Una diosa llamada Venus. Capítulo 2
Continúa la historia de Venus y Carlos. Se van conociendo un poco más y ella empieza a dar señales de su humor y su fuerza. ¿Hay algo oculto en esa mujer?
2.- SALIR CON UNA DIOSA.
Salir con Venus lo podría definir con dos palabras: elegante y sorprendente. Con sus recursos y sus contactos siempre lograba que me quedara con cara de embobado.
Sabía el efecto de su cuerpo en mí y, desde el día en que le confesé (era incapaz de tener algún secreto con ella) mi atracción por las tetas voluminosas, empezó a llevar más escotes pronunciados o ropa ajustada. Me podía quedar embobado viendo como rebotaban a cada paso dentro de sus sujetadores aptos para guardar sandías. Si me descubría, se reía. Francamente, creo que no necesitaba mirarme para saber cuándo y dónde miraba.
Junto a ella descubría sabores exóticos en cien restaurantes distintos, nuevas músicas en incontables conciertos, el placer de un masaje dado por un profesional, la belleza de un paseo por el monte y los miles de lugares escondidos y preciosos que tienen las ciudades.
Cada día, cada minuto que pasaba, yo estaba más y más enamorado de ella. Durante aquellos días no me dejó nunca tocarle ningún sitio íntimo. Ni sus pechos ni, por supuesto, su sexo. No la vi jamás desnuda, aunque era habitual que llevase jerséis de punto abierto que permitían distinguir sus sostenes por debajo. Sí que me dejaba masajearle los hombros o la espalda (cuando no llevaba alguno de sus espectaculares corsés de cuero) y, por supuesto, me besaba. Siempre cuando ella quería y de esa manera tan agresiva, introduciendo su lengua, haciéndome, de alguna manera, suyo.
Una noche, en su coche, después de un concierto, estábamos aparcados frente a mi casa. Ya había aprendido que no podía invitarla a subir. No entraría en mi casa hasta “que llegase el momento”. Me había estado besando y, por descuido o intencionadamente, pasó la mano por mi entrepierna. Observó toda la dureza de mi pene y clavó en mí sus ojos negros como pozos profundos.
—Estás muy excitado, Carlos.
—Son tus besos, Venus. Es lo más excitante que me ha ocurrido en la vida. Más que el sexo con otras mujeres. También… también es tu cuerpo. Todo él.
—Ya lo veo.
Sus palabras eran extrañamente frías. Distantes. ¿No le gustaba el sexo? ¿Estaría yo dispuesto a renunciar a él por seguir a su lado? No tenía ninguna duda: ¡por supuesto que sí! Por ella lo daría todo.
—Me he mojado la mano con tus jugos —siguió—. Emites tanto que has empapado tu ropa. Límpiamela —pidió.
Ya me había acostumbrado a sus órdenes. Como ella mismo me dijo era “un poco mandona”. Algo más que “un poco”, la verdad. Me incliné para coger un pañuelo de papel de la guantera, pero detuvo mi gesto.
—Con la lengua.
La miré con algo de desorientación, como me solía pasar tan a menudo a su lado. Estaba mortalmente seria. No bromeaba. El dorso de su mano estaba junto a mis labios… así que los separé y obedecí. Para ser sincero, apenas sabía a nada, pero fue la primera vez en mi vida que lamía los fluidos de un hombre… aunque ese hombre fuera yo.
—Buen chico —sonrió de nuevo—. Sabía que podía confiar en ti. Ahora ve a casa a dormir. Mañana, cuando acabes de trabajar, te estaré esperando.
¿Tengo que explicarles, de nuevo, que me la pelé como un mico? Algo en Venus estaba más allá de lo lógico, más allá de lo probable. Igual que me hacía sentir tonto… a mí, que siempre había destacado por mi oratoria… o por mis excelentes notas cuando estudiaba. Lo único que tenía claro era que deseaba estar junto a ella por siempre y para siempre. Era la mujer ideal. Aunque aún no hubiera ni siquiera palpado unos pechos que adivinaba tan rotundos como pesados.
Al poco tiempo, no me cabía ninguna duda: era la mujer con la que quería pasar el resto de mis días. Poco a poco fui dejando de ver a mis amigos. Todo mi mundo estaba centrado en ella y nada más que en ella. Como tantas veces, al principio mi gente intentó convencerme: llamadas, visitas… poco a poco fueron desistiendo.
—Ya te darás cuenta de lo equivocado que estás —me dijo mi mejor amigo—, pero entonces ya será demasiado tarde. Nos habrás perdido a todos.
No le hice caso. Mi camino transcurría por un sendero diferente al de ellos. Lo que todavía no había descubierto era que iba a divergir tanto.