Una decisión razonable 8(libro 3 de Luis e Isabel)

La carta...

Isabel

Hola Luis. No digas nada hasta que termines de leer esta carta, por favor. Solo piensa en todo lo que te digo, en lo que hemos sido o aún somos, y reflexiona. Te lo ruego, mi amor.

Tiemblo solo de empezar a escribir porque entiendo que con esto te pierdo, o te puedo perder, definitivamente Mi pasado nos va a perseguir. Siempre. Eso es algo que debes tener claro. Nunca, y repito, nunca, vas a poder perdonarme. Y no puedo culparte. Es imposible. Completamente. Soy consciente de que todo lo que hice en su momento es terrible. Que fue doloroso al máximo para ti y con toda la razón del mundo. Soy la única culpable de todo esto. Fui irresponsable, egoísta y como te dije una vez, una verdadera hija de puta. Lo siento. Siempre me pesará como una losa.

En Marbella, cuando te expuse todo aquello de mis miedos, y que me salió del alma, fuiste capaz de obviarlo. De dejarlo a un lado y durante unos meses he sido la mujer más feliz del mundo. Te lo juro. No creo que haya un hombre más valiente que tú, mi vida. Gandhi decía que «perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar». Tú lo hiciste. O al menos lo intentaste. No creo que seas consciente de que nunca me perdonarás, que eternamente quedará en tus recuerdos esa escena de la grabación que hiciste. Yo también lo sé, aunque pensé en estos meses que lo superaríamos. Que lo que nos queremos sería el baluarte suficiente como para detener y vencer a ese pasado que me perseguirá siempre. A ese pasado que nunca dejará de atormentarte.

Hay más cosas que debes saber, mi amor. Una de ellas es que aquel día de Lanzarote, cuando detuviste aquello, fue una especie de liberación para mí. No hubiera sido capaz de estar con nadie aunque me lo pidieras. Aún hoy, cada noche, siguen llegando los recuerdos de la violación. Aquellos animales me han dejado un trauma que no sé si podré olvidar. Quizá me lo mereciese por ahondar en exceso en una vida que rompía lo único que tenía valioso: tú y los niños. Sé que ninguna mujer merece una violación haga lo que haga, pero en cierta manera, y salvando la distancia de lo que significa, encontré mi propio infierno.

Después de aquello, tú fuiste mi apoyo, mi fuerza para vivir. Mi defensa ante esos demonios que cada noche vienen a comerme por dentro. Y sí, eres el único hombre con el que quiero estar. Lo supe ese día en Marbella, esa noche que volvimos a hacer el amor y que fuiste —otra vez— el hombre más maravilloso del mundo. Solo quiero estar contigo, pero me es imposible continuar así. Debo dejarte vivir, que continúes sin mí, sin que te corroa el daño tan terrible que te hice. Que vuelvas a empezar con alguien.

Me cuesta escribir esto, no sabes cuánto… Pero aunque ahora esté rompiendo a llorar, debes hacerlo, tienes que alcanzar con alguien diferente a mí esa confianza y tranquilidad que yo traicioné.

Me despedaza escribirte esto. Te quiero con locura, y sé que con nadie más podré estar. Desconozco si la terapia que me he propuesto empezar, me ayudará o aliviará esos temores y venenos que me corroen cada noche. Solo sé que echaré de menos tus abrazos, el cariño, el amor, ese calor y esa confortabilidad que me dabas. Esa seguridad que me hizo revivir y renacer después de la violación.

Pero no solo fue eso. Además de redimirme, me has hecho disfrutar como solo una persona tan buena y espléndida como tú, puede hacer a una mujer. Durante unos meses conectamos de una forma que para mí fue mágica, deslumbrante… Solo la sombra de esos juegos que me planteabas, o que me dejaste caer y que yo por respeto a ti, porque te debía y debo tanto, acepté. Nunca me atrajo Peter, ni lo más mínimo, pero te seguí ese juego complacida con verte excitado. No me importaba; verte disfrutar me era suficiente.

Lo de Lanzarote, mi vida, fue maravilloso. Pero esa noche me volvieron a asaltar todos los recuerdos, mis súplicas, mis gritos, mis lloros para que me dejaran en paz… regresó un miedo atroz, denso, inhumano. Y la noche en que descubrí el vídeo que grabaste, volvieron, como casi todos los días, impidiéndome dormir. Aunque tú estuvieras a mi lado, protegiéndome, queriéndome.

