Una dependienta descarada recibe su castigo (IV)
Placer doble...
Al día siguiente tuve el día libre come me había prometido el señor Gómez, junto con Victoria y acompañadas por el que ya era mi “guardaespaldas” habitual, me llevaron a un spa del centro. Cuando la madame y yo fuimos a meternos en la piscina, las miradas de varias personas se dirigieron a mi espalda y a mi pecho que todavía lucían las heridas de la noche anterior, por suerte eran bastante externas y pese al dolor que me producían no dejarían cicatrices. Después de las piscinas pasamos a que nos hicieran un tratamiento de belleza y debido a mis heridas decidimos no realizarnos ningún masaje. Llegamos a casa justo a tiempo para la cena. Pasamos a un comedor, que yo todavía no conocía, era una sala enorme con una gran mesa de madera maciza en el centro , rodeada por unas preciosas sillas de madera a juego y tapizadas con una tela en tonos verdes y rosas. En la cabecera estaba sentado el señor Gómez, y alrededor de la mesa había sentadas unas 20 chicas más o menos, entre las que se encontraba Margot, la otra cabecera estaba libre, reservada para Victoria, y a su lado otro sitio libre para mí.
-Muy bien chicas, os voy a presentar a vuestra nueva compañera, trátenla bien y denle mucho cariño hoy que ayer pasó por manos de Adrián y ya saben- dijo Victoria.
-¿Te magulló mucho? pero seguro que te hizo disfrutar como nadie –dijo una de las chicas morena de grandes pechos, el resto rieron su gracia y yo me limité a sonreírle.
En la cena las chicas hablaban de un montón de cosas, pero no del trabajo, era como una cena de amigas, yo me limité a escuchar y a responder con monosílabos las preguntas que me hacían. Cuando terminamos de comer, las chicas se levantaron y subieron a arreglarse, yo tenía la noche libre, pero no sabía si debía irme.
-Coral, hoy estarás a mi lado viéndolo todo desde las pantallas, para que veas cómo es una noche normal de trabajo –dijo el señor Gómez- acompáñame.
Fuimos por el pasillo hasta llegar a un despacho, que supuse sería el suyo. Había un sofá con una gran pantalla de televisión enfrente, el señor Gómez la encendió y en ella apareció la imagen de uno de los salones de la casa.
-Desde este despacho vigilo que todo vaya bien, que los clientes no se propasen nunca y que no se cree ningún problema. Hay cámaras de seguridad en todas las zonas de uso común, y en las habitaciones de uso con los clientes también las tenemos pero ocultas. El único sitio sin vigilancia son vuestros dormitorios.
-¿Entonces ha estado viendo como… como…?-no pude ni terminar la frase.
-Sí he visto como complacías a los clientes, y estoy muy contento de tu trabajo- respondió besándome la frente.
Nos sentamos en el sofá y vimos como poco iban llegando las chicas, todas ellas vestidas elegantemente pero tan sexys que provocarían un infarto a más de uno. En cuanto estuvieron todas, uno de los chicos de seguridad abrió la puerta y entró un hombre mayor de unos 60 años, bastante corpulento, saludó a Victoria, quien ejercía su papel de madame, y tras echar una rápida visual, se dirigió a una de las chicas, Dalila, una escultural mulata, era una de las mujeres más guapas que había visto en mi vida, sus ojos avellana eran enormes, y su larga melena caía sobre sus hombros formando leves ondas, lucía un vestido rojo de seda, atado a la cintura como si se tratara de un batín, haciendo que su estrecha cintura
se marcara para dejar paso a unas caderas redondeadas con un culo duro
que la tela del vestido marcaba a la perfección, la abertura delantera del vestido, que llegaba a medio muslo, dejaba entrever unas piernas perfectas . El hombre se dirigió a Victoria para decirle que se llevaba a Dalila y salieron del salón.
A los pocos minutos entró otro hombre, este era alto pero muy delgado, con gafas y no con mucho estilo al vestir. Se dirigió directamente a Angelina, una preciosa morena de ojos verdes y tez morena, su silueta, que era como un reloj de arena, se marcaba con la falda de tubo ajustada que le llegaba justo a sus rodillas, una camisa apretadísima dejaba ver su canalillo y su pelo recogido, le daban un aire de directiva sexy.
-A este le gusta que lo dominen- dijo el señor Gómez- y Angelina es un ama perfecta.
