Una decisión razonable 9(libro 3 de Luis e Isabel)

Luis queda con Tania y Mamen

Habíamos quedado a tomar una cerveza los tres, Mamen, Tania y yo. Debo confesar que había vuelto a intentar ponerme en contacto con Isabel, pero no lo logré. Sin embargo supe que estaba bien, porque llamé a mis hijos y, sin que yo dijera nada, Isa me dijo que «había hablado ayer con mamá». Me quedé quieto, expectante y nervioso por si Isabel pudiera haber dicho nada sobre el divorcio. Pero no, tan solo tenían la noticia de que su madre estaba de viaje con su nuevo trabajo. Aquello me daba dos pistas: una, que había cambiado de móvil y dos, que su incomunicación conmigo era total.

Iba pensando en todo esto cuando aparcaba. Un relámpago de duda y de temor se me apareció de pronto. Ese nuevo móvil… ¿Sería el que utilizó en su momento con sus amantes? Sentí que mi corazón se aceleraba. Latía desbocado por esa penumbra nueva que me volvía a acercar a esos meses tenebrosos y malditos.

Entré en el bar. Eran las ocho de la tarde. Me senté en una mesa alta, con varios taburetes y pedí un vino. Un par de minutos después, vi entrar a Mamen y a Tania. Mamen iba vestida de forma informal, pero de trabajo. Un traje pantalón azul marino, bastante sobrio y clásico, que adornaba con un broche de color rojo claro. Estoy convencido de que ellas lo llamarían de otra forma, pero para mí, esa era la definición cromática del adorno. Llevaba una camisa de color azul claro y zapatos planos, tipo mocasines, de hombre. Iba discretamente elegante. Tania, por el contrario, iba vestida de forma parecida a como la vi el día que me llevó a visitar a los dos hijos de puta aquellos. Pantalón vaquero, zapatillas deportivas de esas que valen más para vestir que para correr, pero que son cómodas y flexibles, una cazadora de cuero y una camiseta.

De inmediato se acercaron donde yo estaba. Ambas me dieron sendos besos en las mejillas y noté que Mamen, quizá con el rasgo sentimental más acusado, me abrazaba con algo de fuerza.

—¿Qué tal estás?

Miré a Mamen. La veía como una mujer atractiva, pero sin todavía tener una maduración plena. Buena chica, de gran corazón, seguramente.

—Estoy jodido, Mamen. Muy jodido.

Volví la vista a Tania que en ese momento se sentaba en uno de los taburetes. Me miraba a su vez, pero no decía nada.

Se acercó un camarero y pidieron de beber. Para Tania una cerveza y para Mamen una Coca Cola Zero. Yo pedí que nos trajeran media ración de croquetas. Nos quedamos callados unos instantes todos, con seguridad, rumiando pensamientos y sensaciones.

—Necesito hablar con Isabel. De verdad os lo digo. —Comencé de nuevo cuando se fue el camarero. Mientras hablaba, alternaba mi vista en una y otra. Observando sus reacciones. La de Mamen de pena, con un gesto de cierta desolación. El de Tania, más hierático.

—Luis… creo que debes dar un tiempo a Isabel.

—Pero, Mamen… esto del divorcio, es una gilipollez. No quiero divorciarme. Ahora es cuando lo habíamos superado.

Noté los ojos de Tania en los míos. Cabalgó su pierna derecha en la izquierda. Mamen, mientras, me acariciaba un antebrazo.

—Luis, de verdad… deja que se relaje. Lo mismo vuelve y podéis hablar con total tranquilidad. Ella no… bueno, no sé… Pero estoy segura de que lo podréis hablar.

Mamen parecía esforzarse en convencerme de que debía dar un tiempo para que todo fluyera, pero había un problema. Ella había solicitado el divorcio. En principio, de manera amistosa, negociada. Pero nada le impedía hacerlo de forma unilateral. De hecho, yo entendía que aquello venía implícito en su demanda. Se podía negociar, incluso pedir más dinero, o mejores condiciones de la custodia compartida. De inmediato, pensé que podía utilizar aquello para forzar una reunión con Isabel.

El camarero trajo sus consumiciones y la media ración de croquetas. No tenían mala pinta y yo no quería que el vino se me subiera a la cabeza. En mi estrategia, también cabía alargar aquella conversación para convencerles de forma racional o por insistencia

—Luis… —empezó a hablar Tania con un tono bastante sosegado. Me miraba fijamente a los ojos—. Creo que deberíais hablar, sí. Isabel y tú no os habéis dicho muchas cosas que muy posiblemente hubieran solucionado algunos problemas. Pero ella… —carraspeó—, ella piensa que posiblemente, ya es tarde.

—¿Tarde? No jodas, Tania…

Le hizo un gesto a Mamen para que la dejara continuar. Se colocó el pelo y volvió a mirarme directamente a los ojos.

—Tarde, Luis. Sí, es posible que sea tarde. Y no es tu culpa. Estoy convencida de que has luchado por ella y por ti. Y que has hecho lo posible… Pero —se encogió ligeramente de hombros y negó despacio—, creo que hubo momentos mucho mejores que ahora.

