Una decisión razonable 13(libro 3 Luis e Isabel)

El final.

Mamen

Cuando Isabel nos dijo que quería continuar con Luis, sinceramente, me alegré mucho. En la época en que conocí a Isabel yo estaba viviendo aún en una nube, porque pensaba que lo de Nico y yo podría tener solución. Sigo sin saberlo, porque aunque ya estamos separados es posible que nos sigamos queriendo. El tiempo dirá si como dice Tania, nos pertenecemos. Pero yo he de tomar decisiones… Y ahí está Eduardo.

Isabel se equivocó. En muchas cosas. La primera, en no decirle a su marido que el matrimonio se estaba convirtiendo en una secuencia de días sin que existiera chispa ninguna. La segunda, en tomar una decisión tan tremenda. De hecho, cuando me lo dijo, un día después de ducharnos en el gimnasio, no me lo tomé en serio. ¿Cómo iba a hacerlo? Ni siquiera lo sospeché y pensé que era una especie de arrebato o de capricho que con los días se terminaría yendo. Porque Isabel es una mujer inteligente. Estoy convencida de que ella sabe el dolor que le ha causado a Luis. Bueno, nos lo ha dicho, pero creo que cuando ella se pone a pensarlo,  tiene la certeza de que ha sido mayor del que ella piensa y del que nos comenta.

En tercer lugar, no se puso freno. Se dejó llevar por esa vorágine de sexo, de libertad absoluta, de pensar que teniendo esas relaciones se convertía en alguien superior o especial. Y justamente, sucede lo contrario.

Pero el cuarto, y quizá el más triste de todos, es no haber sido capaz de coger a su marido y contarle sus noches desveladas pensando en la violación. Sus pesadillas, sus miedos a que la toque otro hombre, a que, como ella nos confesaba, no pudiera pasar por una esquina oscura, o al lado de un hombre solitario y que ella creyera sospechoso. Estaba traumatizada y no se lo dijo a Luis. O no lo hizo como debería haberlo hecho. Y la razón, aunque simple, es errónea. Ella decía que si con su marido podía tener sexo, era que estaba curada y que poco a poco, lo otro desaparecería. No acudió a un profesional a pesar de los consejos míos o de Tania. Se dejó llevar y eso condujo a malentendidos como el de Lanzarote, que hizo que rebrotaran todos esos fantasmas con más fuerza. O el día que cenó con nosotras y no localizó a Luis…

Me siento culpable aunque ella me dice que no debería. Yo, casi borracha, incité a que conociera a Adrián, nos fuimos de copas, de cenas y en esas noches conoció a algunos de los hombres con los que luego se acostó. Yo no se los presenté, pero si yo no hubiera accedido a salir con ella de copas o de cenas…

Pero ya no es tiempo de reflexiones ni de debates. Hay que actuar. Sé que hago mal. Solo quiero ayudar, y ni siquiera Tania lo sabe porque no estaría a favor. Pero creo que debo hacerlo. Me veo en la obligación, y mi decisión, aunque no la entienda Tania, sé que es razonable…

Ojalá sean capaces de hablar…

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Tania

Tuve que decírselo a Isabel. Pero solo después de que ella me admitiera que Luis ya se lo había dicho. No soy una persona que rompa las reglas que me impongo a mí misma, y por eso me resistí a confirmarle a Isabel, que Luis había pasado la noche con una chica. No le dije lo de prostituta, y hasta donde yo sé, Isabel lo desconoce. Pero ese, con todo lo que tienen encima, es un detalle, a mi entender, muy menor.

Ni siquiera es importante que Luis se acostara con alguien. Yo considero la fidelidad en otra dimensión y bajo parámetros muy especiales. Muy posiblemente, tampoco Mamen es capaz de asumir ese tipo de concepto. En mi caso, por ejemplo, me acosté con ella y con Nico, y por nada del mundo traicionaría a Mamen. A mi niña, a quien, en realidad, intento salvarla de sí misma, de esa sensualidad que desprende sin querer, y que la ha llevado a cometer errores.

