Una de romanos

La inminente caída de Lancia, en territorio astur, desata una celebración en las legiones. Vino, putas y comida para todos. Y para un legionario en concreto una diversión particular: dos de los guerreros astures hechos prisioneros, entregados para lo que quiera hacer con ellos.

25 a. C.

Campaña de Augusto contra los astures y cántabros

-

Publio Carisio estaba exultante. El legado de Augusto en la Lusitania observaba con gozo como los restos de la hueste de los zoelos y rebeldes vacceos remontaban a duras penas las lomas hacia las puertas de Lancia.

Había salvado el desastre, había llegado a marchas forzadas rodeando el Teleno y salvado los tres campamentos romanos a orillas del Astura de la hecatombe. Y a cambio Júpiter Tonante le había otorgado una gran oportunidad: Lancia, que tras la aplastante victoria de Brigaecium era una de las últimas grandes poblaciones independientes y la llave del sur de esas montañas, acababa de quedarse de golpe sin refuerzos y sin posibilidad de hacer una maniobra en pinza. Era una rosada y virgen manceba, esperando lo inevitable.

La oportunidad se abría ante él, pero Publio sabía que debía proceder con juicio. Octaviano, como llamaba mentalmente al Princeps Augusto, ya había avanzado tras los pasos de Antistio, el legado a cargo de someter a los cántabros, y había usurpado el triunfo de este sobre ellos. Publio sabía que haría lo mismo con el suyo sobre los astures. Pero no podría llegar antes de que la ciudad cayera. Tenía que hacerle ver que en cada victoria Augusto era respetado, que nadie le eclipsaba en su triunfo. Porque eso era peligroso.

-Tomaremos Lancia en una semana- habló a sus tribunos- No hay peligro y merecemos un descanso, id a las cannabae y traed a las putas y a los prisioneros. Distribuid vino- se pasó la lengua por los labios, calculado el botín acumulado- Llamad al cuestor, asumiré una de cada tres ánforas pero decidles a los soldados que son pagadas por Augusto-

-Haremos servir el vino de Augusto- se hinchó de orgullo el joven tribuno de los Julios, mandado por el Senado- ¿Pero y los guerreros astures prisioneros?-

-No todos nuestros soldados encuentran el gozo entre las piernas de una puta- frunció el ceño Publio- Y en especial cuidad al équite que nos trajo la información brigantina… Ese tal Calpurnio... Que tenga lo que quiera-


Marco Calpurnio, centurión de una turmae de la legión Gemina, observó por encima de su copa, rebosante de vino aguado, los regalos que el propio Carisio le había hecho llegar a él y sus hombres: comida, parte del botín brigantino, una bolsa con la paga de tres meses y esclavos. Esclavos especiales además.

Estaban las putas de las cannabae claro, dos de las cuales ya estaban siendo manoseadas por sus hombres alrededor del fuego. Pero no eran muy distintas de las putas de la Subura, y en lo personal desagradaban a Marco. Aunque el impetuoso jinete no tenía la vista puesta en ellas… Sino en los otros esclavos. Aunque dudaba que ellos mismos se considerasen como tales.

Carisio quiere a todos contentos,

pensó Marco divertido por la simple pero efectiva maniobra del legado

Delante suya. De rodillas,  engrilletados y solo tapados por unas escuetas telas en las piernas estaban tres prisioneros astures. Reconocibles por sus ojos azules y encrespado pelo negro.

Dos de ellos tenían la mirada baja, y estaban algo famélicos, seguramente eran del inicio de las campañas de Carisio. Aún así se les notaba fuertes, pero parecían ya estar domados por los oficiales romanos, seguramente con trabajos forzados en las líneas de suministro.

Estaban delgados por la mala alimentación, pero los brazos abultaban bajo la piel tirante. Se les notaban las costillas, pero el estómago estaba surcado y marcado. El pecho algo hundido, seguramente por la mala nutrición, pero que en ambos debió haber sido un espectáculo cuando en sus poblados estuvieron bien alimentados. Uno de ellos era lampiño, pero el otro era velludo. Altos e imponentes, si no hubieran estado de rodillas y con cadenas.

Bestias domadas

, pensó Marco con algo de desdén

Pero luego estaba el otro. Debía de haber sido capturado hace poco, no en la batalla de hace unas horas, porque no tenía rastro de lucha; pero no debía de haber sido hace menos de una semana.

Era más joven que los otros dos, seguramente de unos veintipocos años. Y era evidente que había sido capturado hace poco porque su cuerpo conservaba toda su fuerza. Malnutridos como estaban sus compañeros, que seguramente iban de cabeza a ser esclavos rurales en algún latifundio, la contraposición con el joven bárbaro era espectacular. De rizos negros y cortos y mirada de un azul profundo, como el mar de noche; miraba a todos con altivez mientras no paraba de desafiarles en su idioma bárbaro.

Su cuerpo era todo fibra, que cada vez que forcejaba se hinchaba de forma bestial, sorprendiendo en su enjuto cuerpo. Parecía no tener un gramo de grasa extra. Su pecho era estrecho, pero fuerte y levemente surcado de vello negro. Con un estómago plano y tímidamente marcado, junto a una línea de vellos que bajaba fina hacia la entrepierna.

Era evidentemente un guerrero, un luchador tribal. Y por la fuerza de sus poco tapadas piernas debía de haber servido como soldado de guerrilla o explorador, experto en moverse por esas malditas peñas rocosas como una cabra y en escalar esos frondosos bosques yendo de copa en copa para emboscar a las legiones.

Era una animal en toda regla

Un animal sin domar

Calpurnio era del orden ecuestre, un rango inferior al senatorial y al patricio, pero aún así era de familia de mercaderes acomodados. Tenían una domus en Ostia, donde su padre acostumbraba a dar fiestas para agasajar a sus clientes. Y por eso Marco Calpurnio ya de joven había visto pasar una marea de esclavos por su casa; y su padre había aprendido a mirar hacia otro lado cuando el mediano de los hermanos había empezado a mostrar sus inclinaciones.

