Una detective llamada Scarlett

Cuando la detective la arrestó por sospechosa ella no sospechó que la investigación terminaría entre sábanas.

Cuando la detective llegó al lugar le costó un poco desalojar al grupo de curiosos que se amontonaban alrededor del cuerpo tirado en medio de la acera, despatarrado en un charco de sangre. Como en una serie televisión de los ochenta, un negro enorme con cara de pocos amigos fue tomando fotos y después cargaron el cuerpo en una camilla y una ambulancia se lo llevó. Mayra y yo subimos detrás de ella hasta la cuarta planta y nos quedamos paradas en el pasillo, frente a la puerta de la oficina con un cartelito que decía Robert Parker, abogado.

La detective tanteó la puerta y, al ver que estaba cerrada, se volvió hacia nosotras dos.

-¿Quién tiene la llave?

Las manos temblorosas de Mayra rebuscaron en su cartera hasta dar con el llavero.

-Abre- ordenó la mujer.

Entraron ella y su ayudante, y solo entonces reparé en el porte distinguido, en la forma de andar segura y desenvuelta, en la elegancia natural de esa mujer que no tendría más de treinta y cinco años. Vestía un trajecito sastre de falda celeste y chaqueta del mismo color, mocasines sin tacos y un bolso de cuero que me pareció pasado de moda. Era blanca, de ojos pardos oscuros, nariz respingada y labios carnosos. Bajo la chaqueta una blusa blanca con guardas bordadas y un bolsillo rectangular, más su insignia de policía, completaban su vestimenta. Llevaba el pelo recogido en una cola con una hebilla de cuero repujado. El ayudante vestía un pantalón ordinario, una chaqueta de algodón y una corbata a la que se le notaba el nudo hecho hacía mucho tiempo. Era evidente que solo se la ponía para salir de su oficina. Con una seña nos indicó que pasáramos, nos hizo sentar frente al escritorio de Mayra y nos tomó los datos. El ayudante fue anotando en una libretita de tapas negras.

-¿Terminaste?- le preguntó ella.

-Sí señor-

-Bien, vete a la casa y trata de hablar con la familia. Nos vemos en la oficina al mediodía.

-El no tiene familia en San Francisco- intervino Mayra.

-¿Y con quién vivía?

-Hace un año que vive solo, su ex esposa vive en Miami, con su hija.

-¿Y sus padres, hermanos, otros parientes?

-Ellos viven en Texas.

-Bien, para que nos entendamos de entrada, muchachas, soy la teniente Scarlet Green, detective de homicidios. He trabajado en ciento trece casos, ciento catorce con este, y solo hay un caso que no está resuelto, o sea, este

Mayra contuvo un acceso de llanto.

-Tranquila. A ver, cuéntame jovencita, ¿qué pasó?

-Yo… lo llamé a su celular para avisarle que había perdido el transporte de las siete, y que llegaría un poco más tarde… eso lo molestaba mucho, él era muy puntual para todo

-Perfecto, ¿qué pasó entonces?

-El me colgó antes de que yo terminara

-¿Y?

-Bueno, al llegar, vi a la gente amontonada y… usted sabe el resto.

-¿Fuiste tú la que nos llamó?

-No… yo no… fue el portero del edificio. El me lo dijo.

-¿Cuál es tu trabajo aquí?

-Soy… era la recepcionista y… su secretaria.

-¿Y tú, cómo dijiste que te llamabas?- preguntó al tiempo que me radiografiaba con la mirada.

-Jeannet Fernández. Yo hago el trabajo de calle, voy a los tribunales, a los bancos, pago sus facturas, sus tarjetas y ultimamente le hacía las compras en el supermercado.

-Tú no tienes horario de entrada, ¿verdad?

-Pues, puedo llegar más tarde que ella, si a eso se refiere.

-Bien, ¿él tenía algún problema, algún enemigo, algo que lo molestara?

-No, que yo sepa- respondió Mayra.

-Estaba un poco… deprimido- dije.

Ella entró entonces a la oficina de él. Miró por la ventana abierta de par en par, de su cartera sacó un anotador y un bolígrafo ordinario con el que rayó varias veces el papel hasta que consiguió escribir. Tanteó con los dedos un líquido que había sobre el alféizar y en el piso, algo que habría hecho estallar de ira al señor Parker.

-Es agua- dijo para sí mientras se frotaba los dedos pulgar, índice y medio.

Se inclinó hacia adelante y en ese momento la falda pareció demasiado pequeña para contener el concierto de curvas de su anatomía y alcancé a entrever sus piernas perfectas, como si hubieran sido torneadas en marfil. Miró a ambos lados de la ventana y volvió a tomar notas. Solo entonces pareció darse cuenta de que todavía estábamos ahí.