Por lo que sé, Nico ha estado con Patricia, pero desconozco si en este momento continúan o lo han dejado. Pero aunque Mamen puede pertenecer a Nico, Nico no debe ser de ella. La empujaría una y otra vez a una relación que ella no sabe vivir. Por eso, cada vez que me pregunta, le digo que sí, que Nico sigue con esa tal Patricia, y noto que día a día, se va alejando de él y de su idealización. Mejor para mi niña. Nico, aunque Mamen no lo piense así, puede ser muy tóxico para ella. Y prefiero que se estabilice con Eduardo, un chico majo, tranquilo y que creo le gusta.

Luis… ¡qué puedo decir de él…! Cuando escuché los mensajes de audio y los escritos, no me sorprendí. Esta mal que lo diga, pero sabía que me miraba. O al menos, lo hacía unos segundos más que a Mamen, siendo ella más guapa que yo. Pero eso, tampoco es lo importante. Lo que de verdad subyace en la relación de Isabel y Luis, es que son dos personas que han cometido errores y no los hablan entre ellos. Isabel, muchos más que Luis. No por ser mi amiga voy a engañarme. Errores, además, crueles y groseros. Despiadados, seguramente, a los ojos de su marido. Mi trabajo me hace ver la miseria humana día tras día. La de Isabel, confesándole que quería acostarse con más hombres, es de las más altas que he visto.

Pero una amiga es una amiga, y además, llegó la violación de aquellos animales —por cierto, hemos localizado al tercero y también se ha cagado de miedo— que hizo que se produjera una catarsis en Isabel. De pronto, al ver que perdía a Luis, a su familia, a lo que había sido su vida en general, reaccionó. Puede que también fuera egoísta al querer mantener a Luis. Pero es que de verdad era su único asidero.

He visto muchas mujeres violadas, abusadas o maltratadas. Y ninguna es igual a otra. Los traumas que quedan pueden ser muy diferentes en cada una. En Isabel ese rechazo a que la tocara un hombre tuvo la excepción de Luis. Y aquella aberración, aquella salvajada, se convirtió en el final de su insensatez y el principio de una vida casi normal.

Nadie merece una violación. Es el comportamiento más salvaje y animal de un ser humano. Y por ello deja las secuelas tan profundas. Siempre.

Y, sinceramente, no entiendo la decisión que Isabel ha tomado. Es como condenarse en vida, pero ella es quien mejor se conoce y como amiga, asumiré que debe actuar. Si esa es su decisión, me tendrá a su lado.

En mi caso, también he tomado una decisión que considero muy razonable a tenor de los hechos. Isabel nunca sabrá los mensajes de voz y texto que me mandó Luis. Por eso la convencí de que me dejara ir yo a su casa. En ese momento, era la única persona que sabía que Luis estaba con otra mujer y preferí encararlo yo a que fuera mi amiga. De mutuo acuerdo y siendo realistas y conscientes, decidimos Luis y yo borrarlos esa misma mañana en su casa. Le dije que por mi parte, quedaba todo olvidado. Él, arrepentido y hasta compungido, por todo lo que me decía, me prometió lo mismo.

Pero yo no soy Isabel. Yo sé vivir de las sensaciones, de los instintos bajos, míseros, escondidos o latentes en el ser humano. Lo he visto como antidisturbios y como subinspectora. Y creo que con mi decisión, tomada con calma y razonada por el cariño que los tengo a ambos, a Luis e Isabel, voy a ir poco a poco, separándome de ellos.

No me olvidaré de mi amiga Isabel y me tendré siempre para lo que quiera, pero no quiero que Luis se engañe conmigo, se enganche o lo que sea. Veré a Isabel, pero no a Luis. O lo menos posible. Ya tienen bastantes problemas que resolver como para que yo sea uno de ellos.

