Una de osos

Desde hace tiempo me dan mucho morbo los osos, y he querido hacerles un homenaje con este relato. Camioneros, sudor y mucho calor. Para leer con tranquilidad...

Una de osos

Óscar terminó de aparcar el camión, echó el freno de mano y se encendió un cigarrillo. Le gustaba relajarse después de un viaje largo, antes de descargar. Eran las cuatro de la tarde, y el sol pegaba con fuerza sobre el paisaje amarillento de Castilla. El nombre del pueblo, a estas alturas se la sudaba, era tan sólo uno más, cuatro calles mal puestas, un par de garitos y en los extremos algún mayorista de muebles. Los que le daban curro. Apoyó el codo en la ventanilla, se recostó en el asiento y dio una profunda calada. Mientras echaba el humo, oyó la voz del encargado que le llamaba a gritos. Puto impaciente, cómo se nota que no se había tragado los mismos kilómetros que él.

A eso de las seis terminaron la descarga, comprobación de mercancía y papeleo. Un trabajo menos, pensó Óscar, mientras se encaminaba de vuelta al camión para comprobar el siguiente envío. Salía ya sudao de descargar, no había una sombra y la cabina era una puta sauna. Varias gotas cayeron desde su frente hasta el papel. "De puta madre", se dijo en voz alta, "no tengo nada más hasta pasado mañana".

Podría haber enfilado hacia Madrid y acostarse a las tantas en su propia cama, pero estaba hasta los huevos de viajar, algún hostal habría en el pueblo que le dejase un váter y un colchón durante unas horas. Dejó el camión bien cerrado y recorrió un trecho de la calle principal, hasta que encontró lo que buscaba: un bareto, cutrillo, iluminado y vacío. Mientras hubiera cerveza… Se sentó en un taburete y pidió una jarra, "bien fría, ¿vale?". Dedicó unos minutos a relajarse, cerrar los ojos y dejar que su cuerpo recalentado disfrutara del leve aire acondicionado. Notó cómo el sudor se iba secando sobre los poros de su piel expuesta, los brazos, las piernas, la cara. Su camiseta estaba empapada en sudor a la altura del pecho, su cuello aún ardía, y las axilas y el culo se habían convertido en lagunas de sudor. No le importaba; ya habría tiempo para una ducha. Ahora tocaba probar el gélido líquido. Levantó la enorme jarra cubierta de finas capas de hielo, y se la llevó a los labios. "Ufffff…!"

El insistente sonido de la tragaperras acompañó a Óscar durante media jarra. Súbitamente se oyó el pestillo de la puerta de entrada, y entró una figura grande, oscura en el contraluz, con un aspecto de cansancio sereno parecido al de Óscar cuando cruzó la misma puerta en busca de algo frío. El hombretón avanzó sin prisas hasta la barra, apoyó en ella sus brazos y se dirigió al camarero.

  • Una como esa –dijo señalando a la jarra de Óscar–. Sienta bien, ¿eh?

  • Ya te digo, después de un día como hoy cualquier líquido sacado del congelador sienta de puta madre.

  • Un día duro ha de rematarse con placer, tronco.

El desconocido dio una rápida palmada de colegueo en el hombro de Óscar. Era un tipo fuerte, parecía seguro de sí mismo y muy carismático; la clase de tío con quien Óscar se encontraba a gusto. Le vendría bien charlar con alguien un rato.

  • ¿Algún trabajo hoy? –se arriesgó a dar por hecho que también era camionero; en un lugar como aquel, un tiarrón como él con camisa a cuadros sin mangas tenía todas las papeletas.

  • Hoy ha estado tranquilo. Día libre. Me he venido al pueblo para relajarme.

  • ¿Vives aquÍ?

  • Tengo una casa cerca.

  • Cojonudo… –Óscar no envidiaba tener una casa por esa zona. Aun así, la voz del extraño tenía un tono tranquilo y directo que daba un toque de respeto a todo lo que le decía, una especie de franqueza de macho que te hacía pensar: ole tus huevos, di que sí.

Charlaron un rato, un poco de todo, un poco de nada. Con tranquilidad. Cayó otra ronda de jarras; aún quedaba mucha tarde. Entraba ya por las ventanas y la puerta la luz del atardecer cuando llegó al bar una pareja, un tío y una tía jóvenes, no más de 17, arreglados y de la mano. Él se acercó a la barra y pidió un par de cocacolas. Después volvió con su novia, se sentaron en un rincón y empezaron a darse el lote. Óscar y su nuevo colega les miraron, distraídos.