-Pueden irse, pero recuerden que no pueden salir de la ciudad. Llámenme a este número si recuerdan algo que pueda ser importante y vengan mañana a retirar su cosas.

-Pero es que... yo tengo todo guardado en la computadora...

-No te preocupes, mañana podrás recuperar todo lo que tienes ahí.

En el momento en que salíamos del edificio llegaba la camioneta de un canal de televisión y dos periodistas se acercaron a nosotras, grabador en mano, para interrogarnos, pero Mayra no quiso hablar y yo tampoco.

Bajé del autobús y, ya en mi casa, me tiré en la cama a pensar en lo increíble de toda la situación. Hacía dos años que trabajaba en la oficina de Robert, un malnacido avaro de bragueta abierta que se consideraba el metrosexual más atractivo del planeta. Como el trabajo era relativamente cómodo y me daba tiempo para estudiar, y me permitía sobrevivir en la casa sin que mi madre y mi padrastro me molestaran demasiado, me mantuve ahí. Ahora mis planes, mi rutina, mi futuro inmediato, estaban totalmente sobre ascuas, mucho más de lo que yo misma imaginaba. Llamé a mi madre a su trabajo para comentarle lo que había sucedido. Me pidió que no me moviera de la casa hasta que ella volviera, pero yo tenía que ir a la universidad, de manera que me preparé un emparedado y busqué mi mochila para dejarla a mano. La imagen del cuerpo de Robert, destrozado por la caída, con los brazos y los pies en ángulos imposibles, se me dibujó con tanta nitidez en la memoria que una enorme angustia se apoderó de mi mente y tuve un acceso de llanto. Hasta me sentí culpable de haberlo odiado tanto en los últimos meses, ahora sentía piedad por él. Finalmente no fui a la universidad y cuando mi madre llegó de su trabajo apenas pude articular palabra para relatarle lo que ella ya había visto en la televisión. Esa noche dormí con calmantes, pero mis tribulaciones apenas comenzaban.

A la mañana siguiente fui arrestada y llevada a la jefatura de policía. Como no tenía dinero para un abogado, me tuvieron encerrada en una salita hasta que la detective apareció, con su asistente y un abogado estatal, un señor calvo que usaba un traje que le iba demasiado grande. Tenía barba de varios días y bostezó todo el tiempo mientras la detective me interrogaba.

-¿Qué me puedes decir de esto, querida?- dijo al tiempo que me mostraba una copia de un contrato de alquiler de un departamento, con mi firma, fotocopias de mi identificación.

Negué con la cabeza. No entendía quién pudo haber hecho semejante maniobra. Me asusté.

-¿No piensas hablar?- preguntó la detective.

-No sé nada de eso… yo… nunca podría alquilar un apartamento, no tengo ese dinero

-Aver, mira bien, es tu firma, ¿verdad?

-Bueno, se parece bastante, sí pero

-¿Y esto?- dijo mientras sacaba un juego de llaves, el llavero tenía una foto mía y mi número de matrícula de la universidad.

Volví a negar con la cabeza. Cada vez entendía menos.

-Perdón, detective, ¿cuál es su acusación en concreto?- preguntó el abogado

-La considero sospechosa de asesinato.

-Esto no prueba nada, usted tiene que tener algo más para

-No se preocupe, abogado, ya aparecerá, mientras tanto su… defendida, permanecerá arrestada.

Me llevaron a una celda donde no había nadie. Me senté en un camastro y comencé a llorar amargamente. Jamás me había sentido tan desamparada. A medida que pasaban las horas mi angustia se hacía cada vez mayor. Pasó la noche y nadie se acercó a mi celda. Me dejaron una bandeja con comida que ni siquiera probé y a la mañana siguiente me trajeron una taza de café, que bebí a grandes sorbos, pese a que me quemaba la garganta. A las nueve me sacaron de la celda y me llevaron de nuevo a la sala de interrogación. La detective me volvió a preguntar por el contrato, un hombre de traje azul me hizo firmar una notificación judicial que decía que debía prestarme a una pericia caligráfica, escribí mi nombre, hice varias veces mi firma, escribí frases que él me dictó y me regresaron a la celda. Era casi mediodía cuando la detective me mandó a llamar. Me hizo sentar frente a su escritorio. Mi corazón latía a toda velocidad, estaba muerta de miedo y necesitaba con urgencia saber de mi madre, ¿me consideraría una delincuente? ¿Me echaría de la casa? ¿Se avergonzaría de mí? Los ojos me dolían de tanto llorar.