Marco los había probado de todas las condiciones, desde que había tenido quince años hasta ahora que ya se acercaba a la treintena.

Efebos griegos, delicados y llorosos cuando les penetraba, pero que luego gemían de placer y se abrían totalmente a él para que les llenara de su simiente. De piel tersa y suave, como las estatuas que su padre había importado de Tarento para decorar la domus.

Egipcios, kemetistas viciosos y voluptuosos e incluso a veces más entregados que el propio Calpurnio a que les poseyera; feladores expertos y masajistas entregados al placer y sobre todo a la posición que el favor de uno de los hijos del domine les podía proporcionar. Pragmáticos incluso cuando era evidente que no disfrutaban.

Galos, arvernos sobre todo, orgullosos pero resignados a su nuevo papel tras las campañas de César, musculosos y fuertes, con olor aún a praderas y a la tierra húmeda de su tierra. De cuerpos velludos y recios. Difíciles de penetrar pero que, como perros salvajes, aprendían pronto su papel y acababan por ceder. Siendo poseídos por Calpurnio en su propia habitación delante de sus compañeros de tribu.

Incluso mauritanos y númidas, desde el moreno hasta el negro más exótico. Montados por el romano como ellos mismos hacían con sus caballos y camellos. Penetrados con ardor mientras Marco se deleitaba con sus cuerpos tan extraños de ver en Roma: fascinado por cómo la luz bailaba por la piel de su espalda azabache mientras se los follaba apretándoles la cara contra la cama.

Desde los catorce hasta los casi treinta que tenía ya había yacido con muchos esclavos y bárbaros. Aunque faltaban varios en su lista por poseer, y si bien es cierto que había probado hombres hispanos en alguno de los permisos durante esa campaña, nunca había tenido oportunidad de ver a un astur tan de cerca sin riesgo de muerte. Y su polla se despertó, tanto por los recuerdos como por la visión de ese joven y atlético guerrero astur, luchar contra sus captores.

Uno de sus hombres le palmeó la espalda, porque aunque Marco Calpurnio por el decoro y a veces el puro ardor, había yacido con mujeres de las cannabae y participado en los saqueos carnales de las legiones sobre poblaciones bárbaras; sus hombres conocían sus inclinaciones. Pero no las juzgaban, porque como buen romano Marco solo penetraba a hombres bárbaros y esclavos, sin quebrantar la ley romana al no ser considerados de rango igual al de una persona.

Marco cabeceó hacia el joven

-Quiero a ese y al velludo de los astures en mi tienda- miró a sus hombres- Vosotros tres entrareis conmigo, por si necesito que sujeteis a alguien… No me gustaría morir estrangulado por esa mala bestia- aunque sonrió al referirse al joven guerrero astur- Os pagaré las putas que elijáis luego-

Miró a otro de sus hombres, que cojeaba del mismo pie que él

-Has tenido suerte Graco, te dejo al lampiño- sonrió- Pero nadie entra a la tienda hasta que no salga yo, te lo tendrás que follar en alguna esquina-

Vació la copa de un trago e ignoró el resto de regalos, que ordenó que se distribuyeran de forma equitativa entre su turmae de jinetes. Marco no era tonto, era romano pero capaz de reconocer la valía en los jinetes a su mando ya fueran latinos o incluso algún no itálico. Su llegada in extremis con el mensaje brigantino sobre el ataque astur había sido tanto suyo como de ellos.

Escuchó al joven astur despotricar mientras sus tres hombres elegidos tiraban de sus cadenas. Pero no se giró, entrando en su tienda. Sintiéndose cada vez más excitado. Creía escuchar, por todo el campamento, y de forma amortiguada, gemidos y gritos sofocados. Tanto de sexo consentido como de violaciones en toda regla… Si estuvieramos hablando de personas claro.

¿Cuántos habrá en las legiones?

, caviló Marco pensando en todos esos legionarios con gusto por los hombres como él mismo

El ostracismo de acostarse con otro que no fuera esclavo o bárbaro era demasiado severo como para plantearse nada más allá de su propia mente. Pero a veces pensaba en lo agradable que sería compartir algo más con alguien… Había leído sobre Tebas, sobre Creta e incluso sobre el gran Alejandro. Hubiera sido agradable vivir en su tiempo y tener algo correspondido.

Se giró en redondo. Apartando esos pensamientos. Era la época de Roma y tendría que hacerlo al estilo romano.

Estaba en el centro de su tienda y se desprendió de la lóriga, ligera y flexible, para luego hacer lo mismo con sus cáligas. Dejando su atlético y delgado cuerpo de jinete tapado solo por la ligera y corta túnica de soldado

Sus hombres habían dejado al esclavo velludo, que se estaba poniendo visiblemente nervioso pero que mantenía la mirada baja, a un lado mientras intentaban someter al joven astur. Que no paraba de resistirse con todas sus fuerzas. Y eso no hizo si no excitar más a Marco

-Apulio, saca tu gladio, que lo vea sobre todo el joven pero también el mayor… Que lo vean bien- ordenó Marco a uno de sus hombres

En cuanto el gladio brilló todos en la tienda callaron, incluso el fogoso astur, entendiendo las implicaciones de ese arma. Marco se acercó al mayor, al velludo.

Le hubiera gustado ir directamente a por el joven, pero por un lado deseaba antes desfogarse ya que quería aguantar más con el jóven y sobre todo quería que viera que Marco respetaba a sus esclavos… Si cumplían lo que les pedía.