—Tania, te aseguro que estábamos en el mejor de nuestros momentos. No sé qué os habrá dicho ella… Pero es así. El mejor —insistí.

—Ella nos ha dicho exactamente eso, Luis. —Tania continuaba con ese tono casi de maestra. Mamen, asintió.

—Pero entonces… Joder, no entiendo nada.

—Luis, Isabel piensa que… Tú… que no la has perdonado, que no… que no puedes olvidar. Y sabe que eso os va a hacer mucho daño… si continuáis…

—Mamen, eso con todo mis perdones y respetos, es una gilipollez… —dije negando con la cabeza.

—No Luis. Eso es exactamente lo que puede pasar. —Tania acercó su cuerpo y colocó las manos abarcando con ambas a la vez su vaso de cerveza.

—Tania…

—Yo no te culpo… —continuaba la policía nacional.

—…ni Isabel —-apuntó Mamen.

—Exacto, ni Isabel —asintió Tania—. Es más, entiende que no puedas hacerlo.

—¿El qué…? ¿Perdonarle…? Lo he hecho. Y es porque ella, aunque me dañó muchísimo, ha intentado rehacer nuestro matrimonio. Eso es importante, o lo es para mí, al menos —contesté.

—Y eso es fantástico, Luis. Pero… Isabel… no sé, creo que aunque lo intentes, no vas a poder. Y que tarde o temprano, volverá a agobiarte aquello. No quiere hacerte más daño.

—Mamen, eso debería elegirlo yo, ¿no te parece? Solo quiero hablar con ella, de verdad. ¿Es eso tan malo? Si ella no quiere volver conmigo, pues nada… Pero al menos, debemos hablar. De nosotros, de los niños… —Era mi última baza. Nuestros hijos. Intentar por ese flanco hacer que se enternecieran.

Aún continuamos un poco más de tiempo. No dieron su brazo a torcer, pero noté algo en Tania. Me miraba, incluso de forma cariñosa, dando a entender que me entendía. O al menos, así quise verlo yo.

Nos terminamos las bebidas, las croquetas y ambas se levantaron. No íbamos a alargar más aquella reunión y yo, por desgracia, me quedaba sin tener el contacto de mi mujer.

Pagué a pesar de sus protestas y las acompañé al coche. Habían venido cada una en el suyo, aunque lo tenían una al lado de la otra. Me despedí de ambas, y me fui al mío.

Cuando estaba a punto de arrancar, sonó mi móvil con la entrada de una llamada. En ese momento se acopló el bluetooth del coche y vi que era Tania.

—Dime.

—Espera, no te vayas.

—¿Cómo que espere?

—Sí, espera que se vaya Mamen. No quiero que me vea contigo.

Me extrañó aquello de Tania. Una mujer tan segura, tan dispuesta a romper reglas y que, a primera vista no le detenía casi nada, me pedía que Mamen no la viera quedarse conmigo. ¿Por qué?

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Vi acercarse a Tania con todavía alguna muestra de precaución. Entró en mi coche y se sentó en el asiento del copiloto. Se me quedó mirando con esos ojos felinos y profundos. Intenté quitar esa visión de mi cabeza. Mi preocupación era Isabel, saber dónde estaba y hablar con ella.

—¿Pasa algo? —le pregunté realmente extrañado.

Ella resopló ligeramente, miró en su bolso de bandolera e hizo ademán de sacar algo. Pero, finalmente, se contuvo.

—Luis, no sé si hago bien.

—¿A qué te refieres? No entiendo nada…

Ella se quedó en silencio. Me miraba de soslayo y parecía dudar. Se apoyó con su codo en la ventanilla y negó despacio.

—Isabel está bien, Luis. Y no sé si es bueno que os veáis ahora… —Abrió de nuevo el bolso y sacó su teléfono móvil.

—Tania, aunque sea por nuestros hijos y para…

—Tus hijos no deben entrar en esta ecuación, Luis. Te lo dije un día. Lo que hagáis Isabel y tú, que sea por vosotros. Si metéis en la decisión de seguir con vuestro matrimonio a terceras personas, incluidas vuestros hijos, no tomaréis la acertada. Recuerda lo que te dije…

Sí, me acordaba perfectamente. Que decidiera lo mejor para mí. Fue el día que vimos al tal Pepe ese y al inglés que, junto con otro, violó a mi mujer.

—Me acuerdo… Pero ¿qué tiene que ver eso con Isabel y con esta situación?

—Toda, Luis… Toda. —Volvió a respirar de nuevo con profundidad—. Debes estar seguro de que quieres seguir con ella. Convencerte a ti mismo de que has superado todo aquello…

Entonces me di cuenta de que no se refería a esa frase que me dijo en su coche cuando regresábamos de esa visita tan extraña y que me había pedido que le acompañara. Lo que ella me estaba preguntando, se refería a la que me había dicho en el bar en donde Isabel tomó un sorbo de la bebida de Peter.

«—Me refiero a que si tú has superado aquello…»

Sus palabras volvieron a sonar en mi cabeza, tal cual las pronunció.