-Mira, necesito saber un par de cositas, nada más- dijo mientras sacaba su anotador.

-¿Tu compañera y él eran amantes?- preguntó.

-Yo… no lo sé.

-El era muy malo con ustedes, ¿verdad?

-No… es decir… tenía mal carácter, sobre todo cuando pasaba mucho tiempo sin tener noticias de su ex esposa y de su hija, se ponía de mal humor.

-Dime otra cosa, prosiguió mientras me tomaba una mano, tranquilízate, estás temblando, ¿tu compañera tiene novio?

-Están peleados… él es

-Ya sé quien es, es beisbolista, es separado, se llama Peter y juega en un equipo de doble A, es lanzador ¿Tú lo conoces?

-No, solo por los comentarios de ella, según ella

-¿Y qué te comentaba ella?

-Bueno… ella decía que él era muy violento cuando se enojaba, y que, además era muy ambicioso y tenía gustos caros

-¿Nunca lo viste?

-No. Mayra yo yo nunca fuimos muy amigas, incluso en el trabajo nos veíamos poco, hablábamos cuando yo le entregaba las rendiciones de cheques y documentos de los bancos.

-¿Tú tienes novio?

-No.

-¿Y cómo? Eres muy bonita ¿lo sabías?

Que esa mujer tan hermosa y aplomada me dijera que soy bonita me sorprendió en ese momento, pese a lo tenso de la situación. Ella apretó un timbre de su escritorio y al segundo apareció un agente alto, fornido y ceñudo.

-Tráigame todas las cosas de esta joven y llame a la patrulla que esté más cerca para llevarla a su casa. Estás desocupada, podrían citarte como testigo en el juicio, así que te recomiendo que no hables con la prensa. Cualquier cosa que necesites, no dudes en llamarme.

La noticia me dio un estremecimiento, sentí una mezcla extraña de gratitud, emoción y alivio, en ese momento la detective me pareció más hermosa que nunca. Cuando me devolvieron mi celular llamé a mi madre y la oí llorar. Después de una eternidad bajé del patrullero y me abracé a mi madre como si regresara de la guerra. Esa noche vi en la tele los noticieros y la detective apareció brevemente solo para decir que no había novedades y que la investigación estaba a punto de concluir.

Al día siguiente retomé mis actividades, fui a la universidad, tuve que dar explicaciones y resignarme a ser el centro de atención de todo el mundo. Fui a la biblioteca y me enteré de que me habían puesto un memo por un retraso en la devolución de un libro. Eran casi las ocho de la noche cuando llegué al pasillo donde estaba mi casillero. El libro estaba ahí, pero también había un sobre de papel madera que yo no recordaba haber puesto en ese lugar, estaba pegado con cinta adhesiva en un ángulo superior, lo descubrí al rozarlo, por pura casualidad. Di un grito que retumbó en el vacío pasillo al ver su contenido. Eran mil dólares. Lo puse en mi mochila y salí corriendo, dejé el casillero abierto y, desde el hall de la biblioteca, llamé a la teniente Green.

-¿Aló?

-Soy yo, Jeannete, escúcheme, en mi casillero de la universidad encontré un sobre con mil dólares. No son míos, yo no los puse ahí.

-¿Dónde estás?

-En… la biblioteca de la universidad… ya casi están por cerrar

-¿Estás sola?

-Sí.

-Bien. Sal de ahí con toda naturalidad y ve hacia la salida del estacionamiento de profesores. Espérame ahí, voy por ti ahora. Llámame dentro de diez minutos si no llego.

Devolví el libro y caminé por el enorme patio que separa la biblioteca de la facultad de Medicina. Salí a la galería desierta de casi sesenta metros hacia el parqueo de los profesores, apenas habían pasado tres minutos. Me arrimé a la caseta de los guardias privados y me senté a esperar. Un Toyota Camry verde se detuvo frente a la caseta, la teniente Green bajó el vidrio y me llamó. Salimos hacia el centro de la ciudad y fuimos finalmente a la delegación policial. Llamé a mi madre para comentarle lo sucedido y para que no se preocupara.

-Ven conmigo- dijo y la seguí hacia una oficinita al fondo de un pasillo. Ella tenía puesto un pantalón negro, zapatos de taco chino de color marrón, una blusa celeste de lamé y un saquito negro con botones dorados que resaltaban su figura estilizada. Nos sentamos ante un escritorio y se soltó el pelo. En ese momento me pareció verdaderamente hermosa y me sentí confundida, nunca una mujer me había impresionado de esa manera. Saqué el paquete de la mochila y se lo alcancé. Cuando su mano me tocó sentí un cosquilleo extraño, como si una corriente desconocida recorriera mi piel. Recordé en ese momento, que ella me había dicho que yo era muy bonita. La detective examinó los billetes al trasluz, los contó, los guardó en un sobre de polietileno y les puso una etiqueta con varios números. Luego marcó un número en su celular.

