Una decisión peligrosa (2)
Sara y su marido se aman, pero ella se obsesiona con perderlo por culpa de sus escasas habilidades en la cama. Para solucionarlo inicia un camino cuyo destino puede llevarla muy lejos, quizá demasiado. El inicio está lleno de luces y sombras.
NOTA: Recomiendo leer el primer capítulo para entender el hilo de la historia.
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Sara acababa de iniciar aquella noche un arriesgado viaje a un mundo de sensualidad extrema, un mundo que hasta ahora ella siempre había rechazado al considerarlo del todo opuesto a sus gustos y su moral. Lo estaba haciendo de la mano de Max, un enigmático personaje que le habían indicado como idóneo para su objetivo: dar un vuelco a la mojigata conducta sexual que mantenía con su marido.
Esa misma noche, el marido de Sara, Carlos, cenaba con un buen amigo en un restaurante de la lujosa urbanización en la que vivían. Se conocían de toda la vida, habían estudiado Derecho juntos y ambos eran socios en una firma internacional de abogados. Hacía pocos días que se habían visto en casa de Carlos, en donde su amigo, Alex, le comunicó la inminente rotura de su matrimonio. Se había enamorado perdidamente de una mujer más joven, vital y de una sensualidad desbordante, y no dudó en abandonar a la madre de sus hijos por una vida que le atraía de manera irrefrenable. Carlos se sorprendió mucho, pues tanto él como Sara siempre habían considerado a la pareja como un matrimonio perfecto. Durante la cena, el tema principal de conversación fue, obviamente, la separación de Alex.
- ¿Cómo se lo ha tomado Sara? –preguntó Alex a Carlos-. Sabes que ella y Ana eran también buenas amigas y seguro que le ha sabido mal. Me temo que tu mujer ahora me odiará por haberle hecho esto a Ana –comentó el amigo forzando una sonrisa-.
- La verdad es que no le he comentado nada –respondió Carlos-. Prefiero que sea Ana quien se lo diga.
- ¿Y ella no te ha dicho nada? Qué raro, me pareció que nos escuchaba cuando te lo comenté. Recuerdo que tú y yo estábamos en el jardín junto a la entrada de tu casa y Sara andaba por el salón, cerca de nosotros. Pero bueno, mejor así, hasta que no sea público prefiero que no lo sepa mucha gente.
- ¡No me jodas, Alex! ¿Te pareció que nos escuchaba y no me dijiste nada? ¡La que me va a liar si nos ha oído! –exclamó Carlos riendo-.
- ¿Y eso? ¿Por el hecho de divorciarme? –le preguntó el amigo extrañado-.
- ¡No, hombre no! –dijo Carlos riendo-. ¿No te acuerdas de que a raíz de hablarme de tu nueva novia y de lo explosiva que es en la cama acabamos recordando los viejos tiempos de solteros? Incluso salió a escena Laura y los polvos que me pegaba durante horas, aullando como una loba, y de los que yo salía casi sin poder caminar. Sara se habrá enterado de las juergas que nos pegábamos. ¡Me va a matar! –continuó riendo Carlos-.
Pero lo que Carlos ya no recordaba era que en aquella conversación se dijeron más cosas relativas a las razones del divorcio de su amigo. Un sexo escaso, monótono, de luz apagada y a lo misionero era el que Alex tenía con Ana, a pesar de las innumerables ocasiones en las que intentó con ella probar nuevas experiencias. Cuando su amigo se sinceraba con él, Carlos pensó que aquel tipo de relaciones eran exactamente las mismas que tenía con Sara y acabó reconociendo a su amigo que echaba de menos aquellas sensaciones de locura vividas de soltero. Lo que no le llegó a decir, para no herir los sentimientos de su amigo, es que para él había una gran diferencia entre ambas parejas: en su caso, era tal el amor que sentía por Sara que todo quedaba sobradamente compensado por el hecho de estar a su lado, y que la deseaba tanto que un simple roce de su piel superaba el mejor de los polvos con Laura.
