Una decisión difícil 2
Reflexiones de Isabel, sobre la fiesta
Si soy sincera, no sé si me violaron o no. El alcohol, la sensación de que iba a ser la última juerga, las rayas de coca y varios tiros rápidos, me hicieron perder la noción de lo que era mi voluntad o no. Había quedado con Pepe, que me recogería en un taxi y nos iríamos a la fiesta. En un chalé de la carretera de Burgos, cerca del RACE.
—Una fiesta blanca, podríamos decir, mi reina… —me dijo Pepe el día que nos acostamos por primera vez y me invitó a mis primeras rayas.
Yo nunca me había drogado antes. Ni siquiera las dos o tres caladas a un porro que di en mi juventud, pueden considerarse así. Me daba bastante asco que aquella colilla fuera chupeteada por todos sin el más mínimo control. Si para algunas cosas, como para el semen, no era escrupulosa, para esto, en cambio, siempre lo había sido. Chocante, pero cierto.
Y me pareció monstruoso que sucediera justo cuando había decidido terminar con esto. La verdad, si soy sincera, no puedo decir que tuviera la absoluta convicción de que jamás volvería de nuevo a probar la cama de otro hombre. Mi planteamiento iba más en la dirección de recuperar mi vida y mi matrimonio, si era posible. No iba más allá, o mejor dicho, no era totalmente capaz de ser tajante conmigo misma. Sea como fuera, sucedió así.
En la puerta de la casa en donde tenía lugar la fiesta, ya me ofreció un poco de coca en una especie de pequeña espátula que llevaba siempre. Aspiré ese tiro y una sensación de desinhibición y ganas de pasarlo bien empezó a embargarme. Iba a ser mi última vez…
En aquella fiesta —blanca, tal y como la calificó Pepe—, poco más o menos, la cocaína circulaba casi libremente. A mí, la primera vez que fui con él, me pareció festivo. Un paso más en ese ascenso a mi deseo de libertad total. ¿Qué daño podía hacerme un poco de ayuda para divertirme? En esa primera noche de fiesta con Pepe, todo salió bien. Buen sexo, diversión y gente muy entregada a follar sin complejos. Aquel día me lo hice solo con él, más que nada porque había sido quien me había traído, pero me quedé con ganas de un morenazo guapo y alto con el que hablé diez minutos escasos, y Martin, un amigo de Pepe. Un inglés también bastante mono y que no paraba de sonreírme y meterme fichas.
El hecho era que como me quedé con las ganas de estar con el tal Martin, y por la decisión de que esa sería la última juerga, tenía en mente mi primer trío. La coca me ayudaría a desinhibirme con ellos dos: Pepe y Martin. Y todo hubiera ido bien. Me besé con ambos, dejé que me tocaran mientras volvía a esnifar una nueva raya con ellos. Noté sus manos en mis caderas, bailando con uno y con otro. Me sentí muy dispuesta a romper una barrera más aquella noche.
Pero algo se torció. No sé si fue el alcohol, el exceso de la coca, la excentricidad de Martin que se mostró mucho más brusco y rudo que Pepe, o que yo, sinceramente debo admitirlo, les había dado pie a que se pensaran que podían propasarse conmigo. No podía asegurar lo contrario. La noche era una mezcla de imágenes, risas, besos, droga, alcohol y desinhibición. Imágenes que se tornaban turbias, desenfocadas, imprecisas y llenas de culpabilidad.
Subimos a una habitación los tres y me desnudé. Chupé sus pollas y me dejé tocar y que me lamieran entera. Pepe en un momento se fue con una morena que entró en la habitación buscando algo de coca. Ya no volvió, aunque entró otro chico. Uno rubio, del que no supe ni el nombre. Pero Martin, en un momento dado, que no sé muy bien distinguir, empezó a tocarme con rudeza, grosería y casi brutalidad. El otro chico, que iba también bastante afectado, le dijo un par de veces que se tranquilizara, pero no sé si es que le iba el sexo violento o que ese día lo estaba, empezó también a mostrarse cruel y despectivo conmigo. Me golpearon y aunque les pedí que me dejaran y que todo terminara, no lo hicieron. Lloré delante de ellos, les rogué, supliqué… Fue inútil.
Martin me hizo daño al introducirme con fuerza su pene, casi de un empellón. Me quejé, pero el rubio me tapó la boca, mientras me obligaba a masajearle la polla. E intentó introducirme su miembro por la fuerza en el culo, que yo recuerde, al menos dos ocasiones. Tengo el vago recuerdo de que lo algo sí lo logró. La certeza de que lo hizo fue el daño que sentí y que sospeché en ese momento que terminaría en un ligero desgarro. Por fortuna, no debió ser así.