-Mira, apareció el dinero. Llámame si tienes novedades.

-¿Usted… me podría explicar qué está sucediendo?

-Me temo que no, además, estás en peligro ahora que desbarataste el plan de los asesinos, mira, tendré que llevarte a un lugar seguro hasta que resolvamos este caso.

La idea de que estaba en peligro me angustió de nuevo, sentía que todo mi mundo tambaleaba, era como si me hubiera transformado en una persona que yo misma desconocía. En ese momento entró un señor rechoncho, en mangas de camisa y con la corbata floja, un grueso mostacho adornaba su labio superior.

-Teniente, ¿Y qué tenemos ahora?

-Me parece que todo sigue igual, señor, hasta que no tengamos al pitcher esto seguirá confuso, aunque ese dinero en el casillero de esta chica confirma mi teoría, ¿no cree?

-Tu teoría es demasiado novelesca, teniente, no termina de convencerme- dijo y suspiró con fastidio. Amagó irse pero se volvió y me miró directamente a los ojos

-¿Tú conoces a la ex esposa de Parker?

-Solo por fotos, hay un par de fotografías de ella bajo el cristal del escritorio de él.

-Señor, me parece que no es por ahí donde hay que buscar- dijo la detective.

El hombre asintió con la cabeza y salió sin despedirse. La teniente marcó un número en el teléfono de la mesita.

-¿John? Prepáreme el vehículo que vamos saliendo.

Nos montamos en un Volkswagen negro, sin identificación. Además del chofer iban dos gorilas, con una pistola ametralladora cada uno. La teniente se montó adelante y a mí me tocó viajar flanqueada por los custodias. El automóvil dio un viaje de casi una hora hasta llegar a un residencial de casas bajas con techo a dos aguas. El garaje se abrió y solo cuando la pesada puerta metálica hubo descendido uno de los custodias hizo una seña y la teniente me ordenó que bajara. Me condujo a un cuarto cerrado que tenía baño privado, un televisor y una camita pequeña.

-¿Tienes hambre?- preguntó.

Respondí que no y ella me dejó sola. Decidí darme una ducha y me acosté a dormir. A la madrugada me despertó mi propia ansiedad. Me sentía prisionera, o desterrada de una vida con la que jamás estuve conforme pero que ahora añoraba con la angustia con que se añoran las cosas perdidas, como añoraba en otro tiempo a mi padre después de su muerte. Encendí el televisor y vi los noticieros de la madrugada. Todos hablaban de la incapacidad de la policía para resolver el misterio de la muerte de Robert Parker. El abogado de su ex esposa afirmaba que la idea de un suicidio cada vez tenía menos sustento. El locutor decía que de las dos sospechosas solo una continuaba detenida y mostraban la foto de Mayra. Comencé a atar cabos en ese momento. Si la detective me había preguntado por el novio de Mayra, sobre su relación con Parker, si conocía a la ex esposa... pero no conseguí relacionar todos los otros datos, el contrato de alquiler, el dinero puesto en mi casillero de la universidad.

-Muchacha, ¿puedo pasar?- preguntó la voz de la teniente. Traía puesto un camisón transparente con guardas en forma de rosas, debajo llevaba una tanga negra muy cavada y un sostén que apenas parecía contener unos senos preciosos, sus muslos se me antojaron tan hermosos que hasta sentí envidia ¿qué me estaba pasando? ¿Qué tenía esta mujer que con esa aura de poder y autoridad me estaba haciendo tambalear todos los cimientos de mi vida? Rogué que no se diera cuenta de la turbación que me producía su presencia en ese atuendo tan sugestivo.

-Vístete y ven a tomar café. Hay novedades- dijo y salió de la habitación y si había sido hermoso el panorama de su cuerpo transparentado por el camisón, mucho más hermosa me pareció al darse vuelta y dejarme ver el panorama de sus curvas.

Me vestí rápidamente y salí de la habitación. En una salita donde había una mesa redonda los custodias me ofrecieron café. Uno de ellos hablaba por radio mientras acomodaba su pistola en una sobaquera. La teniente apareció después con una bandeja llena de emparedados, se había puesto pantalones negros y una blusa color crema. El pelo suelto acentuaba la belleza de su rostro.

Iba por mi segundo emparedado cuando el otro custodia indicó que ya podíamos salir.