Se colocó delante del velludo. Mirándole desde arriba. Le cogió de la barbilla, con una ligera barba de un par de días, y le hizo alzar la mirada. Tenía el pelo algo indómito, pero eso contribuía a su aire de bestia domada. Una barbilla fuerte, cuadrada, con una nariz fina y labios carnosos. Sus ojos eran desafiantes pero contenidos. Eso estaba bien.

Ordenó a Apulio que le quitara las cadenas y sogas salvo las de los tobillos y las muñecas. Al hacerlo más partes de su cuerpo quedaron visibles. Era fuerte, o más bien había sido fuerte. Un hombre brutal y musculoso. Le recordaba en parte a los galos arvernos o parisi de su padre; aunque este no era rubicundo ni pelirrojo.

Tenía el pecho amplio, aunque algo hundido. Lleno de vello negro espeso,  nada que ver con la suave capa del joven. Con unos pezones oscuros y pequeños. El estómago surcado  de abdominales. Junto a unos brazos que se mantenían fuertes por los trabajos forzados, con unos hombros redondeados. Del pecho hacia el estómago el vello se hacía más tenue, hasta ser solo una línea que pasaba por la mitad del estómago, sobre el ombligo, hasta la entrepierna.

Marco se mordió el labio y agachándose arrancó la escasa tela que le cubría por las caderas, dejando al aire un bosquecillo pequeño que quedaba encima de, eso sí, un enorme falo incluso en estado flácido.

Calpurnio asintió complacido. El astur era mayor que él, entrado en la treintena… Sí, definitivamente le recordaba en algo a los galos, aunque era distinto en muchas cosas.

Veremos cómo de dócil es

-Apulio, llama a alguna de las putas de fuera…- cuando hubo entrado Marco ni la miró, señaló al astur mayor- Chupasela, si consigues que se corra te pagaré el servicio de toda la noche y podrás volverte a las cannabae-

En realidad Marco deseaba comérsela al astur, sentir esa descomunal polla en su boca, pero se contuvo. Incluso estando solo y si fuera un esclavo de confianza hubiera sido peligroso, nada que ver con estar ante un prisionero de guerra y con sus fieles, pero romanos o latinos, hombres.

La puta se encantó por la oferta y se puso a cuatro patas, dejando al aire sus tetas sin pudor. Se la metió en la boca y empezó a succionar de forma audible, como seguramente le gustaba a sus clientes. El astur crispó el rostro, pero Apulio gladio en mano, y deseoso de ver ese espectáculo, se había puesto a su lado en evidente señal de advertencia.

Calpurnio se acercó al astur y le hizo de nuevo alzar el rostro, tensando su cuello. Clavó sus ojos marrones en los azules de ese bárbaro, viendo en sus ojos que la puta se estaba aplicando bien.

Su pecho fuerte y velludo se inflaba y desinflaba cada vez con más velocidad, marcando en su estómago cada grupo muscular de forma evidente. Marco movió los dedos por su rostro, evitando su boca, y disfrutando a su vez de la belleza ruda y basta de ese bárbaro.

En un momento dado la puta dio una arcada por intentar forzar demasiado la polla del astur en su interior, y la dejó totalmente al aire. Los soldados rieron e hicieron un par de bromas obscenas. Apulio se estaba empezando a manosear la entrepierna, eso sí con la vista fija en la puta. Pero Marco no pudo apartar la mirada de ese enorme rabo: moreno, algo ladeado, largo y ancho. Era de lejos la mayor polla que había visto. Estaba totalmente descapullada y húmeda por la saliva y el líquido preseminal.

Incluso el joven astur observó atento la escena, aún cubierto de cadenas y sogas y sujetado por sus dos hombres. Calpurnio soltó al bárbaro y se puso en sus espaldas.

-Pídele a las esclavos de Carisio algunos aceites, nada demasiado caro… Solo que sirva para que me los pueda follar a ambos- le dijo a Apulio, y como su hombre no se movía le apretó el hombro- Ya te tocará luego Apulio, haz lo que te ordeno-

El soldado salió de la tienda y Marco ordenó a la puta que volviera a comérsela al bárbaro. Por su parte el jinete romano se arrodilló tras el bárbaro y comenzó a pasar las manos por su hombro y espalda.

Era en parte el mismo ritual que con sus caballos, para que se calmaran… Claro que ninguno de sus caballos era consciente de que les iban a penetrar, y ese astur si. Pero se comportó, los oficiales romanos habían enseñado bien a los esclavos: ceder ahorraba dolor y la vergüenza de que al final acabara sucediendo de todos modos.

Apulio volvió a entrar. Colocándose al lado del astur, para disfrutar de la puta comiéndose esa descomunal polla. Marco se entretuvo pasando las manos por los hombros y la espalda de ese esclavo tribal. Maravillado por la fuerza y duro músculo que aún cubría esos huesos. Menudo ejemplar, no era de extrañar que a Augusto se le hubiera atragantado tanto esa campaña.

Amasó, apretó e incluso acarició el cuerpo. Sintiendo como las fibras se tensaban a cada movimiento. Hundió los dedos en el pelo de su nuca y tiró hacia atrás, para que retrajera la cabeza, mientras su otra mano le agarraba de las amplias caderas y acariciaba en parte los abdominales de su estómago. Marco se permitió acercarse y morder con fuerza moderada el hombro del bárbaro, disfrutando al ver cómo en ese momento de nuevo su polla quedaba tiesa y enhiesta.

-Han traído el aceite Marco- informó uno de sus hombres

Calpurnio solo extendió la mano que enseguida quedó embadurnada cuando el esclavo del legado vertió el espeso y denso líquido por sus dedos. En la cantidad y velocidad justa para no desperdiciar nada pero asegurando que hubiera suficiente

Este esclavo sabe lo que se hace, ¿el legado también se entretiene con los prisioneros?

