Una Doctora muy Comprometida

La visita a la Doctora fue cualquier cosa, menos aburrida.

UNA DOCTORA MUY COMPROMETIDA

La sala de espera estaba atestada de gente tras el levantamiento del estado de alarma y ciertamente, muchos de los usuarios tenían mala cara y parecía muy oportuno que estuvieran esperando su turno para que les atendieran. Yo a todas luces desentonaba y me preocupaba que cuando expusiera mi caso, la doctora de cabecera me mandara a paseo.

No suelo ir al médico con frecuencia ya que soy partidario de que el cuerpo haga su trabajo antes de acudir al facultativo, pero ésta, era una ocasión que lo merecía ya que empezaba a preocuparme y seriamente, la dificultad que de un tiempo a esta parte tenía para lograr una erección.

Nunca he tenido problema de lívido, es más, cada día que pasa creo con más firmeza en la famosa teoría que ronda por ahí, de que los hombres estamos programados genéticamente para reproducirnos hasta el día que morimos y no seré yo quien contradiga a los científicos ;-)

Por fin llegó mi turno y algo nervioso le planteé a la doctora la situación mientras ella no dejaba de mirar la pantalla de su ordenador.

Al finalizar con mi exposición, dejó de teclear y muy despacio me miró durante largo rato. Me puso más nervioso si cabe y vi en el fondo de sus ojos que lejos de parecerle inoportuna la cuestión, estaba meditándola concienzudamente.

De repente, miró la hora en el reloj de pared que estaba tras de mí y al bajar la cabeza, pude vislumbrar en sus labios una imperceptible sonrisa.

-          Bien. ¿Qué edad tiene?

-          46, dije yo.

-          ¿Con qué frecuencia tiene relaciones sexuales?, continuó.

-          Pues menos de las que me gustaría… quizá 2 ó 3 al mes.

Vi en su expresión que aquella repuesta no le cuadraba y nuevamente con esa mirada de gato que se va a comer a un ratón, matizó la pregunta.

-          Quiero decir…, incluyendo la masturbación.

Esto ya no me hizo tanta gracia y con cierto apuro le dije que al menos 1 vez al día.

No se inmutó ni por un segundo y haciendo cómo si aún no hubiese contestado, continuó esperando mi respuesta sin apartar esa mirada penetrante.

-          ¿Quizá 2 al día?, dije encogiendo los hombros.

-          Eso me cuadra más, afirmó.

-          Entiendo por tanto que consume pornografía, ¿verdad?

-          Sí. Cuando me masturbo.

Su expresión, cada vez más enigmática fue mutando poco a poco a lo que me parecía de regocijo cuando comenzó a explicarme que probablemente el problema estribaba en que de forma artificial, había ido elevando mi umbral de excitación y ahora lo “habitual” no lograba estimularme lo suficiente, pero que en cualquier caso quería hacerme una prueba.

Me pidió que me desnudase de cintura para abajo y que me tumbara en la camilla. Mientras tanto ella, detrás del parabán cerró discretamente el pestillo de la puerta de la consulta y comenzó a trastear durante unos minutos que se me hicieron eternos.

Por mi cabeza pasaban todo tipo de pensamientos a cuál más absurdo sobre la prueba que me quería hacer y mi pene se iba encogiendo cada vez más como si supiese lo que iba a ocurrir.

-          ¿Por qué coño se me habrá ocurrido venir aquí? – Pensé.

Por fin la doctora se acercó y al mirarle a los ojos descubrí que quizá la prueba no fuese tan mala, al fin y al cabo. Mientras se ponía unos guantes me fijé en que tenía unas facciones agradables y un bonito cuerpo con unos pechos grandes comprimidos por una camisa abotonada… al menos hasta el escote.

Comenzó a tocarme los genitales de forma profesional y como quien no quiere la cosa se agachó más aún de forma que pude darme cuenta de que no llevaba sujetador. Todos sus movimientos parecían casuales, pero con la clarísima intención de excitarme.

Opté por seguirle el juego y sabiendo que de momento con aquello no iba a conseguirlo me fui relajando para ver hasta dónde estaría dispuesta a llegar.

Levantó la vista y dijo – mi turno ha terminado…

Se quitó los guantes y la bata y siguió con lo que estaba haciendo, pero con un talante… menos profesional y más estimulante. Cogió mi mano y la llevó hasta su muslo dejándola allí para que yo me ocupara del resto. Tenía una piel suave y cálida y comencé a acariciarla subiéndola poco a poco por debajo de su falda hasta las nalgas.

-          Desde luego está comprometida con su trabajo - le dije con la voz muy pausada tan pronto descubrí que se había quitado las bragas durante aquellos minutos previos tras el parabán.

-          Y no solo eso… – contestó mientras se agachaba ligeramente para empezar a lamer suavemente mi glande.