En el fondo soy una especie de protectora de ellas dos, de Mamen e Isabel. Cuando veo un problema, intento ayudar a solucionarlo, o las aconsejo. O actúo, como con los que violaron a Isabel. O con Peter. Sí, me lo tiré, y eso hizo que poco a poco se olvidara de Isabel. Aquella noche en que ella le bebió de su vaso, temí que pudiera volver a cometer otra vez el error de meterse en otras camas, e irse con él. Luego supe que era imposible por el trauma de Isabel, pero en ese momento, aún lo desconocía, por lo que opté por llevármelo yo a la cama y así separarlo de ella y de Luis. Lo malo es que ahora me llama cada dos por tres, y aunque guapo y simpático, no deja de ser un poco plasta.

Soy así, y mi vida ya es muy difícil que cambie…

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Epílogo

Ha pasado algo más de un mes de todo aquello. Estoy bien, tranquilo, con la vida encauzada y aunque me acuerdo del pasado, intento arrinconarlo en mi mente.

La terapeuta me ha enseñado varios trucos y los utilizo en cuanto vislumbro que algún recuerdo de Isabel con otro hombre me viene a la memoria y en cierta medida, bloquea mi racionalidad. En fin, todos aprendemos a vivir con nuestras cargas, pero entiendo que a veces, se necesita ayuda. Y no me refiero solo a la de un profesional, sino que es importante tener amigos y gente conocida que te ate al mundo real. Lo estoy cultivando y ya tengo un nuevo grupo de pádel, otro de golf y empiezo a charlar con normalidad con algunos compañeros del gimnasio. No puedo considerarlos todavía amigos, pero es el primer paso para lograrlo.

Mamen me ha invitado a su cumpleaños. Es una buena chica y ha llamado un par de veces para ver qué tal estaba. Con Tania, sin embargo, no he tenido apenas contacto. Es lo más adecuado. Me avergüenza recordar los mensajes y las llamadas obscenas y soeces pidiéndole que tuviera sexo conmigo la noche que termine con Vanesa. Debo confesar que aquella mañana fue muy comprensiva, muy amable y me confesó que Isabel nunca podría estar con nadie más que conmigo por el trauma que le dejó la violación. Recordaba que me decía aquello en alguna frase de la carta que me dejó…

Me fastidia enormemente no haberme dado cuenta antes. Y ahora que lo pienso, tuve muchas pistas para sospecharlo. Me dijo que soñaba por las noches y que se despertaba. Y la noche de Lanzarote, con su comportamiento, y como antes he dicho, en esa carta de despedida, también me lo dejaba caer… Y sí, yo podría haber intuido aquello, pero quizá no en la magnitud que Isabel lo sufría.

Hemos tenido contacto y me ha dicho que ha empezado terapia, como yo. Nos seguimos queriendo, pero no me atrevo a dar el paso de volver juntos porque entiendo que si alguno se equivoca, lo pasaremos muy mal. No sé, es extraño porque la echo brutalmente de menos, y sin embargo estoy tranquilo solo en mi apartamento.

Nunca presentamos el divorcio pero ambos lo tenemos encima de la mesa. Está firmado por los dos. En mi caso, hay un garabato deforme que me recuerda con tenacidad mi vaporosa y etílica noche con Vanesa. No la he vuelto a ver, por supuesto. Ni a ella ni a ninguna otra. Y tengo ganas de sexo, pero cuando lo pienso, siempre se me aparece Isabel. Es con la única con quien me apetece…

Me contengo y no llamo, porque creo que vendría o yo iría corriendo a nuestra casa. Es curioso, sigo llamándola nuestra…

He entrado al restaurante, pero no veo a nadie. Solo a Isabel que está en la barra y acaba de pedir una cerveza. Me detengo un momento para verla. Está guapísima. Bueno, como siempre, la verdad. Giro la cabeza y creo que está sola. No hay rastro de Mamen, ni de Tania, ni de nadie más. Me acerco a ella.