Nuevamente llegamos a la delegación policial y me llevaron a una sala de interrogación. El mismo señor rechoncho al que la detective había tratado como a su jefe entró y se paseó por la salita sin mirarme, después trajeron a Mayra. Estaba ojerosa, tenía el pelo desarreglado y los ojos legañosos. Me apenó su aspecto.

-Bien, muchacha- dijo el hombre dirigiéndose a ella –hazme el cuento completo, desde Adán y Eva.

-Yo… no… fue idea de él- articuló ella y se tapó la cara con los ojos.

-Ajá, dime cuál fue esa idea.

-Cuando yo quedé embarazada… ella no tiene nada que ver… todo lo que dije de ella es mentira… por favor, sáquela de aquí, yo le diré toda la verdad pero llevénsela- pidió entre estertores de llanto.

Uno de los custodias entró y me hizo una seña de que lo acompañara. Me llevó a la misma oficinita donde me esperaba la teniente Green.

-Bueno- dijo mientras daba una especie de suspiro de alivio –déjame hablar con esta chica, yo te llamo enseguida.

Esperé expectante lo que ella me diría. Me hizo sentar y sentó frente a mí. Me tomó de las manos y eso me produjo un escalofrío, la solté con brusquedad y al mismo tiempo me arrepentí de haberlo hecho.

-Tranquila, no pasa nada, mira… el caso está prácticamente aclarado, solamente faltan algunos detalles, pero me parece que tienes derecho a saber  algunas cosas, me apena todo cuanto tuviste que pasar pero fue necesario para avanzar con la investigación.

-¿Me va a decir qué pasó?

-Mayra y él eran amantes, pero ella además tenía su novio y parece que eso molestaba mucho al señor Parker, tanto que reñían muy seguido por ese tema. Parker la había despedido el día anterior a su muerte, eso era un problema para ella y para el beisbolista, porque ella le había robado diez mil dólares que él tenía guardados en la caja fuerte del estudio.

-Pero… la combinación de esa caja fuerte solamente la conocía él. Cuando él tenía que abrir esa caja cerraba su oficina

-Exacto. Ella sabía que él no confiaba en los bancos, que siempre guardaba dinero en esa caja fuerte, pero nunca imaginó que fuera tanto dinero. El no era un buen abogado, era en realidad un chantajista y además se dedicaba a blanquear dinero de narcotraficantes de poca monta, pequeñas cantidades para no llamar la atención… cuando ella se lo contó a su novio, él que era muy ambicioso y además un fracasado, ideó este plan. Como tu empleador era un avaro que ahorraba mucho, por ejemplo no había aire acondicionado en esa oficina, él trabajaba siempre con las ventanas abiertas, decía que la luz natural era la mejor ¿verdad?

-Es cierto sí.

-Entonces ellos alquilaron el departamento de enfrente, desde allí el novio, con un largavista primero, con una cámara con teleobjetivo después, intentó obtener la combinación de la caja, finalmente terminaron colocando una camarita en el estudio. Seguramente el mismo pitcher se habrá hecho pasar por alguien de la compañía telefónica que vino a revisar alguna falla en el cableado  o algo así, todavía no sé cómo lo hicieron, por eso te pregunté si conocías al novio de tu amiga, ellos aprovecharon ese detalle, su plan era quedarse con el dinero, ella seguiría trabajando y seguiría siendo su amante, si él descubría el robo haría una denuncia, nosotros investigaríamos y descubriríamos el contrato de alquiler y el dinero en tu casillero de la universidad, eso la dejaría a ella fuera de toda sospecha y ambos seguirían robándole, pero cuando él la despidió las cosas se precipitaron y perdieron el control. Ella tendría que entregarle papeles al día, estados de cuentas, él revisaría todo y descubriría la falta de su dinero. Ella no tenía intención de hacer nada, su coartada era buena, te inculparían y jamás sospecharíamos de ella porque el contrato de alquiler estaba a tu nombre, a él tú no lo conocías ni Parker tampoco, un abogado demostraría tu inocencia en un juicio y para entonces ella hasta tendría tiempo de irse lejos, pero se embarazó de Parker y Parker la despidió, eso hizo que el novio, para vengarse, lo “suicidara”.

-¿Cómo?

-El es lanzador de béisbol de su equipo… desde la ventana del apartamento él le arrojó un bloque de hielo, le dio en la cabeza, Parker cayó, no hubo disparos, todo indicaba que fue un suicidio, pero el plan era muy burdo… tanto como dejar ese sobre con dinero en tu casillero de la universidad, fue una cosa de principiantes

-¿Cómo así?