Estaban acabando de cenar cuando de repente Carlos se levantó de la mesa. Le parecía haber visto a una amiga de su mujer a punto de abandonar el restaurante.
- ¡Luisa! –exclamó sorprendido-.
- ¡Hombre, Carlos! –respondió la mujer al girarse, más sorprendida que el propio Carlos- ¿Qué tal, guapo, qué haces tú por aquí? Me comentó Sara que salías de viaje esta noche, veo que has cambiado de planes –continuó Luisa visiblemente nerviosa-.
- Pues sí, aunque más que cambiarlos me los han cambiado. Se ha suspendido mi vuelo y no sale hasta mañana a primera hora –contestó Carlos-. Ha sido todo tan repentino que ni siquiera se lo he podido decir a Sara. Está en una despedida de soltera y le he llamado varias veces para comentárselo pero siempre me sale el contestador. ¡A ver si es que me está poniendo los cuernos con un boy de esos cachas y de medidas descomunales! –comentó Carlos de manera jocosa-. Por cierto, ¿no me dijo Sara que tú también ibas a la fiesta? ¿Qué te ha pasado?
- Bueno… -Luisa intentaba responder sin saber qué decir-. Un compromiso de última hora.
- ¿Un compromiso? Pero si acabo de ver a tu marido contigo–respondió extrañado Carlos-.
Justo en ese momento, el marido de Luisa se acercaba a ellos. Se saludaron, presentaron a Alex y ante la insistencia de Carlos se sentaron en su mesa a tomar una copa. A Luisa se le notaba muy tensa e incómoda, pero por lo menos había conseguido desviar la atención y que Carlos no siguiese indagando sobre la dichosa despedida de soltera. Charlaron un rato los cuatro hasta que Carlos hizo una propuesta para continuar la noche.
- ¿Qué os parece si nos vamos los cuatro a la discoteca de tu hermano, Luisa? Aunque Pedro es un poco agarrado, seguro que le sacamos una copa –dijo Carlos animado-.
Luisa se puso de todos los colores y dijo que en otra ocasión. Pero tanto Carlos como los otros dos hombres insistieron, pues a los tres les apetecía. Finalmente, Luisa acabó poniéndose hecha una fiera, rechazando obstinadamente y de malos modos el plan de Carlos, generando extrañeza en todos por el duro tono que empleó. Llegados a este punto, y para rebajar la tensión, Carlos le dio la razón y dijo que mejor quedaban para otro día en el que pudiese estar Sara y de paso él se iría a casa pues tenía que madrugar al día siguiente. Cuando ya se despedían, Carlos se acercó a Luisa y cogiéndole de un brazo la miró fijamente a los ojos.
- Luisa, no has ido a la fiesta y además te veo muy rara, ¿qué ocurre?, ¿está pasando algo que deba saber? –le preguntó en voz baja pero muy grave-.
- No sufras tontorrón –exclamó Luisa forzando un tono distendido que en nada encajaba con su nervioso estado de ánimo-, tú ya sabes que Sara te quiere demasiado como para irse con un boy.
A Carlos no le tranquilizó en absoluto la respuesta de Luisa, pero consideró que no debía insistir más. Se despidió de la pareja y se sentó de nuevo a la mesa con su amigo.
- ¿Ocurre algo? –le preguntó su amigo-.
- Espero que no –respondió serio Carlos, con cara de preocupación-.
Ambos amigos se despidieron y Carlos se dirigió a su casa.
Camino del coche, Luisa cogió su móvil mientras su marido iba a pagar el parking.
- Sara, por Dios, llámame en cuanto oigas mi mensaje. Es importante, me acabo de encontrar a Carlos, le han suspendido el vuelo y no sale hasta mañana. Bueno, espero que estés bien y que todo te esté yendo como esperabas. Me siento tan mal por haberte metido en este lío… Un beso muy grande, querida. Y por favor, llámame antes de ir a tu casa.