, pensó excitado Calpurnio

Sin muchos preámbulos hundió dos de sus dedos en el culo velludo del astur. Que enseguida se tensó y amenazó con levantarse de golpe. Pero Apulio reacción con velocidad y le colocó el gladio en el cuello, listo para hundirse en él si pretendía levantarse.

El joven astur de nuevo volvió a intentar liberarse mientras no paraba de despotricar en su incomprensible idioma

Marco no era ningún novato. No era como esos legionarios que violaban a sus enemigos como muestra de dominio. Él al menos se había esforzado en conocer el cuerpo de sus esclavos… Y por eso sabía lo que hacer.

El prieto culo del esclavo bárbaro se había cerrado de golpe, pero Calpurnio ya estaba dentro y no pensaba salir. Cada vez más encendido pensando en la agradable presión que iba a sentir cuando le penetrara.

Sus dedos se movieron prestos. Profundizando en su interior y directos al suave y rugoso punto que sabía que les excitaba… Si forzara un poco más… Puso la barbilla en el hombro del bárbaro, siempre atento a sus reacciones. Y observó a la puta meterse la polla erecta de golpe en la boca. Y aprovechó eso para dar un fuerte empujón con sus dedos, estrellando sus yemas contra el área del recto a la que quería llegar

El astur velludo se tensó de golpe, soltando el aire y haciendo que un suave hilo de sangre escapara de su cuello por la presión del gladio; aunque no pareció darse cuenta. Su espalda se arqueó, hinchando todo su cuerpo y por un segundo siendo ese bravo y musculoso guerrero tribal que había sido antes de ser capturado por las legiones de Carisio. Incluso soltó un gemido.

La puta se apartó para que todos pudieran ver como el astur ya había comenzado a correrse, en densos y espesos trallazos que mancharon el suelo de la tienda. Seguramente recelosa de que no le fueran a creer los soldados por haber conseguido que el bárbaro se corriera.

Su enorme polla por un segundo fue como una fuente, seguramente soltando todo lo que no había podido aliviarse en las maratonianas jornadas como esclavo de guerra. La corrida fue monumental y cuando acabó el astur se cayó ligeramente hacia delante, haciendo que la puta asustada retrocediera a cuatro patas.

-Se ha corrido- dijo ella- ¿He terminado?-

-Se ha corrido por lo que he hecho yo, esclava- dijo Calpurnio con sorna- Si dependemos de ti estamos aquí hasta el final del asedio de Lancia-

Su polla se apretaba dura contra la parte baja de su túnica, deseando acción

-Me lo voy a follar, pero quiero que se la comas mientras… Si se vuelve a correr te pago todo el servicio de la noche- la puta asintió de nuevo

Más avara que las de la Subura

, pensó Marco

La corrida había servido a su otro propósito, el bárbaro se había relajado. Por los que los dedos de Calpurnio, embadurnados de aceite, aprovecharon para dilatarle. Y eso hizo que se tensara de nuevo… Y que de nuevo Apulio apretara el filo del gladio contra su cuello… Y de que el joven astur, que se había callado durante la corrida, de nuevo volviera a luchar por liberarse

-Esclavo- llamó Calpurnio al del legado- Quítame la túnica y aceite mi polla… Y cuidado con hacerme daño, o te entrego a la tropa-

El esclavo del legado ni se inmutó, desprendió a Marco de su fina y corta túnica de legionario, y sin demasiado preámbulos aceitó de nuevo con manos expertas la polla del jinete romano. Calpurnio suspiró de gusto y sintió que se iba a correr por la masturbación improvisada del esclavo del legado. Pero este se retiró una vez acabado el trabajo

Marco quitó los dedos. Ni de lejos estaba del todo dilatado. Pero eso era culpa del bárbaro, si se hubiera dejado, como habían aprendido los esclavos de su padre, le hubiera podido penetrar sin dolor… Pero las primeras veces siempre costaban

Miró su polla, de tamaño medio y morena, pero que ahora se le antojaba pequeña al lado del descomunal falo del velludo bárbaro. Y muy hondo en su interior, Calpurnio sintió un deseo animal de ser follado por esa mala bestia, de sentir como metía de golpe toda su polla en su interior; algo que nunca había sentido.

Pensamientos peligrosos, Marco

, se reprimió a sí mismo

Lamió el hombro del barbaro y parte de su cara, como queriendo reafirmarse tras ese momento de debilidad interna y de nuevo volvió a ser el de siempre. El centurión héroe de las legiones astures y pronto héroe de Roma, cuando Augusto tuviera noticias… Aunque seguramente sería una nota de color en el Triunfo del Princeps. Pero eso ya bastaba.

Penetró al astur con fuerza, sin intención de ser compasivo. Mientros lo hacía Marco no paró de apretar, morder y lamer los hombros del bárbaro que vigilado de cerca por Apulio y su gladio solo encontró una forma de escapar al ponerse a cuatro patas. Dejando flexionada y accesible toda su musculosa espalda, justo como le gustaba a Calpurnio

Le agarró de las caderas y le siguió penetrando en fuertes empellones constantes. Y gruñó a la puta que se metiera bajo el bárbaro para que se la volviera a comer, al ver que se había quedado alelada con la forma bestial con la que estaba penetrando al bárbaro. Seguramente recordando los brutales tratos que los legionarios borrachos a veces tenían con las putas menos afortunadas.

Se coló debajo del bárbaro y viendo que se volvió a estremecer Marco entendió que había emprendido de nuevo su labor, por lo que se olvidó de ella.

La espalda del bárbaro empezó a brillar por el sudor y eso le dio a Marco una idea, pensando en sus esclavos egipcios en Ostia

-Esclavo, aceita su espalda…- gruñó- Nada de masajes, no es para que disfrute él- y avanzó otra pulgada con su polla en su interior

Marco a su vez también comenzaba a sudar. Con su delgado y atlético cuerpo de jinete romano de frontera, esforzándose al máximo por intentar horadar el duro culo de ese guerrero tribal astur

Y si ni quiera es el joven,

pensó Calpurnio maravillado

Mientras, el esclavo había vertido una juiciosa cantidad de aceite sobre el bárbaro y la extendió en un par de pasadas amplias.