Pero es el destino, mi vida. Un día tenía que salir. Es como una espita que se satura, como cuando una pieza se desencaja y todo empieza a desmoronarse. Ese vídeo, del que no te culpo que grabaras, es la clave. No puedes olvidar, y muy posiblemente, aunque creas que lo haces, tampoco perdonar. Lo entiendo. Sé que no lo merezco.

Y debo admitir que dejarte ir es lo lógico, lo normal. Lo que debimos hacer después de que te quedaras conmigo unos días para superar los primeros momentos tras la violación. Pero fui otra vez egoísta y quise recuperarte, aunque en el fondo supiera que lo mejor era que rehicieras tu vida con alguien mucho mejor que yo.

En fin, Luis, te quiero con locura. Creo que nunca dejaré de hacerlo, pero he de salir de tu vida. Dejarte vivir en paz y tranquilo. Solo te pido que con los niños me dejes un día explicarles la verdad. O lo que ambos decidamos contar. Me rompe esto Luis, pero es lo único que puedo hacer.

Tienes firmado todos los papeles. Y en el notario solo te queda formalizar la donación, tanto de la que te hago a tu nombre con la casa y de una cantidad de dinero, como la de nuestros hijos. Y si consideras que debe ser más, dímelo. Lo firmaré sin dudar un segundo.

Vive tu vida, y trata de olvidar el daño que te hice. Me iré fuera unos días, porque si te veo, me rendiré. Volvería a pensar que somos capaces de superar esto y será un nuevo engaño. Pero estaré siempre para ti, para cualquier cosa que necesites. Por favor, no dudes en decírmelo. Solamente por haberme rescatado de mí misma, te mereces todo.

Te quiero. Te querré siempre, Luis. Y, sobre todo, perdóname algún día si puedes.

Adiós, mi vida. Y siento no haber sido lo que de verdad mereces…

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Al día siguiente intenté llamar a Mamen o a Tania. Aquello era una locura. Podía llegar a entender a Isabel, y que prefiriera alejarse de mí. Pero no contaba con que yo también la quería. Y la sigo queriendo…

Me podrán acusar de todo. Me da igual. Estoy convencido de que Isabel y yo tenemos futuro, que aquello que hizo, absolutamente irracional y espantoso, se quedó atrás, olvidado para ella. ¿Y para mí? Respiré profundamente al hacerme esa pregunta. No estaba nada seguro. En eso, Isabel tenía toda la razón. No había olvidado, y quizá nunca podría hacerlo.

¿Solo con amor se puede superar algo que llevas anclado en tus recuerdos y que te lacera constantemente? No lo sé. Quizás no, pero quiero pensar que sí. Que lo mejor es intentar la felicidad y desterrar todos los malos recuerdos. Pero no gobernamos a la razón ni al corazón. Y muchas veces nos señalan caminos contrapuestos.

Yo estaba decidido a divorciarme antes de conocer la violación. Y sí, es posible que Isabel se adentrara en ese infierno del que habla en la carta. Pero nadie, nunca, jamás, se merece eso. Por muchos errores que se hubieran cometido, por un exceso de vida o de crueldad, se puede pensar que una violación está merecida. Me espanta pensar en eso.

Y curiosamente, esa salvajada nos volvió a unir. Es tan extraño todo… Si aquella noche, en esa fiesta de la que me habló, hubiera terminado de forma normal, ella y yo estaríamos divorciados desde una semana después. El tiempo justo de tramitar los papeles.

Los mismos papeles que ahora tenía delante… Cerré los ojos y pensé en mí, en esos días en los que el deseo por divorciarme era intenso y compacto. Recordé las razones por las que lo había decidido. Y me vi, aunque no se me entienda, hoy muy lejos de todo aquello. Quise entender que había recorrido un camino muy tortuoso, muy complicado, muy difícil hasta este momento en que sostenía en mis manos, el mismo acuerdo de divorcio que mi abogado me había redactado.

Tenía que contactar con Isabel. No podíamos terminar así por un vídeo. ¿Era sólo por eso? No, yo sabía que no era únicamente esas imágenes, por muy evaluadoras de las reacciones de Isabel que fueran. Isabel se había ido porque entendía que yo nunca podría perdonar ni olvidar aquello. Y era verdad. Pero la quería. Ambas cosas eran ciertas. Como son el día y la noche, como el agua y el aire.