Durante el trayecto en coche Sara no podía evitar repasar mentalmente las fuertes experiencias vividas en la discoteca. En apenas unas horas, se había dejado manosear hasta sus partes más íntimas por cinco hombres distintos y, salvo Pedro, todos ellos desconocidos. Había sufrido, soportado los besos y magreos del ser que más le repugnaba del mundo, se había portado como una auténtica puta. Pero también reconocía que le habían hecho cosas con las que había gozado muchísimo. Había alcanzado grados de excitación como nunca los había sentido, incluso estuvo dos veces a punto de estallar en orgasmos extraordinarios, especialmente con Max. Recordaba sus manos acariciando su sexo, sus dedos realizándole una masturbación salvaje hasta llevarla a las puertas de un clímax que prometía ser sublime, pero que interrumpió súbitamente dejándola en un estado de ansiedad sexual irreprimible. Rememorando aquel momento, la emoción del placer prohibido, Sara notó cómo involuntariamente volvía a excitarse, y con ello los remordimientos por el sentimiento de estar siendo infiel a su marido por primera vez le hicieron sentir una profunda sensación de tristeza y amargura. Sara intentó sobreponerse a aquel caos que se agolpaba en su cabeza, convencerse de que ella no era infiel, que precisamente lo que estaba haciendo era por amor a su marido, por no perderlo. Y eso no podía ser infidelidad. Pero en el fondo, su manifiesta humedad le hacía dudar. Tuvo que concentrarse en las razones que le llevaron a ello para poder continuar y recordó la conversación que su marido mantuvo con un amigo sin que ellos la viesen. Con estos pensamientos estaba cuando poco a poco el sueño y el cansancio la vencieron y se quedó dormida.
Poco antes de llegar a su destino despertó.
- Max, ¿qué va a pasar ahora? ¿Me vais a hacer el amor? –preguntó con voz resignada-.
- No, cariño, aquí no hay nada de amor. Aquí sólo hay sexo desenfrenado y duro. Vamos a follarte hasta que pierdas la consciencia –respondió Max con contundencia-.
- Pero estoy muy cansada, Max, y quiero irme a casa. Además, no creo que esté preparada para eso que dices –dijo Sara con voz suplicante-.
- Sara, sé que están cambiando muchas cosas en tu vida esta noche, pero es el camino correcto, el único posible. Debes probarte más a ti misma, empezar a saber lo que eres capaz de hacer y de soportar –decía Max con un tono que pretendía ser tierno y convincente-. Y lo vas a hacer ya. Para empezar, dime lo que te vamos a hacer ahora.
Sara tardó en contestar.
- Me vais… a… follar –dijo sin que casi se pudiese oír-.
- ¡No te oigo, más alto! –ordenó Max-.
- ¡Me vais a follar! – gritó Sara-.
- ¡Te vamos a meter la polla por todos tus agujeros, dilo! –
- ¡Me vais a follar, a meterme vuestras pollas…
Sara no pudo continuar la frase pues un repentino ataque de llorera se lo impidió. Max le dijo que se calmara, que todo iría bien. Su sonrisa cínica dejaba la duda de si lo bueno era para ella o para él.
Los tres llegaron juntos al burdel. Al entrar, una enorme mujer de aspecto descuidado saludó a Max con efusividad.
- ¡El cabrón de Max, pero cuánto tiempo sin verte, hijo de la gran puta! –exclamó Manolita- Pero qué buen aspecto tienes, ya sabes que cuando quieras estoy a tu disposición.
- Muchas gracias Manolita, tú siempre tan amable –respondió Max-. Ya me pensaré lo de tu oferta. Pero hoy, como ves, estoy ocupado.
- Bueno, bueno, bueno, ¿quién es esta preciosidad? –preguntó ella señalando a Sara-. ¿Es del oficio? Si está libre pásamela. La pongo a doble turno y con las ganancias me retiro en un año.
Manolita soltó una carcajada estruendosa que fue seguida por las risas de Max y Pedro. La única que no se reía era Sara. El pasar por una puta no era precisamente el sueño de su vida.
