Una decisión peligrosa (3)

Sara y su marido se aman, pero ella se obsesiona con perderlo por culpa de sus escasas habilidades en la cama. Para solucionarlo inicia un camino cuyo destino puede llevarla muy lejos, quizá demasiado. La primera noche ha sido muy dura.

NOTA: Recomiendo leer los capítulos anteriores para entender el hilo de la historia

Primero: http://www.todorelatos.com/relato/94129/

Segundo: http://www.todorelatos.com/relato/94354/

Sara estaba cercana a finalizar su primera sesión de aprendizaje de sexo avanzado. Max y Pedro se estaban encargando de ello. Había pasado por momentos de duda, de euforia, de negación… pero iba avanzando según las órdenes de Max, quien al verla a punto de quebrantarse en algún momento le hizo tomar un par de pastillas para facilitar su entrega. Pero le quedaba lo más duro de la noche, pues Max quería asegurarse de doblegar definitivamente la voluntad y el orgullo de la mujer. Sara debía cumplir un deseo de cada uno de los dos depredadores que estaban con ella, que se relamían al ver a Sara desnuda en la habitación de aquel burdel dispuesta a satisfacerlos. Preguntó quién sería el primero.

-        Yo, cariño. Y me vas a hacer un traje de saliva -anunció Pedro-.

Al oírlo, Sara se inquietó. No entendía del todo a qué se refería Pedro, pero no le sonaba nada bien. Inconscientemente hizo un gesto de sorpresa e ignorancia  y se quedó inmóvil sin saber qué hacer.

-        Ven aquí, guapa, te lo iré explicando sobre la marcha –le dijo Pedro cogiéndole de la mano y llevándola hacia la cama-.

Pedro se estiró cómodamente poniendo sus manos bajo su cabeza. Su panzón sobresalía de su cuerpo como una montaña en la planicie. La expresión de Sara al verlo no fue precisamente de deseo.

-        Ponte encima mío y empieza a lamerme desde la cabeza hasta los pies.

Sara ahora sí entendió lo que era un traje de saliva. A pesar del asco que le producía pensar en lamer a ese ser repugnante, obedeció sin rechistar. La alternativa era mucho peor. Se colocó a cuatro patas encima de Pedro, con sus piernas abiertas por fuera de las de él y apoyando sus manos a los lados de la cama. Fue descendiendo hasta alcanzar la oreja derecha del hombre y empezó a lamer. Aquel primer contacto hizo que el tremendo pollón de Pedro se pusiese como una estaca. En todo momento Sara evitaba el contacto de su cuerpo con el que tenía debajo, disminuyendo así la repugnancia que le provocaba lo que hacía. Pedro se deleitaba notando la trémula lengua de Sara recorriendo lentamente su piel. Se fijó en cómo sus pechos colgaban, balanceándose libres con los movimientos de la mujer. Se los acarició suavemente, notando su agradable tacto, mientras ella continuaba con su húmeda labor. Sara seguía avanzando y conscientemente evitó el contacto con la boca de Pedro, pero éste no admitió su maniobra.

-        Te dejas algo cariño.

Cogió las manos de Sara y repentinamente las separó de la cama. Ella perdió los puntos de apoyo sobre los que se sostenía y cayó como un saco sobre el cuerpo de Pedro, quedando pegada a él.  Pedro atrajo la cabeza de Sara hasta hacer que las dos bocas se juntasen. Sin decirle nada, le obligó a iniciar el morreo que ella quería evitar. Pedro le introdujo la lengua en la boca, recorriendo hasta el último rincón de la misma. Le mordió los labios, los babeó. Sara intentaba separarse de él, pero la tenía bien agarrada por la espalda haciendo que sus esfuerzos fuesen inútiles. Pedro gozaba no sólo de aquel beso, sino especialmente de sentir el cuerpo de Sara restregándose contra el suyo como consecuencia del forcejeo que mantenían y que alargó todo lo que pudo. Sus pechos, su vientre, su pubis, todo hacía contacto con el sudoroso cuerpo del hombre mientras continuaba violándole la boca con la lengua. En uno de los movimientos de Sara por intentar incorporarse, su sexo acabó recorriendo por completo el excitado pene de Pedro. Al producirse el placentero contacto, él se dio cuenta de la humedad que desprendía la mujer.

-¡Pero qué guarra eres, Sarita, estás empapada! –dijo él con sorna, mientras le introducía un dedo en la vagina-.

