Una, dos, tres, etc.

Soy Rebeca, tengo ya 20 años y me gustaría que me pegasen.

"Veinteañera necesita ser maltratada". Parecía un cebo para varones adultos desocupados, pero estaba en una web de anuncios genérica. No encajaba entre el resto, que ofrecían electrodomésticos, muebles o libros de segunda mano en mi provincia. Decidí probar. Por la hora del mensaje, acababa de ser publicado.

"Dame tu número de móvil y cancela el anuncio". En cuestión de segundos, recibí el número y el texto desapareció. Escribí al teléfono de la supuesta veinteañera.

-Explícate.

-Soy Rebeca, tengo ya 20 años y me gustaría que me pegasen. ¿Quién es usted?

-Yo soy Gustavo, tengo 53 y necesito pruebas de que eres real.

Recibí al instante una videollamada. En pantalla, una ninfa saludaba con la mano, sonriente.

-Hola, señor Gustavo.

-Hola, guapa. ¿Seguro que tienes 20 años? Pareces más pequeña.

-Uy, me ha pillado. Tengo 18, pero todos dicen que parezco mayor. Es porque ya me han crecido las bubis.

La niña se agarró las tetas sobre la camiseta. Tenía razón: ya poseía un buen par de peras.

-Mis papás me tratan demasiado bien. Pero necesito sentirme viva. Cuando me quedo sola, me doy azotes, pero no basta.

-De acuerdo, yo te ayudaré. ¿Cuándo puedes venir a mi casa?

-Ahora mismo, si quiere.

Le di mi dirección a Rebeca. Hubo suerte, porque éramos vecinos del barrio. La recibí con amabilidad, más que nada para desconcertarla. Ella esperaba, con toda seguridad, ser maltratada desde el principio.

-Siéntate aquí, cielo. Pero cuéntame un poco más de ti.

-No hay mucho que decir. Creo que soy algo avanzada para mi edad, porque me aburren todos mis compañeros de clase.

-¿Y tus padres?

-Son los que más me aburren de todos. Mamá y papá me tratan con cariño y ciudado, se preocupan por mí... Un asco.

-Entonces tú lo que quieres es que alguien te trate como mereces.

-Sí, señor. Aunque tenga sólo 18 años, soy una cochina y me gustaría sentir cómo alguien me castiga, por primera vez en mi vida.

-¿A qué te refieres con eso de cochina?

-En cuanto nadie me ve, suelo rozar mi coño con las esquinas, me meto rotuladores en el culo, me pongo pinzas en los pezones, o me azoto, como le he escrito.

-Ajá. Y te azotas con las manos, o...

-Suelo usar el cepillo del pelo, por la parte de atrás, y me golpeo la cara y las tetas. Pero yo creía que usted... Vamos, que yo no venía aquí a hablar...

Lancé un escupitajo en su cara y se relamió sonriente.

-Tú has venido aquí a lo que yo diga, ¿entendido?

-Sí, señor Gustavo, le pido disculpas.

-Bien. Y dime, ¿llevas bragas bajo esa faldita?

-No, he creído que era mejor así.

-Sí, es mejor. A ver.

La niña abrió las piernas, mostrando su coñito sonrosado. Enrollé una revista y empecé a darle golpes con ella entre sus piernas. Al ver que se mojaba más a cada golpe, me saqué la polla y se la metí.

-¡Gracias, señor! ¡Por fin!

-¿Por fin? No me digas que eras virgen...

-No se olvide de que tengo sólo 18 años...

-Nadie lo diría, tus tetas parecen al menos de 20, tenías razón.

Le agarré los pezones y estiré mientras me la seguía follando. Luego los retorcí todo lo que pude.

-¡Es genial follar, señor!

-Cállate, puta.

Silencié a la niña de un bofetón que casi le arranca la cabeza.

-¡Guau! Esa torta ha sido lo máximo. Me ha crujido el cuello y todo...

Yo había pensado que Rebeca era una mentirosa, por falsear su edad. Pero acababa de ser evidentemente sincera. Me empezaba a gustar. Le di la vuelta y la sodomicé.

