penetrantes e inquisitivos ojos castaños, iluminados siempre por un brillo de alegría. Sus labios estaban diseñados para ser deseados por todos los chicos y su cuerpo, aunque no era alta, estaba cincelado en unas atrayentes y delicadas curvas.
Sara, además, conocía el cuerpo desnudo de Yane con detalles. Incluso la había visto en acción, follando con chicos, chupando sus penes, participando en tríos, siendo tomada por dos chicos a la vez y contorsionando su cuerpo en múltiples posturas. Ella no había tenido ninguna duda en mostrarle sus vídeos a Sara, consultando con ella sobre como mejorar, como si ella fuese una experta en sexo.
Sabía que ningún chico se resistiría en esas circunstancias a su apariencia. Se quedaría embobado con la expresión anhelante de su rostro, con el fulgor de sus ojos, con sus labios entrecerrados, rozándose suavemente con la punta de su lengua triangular y rojiza, humedecida y estremeciéndose al soñar con apreciar exquisitos nuevos manjares.
-¿Nunca te has preguntado como sería?-le preguntó en un susurro Yane, deslizando el dedo índice de su mano derecha desde la comisura de los labios de Sara hasta la forma dibujada en el pijama del endurecido pezón derecho de Sara, rodeándolo. Sara se estremeció con aquel lento y tentador recorrido.
¿Qué demonios le ocurría? No podía negar que aquello le estaba gustando, aunque ella jamás se hubiera mostrado inclinada por el cuerpo de una mujer. Sin embargo, la calidez del cuerpo de Yane sobre el suyo la encandilaba, y el brillo de los ojos castaños de su mejor amiga la aturdía. Incluso la luna llena que colgaba suspendida en las tinieblas del firmamento parecía brillar de un modo distinto y casi mágico..
Y aquel dedo había susurrado tantas dulces promesas a su piel...
-No quiero saberlo-le contestó ella, con un tono duro y cortante, y se lamentó al instante al notar el brillo de decepción en los ojos de Yane.
-Te entiendo, Sara-le contestó ella, asintiendo con la cabeza. Se tumbó a su lado y ambas permanecieron así, acurrucadas una junto a la otra, ensimismadas en las profundidades de sus pensamientos, sintiéndose cercanas pero a la vez tan alejadas, como si un muro de hielo las hubiera separado en continentes distintos.
Sara separó varias veces sus labios, pero su ingenio la había abandonado, y los volvió a cerrar, sintiendo que el hielo del muro se volvía más impenetrable que antes. Apretó la punta de los dedos de su amiga con cierta timidez, pero Yane no le correspondió. Por el rabillo del ojo, atisbó su expresión pensativa y el leve arco fruncido de sus ceñas, y sintió que el corazón se le encogía.
-Voy a darme una ducha-le anunció Yane, saliendo del lecho y del cuarto, y Sara agradeció para su fuero interno que no le dijera que se marchaba de su casa.
Refugiada en la soledad de su cuarto, Sara se restregó los ojos, intentando digerir el alocado devenir de los acontecimientos. Aquella noche estaba siendo especialmente frenética y desquiciante, y le daba la impresión de que estaba dando brazadas desesperadas e inútiles en contra del fortísimo caudal de un río.
Por su mente, el torrente descontrolado de recuerdos fluyó, confundiéndola. Recordó a Joaquín correspondiendo a sus atenciones, abrazándola en la semi oscuridad de la discoteca, sonriéndole, dedicándole una tierna mirada. Ellos, besándose, mientras sus cuerpos se movían lentamente, ensimismados y ajenos al estruendo de la discoteca. Y Yane cerca de ellos, mirándola con una sonrisa encantadora, enseñándole el condón que tenía entre sus dedos.
Yane, Yane, Yane...Siempre estaba ahí.
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¿Nunca te has preguntado cómo sería?
-Mira, mira, Sara, qué pedazo de polla tenía este tío. Hostias, reproduce el vídeo y mira como me follaba, le decía ella, tendiéndole la cámara. Y ella lo reproducía, y veía a su amiga cabalgando a desconocidos en sitios tan dispares como un parque, un bosque, un jardín, habitaciones tétricas de moteles. Yane gemía, chillaba de placer, aullaba con las embestidas que recibía, retorcía su rostro en muecas de placer cuando mordían sus pezones. Sin embargo, su sonrisa era falsa, ella lo sabía, a Sara no le podía engañar. Tras sus gemidos, sus expresiones de placer, sus resoplidos, gruñidos y gritos enloquecidos se escondía una profunda e inhóspita oscuridad que aterraba a su amiga. La misma que ella sentía crecer en su interior. Ambas habían tanteado con sus pies la traicionera firmeza del borde del abismo del fracaso y del amargo desamor y casi se habían dejado caer en sus oscuras profundidades.