  • Suerte tienen algunas –dijo el hombretón.

  • Ya ves –Óscar respondió sin pensar, pero entonces se dio cuenta de que el hombre había dicho "algunas"; se refería a la tía, a la suerte de estar con un tío así. Se cortó un poco. Pero tenía curiosidad, así que no abandonó el tema. –Aquí andan, calentando al personal.

  • Uff, ya te digo. Los niñatos de ahora le dan duro al gimnasio. ¿Has visto sus brazos?

No es que Óscar no se hubiera fijado en los brazos del chaval, cuando se acercó a pedir. O en su culo. O en su cuerpo, en general, estaba potente el cabrón. Su piba lo pasaría de puta madre esta noche. Lo que no se imaginaba era que el desconocido se hubiese fijado también.

  • Mira quién fue a hablar

Su interlocutor sonrió complacido. - Qué va tío, yo no voy al gimnasio. Me he curtido currando.

Eso era evidente. Los brazos del hombretón eran grandes, fuertes, pero no musculados de gimnasio, más bien de tío que se ha pasado años descargando cajas. Óscar también estaba fuerte, pero su cuerpo era totalmente distinto: más bien bajo, y con una prominente barriga cervecera, aunque sin llegar a estar fofo. Siempre pensaba que su cuerpo iba con su estilo, en plan informal, camiseta jevi, barba y bigote no muy poblados, pelo rapado al 2. Esta súbita comparación entre cuerpos estaba poniendo calentito otra vez a Óscar, que observaba cómo la pareja se magreba y se intercambiaba lengua, con calma, deliberadamente. Hacían bien, al camarero se la sudaba. Como si se ponían a follar allí mismo, no había nadie más, estaban en el culo del mundo.

  • Jóder, va a caer una buena paja esta noche… Por cierto, tendría que ir buscando sitio donde sobar, se va a hacer tarde.

  • Tío, vente a mi casa y desahógate viendo una porno. Seguro que te apetece. Y si no tienes prisa mañana, quédate a dormir, así te ahorras unas pelas.

  • Pues no te digo que no

Se acabaron las birras, pagaron y salieron a la calle. Aún hacía calor, aunque nada que ver con las horas de media tarde. El desconocido guió a Óscar hasta un coche.

  • ¿Está muy lejos tu casa?

  • Qué va, diez minutos en coche. Por cierto, me llamo Raúl –dijo extendiendo la mano con una sonrisa.

  • Óscar –el apretón de Raúl era fuerte, decidido y muy cálido; justo como él, pensó Óscar.

Recorrieron un par de caminos de cabras durante un cuarto de hora. Aunque el coche se tambaleaba bastante, este breve trayecto resultó relajante para Óscar. Ya tenía dónde dormir. Y quizá algo más.

Llegaron a una casa rodeada de una pequeña finca. Raúl aparcó el coche al aire libre y salió, buscando en sus bolsillos la llave de la casa. Abrió y sin decir palabra dejó entrar a Óscar, a quien dio una leve palmada en la espalda mientras cruzaba el umbral. A Óscar empezaban a molarle estas palmaditas, sobre todo porque quizá eran una forma de insinuarle que podía llegar a pasar algo interesante. El salón no era excesivamente amplio pero sí acogedor, con una chimenea, vigas de madera, algún utensilio de labranza adornando las paredes… muy de refugio para pasar el fin de semana, relajadamente, con un par de cervezas y una porno. Estaba claro que Raúl se lo montaba bien.

  • ¿Birra? ¿Copazo?

  • Si está fría, seguiré con la birra. Gracias tío.

Raúl le guiñó un ojo rápidamente y desapareció en la cocina mientras Óscar se desplomaba en el sofá. Extendió los brazos sobre el cabecero y cerró los ojos. Sintió otra vez el calor rodeando su cuerpo. No tenía pinta de haber aire acondicionado allí. Pero, por alguna razón, no le importaba demasiado. Su anfitrión volvió con un par de botellines ya abiertos, le tendió uno y se sentó a su lado, dando un gran trago al suyo.