- Y tú, bicho malo –advirtió Manolita mirando a Pedro- no me la líes que te conozco, no quiero problemas en mi casa. Anda, subid y disfrutad, que ya os he preparado la suite.
Cuando llegaron a la habitación, Sara no se atrevía a entrar. El deplorable aspecto del cuartucho ya justificaba tal decisión: no más de diez metros cuadrados en los que una cama destartalada, una vieja silla de madera y un escritorio que había conocido mejores tiempos resumían la suite que les habían reservado. Pero no, no era por eso que ella se resistía a entrar. Sara sabía lo que iba a pasar allí dentro si lo hacía. Iba a follar. Sin su marido. Con un casi desconocido y con el ser que más le repugnaba del mundo. Iba a entregar lo más íntimo de su ser a ambos por una razón de la que empezaba a dudar que pudiese conseguir. Intentó darse la vuelta y marchar, pero de un empujón Max la hizo entrar y cerró la puerta con llave.
- Déjame marchar, te lo ruego –dijo Sara sollozando-.
- No puede ser, Sara, ya te lo he dicho. Lo que te pasa es que estás cansada y te cuesta razonar.
- De verdad, Max, no puedo seguir con esto.
- Tenemos un acuerdo, Sara, y lo vas a cumplir. Yo te voy a ayudar, verás qué fácil es.
Max entró en el baño de la habitación, llenó un vaso con agua y sacando una pastilla de su bolsillo se la acercó a Sara.
- Ten, tómate esto y bebe. Te sentirás mejor.
- ¿Qué es esto, Max? ¿Qué me estás dando? ¿Droga?
- Tú tómatelo y no pienses más. De eso ya me ocupo yo.
Sin saber bien por qué, Sara le obedeció. Aquel hombre la tenía totalmente dominada, era incapaz de desobedecerle en nada. Tomó la pastilla, bebió y se sentó en la cama a esperar acontecimientos. Durante unos instantes, el silencio fue total. Max lo interrumpió.
- Levántate Sara. Y tú, Pedro, desnúdala.
Pedro se acercó a Sara para cumplir con la exquisita orden recibida y se quedó frente a ella unos instantes, mirándola a los ojos. Sara, de pie e inmóvil, sintió un escalofrío de pánico recorrer todo su cuerpo. Pedro se agachó y empezó por las sandalias. Tomó un tobillo de Sara y retiró la primera. Con el pie todavía suspendido, lo acarició y alzó su mirada hacia el cuerpo de ella. Desde su posición, el hombre tenía una vista privilegiada de Sara. Se quedó hipnotizado admirando cómo el pequeño tanga comprimía su sexo. Pedro no recordaba haber visto algo tan bello en su vida. Dejó el pie en el suelo y repitió la operación con el otro. Una vez la descalzó, y continuando agachado, subió las manos por las piernas de la mujer hasta llegar a su cadera. Allí tomó las tiras del tanga y se lo fue bajando lentamente. Sara se sintió desnuda y reaccionó intentando cerrar sus piernas. Pedro se lo impidió. A un palmo de su cara tenía la intimidad, totalmente desprotegida, de su hembra soñada. Poco a poco se fue acercando al deseado tesoro hasta rozar con su nariz el sexo de la mujer, perfectamente depilado. Restregó su cara con verdadero deleite, aspirando los aromas que de allí fluían. Satisfecho al notar que la piel de Sara se erizaba, Pedro se incorporó y se abrazó a ella hasta dar con los botones de su falda. Los desabrochó de manera experta y la falda cayó a sus pies. Pedro retrocedió dos pasos para poder admirar la belleza que tenía delante. Tan sólo cubierta con el top, el cuerpo desnudo de Sara era toda una invitación a la lujuria. Cuando Pedro se dirigió a quitarle la última prenda, Max le interrumpió.
- Espera Pedro, no se lo quites, me gusta verla así.
