Una diosa llamada Venus. Capítulo 5
El dominio de Venus sobre Carlos se va asentando. ¿Acaso hay algo que pueda hacer un chico para oponerse al dictado del amor? ¿Puede el amor ser inducido? ¿Existe la libertad para él?
5.- BODA.
Desde aquel día, desde aquel orgasmo interrumpido, mis pajas no volvieron a ser lo mismo. A pesar del deseo, me costaba muchísimo correrme y, cuando lo hacía, no conseguía ni una décima parte del placer que antes me daba, y ni una milésima de lo que Venus había logrado tan solo con sus manos y sus palabras susurradas en mi oído.
Empecé a fantasear con nuestra noche de bodas. No sabía cómo sería su sexo pero lo imaginaba depilado al cero, tan suave como el resto de su cuerpo, en el que no crecía ni un vello extraviado. Sus labios mayores con seguridad serían gordezuelos, como los de su boca. Su cavidad, húmeda y acogedora y su clítoris… su clítoris sería grueso. Como mi meñique. No podía ser de otra manera. Cuando lo analizaba, me sentía raro. No me parecía correcto penetrarla. Igual que mi lengua jamás entraba en su boca, mi pene en su vagina se me dibujaba igualmente impropio. Sabía que, naturalmente, ese no era mi problema, que Venus decidiría por qué, cómo y cuándo manteníamos relaciones sexuales. Sería mi trabajo satisfacerla y así lo haría. Lo único que me daba miedo era no ser capaz de aguantar el tiempo suficiente, de llenarla con mi leche antes de que ella se corriera… y fallar así miserablemente.
Nada de eso ocurrió, naturalmente… porque nada tendrían que ver nuestros polvos con los de cualquier otra pareja del mundo. En esa época pensaba demasiado…
—Mañana irás a ver a un sastre que trabaja para mí —me dijo la semana anterior a la ceremonia—. Te tomará las medidas para el traje que llevarás. Nada de fracs o smokings —me explicó—. Esas cosas son para cursis y gilipollas.
Esa misma tarde, en su casa, mientras veíamos una película en su gigantesca televisión y me acariciaba el pelo con ternura, le confesé lo que me estaba ocurriendo con mi placer en soledad.
—Es normal, pajarito —no retiró la vista de la pantalla ni dejó de acariciarme, como quien lo hace con un gato—. Imagínate que eres ciego y, por un minuto te permiten ver. ¿Podrías luego, en tu ceguera, volver a sentir la luz por ti mismo? No. Pues algo así te ha pasado. No le debes dar demasiada importancia. En el futuro esas cosas quedarán atrás. Llegará un momento que hasta lo olvides Palabra.
—Entonces… ¿debo dejar de tocarme hasta que seamos marido y mujer?
—No. No es necesario. Si quieres conseguir un vago remedo de lo que yo te he dado, acuérdate de cómo fue. Piensa en mis pechos… solo en ellos. Como cuando los lamiste — este día llevaba una camiseta de tirantes y sus atributos amenazaban con escaparse por los laterales—… y acaríciate como yo lo hice. Eso sí… para que funcione, tendrás que terminar como yo lo hice. Cuando notes el orgasmo bullir, cuando veas que tus pelotillas están a punto de estallar, debes soltar y dejar que tu semen se derrame. No debes volver a poner tu mano hasta que la eyaculación haya finalizado. Entonces y solo entonces, puedes lavarte. No hace falta que te tortures como yo te hice con mi pequeña broma post-orgásmica.
—Pero entonces… no tendré más orgasmos hasta la boda…
Rió y me besó la frente.
—Ya sé que te costará muchísimo. Los hombres sois así de básicos, pero es la única manera. Si no seguirás teniendo los mismos problemas. Piensa que es algo muy temporal. En una semana ya no tendrás que preocuparte más por tus masturbaciones, porque estarás conmigo.
—Está bien, Venus —suspiré—. Así lo haré.
Además de sus consejos, también me empecé a llevar su música. Ella no quería nada de lo que me gustaba: ni pop, ni música electrónica, ni melódicos españoles… Era necesario que conociese y disfrutase de la música instrumental y coral, casi toda anterior al siglo veinte… y así lo empecé a hacer. Sinfonías, música de cámara, óperas… Mucho músico alemán y austriaco y algo de francés e italiano, sobre todo. Los compositores españoles, como si no hubieran existido. Para mí era todo nuevo y lo tuve que ir aprendiendo a disfrutar… igual que las pajas sin orgasmo que fueron mi rutina desde entonces. Aunque las necesitaba, siempre me dejaban con ganas de más y con la imposibilidad de lograrlo, por la excesiva sensibilidad que mi capullo tenía inmediatamente después. Al menos, volvía a experimentar placer durante su construcción. Ya era un avance. Como Venus había predicho, me costaba liberar mi rabo en el momento culminante, pero tuve que vencer mi resistencia y permitir que oscilara y pulsara libre, enviando chorros de leche caliente… a ninguna parte.
Tres días antes llegó el traje. Totalmente blanco, incluso la corbata y los zapatos. Solo la camisa era de un negro satinado, pero apenas se veía el cuello y poco más, cubierta por la chaqueta americana. A mis padres les pareció extraño pero no querían meterse demasiado.
—Si la chica es extranjera, serán sus costumbres. Tampoco vamos a enfadarnos por una ropa más clara o más oscura —sentenció mi madre.