Y eso bastó.

Marco se mordió el labio inferior, disfrutando de la visión de esa musculosa espalda impregnada del sudor y del aceite mezclados. De ese bárbaro siendo penetrado por todo un ciudadano romano. Y por un segundo se imaginó a su polla como el grueso de las legiones de Augusto, horadando esa montañosa y poco accesible tierra bárbara

Y con ese pensamiento los huevos de Calpurnio por fin chocaron contra las duras nalgas del bárbaro

Ahora empezaba lo bueno. Con un bombeo rítmico, que empezó lento, se lo comenzó a follar. El bárbaro gemía y sus manos apretaban con fuerza la tierra del suelo de la tienda. Ahora sí, ahora Calpurnio si estaba poseyendo al esclavo… Follando con un hombre sin quebrantar la ley romana

Era el éxtasis. La sensación de saber que hacía algo prohibido pero a la vez amparado y bien visto. De estar en esa fina línea entre poder ser él mismo y a la vez la representación que la estricta sociedad romana pedía de él. Una tensión y una contradicción que tanto excitaba como hacía daño a Marco Calpurnio. Centurión y équite.

Sus hombres estaban excitados, aunque lo ocultaran. Era el olor del sexo que impregnaba el ambiente, que llegaba a la parte animal de todo hombre incluso aunque no se sintiera racionalmente atraído por lo que Marco le estaba haciendo al esclavo. Incluso el joven astur estaba luchando con menos ganas, con sus fogosos ojos fijos en el que pronto iba a ser su destino

Esa era la dualidad del hombre para Marco. Y la dualidad de Roma como capital del mundo

Había comenzado a coger velocidad con sus empellones. Y el esclavo parecía haberse calmado, incluso Calpurnio juraría que se estaba arqueando ligeramente, disfrutando.

Soltó una mano de sus caderas. Aumentando la velocidad de su follada. Y comenzó a pasear la mano por la espalda del esclavo, disfrutando del valle central sobre la columna, y la amplia zona que bajaba desde los hombros, ambas con nudosos músculos en acción bajo la piel

Marco dudaba que hubiera podido follárselo si ese bárbaro hubiera estado bien alimentado y descansado, sin una extenuante jornada de trabajos. Aunque en su mente por un segundo se invirtieron los papeles y ese bárbaro en su estado libre: musculoso y orgulloso, era el que se lo estaba follando a él, un atlético jinete romano pero con menor fuerza

Y eso, aunque intentó reprimirlo, le excitó sobre manera. Puso las manos en los descomunales hombros del bárbaro. Hundiéndosela de golpe y gimiendo de forma larga.

Bajó la velocidad, pero aumentó la profundidad de sus golpes de cadera, penetrándole entero. No cometió la estupidez de tumbarse en su amplia espalda, por que entonces se perdería la amenaza del gladio de Apulio, pero no pudo resistirse a inclinarse por un momento y lamer uno de sus omoplatos, capturando el sudor y el aceite para volverse a levantar

Pasaron un par de minutos en los que Marco de nuevo volvió a asir a ese bárbaro de las anchas caderas. Cogiendo de nuevo un ritmo rápido y expedito. Y en eso estaba cuando la puta salió de debajo del bárbaro, rodando

-Se ha vuelto a correr… Se ha vuelto a correr- anunció satisfecha

El bárbaro se dejó caer con la cara baja pero las caderas alzadas, exhausto. Vencido y derrotado. Y era el momento que Calpurnio esperaba, el momento en el que todo esclavo se rompía y aceptaba que hicieran todo lo que uno quisiera con él… Como los orgullosos galos de su padre, ha e años, que al final se tumbaban rendidos en la cama para que el jóven Calpurnio disfrutara de sus musculosos cuerpos.

Las manos de Marco, ahora ya más cerca de los treinta, recorrieron el estómago del bárbaro. Sintiendo cada abdominal como si fuera una compacta calzada. Y de ahí subieron hasta los pectorales, donde los apretó y amasó al ritmo de su follada, pellizcando con fuerza los duros y erectos pezones que había visto antes. Hundiendo los dedos en su velludo pecho, para ganar el agarre suficiente para seguirle follando.

Calpurnio estaba seguro de que el bárbaro le hubiera dejado que se lo follara de cara, cómo habían acabado haciendo los galos, pero no pensaba arriesgar; así que mientras le exploraba todo el pecho y el estómago Marco se corrió dentro de él, tensando su propio cuerpo durante el par de segundos que duró su corrida.

Y luego con un suspiro se apartó del velludo bárbaro, que procedió a tumbarse en el suelo; totalmente vencido.

-Me gusta, puede que se lo pida a Carisio de regalo…- jadeó Marco, ahora mirando al joven- Aunque al que quiero seguro es a este- miró al esclavo del legado- Dile a los esclavos que saquen a este y que se lo lleven a Graco, que habrá acabado ya con el otro… Y cuando Graco acabe con él que se lo lleven a Pisón, de la tercera cohorte… Y si aún tiene ganas llevadlo al viejo aquilifer, que le gustan ya follados… Y si por el camino algún oficial, que no soldado, os pide follárselo le dejáis y le decís que es un regalo de Marco Calpurnio, de la segunda cohorte- aspiró el aire por la nariz para recuperar el aliento- Si va a ser mío lo quiero dócil y acostumbrado-

Marco miró el corpachón del musculoso, aunque malnutrido, bárbaro por última vez y luego centró toda su atención en el joven. Aunque una vocecilla le distrajo, enfureciéndole

-Yo…- comenzó la puta

-Espera en la puerta- le espetó Marco- Te pagaré cuando acabe, y si alguno de mis hombres te pide diles que he ordenado que no se te toque… Y si te tocan… Si te tocan, mala suerte. Así que se convicente-

Y zanjados todos los asuntos quedaba el jóven. Nadie en la tienda había cuestionado ninguna orden y todas se cumplieron con premura. El hecho de que estuviera desnudo no afectaba en nada al rango ni a la protección con la que el legado le había recubierto esa noche. Y estaba el hecho de que Calpurnio irradiaba poder y excitación a parte iguales, igual que Augusto en el Senado o ante la plebe.