Yane siempre estaba ahí, para ella, y ahora la firme cuerda que la había sostenido y evitado que se precipitara al abismo se marcharía lejos de allí, dejándola desamparada. Ahora empezaba a comprender la importancia del lazo que las unía, y sabía que ni ella ni Yane habían fingido un solo instante que se habían deseado tras ese inesperado beso.
Sara entrecerró sus ojos, recreándose en las sensaciones que aún vibraban en su cuerpo. Notaba sus pezones erguidos, arañando la camiseta, deseando libertad. Su corazón aún latía furiosamente, y sentía la boca seca. Y ese sudor recorriendo su espalda, y la humedad en su entrepierna, humedeciendo sus braguitas. Instintivamente, separó sus piernas y deslizó su mano por su cuerpo hacia sus muslos pero detuvo aquel furtivo avance y alzó su mano ante ella, preguntándose como sería sentir la mano de Yane realizando el mismo trayecto hacia...Meneó la cabeza y corrió hacia la ventana, intentando despejarse.
-¡Qué haces, loca!-exclamó sorprendida Sara. Yane se encontraba de pie sobre el borde rugoso de la piscina redonda que tenía la familia de Sara en el centro del patio. El agua de la piscina daba alegres saltos, estrellándose contra los bordes y lamiendo los pies desnudos de la joven. Su caótica superficie brillaba con el reflejo de las farolas, que dibujaban inquietas ondas sobre la piel de Yane.
Ésta, ladeando un poco su rostro, le contestó a Sara:
-Voy a tomar una ducha-le repitió, con una voz tranquila y calmada, y pisó un botón blanco. Al instante, el agua brotó y rebotó entre las piedrecitas irregulares que se alzaban en la parte norte de la piscina, originando una alegre cascada cuya agua se precipitaba sin fin en la piscina.
Ante la estupefacta Sara, Yane se desprendió del sujetador, única prenda de ropa que le quedaba puesta, y se lanzó al agua, sumergiéndose en ella despreocupada.
-¿No vienes? Es súper divertido-la animó Yane, en voz alta, sin darse cuenta al parecer que las ventanas de las casas contiguas estaban iluminadas y cualquier vecino podría sorprenderla bañándose desnuda.
Sara le indicó con un gesto que estaba chalada y ella soltó una estruendosa carcajada, encogiéndose de hombros.
-Te estás perdiendo una oportunidad única, bombón-le advirtió Yane, nadando de espaldas hacia la cascada hasta desaparecer bajo sus aguas.
Aquellas palabras hirieron el orgullo de Sara. Yane le había lanzado el guante de un claro desafío, recordándole que aquel día ya había dejado escapar dos oportunidades. ¿Volvería a negarse a aquello? Se mordió un labio, pensativa.
Pese a lo que pensara Yane, ella no era estúpida. Intuía lo que se escondía detrás de las palabras de Yane, reforzadas por aquel calificativo propio de ella, "bombón". Si hubiera sido un tío, le hubiera dicho algo como "semental mío, me muero por cabalgarte" y vulgaridades semejantes. Yane volvía a la carga, pero ella temía a la luz, a los ojos indiscretos de los vecinos cotillas, a sus susurros malintencionados...
Se moriría de vergüenza si la descubrían uniéndose a Yane, acogiéndose entre sus brazos, buscando sus labios...
-Joder, ¿qué coño estoy pensando?-se preguntó a sí misma, sintiéndose aún más confundida. Por un instante, se había imaginado la escena, y se sorprendió al notar como unas mariposas revoloteaban en su estómago. ¿Realmente se sentía atraída por su mejor amiga? ¿Qué debía hacer? Se la veía tan inofensiva, allí, recibiendo la caricia del agua en su piel, con los ojos cerrados, y parecía tan relajada...
-Así que al final has venido-susurró Yane, con una sonrisa traviesa dibujaba en su rostro. La oscuridad de la noche enmarcó el rostro de Sara, iluminado por la trémula luz que irradiaba la turbulenta superficie del agua. Los ojos de Yane se regodearon al contemplar el nervioso baile del reflejo de las ondas del agua primero sobre la camisa del pijama de Sara, y luego sobre sus prominentes senos.
-Por la polla de Urano-murmuró Sara, y dio un tímido paso al frente, lo justo como para que la espuma blanca de las olas muertas de la piscina rozaran sus dedos del pie, estremeciéndola.