Esas palabras encendieron a Sara. Presa de un ataque de lujuria repentina, miró a los ojos a Pedro y se lanzó a comerle la boca con  deseo. Le besaba con ansia mientras que con profundos movimientos de cadera seguía recorriendo el miembro con su sexo. La intensidad de los restregones de Sara fue creciendo hasta el punto de acercar a ambos al orgasmo.

-        ¡Para, para, leona, que me vas a hacer correr! –exclamó Pedro separándose de la mujer-. Vamos más despacio, que no hay prisa.

Sara se quedó atónita, dudando de si por el rechazo sufrido o por el hecho de haberse excitado hasta ese punto restregándose con el cuerpo de aquel cerdo.

-        Deja que me calme un poco. Ponte en la postura de antes y continúa -ordenó Pedro-.

Sara, excitada, obedeció. Volvió a ponerse a cuatro patas sobre el hombre, acercó la cabeza a su pecho y empezó a besarlo. Paseó su lengua por los pezones de Pedro hasta erizarlos. Los mordisqueó y los estiró con los dientes, produciendo un escalofrío de placer en él.

Los escarceos de Sara continuaron por el peludo barrigón del hombre, pero llegado un momento en lugar de seguir descendiendo volvió de nuevo a su pecho. Pedro adivinó las intenciones de Sara al notar que ésta se demoraba demasiado en alcanzar la zona en la que él más deseaba recibir sus atenciones.

-        Más abajo, niña, que no muerde –le indicó Pedro.

Sara descendió hasta quedar enfrentada a la polla de Pedro, pero se quedó quieta sin decidirse a avanzar. De repente, él la agarró de su cabello, presionándole la cabeza hasta que la nariz de Sara chocó con sus huevos. Un olor ácido y desagradable inundó su pituitaria.

-        Quiero un buen lavado de bajos, guapa. Empieza por las ingles y ve despacio -le dijo Pedro mientras apoyaba los pies en la cama y abría sus piernas para facilitar la labor de Sara-.

Sara se sintió totalmente humillada. La visión que tenía delante le horrorizaba. Un enorme pene negruzco apuntaba a su frente. De él colgaban dos grandes bolas dentro de un escroto arrugado. Pelos canosos, gruesos y retorcidos adornaban aquel infernal panorama. Más abajo, entre dos nalgas grasientas, un negro agujero ponía la guinda a la imagen más desagradable que Sara había visto en su vida. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no huir inmediatamente de aquel lugar.

Consciente de que debía acabar con aquel tormento lo antes posible, acercó su lengua a una ingle de Pedro. Todavía dudó unos instantes pero finalmente dio el primer lametón. A éste le siguió otro, y luego otro. Sara recorría la ingle con su lengua de punta a punta, rozando los huevos del hombre y recogiendo involuntariamente restos de sudor acumulados en aquel inhóspito rincón. Recorrida esta zona, pasó al otro lado de sus huevos, repitiendo la misma operación e incrementando el ritmo. Pedro suspiraba de placer. A cada pasada de lengua su pene daba un pequeño salto de alegría.

Con una excitación creciente, Pedro quiso aumentar la humillación de Sara. Agarrándola del pelo, presionó su cabeza contra los huevos y la obligó a restregar su cara, con la lengua fuera, de lado a lado de su entrepierna. El rostro de Sara se embadurnaba de su propia saliva, lo que iba facilitando la velocidad de los movimientos. Sara cerraba los ojos para no ver en directo aquel repugnante festín.

Sara pensó que ya nada podría ser peor. Se equivocaba. Pedro detuvo los restregones forzados de la mujer.

-        Ahora, guapa, pasa tu lengua despacito por el camino que va desde la base de los cojones hasta el culo –le indicó-. Si lo haces bien tendrás un premio.

Pedro abrió más sus piernas y las encogió sobre su tripón, aguantándoselas con las manos en sus rodillas. Su aspecto era grotesco, pero de esta forma dejaba mejor al descubierto la zona de trabajo de la que Sara se tenía que ocupar.

A pesar del aspecto dantesco de lo que tenía frente a ella, Sara sabía que si quería volver a su casa no tenía alternativa y se dispuso a cumplir con lo ordenado. Colocó la punta de su lengua bajo el escroto de Pedro y la fue deslizando lentamente por aquella piel rugosa hasta llegar a su ano. Realizó el recorrido inverso y repitió el movimiento durante largos minutos al no recibir otra instrucción. Pedro se sentía morir de placer. No sólo el roce en esa zona tan sensible era la causa. Pensar que tenía a su Sara sometida de aquella manera aberrante colmaba todos sus sueños.