  • Puedes fumar si quieres. Como si te apetece echarte cerveza encima. Estás en tu casa, colega.

  • Pues un piti sí me fumaba… – abrió su cajetín y ofreció uno a Raúl, que le indicó con un gesto que no fumaba. Ese cigarro le supo a gloria. Y lo de echarse cerveza por encima no lo descartaba. Birra, un sofá, un pitillo, y un tiote a su lado. Sólo le faltaba una cosa. Y Raúl pareció leerle el pensamiento.

  • A ver qué hay en el canal porno.

Aunque ya había oscurecido, aún era pronto, pero al parecer Raúl tenía contratado algún canal guarro 24 horas. El sonido de la tele llenó la habitación. Daban una porno muy cutre, con una tía comiéndole el coño a otra, aunque se veía casi borroso, en plan peli antigua. Raúl cambió de canal.

  • Es pronto, las buenas no empiezan hasta dentro de un rato. ¿Vemos otra cosa mientras?

  • Lo que quieras.

Vegetaron un rato viendo algún programa chorra. Óscar dejó vagar su mente. Le molaba Raúl, sobre todo esa actitud de decir sólo lo justo, soltar un par de palabras que ya lo dicen todo, en tono de confianza. Se encontraba cómodo con él. Le miró de reojo un par de veces, tenía un cuerpo envidiable. Llevaba vaqueros largos, pero sus piernas se adivinaban fuertes. Y su camisa a medio abrochar dejaba entrever un pecho abultado y potente. De cara tampoco estaba nada mal, sobre todo por su pinta de tío, de machote curtido y serio aunque con rasgos amables. Le inspiraba tranquilidad.

Continuaron mirando la tele un rato, en silencio, casi adormecidos. Raúl ofreció más cerveza y fue a por ella, no sin antes cambiar una vez más de canal, como quien no quiere la cosa, y dejarlo puesto mientras iba a la cocina. Había una nueva peli, mucho más prometedora. Era una escena de un trío, dos tíos y una tía; ella le comía la polla a uno de ellos, que a su vez se la mamaba al otro. Sí señor.

Raúl miró distraídamente hacia la tele mientras volvía con las birras. Se sentó y se volvió hacia Óscar.

  • Esto ya es otra cosa, ¿eh?

  • Y que lo digas

El invitado no estaba muy acostumbrado a ver pelis porno con amiguetes, pero por algún motivo no le resultó demasiado incómoda la situación. Se limitó a observar, encenderse otro piti y beber más cerveza. Con este calor, el alcohol casi no se le subía pues acababa sudándolo todo. De hecho, ya estaba empapado de nuevo. Notó que Raúl se recostaba en el asiento hacia atrás y se tocaba el paquete mientras miraba la peli con atención. Parece que le molaba oírla en voz muy alta. "Aquí podemos subir el volumen, no te oye nadie", le había dicho antes. Era perfecto.

Óscar comenzó a dejarse llevar por los gemidos y por la pedazo comida de coño que ahora le hacían los dos tíos a la otra, aprovechando para morrearse entre sí de cuando en cuando. Se llevó la mano también al paquete, y apretó varias veces el bulto ligeramente alargado que se levantaba bajo sus vaqueros cortos. Notó que Raúl le observaba de reojo, y de nuevo volvía la vista al frente con una ligera sonrisa, satisfecho de que su invitado se lo estuviese pasando bien. El tiarrón se recostó aún más, echando su brazo izquierdo hacia atrás y arragándose la nuca. La axila de Raúl quedó expuesta justo al lado de Óscar, que no pudo evitar desviar su atención hacia ella. Que le den a la peli porno. Esto es mucho mejor.

El sobaco de Raúl ya estaba repleto de pequeñas gotas blancas de sudor. Óscar clavó su mirada en él, con expresión de apetito, durante unos instantes. Quería que Raúl percibiese su deseo, pero el cabrón seguía con la atención puesta en la peli, o al menos eso quería aparentar. El primer paso tendría que darlo Óscar, y no porque Raúl fuera más indeciso, sino porque lo había decidido así. Llevaba toda la tarde tentándole, provocándole. Y ya le tenía.