En cuanto el joven astur notó que los ojos marrones del jinete romano se posaban en él volvió a intentar forcejear, esta vez con todas sus fuerzas. Incluso hasta se puso rojo de tanto gritar

-Si al menos gritara en latín- suspiró Marco pasándose una mano por la sudorosa frente, seguía acalorado- Vino, Apulio… Y de paso daros un trago todos, esto tiene pinta que va a costar-

Y mientras sujetaban con fuerza al astur Apulio hizo beber a todos de la misma copa para luego dar él mismo un largo trago. El cuerpo de Calpurnio, delgado y atlético, había empezando a surcarse de riachuelos de sudor pero que comenzaban a enfriarse. Había que volver a la faena

Se acercó al astur, que le miró entre desafiante y asustado. Marco alzó una mano y le cruzó la cara de un guantazo, y sin dar tiempo a que reaccionara lo hizo de vuelta con el dorso de la mano. Volteando con fuerza la cara del joven astur

Le debo de sacar unos tres o cuatro años

, pensó

A diferencia del velludo, cuyo principal atractivo era su cuerpo musculoso y bestial, ese chico era más delgado y atlético. Con una cara de rasgos más finos, de pómulos altos y labios duros. Era atractivo… Algo malo para un esclavo rebelde, atraía al tipo malo de folladores. De los que les gustaba hacer sufrir. Calpurnio no se consideraba uno de ellos. Pero era claro que se iba a follar a ese esclavo, costara mucho o poco

Apoyó una mano en su cadera. El astur alzó la mirada desafiante. Se notaba que a este apenas le habían ablandado los oficiales, seguro que todavía soñaba con escapar… Y por un segundo a Calpurnio le dió pena. Pero por suerte en las legiones se aprendía pronto a insensibilizarse ante ella

Le cogió el pelo y le hizo alzar la cabeza, bajando a su nivel pero a una prudencial distancia

-Con este el truco de la puta no va a servir…- dijo pensativo

-Le podemos romper un par de dedos, señor- respondió uno de los soldados- Seguro que así se distrae-

-Soldarían mal y no quiero un esclavo tullido- negó Calpurnio con la cabeza- No... Echadle al camastro- dijo poniéndose en pie- Sujetadle bien porque se va a resistir- miró a Apulio- Deja el gladio Apulio y ayúdales, a este no le vamos a soltar como al otro-

Y sus tres hombres lanzaron al esclavo al camastro, boca arriba, para luego sujetarle dos los brazos y uno las piernas. Calpurnio se acercó con calma, recogiendo el recipiente de aceite que el esclavo del legado había dejado con bastante buen juicio.

Tenía buenos esclavos, ese Carisio

Le arrancó la escasa tela que cubría su parte baja, quedando del todo a la vista lo que era previsible de antemano: un cuerpo fuerte, prieto y atlético, sujeto por cadenas y sogas. Bien alimentado. Y bien trabajado. Ese chico debía de haber sido el orgullo de su aldea.

El pecho era amplio, y a diferencia del velludo caía hacia unas caderas estrechas y apetecibles. Y también a diferencia de su compatriota tenía sobre los firmes pectorales una ligera capa de vello, con el estómago lampiño y un suave bosquecillo sobre una polla morena y de proporciones normales. Remarcando que lo del otro astur era algo excepcional… Y eso decepcionó en parte a Calpurnio

De nuevo, por un segundo, la idea de agacharse y meterse su polla en la boca para estimularla fue una pulsión fuerte en la mente del orgulloso romano.

Sería fácil, con sus hombres sujetándole.

Poder sentirla contra su paladar, excitando a ese joven guerrero hasta hacerle correrse. Pero pronto quedó sofocada. Quizá, como mucho, con alguno de los esclavos griegos de la domus de su padre en Ostia… Y puede que ni eso. Demasiado peligroso

Suspiró. Vertió aceite por el pecho del bárbaro, haciéndolo brillar y aumentando el nerviosismo del joven guerrero tribal. Sabía lo que se venía. Calpurnio aprovechó el aceite para masajearse la polla ya erecta de nuevo… Provocando que el astur hinchara al máximo sus brazos por la tensión, haciendo que un par de venas se marcaran

Calpurnio se mordió el labio, excitado

-¿Le damos la vuelta, Marco?- preguntó Apulio, tensando los brazos ante la resistencia del guerrero- Nos será más fácil de sujetar-

-No, aún no… Antes quiero hacer una cosa, pero seré rápido- respondió Marco

Se colocó con ambas piernas sobre el joven guerrero, sentándose en su estómago. Y sin mediar palabra se comenzó a masturbar. Sus hombres apartaron la mirada, por respeto a su superior. Pero el joven guerrero astur no, volvió a forcejear aunque sus ojos estaban clavados en la polla de Calpurnio, y en cómo su mano aceitada retraía la piel para mostrar el rosado glande.

Es muy atractivo,

pensó Calpurnio

, Suerte que puedo pedirlo como regalo a Carisio, sería demasiado caro si no

Se imaginó a ese joven guerrero en esas verdes montañas. Recorriendo los pedregosos caminos, rastreando los fértiles valles. Cazando. Haciéndose un hombre año tras años. Afilando su rostro y recubriendo su cuerpo de duro músculo, destacando entre los guerreros de su aldea.