Naturalmente, no hubo despedidas de solteros. Ella estaba sola y yo no tenía ya amigos dignos de tal nombre. En lugar de ello, pasamos la tarde anterior juntos, la última vez que pasé en la casa que tenía alquilada en mi ciudad. Se desnudó de nuevo de cintura para arriba. Volví a ver sus gigantescos pechos bambolearse libres. A pesar de la dureza de mi pene, sus ideas eran diferentes.
—Tranquilo, pajarito. Mañana será el gran día. No te apures. Desnúdate. Ya.
La obedecí instantáneamente.
—Del todo. Ahora no vas a ser tímido, ¿verdad?
La vista de su cuerpo desnudo, sumado a mi falta de orgasmos, me tenía hipnotizado. Su voz era todo mi mundo. Haría cualquier cosa por ella y por lograr mi satisfacción.
Ella quedó solo con un culotte y unos tacones altos que hacían que mi cabeza quedase a la altura del nacimiento de sus senos. Me cogió de la mano y, así, me condujo de nuevo al sofá. A cada paso, sus atributos rebotaban como si tuvieran vida propia. Mi pene, goteando líquido pre-seminal se erguía orgullosamente, tan duro que me estaba doliendo, como si estuviera congelado.
—Abrázame… así. No… no vamos a tener sexo… ¡Cuidado no me manches! ¡Eso vamos a tener que solucionarlo de alguna manera! No es de recibo que vayas manchando mi casa y todo cada vez que ves mis pechos, porque los vas a tener delante toda tu vida. Pero de eso ya hablaremos. Ahora quiero que cierres los ojos y sientas.
Así lo hice. Su piel estaba fría. Siempre tenía medio grado menos que yo y la sensación era de frescor pero muy, muy agradable. Sus pezones, por el contrario, estaban tan calientes que quemaban en mi pecho.
—Pobre pajarito —me susurraba al oído—. No sabes, de verdad que no sabes dónde te estás metiendo. ¿Estás seguro que quieres seguir con esto? Es la última vez que puedes echarte atrás. Recuerda que cuando nos casemos será para siempre… y siempre es mucho tiempo. Quizá demasiado.
—Te amo, Venus. Quiero estar contigo.
—Reflexiona, Carlos —se separó de mí y, aunque quise mirar sus pechos, del tamaño de mi cabeza (no, no exagero), sus ojos negros me tenían totalmente subyugado—. Lo vas a abandonar todo… por mí. Y eso es literal. Por y para mí. Yo te juro que te voy a amar mientras vivas, mucho más de lo que nadie te podría amar… pero soy exigente, caprichosa y mandona. No tendrás opción a no estar de acuerdo ni a desobedecerme.
—Lo sé y lo acepto. Libremente.
—Igual no eres tan libre como quieres —dijo, ominosamente—. ¿Estás dispuesto a pasar tu vida conmigo? No me has visto desnuda, más allá de lo que tienes delante de tus ojos. Reflexiona.
Yo estaba demasiado enamorado para poder concebir siquiera la vida sin Venus. Tan cerca de la boda no iba a echarme atrás.
—Es posible que tengas que estar desnudo mientras yo estoy vestida. Es posible que el sexo junto no sea ni siquiera parecido a lo que esperas.
Finalmente, pareció conformarse. Se encogió de hombros y se cubrió con un albornoz.
—Está bien. Mañana por la mañana, en el Juzgado, volveré a preguntarte. Si no cambias de opinión, tu suerte estará echada.
Le di muchas vueltas aquella noche. ¿Qué podía ocultar que me pudiera repeler? Me amaba, así que no me iba a asesinar (ni necesitaba una boda para hacerlo). Tampoco me iba a utilizar para traficar con órganos ni ningún fin igualmente destructor así que nada podía hacerme que la odiase. ¿Quizá mis orgasmos fueran pocos? ¿Quizá me pidiese sexo oral o… anal? Fantasear es gratis pero… ninguna opción me parecía mala.
Me hice la última paja (interrumpida, claro) en soledad de toda mi vida y, a pesar del deseo atroz, logré dormir algunas horas.
A las once, frente al Juzgado, ella me esperaba. Vestía enteramente de negro, con un vestido palabra de honor que parecía sujeto por sus pezones. Un milímetro más y la aréola asomaría, aunque no ocurrió en toda la ceremonia. Tanto pecho a la vista, claro, logró despistar bastante al magistrado oficiante y un poco a mi padre. Mi madre no hizo ningún comentario, pero estaba claro que o lo aprobaba.
Como tampoco parecía muy contenta de la falda corta que dejaba la mayor parte de sus piernas al aire, en una poco apropiada, desde su punto de vista, media de rejilla y unos tacones altos que me empequeñecían, como era usual. Un discreto tocado con un velo negro, más propio de una viuda, completaban su atuendo.
—Es tu última oportunidad —me dijo, sujetando ambas manos con las suyas, antes de entrar—. Si das el “sí, quiero”, no habrá marcha atrás. Serás mío. Para siempre.
Lo dijo de una manera que me causó un escalofrío por la espalda… Pero mi decisión era inamovible.
—Voy a casarme contigo.
—Así sea.
Quince minutos después, el juez dijo “os declaro marido y mujer” y ella me besó, de su manera dominante. Su lengua empujaba mi carrillo para que todos lo vieran.
—Ya eres mío —me dijo, con la voz al mismo tiempo más terrible y más dulce que jamás hubiera escuchado—. Para siempre.