-Por la polla de Urano-repitió para sí misma Yane. Sara había apagado las luces de las farolas, en un vanal intento de no captar tanto la atención de los vecinos, pero si cualquier afortunado mortal posara sus ojos distraídamente sobre el cuerpo de Sara, quedaría hechizado para toda su vida. Su belleza se volvía casi divina al danzar entre sus curvas las inquietas ondas del agua, que parecían dedos osados proyectados por el dios Neptuno.
Sara respiró hondo y alzó un poco sus manos, con lentitud, como si se rebelasen ante sus deseos ocultos, que comenzaban a despertarse y a estirarse, tras tanto tiempo sumidos en un profundo letargo. Sus dedos centellearon al atrapar con delicadeza los bordes de su pantalón corto y, con un decisivo tirón, quedó desnuda frente a su mejor amiga.
De la garganta de Yane emergió un suave ronroneo, silenciado por el ruido de la pequeña cascada. En un santiamén, Sara se precipitó hacia la piscina, y surgió entre las olas junto a su amiga, observándola detenidamente, con cautela, analizando con cuidado el inseguro terreno en el que se estaba adentro poco a poco, centímetro a centímetro, acercándose cada vez más a su amiga.
-No somos las primeras personas que nos bañamos así aquí-le indicó Sara, en voz baja, musitando sus palabras cerca de su oído. Pequeñas gotitas de agua se deslizaban por su rostro, acariciando sus mejillas, rodeando la sonrisa de sus labios e intentando aferrarse a su fino mentón. Su cabello castaño flotaba a su alrededor, y rozaba los brazos de Yane, estremeciéndola.
-¿Quién más se ha tirado en bolas a la piscina?-le inquirió Yane, haciendo gala de su habitual estilo directo. Sara apoyó su espalda en la pared rocosa de la piscina, y Yane se situó enfrente de ella, apoyando sus manos junto a sus brazos, impidiendo que escapara. Sus rostros se encontraban próximos, tan cerca que podía ver las pequeñas pecas que salpicaban las mejillas de su mejor amiga.
-Mis padres, boba, ¡quiénes sino!-exclamó Sara, y prosiguió la curiosidad reflejada en el rostro de su amiga. A Yane le encantaban las historias escabrosas de sexo.
-Cuando tenía quince años, en una noche de luna llena, ellos volvían de una boda e iban un poco bebidos. Hicieron ruido con el coche, y me despertaron y, bueno, escuché ruidos y risitas en el patio, así que me acerqué a la ventana y...los ví.
-¿Qué hacían?-le preguntó Yane. Sara se sintió turbada por el brillo que iluminaba los ojos de su amiga, un brillo que le insinuaba placeres insospechados y desconocidos, un brillo que le prometía llevarla a un éxtasis casi ya olvidado.
-Habían tirado su ropa por el patio, y se encontraban en el jacuzzi, besándose apasionadamente, abrazándose como si fuese la última vez que lo hicieran. Se susurraban cosas al oído, oía sus risitas, los gemidos de mi madre y entonces ella se dio la vuelta y él...empezó a penetrarla. Era la primera vez que veía una escena sexual, y me dije que aquello era profundamente tórrido. Veía...veía como se agitaban los pechos de mi madre, y sus muecas de placer, mientras mi padre la cogía por los hombros y la embestía con furia, con una expresión salvaje pintada en su cara. Parecían dos bestias embrutecidas.
-Y te encendió...-susurró Yane, mientras su mano derecha ascendía poco a poco por el brazo de su amiga, acariciándolo con la yema de sus dedos. Sara entrecerró los ojos, relajándose ante su dedicación. Yane la conocía tan bien, era capaz de predecir sus reacciones, de anticiparse a sus opiniones, de intuir la verdad escondida en los recovecos de su mente.
-Sí-le confirmó ella, y una amplia sonrisa de felicidad iluminó su rostro, al recordar aquella vivencia.
-No podía apartar los ojos de ellos, me sentía cautivada por aquella desconcertante escena y mi cuerpo empezó a sufrir un paulatino e impactante cambio. Notaba mi boca seca, el corazón me repiqueteaba en los oídos, un cosquilleo inesperado en las manos, y un súbito calor se hizo dueño de mi cuerpo. Antes de que pudiera reaccionar, mi mano se coló debajo de mis braguitas, hasta sentir la humedad que rezumaba de mi interior y...Fue tan delicioso.
Se quedaron en silencio ambas unos tensos segundos, mirándose a los ojos, adentrándose en las profundidades del alma de la otra, a través de sus pupilas centelleantes.
-¿Sentiste lo mismo antes?-le preguntó Yane, aproximando su rostro un poco más, hasta que la distancia que separaba sus narices se hizo ínfima.