Sara se sentía como un objeto en un escaparate. Sin embargo le sorprendió sentirse relajada. Parecía que sus reticencias iban desapareciendo, incluso llegó a preguntarse si en el fondo no estaba disfrutando de aquello. No podía ser, ella no era así. A ella le gustaba el sexo discreto, suave, abrazada a su marido al que amaba con locura y que le hacía el amor con cariño. A ella le repugnaba tanta obscenidad, por lo que para tranquilizar su conciencia se convenció de que serían los efectos de la pastilla de Max lo que modificaba tan radicalmente su comportamiento.
- Échate en la cama, Sara. Encoge las piernas y ábrelas todo lo que puedas-ordenó Max-.
Sara obedeció, como siempre. Al hacerlo fue consciente de que quedaba totalmente expuesta, como nunca lo había estado delante de nadie. Pero no le importó.
- Pedro, disfrútala y hazla disfrutar –sentenció Max-.
Completamente excitado, Pedro se desnudó a toda velocidad y se acercó a Sara. Ella observó que el cuerpo del hombre era todavía más desagradable de lo que podía imaginar: fofo, peludo y gordo. Eso sí, su miembro era descomunal, más largo y grueso que el de su marido.
Pedro se arrodilló a los pies de Sara, le separó todavía más los mulos con sus manos y mirándole a los ojos se lanzó a devorar el manjar que tenía delante. El primer lametón sobre el sexo de Sara la hizo estremecer hasta el punto de curvar su espalda. Nunca se lo habían hecho y sintió que la sensación era extraordinaria. Consciente de que le había gustado, Pedro continuó recorriendo con su lengua los labios de la mujer de arriba abajo. Los chupaba, los lamía, esparcía su saliva por toda la zona. Pasaban los minutos y Sara se retorcía de placer, gemía, parecía que todo síntoma de repugnancia había desaparecido. Pedro atacó entonces su clítoris, que ya destacaba de excitación. Mientras lo acariciaba con la lengua, le introdujo un dedo en su empapada vagina. Inició una lenta masturbación que a Sara le hizo suspirar. Pedro añadió un dedo y luego otro. El coño de Sara todo lo absorbía con gusto. Los movimientos se aceleraron y ella empezó a sentir los primeros espasmos provocados por el placer que Pedro le daba.
- Para –ordenó Max-.
Pedro se separó de ella, extrañado.
- Dime Sara, ¿quieres que continuemos?
- Sí, sí –respondió jadeante.
- Pues pídelo.
- Por favor, déjame acabar esta vez, te lo ruego –suplicaba ella-.
- Pídelo bien, pide que te follemos.
- ¡Por favor, folladme, no puedo más, lo necesito!
- Está bien –concedió Max-. Pedro, acaba lo que estabas haciendo.
Inmediatamente Pedro se lanzó sobre el coño de Sara. Le introdujo tres dedos de golpe reanudando una masturbación infernal mientras mordía su clítoris. Al poco rato de recibir de nuevo este tratamiento, Sara explotó en un orgasmo descomunal. Instintivamente cerró sus piernas y con las manos apretó contra su sexo la cabeza de Pedro para que no se despegase de ella. Gemía, suspiraba, lloraba por el desbordamiento de sensaciones que recorrían su cuerpo. Se retorcía de gusto exclamando cosas ininteligibles. Pedro continuó con su follada manual y Sara sentía que su orgasmo no se acabaría nunca. En ese momento, Max se acercó a la pareja con su crecido miembro en la mano.
- Cógela de las manos –le indicó a Pedro-.