-Primero, inculparte a ti, eso fue muy burdo, eso me hizo sospechar. Me falta conocer otros detalles que ella estará confesando ahora, pero en líneas generales las cosas sucedieron más o menos así. Puedes irte, ah, y no hables con la prensa ni con nadie sobre este tema… al menos hasta que demos una declaración oficial ¿entiendes?

-Sí pero… me cuesta creerlo, me resulta tan extraño, tan

-No te preocupes, estará bien- dijo con la voz más dulce que yo le había escuchado hasta ese momento. Me sentí conmovida. Tomé mi mochila para irme. Al ponerme de pie vi su blusa entreabierta y el nacimiento de sus senos redondos, perfectos, apetecibles. Sentí de pronto la necesidad de huir de toda esa situación que no terminaba de entender, quería escapar de esa mujer tan hermosa que creyó en mi inocencia y me protegió y

-¿No me das un beso?

La abracé, le di un beso en la mejilla y sentí que la superficie de mis labios se quedó adherida a esa piel de terciopelo, el perfume de su maquillaje me acompañó durante todo el resto del día. Crucé apresuradamente el parqueo y, ya en la calle, lloré amargamente mientras me repetía no… yo no… yo no… no soy una… y mi mente se negaba a completar el pensamiento.

Dos días después el jefe de la teniente dio una rueda de prensa y explicó todos los pormenores de la investigación. Escudriñé la pantalla en busca de la detective pero no logré distinguirla. No podía parar de pensar en ella y eso me angustiaba. Esa noche en mi cuarto, con la burda excusa para mí de que necesitaba descargar las tensiones acumuladas, tuve fantasías con la detective, la imaginé arrestándome, palpándome de armas, hipnotizándome con esos ojos inolvidables, ella me desnudaba y me seguía palpando y después me revisaba con su lengua y yo, hipnotizada, era incapaz de resistirme, eso me hacía quedar como ahora, libre de culpa y cargo. Mis dedos terminaron de completar la fantasía con un orgasmo autoinducido y finalmente me dormí.

El final de esta historia es en realidad el principio de otra, era sábado en la mañana, había rendido un parcial y me sentía feliz por la excelente nota, iba caminando por el campus mientras me prometía festejar con una cerveza, llamaría a Jamie, a T.J. a Lilian y saldríamos a caminar o… el sonido de un claxon me sacó de mis pensamientos. El Toyota Camry verde habano detuvo su marcha casi frente a mí. La teniente Green, bellísima, sonriente, me invitaba a subir. Pensé en inventar una excusa, alejarme a la carrera, pero mi corazón latía tan aceleradamente que mis pasos no podían obedecer ninguna orden emanada de mi cerebro.

-He estado investigándote, jovencita- dijo.

-Oh, ¿y va a arrestarme?- Mi pregunta iba en serio. Mi turbación no me permitió notar ningún tono jocoso en su mirada ni en su voz.

-Hum… no lo sé… he pensado en secuestrarte tal vez… ¿Cómo estás de tiempo?

En sus ojos había una chispa semejante a la que noté cuando fue a despertarme en el refugio y esta vez una oleada de deseo me invadió al recordar ese cuerpo precioso envuelto en la transparencia de su camisón.

-Pues, tengo hasta las dos de la tarde para regresar a casa- dije mientras consultaba mi reloj. El auto enfiló hacia una vertiginosa avenida, en realidad todo fue vertiginoso a partir de ese momento, entramos después a un bar y nos sentamos en un rinconcito apartado, ella pidió un licuado de manzanas y yo acepté un refresco.

-Mira, no sé cómo empezar, el caso está solucionado, ni siquiera va a hacer falta tu testimonio pero mantente atenta, nunca se sabe lo que son capaces de hacer los abogados, yo… quería disculparme contigo por todo lo que tuviste que pasar… ya tú sabes, nuestro trabajo a veces no es nada grato- dijo al tiempo que sonreía y me tomaba de la mano. Yo temblaba.

-¿Y cómo va tu universidad?

-Bien, muy bien- pude balbucear.

-¿Estás nerviosa? ¿Tienes miedo de algo?

-No… yo… no sé qué me pasa… quisiera irme, si no le molesta.

Sonrió, aunque también se la notaba nerviosa.

Ya en su auto me explicó que debía pasar por su casa a buscar una carpeta

-Es solo un momento, si quieres me esperas en el carro-.

Pero el parqueo subterráneo  del edificio era demasiado solitario y me dio miedo. Preferí acompañarla.