Seguramente ya se debería haber construído una de esas incómodas cochambres circulares de piedra que llamaban hogar. En la cima de alguna colina cercana.

Puede que hasta hubiera tomado esposa… Pero seguro que, con lo atractivo que era, se debería haber beneficiado a alguna en los bosques antes. Puede que de aldeas cercanas, conociendo lo estrictos que eran esos bárbaros con las relaciones entre miembros de la misma aldea.

Pero ahora eso se había acabado. Ahora ese guerrero, ese joven que apenas pasaba de los veinte, de cuerpo prieto, atractivo rostro y gran potencial era de Roma… Era de Calpurnio. Para lo que quisiera hacer con él… Y aprendería, se encargaría de que aprendiera… Como lo habían hecho los esclavos griegos, egipcios, galos, pónticos, mauritanos, púnicos y de muchos más puntos de la República antes que él.

Calpurnio era tan experto en domar fieras como diestro a caballo

Suspiró, gimiendo desde el fondo de la garganta. Y al correrse se aseguró que casi todo fuera a la cara del joven astur, que intentó forcejear para apartarse aunque no sirvió de nada. La polla de Calpurnio volvió a quedar semi flácida, y se permitió el pequeño lujo de pasar las manos y los dedos por el duro pecho y plano estómago del joven guerrero. Que había acabado con el rostro manchado

-Ahora sí, dadle la vuelta y sujetdadle bien… Pero cuidado de no romperle ninguna articulación-

Sus hombres lo hicieron, aunque con dificultad. Y en cuanto quedó dado la vuelta suspiraron relajados, sujetándole con mayor firmeza y facilidad.

Calpurnio comprobó lo que tenía delante.

Una espalda triangular, desde los hombros hasta las estrechas caderas… Que enmarcaban un culo de aspecto duro y tremendamente firme, más que el del velludo… Fuerte y listo para ser penetrado, con un hoyuelo en cada nalga por la tensión

Marco se embadurnó ambas manos de aceite, gastando todo lo que quedaba en el recipiente. Y se colocó a horcajadas sobre las piernas del joven, ayudando a sujetarle con su propio peso. No se andó con melindreces, no estaba en la tranquilidad de sus habitaciones en la domus de Ostia, donde podía juguetear. Estaba en una tienda de la legio Gemina.

Hundió dos dedos con fuerza. Sin avisar. Y encontró mucha más resistencia que con el otro bárbaro. Ese joven guerrero iba a dar pelea… Pero no se iba arredrar. Era un soldado de Roma

Peleó cada centímetro con sus dedos, ayudados por el aceite. Y cuando llegó al punto de placer rugoso, que bien conocía de tantos que había palpando, se dedicó a estimularlo con suaves caricias. El joven astur comenzó a intercalar gemidos entre sus gritos, y Calpurnio sentía que a cada pasada de sus dedos la resistencia iba cediendo… Y sonrió de forma sombría

Si te dejaras disfrutarías de verdad

, pensó recordando aquella vez que había conseguido que uno de los negros mauritanos se corriese solo estimulándose así.

Tenía la visión de su oscuro estómago surcado por su simiente blanca y espesa; tan adentro en su mente por el impacto que le produjo, que hasta podía ir de nuevo la profunda voz del esclavo pidiéndole que siguiera

Entretando consiguió colar un tercer dedo. Disminuyendo la estrechez. Forzándola al máximo para asegurarse una entrada triunfal. Como César tras aplastar a los pompeyanos en Farsalia.

Cuando juzgó que poco más se podía forzar a ese joven guerrero metió su aceitada polla de golpe, sin dar tiempo a que la obertura se volviera a cerrar.

Esta vez se dejó caer totalmente sobre el cuerpo del bárbaro, para impedir que forcejeara… Pero también porque Marco deseaba sentir la enjuta musculatura del astur bajo su cuerpo, algo que no había podido hacer apenas con el velludo. Pero lo que sí hizo, como con el anterior, fue morder su hombro, para marcarle como suyo

La tensión a la que ese guerrero era capaz de llevar a su cuerpo era increíble. Sus brazos eran dos grandes columnas duras y tensadas al máximo en su intento por escapar, y bajo el sudoroso pecho de Calpurnio la espalda era una red fibrosa de músculos fuertemente entretejidos, empujando el unísono y poniéndoselo difícil a sus tres hombres.

Pero, a la vez, esa tensión apretaba con fuerza su polla, dándole un placer indescriptible a Calpurnio, solo comparable a aquella vez que había forzado a un mercenario cireneo durante las campañas de Augusto en Egipto. Solo que ahora era mejor, porque lo que tuvo que ser algo rápido ahora podía ser al ritmo que Marco Calpurnio marcara.

Siguió empujando con sus caderas, forzando toda su polla en el interior, hasta que sus caderas se acoplaron. Y aprovechando que sus hombres estaban centrados en no dejar escapar a ese fantástico astur, Calpurnio dejó suaves besos y un par de lametones por su mejilla, de forma casi amorosa. Tal y como el jinete romano se imaginaba que debían haber hecho los integrantes del Batallón Sagrado de Tebas en sus tiendas tras una batalla victoriosa.

Pero de nuevo tuvo que adoptar el papel dominante que la moral romana obligaba. Así que se alzó de manos y colocó una en la nuca del joven guerrero, apretándole contra el camastro.

Comenzó a un ritmo lento, con cuidado de no perder el terreno ganado. Deleitándose con la estrechez de ese astur y con sus intentos vanos de liberarse, que habían perdido algo de intensidad, pero seguían siendo insistentes

Si, aprieta más

, le animó Marco insistentemente en su cabeza, sintiendo calambres y oleadas de placer escalar desde su polla

Poco a poco fue ganando velocidad. Aunque era más traqueteante que con el velludo, porque este se había rendido ya a lo inevitable. Pero pulgada a pulgada lo fue consiguiendo, llegando cada vez más hondo y cada vez más rápido al interior del jóven.