—Si no asumes que aquello sucedió, no hay nada que hacer, Luis.

—He perdonado a Isabel. Lo he olvidado… —me encogí de hombros.

Ella me miró casi con dulzura. Era extraño cómo cambiaba la intención de sus pupilas según le quisiera imprimir más fuerza, decisión o ternura.

—No me refiero a eso, Luis. Ella piensa que nunca la vas a perdonar, y yo, sin embargo, estoy segura de que lo has hecho. Incluso de que es posible que, en cierta medida, lo hayas olvidado. Si es que eso se puede olvidar…

—No se puede olvidar, Tania… pero vivo con ello. No me afecta.

—De eso es de lo que no estoy segura, Luis.

Su espalda se apoyó completamente en el asiento y su nuca en el reposacabezas. Volvió a negar con lentitud.

—Luis, yo entendería que nunca fueses capaz de asimilar todo esto. —Se giró para mirarme—. Es muy difícil, creo que casi imposible.

—Yo puedo… Quiero mucho a Isabel.

—No todo lo puede el amor… —Su sonrisa me pareció algo sarcástica—. ¿Vas a ser capaz de vivir con la imagen de ese hombre que estuvo con Isabel…?

—Te lo ha contado…

—Sí. Nos lo ha contado. Pero, te aseguro que no te culpa. Lo entiende… Luis —giró su cuerpo y lo encaró al mío—, Isabel aprendió a través de una salvajada. De una violación… —recalcó—. Vio el infierno. Lo tocó. Y como sabe lo que es, no creo que regrese a él, jamás.

—Lo sé…

—Ella, y aunque lo creas absurdo, se va porque no quiere hacerte daño.

—Pues me lo está haciendo.

—Luis… —su mano me acarició el antebrazo—, Isabel te quiere mucho. No solo te ama. Es que, además, eres quien la ha rescatado de ese pozo de pesadillas y remordimientos…

—Pues entonces…

—Quiere ir a terapia, Luis. Lo debió hacer hace tiempo. Durante el verano. Y no lo hizo porque estaba obsesionada con recuperarte. Me llamaba continuamente… a Mamen igual… todos los días. O nos mensajeaba con cualquier cosa que decías o hacías. Era… no sé… una especie de obsesión. Ella pensaba que si un sicólogo o un siquiatra le decía que hiciera algo diferente y que no se enfocara en recuperarte, no lo iba a seguir. Por eso, aunque quizá equivocada, decidió que tú eras su terapia… Y acertó. Al menos, en parte —se quedó callada--. Te quiere con locura... Pero...

—Pero ¿qué…?

—Pues que esa parte la tiene controlada. Pero salir de una violación tiene más cosas. Lo de Lanzarote le afectó mucho, Luis.

—Me equivoqué… Yo pensaba que… Joder —me restregué los ojos—, que podía gustarle eso… Con lo que… bueno, su experiencia, pues yo no quería perderla y… joder, odiando verla con nadie más, pues me… me… atreví a proponerlo.

—Pues no, Luis… Isabel cometió errores. No se puede negar lo evidente. Pero desde que sucedió la violación… todo cambió. Ella ya era completamente consciente de que aquello era un error. Un inmenso error. Pero la violación fue… Fue clave.

—Me equivoqué, Tania. Totalmente…

—No te mortifiques… —volvió a acariciarme el antebrazo—. Pasó. Te disculpaste y ella lo entendió… Pero regresaron los miedos y las pesadillas. Regresó el horror. Por eso, cuando vio esa grabación… pues pensó que tú jamás lo vas a superar.

—Tania, te juro que…

—Luis… no me digas nada. Yo no voy a juzgarte. Es vuestra vida y la tenéis que resolver vosotros. Mi papel aquí es la de amiga de Isabel. Y lo seguiré siendo, pase lo que pase.

—Necesito hablar con ella. Quiero decirle que de verdad que puedo vivir con todo ello, con sus errores, que… que la quiero, que no pretendo otra cosa que ser feliz y estar con ella. Sé que cometió el mayor error posible. Que me traicionó, que me… que me mató en vida. Pero prefiero vivir feliz con ella a no saber si lo podré ser con otra. Quiero a mis hijos, a mi mujer, mi vida… Mi… joder, todo lo que hemos ido haciendo hasta que la dio por irse… Por…

—No sigas, Luis. Te entiendo. Hay quien dice que jamás perdonaría una infidelidad. Te aseguro que me acostado con suficientes hombres como para saber que eso no es cierto. Hay mucha gente que perdona. Que llega a la misma conclusión que tú. Que es preferible perdonar y seguir si de verdad hay arrepentimiento. —Se quedó callada un momento—. Hay que tener coraje y cojones para perdonar, Luis. Aunque la gente piense lo contrario. Pero no se trata de perdonar. Sino de saber vivir con ello.

—Borré el vídeo ese… De verdad, Tania. Fue un error guardarlo.

La policía me miró con una expresión seria.

—El vídeo es lo de menos… Lo que de verdad importa es si serás capaz de borrarlo de tu vida.