Le llamé muchas veces y no obtuve respuesta. Por eso, en mi deseo por contactar con ella, se me ocurrió que una de las formas podría ser a través de sus amigas, ya que mis intentos de localizar a Isabel habían sido totalmente infructuosos.

Mamen me cogió el teléfono a la segunda llamada. Estoy seguro de que no me quiso atender a la primera sin antes consultarlo con su amiga, con mi mujer, con Isabel. Es una intuición; nunca supe nada, pero creo sinceramente que sucedió así.

—Hola Luis —me dijo, señal inequívoca que me tenía como contacto en su lista del móvil.

—Hola Mamen. —Respiré—. Oye… me gustaría hablar contigo.

—Dime.

Su tono, sin ser distante, tampoco era de alegría. En ese momento empecé a sospechar que no le iba a sacar la información que yo necesitaba.

—Mamen, te ruego que me escuches y que te hagas cargo de mi situación. —Volví quedarme callado, pero ella no habló—. No sé dónde está Isabel… Estoy seguro de que te ha dicho que se ha ido de casa y que… —me era un poco desconcertante tener que explicar algo a alguien que estaba seguro de que ya conocía nuestra situación—. Bueno, que eso… Que no sé dónde está. —Su silencio me corroboró mi primera sospecha. No iba a obtener esa información. Respiré muy hondo en intenté tranquilizarme—. Por favor, necesito hablar con ella.

Mamen no me contestó enseguida. De hecho, pasaron unos cuantos segundos.

—Luis… —Su voz estaba apenada y percibí que de verdad sentía esa desazón al hablar—. No te puedo decir nada. Te juro que me gustaría, que… Si pudiera te lo diría, pero Isabel nos ha pedido que no… Que no te digamos nada.

—Joder Mamen… Tengo que hablar con ella.

—Luis, yo también pienso que debéis hablar… Deciros muchas cosas y no… —La escuché suspirar—. Bueno, que se lo he dicho así a Isabel. Pero por lo que sea… Luis… No puedo. Te juro que no puedo.

—Lo necesito, Mamen…

—Solo te puedo decir que no está ahora en Madrid. Ha salido unos días para… no sé. Supongo que tranquilizarse, pensar…

—Mamen, yo respondí a tu llamada ese día… —Me vi mal sacando a colación aquello.

—No me hagas esto… Luis, por favor. Te lo ruego. No… no puedo decirte nada. —La noté nerviosa, casi culpándose por no poderme atender mi súplica—. Te pido disculpas, y te ruego que me perdones… pero nos lo ha pedido ella.

Aquel plural incluía a Tania. Estaba seguro.

—Al menos, queda conmigo, Mamen. Necesito que me digáis algo… tú y Tania. Necesito que alguien me lo explique… te lo suplico.

Ella se quedó en silencio. Yo también. Ambos, quizá esperando que el otro lo rompiera.

—Vale. Está bien. —Resopló al final.

—Muchas gracias Mamen. ¿Dónde podemos vernos?

—Mira, ahora no lo sé… Deja que hable con Tania y te digo un sitio. Te pongo un mensaje… Prefiero que vayamos las dos y así… bueno, pues eso.

Mamen iba a usar a Tania de escudo por si terminaba sucumbiendo a mis súplicas. Sí, ese era mi plan, hacerle ver mi necesidad y que ella misma se venciera. Con Tania iba a ser mucho más difícil. Pero aun así, merecía la pena intentarlo.

—Vale. Entonces espero que me digas algo. Por favor, cuanto antes, Mamen.

Colgamos. Yo, nervioso. De forma instintiva, volví a marcar el teléfono de Isabel. Pero obtuve la misma respuesta. Estaba apagado o fuera de cobertura. Y también dejé un nuevo mensaje más. El quinto o sexto, con idéntico resultado: Isabel no había recibido ninguno. Ni siquiera salían los dos ticks grises de haber llegado a su terminal.

Pensé en llamar a mis hijos y preguntarles si su madre se había puesto en comunicación con ellos, pero eso, pensé un poco más despacio, sería ponerlos sobre aviso de que sus padres tenían problemas. Decidí que se lo preguntaría a sus dos amigas, y les rogaría que Isabel contactara conmigo para actuar de forma conjunta con ellos. Quizá eso sí me lo concederían, porque ella había sido clara al decirme que podía contar con ella. Por un momento, casi me tranquilicé.