Me pregunté una vez más de qué tenía miedo, ¿qué podría hacerme esta mujer? Solamente me atraía como si estuviera… no… no puede ser… me dije… yo no

Entramos a su departamento. Una sala no muy amplia pero decorada con exquisito buen gusto me hizo sentir en otro mundo. Una biblioteca cubría toda una pared, había un centro musical, un televisor pequeño, un sofá y una mesita ovalada de hierro forjado. Las paredes no tenían cuadros ni afiches, solo pequeñas repisas que sostenían estatuillas de ídolos de diferentes culturas, distinguí un cemí taíno y una reproducción de una venus paleolítica.

-¿Quieres tomar algo?

-Agua… por favor.

Cuando me la trajo mis manos temblaban tanto que volqué casi la mitad del contenido sobre el piso y sobre mi camiseta de algodón. Ella quiso abrazarme pero me resistí… solo al principio… mientras mi mente se convertía en un campo azotado por una tempestad, sentí que los ojos profundos, bellísimos, de la detective me escudriñaban y se me aflojaron las piernas, caí literalmente en sus brazos y solo cuando sentí su primer beso creí empezar a despertar. Sentí su lengua que se abría camino entre mis dientes, que invadía mi boca, que me anulaba el pensamiento. Me colocó delicadamente sobre el pequeño sofá y comenzó a besarme el cuello. Yo repetía que no… no… pero no podía soltarla… su tibieza me envolvía como un sopor, sus manos viajaron delicadamente por todo mi cuerpo, cerré los ojos y supe, por el aire de su respiración sobre mi piel, que mi ropa me había abandonado. Se tendió a mi lado en el sofá, sin quitarse la tanga, y me acarició largamente mientras con toda la dulzura del mundo me decía que me deseaba, que yo le había entrado por los ojos desde que me vio, que apenas pudo contener sus ganas de visitar mi cama la noche en que dormimos en el refugio.

-Tus senos son preciosos- dijo mientras me los besaba. Sus manos contornearon mis muslos, suavizaron mi cintura y sembraron escalofríos en el territorio de mi pubis.

-Tienes el culito más encantador que he visto… estás hecha de miel- decía mientras me besaba el interior de los muslos, hasta que su boca mordisqueó con enloquecedora lentitud mi triangulito mientras sus dedos me abrían como se abre un libro donde caben todas la caricias, todas las dulzuras, todas las cosquillas más voluptuosas que hayan existido jamás, pensé en cerrar las piernas pero era tanta la delicia que finalmente terminé de abrirlas y un terciopelo mojado danzó dentro de mi sexo la melodía más increíble, la danza de todos los placeres, atrapó mi piel entre su lengua y sus dientes y creí que me iba a desmayar hasta que sentí ganas de abrir la boca para tomar un poco más de aire, me dolían los pezones de tan duros, me parecía haber caído en un pasadizo que alternaba soplos de fuego con caricias de nieve, me temblaba el pecho, levanté el vientre para sentirme atravesada por esa lengua danzarina y caliente y finalmente grité poseída por el orgasmo más intenso que debo de haber tenido en toda mi vida. Ella se sentó a mis pies y yo, temblorosa y jadeante, agitada y sudorosa, sentí frío y quise refugiarme en sus brazos, le pedí que me apretara más fuerte, que no me soltara, que si era un sueño por favor no me despertara y entonces me llegó el olor de su sexo encabritado por el deseo.

-Tendrá que guiarme, yo… nunca…- dije mientras comencé a introducir un dedo en su cuevita mientras besaba sus pezones, mientras mi boca jugaba a imitar sus caricias juguetonas y sabias. Terminé de quitarle la tanga y la primera imagen de sus vulvas mojadas me impactó como una visión, pero empecé a besarla con suavidad y al principio el sabor salobre me llenó la lengua con una intensidad inimaginable, la oí gemir mientras mi dedo giraba despacito y mi lengua recorría desordenadamente sus bordes, abrió las piernas, sentí un botoncito de carne tibia y palpitante que era una tentación para mi lengua y sus gemidos aumentaron, con la voz entrecortada me pidió que no me detuviera pero no hacía falta porque yo no pensaba salir de ahí en mucho tiempo, hasta que la sentí tensarse y sus manos retiraron mi cabeza hacia arriba mientras gemía como si cantara.

Estuvimos abrazadas un rato, ella me acariciaba el pelo, con los dedos me daba pequeños, imperceptibles tironcitos en las orejas, en los pezones, hasta que lentamente se puso de pie y me llevó hasta su cama. Esta vez se tomó todo el tiempo del mundo para acariciarme, me puso de bruces y me besó la espalda, la nuca, me hizo dar vuelta, hasta que me hizo abrir las piernas y frotamos nuestros sexos mojados, tibios, volví a sentir la dureza en mis pezones, una cosquilla que crecía mientras su sexo era como una cálida mano de musgo, una boca de pana que jugueteaba con el mío mientras sus manos buscaban mis senos, y esta vez estallé, como si el viento se hubiera apoderado de mi piel, y sentí que ninguna delicia, ningún deleite que se pudiera inventar tendría jamás la magia que acababa de hacerme olvidar que la tierra existía y era posible apropiarse del cielo.