-Me duele mucho, señor, es usted lo máximo.

No sólo me atraía su cuerpo virginal, adornado ya por ese par de tetas. También me parecía muy atractiva su actitud, tan elogiosa hacia mí. Probé qué tal encajaba mi polla en su laringe. Cuando intentó respirar, su propia saliva salió por su nariz. Tras un rato follándole la cabeza, saqué mi tranca.

-Bufff, casi me ahogo. Hoy es el día más feliz de mi vida, señor.

Senté a la criatura en mi regazo y la besé en la boca. Luego ella me sonrió, como pidiendo una tanda de bofetadas. Estuve alternándolas con inserciones de mis dedos en su garganta, mientras le agarraba de la nuca. Como tenía los labios reblandecidos de la follada bucal, mi mano acabó cabiendo entera. Luego estuve jugando a bambolear sus tetas a golpes de revista enrollada, la misma que había usado para azotarle el coño. Rebeca ponía las manos a la espalda para facilitarme la tarea.

Pensé que era un buen momento para azotarle el culo y fui a la cocina a buscar el instrumento adecuado. Un utensilio de madera con pinchos para ablandar la carne, que cuando ella lo vio se le abrieron los ojos de ilusión, me sirvió muy bien. Mientras le mordía las tetas me confesó:

-Señor, creo que después de esto necesitaré su compañía a menudo. No concibo la vida lejos de sus manos. Intentaré robar algo de dinero a mis padres para usted, si acepta verme más veces. Ni de lejos creía que mi anuncio en internet funcionaría tan rápido y tan bien.

-Has tenido suerte, nada más. Y yo no necesito dinero. Lo que me gustará es que seas mía.

-¿Suya? ¡Claro que soy suya! Desde ahora mismo y para siempre, soy Rebeca, la esclava del señor Gustavo. Nunca antes he sido de nadie y nunca después lo seré.

-Entonces habrá que cambiar algunas cosas en tu vida. Por ejemplo, eso de que tengas unos padres. Me molesta que seas hija de alguien.

-Cambiaré lo que usted quiera. Pero tendrá que ayudarme. Soy una niña pequeña y no sé cómo se hacen esas cosas.

-Bien, primero nos libraremos de tu padre. Es muy sencillo. Esta noche te metes en la cama entre los dos, te rasgas el pijama, te abrazas a él y le acaricias el miembro. Luego despiertas a tu madre gritando y le muestras la polla erecta con gran escándalo.

Rebeca hizo su papel a la perfección. Al día siguiente me escribió contándome que su madre había echado de casa a su padre y lo había denunciado. Pero faltaba librarse de la madre, y eso era más difícil. Fui a la casa para tantear el terreno, y me encontré con una gran sorpresa que cambió mis planes iniciales. Me abrió la puerta la madre de Rebeca, que resultó ser una joven inauditamente atractiva.

-Buenas tardes, querría hablar con Esperanza, por un tema judicial.

-Pase, señor. Soy yo.

-Vengo de la secretaría del juzgado, para recabar información.

-Usted dirá.

Simulé tomar notas en mi tablet, mientras urdía un nuevo plan, a la vista de aquella hembra fascinante. Observé que lucía descuidada, vestida tan solo con un camisón corto y escotado, despeinada y triste. Su mirada estaba clavada en el suelo y respondía a mis preguntas en voz baja. Toda ella parecía pedir amparo, protección, dominación.

-Me llamo Gustavo. He sido designado encargado del caso. A partir de ahora debe seguir mis instrucciones.

-Lo que haga falta, señor.

Esperanza era, a todas luces, la versión original de su hija Rebeca. Parecía claro que iba a poder manipularla a mi antojo. Decidí empezar el tratamiento.

-Bien, Esperanza. Tu actitud ayuda a que las cosas se arreglen pronto. Prepárame un café y trae a la niña para entrevistarla. Todo saldrá bien.

-Gracias, señor, ahora mismo le hago el café y llamo a Rebeca.