—Hola.

Ella sonríe y me abraza. Estos momentos son los que añoro, los de su cercanía y cariño…

—Hola Luis.

Me mira con esos ojos verdes y ocres. Y sé que me dice que me quiere. Entiendo esa mirada, ese brillo. Respiró y trago saliva.

—¿El resto?

Me enseña el móvil con un mensaje de Mamen recién llegado dos minutos atrás.

Mamen

Cielo, te pido perdón. Pero creo que debía intentarlo. Nadie más que Luis y tú va a ir esta noche a mi cumpleaños. Habla con él y díselo. DÍSELO, no seas tonta y cabezona. Te quiero mucho y sólo deseo que seas muy feliz. Llámame luego, plis. Bsss

Seguían varios emoticonos de esos de besos y corazones que yo, la verdad, nunca uso.

—Tú debes tener otro parecido.

Saco el móvil de mi bolsillo, y en efecto, un mensaje donde me explica que nadie más vendrá, aparece en mi pantalla. No había escuchado el sonido de su entrada en mi teléfono.

Mamen nos había reunido para que habláramos y, según pude leer en la pantalla del móvil de Isabel, le pedía que ella me lo dijera. ¿El qué?

—¿Nos ha hecho una encerrona? —sonreí divertido.

—Eso parece…

Me quedé mirando fijamente a Isabel. Ella también me conocía y sabía mis miradas.

—¿Qué me tienes que decir? —dije señalando con la barbilla el móvil suyo.

Ella suspira y agacha la cabeza. Se coloca su eterno mechón de pelo e intenta sonreírme cuando levanta su rostro.

—Luis, es una decisión que he tomado… y que, bueno, la verdad, creo que te afecta.

—Mamen dice que me lo tienes que decir —señalo al móvil—. Algo, digo yo, que tendré que ver.

Intento ser amable y cariñoso. Desconozco esa decisión de Isabel y por un momento, me temo lo peor. Pero el tono de mensaje de Mamen no parece indicar, por ejemplo, una decisión sobre el divorcio. Y desde luego, si se trata de eso, no me parece oportuno que me lo dijera porque una amiga la incitase a ello. No, seguramente se trata de algo diferente. Aun así, estoy extrañamente nervioso. Una vez más, me doy perfecta cuenta en ese momento de que no quiero divorciarme de ella…

Me coge una mano y se sienta en el taburete alto. Vuelve a colocarse el mechón de pelo detrás de su oreja y me mira.

—Te quiero mucho Luis…

Cierro los ojos y por un segundo —ahora sí— me temo que aquella conversación va a ser muy triste. Quizá ha conocido a alguien y eso es lo que tiene que decirme. O que se marcha a vivir a otra ciudad. Marbella, me imagino, porque siempre decía que allí nos iríamos en nuestra jubilación.

—He tomado una decisión. Lo he pensado mucho, es arriesgada pero creo que es lo más razonable, aunque suene extraño cuando te lo cuente.

Mi corazón late con casi desesperación. Intento mantenerme sereno, como si aquellas palabras no me estuvieran afectando. Siento miedo…

—Por eso, Luis… he decidido, bueno, en verdad, hace una semana y media de esto… He decidido dejar de ir a la terapia.

Meneo la cabeza sorprendido y ciertamente extrañado. No entiendo qué es lo que eso significa.

—Isabel, no creo que eso sea bueno para ti, de verdad…

—Luis, lo he decidido porque… porque te quiero, y me gustaría que volviéramos a estar juntos. Y sé que sigues con tus miedos, tus temores a que yo vuelva a cometer el error de irme con otros…

—Isabel, yo, eso… lo estoy superando con mi terapia. No es inmediato, pero…

—Lo sé, cielo —me dice acariciándome la cara—. Y me parece perfecto, pero yo quiero colaborar en ese sentido… A que ese miedo tuyo, ese temor… se reduzca cuanto antes. Si no —se encoge de hombros—, no seremos felices… Ni juntos, ni separados.