Óscar se incorporó un poco en el sofá y, sin dejar de mirar el sobaco de Raúl, acercó a él la lengua y lo recorrió, lentamente, de abajo arriba, saboreando su sudor y su olor de macho. Observó cómo Raúl cerraba los ojos y se removía en el asiento, soltando un pequeño gemido de gusto. Le miró unos segundos para ver si hacía algo más, y al ver que no, atacó de nuevo la axila con un lengüetazo, y después otro… Se recreó en el intenso olor de aquella zona, la llenó bien de saliva, parecía atrapado de pronto por el morbo de lamerle el sobaco una y otra vez. Súbitamente, Raúl se giró y le agarró de la nuca con la mano derecha, le miró a los ojos con expresión lujuriosa, y empujó firmemente su cabeza hacía sí, abriendo al mismo tiempo la boca y dejando salir una pedazo lengua que haría las delicias de Óscar. Éste se dejó hacer. Raúl le comió la boca de forma salvaje, con movimientos amplios y agresivos, agarrándole la cabeza con ambas manos, y empleando mucha lengua. Un morreo bien baboso, como le molaba a Óscar.

La peli porno seguía a pleno volumen (ahora un tío se follaba a la tía mientras recibía la polla del otro en su propio culo), cuando Raúl se zafó del morreo y empujó a su compañero hacia atrás, recostándole en el sofá. Empleaba siempre movimientos deliberados, no demasiado bruscos, pero seguros. Le agarró la parte baja de la camiseta y la echó hacia arriba, revelando su panza. Óscar se preguntó qué le vería a un tío como él, qué atractivo podría tener su barriga de camionero para un tío mazao y altote como Raúl. Pero, al parecer, sí que debía de tenerlo, pues su anfitrión atacó inmediatamente su tripa, metiéndole la lengua en el ombligo y chupando los alrededores. Acto seguido continuó subiéndole la camiseta, hasta dejarla justo por encima de los pezones. Óscar tenía dos pezones prominentes, alargados hacia fuera, grandotes.

  • Cómo me pones hijoputa… –dijo Raúl, y comenzó a hacerle la comida de pezones más bestia que alguna vez le hubiesen hecho. Primero pasó la lengua varias veces, jugando con ellos, ensalivándolos bien; después los fue pellizcando con los labios, absorbiendo, recogiendo la saliva que previamente le había dejado. Subió la cabeza para darle un buen morreo, más enérgico incluso que el anterior, y antes de que Óscar pudiera reaccionar, bajó de nuevo y sin previo aviso le pegó un buen muerdo a su pezón izquierdo. Continuó mordiéndole, primero un pezón, luego otro, cada vez más fuerte, y llegó un momento en que Óscar no pudo resistir la tentación de gritar. Dolía, pero le encantaba.

  • Grita, cabrón, quiero oír cómo gritas, colega. Eso es, expláyate, aquí puedes gritar todo lo que quieras

El picor de los mordiscos se iba estabilizando, convirtiéndose en una sensación intensa y ardiente, morbo puro. Óscar estaba disfrutando de la hostia.

  • ¡Sigue tío, cómeme vivo! – alcanzaba a decir entre grito y grito.

Un frenesí bestial se apoderaba de Óscar, que decidió pasar a la acción y empujó a su vez a Raúl hacia el respaldo, volviéndose hacia él y poniéndose casi encima, con una rodilla sobre el sofá y el pie de la otra pierna en el suelo. Se dedicó a darle lametones de oso, en la cara, en la boca, en el cuello… Empezaba a morrearle pero se detenía en seguida para darle más lametones; mientras tanto, le iba desabrochando los últimos botones de la camisa. Cuando hubo terminado, se la abrió y se detuvo en seco para contemplar el pedazo torso de Raúl. Éste se dejaba, inmóvil, sonriendo divertido ante el súbito ímpetu de su colega. Dejándole mirar. Sabía que estaba bueno, y que su cuerpo ponía a mil a Óscar. Su piel rebosaba sudor, desde el cuello hasta la cintura. El pecho era amplio, y en él destacaban dos piercings que atravesaban sus pequeños pezones. No tenía demasiado vello, aunque del ombligo para abajo transcurría esa línea fina que suele acabar en la polla y que tanto morbo da. Las abdominales no se marcaban en plan tableta de chocolate, pero aun así se le notaba fuerte, sin el barrigón de Óscar, simplemente un cuerpo voluminoso, carnaza. Un tiarrón, grande y sudado.

