Una decisión razonable 12(libro 3 Luis e Isabel)

Llega Tania a casa de Luis e Isabel.

Fue imposible que Tania no viera a Vanesa. Lo intenté, pidiéndola a esta que se ocultara mientras la policía nacional entraba en casa, y que aprovechara un momento de despiste o descuido, para salir. Fue en vano. Es cierto que tampoco ella puso demasiado interés y que Tania, posiblemente movida por el instinto policial, enseguida descubrió a Vanesa detrás de la puerta del baño de visitas de la entrada.

Me miró, sorpresivamente, no de forma inquisitorial. Luego a Vanesa. Estaba tranquila, o en su voz no percibí molestia o tirantez.

—Puedes irte, bonita. —Esas palabras fueron las únicas que dijo. En un tono que podría parecer chulesco, pero que en verdad fue más autoritario que inmisericorde.

Vanesa obedeció al momento, se despidió con un «hasta luego» que apenas se escuchó, cerró la puerta y desapareció camino de su trabajo en el centro de salud, cerrando, a la vez que la puerta de mi casa, su noche conmigo y como Vanesa. ¿Se llamaría así?, me pregunté estúpidamente mientras que Tania me miraba de nuevo, ahora sí, con un deje interrogativo.

—Tania… —carraspeé—, deja que te explique, lo de… —señalé a la puerta.

—¿A mí? —puso cara hasta divertida—. A mí no me tienes que decir nada de… —hizo un gesto circular con su mano dando a entender que se refería a lo sucedido con Vanesa—. Date una ducha, anda… —me dijo.

Subí a mi habitación, abrí las ventanas para que se ventilara y le hice caso a Tania. Deje que el chorro de agua resbalara por mi cabeza, justo en donde la sensación de resaca punzante, más se notaba.

Cuando bajé, iba pensando en qué le diría, bien en lo referente a Vanesa como en lo del mensaje que había dejado en su móvil. No me quedaba más remedio, a mi juicio, que pedirle disculpas y tratar de agazaparme en una borrachera y los nuevos cuernos de mi mujer para que no me echara en cara lo de esta noche.

Cuando aparecí en la cocina, Tania estaba sentada con una taza de café. El aroma me envolvió y decidí que también me tomaría uno. Solo y cargado. Aunque también podía ser una estratagema de mi subconsciente para retrasar al máximo la charla. En ese momento, justo cuando fui a encender la cafetera de diseño, pensé en Isabel. Miré a Tania de reojo. Ella sentada en la mesa de sillas altas de la isla de la cocina, yo, a punto de hacerme un café. Pocos meses atrás, era Isabel, solícita e intentando agradarme tras ser violada y conocer mi deseo de divorciarme de ella, la que me hacía el café y yo esperaba, en esa misma silla tal y tal y como estaba Tania. Ella me miró en silencio, de forma algo recriminatoria. Yo, esquivé esos ojos rasgados y felinos que tanto me atraían.

—Me parece que no te has dado cuenta de nada, Luis…

Su voz salió justo cuando terminé de prepararme el café y me dirigía a la silla de enfrente a ella.

—No te entiendo… —Me hice el despistado, porque no sabía si se refería al mensaje, a ella en concreto, a Isabel o a algo distinto que se me escapaba.

Tania sacó su móvil tras apurarse el café con leche que estaba tomando. Mi miró un instante y puso la pantalla hacia mí, mientras pulsaba el icono del altavoz.

Me sentí avergonzado. Mi voz, entre sonidos de bar, ya empezando a estar distorsionada por el alcohol e impelido por los nuevos cuernos de Isabel, me sonó chabacana, grosera y estúpida.

Cerré los ojos y negué despacio, a la vez que tragaba saliva. Era obvio que debía disculparme, pero me dio la impresión de que aquello no era suficiente. En ese mensaje, de forma soez y descarnada, le decía que me llamara para tener sexo con ella, que sabía que ella lo quería, que yo también, que la iba a «…partir en dos… y que nunca te iban a follar como yo te voy a hacer esa noche». Mis palabras eran casi literales.

—Lo siento. No… no tengo perdón. No pretendía otra cosa que… bueno, qué más da. Te pido disculpas, Tania.

—¿Por qué me pides disculpas? ¿por la llamada o por las estupideces?

El tono frío y policial salió en ese momento, mientras se despojaba de la cazadora y se quedaba en una camiseta negra con un mensaje que no leí, y que le redondeaba las tetas de forma tremenda.

—Por todo… Por mis palabras, por el mensaje… No pretendía ofenderte. Estaba borracho, y…

—O sea, por el mensaje…

—Sí, supongo que sí —dije extrañado.

