Una decisión difícil 3
Hablo con Tania
El martes, cuando regresé del trabajo, me encontré con Mamen y otra mujer en mi casa, acompañando a Isabel. Me la presentaron como Tania y me pareció tremendamente atractiva. Con una mirada felina, de suaves ocres, unos labios bien dibujados, una figura que se adivinaba esbelta tras unos vaqueros y una parka con capucha ribeteada de piel. Al parecer acababan de llegar pocos minutos antes que yo. Recordé que había escuchado en la grabación que vi, en donde salían Mamen y mi mujer, que estaba casada, que ambos se eran infieles y que estaba liada con un monitor del gimnasio. Fue inevitable un amago de erección al ver lo brutalmente sexual que era.
Estuve unos instantes en el salón con ellas, pero finalmente me excusé y diciendo que tenía que trabajar en un tema, me fui al dormitorio de invitados. Allí me desvestí. No podía evitar la continua sensación de no saber qué hacer. Isabel me había roto por dentro, pero también era cierto que la quería. No podía obviar ni una cosa ni la otra.
Me duché intentando relajarme, pero fue inútil. Llevaba cuarenta y ocho horas con esa única idea en mi cabeza. Cada cinco minutos cambiaba de opinión, pasando de la decisión total y compacta de solicitar el divorcio, a replantearme si lo más adecuado era dar ese tiempo a Isabel para que se recuperara y poder pensar con frialdad. El verano se acercaba, y con ello las vacaciones. Solíamos ir a Marbella desde hacía muchos años, a la casa de su familia.
Siempre había recordado esa casa como un lugar muy feliz, con nuestros hijos disfrutando de la playa y de sus amigos y nosotros de cenas con los nuestros, de excursiones y salidas con Isa y Pedrito. De las amenas charlas con su padre en el jardín, del relajante golf… Ahora, en cambio, se me hacía un mundo pasar con ella los veinte días de mis vacaciones allí.
Pero tampoco podía dejarla sola. O sentía que no debía hacerlo. Era quizá estúpido por mi parte, pero la parte emocional de mi ser me impedía comportarme como quizá debería. Mi educación me empujaba a ayudarla para pasar este trago, y solicitando el divorcio igualmente por los pasados meses y sus infidelidades.
Me tumbé en la cama, intentando pensar en otras cosas, pero no era capaz. Pasada una media hora, me levanté y me acerqué a la cocina. Saludé desde la puerta a mi mujer y a sus amigas que continuaban en el salón, pero no entré en él. Estaba ensimismado pensando en si de verdad tenía hambre o no, cuando me sorprendió una suave voz con un meloso acento canario.
—Luis, ¿podemos hablar un momento?
Me giré y vi a Tania enfrente de mí. Llevaba una camiseta ajustada que le redondeaba unos pechos, ciertamente gloriosos, y una cintura delgada. Me fijé en que, a pesar de ser esbelta, parecía tener un cuerpo tonificado, perfilado y de gimnasio. Me la imaginé gimiendo con alguien en la cama y entregada a un sexo desaforado y descarado. Sacudí ligeramente la cabeza para espantar aquella imagen…
—Sí… claro. —Contesté algo confuso.
Nos sentamos en las sillas altas de la isla de la cocina. Desde allí, se podía ver a Mamen y a Isabel. Mi mujer parecía que había estado llorando porque se secaba los ojos con un pañuelo. Podía ver que estaba demacrada, abatida, casi derrumbada.
—Te voy a pedir un favor —me dijo mirándome con mucha determinación a los ojos y sin dar el más mínimo pie a que pudiera esquivar aquellas palabras—. Bueno dos, pero el verdaderamente importante es el primero. Y sé que posiblemente te voy a pedir algo que será injusto. Pero debo hacerlo.
Se quedó callada. Con esos ojos rasgados, preciosos y excitantes fijos en mí. Tragué saliva. Era una mujer que atraía con esa mirada y esa seguridad al hablar. Ni siquiera me planteé rebatirla. Tuve que esforzarme por apartar nuevas ensoñaciones de ella practicando sexo.
—No sé si seguirás con lo del divorcio. —Fui a decir algo, pero me contuvo con un ademán firme de su mano—. Isabel nos lo ha contado. Y, sinceramente, tienes motivos para pedírselo. Pero te voy a pedir un favor.
No dije nada y esperé a que volviera a hablar.
—Deja que pase el verano. Y posiblemente algo más de tiempo. Te recomendaría que otro mes como mínimo. Hasta que ella se reponga de esto.
Aquellos ojos miraban con extraordinaria fijeza y atracción. Eran dos imanes.
—¿Y si no se repone…? —dije pasados unos instantes—. Siempre se dice que las violaciones… —no sabía ni cómo continuar. Quería explicar que se suponía que era un trauma y que una mujer violada, posiblemente, nunca terminaba de rehacerse de aquella salvajada.
—No sé si a Isabel la violaron… O al menos, que en un juicio pudiera quedar probado. Pero bueno, eso es lo de menos. Lo que es verdad, y fíate de mí por favor, es que, sea lo que sea, abuso, violación o cualquier otro tipo delictivo de índole sexual, la han vejado. —Sus ojos no se habían movido un ápice de los míos—. Ultrajado de una manera brutal. Aunque te parezca una locura —continuó—, es casi mejor que no se acuerde bien de las cosas, o que las tenga desordenadas. El impacto de la violación o lo que sea, será menor. Pero lo que va a recordar siempre, sin ninguna duda, es esa afrenta tan bestia, la vejación tan horrorosa que ha sufrido… Sabes que llegaron a orinarse encima de ella, ¿no?
