Una curva en la carretera

La vida es como una carretera, si no llevas la velocidad adecuada al llegar a una curva, puedes salirte de ella.

El coche a ciento cincuenta por hora.

El paisaje pasa a toda velocidad al otro lado de las ventanas.

"Clubbed to death" de Rob D, la version hecha por Kurayamino, sonando a todo volumen.

Y ella frente al volante, decidida a hacer volar esos momentos que no tienen ni pies ni cabeza y que tanto sufrimiento han traído a su vida.

Es entonces cuando una imagen clara de la culpable aparece frente a ella.

Con la cuchara en la mano y la boca abierta como una estúpida, la observo entrar en la cafetería de la universidad.

¿Es real? No, no puede ser real tanta belleza reunida en una sola persona.

Casi parece una diosa. ¡Qué demonios! ¡Es una diosa!

Oigo a mis amigos reírse de mí, por la postura en la que me encuentro.

"Es que la sopa está caliente, y dejo que se enfríe", contesto, roja.

"¿Qué sopa? Si tienes la cuchara vacía", comenta alguien.

Y el grupo estalla en carcajadas, llamándole la atención a la rubia de ojos azules que se gira y nos observa, haciendo que enrojezca sobre el enrojecimiento anterior, obligándome a bajar la mirada, apesadumbrada por lo que la rubia pueda llegar a pensar si aquellos a los que llamo amigos se ríen así de mí.

Sin embargo, cuando me atrevo a levantar la mirada, la veo ahí, quieta, sin moverse, con una sonrisa en los labios. Entonces me saluda y mi cerebro ordena a mi mano devolver el saludo, pero calcula mal le movimiento y me tiro encima el agua.

Avergonzada por mi extrema torpeza y las risas de mis compañeros, que empiezan a preguntarse que demonios me pasa hoy para estar mas imbécil que de costumbre, decido irme un momento al lavabo, a intentar secarme el rastro dejado por el agua en mi entrepierna… si es que no tengo suerte

Un cartel pasa sobre ella, demasiado rápido para que pueda ver lo que tiene escrito.

No sabe adonde va, ni le importa, sólo quiere alejarse de todo y de todos.

Sólo desea alejarse de todo, de cada mas mínimo detalle de su mierda de vida.

Llevo tres semanas soñando con ella.

Cada noche.

Cierro los ojos y ahí está ella.

Intento buscar consuelo a esa tristeza que comienza a invadirme el alma al saber que no la volveré a ver, que ese día en la cafetería fue único, que ni siquiera está matriculada en la facultad.

Pero, ¿quién es? ¿Y qué hacía allí?

La camarera me dice algo mientras me pone un botellín delante. Sólo obtiene una sonrisa cansada a modo de respuesta, lo que la obliga a interesarse algo por mi estado de ánimo.

"No me pasa nada", respondo, girando el botellín, "eso es lo triste, que no me pasa nada".

"Pienso lo contrario", me susurra una voz al oído.

Ligeramente grave, dulce, sexy, me provoca un maravilloso escalofrío que me obliga a mirar quien es la dueña de esa deliciosa voz, encontrándome con esos ojos azules que tan solo había visto de lejos, y que me sobresaltan, tirándome encima la cerveza.

"Dios, otra vez no", me quejo, mirando impotente la mancha de cerveza en mi entrepierna.

"Vaya, siento haberte asustado", se disculpa la rubia, con una sonrisa sincera en la cara que me deja sin habla.

"Yo…ah…no…", farfullo, incapaz de hacer una frase coherente, lo que le parece gracioso.

Harta de parecer una idiota, cierro los ojos y me concentro.

"¿Eres siempre así?", oigo que me pregunta.

"No, es que hoy me he dejado el cerebro en casa", contesto, atreviéndome a volver a mirarla.

Su risa es cantarina, de esas risas que alegran a los que estén cerca.

Y sonrío, volviendo a mirar mi pantalón, con esa mancha oscura que parece otra cosa.

"Debería volver a casa a cambiarme", digo.

"Te acompaño", me sonríe.

La miro, interrogante.

"No pienses mal", responde la rubia a esa pregunta no formulada, "te acompaño hasta la puerta".

Una lágrima cae por su mejilla, que limpia rápidamente, pero no lo suficiente.

No ve el otro coche.

No siente el choque.

No oye el estruendo a su alrededor.

Nada.

Silencio y oscuridad.

¿Dónde estaba esa luz al fondo del túnel de la que tanto se hablaba?

Siento esos labios en lo más profundo de mi alma.

Y mi mente se vacía de pensamientos.

Noto como se aparta ligeramente y, ansiosa, busco esos labios y vuelvo a besarlos, continuando el suave y dulce primer beso con la diosa de pelo rubio, al que le sigue otro, y otro, antes de que un grupo de chavales pasen a nuestro lado, silbando y pitando.

Se empieza a reír y me contagia.

  • ¿Quieres subir? –me suelta de sopetón.

¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?

No, no puede ser, ¿o sí?

  • ¿Subes o no? –me pregunta, desde el portal.