Así fueron pasando varios hombres hasta que todas las chicas tuvieron acompañante. El proceso duró apenas 10 minutos. Una vez la sala estuvo vacía, el señor Gómez cambio la imagen de la pantalla. Ahora se veía uno de los cuartos, en el estaban Dalila y el viejo. Mi compañera estaba haciéndole una mamada al viejo de rodillas en el suelo, y por la cara que ponía el hombre lo debía de estar haciendo muy bien. Los carnosos labios de la mulata se deslizaban por el pene de ese hombre, no le debía resultar complicado tragársela toda, pues el miembro del viejo era bastante pequeño. Dalila clavaba sus ojos en los del viejo levantando la mirada, algo al pobre hombre parecía resultarle tremendamente excitante.
Cuando el viejo hombre se cansó de la mamada tan maravillosa que le estaba haciendo mi compañera, la tomó suavemente del brazo
y la llevó hasta la cama. Allí él se tumbo y la mulata le colocó un condón, y se colocó encima de él, metiéndose ese pequeño miembro de un solo golpe. Dalila gemía y gritaba como una loca, arqueaba sus caderas como en un baile ritual, y el viejo, con la cara roja por la excitación, no paraba de repetirle “te gusta eh, te gusta, seguro que nunca nadie te a follado así”. Mi compañera era una actriz fantástica, era imposible que ella estuviese disfrutando con ese miembro tan pequeñito y sin ningún preámbulo. A los pocos segundos el viejo se corrió entre gritos y espasmos, que Dalila acompañó aunque ella seguramente no había alcanzado el orgasmo.
El señor Gómez cambió la escena de la pantalla, y allí apareció Angelina de pie, aún vestida, y el hombre delgado desnudo por completo a cuatro patas le lamía los zapatos. Angelina se arremangó la falda y le indicó a su sumiso que le comiera el coño. El acercó su cara y comenzó a lamer la vagina de la morena, acercó su mano para masturbarse, pero Angelina le propinó una patada.
No te he dado
permiso para que te toques –le gritó.
-Lo siento señora- sollozó el cliente.
Estuvieron un rato así, hasta que Angelina se desnudó, manteniendo únicamente su ligero, sus medias y sus tacones, e hizo que el cliente se tumbara sobre la cama. Ella se colocó sobre él, a horcajadas y tras coger una de las velas encendidas de la mesilla, comenzó a derramar la cera sobre el pecho de ese hombre, que lejos de sufrir gemía. Luego bajó su mano y le metió en el ano, sin ninguna dilatación previa, un pequeño dildo, al mismo tiempo se colocó sobre él y comenzó a follárselo salvajemente, agitando su morena melena con cada embestida y sin dejar de meterle el consolador en el culo, cuando parecía que el hombre estaba a punto de correrse ella paraba y después de un momento volvía a su tortura particular. Angelina comenzó a gemir y a gritar de placer, corriéndose en un orgasmo que hizo que acelerase sus movimientos. El hombre no aguantó más y explotó llenando de semen el coño de mi compañera.
- Los hombres que no utilizan condón con las chicas se hacen todos los meses un análisis de sangre para comprobar su estado de salud, y por supuesto pagan más.- Me aclaró el señor Gómez.
No pude evitar fijarme en que a través de su pantalón se intuía una tremenda erección,
miré hacia atrás y el de seguridad también tenía una tremenda erección, debía de tener una polla enorme, ya que se le marcaba completamente el miembro, y yo no podía negar que ver esas escenas tan eróticas me habían calentado tremendamente.
E l señor Gómez pareció haberme leído el pensamiento y alargó su mano hasta mis muslos empezando a acariciarlos, su mano iba subiendo un poco más cada vez hasta que puso sus dedos sobre mi entrepierna, delicadamente apartó la tela de mi braguita y empezó a dibujar círculos sobre mi clítoris. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo hasta que recordé que el de seguridad todavía estaba detrás de nosotros.
-No te preocupes por Jorge-dijo el señor Gómez anteponiéndose una vez más a mis pensamientos- está acostumbrado a ver, oír y callar.
Aunque sus palabras no me tranquilizaban, al sentir sus hábiles dedos masajeándome el coño me dejé llevar. Poco a poco se fue acercando a mí y me besó, fue un beso tierno, suave y lento pero tremendamente excitante. Estaba totalmente rendida a sus caricias, llevó su otra mano a uno de mis pechos y apretó suavemente mi pezón, retorciéndolo con delicadeza. Podía sentir sus dedos introduciéndose en mi vagina, follándome cada vez con más fuerza mientras su pulgar no daba tregua a mi clítoris. Inicié un vaivén con mis caderas siguiendo el movimiento de su mano y con el cuarto dedo en mi interior, me dejé ir en un orgasmo que hizo que lo besara con fuerza mordiendo sus labios.