Mi esclavita apareció simulando no conocerme, y su madre nos dejó a solas.

-Hola, perra. No me habías dicho que tu madre era un bombón.

-Lo siento, señor, no lo había pensado.

-Ya hablaremos de ese error tuyo. Bien, he pensado que no nos vamos a librar de ella, sino todo lo contrario. Espero contar con tu colaboración.

-Por supuesto, señor. No tenga ninguna duda en que sólo deseo complacerle.

Esperanza trajo mi café.

-¿Cuántas cucharadas?

-Dos, muy bien. Revuévelo. Tu hija me estaba contando las sucesos de anoche. Parece que su padre intentó forzarla.

-Sí, señor. Aún no me lo acabo de creer. Mi marido nunca había hecho nada parecido. Y con su propia hija, prácticamante una niña. Ni siquiera conmigo ha tenido nunca un trato así, hasta rompiendo la ropa...

-Entiendo que eso es algo que te duele, como mujer joven y atractiva...

-Sí, no, gracias, no sé, él siempre ha sido muy correcto, muy suave. Por ejemplo, nunca me dice las cosas como usted, directamente, sin rodeos...

-Ya veo. Pero lo de esta noche es imperdonable. Quizás te resulte embarazoso, pero tenemos que representarlo, para saber qué pasó exactamente. Vamos a tu dormitorio.

En un momento estábamos los tres tendidos en la cama. Yo hacía el papel de marido.

-Perdone, señor, pero creo que será mejor si yo me pongo en medio, en lugar de la niña.

-Me parece una buena idea. Entonces, tú dormías y Rebeca te despertó gritando, con el pijama roto, así.

Agarré el camisón de Esperanza por el escote y lo rasgué de arriba abajo, dejando libres sus dos grandes tetas. Esa joven era el colmo de la sumisión.

-Sí, señor, me da un poco de apuro mostrarme así, pero supongo que es necesario...

-Mami, cállate. El señor está haciendo su trabajo.

-Gracias por tu intervención, pequeña. Dime, niña, ¿qué más pasó?

-Después papá sacó su cosita y estaba grande. Ah, me olvidaba: antes, con mamá dormida aún, me estuvo pegando bofetadas, aquí y aquí.

-¿Así?

Empecé a soltar mamporros en la cara y las tetazas de la madre, que permanecía callada.

-Sí, señor, así. Luego puso su cosa en mi boca y me metió los dedos por aquí...

Representé a la perfección en el cuerpo de la madre la historia inventada de Rebeca. Esperanza acabó corriéndose en mi mano mientras tragaba mi lefa.

-Bien, entonces gritaste y tu mamá despertó.

-Sí, señor. Y vio a papá con su cosa dura y a mí con el pijama roto.

-Ya, el resto lo sé. hemos terminado la representación. Esperanza, lo has hecho muy bien.

-Gracias, señor. Ha sido muy intenso, no me había sentido así nunca...

-¿Cómo te has sentido?

-Le pido disculpas, porque sé que todo esto era sólo para revivir los hechos de anoche, pero si le soy sincera me ha gustado mucho que usted me forzase así.

-Es normal, no le des más importancia, Esperanza. Vamos al salón, temino de redactar el resultado de las pruebas periciales y me voy.

Me senté en el sofá a teclear. Esperanza seguía dándole vueltas a lo que acababa de vivir. Se acercó a mí aún con el camisón roto, mostrando su cuerpo desnudo, como embobada.

-Don Gustavo, me siento extraña y diferente. Primero, el gran susto de anoche, que supe resolver con una diligencia desacostumbrada en mí. Luego, lo que acaba de pasar con usted... Sé que apenas nos conocemos, pero siento que necesito más de eso que me ha regalado...

-Ya he notado que te gustaban los mamporros. De hecho, te has corrido en mi mano.

-Es cierto, señor. No sé qué voy a hacer, ahora que me he quedado sola con mi hija, es todo difícil ahora.