Asentí. Respire profundamente, me mesé los cabellos y le hice un gesto para que me dejara hablar.
—No sé si voy a ser capaz. —Reconocí en voz casi baja—. No te conozco, y tampoco estoy seguro si debemos seguir hablando…
—Soy una amiga de tu mujer. Una buena amiga. Te lo aseguro. Quiero ayudarla. Y te pido que tú también lo hagas. Que nos ayudes a Mamen y a mí. Lo que ahora importa, y sé que te puedo herir con esto que te voy a decir, lo único que hay que hacer, es que Isabel se reponga. Luego, decides lo que quieras.
—Tania… De verdad que alabo tu buena intención, pero ella me ha… —busqué la palabra más adecuada—… traicionado. Puede que te suene a antiguo, pero es la verdad.
—Me suena como lo que es. Si tú lo sientes así, no tengo nada que decir. Te creo. Y ella lo asume tal y como lo defines. —Añadió un instante después, con seguridad y muy directa.
—Isabel ahora está dolida, abatida… como lo quieras llamar. Pero nadie me asegura que no vuelva a hacer lo que… —miré al techo con una punta de vergüenza teniendo que admitir mi cornamenta—… ha hecho. Tania, mi posición es muy complicada. Sé que debo de tener paciencia, pero no si voy a poder esos dos o tres meses como me pides. No te lo puedo asegurar.
—Te entiendo. Pero, aun así, te lo pido. Nadie te puede asegurar que Isabel vuelva a hacer el gilipollas, es verdad… pero si tuviera que apostar, sería al no.
—No lo tengo tan claro… Sinceramente.
—Si estás a su lado este tiempo que te pido, quizá puedas perdonarla. O no, eso no depende de nadie nada más que de ti. Pero ella va a valorarlo. De eso sí que estoy convencida.
—No lo sé. Es muy difícil para mí, Tania… —me restregué la cara verdaderamente confundido—. Cuando la miro, no puedo olvidar que ha estado con otros… Que me ha sido infiel a pesar de haberla suplicado, rogado… —respiré muy profundamente. Luego abrí las manos—. No sé si la perdonaré alguna vez.
—Y estás en tu derecho de no hacerlo nunca. Por eso solo te ruego que demores ese divorcio un poco de tiempo más.
—¿Y durante ese tiempo que me pides, que hago cuando vengan a mi cabeza imágenes y recuerdos de ella con… con los que sea que haya estado? Porque ni siquiera sé con seguridad…
—Piensa que un día fuiste feliz con Isabel —me cortó otra vez con idéntica firmeza—, y que es la madre de tus hijos. Ahora piensa solo en eso. Y si pasado un tiempo, a pesar de todo, no puedes continuar con ella, y te comen esas sensaciones de traición, divórciate. Aléjate rápido de ella. Isabel lo entenderá. De hecho, está segura de que la semana que viene se lo vas a pedir. Piensa que en esta no por lo que ha pasado, pero que es inevitable a la siguiente…
Resoplé. Tardé unos instantes en contestar. Estaba ciertamente confundido. Isabel no iba desencaminada. Esa era mi intención… Me tomé unos segundos para contestar. Ambos nos miramos en silencio.
—Demoraré mi decisión, pero no sé si voy a ser capaz de perdonarla… Ni siquiera de esperar tres meses como me pides. —Mi aceptación era débil, sin demasiado sostén ni seguridad.
—Eres un buen hombre. Y te lo digo porque ella te ha calificado así. Y te quiere. Sé cuándo la gente miente.
—No creo que me quiera… Si no, no hubiera hecho lo que ha hecho.
—Te quiere. Te lo aseguro. Soy policía y he tratado con hijos de puta y cabrones de todo tipo. Y como entenderás, con muchos mentirosos y mentirosas. Creo que sé distinguir eso.
Me sorprendió aquello. No me la imaginaba de uniforme o en una comisaría, sinceramente.
—Hasta hace un mes y medio era antidisturbios. —Pareció adivinar mis pensamientos y extrañeza al imaginármela con una pistola en la cintura—. Hace dos, terminé el curso de subinspectora y estoy estudiando Criminología por la UNED. Ya tienes todo mi currículum —sonrió dejando ver unos dientes blancos y perfectamente alineados—. Por eso voy a pedirte ese segundo favor.
No dije nada. Aún algo impactado por el hecho de que fuera policía y hasta hacía poco antidisturbios. De nuevo noté un cosquilleo en la entrepierna.
—¿Sabes que hay una grabación en donde sale Isabel…?
Tragué saliva. Por un momento pensé que era la mía. Pero por la expresión de Tania me percaté de que no se refería a esa.
—¿Una grabación…? ¿Con…?
—Sí. No sé con quién… Pero sale en una. No creo que sea necesario dar detalles.
Me quedé en silencio esperando lo que Tania tuviera que decirme.
—Voy a recuperar esa grabación en donde sale Isabel. Y a darle un susto al par de cabrones que se propasaron con ella. Me gustaría que me acompañaras.
—Eso suena a… —dudé.
—No voy a hacer nada ilegal. Solo a recuperar algo que puede ser letal para ella. Y quizá también para ti y tus hijos.
En mi cabeza se sucedían las escenas de Isabel con ese chico tatuado. Quizá fuera el mismo de la violación, y yo tuviera las pruebas de ellos. Pero ¿qué pasaría si asumía que yo también la había grabado con el fin de obligarla a aceptar unas condiciones de divorcio absolutamente favorables para mí y mis hijos? No. No podía confesar a Tania que yo mismo tenía una grabación con mi mujer follando con otro, y quizá por ello, me vi en la obligación de contestar con un asentimiento a la amiga de mi mujer.
—Gracias, Luis