En la pantalla continuaban las escenas de sexo de una de las chicas que cabalgaba a un hombre al que parecía estar llevando al mismísimo cielo. Y aunque me acababa de correr mi excitación no se calmaba, me arrodillé en frente del sofá, y olvidándome por completo de que Jorge, el chico de seguridad nos miraba, bajé la cremallera del pantalón de mi nuevo jefe y saqué su polla completamente erecta. La agarré con una mano y empecé a masturbarle, acerqué mi lengua y rodeé con ella el capullo, como si estuviese relamiendo un helado, seguí deslizando mi hábil lengua por ella hasta llegar a la base y repetí el movimiento al revés, saboreando cada centímetro de esa deliciosa polla, cuando mi lengua hubo acabado todo el recorrido, me la metí de un golpe hasta la garganta, provocando que el señor Gómez gimiese por el placer. Con una de mis manos acompañaba el movimiento de mi boca, mientras que con la otra masajeaba los huevos y el perineo. Cuando sentí que ese duro miembro empezaba a vibrar en mi boca a punto de estallar aumenté el ritmo de mi mamada, pero el señor Gómez me agarró y sin decir ni una palabra, me sacó el vestido y las bragas y él se deshizo de su pantalón y su bóxer y luego me colocó sobre él.
Me agarró la cara y me besó, mientras yo me masturbaba con su polla haciendo que esta se deslizase muy suavemente entre mis labios vaginales, chocando con cada una de sus pasadas contra mi hinchado clítoris. No aguanté más y metí la punta de su polla en mi interior, dejándome deslizar mientras notaba como llenaba todo mi interior. Empecé a ondular las caderas muy suavemente, quería disfrutar completamente del momento. Sin salir de mi interior me levantó, e hizo que nos acostásemos en el suelo, él debajo, y yo encima, llevando el ritmo.
Entre las imágenes que habíamos visto en la pantalla, la paja que me había hecho, su mamada, y porque no decirlo, el hecho de que Jorge nos mirase, estaba completamente excitada. Me movía sin control, jadeando y sudando de placer cada vez más. Sentí uno de los dedos del señor Gómez metiéndose en mi culito, y lejos de desagradarme, hizo que mi calentura aumentase. Cuando noté mi vagina contrayéndose y expulsando jugos sin parar en medio de un orgasmo atronador, también sentí otro par de manos manoseando mis tetas, pero era incapaz de decir nada en medio del tremendo placer que sentía. En algún momento el señor Gómez le había indicado a Jorge que podía unirse a nuestra fiesta privada, y ahora estaba apretando mis pezones, mientras besaba delicadamente mi cuello.
Acababa de tener otro orgasmo y mi cuerpo todavía pedía más, grité de placer al notar la lengua de Jorge lamiendo mi culito, donde hace un momento había tenido un dedo del señor Gómez. Lo estuvo lamiendo un buen rato, provocando que gimiese sin parar. Luego se escupió en la mano, la paso por mi culito, mezclando su saliva con los jugos vaginales que escapaban de mi vagina y sin mediar palabra empujó mi espalda hacia delante, el señor Gómez dejó de moverse en mi interior y me besó, mientras Jorge introducía su miembro en mi ano, me dolía, pero era un dolor placentero, no podía creerme que pudiera albergar dos pollas juntas, una en cada uno de mis agujeros.
Cuando Jorge llevaba metida mitad de su polla en mi ano, dio un fuerte empujón y noté su pubis rozándome, entonces empezaron a moverse de forma acompasada, de forma que mi placer era insuperable, notaba como mi vagina estaba a punto de explotar y los quería más adentro todavía. La respiración entrecortada de Jorge al lado de mi oído me ponía a cien, no dejaban de follarme y cada vez las envestidas eran más fuertes hasta que no pude más y me corrí, apreté mi vagina y mi esfínter haciendo que mis amantes se corrieran en mi interior. Podía sentir el semen saliendo de mis dos agujeros, y mi orgasmo no paraba. Grité y gemí hasta quedar extasiada.
Nunca me había sentido tan bien, era cierto ya no quería irme, necesitaba este sexo a todas horas y no quería prescindir de él. Entonces una perversa idea cruzó por mi mente, si yo había conseguido en un par de días disfrutar como nunca y sentirme tan feliz, ¿por qué negarle ese placer a mi hermanita?
Continuará…