-Bueno, yo tengo que irme. Te aconsejo que no reprimas tus necesidades. Se me ocurre que Rebeca, en vez de una dificultad, puede ser tu aliada. Al fin y al cabo ahora sólo os tenéis la una a la otra. Explícale lo que sientes y déjate llevar. Adiós.

Me despedí de Esperanza soltándole un azote cariñoso en una teta, para dejarla bien dispuesta a lo que le iba a pasar. Rebeca me guiñó un ojo desde el fondo de la casa. Esa noche dormí como un tronco, ilusionado por lo que vendría. Al día siguiente, Rebeca vino a mi casa con noticias frescas.

-Amo, no sabe lo que me costó ayer aguantarme mientras usted forzaba a mami. En cuanto se marchó, ella me estuvo confesando cómo se sentía y le ofrecí mi ayuda.

-Justo lo que planeé, muy bien.

-Empecé a pegarle, primero suavemente, pero me pidió que lo hiciese más fuerte. Cuando mami estaba ya muy excitada, le dije que ella también lo hiciera conmigo, y estuvimos un buen rato intercambiando bofetones, azotes, escupitajos, arañazos y mordiscos. Al final nos corrimos juntas y me dio las gracias.

-Cállate un rato, mi perra. Además, ayer te dije que tenía pendiente un castigo por no avisarme de lo buena que está tu madre.

Metí mi polla en la boca de la niña y se la estuve follando mientras imaginaba la exquisita escena con su madre. Luego le saqué las tetas de la blusa de su uniforme del instituto, las enrojecí a hostias y acabé corriéndome en su coñito. Rebeca tuvo la iniciativa de servirme de reposapiés, quizás porque no entendió que acababa de ser castigada. Era difícil distinguir premio y castigo, con esa criatura.

-Mami no para de hablar de usted. Está muy enganchada. Espero que eso le complazca, mi amo.

-Me encanta. Anda, vamos a tu casa.

-Hola, Esperanza. Me he encontrado con tu hija en la calle. Venía a cerrar algunos detalles del caso.

-Oh, don Gustavo. Me alegro mucho de vover a verlo. Ayer seguí sus consejos, ¿verdad, mi Rebequita?

-Si, señor. Mami me contó su secreto y yo le ayudo...

-Vaya, me alegro. A tu madre le gusta que le traten con rudeza, ¿no es así?

-Sí, señor. Yo he hecho lo que he podido. Además, a mí también me gusta, aunque tenga sólo 18 añitos.

-Ay, hija, no digas eso, el señor se va a escandalizar.

-Nada de eso, Esperanza. Al fin y al cabo sois madre e hija, estáis en vuestra casa y las cosas privadas no salen de aquí. Te dije que no te reprimieras. No me gusta que pongas en cuestión mis órdenes.

-Es usted muy comprensivo y firme, me encanta. Rebeca, pégame para que vea el señor lo que le cuento.

La niña abrió el escote de su madre y empezó a azotarle las tetas. Enseguida, la madre la emprendió a bofetones en la cara de Rebeca. Ya estaban de nuevo en su salsa. Esperanza había resultado igual de masoquista que su hija, y las tenía ante mí, desinhibidas y encantadoras, para mi uso personal.

-Vale, vale. Ya os he visto en acción a las dos. Creo que dejo en esta casa una situación bien arreglada. Cada una da a la otra lo que necesita, y no hay peligro de que vuelva el padre abusador de su propia hija. Al menos hasta el juicio.

-Pero señor Gustavo, yo no sé si podré proteger sola a mi Rebeca. Además, usted es el único que sabe cómo nos complacemos ella y yo, y no creo que sea conveniente que nuestro pequeño secreto salga de esta casa. Quédese con nosotras, le cuidaremos y haremos lo que nos ordene. Yo le estoy muy agradecida y le he cogido cariño, y creo que la niña también.

-La oferta es tentadora, Esperanza. Pero yo soy un hombre y tengo mis necesidades. No creo que sea correcto involucrarme en la vida de una niña que acaba de ser abusada.

Rebeca apartó a su madre de un bofetón y se acercó hasta mí, gateando.