No desaproveché la invitación e introduje mi otra mano por su escote y comencé a acariciar con deleite esas enormes y turgentes tetas que, sin la prisión de un sostén, colgaban lujuriosamente.

Al principio no encontré los pezones, pero a fuerza de deslizar mis dedos por sus areolas, pronto se erigieron destacando en el centro de los pechos. No pude evitarlo y comencé a pellizcarlos y aunque empecé a sentir placer, aún no era suficiente y ella se lo tomó como algo personal, así que sin mediar palabra me embadurnó la mano que tenía en su trasero con lubricante y continuó con la mamada.

No tardé ni medio segundo en introducir dos dedos en su culo y los otros dos en su coño y empecé a moverlos suave y circularmente con tanto o más interés que el que ella se estaba tomado con mi polla.

Lo había conseguido. El listón ya estaba puesto, pero ahora ya era demasiado tarde para finalizar la prueba, además, ella estaba húmeda y caliente y me tragaba con más ansia y profundidad.

La dejé hacer durante unos minutos más, pero al rato, habiendo logrado una erección como hacía mucho tiempo, me levanté y arrancándole los pocos botones de la camisa que le quedaba y subiéndole la falda hasta la cintura, la encaramé a la camilla y me lancé enfebrecido a por sus oscuros agujeros.

Aquello no era normal. Chorreaba tanto que su flujo humedecía su ano y goteaba sobre el vinilo del suelo. Me propuse que no se desperdiciara ni una gota y lamía como un poseso. Obviamente conseguí el efecto contrario ya que se puso como una moto y cogiéndome fuertemente de la cabeza me apretó contra su sexó y me pidió que le chupara el clítoris. No perdí el tiempo y pronto estaba lamiendo y mordisqueado sus pliegues más sensibles. Durante un rato, sus piernas se apoyaron en mis hombros, pero pasados unos minutos, se sujetó firmemente por debajo de los muslos y elevó todo su culo para dejarlo frente a mi boca.

Al principio me dio reparo, pero con lo que llevábamos hasta el momento, no estaba el asunto para remilgos, así que empecé a comerle su negro agujero mientras con una mano me hacía una paja y con la otra le amasaba las tetas como podía.

He de reconocer que estaba muy bruto y quería correrme ya, así que le pregunté que era lo que más le ponía para venirnos juntos. Sin mediar palabra, se bajó de la camilla, se dio la vuelta apoyando las tetas y la cara sobre la sábana y se abrió las nalgas dando a entender sus preferencias.

Me acerqué como un perro en celo pero antes de clavársela, me froté a lo largo de todo su coño mientras ella gemía cachonda perdida. Quería estar lubricado y para distraerla antes de la embestida. Aproveché para estirarle también de los pezones para sacar sus tetas aplastadas a cada lado del torso y mientras aullaba más por dolor que por placer, le metí en el culo el rabo tan fuerte y profundo como pude.

Estaba apretadito pero muy húmedo fruto de los flujos y saliva que durante los últimos minutos habían entrado en su recto. La cogí de las caderas y mientras se masturbaba la follé y follé como un poseso. Introduje un par de dedos en su vagina y con la otra mano le estiré del cuello como había visto hacer en algunas películas. Se arqueó hasta un punto inverosímil mientras seguía metiendo la verga a fondo y con ambas manos, abracé sus pechos que fruto de mis empellones, se bamboleaban lascivamente.

Aquello nos abrió las puertas del clímax y aunque yo no suelo hacer mucho ruido, a ella se le estaba yendo de las manos, así que para evitar un escandalo le di un par de palitos depresores para que los mordiera antes de correrse. Creo que ni se enteró porque tan pronto empezó a chorrear durante su orgasmo, los destrozó con un gemido profundo y largo que me sirvió como señal para vaciarme dentro de su culo como nunca antes lo había hecho.

Me salí de su interior satisfecho y me senté en la silla auxiliar de su despacho y mientras ella se limpiaba con sutileza, me dijo nuevamente con tono profesional.

-          Caballero, con esto puedo confirmar mi primera afirmación, y es que su umbral de excitación está muy alto, así que concluyo que efectivamente tiene Ud. un serio problema ya que rara vez volverá a encontrar una situación tan…, dijéramos, anecdótica como la que ha vivido hoy aquí. Así que la única alternativa que me queda es recetarle un remedio que, por el momento, creo que le podrá funcionar.

Le agradecí, no sin cierto desaliento, la “asistencia” prestada y salí del consultorio cabizbajo y algo deprimido ante la expectativa. No quería medicamentos, sino volver a empalmarme como siempre sin necesidad de artificios, pero por lo visto no me quedaba de otra.

Ya en la puerta de la farmacia y mientras esperaba mi turno leí la receta, con una sonrisa en la cara:

“Durante un mes y a razón de dos veces por semana, visita a la Doctora Vital Montero para ejercicios de reajuste de la excitación sexual”.

Fin.