Sin previo aviso, Pedro se giró, poniéndose a cuatro patas y ofreciendo una nueva visión de su culo fofo a Sara. Sus huevos y su pollón, en segundo plano, colgaban apuntando a la cama.

-        Vamos a hacerlo más interesante. Lo que tienes que hacer ahora es muy fácil –dijo Pedro girando la cabeza para ver a Sara-. Méteme la lengua en el culo bien profundo y muévela de dentro a fuera tan rápido como puedas.

Sara casi se desmaya al oír aquello. Meterle la lengua por el culo al asqueroso de Pedro era el peor de los tormentos que podía imaginar. Pero lo cierto es que se sentía totalmente entregada y sin voluntad propia. Las terribles humillaciones sufridas la habían dejado sin fuerzas para resistirse. Pegó su cara al culo de Pedro y se dispuso a introducir su lengua por el ano. Se le revolvieron las tripas tan sólo rozar la rugosa piel del hombre. Un sabor nauseabundo inundó su boca y no pudo evitar una tremenda arcada que la hizo separarse de Pedro.

-        ¿No te gusta mi sabor, Sarita? –le dijo cínicamente-. Piensa que es como la cerveza, que al principio cuesta pero luego no puedes vivir sin ella.

Sara, con los ojos llorosos y una gran acumulación de saliva en la boca tras la arcada, vio que no podía continuar con aquello. Ante la demora, Pedro estiró su brazo, alcanzó la cabeza de Sara y la hundió de nuevo en su culo sin soltarla.

-        ¡Puta, no me jodas y empieza a follarme con la lengua o te vas a enterar!

Con la nariz hundida en la raja del hombre, Sara volvió a introducir su lengua en el apestoso ano. Esta vez, posiblemente por el temor que sentía, pudo contener una nueva arcada e inició la follada reclamada por Pedro. Dentro, fuera, dentro, fuera, cada vez con más velocidad.

-        ¡Muy bien, Sara, muy bien! –exclamó Pedro excitado-. Aprendes rápido. Estoy seguro de que sabrás hacer dos cosas a la vez. Agárrame la polla con las dos manos y pajéame despacio. Pero sobre todo no pares con la lengua.

Sara obedeció y manteniendo su actividad lingual cogió el pollón con las dos manos e inició un suave sube y baja. Debido a su posición no podía verla, pero sí pudo sentir un tronco grueso, caliente y venoso que a medida que pajeaba se iba endureciendo más y más. Pedro no había sentido tanto placer en su vida, aquello no se podía superar. Gruñía, resoplaba. Se giraba para ver el tantas veces deseado cuerpo de Sara, desnudo y en tensión, sintiendo cómo su lengua rebañaba su ano y sus cálidas manos estiraban rítmicamente de su polla.

ax, que seguía manteniéndose como mero espectador de lo que ocurría a escasos metros suyo, no se podía creer lo que estaba viendo. Había vivido mucho, con sus experiencias se podría escribir una enciclopedia, pero el brutal contraste de la imagen que tenía delante lo percibió como algo único, lo más morboso que podía imaginar su mente. Una diosa rubia, con un cuerpo de medidas perfectas, inocente y respetable ama de casa y de muy limitada y conservadora vida sexual, estaba follándole el culo con la lengua a un hombre que le repugnaba mientras le hacía una paja a su enorme polla. Y a pesar de lo durísimo que tenía que ser para ella, la mujer se aplicaba con esmero hundiendo su inexperta lengua en el ano del patán. Sucio y maloliente, pero lo hacía como si su vida dependiese de ello.

Por su lado, Pedro sabía que si continuaba así acabaría corriéndose en breve y no quería desperdiciar su semen sobre la sábana. Quería volver a meterla en su coño una vez más, posiblemente la última de su vida. Detuvo a Sara y se estiró en la cama.

-        Móntame –le ordenó-.