—Hay otro. —Me dijo seria.

—¿Otro mensaje? —dije recordando que sí, en efecto, en otro momento de la noche había vuelto a llamarla, aunque no recordaba lo que le había dicho, si es que lo hice.

—De un par de horas más tarde, en donde me dices que —hizo un mohín como si se esforzara en recordar las palabras— «…has perdido la oportunidad…», «…estoy con una amiga que me va a matar a polvos…» y «…que un día de estos tenemos que follar como locos…»

Los recuerdos se fueron abriendo poco a poco como un cortinaje pesado. Sí, ahora recapitulaba, aunque seguía sin guardar en mi memoria las palabras exactas. En ese momento, el del segundo mensaje, Vanesa estaba con mi pene en su boca, intentando enderezarlo para sentarse a horcajadas sobre mí. Estábamos en la alfombra blanca del salón…

—Joder, Tania… estaba bebido… —me excusé.

—El mensaje me da igual… Decías más cosas, pero ahora no vienen al caso. Lo que no entiendo es tu llamada. Puedo comprender que bebido, borracho, o como lo quieras llamar, te desfogues y sueltes lo primero que se te ocurra. Estoy harta de ver gente hasta arriba de todo haciendo el payaso y cometiendo locuras… Eso, de verdad te lo digo, Luis, me da igual.

—¿Entonces…? No te entiendo, Tania… —dije totalmente descolocado.

—No comprendo porque me llamas a mí. Fíjate, entendería que hubieras llamado soplado como una cuba a Mamen, y le dijeras cualquier ordinariez. Pero no a mí…

Meneé la cabeza en señal de asombro. ¿Por qué me decía eso?

—Joder Tania… No lo sé… Pero, si te soy sincero, pues… que hasta puede que… que pensara que te podía atraer…

—¿Y eso qué más da, Luis? —me dijo tras dejar pasar un par de segundos en donde me miró haciendo una mueca de desacuerdo—. Veo que no entiendes nada. Que no te das cuenta de las cosas que pasan a tu alrededor…

—No te sigo, Tania, disculpa… En serio te lo digo.

—Jamás me hubiera acostado contigo. Jamás —recalcó—. Aunque me gustaras más que un billete de quinientos euros. —Respiró con profundidad y se detuvo sin apartar la mirada—. ¿Sabes por qué te llevé a ver a esos dos malnacidos que violaron a tu mujer y amiga mía?

—Pues… —dudé—, por si pensaba que era una invención de Isabel… o para que viera de cerca esa barbaridad. Que supiera quiénes eran… Eso me dijiste.

Tania asintió con lentitud.

—Te llevé para eso… En efecto, Luis. Pero también para algo más. —Se detuvo, Miró al techo y un par de segundos más tarde, volvió a posar sus rasgados y bellos ojos en mí. Pero yo no supe continuar—. Te llevé a ver a esos dos hijos de puta porque entendí que era un modo de acercarte a Isabel —dijo al fin—. Que al ver esa barbaridad delante de ti en la persona de esos dos hijos de puta, eso creara un vínculo y un acercamiento a Isabel. En esos días estabas convencido, o prácticamente convencido, de divorciarte de ella. Y quizá no tendría que haberme entrometido de esa manera. Sí, lo sé. —Asentía despacio de nuevo—. Pero Isabel te necesitaba. Al menos unas semanas más. Luego, una vez que hubiera pasado la primera fase después de la violación, era más sencillo para ella asumir el divorcio. Pero en ese momento, ella estaba absolutamente rota. Fue una decisión difícil para mí, Luis. No suelo entrometerme nunca en las relaciones de nadie. Ni para bien, ni para mal.

—Me lo podías haber dicho, Tania…

—¿Lo crees así? De haberlo hecho, posiblemente hubiera provocado lo contrario. —Respiró hondamente—. Pero te compensé, Luis…

—Tampoco entiendo eso de que compensaste… ¿Cuándo? —inquirí verdaderamente intrigado y extrañado.

—Acudiste a Mamen y a mí para que te diéramos el teléfono de Isabel… Ella nos había prevenido contra ello. Como te dije tomándonos esa cerveza, no quiere hacerte más daño.

—Ya… qué detalle… —comenté con sorna, mientras emitía un pequeño bufido de rabia contenida.

Tania no me dijo nada sobre esa frase. O no la entendió, o la obvió.

—Intercedí por ti, Luis. Y no es que Isabel no esté deseando volver. Es que, como te he dicho, cree que te puede hacer mucho daño.