-Sí-le confesó Sara, y un brillo de preocupación iluminó sus ojos-tengo...miedo.
-Y yo, pero el miedo solo hay una forma de confrontarlo-le respondió Yane antes de que un repentino escalofrío recorriera su espina dorsal y su mente se quedara en blanco.
¿Le había respondido eso Yane?, ¿o más bien le había dicho algo como:
<<
Estás tan buena, te pondria ahora mismo a cuatro patas y te lamía todo el coño
, o
<<
Bueno, Sara, las dos estamos calientes y necesitadas, nos podríamos ayudar
.
Yane, Yane, Yane... Sentía como sus preocupaciones se alejaban con presteza de su cuerpo, rodeado y protegido por los brazos de su amiga, que estrechaban su cuerpo contra el suyo. Sus mejillas eran acariciadas por la agitada respiración de Yane, mientras sus labios danzaban con los suyos, enzarzándose en una disputa que parecía no tener cuartel alguno.
-Yane, Yane-susurró ella, escapándose el nombre de su amiga entre sus labios entrecerrados, mientras su íntima amiga acariciaba su pelo mojado y regaba sus mejillas con estremecedores besos. Sus bocas volvieron a fundirse, pugnando por quedar unidas, y Sara apretó el cuerpo de su amiga, evitando que escapara de su lado.
-Lo sé, Sara-murmuró ella, en su oído, y rozó con sus dientes el lóbulo de su oreja, estremeciéndola. Sus ojos se clavaron en los de su amiga, y el mensaje que desprendían debió agradar a su amiga, pues acudió a su lado y volvió a besarla, con arrebatada pasión.
Yane condujo su cuerpo hacia la zona del jacuzzi, y la empujó suavemente contra los escalones tallados en la roca, sentándola frente a ella. La mitad del cuerpo de Sara quedó al descubierto y su vello se erizó, al contacto con la impredecible brisa que se había levantado.
Yane deslizó su cuerpo por el agua, parecía una mortífera sirena lanzándose hacia su víctima, y se sentó detrás de ella, rozando con sus pezones la espalda de Sara.
-¿Me permites?-le preguntó ella, con un tono levemente ronco en su voz. Acogió las manos de Sara entre las suyas y las colocó sobre sus senos, hundiendo sus dedos en su carnosidad, clavándose la dureza de sus pezones en las palmas de sus manos.
-Deseo verte, mi diosa-le susurró Yane, con una voz cautivadora y enigmática en su oído, mientras intercalaba sus susurros con besos en su cuello-entregándote en manos de Afrodita, rindiéndole culto con tu cuerpo.
-¿Qué...deseas de mí?-le preguntó Sara, plenamente relajada, rendida a las caricias de sus dedos guiados por Yane en sus pechos.
-Mastúrbate. Su osada petición vibró en sus oídos, diluyéndose en su mente, y su cuerpo se prestó a obedecer, sin dudar ni un instante y sin tener en cuenta la aterradora posibilidad de que cualquier vecino las sorprendiera.
Sara se tumbó boca arriba sobre el borde de la piscina, separando sus muslos, descubriendo a los ojos anhelantes de Yane el valle triangular de vellos rizados y negros, entre cuya delgada espesura se apreciaba su más preciada flor rosada y que poco a poco extendía sus pétalos.
La joven sonrió, mientras Yane se arrodillaba junto a ella e inclinaba su rostro, besando sus muslos con gentileza, acariciando con sus dedos su misterioso valle. Una de sus manos revoloteó sobre su cuerpo, topándose sus dedos con los de Yane. Su mejor amiga besó su mano, antes de que se posara entre sus muslos, encontrando su destino.
-¡Mmm!-gimió Sara, al deslizarse su dedo corazón entre sus labios. Se sorprendió al notarse tan húmeda y tan excitada y su cuerpo se curvó como la cuerda de un arco ante aquel primer contacto. Siguió deslizando aquel dedo explorador entre sus labios, prendiéndolo con su humedad. Cerró sus ojos, abandonándose a su propia líbido, y ahogó un gemido al notar un inesperado beso sobre sus pechos.
-Yane, Yane, Yaane-susurraba ella, sin cesar, mientras complacía a su amiga. La yema de su dedo ascendió y se topó con su henchido clítoris, provocándole otro gemido. Rodeó su excitante protuberancia, y se mordió un labio, intentando contener la oleada de gemidos que reclamaban ser difundidos por el aire nocturno. Yane atrapó uno de sus senos y abrazó con sus labios el erguido y desafiante pezón que lo coronaba, dándole pequeñas succiones que estremecieron de placer a su amiga.