Sara, obediente, se incorporó hasta ponerse de pie sobre la cama. Se situó a ambos lados del cuerpo de Pedro, a la altura de su polla y antes de iniciar el descenso se mantuvo en esa posición durante unos segundos. Pedro los aprovechó para deleitarse con la visión de Sara. Su coño de labios discretos, su vientre plano, sus pechos erguidos. Tenía toda la piel perlada de gotitas de sudor que todavía la hacían más apetecible.

Lentamente Sara fue agachándose hasta rozar con su sexo el enhiesto miembro de Pedro. Ella misma lo cogió con la mano, lo restregó suavemente por sus labios hasta situarlo frente a la entrada de su vagina y descendió lentamente hasta introducírselo por completo. Apoyó sus manos sobre el pecho de Pedro e inició un lento movimiento circular sin despegarse del cuerpo del hombre.

Pedro sentía su pene cálidamente abrazado por la intimidad de Sara. Empezó a acariciarla con dulzura por los pechos, bajando por los costados y quedándose en sus nalgas. La sensualidad de la escena contrastaba con la obscenidad de hacía unos momentos.

Poco a poco, Sara fue incrementando el ritmo de sus movimientos. Su rostro reflejaba una intensa sensación de placer. Realmente estaba disfrutando de la follada. Apoyada en sus rodillas, subía unos centímetros su cuerpo para después dejarlo caer e incrustarse el pene de Pedro hasta lo más profundo de su sexo. Sus movimientos fueron acelerándose y acompasándose progresivamente con los de Pedro. Parecían dos amantes en un sensual acto de amor.

Viendo la excitación de Sara, Max decidió que era el momento de cumplir su deseo. Llevando un bote de gel que sacó del baño, se aproximó a ellos sentándose detrás de la mujer. Puso una buena porción en sus dedos y empezó a untarla en el ano de Sara. Ella, alertada por la intrusión, dio un salto intentando evitar lo que ya se imaginaba.

-        Éste es mi deseo, Sara -le dijo Max-.

-        Eso sí que no –dijo ella asustada-. Nunca lo he hecho por ahí, me matarás de dolor si lo intentas.

Max ya no dijo nada más. A una señal suya, Pedro abrazó fuertemente a Sara reteniéndola contra él. Max continuó su trabajo tranquilamente, esparciendo gel con un dedo en el ano de ella, dilatándolo poco a poco. Sara se movía desesperada intentando detener aquello, pero Pedro, bien agarrado a ella, se lo impedía. Éste continuaba con su follada particular, lentamente, ajeno a lo que ocurría al otro lado de la cama.

Max introdujo un segundo dedo  y después un tercero. Sara intentaba gritar, pero Pedro le tapaba la boca con la suya, iniciando un morreo violento que incrementaba su excitación. Cuando Max consideró que aquel precioso culo ya estaba preparado para ser estrenado, se subió a la cama poniéndose de rodillas, se acercó al culo de Sara, cogió su miembro con una mano y lo apuntó al ano de la mujer.

-        Prepárate, querida, esto te va a doler un poco –dijo Max anunciando el asalto-.

Sara se revolvía en un intento desesperado por detenerle, mientras  Pedro detenía su mete y saca para facilitar la labor de Max. En el primer empujón, no consiguió la más mínima penetración. El culo de Sara se cerraba como una ostra impidiendo la entrada de aquel intruso. Max reculó y se preparó para un segundo intento. Aplicando más presión, el glande invasor consiguió en parte traspasar el anillo de Sara. Esta vez Max no retrocedió y en un tercer intento consiguió introducirle su glande por completo. Al sentirlo dentro, Sara echó su cabeza hacia atrás hasta donde se lo permitió su cuello y lanzó un grito desgarrador. Debió oírse en todo el burdel.

-        ¡Sácame eso, me estás partiendo por la mitad, cabrón! – gritó desesperada-.

El dolor que sentía Sara era insufrible, tuvo la sensación de estar pariendo por tercera vez.

-        Ya ha pasado lo peor, cariño –le dijo Max-. Relájate y verás como pronto empiezas a disfrutar.

Max se cogió a las caderas de Sara y continuó con una lenta penetración. Poco a poco, centímetro a centímetro, el culo de Sara iba engullendo el miembro de Max mientras ella lloraba de dolor. Éste notaba la estrechez del conducto que atravesaba, sin duda la estaba desvirgando. Siguió avanzando al compás de los lamentos de la mujer hasta que por fin, después de largos minutos de esfuerzo, consiguió enterrársela por completo, sintiendo cómo sus huevos chocaban contra su sexo. Max se mantuvo quieto durante unos instantes para que aquel delicioso culo se adaptase a su miembro. Para ayudar a tranquilizarla, empezó a acariciar su espalda tiernamente.

