Una décima de segundo

Una sumisa es obligada masturbarse sin llegar a correrse como castigo cuando esta sola en casa en ausencia de su Maestro

Tengo una mezcla de sentimientos y emociones que no se muy bien cómo describir. Me siento frustrada y a la vez agradecida, me siento ansiosa y extremadamente caliente.

Mi Maestro me ha pedido que me masturbe, de forma súbita noté como esa petición me calentaba la temperatura corporal y que mi mente se dispersaba sin poder remediar dejar de pensar en otra cosa que no fuera ir a la cama.

Antes, como pequeño castigo, me hizo desnudarme y delante de un espejo abofetearme tres veces la cara de forma no contemplativa. Era la primera vez que lo hacía y he de confesar que me gustó notar ese pequeño dolor que me doblega un poco más a sus deseos.

Me dirigí a la cama desnuda, ansiosa, caliente y excitada, cogí el consolador e instintivamente lo chupé, lo saboree, lo acaricié dulcemente con mi lengua… me lo acerqué a mi coño, un coño que siempre está húmedo y arde en deseos de ser penetrado y cuál fue mi sorpresa que se encontraba seco como hacía años no estaba, aunque si me extrañó hice una relación causal de que necesitaba dolor o expiación por las faltas cometidas, que la embestida que yo misma me provocase debía dejarme huella. Si y no, me lo introduje con fuerza y rapidez en mi vagina pero interiormente si que no hubo demasiadas fricciones. Una  pequeña decepción.

Puse en marcha el motor que estimula el clítoris, una velocidad, dos velocidades, la tercera y última velocidad, notaba como estaba totalmente embrutecida, con la angustia de no llegar, de quererlo todo, encendí el motor vaginal, directamente conecté la mayor fuerza.

Abrí más mis piernas, quería sentir mi venida y provocar de alguna forma a mi Maestro que me lo había explícitamente prohibido, por otra parte, la ansiedad no me dejaba disfrutar….

Me volteé, me puse de rodillas incliné mi cuerpo apoyando mis pechos en la cama.

Giré mi cara, ofrecí mi mano libre con la palma hacia arriba en señal de sumisión a mi Maestro, notaba como quería venirme, necesitaba venirme, no aguanté mucho en esa postura, estaba con el rubor, la calentura, la ansiedad en mi cuerpo, me rebelaba contra la nada.

Me volví a girar. Necesitaba incorporar más elementos de dolor y placer. Busqué con desesperación las pinzas.

Con rudeza me puse directamente dos en cada pezón, agarrando lo máximo posible el minúsculo pezón que imploraba cierta piedad que no pude dárselos.

Seguí con mi consolador tratando de alcanzar con plenitud el clítoris, más y más. Note que estaba cerca del estallido del placer.

Una décima de segundo

Una décima necesité para que mi mente racional se antepusiera a ese abandono al placer.

Se antepuso por primera vez en mi vida adulta el deber o el compromiso adquirido a la rebeldía y la resistencia a la obediencia.

Dejé el consolador encima de la mesa

Lo volví a chupar, saborear, pero no acudí a limpiar mis fluidos, mi humedad devuelta.

Confusa, con ciertos latidos internos en mi bajo vientre, me acomodé en la cama. Me dormí de forma instantánea aun con la confusión mental y corporal a la que me acababa de someter.

Aún todavía en sueños, a los primeros albores del amanecer, mi cuerpo ha gritado la necesidad no cubierta la noche anterior.

Bendiciendo a mi Maestro, me he dejado llevar por ese placer.