-¡Mmm, mmm, mmm!-gemía Sara. El muslo de su amiga rozó el suyo, y su cuerpo se convulsionó con una sacudida, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. La sugerente y arrolladora sombra que se cernía sobre su cuerpo, ocultándola de la mirada curiosa de la luna, le susurraba promesas veladas que provocaban que el ardor que erupcionaba de su interior fuera más intenso.
-¡Mmmm!-exclamó Sara, con un mayor gemido. Llevada por el instinto, atrapó el cabello de su amiga y buscó su boca con ansiedad, al mismo tiempo que su mano libre capturaba una de las de su amiga.
Los ojos de Yane centellearon al descifrar el mensaje que le transmitían los ojos ardientes de Sara, y condujo su mano hacia la de su amiga, fundiéndola con la de ella, acompañando al dedo que Sara hundía en su interior.
Los labios de Sara no se separaban ni un instante de los de su amiga, casi parecía que aquel placentero contacto era vital para ella. Y sentir su mano sobre la suya, mientras se masturbaba, era algo tan íntimo y especial que la enardecía aún más.
-Sé lo que deseas, mi diosa-susurró Yane, recorriendo su cuerpo con sus labios.
-Sí, sí, hazlo, por favor-la apremió ella, con deseosos murmullos.
Abrió sus ojos, sobresaltada, atrapada en la vertiginosa oleada de placer que azotó su cuerpo al sentirla allí. Las estrellas que salpicaban el firmamento parecían refulgir con mayor intensidad, y la luna sonreía, complacida, al observarlas a las dos, unidas por el placer y deseándose mutuamente. Sara supo que, cuando estuviera en Noruega, cada vez que alzara su mirada a la noche, recordaría la imagen de la cabeza de Yane entre sus muslos, recorriendo su coño con su nerviosa y placentera lengua.
-¡Mmmm, mmm, mmm!-gemía ella, cada vez en un tono más alto. Se tapó la boca, temiendo que la escucharan, pero sus frenéticos gemidos serían resonando dentro de su cabeza o quizá los percibía desde el exterior. No lo sabía. Aquellas cuestiones eran tan nimias...
Yane se tomaba su tiempo, enfrascada en la exploración que estaba realizando. Era calmada y tranquila, y utilizaba su lengua para explorar cada uno de sus rincones, abriendo los pétalos de su flor, acariciando y degustando su íntimo sabor, fascinada por cada uno de los secretos que el coño de su amiga habían estado escondiendo para ella.
-¡Aaaah, aaah, mmmm, mmmm!
Escuchaba los gemidos ahogados de Sara, y eso la colmaba de una salvaje alegría. El cuerpo de su amiga se retorcía, sus pechos se agitaban y la mueca de placer que se había adueñado de su rostro la volvía aún más bella. Estaba conduciendo a su amiga por los tortuosos senderos del placer, volviendo realidad una de sus fantasías más ansiadas.
Su lengua se paseaba por su raja, rodeó su clítoris, provocando que la espalda de Sara se curvara e introdujo un dedo un tanto curvado hacia arriba para estimular esa zona rugosa de su coño, la misma que a ella la volvía loca, y que ocasionó que Sara utilizara sus dos manos para frenar la furiosa cascada de gemidos que se agolpaba en su boca.
No, Sara no era una de sus fantasías. No podía igualarla a la cantidad de hombres que habían probado su cuerpo, tantos que ya apenas recordaba sus rostros, y sus nombres se volvían confusos. Sara era especial. Esa sonrisa tan singular que poseía la volvía única. Equiparla a esa horda de bocas babosas y pollas erectas hubiera sido como arrojarla en mitad de ellos, hambrientos y embrutecidos, dejándola a su merced, escuchando como uno a uno utilizaban su cuerpo como si fuera un juguete.
La cintura de Sara se convulsionaba, y el tirón de pelo que su amiga le dio la alejó de aquellas sombrías reflexiones. Alzó sus ojos, un solo instante, y observó la crispación contenida en el rostro de Sara. Su respiración era más agitada que nunca, y contempló como sus dedos se clavaban en su boca como garras mortíferas, haciendo un titánico esfuerzo por contener sus gemidos.
Con parsimonia, disfrutando de cada milésima de segundo, cerró sus ojos y agachó su rostro. Sara liberó su cabello y Yane separó sus labios y los pegó al valle de su amiga, dispuesta a probar cada uno de los jugos que Sara expulsara en su orgasmo.
-¡Mmmm, mmmm, mmmm, mmmmm!
Por fin, tras unos segundos de convulsiones y de frenéticas agitaciones, en los que la cintura de Sara se retorcía desesperadamente, refregando su coño contra el rostro de su amiga, se calmó y se relajó. Sus jadeos acompañaron a los últimos lametones de Yane entre sus muslos.