De una sola estocada, Max se la clavó entera. Sara, que no se lo esperaba, alzó su cabeza. Tenía la boca abierta y los ojos como platos. Intentó gritar al sentir semejante invasión, pero ningún sonido salió de su garganta. Max se mantuvo quieto durante unos instantes para que la vagina de Sara se acostumbrase a su miembro. Ella estaba inmóvil, respirando entrecortadamente, sin saber del todo lo que estaban haciendo con ella. Max inició una follada salvaje. Empujaba con todas sus fuerzas haciendo que el cuerpo de ella se desplazase de arriba a abajo de la cama. Sara ya no gemía, gritaba de pura excitación, estaba enloquecida hasta el punto de que no fue consciente de que Pedro le arrancó el top para sobarle los pechos mientras le restregaba el pene por la cara. Sara se limitaba a vivir un clímax interminable, una sensación nueva, única. Estaba conociendo lo que era el placer con mayúsculas. Llevaba horas acumulando un enorme deseo sexual, contenido durante toda la noche, y por fin podía liberarlo. Max también estaba a punto de explotar, pero quería probar de nuevo a Sara. Interrumpió la follada, sacó su miembro de ella y se quedó quieto mirándola, esperando su reacción. Ésta no tardó.
- ¡Maricón, fóllame como un hombre! –gritó desesperada Sara-. ¡No me dejes así o te mato!
Sonriendo satisfecho, Max cogió las piernas de Sara, las puso sobre sus hombros forzando una mayor apertura de su sexo y se abalanzó sobre ella. De nuevo, se la clavó violentamente hasta el fondo y bombeó durante unos instantes. Cuando notó que el orgasmo de Sara era inminente, presionó con fuerza hasta notar también el suyo propio.
- ¡Diosss, qué guuusssstooo! -exclamó Sara-.
Las contracciones de su vagina eran bestiales, este último orgasmo fue demoledor. Un potente chorro de fluido salió expelido de la mujer, que empezó a temblar de manera descontrolada. Quedó tirada sobre la cama, extenuada. Sus espasmos no cesaban, quería dar las gracias, besarle, pero se sentía incapaz de moverse, sólo quería que aquello no se acabase nunca. Max se mantuvo durante algún tiempo dentro del cuerpo de la mujer, disfrutando de aquella placentera sensación. Pequeñas contracciones seguían ordeñando su miembro, como buscando el sacar hasta la última gota de su semen.
- Muy bien, Sarita, ha sido magnífico –le susurró al oído entes de separarse de ella-.
Max se sentó en la silla a descansar, observando el cuerpo rendido de Sara. Pensó que pocas veces había disfrutado de un cuerpo tan bello como aquél.
Pedro, que todavía no se había corrido, no esperó a que los efectos del orgasmo de Sara se diluyesen. Le soltó las manos que todavía tenía inmovilizadas y volteó su cuerpo dejándola boca abajo. Después de sobar durante unos instantes aquel impresionante culo se colocó sobre ella. Al notar encima aquel enorme peso que casi le impedía respirar, Sara emitió un leve quejido.
- No, por favor… – rogó con voz débil-.
Ni caso. Pedro se colocó entre las piernas de Sara forzando su abertura, le agarró los pechos aplastados sobre la cama y de una sola embestida le clavó su enorme miembro hasta llegar a tocar su matriz. Ella apenas se movió, pero un lamento desgarrado salió de su boca.
- ¡Toma, hija de puta, te vas a enterar! –decía Pedro con una mezcla de rabia y excitación-. ¡Tantos años pasando de mí, haciéndote la estrecha, los vas a pagar ahora!
La mirada de Pedro parecía ida, su rostro estaba congestionado y sudaba a mares. Cada vez que hablaba detenía sus empellones y sacaba completamente su miembro de la castigada vagina de Sara para después, y de una sola vez, volver a clavársela hasta los huevos.
- ¡A que te gusta, zorra, seguro que te arrepientes de no haberlo probado antes!
Una y otra vez, Pedro repetía la operación. Lo hacía con tanta violencia que llegaba a levantar unos centímetros el cuerpo de Sara, el cual caía después desplomado sobre la cama.