No tengo la menor idea de la cara que tengo que tener; pero se ríe con la típica sonrisa de "mírala, qué mona".

  • Esto

  • Sólo un café –me interrumpe –, por favor.

  • Yo

  • Venga.

  • Está bien, un café.

Y, con algo de esfuerzo, doy esos tres pasos que me llevan a su portal, a su ascensor, a su piso, a su habitación y, por fin, a sus brazos.

Luces.

Ruido de sirenas.

Policías que interrogan a los testigos.

Bomberos que cortan el retorcido metal.

Médico y enfermera que se hacen cargo de su cuerpo en la ambulancia, llevándolo lo más rápidamente posible al hospital más cercano.

¿Y ella dónde está?

No lo sabe, pero lo ve todo como si lo observase todo desde algún punto en el firmamento.

Su olor, su calor, su todo me encanta.

Sus brazos me recorren, me dibujan y yo lo intento, con pulso tembloroso.

  • Tranquila –me susurra.

Suspiro, en parte por calmar mis nervios, en parte por esa mano que acaricia levemente mi propia entrepierna sobre la fina tela de mi ropa interior.

  • Bésame –la oigo junto a mi oído.

Sin conciencia, intentando recuperar algo del control de mi cuerpo, la beso, tumbándola, poniéndome ligeramente sobre ella y arrancándole la camisa para poder acariciarla directamente.

Sí, ahora es mi turno para que su cerebro deje de mandar sobre ella.

Beso su boca, su cuello, bajo por su pecho, haciéndome con esos dos maravillosos montículos de carne y piel donde me concentro momentáneamente con sus rosados pezones.

Y me pregunto como demonios seguir porque, ¿lo he dicho ya?

Ah, no.

Pues eso…soy…virgen.

Jamás lo he hecho, hasta ese momento.

No se lo he dicho, me da vergüenza, y espero que ella no se de cuenta.

  • Sigue –suspira.

Me descubro con mis manos en el epicentro mismo de su deseo, mientras no abandono esos pechos que me tienen muy ocupada.

¡Hey! ¡Parece que le gusta!

  • Dios, no pares –sigue suspirando.

Su respiración se vuelve agitada, su cuerpo se arquea, comienza a gemir al tiempo que pequeñas convulsiones invaden su cuerpo.

Así que eso es su orgasmo.

Me encanta.

  • Uff… –suspira.

Abre los ojos, que en algún momento ha cerrado, y me mira.

Y sonríe.

  • Ahora te toca a ti –dice.

  • ¿Es una promesa?

No contesta, sólo actúa.

Y me encanta como actúa.

Tubos y cables la rodean.

Una enfermera observa sus débiles constantes en los monitores.

Tiene muy mala pinta, muy pocas posibilidades para sobrevivir. Sólo si tiene algo por lo que vivir, por lo que luchar

¿Cuál será la historia de esa chica?

Sus brazos se abrazan a mi cadera, pegándose a mí, hundiendo su cara en mi cuello.

  • Hola, preciosa –me susurra su cálida voz en el oído.

  • Hola –sonrío.

  • ¿Qué haces? –pregunta, llevando sus manos a mi abdomen.

  • Pues, intento hacer café.

Se ríe, metiendo una de sus manos bajo mi camiseta.

  • ¿Intentas?

  • Sí, intento.

  • ¿Y eso?

  • Porque me estás poniendo nerviosa y dudo si sabré terminar de preparar la cafetera.

No contesta, sólo baja una de sus manos, obligando a mi cuerpo a arquearse, dejando mi cuello a su alcance.

  • Pues no hagas café –murmura.

Y su voz se me mete hasta el mismo centro de mi cerebro.

Gime, y la enfermera, que está en ese momento cambiando el gotero, la observa, antes de girarse a verificar sus constantes.

Todo parece normal. Nada que indique que vaya a salir de ese coma que, según el médico, tiene todas las papeletas para ser irreversibles.

Vuelve a ella, a observar su cara, demacrada, débil.

Es guapa, y parece inteligente.

Dicen que iba a demasiada velocidad, que por eso causó el accidente, siendo ella la única perjudicada al salirse de la carretera.

¿Qué le ocurriría?

Su mano me da fuerzas.

Mi madre está callada, no dice nada.

Por dios, que reaccione.

  • ¿Has dicho novia? –pregunta mi padre, dejando de lado los cubiertos.

Asiento.

Al final va a ser una mala idea el decírselo en medio de una comida familiar.

Oigo risas y levanto la mirada para descubrir a mis padres más felices de lo que me imaginaba.

  • Ya era hora –sonríe mi hermano.

  • ¡Anda! ¡Ven aquí y dame un abrazo! –le dice mi madre a ella.

Tras sonreírme, y soltándome de la mano, se levanta de su sitio para abrazar a mi madre, quien también se ha levantado.

  • ¿Y cuanto tiempo lleváis ya? –pregunta mi padre.

  • Pues conseguí echarla el lazo hace tres meses, casi cuatro.

  • ¡Me gusta esta chica! –ríe mi progenitor.

Yo flipo.

  • ¡Doctor! –grita la enfermera.