-Mami, voy a ayudarte a que don Gustavo se quede con nosotras. Lo que vas a ver es totalmente voluntario. Permanece callada y observa.

La niña me sacó la polla y se la tragó entera, como había aprendido en nuestros encuentros privados. Hice un gesto a la madre para que se aproximara, y mientras volvía a follarme esa boquita infantil, retorcía los pezones de Esperanza. Luego la niña cambió su boca por su coñito, mientras la madre seguía callada.

-Esperanza, las manos a la espalda. Chúpale el culo a tu hija mientras me la follo.

Cambié el agujero de Rebeca, sodomizándola mientras su madre bebía sus jugos.

-Ahora tú, mi tetuda.

Esperanza tomó el sitio de Rebeca y ofreció sus tres agujeros para que se los taladrase. Su pequeña se subía sobre ella para recibir mejor mis hostias mientras mi polla se perdía en la boca, el coño y el culo de la madre. Acabé corriéndome en sus caras, mientras permanecían a mis pies con la boca abierta.

-Ahora besaos, intercambiad mi semen.

Mientras me limpiaban con sus lenguas, me dirigí a Esperanza.

-Muy bien, mi tetuda. Te estás portando fenomenal.

-¿Se quedará, señor?

-Estaré unos días de prueba. Me gusta veros disfrutar recibiendo mis hostias y mi polla.

-Le confieso que tengo la sensación de que inicio una nueva vida. Hasta ahora, he sido una esposa normal, con un marido normal y una hijita que no me ha dado problemas. Pero en cuanto me puso usted la mano encima, se ha despertado en mí esta necesidad de ser tratada con su estilo, señor. Y esto que acabo de ver y vivir con mi Rebeca ha sido la gota que ha colmado el vaso. Nunca imaginé que una niña pudiera hacer estas cosas, y menos mi hija.

-Lo que pasa, mami, es que he heredado de ti el gusto por ser maltratada, aunque tú lo tenías oculto.

-Pero sólo tienes 18 años, mi pequeña.

-Los suficientes para saber lo que necesito, y además ya tengo las tetas crecidas. Y que sepas que don Gustavo en realidad no es un funcionario de los juzgados, sino un amigo mío... Perdón, señor, don Gustavo es... mi amo.

-¿Amo? ¿Qué quieres decir con eso?

-La niña te está explicando que soy su dueño, y ella sólo vive ya para darme placer. Igual que tú, según tu propia propuesta. Ahora sois mis dos perras, y no hay vuelta atrás.

-Eso que dice es muy fuerte, señor. Necesitaré una buena paliza para asumirlo.

Que una joven tetuda, de cuerpo perfecto y con su disposición a ser usada de saco de puñetazos, me dijese con tal naturalidad que precisaba ser maltratada, me volvió a poner la polla dura. Agarré a esa dulce madre del cuello y la callé con mi polla, que la taladraba impidiéndole respirar. Su hijita le metió un puño en el ano, sacudiéndolo mientras me sonreía. Volví a cubrirlas de semen y luego me oriné sobre las dos.

-Vais a tener que aprender a tragar mis meadas, putas.

-Sí, mi amo. Mi hija y yo somos suyas para siempre.

En esa casa se estaba muy cómodo. Las dos zorras me atendían sin límites, y su resistencia a los golpes era fenomenal. Pasó un tiempo y el cuerpo de la niña se transformó en el de toda una mujer tetuda como su madre.

La justicia es lenta, muy lenta, pero no se detiene. Un día llamaron al timbre, cuando la madre estaba de compras y la hija en el instituto. Una adolescente vestida de oficinista apareció tras la puerta. Su ropa, en principio seria, no podía ocultar un cuerpazo que rebosaba por su escote y sus muslos. Me relamí al verla.

-¿Es la casa de Esperanza, esposa del señor Sánchez?

-Sí, pero ella no está ahora, ha ido a comprarme algo.

-¿Y usted es...?

-Yo soy Gustavo, amigo de la familia. Pero aún no me has dicho quién eres tú, bonita. Anda, pasa.