Llamé a mi amiga Mildred y le pedí que le dijera a mi madre que yo estaría en la biblioteca, que mi celular se había dañado y que volvería más tarde.

Me refugié en los brazos de Scarlet Green. Tenía miedo de lo que sucedería de ahora en más, deseaba que el tiempo se detuviera por varios años en esa cama.

-No te preocupes, mi reina, todo estará bien- dijo Scarlet y me dio un beso.

Intenté alejarme de ella la semana siguiente, hasta que un día la extrañé tanto que le pedí que fuera a buscarme a la universidad. Estaba  angustiada, me repetía a mí misma que no podría afrontar la vida admitiendo que soy una lesbiana. Mi madre atribuyó mi estado a la situación por la que había pasado y no se hizo demasiados problemas. Scarlet no pudo venir esa tarde, pero me esperó a la mañana siguiente cerca de mi casa. Fuimos a un parque público y hablamos largamente. Me hizo entender que ella me necesitaba, que no podía parar de pensar en mí y que le parecía que no había sido un impulso que hiciéramos al amor de la forma que lo hicimos.

Finalmente la llamaron porque había un nuevo caso que la mantendría ocupada durante dos semanas que fueron para mí todo un siglo.

Una noche le pedí a Mildred que viniera a buscarme, mi madre no desconfiaría si iba a estudiar supuestamente con ella y me quedaba a dormir en su casa. Mildred quiso saber quién era el enamorado con el que yo pasaría la noche, dijo que tenía derecho porque me estaba ayudando, me inventé un policía que conocí en los días de mi detención y eso la dejó conforme. Cuando nos despedimos llamé a Scarlet.

-Estoy en un café cerca del Museo de Arte Moderno. Yo también te necesito, te amo- dije y jamás estuve tan segura de lo que decía y al mismo tiempo tan asustada.

-Voy para allá- fue su respuesta.

Esa noche fuimos a su departamento y hablamos largamente y se aclararon algunas de mis dudas. Cuando vi el reloj eran casi las doce de la noche. Scarlet me preparó un emparedado y después se metió en el baño. Cuando oí el ruido de la ducha me quité la ropa y entré. Nos enjabonamos y nos besamos largamente bajo el agua, solo cuando me sentí completamente limpia acepté abandonar esa lluvia y, aunque me sentía torpe, tomé la iniciativa y dejé que mi legua recorriera cada centímetro de la piel de Scarlet, mordí esas curvas que me habían atraído desde la primera vez que la vi, besé hasta cansarme su sexo que cada vez se ponía más brillante y suave, la penetré con dos dedos, succioné todo cuanto pude la superficie de sus muslos, amasé con mis yemas sus pezones de miel y caramelo, abrí con mi lengua ahora un poco menos inexperta el capuchón de piel que cubría su clítoris y la vi arquearse después en un orgasmo que me hizo sentir satisfecha y al mismo tiempo me puso a volar de excitación. Scarlet me propuso un sesenta y nueve que me enloqueció, creí desmayarme cuando conocí la intensidad de dos orgasmos consecutivos y, relajadas de saciedad, nos dormimos en la cima del paraíso.

Una Scarlet ojerosa aceptó al amanecer una taza de café humeante y se negó a abrazarme.

-Tengo que ir a trabajar y no sé si podré contenerme- bromeó.

-Seguro que podrás- dije casi en tono de súplica mientras, con todo el morbo renovado por las horas de sueño, dejaba caer el camisón que había tomado prestado de su guardarropa y me quedaba parada ante ella, totalmente desnuda.

En ese momento sonó su celular.

-¿Sí?

Escuchó con ojos inexpresivos el largo parlamento.

-De acuerdo. Mira, tengo que pasar por la aseguradora de mi auto, díselo a Smith.

El ruido del tránsito comenzaba a hacerse más intenso. Scarlet me tomó en sus brazos y nos dimos un beso con gusto a café.

-¿Viste que puedes?- dije.

-¿Qué puedo qué?

-Abrazarme sin

No me dejó terminar, me dio un beso largo, apasionado.

-¿Sabes una cosa? –dijo mientras sus manos descendían por mi espalda y dibujaban círculos sobre mis glúteos- No iré a ninguna aseguradora.