—Tania… Mi mujer me ha vuelto a engañar. El daño que me hace es irse con otro de nuevo.

—¿Isabel? ¿Cuándo? —me dijo extrañada y echando ligeramente el cuello hacia atrás en señal de absoluto desconocimiento.

—¡Coño, ayer! Tania, la pillé con una amiga… con una zorra, más bien y uno de sus amantes. Por eso me fui a beber y te llamé… y, al final terminé, pues eso, con… con esa chica. No sé si lo sabías, Tania, pero ayer Isabel me volvió a ser infiel. Y ya no puedo más. Esta vez es definitivo.

—Joder, Luis… —Tania empezó a negar con la cabeza muy despacio, sin dejar de mirarme. Luego cerró los ojos, abatida—. Luis, Isabel ayer cenó conmigo y con Mamen… No estuvo con nadie.

Me quedé mirando a Tania y hasta sonreí con sarcasmo.

—Ya… Seguro…

—Luis, Isabel no puede estar con nadie más que contigo… Le es física y sicológicamente, imposible. Absolutamente con nadie. Es, incapaz… —De nuevo meneó la cabeza en señal de pesadumbre—. ¿No lo sabías?

Isabel.

Luis no sabe que Tania me lo contó. Prefiero que sea así. Él también lo hizo y piensa que solo sé la historia desde su punto de vista. No puedo culparlo. De verdad, sería mezquino por mi parte echarle en cara que estuvo con una mujer esa noche. El primero que me lo confesó, además, fue él. Tania, un par de días más tarde, me lo confirmó y solo después de que yo le insistiera y confesara que ya lo sabía por Luis.

Me costó muchísimo que Tania me lo dijera. Es una persona de principios, aunque no lo parezca. Con una apertura sexual máxima y una vida en exceso complicada, pero mantiene sus promesas y acuerdos. Algo debía de haber hablado con Luis, porque, insisto, me costó mucho que me lo dijera.

Me morí de celos. Recuerdo que cuando terminó la frase, una oleada de frío interno, de desolación, de malestar y de fastidio, me inundó.

—Esa noche… Estuve con otra.

Sentí que me desgarraba por dentro al saber que Luis había estado con otra mujer. Me lo dijo incluso con pena y arrepentimiento, como buen hombre que es. Y no pude evitar sentir la comparación de mi desapego e inmoralidad cuando yo estuve de cama en cama. Pero la verdad, la absoluta realidad, es que sentí una catarata de celos y de miedo por todo mi ser.

Habrá quien piense que es absurdo. Que hablen por ellos, pero que no pretendan establecer e imponer su pensamiento a los demás. Y ahora me vienen a la cabeza las palabras de Mamen cuando me confesó que quien más había perdido en la relación abierta con Nico, había sido ella desde el momento en que él pidió también tener las mismas libertades sexuales que ella disfrutaba. Y no es que yo esté haciendo una comparación entre Mamen y yo o entre Nico y Luis. No, para nada. Mi reflexión va por el camino de que Mamen tenía razón. Que sentir la pérdida de quien quieres, es demoledor. Y, sobre todo, si en ese camino, uno —yo en mi caso— ha puesto mucho de su parte para que suceda.

Recordaba sus palabras, casi literales:

«—Ten cuidado con Luis. Si no lo haces bien… y no sé cómo hay que hacerlo, un día cogerá las maletas y se largará. Y lo que es peor… Que un día, el que menos esperas, sabrás que está con alguien. Posiblemente enamorado. Entonces, te darás cuenta de que lo has perdido».

Luis, según me confesó y me dejó muy claro, no sentía atracción por esa mujer. Era peor. Sencillamente no podía olvidar sus miedos. Sus recelos hacia mí, sus sospechas de que yo, en el fondo, un día regresara a esa senda de sexo externo a él.

Sin embargo, el resultado en mi cabeza y en mi corazón, era que sentía, de alguna forma abstracta o indeterminada, que había perdido a Luis. Y la angustia era terrible. Me dolía pensar en aquello. Aunque sabía que me lo merecía. Habíamos tenido una temporada de conexión casi total, de sentirnos el uno del otro. Pero ambos guardábamos en cavidades ocultas nuestros miedos, vergüenzas, temores o demonios. Hablábamos pero no nos comunicábamos. Nos oíamos pero sin escuchar a nuestro interior.