—Pero no entiendo… ¿en qué se supone que te ayuda dejar la terapia… o nos ayuda?

Sonríe y me vuelve a coger la mano otra vez.

—Por favor, entiende esto como un riesgo que quiero correr. Algo que, si te digo la verdad, nadie sabe si funcionará, pero que hoy en día, es lo que me parece más razonable.

—Pero, no entiendo…

—Luis, si dejo de ir a terapia, no me… no me curaré de mi trauma. —Se encoge ligeramente de hombros.

—Isabel…

—Espera, déjame que termine… —carraspea y de nuevo recoloca el mechón de su pelo—. Si no me curo… por llamarlo así, no podré estar con nadie más. Es absolutamente imposible. Me muero de pensarlo… Solo así creo que te convencerás de que de jamás, nunca, ni por lo más remoto, volveré a cometer ese error.

—No…

—Nadie lo asegura —me corta con suavidad—. Pero es cierto que los traumas se quedan, mi vida. No son nada fáciles de superar.

—Joder, Isabel, eso es peligroso…

—No, no lo es. —Me dice un segundo después de permanecer en silencio mirándome—. O al menos, no lo es desde el punto que creo que lo miras. En el fondo, gano yo… Tu sufriste lo indecible, y eso, ya, por desgracia, no podemos borrarlo. Y yo, si consigo que volvamos a estar juntos y que confíes en mí, habré ganado toda una vida.

Isabel me ofrecía algo que sobrepasaba esa cura, por decirlo así. Me entregaba su sacrificio, la eternidad de un posible sufrimiento solo para que yo la creyera.

Me pareció lo más maravilloso del mundo…

Sonrío. Y envuelvo a mi mujer en un abrazo.

—¿Vas a volver a casa? —me dice con un amago de lágrimas en los ojos.

—Hoy mismo, mi vida. Y en cuanto lleguemos te voy a hacer el amor como si no hubiera mañana…

Nos besamos y cenamos todo lo rápido que pudimos. Ella con un brillo emocionante en los ojos. Yo, con la fuerza y el convencimiento de que, esta vez, todo iba a salir bien.

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En cierta ocasión dije que no era bueno juzgar a las personas sin conocer todos los detalles ni saber de verdad sus motivaciones, sus interioridades y razones. Es muy fácil hacerlo sin saber ni conocer todo lo que nos rodea.

Los errores muchas veces pesan más que los aciertos y que los sacrificios. Isabel y yo nunca sabremos si esa decisión de no acudir a terapia para evitar superar el trauma era lo correcto, lo acertado o si siquiera iba a ser bueno para los dos. Lo que me importó y me hizo regresar a mi vida, a mi mujer y a mi familia, fue que ella estaba dispuesta a sufrir, a vivir un calvario durara lo que durara ese trauma, o se materializara con la intensidad que fuera, solo para preservarnos a nosotros dos.

Esa decisión, razonable, según Isabel, no era un seguro de vida, pero significaba que ella estaba dispuesta a sufrir y sacrificarse de una manera cruel y despiadada. A permitir que ese trauma le quedara para siempre, y que funcionara como un parapeto y barrera de seguridad.

Al final, y a pesar de lo que Isabel pensara, yo ganaba. Mi esfuerzo por perdonarla, mi trauma —que también lo era o lo sigue siendo— conseguía el fruto que yo quise. Quiero a Isabel, y tenerla, vencer a sus errores y al pasado, es mi gran victoria.

¿Hay algo mejor que quien te quiere te ofrezca algo así? Sinceramente, creo que no. Un sacrificio de ese calibre indica muchas cosas. Pero sobre todo, da esperanzas…