-Yane...eres...-le susurró Sara, intentando volver a tener una respiración normal.
-Sssh-la silenció Yane, acariciando con la yema de sus dedos el contorno de sus senos iluminados por la luz lunar.
-Me tendría que...haber...depilado-reconoció Sara, tiñéndose sus mejillas de un suave color enrojecido.
-Bobadas, tener el coño rasurado como yo es una estupidez, que solo sirve para los tíos, en plan: "¡Eh, tío, eso me tienes que chupar y por ahí me la tienes que meter!"
-¿Me tomas entonces como una estúpida?-le replicó Sara, con un tono divertido y un brillo juguetón en sus ojos. Yane sonrió y se estremeció ante las implicaciones del comentario de su amiga.
Se miraron a los ojos y se volvieron a besar, con lentitud, disfrutando del momento, mientras escuchaban el idílico sonido de la cascada de agua.
"Bautízame". Había sido una petición, una sugerencia que la sorprendió y la dejó anonadada, tanto por su carácter insólito, como por las implicaciones que aquella petición poseía. Era casi como un honor, que solo reservaba a los mejores.
-¿Estás segura?-le preguntó Sara, acariciando con sus dedos el cabello mojado y pintoresco de Yane. Alzó su mirada y asintió con la cabeza, sonriente.
-Aquí y ahora, bautízame-le repitió ella, en un tono confiado. Rodeó sus muslos con un brazo, y estiró la espalda, mientras sus dedos tanteaban y tomaban el control de la vagina de Sara.
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No podía deshacerse de ese pensamiento, sin embargo, Yane había sido tan buena amante, le había provocado el mejor orgasmo de toda su vida. Se volvió a estremecer, al recordar las sensaciones que había sentido cuando se corría, y la inmensa calma que la había colmado después, que aún la rodeaba como si fuera un manto protector.
Observó su agitado reflejo en la superficie del agua, y se preguntó maravillada como había podido suceder aquello. Cerró sus ojos, y se concentró, centrándose en el sonido de la cascada golpeando la superficie de la piscina.
Lo sintió llegar, poco a poco, tímidamente, alcanzando su desembocadura con inseguridad, asomándose con indecisión al exterior.
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Una sensación de embriagadora libertad y satisfacción la embargó cuando empezó a caer su chorro dorado, tan deseado por Yane. Fue una poderosa corriente que aumentó su caudal por instantes, derramándose por los hombros de Yane, por sus pechos, precipitándose por el canalillo, bañando sus muslos...
-De medio acuático a medio acuático-le había dicho su amiga, entre bromas. Efectivamente, aquellas gotitas doradas quedaron prendidas en el cuerpo de Yane poco tiempo, ya que pronto se unieron al agua de la piscina.
Cuando terminó, Yane le dio un beso en la vagina y se alzó, sonriente, con un brillo de alegría contenida en sus ojos castaños.
-¿Po...podría probar?-preguntó Sara, con un tono curioso.
-¿No era una cosa de guarras?-le replicó Yane, sorprendida y burlona.
-Parecías tan complacida y feliz y, siendo tú quien lo hiciera-le explicó Sara, acariciando su mejilla derecha. Yane soltó un leve ronroneo y asintió.
-Prepárate, que te voy a regar.
-¿Cómo...cómo me pongo?
-Si te da asco, a juzgar por tu expresión, ponte de espaldas, sino...
-No. Lo haré como tú, quiero verte cuando lo hagas.
Yane clavó sus ojos en los de su amiga, intercambiándose un brillo de cariño y afecto. Sara sonreía, risueña, mostrándole su encantadora y más hermosa sonrisa. Su rostro rezumaba tanta felicidad y paz que le provocó un suspiro de alivio y orgullo, al saberse responsable de aquello.
No se lo había dicho a Sara, pero ella jamás había proyectado su orina contra otra persona. Esa noche sería una primera vez para muchas cosas, tal y como le insinuaban los ojos verdes de su amiga.
-Ahí va-anunció ella, y observó como su chorro se estrellaba contra el pecho de Sara. Pequeñas cascadas doradas se precipitaron por sus senos, bañando sus pezones, mientras otros descendían raudos por su canalillo.
-Sabe a salado-le comentó Sara, tras darle un beso en el coño a Yane. Había sido el primer beso de Sara en su vagina, robándole un delicioso escalofrío, profetizador de prometedores placeres.
-Bañémosnos, y luego...-le dijo Yane, acariciando con sus dedos las nalgas de su amiga. Sara la besó y tocó con timidez los pequeños y afilados senos de su amiga.