Aquella tarde noche, la que Luis estuvo con esa mujer, lo llamé dos veces a eso de las diez y envié un mensaje por WhatsApp que no me contestó. No sé si sería ese instinto que desarrollamos las mujeres o que en el fondo, una marejada de sentimientos y de incomunicación entre nosotros, empezó a mostrarse clara y diáfana. Intuí algo. No lo puedo explicar, pero una pequeña alarma se me encendió. Dejé pasar esa noche, por si hubiera tenido mucho trabajo e hice todo lo posible por tranquilizarme. Apenas dormí y la violación volvió de nuevo, como cada noche, a asaltarme. No tomaba pastillas porque no quería acostumbrarme a ellas, pero el miedo a que algo le hubiera pasado a Luis me hizo replantearme en serio, y por primera vez, ese tema. Aquello me hizo darme de bruces con una realidad que yo sabía que había permanecido escondida y agazapada en mí. Hubo más noches en las que pensé ¿y si Luis me dejaba por esa mujer o por cualquier otra? Lloré mucho y una congoja infinita se apoderaba de mí.

Esa tarde, la que Luis no contestó a mis llamadas ni mensajes y me preocupé, había quedado con Almudena. Hacía mucho que no la veía, me había llamado en varias ocasiones y me quería contar que estaba con alguien. Un divorciado con el que coincidía en el club de tenis donde iban sus hijas y que, quizá harta también de ser promiscua, había decidido salir con él.

Estaba más madura, más consciente de que la vida no consiste en follar con quien se ponga a tiro. Yo, mientras me hablaba, no paraba de recordar el daño que le había hecho a Luis. Aún no lo había llamado y no me podía imaginar la noche de terror que me esperaba. Escuché muy complacida y contenta a Almudena, y me alegré con ella.

Estábamos ya hablando de cosas de moda, recuerdo de una falda que había visto en la tienda online de Zara, cuando vi a Jon, sonriente, acercándose a nosotras. Me temí una situación embarazosa y por un momento mi expresión debió quedarse helada. Era la segunda vez que nos encontrábamos de casualidad, al trabajar ambos muy cerca. Al principio, sentí temor por lo que fuera a contar. Almudena sabía que había estado con alguien. No recordaba si le había dicho su nombre y si ella, conociéndolo por mí, iba a hacer la oportuna conexión. Temí, por tanto, que Jon dijera algo inapropiado o que le llevara a Almudena a pensar que yo seguía con mis andanzas al margen de Luis, aunque yo le había dicho que aquello había quedado olvidado. Mi amiga desconocía la noche loca con Pepe, la posterior violación, ni mis pesadillas nocturnas. Por suerte, Jon no hizo nada que me molestara. Fue amable, se presentó como un amigo, sin dar más explicaciones, y llevo la conversación por derroteros muy alejados a nuestra antigua relación. Será siempre un caballero, lo sé.

También se dio cuenta al momento, de que yo ya no estaba en su registro y creo entender que, con una mirada suya, comprendió la mía cuando le vi comer con aquella chica y que no me acerqué a saludarlo. Fue consciente de inmediato de que había abandonado esa senda y regresado a mi vida normal. Siempre se portó muy bien conmigo y lo hizo también ese día. Debo admitir que ese atractivo tranquilo, sosegado, de contundencia medida y educada en la cama, y la serenidad que emanaba de esos ojos azulados, seguían siendo atractivas en lo físico para mí. Pero nada más. No hizo falta que yo hiciera ningún comentario, ni movimiento alguno, ni le impeliese con miradas o gestos. Era un hombre inteligente y entendió de inmediato. Tras tomarse una cerveza, se levantó, pagó nuestras consumiciones y se fue. Me dejó una mirada profunda, de despedida, de deseo de que me fuera bien en mi vida. Y yo se lo agradecí. Supo que nunca volvería ni con él, ni con nadie más.

Almudena y yo, al poco, nos despedimos y cada una se fue por su lado. Ella a cenar con su nueva pareja y yo, con Mamen y con Tania, a comunicarles que iba a luchar por Luis. Que, a pesar de mis reticencias, de mis temores y de que estaba convencida de que siempre le quedaría algo en su interior, deseaba seguir con él y mantener nuestro matrimonio.

Se que habrá gente que tampoco comprenderá esto. Que pensará que fuerzo la situación en mi conveniencia o que lo deseable y generoso por mi parte, sería dejar libre a Luis para que rehiciera su vida. Y es posible que tengan su parte de razón. No lo voy a negar, pero también tenemos derecho a intentarlo todas las veces que lo precisemos, siempre que quien está con nosotros, esté de acuerdo. En ese momento, donde todavía no había llamado a Luis y ni me imaginaba lo que iba a suceder, sentía que estábamos en la misma línea.