-        Ya está, Sara, ya está.

Sara, totalmente ensartada, se iba calmando a medida que su cuerpo se acostumbraba a tanta ocupación. Ambas pollas, todavía quietas, la penetraban por completo y hasta el fondo. El primero en retomar la acción fue Pedro. A base de pequeños movimientos de cadera, sacaba algunos centímetros de su polla de la vagina de Sara para volver a introducirlos inmediatamente. Progresivamente, Pedro fue imprimiendo mayor velocidad a su follada.

El primer gemido de placer de Sara fue muy leve, pero perfectamente captado por los oídos de los hombres. Max buscó con la mano el clítoris de Sara para proporcionarle un suave masaje que compensase el seguro dolor que le provocaba con su polla. Un profundo suspiro de Sara le anunció que podía empezar sus movimientos. Retiró varios centímetros de polla del culo de la mujer para volver a meterlos. Sara se quejó de dolor, pero  no se resistió. A partir de aquí, las dos pollas entraban y salían de los orificios de Sara de manera acompasada, mientras Max aceleraba las caricias sobre su clítoris. Una extraña mezcla de placer y dolor iba invadiendo el cuerpo de Sara, que sin duda ya empezaba a disfrutar de la doble penetración.

Los minutos pasaban y a Sara cada vez le gustaba más aquello. Pensó que nunca se había sentido tan llena, era muy diferente a cualquier otra sensación vivida. Por encima del placer que le proporcionaba Pedro y del dolor provocado por Max, el tener a dos hombres dentro de su cuerpo, excitados, con las pollas duras como rocas, la colocaba al borde del éxtasis en un goce más mental que físico.  Su excitación fue creciendo y ahora ya era ella quien con movimientos enérgicos buscaba intensificar las penetraciones de sus dos amantes. Sus gemidos se convirtieron en berridos, movía enloquecida su cabeza de lado a lado. Con una mano empezó a restregarse sus pechos, mientras que con la otra apartó la de Max para realizarse ella misma una frenética masturbación de su clítoris. Sara ya sentía cómo los espasmos recorrían su cuerpo.

-        ¡Hijos de puta, dadme duro, cabrones! –gritó desbocada-

Sara necesitaba más, nada le era suficiente para colmar sus ansias de placer. Lo quería más fuerte, más profundo, más rápido, más intenso. Botaba sobre el cuerpo de Pedro, sacando toda su polla de dentro y dejándose caer para volver a introducírsela de golpe. Quería, necesitaba, sentir cómo aquella enorme barra recorría su vagina de punta a punta, violentamente, notando cómo avasallaba su intimidad sin respeto ninguno. Por su parte, Max la follaba por detrás con fuerza, chocando en cada embiste con su culo. Con sus manos Sara se abrió las nalgas, quería sentir la polla de Max más adentro, que le atravesase por completo. Empezó a ser ella quien buscaba su polla con fuertes movimientos de cadera.

-        ¡Más, más, más…! –gritaba Sara con su rostro completamente congestionado-.

Ya no había placer ni dolor, todo se fundía en una única sensación de explosión de los sentidos. Sara tenía los ojos en blanco. Gotas de sudor se deslizaban por toda su piel, siendo lamidas con avidez por Pedro. Los orgasmos de Sara se empezaron a encadenar uno tras otro. No podía parar de temblar. Los tres intensificaban sus movimientos, en un obsceno concierto de gemidos, gritos y placer. De repente, Sara sintió como las dos pollas coincidieron simultáneamente en una dura y profunda penetración conjunta que le llegó hasta el alma y una tremenda convulsión le recorrió por la espalda, estallando en el último y definitivo orgasmo de la noche, dejándola casi sin sentido. Sara había visitado el cielo. No pudo evitar orinarse, pues ya no controlaba parte alguna de su cuerpo. Pero la fiesta no había acabado aún.

-        Cógela bien, Max! –exclamó Pedro-. Y ahora abre la boquita, cariño. Seguro que con esos labios que tienes debes dar unas mamadas de campeonato y quiero probarlas.