-Subiremos a mi cuarto-añadió Sara, con una amplia sonrisa.
Llevaba viviendo en aquella casa desde que tenía cinco años y la conocía como a la palma de su mano. Sin embargo, esa noche cuando se adentró en ella junto con Yane, ocultas sus figuras desnudas entre sus sombras acogedoras y bañadas en ocasiones por la mágica luz de los astros de la noche que se colaba por las ventanas, fue como si entrara en esa casa por primera vez.
Sus suaves y rítmicas pisadas las condujeron a la segunda planta y recorrieron con presteza el pasillo. Entraron en el cuarto, dejando la puerta abierta. Nadie las molestaría, y podrían dar rienda suelta a su pasión sin preocuparse por nada.
¿Cuántas veces habían entrado en el cuarto de Sara entre risas y susurros musitados en el oído? Pero en esta ocasión, sus susurros estaban acomapñados por besos fugaces y deseados, caricias superficiales y miradas hambrientas. Incluso sus susurros eran diferentes:
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Te deseo, te quiero, me encanta tu culo, adoro tus tetas, me muero por un beso tuyo, así, así; te necesito...
Se arrojaron enredadas en un entusiasmado abrazo, pugnando por tomar el control sobre la boca de la otra, restregándose sus cuerpos y rodando sobre la cama. Yane clavó sus dedos en el culo de Sara, amasando sus carnosas nalgas y la joven dejó escapar un quedo gemido al percibir como su amiga rodeaba sus pezones con su lengua. Sus ojos se encontraron por última vez, intercambiándose imperiosos deseos silenciosos.
-Aaaah, Sara-susurró Yane con una voz dulce e irresistible, al sentir la mano de Sara deslizándose por su entrepierna. Yane no se quedó atrás, y encajó su mano también en el tesoro que se hallaba entre los muslos de Sara, excitándola.
Sus bocas volvieron a fundirse en un apasionado beso, mientras sus dedos exploraban con placer y deleite sendas vaginas. A Sara le resultaba extraño sentir la calidez y humedad de su amiga prendándose en sus dedos, pero la expresión de placer que se reflejaba en el rostro de Yane la animaba a continuar.
-Ahí, ahí, Sara, sí, tócame ahí, sí, mmmm-gemía Yane en su oído.
-Mmmm, síííí-gimió ella también, y mordió con suavidad el cuello de su amiga.
Casi al mismo tiempo, los dedos de ambas se toparon con los clítoris, y empezaron a estimularlos, rodeándolos y acariciándolos con delicadeza. Sus gemidos se intensificaron, y la cama chirrió levemente al agitarse ambas sobre ella.
-¡Aaaah, aaah, sííí!
-¡Más, más, máááás, sííí, Yane, sííí!
-¡Aaah, Sara, Sara, me vas a...aaaah, aaa...enloque...aaah, cer!
Las paredes de la habitación parecían inclinarse hacia ellas,desconcertadas por los gemidos que ambas gargantas liberaban, entre jadeos y resoplidos.
Un latigazo de placentero dolor sacudió la espalda de Sara, al pellizcar Yane uno de sus pezones. Sara contraatacó redoblando el asedio sobre el clítoris de su amiga, y una sonrisa de malicia se dibujó en su rostro al ver la mueca de placer de su amiga.
-¡Aaaah, Sara, Sara, aaaah!
Yane enredó sus dedos en el cabello de Sara y le estampó un beso furioso en sus labios, danzando sus lenguas en una frenética danza. Los chirridos de la cama aumentaban, Yane empezó a penetrar a Sara con un dedo, buscando ese punto débil que ella había hallado y que la había excitado tanto antes.
-¡Mmmmm!-exclamó Sara en su boca, lanzando contra ella un largo gemido. Separaron sus bocas, quedándose unidas por un fino hilo de saliva que quedó suspendido en el aire lascivamente.
Parecía que sus mentes habían quedado fusionadas en una sola, y sus cuerpos reaccionaron de una forma armoniosa.
La cama chirrió con sus movimientos. Yane se tumbó boca arriba, y Sara se deslizó sobre su cuerpo, acariciando sus senos con sus labios antes de dirigirse hacia los muslos de Yane.
-Es todo tuyo-susurró Yane, abriéndose de piernas descaradamente. Un haz lunar se coló por la ventana de Sara, proyectándose sobre sus muslos, descubriendo el sendero que Sara debía transitar hasta llegar al coño expuesto de Yane, entreabierto y sugerente.
Sara inclinó su rostro y le dio un tímido beso inicial, y Yane se estremeció al sentir la caricia de los labios de Sara en su intimidad.