Creo que hice lo correcto. O al menos, nada que se pueda considerar malo. Nuestros hijos son algo básico y esencial para nosotros. Lo mismo que él para mí y yo para él. Nos queremos, hemos sido muy felices y hemos sufrido. Pero tengo claro que Luis es mi hombre, a pasar de sus miedos, de sus temores y de mi pasado. Y él me quiere. Por lo menos, hasta ese día…

Juzgar a la gente sin vivir dentro de ella, sin saber de verdad lo que sucede en el interior de la pareja, sin tener en consideración cosas como estar enamorado, y solo basarse en la racionalidad, no es válido. O yo, al menos, lo considero así. Es posible que otro Luis, o cualquier otro varón, hubieran cogido la puerta y solicitado el divorcio en cuanto yo le hubiera dicho que quería acostarme con otros hombres. Y, sinceramente, tampoco lo puedo criticar. En absoluto. Para alguno, incluso, sería lo razonable y correcto.

Pero tenemos derecho a ser felices. A cometer errores y a intentar repararlos. A luchar por lo que queremos y a pelear para revertir situaciones. Si él no hubiera tenido esa valentía o esperanza, hace tiempo que estaríamos separados y nuestra historia estaría finalizada. No oculto mi culpa. La totalidad de los problemas de nuestro matrimonio vienen por esa decisión tomada, sin demasiado seso o imbuida por ese síndrome de la mediana edad que no supe medir, ni controlar y me dejé llevar estúpidamente por deseos de sexo desenfrenado. He intentado revertir la situación, y Luis igual. Nos queremos, y aunque yo he cometido errores mayúsculos, tenemos derecho a ser felices. O a intentarlo.

En esa cena con Tania y Mamen ambas se alegraron de mi decisión. Ninguna intentó persuadirme de lo contrario. Tania me cogió la mano y sonrió. Mamen, más niña, se levantó de la mesa y me abrazó como una chiquilla. Son adorables y me han ayudado mucho. Las tres lloramos como bobas.

Y entonces fue cuando la noche empezó a torcerse. A las diez llamé a Luis desde el mismo restaurante en donde estábamos las tres, pero no me lo cogió. Lo hice una segunda vez y dejé un mensaje para que me llamara. No lo hizo, ni me lo leyó. Era extraño. Me acababa de decir que tenía deseos de verme y de retomar cuanto antes nuestra relación y yo le quería decir que sí, que estaba dispuesta. Me figuré que era tema del trabajo, pero la hora y esa pequeña alarma en mi interior, me atisbaron la duda.

Cuando a la mañana siguiente volví a llamarlo y tampoco obtuve contestación, empecé a preocuparme ya muy seriamente y se lo comenté a Tania. Tenía el día libre, y le pedí que me aconsejara. ¿Debía ir a casa o presentarme en su trabajo? ¿O esperar a que él contactara conmigo? Deseaba saber de Luis, pero no lo quería presionar. Algo me decía que las cosas no iban bien. Aunque le costço, Tania me convenció para que me tranquilizara y se ofreció a acercarse a nuestra casa o a su trabajo. Me extrañó, pero le dejé hacer. Me dijo que en cuanto supiera lo más mínimo, me llamaría.

Esa misma mañana supe la verdad. Y me reuní con un Luis triste y afligido, al que yo, a pesar del miedo tan voraz que me atenazaba, de la inmensidad de mis celos y del sufrimiento que me embargaba, no podía culparlo.

Y entonces, se lo dije. Con infimita tranquilidad, cogiéndole la mano y un reguero de lágrimas en mi rostro. Obviamente lo perdoné, le hice ver que no tenía de que arrepentirse. Que, en el fondo, me lo merecía y que siempre sería el hombre de mi vida. Que aquello no era nada comparable a lo que yo había hecho...

A duras penas le confesé de nuevo, esta vez por mí misma y no a través de una carta, que me era completamente inviable acostarme con nadie más y que ese miedo que Luis tenía era, por mi trauma, imposible que se cumpliera. No podía ni siquiera pensar en que otro hombre me tocara, mucho menos que me abrazara o besara con intenciones sexuales. Desde ese punto de vista, y también me culpaba por no habérselo sabido decir correcta y directamente, o no atreverme por el miedo a que no me entendiera o a que me sucediera un bloqueo con él, siempre había estado a salvo de una recaída mía a la senda oscura que transité.

—Siempre seré tuya Luis. De verdad. Nunca, nunca, nunca, volveré a estar con nadie más… pero eso debes comprenderlo tú.

Con una infinita congoja, me levanté, y tras apretarle la mano, emití una sonrisa triste y deslavazada, me volví.

—Llámame cualquier día… si quieres y crees que podemos seguir juntos. Yo te esperaré siempre.