Sin sacarle la polla del culo, Max retuvo a Sara por los hombros para que no se moviese. A punto de correrse, Pedro se salió del cuerpo de Sara, poniéndose de rodillas frente a ella. Le levantó la cabeza, cogió su miembro con una mano y penetró su boca de una vez y hasta el fondo, presionando sus huevos contra la barbilla de la mujer. Sara, todavía sufriendo convulsiones, apenas reaccionó. Pedro inició una brutal follada de su boca mientras el cuerpo de Sara se movía como una muñeca de trapo ante los sucesivos empujones que recibía por sus extremos. Los golpes de riñón que daba Pedro eran bestiales, debía estar llegándole la polla hasta el esófago. Pero Sara no se resistía, parecía que ya no estaba allí. Tan sólo cantidades ingentes de babas que se desbordaban de su boca atestiguaban lo que estaba ocurriendo allí adentro.

El primero en correrse fue Max, en un orgasmo grandioso, llenando el recto de Sara con su semen. A continuación fue Pedro quien alcanzó el clímax, eyaculando copiosamente dentro de la garganta de Sara y sin sacar su polla en ningún momento. Instintivamente, ella intentó tragar todo la leche que salía de aquella polla para no asfixiarse. Pero era tal la cantidad que recibía que le era imposible.

-        ¡Trágatela toda, verás qué buena está! –gritó Pedro enloquecido de placer-.

Sara quería expulsar todo aquello de su boca para poder respirar, pero taponada por el tremendo pollón no podía. Tragaba y tragaba, pero no era suficiente. La leche seguía entrando a cada espasmo de Pedro. Después de una serie de arcadas, Sara tosió con fuerza. El semen que no llegaba a ser ingerido acabó saliendo por el único camino que encontró y enormes goterones de leche empezaron a brotar de su nariz, resbalando hasta depositarse en sus labios. Finalmente, Pedro se retiró satisfecho y los tres quedaron derrotados sobre la cama, formando un amasijo de carne, sudor y semen.

Las primeras luces del día empezaban a dejarse ver. Pedro se levantó, se vistió y con una mirada de agradecimiento infinito se despidió de Max.

Sara se quedó profundamente dormida. Max la acarició con cariño, apartando de su rostro  los pelos que el sudor le enganchaba.

-        Ha sido increíble, Sara. Eres la mujer con la que cualquier hombre sueña estar, aunque sea sólo una vez en la vida. Envidio a tu marido –le dijo mirándola tiernamente-.

Sin que ella despertara, la cogió en brazos y la llevó hasta la ducha para bañarla. Cuidadosamente la aseó hasta que ningún resto de la orgía celebrada se notase sobre su cuerpo. Tan sólo un sexo algo irritado y un ano dilatado permitían adivinar los excesos a los que habían sido sometidos. Buscó sus ropas e intentó que recuperase el aspecto más digno posible. Por fin ella despertó.

-        Llévame a casa, Max, te lo ruego. No puedo más –suplicó Sara sin apenas abrir sus ojos-.

Max se vistió y le dio un último beso. Sara apoyó su cabeza en el hombro de Max, se cogió de su cintura y salieron juntos de la habitación y del burdel.

Durante el trayecto en coche no se dijeron nada. Max quería que ella fuese digiriendo todo lo que había ocurrido aquella noche. Que recordase su sometimiento, su entrega absoluta incluso a un ser tan abyecto como Pedro, que reviviese episodios para ella impensables hasta hacía poco tiempo. Pero sobre todo, quería que recordase el inmenso placer del que sin duda había gozado, los orgasmos interminables de los que había disfrutado hasta desfallecer y la lujuria desenfrenada que había llegado a mostrar.

Por su parte, Sara no quería pensar en nada. Apoyando su cabeza en la ventana, se mantuvo todo el rato con los ojos cerrados. Necesitaba descansar. Habían sido más de cinco horas de un sexo brutal, fuera de su matrimonio, y estaba agotada y aturdida. Pero a pesar de sus esfuerzos por mantener la mente en blanco, constantes flashes de lo vivido insistían en aparecer fugazmente en su memoria. Placer, dolor, humillación, éxtasis… todas esas sensaciones contradictorias se agolpaban en su cabeza sin cesar, sin que ninguna de ellas se impusiese sobre las demás. Posiblemente, por encima de todas, estaba la satisfacción. Satisfacción porque acababa de superar una terrible prueba. Satisfacción porque se creía más cerca de su objetivo final. En aquel momento estaba convencida de que no tendría que arrepentirse de la decisión tomada.