-Eso es, Sara, síí, lo estás haciendo muy...., bien-murmuraba Yane, observando la cabeza de su amiga hundida entre sus muslos. Acarició sus cabellos con ternura, fascinada por su sedosidad y entrecerró sus ojos cuando Sara exploró su raja con su lengua.
-Sí, Sara, así, sigue así, lame...aaah, ahí, sí, oooh, sííí-gemía Yane. Sara le estaba demostrando una gran habilidad para comerle el coño y arrojarla a los brazos de un virulento orgasmo. De su coño, emanaba una melodía que la excitaba, compuesta a base de sonidos de chapoteos y chasquidos de los labios de Sara con los suyos.
-¡Aaah, aaah, sí, sííí, sí, más, más, aaaah!-gemía Yane, cada vez más alto. Se amasó y estimuló los pechos, en un intento desesperado por precipitar el ansiado momento que esperaba con tanta expectación.
Abrió sus ojos, viendo la expresión de concentración del rostro de Sara y como su lengua surcaba con libertad entre sus labios hasta ascender hacia su clítoris, al tiempo que le introducía dos dedos en su ardiente coño. Mientras le hacía aquello, Sara se estaba masturbando, como le mostraba el espejo lateral de la habitación, en cuya superficie se reflejaba lascivamente la imagen de su mano encajada entre los cachetes de su culo, y ese suave y rítmico balanceo de sus caderas, delatador de sus acciones.
-¡Ah, Sara, ya, ya! De...,tente-le indicó Yane, haciendo un inmenso esfuerzo por alejar su coño del rostro de Sara.
-¿Pasa algo?-le preguntó un tanto angustiada Sara.
-Me preguntas...que...si pasa algo-le dijo Yane, entre jadeos. Sus ojos brillaron feroces y se lanzó sobre el cuerpo de su amiga, con la furia de un lobo dispuesto a atrapar a su presa.
-Pasa que...eres impresionante...pasa que...te quiero comer a besos...pasa que me has puesto...cachonda perdida-le explicaba Yane, refregando su coño contra el muslo de Sara mientras le devoraba la boca.
-Pasa que...te voy a comer ese coño que tienes-le indicó Yane, y se lanzó como una posesa a cumplir sus deseos.
De esa forma, ambas amigas quedazon enlazadas en un fogoso 69, en igualdad de condiciones. Ambas mostraban una suma atención y dedicación en estimular y excitar a la otra, con la misma entrega y entusiasmo que poseería un ingeniero al diseñar un puente.
-¡Aaah, aaaah, sí, sí, sí, sí!-gemía Yane, entre los besos y lametones que le daba al coño de Sara.
-¡Mmm, sííí, Yane!-resoplaba Sara, hundiendo un dedo en su coño, al tiempo que lamía el clítoris de su amiga.
-¡Aaaah, síííí, me...encanta!
-Más, más, más, ooooh!
-¡Sí, pégame en el culo, aaaah, sí, sí sííí!
-¡Aaaah, Sara, me...me...me...voy!
-¡Y yooo, aaaaah!
El momento del clímax fue impresionante. Sara sintió que algo en su interior estalló y surgía con ferocidad hacia el exterior, arrojándose a la boca de Yane, mientras su coño se veía sacudido por unas formidables contracciones.
Yane tensó sus nalgas y de su interior brotó sus juegos, que se convirtieron en dulce néctar para la boca de Sara.
-Yane...-susurró Sara, tumbándose junto a su amiga en la cama, un tanto calmada y relajada.
-Ssssh-dijo Yane, y acarició su mejilla con ternura. Sara cerró sus ojos, y alejó de esta forma las dudas y preocupaciones que amenazaban con dominar a su mente. Yane, Yane, Yane...
Algo suave y almohadillo se rozó contra su boca, despertándola del profundo sueño en el que se había sumido.
-¿Ya...Yane?-musitó ella, con un tono somnoliento, observando como el rostro de su amiga se encontraba suspendido sobre el suyo, a una escasa distancia.
-Buenos días, preciosa-le deseó Yane, y volvió a darle un tierno beso. Sara recordó entonces todo lo que había ocurrido en la noche anterior y, lejos de alejar a su amiga, rodeó su cuerpo entre sus brazos.
Fue el mejor despertar que tuvo en su vida, junto a Yane, a su mejor y más intima amiga, con quien compartía un lazo de amistad y comprensión inimaginable. Y cuando observó que su amiga se quitaba la camisa del pijama, revelándole los picudos pechos que poseía y hacia los cuales Sara se lanzó dispuesta a besarlos y a succionarlos, supo que nunca podría olvidar a aquella chica.