Una ducha y a la cama.
Una tarde en la ducha.
El agua caía sobre su piel desnuda, cálida, aunque empezaba a ser mayor su calentura que la calidez del agua, sus manos recorrían su cuerpo, inspeccionándolo, se detuvieron en sus pechos, amasándolos a placer.
Una y otra vez apretaba los pezones que comenzaban a semejarse a rocas, bajó sus manos, y se entretuvo en sus labios mayores, recorriéndolos a placer, introduciendo un dedo en su interior, comenzaba a quemarse, el agua era hielo comparado con ella.
Un dedo más se introdujo en su ser, mientras la otra mano buscaba desesperadamente calmar aquel calor.
Comenzó a mover más y más rápido sus dedos, mientras con la otra mano, masajeaba su clítoris, cada vez tenía que parar antes, pues aún no quería terminar, y dejar de sentir esas sensaciones.
Había llevado un juguete, pero no debía mojarlo, así que dejó la ducha a un lado, y lo paseó por su clítoris, agarró el cordoncito, y comenzó a sacarlo y a meterlo, al principio despacio, después casi frenéticamente.
Lamía una y otra vez sus dedos, y volvía a amasar sus pechos, y a castigar sus pezones. Cuando introducía sus dedos en su boca, imaginaba que era el miembro erecto de él, el que lamía y succionaba. Deseaba que lo fuera, pero no estaba allí, y sus ganas aumentaban.
Sacó el juguete, quería más, mucho más. Cogió la cajita rosada que había a su lado, y la abrió, untó un poco del gel que había en ella, en el huevito, y comenzó a pasear los dedos impregnados por su ano. Acercó el huevito, y comenzó a introducirlo, lentamente, mientras con la otra mano masajeaba su clítoris.
De repente vió el cepillo que usaba para el pelo, el mango era grueso, no mucho, pero si lo suficiente. Hizo la misma operación que con el huevo, y al comenzar a introducirlo en ella, notó la diferencia, esto sí se parecía un poco más a lo que sentía con él. El huevo pasó a alojarse en la parte delantera, y mientras con la mano izquierda metía y sacaba a buen ritmo el mango del cepillo, con la otra iba pasando de sus pezones, a su clítoris, y volvía arriba. De vez en cuando, sacaba y metía el huevo, tanto placer, puso rígidos sus músculos, haciéndola acabar.
Sacó el improvisado juguete de ella, lo limpió y lo dejó a un lado, luego el huevito, limpiándolo también, y sacándolo de la ducha. Se levantó, y terminó su ducha, para salir y acostarse. Esa noche, dormiría relajada.