La inacción total de Sara excitaba todavía más a Pedro, tenía la sensación de estar violándola y aquello superaba la mejor de sus fantasías. Toda su rabia acumulada iba saliendo. Le retorcía los pezones con saña, le palmeaba el culo hasta enrojecerlo, le mordía el cuello. Los aislados lamentos de Sara eran prácticamente inaudibles. Pedro aguantó más de veinte minutos propinando aquel severo tratamiento a la mujer, que permanecía como muerta, enterrada bajo el cuerpo del hombre. Cuando Pedro sintió que iba a acabar, dio un último empujón con toda su alma haciendo que la cabeza de ella chocase contra el cabezal de la cama. Se mantuvo presionando con fuerza hasta que una brutal corrida inundó de nuevo la vagina de Sara. Satisfecho como nunca, permaneció algún tiempo dentro del cuerpo de la mujer, sintiendo como el sexo de la mujer seguía abrazando su ya relajado miembro.
- ¿Ves cómo no ha sido tan malo? –exclamó cínicamente Pedro mientras retiraba su miembro victorioso del sexo de ella-.
Esta vez Sara disimuló su orgasmo.
Max, que había estado observando con deleite aquel espectáculo, se sentó en un borde de la cama junto a Sara y se dispuso a disfrutar de la deliciosa imagen que se le ofrecía. Una mujer joven, bellísima, con uno de los cuerpos más impresionantes que había visto en su vida, yacía deshecha en la cama, extenuada por la sesión de sexo más intensa que seguro había vivido nunca. Veía cómo una enorme cantidad de semen se escurría por su vagina hasta llegar a manchar sus muslos. Aquella imagen se grabó en su mente, pues sintetizaba a la perfección la evolución de Sara en apenas unas horas. Había pasado de ser una amante y fiel esposa y una cariñosa madre a estar en un burdel chorreando semen de dos desconocidos. Todo ello sin contar las experiencias de la discoteca. Se quedó observándola durante unos minutos y pensó en la diferencia que había entre la mujer que conoció y la que ahora tenía a su lado. La conclusión fue clara: Sara ya había iniciado el cambio, un cambio del que no habría vuelta atrás. Y lo había hecho en un tiempo récord. A Max le inundó una sensación de éxito. Sabía que con el tratamiento que todavía le esperaba a Sara iba a conseguir convertirla en una verdadera bomba sexual. Sin duda, había triunfado.
Dejaron dormir durante un rato a Sara, hasta que Max decidió que era hora de continuar.
- Despierta, guapa, se acabó el descanso –dijo Max zarandeándola-.
- ¿Max? ¿Qué hora es? –respondió ella somnolienta.
- La hora de reanudar nuestros juegos, querida.
Sara se incorporó de la cama. Le dolía todo y se sentía agotada. A medida que se despertaba, su mente fue recordando todo lo acontecido aquella noche, todo aquello la desbordaba. Al verse denuda, buscó la sábana y tapó púdicamente su cuerpo.
- No puedo, Max, de verdad, estoy muy cansada. Además debe ser ya muy tarde y debo marchar a casa, mi marido se va a preocupar si me llama y no estoy.
- No te lo voy a repetir, Sara, de aquí no se va nadie hasta que yo lo diga –dijo Max con tono amenazante-. Te prometo que ya falta poco –insistió dulcificando su voz-.
- ¡Ni poco ni mucho! ¡He dicho que me voy y me voy! ¿Acaso no habéis disfrutado suficiente de mí hoy, no me habéis humillado ya bastante? –le gritó Sara, que parecía haber recuperado sus fuerzas y su voluntad, pero que sobre todo estaba irritada al ser consciente de lo que había gozado-.
Con un movimiento decidido, Sara se levantó dispuesta a recoger su ropa y marcharse. Max se dio cuenta de que había sido demasiado optimista pensando que ya había triunfado con ella. Había que volver a someterla de nuevo y ser implacable del todo. Se acercó a ella y le soltó una bofetada con tal energía que la tumbó de nuevo en la cama. Sara estalló en llanto, tapando su enrojecida cara con las manos.
- ¡Estúpida niña mimada! –le gritó Max-. Te había dicho que quedaba poco, pero me has cabreado de verdad y los planes van a cambiar. Avisa si quieres a tu querido marido, porque no vas a salir de aquí en las próximas 24 horas. Mientras tanto voy a llamar a unos cuantos amigos que estarán encantados de venir aquí a continuar la fiesta con nosotros. Ya verás qué bien te lo va a pasar follando con una multitud de tíos salidos durante un día entero sin parar.