Sé que, entre mis quejas, un nuevo tiro de coca que me obligaron a esnifar, y la fuerza de poseerme con rudeza extrema, me follaron ambos. Recuerdo negarme varias veces, y suplicarles que pararan en repetidas ocasiones. Me veo a trozos, entre sollozos y peticiones de clemencia, mientras me obligaban a chupársela a uno, mientras el otro me la metía con furia y ganas de dañarme. Sé que Martin se corrió dentro de mí. Y que el rubio, cuando vio el semen de su compañero de juegos en mi vagina, se negó a penetrarme. Quiso metérmela por el culo y creo que también debió introducirla algo. Volví a pedir que me dejaran en paz, pro me hicieron no me hicieron el menor caso. Yo ya estaba bloqueada, sollozando y rogando que aquello finalizara. Creo que el chico rubio no pudo terminar de metérmela porque no se le endureció. Me obligó a chupársela y me la metía hasta provocarme arcadas. Martin reía a su lado tumbado en la cama. Fue un verdadero suplicio que no terminó ahí…
Tengo los recuerdos muy alborotados y se mezclan las imágenes en desorden, con lo que no sé si lo que creo que fue primero, en verdad sucedió después. El hecho es que, tras un par de intentos del chico rubio por sodomizarme, curiosamente, empezó a tranquilizarse un poco. Pero fue la calma tras una nueva tormenta. Intenté irme, pero fue imposible. Ambos, volvieron a meterse otra raya y ya, todo explotó de nuevo. Aquel chico nuevo, también drogado hasta las cejas, y quizá contagiado por Martin, inició de nuevo un sexo brutal, con fuerza, no dejándome escoger. Sé que les pedí varias veces que me dejaran irme, pero solo conseguí una sonora carcajada de ambos. Incluso llamé a voces a Pepe, intentando que él fuera quien me librara de ellos.
Me obligaron a un nuevo tiro de cocaína, intenté rechazarla y entonces ellos me la metieron por la nariz y el culo, a la fuerza. Recuerdo también rechazar otra vez el sexo con ellos, ya gimoteando, suplicando que me dejaran irme. Pero la locura de droga, copas y el sexo, desorbitó todo; me taparon la boca, y los dos me la metieron de nuevo con furia mientras, intentaba zafarme de ambos. Recuerdo los golpes duros contra mi pelvis, la crudeza áspera y violenta de las penetraciones. Tengo el vago recuerdo de que Martin volvió a intentar sodomizarme y que el otro chico, tras no conseguir que me callara y de que empezara a gritar exigiendo que me soltaran, me soltó una bofetada que les hizo a los dos reír. A esa la siguieron varias más solo por el hecho de divertirse y verme llorar.
Pero lo más humillante fue que, cuando pude al fin zafarme de ellos, creo que fue Martin quien me tiró y allí, en medio del mármol del suelo del cuarto de baño, se meó encima de mí, mientras veía al chico rubio grabar aquello con el móvil de Martin, sumándose también, pocos segundos después a esa guarrada.
No sé el tiempo que pasé allí tirada llorando de rabia y dolor. Solo recuerdo que, pasado un tiempo que no sé concretar, una chica me levantó y me acercó a la ducha para que me limpiara. Me lavé como pude y cuando salí, ya vestida, todavía conmocionada por la brutalidad de aquellos dos y la cabeza disparada por la coca, ya no los vi en la fiesta.
Sé que pedí un Cabify y que tuve que esperar fuera. No encontré a Pepe, no conocía a nadie más de la fiesta y eran más de las cinco de la mañana. Quedaba poca gente y me encontré sola en medio del bajón de la coca.
Cuando llegué a mi casa no pude parar de llorar. Me quedé en la entrada, con dolor en mi ano, en mi cabeza, en mi pecho, y sobre todo en mi alma. Me duché, pero terminé acurrucada en una esquina, llorando sin parar y queriendo que el agua me limpiara por fuera y por dentro. La sensación de suciedad, de asco, de malestar conmigo misma, era inmensa. Me acosté al rato y me desperté cerca del mediodía. Me vi sola, tremendamente sola. Exhausta y vacía. Con una sensación de frustración y de estupidez máxima. De brutal insensatez. Fui al médico, a urgencias. Por suerte no tenía desgarros y pedí que me hicieran un análisis. Vi los ojos de la doctora en mí, pero los esquivé. Era muy vergonzoso.
Por la tarde, telefoneé a Pepe para pedirle explicaciones, pero solo conseguí varias excusas por su parte y que él no tenía nada que ver. Sí, era cierto. Pero también que Martin era su amigo. Lo amenacé con ir a la policía y denunciarlo también a él, por haber participado en esa violación. Sé que me excedí en ese comentario, pero estaba loca de furia, de rabia, de culpa… Solo conseguí que me contestara que él no tenía nada que ver, nada en absoluto, recalcó.