La lengua de Óscar recorría una y otra vez este cuerpo, mientras sus pezones se iban recobrando del ataque precedente. Se hartó de lamer sudor, le encantaba, y luego lo compartía con Raúl dándole un buen morreo. Mientras tanto, el hombretón manipulaba su propio paquete, y tras extraerse la polla obligó a Óscar a plantarse de pie frente a él. Éste observó su falo, aún morcillón, pero prometedor, que salía desde su bragueta; desde ahí hacia arriba, todo era carne, flanqueada por la camisa abierta de Raúl y sus brazacos. El hombretón llevó las manos al paquete de Óscar con una parsimonia que le ponía, si cabe, aún más burro. Le desabrochó el botón y le bajó la cremallera. Después tiró del pantaca y los gayumbos a la vez, hacia abajo, con un golpe seco. Óscar no tenía una polla impresionante; serían unos 13-14 cm, aunque eso sí, bien gruesa. Un cacho carne no muy alargado pero voluminoso, y ahora mismo bien duro.

Raúl llevó su manaza al culo de Óscar, le agarró una nalga y empujó suavemente hacia sí. Se inclinó hacia delante y con dos dedos de la otra mano sujetó la base de su polla, adelantó la cara mientras sacaba de nuevo su lenguaca y engulló lentamente el pene que tenía delante. El cabrón sabía mamar. Igual que al besar, utilizaba mucha lengua, con la que iba masajeando la polla de Óscar por arriba, por abajo, por los lados… bajaba a los cojones y se los comía enteros, a la vez, y volvía de nuevo a la polla para atacar el capullo. Óscar gimió cuando le metió la punta de la lengua en el agujerito, impregnándoselo de saliva. Gimió como una puta. Nunca le hacían eso, y le volvía loco. Raúl paró un instante y, con un gesto rápido, pilló el mando a distancia y dio al "mute". El jaleo de la follada cesó al instante, aunque la imagen seguía viéndose. Uno de los tíos se corría en la cara del otro, que acto seguido compartía la lefa con su compañera dándole un morreo. La mamada continuó, ahora con los gemidos de Óscar como única banda sonora. Estaba claro que Raúl había quitado el volumen a la tele porque le molaba oírle gemir.

  • Dame tu polla, tío –consiguió murmurar entre jadeos– quiero tragarme tu polla

  • Calla. Date la vuelta.

Óscar obedeció como un perrito y se giró, colocándose de espaldas a Raúl. Sintió dos manos agarrándole las nalgas, y el frescor de un buen escupitajo en todo su agujero. La lengua de Raúl le recorrió las inmediaciones del ojete, restregando el lapazo por alrededor, y en seguida también por dentro, mediante metidas de lengua a ritmo constante.

  • ¡Mmmmhh! Me encantan las folladas de lengua cabrón

Le lamió el culo con la lengua, con los labios, a chupetones. De vez en cuando le daba una palmada en una nalga, no muy fuerte, pero efectiva. Óscar restregaba su culo en la cara de Raúl, buscándole, deseando que le ensartara la lengua en toda su longitud. Pocas lenguas había conocido tan grandes, flexibles y húmedas como la de Raúl. Intentó mirar hacia atrás sin girar el cuerpo, y alcanzó a ver de reojo entre sus piernas el tentador pene, que parecía ya completamente tieso, enorme.

  • Déjame comerte la polla tío –volvió a suplicar–, por favor

  • De acuerdo.

Raúl se levantó pero, para sorpresa de Óscar, le mantuvo agarrado por las caderas, sin dejar que se girara. Notó una mano sobre su espalda, instándole a agacharse, y con el calentón que llevaba no se lo pensó dos veces, simplemente siguió obedeciendo, y bajó el cuerpo dejando rectas las piernas, con el ojete apuntando invitadoramente hacia atrás.

  • Te vas a comer mi polla, con el culo.