Sara, horrorizada por lo que acababa de escuchar, se tiró a los pies de Max suplicándole que no hiciera eso. Lo veía perfectamente capaz de montar una orgía como la que le había anunciado y le daba terror sólo pensarlo. Para tensar más a Sara, Max hizo el gesto de coger su móvil e iniciar una llamada. Eso la desesperó.
- Por Dios, Max, no me hagas eso. Me he portado bien, hasta ahora he hecho todo lo que me has dicho por muy difícil que resultase para mí –le imploraba con un llanto desconsolado-. No podré soportar un día entero aquí. Por favor, Max, por favor, haré lo que me pidas pero no llames a nadie.
- ¿De verdad harás lo que te pida? –dijo Max con tono conciliador-
- Lo que sea, de verdad, lo que sea, pero no llames –le respondió Sara, aliviada al ver que podía haber otra salida-.
- Está bien. De momento ve a ducharte, cuando vuelvas hablamos. Por cierto, será mejor que te tomes otra –le dijo Max sacando una nueva pastilla de su americana-.
Sara cogió la pastilla y se tapó con la sábana para dirigirse al baño. Max, con un leve movimiento, retuvo la sábana haciendo que al andar se soltara y Sara mostrara toda su desnudez. Ella continuó su camino mientras los hombres disfrutaban durante unos segundos de la visión de aquel magnífico culo moviéndose por la habitación.
- Pedrito –le dijo en voz baja Max una vez se quedaron solos-, hay que vencer el maldito orgullo de esta niña. Su mente y su cuerpo deben aprender a entregarse sin límites, a aceptar de buena gana hasta las prácticas más aberrantes, incluso desearlas. Y si no traspaso esa barrera moral no lo conseguiré. En el fondo, es lo que ella me pidió, aunque ahora le cueste aceptarlo. Así que, amigo, en cuanto vuelva hay que darle caña de la buena hasta que entienda que éste es el camino.
Pedro asintió con la cabeza. No podía imaginar instrucciones más apetecibles que las que acababa de recibir.
Sara no tardó mucho en ducharse. Quería acabar cuanto antes para volver a su casa. Sabía además que si se quedaba mucho rato a solas empezaría a pensar en todo lo ocurrido aquella noche, y que si lo hacía no podría continuar. Para afrontar lo que se le venía por delante, recordó tomar la pastilla antes de salir del baño.
Entró en la habitación con una pequeña toalla enrollada al cuerpo. Sus reducidas dimensiones hacían que sobresaliese gran parte de sus pechos, dejando también sus piernas totalmente al descubierto, incluso parte de su sexo. Sara había recuperado el aspecto limpio y fresco con el que Max la había conocido. Estaba preciosa. Los dos hombres se quedaron anonadados al verla. Sara fue consciente de la impresión que les causó.
- Estoy lista, ¿qué queréis que haga? – exclamó Sara con voz decidida-.
- Cada uno de nosotros te pedirá un deseo. Si lo cumples bien, daremos por terminada la sesión y podrás marcharte a casa. En caso contrario, ya sabes lo que pasará. ¿Entendido? –dijo Max-. Ahora quítate esa toalla y acércate.
Sara la soltó dejándola caer, dejando su cuerpo totalmente expuesto. Se dirigió hacia ellos, notando como sus pechos se bamboleaban al caminar. La imagen era sublime. No había vergüenza en sus gestos, todo lo contrario. Un cierto aire retador y el orgullo de sentirse deseada se notaban en su rostro. “La pastilla, menos mal de la pastilla”- pensó.
- ¿Quién de vosotros va a empezar? –preguntó Sara, apoyando las manos femeninamente en sus caderas-.
CONTINUARÁ. Agradeceré mucho vuestros comentarios, los valoro de verdad.