-Huy, gracias por lo de bonita. Soy Piluca Sanz, becaria del juzgado. Traigo la cita para el juicio contra el esposo de Esperanza...

-Ah, pues ella llegará pronto. Le he dado veinte minutos. Siéntate.

La falda de Piluca subió unos centímetros al sentarse. Tenía unas piernas excepcionales. Le agarré de un muslo, apretándolo fuerte.

-Vaya, eres un bombón, Piluca.

-Bueno, creo que me sobran uno o dos kilos, pero gracias de nuevo. Me hace usted un poco de daño en la pierna.

-¿Sólo un poco? ¿Podrás aguantarlo?

-Creo... Creo que sí. No sé qué me pasa, siento mucho calor.

Sin soltarle el muslo, le desabroché dos botones de la blusa y soplé en su estupendo escotazo.

-¿Mejor así, cariño?

-Bufff, gra-gracias. Se está tomando usted muchas confianzas conmigo. Le agradezco la atención, pero no sé si es indicado...

-Sí lo es, bonita. Quizás no te lo has planteado antes, pero te gusta sentir un poco de dolor, y sobre todo que un hombre como yo te dirija.

-Vaya, parece que me lee la mente. Es cierto que la sensación es buena, pero...

-Pero nada. Tú disfrutas de mí, yo disfruto de ti y se acabó.

Saqué las tetas de esa tontita y le retorcí los pezones.

-Respecto a lo del juicio, Piluca, cielo, vas a hacer lo que yo te diga.

-Ay, me hace daño.

-Cállate.

Le di una bofetada para calmarla un poco.

-Volverás a los juzgados y arreglarás todo para que nadie de esta casa se tenga que molestar. El padre agresor tendrá una orden de alejamiento para siempre, y asunto terminado.

-Sí, señor Gustavo. Lo que usted quiera, señor Gustavo.

En ese momento Esperanza entró en casa, con la compra.

-Mira, mi perra. Ha venido esta chica de los juzgados y dice que lo va a dejar todo listo para que nos olvidemos para siempre de tu ex marido. Además, parece que le gusta que la torturen un poco...

-Vaya, mi amo. Tengo mucha suerte con usted, un asunto menos del que preocuparnos. ¿Te quedarás con nosotros, preciosa?

-Lo que ordene don Gustavo. Me llamo Piluca, encantada.

-Yo soy Esperanza, siéntete como en casa.

-Gracias, eres muy amable, Esperanza. El señor me ha dicho que es amigo de la familia.

-Sí, bueno, mucho más que eso. Es el dueño del cuerpo y la mente de mi hija y míos. Le servimos en cuanto necesita. Rebeca y yo somos algo especiales y nuestro amo sabe cómo tratarnos. Por lo que veo, tú también disfrutas en las manos del amo.

-No lo puedo evitar, Esperanza. Acabo de conocerle y siento que soy suya para siempre. Nunca me había pasado algo así. ¿Entonces debo llamarle amo?

-Por supuesto. Te quedarás con nosotros y serás mi perra, igual que Esperanza y Rebeca... Por cierto, hablando de la niña...

Rebeca acababa de llegar del instituto y se acercó hasta mí, sacando sus grandes tetas y ofreciéndomelas como de costumbre. Su madre se arrodilló junto a ella con la naturalidad de todos los días, mostrándome también sus ubres por si yo quería masacrarlas un poco.

-¿Ves, Piluca? Esto es un buen par de perras. ¿Qué debes hacer tú ahora?

Pese a su corto entendimiento, Piluca comprendió que debía arrodillarse a mis pies, como el resto. Miré a las tres tetudas, tan diferentes pero tan encantadoras. Esperanza ya tenía 38 años, pero aún no mostraba signos de declive; Rebeca, con sus 18, estaba en la flor de la edad.

-Piluca, ¿cuántos años tienes tú?

-28, señor. Perdón, 28, mi amo.

Escupí en su cara satisfecho. Ahora tenía tres perras, de tres edades distintas, pero frescas y dispuestas a ser usadas. El amor es así.