El anfitrión comenzó a restregar su miembro por la raja de Óscar. Un palo grueso, muy duro y con pinta de ser bastante largo. Había engullido pollas bastante grandes, tanto con su boca como con su culo, así que no había problema. A disfrutar. Oyó cómo Raúl rasgaba el envoltorio de un condón (¿de dónde lo habría sacado? probablemente de su pantalón), y detenía un momento el restregado para colocárselo. El capullo de aquel rabaco comenzó a abrirse paso por su ojete, con pequeños empujoncitos, perforando muy poco a poco. Relajó su agujero, que fue cediendo fácilmente al pene de Raúl. Pero, una vez insertado el capullo, se detuvo inexplicablemente. Óscar sudaba y jadeaba ya de expectación.

  • Dilo –ordenó Raúl. Eso era lo que faltaba, claro.

  • ¡Taládrame el ojete, cabrón!

  • Así me gusta.

Lo mejor fue que no se la metió rápido. No le embistió a lo bestia. Prefirió insertársela despacio, aunque sin retroceder, cada vez más adentro hasta que estuvo metida en toda su longitud. Óscar gritó, gritó fuerte mientras aquel maromo le follaba, cada vez con mayor ritmo, pero nunca demasiado rápido. Su cuerpo ardía, sus pezones, su ojete, y también sus cojones. Se había apoyado en la mesilla para estar más cómodo, y logró agarrarse la polla y pajearse lentamente mientras recibía.

  • ¿No querías tragarte mi polla? Pues aquí la tienes. ¿Te gusta, colega?

Óscar no podía responder, cerraba los ojos, gemía fuerte y le faltaba poco para correrse. Su cuerpo se estremeció, lo cual no pasó desapercibido para Raúl. Dejó de follarle y permaneció de pie, quitándose el condón, mientras Óscar se incorporaba y se giraba hacia él. Raúl le miró con pasmosa tranquilidad mientras se pajeaba el miembro, que parecía también a punto de soltar el trallazo. Óscar no aguantó más, y se agachó rápidamente para lamerle la polla antes de que se corriera. Le dio tiempo a chupetearle un par de veces la base del glande, antes de comenzar a recibir chorros de lefa que le empaparon la cara. No se apartó. Recogió los trallazos con la lengua, los labios, la barbilla, mientras Raúl gemía y le acariciaba la cabeza con una mano. Una vez terminada la corrida, Óscar restregó toda su jeta en la lefa depositada en aquel pene, que le había follado a conciencia aunque no había tenido ocasión de disfrutarlo demasiado con su boca. Le limpió bien la polla, aunque se dejó toda la corrida en la cara, le gustaba sentir ese líquido caliente en su piel.

Raúl pasó una mano por debajo de su barbilla, incitándole a levantarse, y se colocaron de pie frente a frente. El hombretón bajó la cabeza para adaptarse a la altura de Óscar, y le dio un morreo tierno y morboso, mucho menos agresivo que el primero aunque más húmedo, pues entre beso y beso le daba lametones en la cara para recoger su propia lefa. Mientras tanto, le pajeaba con una habilidad que dejó asombrado a Óscar, quien no tardó en correrse, disparando semen hacia el vientre de ambos, sin dejar de morrearse.

Continuaron besándose un par de minutos, y acto seguido se sentaron en el sofá, aún jadeando, sudando y con una enorme sonrisa de satisfacción.

  • ¿Cerveza? –comentó Raúl con toda la calma y cordialidad del mundo.

  • Sí, por favor.

Estuvieron aún un par de horas en el sofá, viendo la tele, desnudos, dejando secar su corrida y su sudor en la superficie de su piel. Raúl rodeaba con un brazo los hombros de Óscar, que se había recostado en su pecho, como un bebé.

  • No entiendo qué ves en mí, Raúl.

El hombretón le dio un beso en la cabeza y sonrió.

  • Pues no es tan difícil, me gustas y ya está.

Ese era Raúl, llano, sincero y sin complicaciones. No contó a Óscar lo que realmente le gustaba más de él: el olor a tabaco y cerveza de su aliento, su bigote empapado en lefa, su panza prominente y sus voluminosos pezones. Y además era un tío majo, ¿qué más se podía pedir?

  • ¿Puedo venir más veces aquí, a que me folles?

  • Esta es tu casa.

Aún vieron la tele un rato. Después la apagaron y fueron a dormir, aún desnudos, abrazados toda la noche, descansando de un día intenso.

por Falazo, Junio 2009


Bueno gente, espero que os haya molado, no olvidéis dejar vuestros comentarios, me ayudan a saber qué es lo que más os pone. Hasta la próxima!