Al llegar a la casa de Sara, Max detuvo su coche y la miró.

-        Descansa, Sara, te lo has ganado –le dijo Max-. Te llamaré dentro de un par de días, después de lo que has hecho hoy ya podemos pasar al siguiente nivel.

Antes de descender del vehículo, Sara le devolvió la mirada y se quedó callada. No sabía si maldecirlo o darle sinceramente las gracias. Optó por mantener el silenció y se marchó. Antes de que entrase en casa, Max le preguntó:

-        Por cierto, ¿te duele la cabeza?

-        No –respondió Sara extrañada por la pregunta-.

-        Me lo imaginaba –continuó Max-. Después de dos aspirinas sería raro que te doliese.

Sara se quedó pensativa un instante y después una leve sonrisa asomó en sus labios. Se quedó mirando cómo se alejaba el coche de Max hasta perderlo de vista.

Ahora, en una apacible soledad, ya sólo pensaba en descansar, en arrullarse en su cama, rodeada de todo aquello que le era familiar, alejada de discotecas, burdeles, magreos y folladas. Con ese deseo de confort y seguridad que da lo cotidiano entró en su casa. Pero no siempre los deseos se cumplen.

-        Buenos días, Sara. ¿Qué tal la fiesta, lo has pasado bien?

Su marido, Carlos, estaba sentado en un sillón del salón, trajeado y con la maleta a punto para coger el vuelo que la noche anterior le cancelaron. Su rostro, marcado por las ojeras propias de no haber dormido en toda la noche, era de una gravedad que no auguraba nada bueno. Al verlo, Sara estuvo a punto de desmayarse. Tardó en reaccionar a la sorpresa que se encontró. Su primer instinto fue ir llorando a los brazos de su marido y pedirle perdón por lo que había hecho y confesárselo todo, pero se contuvo. Se quedó junto a la puerta del salón, quieta, sin saber qué hacer. Sólo pensaba en si Carlos se habría enterado de algo.

-        Pero… Carlos… ¿qué haces aquí? ¿Ha pasado algo? –Sara no sabía ni lo que preguntaba, estaba totalmente desorientada-.

-        ¿Qué si ha pasado algo? Eso me lo tendrás que explicar tú a mí –dijo Carlos, intentando controlar su ira-. Llevo toda la noche llamándote para decirte que mi vuelo se había cancelado y me ha sido imposible encontrarte. ¡Cuarenta y dos llamadas, Sara, te he llamado cuarenta y dos veces sin obtener respuesta alguna! Pensaba que te había ocurrido alguna desgracia. He estado a punto de llamar a la policía. ¡Y frente a todo esto, lo único que veo es que llegas tan contenta, pasadas las 8 de la mañana y con una pinta de puta que tira de espaldas! ¿Me quieres decir de dónde vienes?

Sara ya no podía aguantar sus ganas de llorar. Por si era lo poco lo que había tenido que hacer aquella noche, ahora debía enfrentarse a su marido. Estaba agotada y ya no tenía fuerzas ni para mentir.

-        Carlos, cariño, lo siento muchísimo. No me he dado cuenta de que tenía el móvil apagado… –dijo Sara entre sollozos-.

Carlos intentó serenarse. Por lo menos pudo comprobar que Sara estaba bien y eso le tranquilizó un poco. Verla en casa era lo más importante, pero no era lo único.

-        Dime, Sara, por favor, ¿dónde has estado?

-        Carlos, ya lo sabes, en la despedida de soltera de Tina, la amiga del club que te comenté –respondió Sara con un hilo de voz y su mirada gacha-. Siento mucho lo que ha pasado, bebimos y no fue consciente de lo tarde que era hasta ahora.

Carlos no podía soportar aquella situación. Era la primera vez que sentía que Sara le estaba mintiendo

-        Por última vez, Sara –dijo Carlos con una mirada triste, casi desolada-, te lo ruego, no me mientas, ¿tienes algo que decirme?

Aquellas palabras acabaron con ella. Nunca había visto a su marido tan abatido. Se sentía morir por lo que había hecho, por lo que estaba haciendo. Pero ni así, ni viendo cómo Carlos cogía su maleta dispuesto a marcharse, Sara podía decir nada. Iba a derrumbarse de un momento al otro.

-        Carlos… yo…


CONTINUARÁ (y, como siempre, valoraré mucho vuestros comentarios)