Su cuerpo estaba totalmente bañado en sudor, al igual que el del astur. Pero uno por la intensidad de la follada, y el otro por resistirse a ser forzado de esa manera.

La mano de Marco seguía en la nuca del astur, hundida en su pelo negro y encrespado, ahogando sus gritos de furia por lo que le estaba haciendo.

Era imposible no deleitarse con ese cuerpo. Y Marco, acalorado como estaba y afectado por el vino, comenzó a desvariar. Era algo que le solía pasar a veces cuando llegaba al clímax. Ecos de imágenes que tenía muy reprimidas en su cabeza.

Se imaginó con ese joven guerrero pero no en una tienda, si no en una de las templadas praderas del centro de Italia. En Campania. Puede que cerca de la fastuosa Pompeya, a los pies del dormido Vesubio.

Se imaginó como sería estar follando de cara a ese apuesto astur. Besar sus labios, enroscar sus lenguas a la vez que se acariciaban los cuerpos.

Hacerle suyo pero no con un ritmo rápido y forzado, como el de ahora. Si no lento y pausado, alargando ambos cada momento.

Masturbando al guerrero astur con su plano y duro estómago al ritmo de cada empujón. Sentir sus fuertes brazos estrecharle contra él, mientras le mordisqueaba el cuello y dejaba besos por su rostro. Y que ambos se mirasen con algo más en los ojos que la relación de dominante y dominado

Su cuerpo y la realidad volvieron a tirar de él. Estaba totalmente tensionado. Solo apoyado en el camastro con las puntas de los pies. Poniendo en juego todos esos músculos que le ayudaban a estar firmemente colocado sobre el caballo cuando llevaba un galope enloquecido.

A diferencia de en su desvarío, estaba golpeando al joven con sus caderas de una forma casi animal. Penetrándole entero y sacando su polla de forma casi completa.

El joven seguía luchando, pero mucho menos que antes. Aunque estaba lejos de romperse. Desde luego no sería esa noche. Pero ya habría más para ello.

Ambos estaban bañados totalmente en sudor, y de la frente de Calpurnio goteaban muestras del esfuerzo que estaba suponiendo el tomar a ese esclavo por toda la espalda del astur. Pero lo importante era que ya sentía que se iba a correr.

Y como queriendo rescatar algo de la dulzura con la que había fantaseado, se tumbó completamente sobre el joven guerrero, penetrándole lo máximo que podía. Y se dedicó a restregarse con suavidad, llegando a los estertores que darían al clímax de forma lenta y pausada. A la par que paseaba su lengua y dientes por los hombros del astur.

Y así llegó al clímax. Y disfrutó de sentir la reacción del astur, apretando su interior por esa nueva y desconocida sensación. Aunque Marco prefirió pensar que era de gusto y no de rechazo, como sabía que en realidad era.

Se quedó un par de minutos, adormilado sobre la espalda del guerrero, mientras este seguía intentando liberarse por temer un segundo asalto

Pero había sido un día agotador, con el galope por el Teleno para avisar a Carisio y luego la lucha con sus propios hombres para hostigar las líneas de la hueste. Más toda esa celebración, con el alcohol y la posesión de esos dos esclavos, que aunque a niveles de intensidad distintos, habían presentado batalla

Marco Calpurnio se levantó del camastro, saliendo totalmente del guerrero astur, que paró sorprendido no esperándose eso.

Abandonó su tienda llamando a los esclavos del legado, que se habían quedado cerca por si el héroe de las legiones necesitaba algo.

-Llevaoslo directamente y decidle a Carisio que le quiero como regalo… Que se quede todo lo demás si quiere, incluso al velludo. Aunque si puedo ambos, mejor- se pasó una mano por la cara sudada, sin importarle que estuviera desnudo- En cuanto tomemos Lancia quiero que se mande a ambos a Segisama, y de ahí a Tarraco para luego embarcarles a Ostia; yo mismo despacharé el correo y pagaré el transporte, ¿queda claro? Son propiedad de Marco Calpurnio, hijo de Dión Calpurnio Metelo-

Los esclavos asintieron y entraron en la tienda a por el joven astur. La puta se le acercó, aunque ahora Marco estaba de mejor humor.

-Anda pero si has aguantado- sonrió- Convincente y con suerte, buena mezcla- miró a sus hombres salir- Apulio paga a la puta por su noche, y luego coge para pagaros a los tres una buena bacanal- palmeó a sus hombres- Os lo mereceis-

-Por eso me gustan las mujeres, Marco- respondió Apulio- No tienen tanta fuerza-

-Es que si fueran más fuerte que tú, Apulio, ninguna se acostaría contigo- bromeó otro

Calpurnio entró de nuevo a la tienda. Donde los esclavos se esforzaban en contener al astur. Por suerte entró un tercero a ayudar. Antes de salir ambos cruzaron miradas, el apuesto astur y el regio romano, y el deseo dio otro coletazo en el interior de Marco. Pero lo contuvo, no se veía con fuerzas para yacer con el guerrero de nuevo

Se metió en su camastro, donde había estado con el esclavo, y se quedó mirando al techo correoso de la tienda. Sintió algo húmedo en la nuca y se dió la vuelta para ver. Allí donde había estado aplastada la cara del astur había calado un pequeño y circular charco

Creo que ha llorado

, pensó Marco

Y reprimió con fuerza todos los pensamientos siguientes. No eran pensamientos romanos

-


Hola. Espero que os haya gustado. Se aleja un poco de la línea acosumbrada, pero bueno, es "una de romanos" que tampoco es habitual en TR. Me tomé este relato como punto de descanso de cosas más densas que ando haciendo. Gracias por leerme y os animo a comentar.