Me confesó que Martin tenía imágenes y grabaciones de mí follando con ellos dos, y que eso probaba que era sexo consentido. No sabía cuándo las habían empezado a grabar, ni tampoco si yo participaba de forma que pudiera parecer voluntaria. El alcohol y la cocaína habían nublado esos recuerdos y los distorsionaban alborotándolos. Me advertía, y aconsejaba, que me olvidara de todo, porque si los denunciaba, aquello lo podía subir el inglés a Internet. Entonces, me asusté. Le mandé a la mierda, lo insulté, y me quedé, cuando él cortó la comunicación, de nuevo llorando de amargura y abatimiento.
Fue entonces cuando llamé a Mamen. En ese momento, no se me ocurrió nadie más. Luis estaba regresando de Córdoba y no me vi capaz de explicarle aquello. Menos, estando con los niños. De pronto, lo eché mucho de menos. Era egoísta e injusto, pero así lo sentí. Un terror creciente a que me dejara empezó a adueñarse de mí, y presa de una crisis nerviosa, decidí irme a casa de Mamen.
Allí, cuando llegó Tania, después de su turno, me pidió datos de aquellos dos, así como de Pepe. Le rogué que no hiciera nada hasta que no hablara con Luis y viera cómo podía encajar todo lo que había sucedido. Las dos, Tania y Mamen, me abrazaron y consolaron. Agradecí su cercanía, su duelo y su comprensión hacia mí. Y su reprimenda, suave, pero firme, por lo sucedido.
Cené con las dos en una pizzería cercana, medio vacía por ser domingo por la noche, en donde volví a llorar, y a desear estar con Luis y mis hijos, a que todo aquello no fuera más que una pesadilla, y a rogar porque nunca hubiera sucedido.
Tania, con una forma de explicar las cosas, dura, pero llena de cariño, me hizo ver la tremenda estupidez de lo que había hecho.
—Mamen sabe esto que te voy a decir… Tu piensas que yo soy más dura que una pared y que consigo lo que quiero de los tíos, ¿verdad?
Yo asentí. De verdad que lo creía. Ahora estaba liada con el monitor de spinning, un tipo alto, macizo, muy guapo, de cuerpo escultural y que respiraba por Tania.
—Pues debes saber que quiero a mi marido… a mi manera, que no es la más normal, pero que te prometo que es cierto, mi niña. Aunque hay otro hombre que me tiene loca, que sufro porque no me llama, porque no está más tiempo conmigo… Porque no me hace el caso que yo deseo.
Yo le miré asombrada. No lo esperaba. Mamen la cogió una mano a Tania, la policía antidisturbios, la escultural y directa Tania, nuestra Tania…
—Un ejecutivo que hace dos meses que no me coge el teléfono… Que no sé nada de él. Y que, me temo, ya no voy a hacerlo. ¿Y sabes por qué?
—No… —musité.
—Porque no me quiere compartir. Sabe que me veo con otros hombres… Que en el fondo no deseo un compromiso serio con nadie. Y eso, terminara por matarme, Isabel. Yo soy así, lo sé, lo asumo y tiro con ello. Puedo jugar a esto y quizá termine de nuevo con mi marido, en mis islas, con mi sol y mis playas… No sé si un día buscaré buscar un refugio que ahora no quiero, ni me apetece. Todos, de alguna forma, necesitamos a ese alguien firme, sereno y tranquilo que nos calme y nos abrace. Soy consciente de que mi vida es un caos, imposible para nadie. Solo para mí… Pero ni tú, ni esta niña —señaló a Mamen con su pulgar derecho—, sois como yo. Yo, es posible que termine sola, vosotras, podéis evitarlo.
Miró a Mamen con cariño.
—Esta preciosidad —volvió a referirse a Mamen—, que puede tener al tío que quiera, todavía pertenece a Nico. Y es así, porque ella lo perdió… Y tú, que no te conozco tanto, no sé si Luis y tú os pertenecéis, no puedo opinar de eso. Pero sí de que cuando pase la parte divertida de salir con uno y con otro, estarás tan perdida como mi niña. —Besó a Mamen en una mejilla con cariño de verdadera amiga—. Así que, no lo hagas. Intenta recuperar lo que tenías y olvídate de esto. Y cuando pasen unos días, me das el teléfono de ese capullo. Yo me encargo de recuperar esa grabación y de darle una buena hostia. ¿Entendido, mi niña?
Sí. Totalmente. Parecía mentira que, con ese suave acento canario, meloso y dulce, pudiera ser tan directa y persuasiva. Cuando me levanté y me dispuse para volver a mi casa, abracé verdaderamente agradecida a Tania. Y a Mamen, por supuesto. En el camino, recé porque Luis estuviera y pudiera pedirle perdón…
Era consciente de que aquello que en mi mente se fraguaba como una charla de arrepentimiento, de sincera disculpa, de verdadero perdón, no iba a ser posible ni tan fácil, por el momento. No me ocultaba que a Luis lo había herido en lo más profundo. De una manera cruel, directa, sin miramientos. Pero a diferencia de Tania, yo ahora sí buscaba ese refugio.