Esta vez sí, esta vez no sólo la ha oído, la ha visto intentar abrir los ojos.

Sin contar con los monitores, que confirman la teoría de que esa chica, por fin, ha decidido despertar de ese mundo en penumbras.

Un año desde esa primera vez.

Un año de buenos momentos, de recuerdos increíbles.

Un año ya de estar juntas.

Hoy es nuestro aniversario.

Normalmente debería estar a unos cuantos de miles de kilómetros; pero no podía estar lejos de ella hoy.

Se me ha ocurrido hacer algo especial. He pasado por el supermercado a comprar algo y luego iré a su casa a prepararle la mejor de las cenas. O, al menos, eso intentaré.

Aparco el coche frente a su portal y cojo las bolsas del maletero.

Subo las escaleras, pasando de coger el ascensor. Tengo un ataque de adrenalina que no me deja estar quieta.

Abro la puerta usando la llave que me dio ella.

Las luces están apagadas, y me alegra saberlo, me deja tiempo para prepararlo todo.

Creo oír un ruido.

Me giro y la veo, completamente desnuda.

  • Feliz aniversario –sonríe.

No contesto, no puedo.

Se me ha olvidado como se habla.

Abre los ojos, no sin esfuerzo.

La luz le deslumbra.

  • ¿Dónde…? –consigue decir, con voz ronca.

  • Tranquila –calma el doctor, sujetándola para que no se incorpore.

Intenta enfocar esas figuras que se mueven a su alrededor.

  • Bienvenida de nuevo, bella durmiente –le susurra el médico.

A su lado, la enfermera le sonríe.

  • Qué… ¿qué ha pasado? –pregunta la chica.

  • Sufriste un accidente –responde el médico –. Llevabas un mes en coma.

  • Un… ¿accidente?

  • Ibas a mucha velocidad y perdiste el control del coche.

  • No me acuerdo.

  • Es normal. Descansa un poco, ¿vale? Si necesitas algo, pídeselo a la enfermera.

El médico se va, mientras la enfermera cambia la frecuencia del goteo, y la ve sujetarse la cabeza.

  • ¿Te encuentras bien? –pregunta.

  • No. No me acuerdo de nada. Sé que algo ocurrió, pero no me acuerdo.

  • No te fuerces, ya te acordarás, ¿ok?

La chica sonríe, agradecida por esa preocupación.

  • Vayamos a vivir juntas.

Me atraganto con el agua y comienzo a toser.

  • ¡Hey! ¡Hey! Si no quieres, me lo dices y ya está –se ríe –. No hace falta que te mates.

  • Joder –consigo decir –. No. Espera.

Me paro, consigo calmar el ataque de tos.

  • ¿Ya? –me sonríe.

  • Sí, ya.

  • ¿Y?

  • ¿Estás segura? Quiero decir que, me encanta la idea y, sí, quiero, pero

Baja la mirada.

  • ¿Pero?

  • Mi nivel de ingresos es ínfimo y no podré ayudarte con los gastos de la ca

  • No, para –me interrumpe –. Eso me importa una mierda, tanto si puedes poner un euro como si puedes poner mil. Sólo quiero estar contigo.

No digo nada, pienso.

Yo también quiero estar con ella.

¿Por qué no puedo decir que sí, simplemente?

  • Tengo… miedo de decepcionarte, de que te canses de mí si pasamos mucho tiempo juntas –contesto.

  • No me voy a cansar de ti.

  • Eso no lo sabes.

  • ¡Ni tú tampoco!

  • ¡Lo sé!

  • ¿Entonces? Probémoslo, por favor. Llevamos un año y dos meses. Ya me he cansado de ir a buscarte a casa de tus padres.

Callo, bajando la mirada, avergonzada.

  • No quiero que pienses que no quiero, porque sí que quiero.

  • Eso ya lo has dicho.

  • Lo sé.

La miro, y veo tristeza en esos increíbles ojos. Una tristeza que me encoge el corazón. Entonces observo cada rincón de su habitación, desde mi sitio en la cama.

  • Está bien, es por tu casa.

Una chispa de sorpresa se enciende en su mirada.

  • ¿Mi casa? ¿Y qué le pasa a mi casa?

  • Que es tuya. Aunque me venga aquí, seguirá siendo tuya.

  • ¿Y qué propones?

  • Si quieres que vivamos juntas, nos buscamos un piso. Uno que paguemos nosotras, que decoremos nosotras. ¿De acuerdo?

Y su sonrisa me ilumina el corazón.

  • ¿Puedo hacerte una pregunta?

La enfermera asiente.

  • Aparte de mi familia, ¿ha venido alguien a visitarme?

  • ¿Alguien?

  • Sí, una chica alta, rubia.

La enfermera hace memoria.

  • No que yo sepa. Pero se lo puedo preguntar a mis compañeras. ¿Es alguien importante?

  • Mi novia –responde la chica, mirando hacia la ventana.

Y la enfermera, a punto de salir de la habitación, se gira, sorprendida.

  • Estás nerviosa.

  • No lo estoy.

  • Sí lo estás –se ríe.

  • Vale, sí lo estoy –respondo, molesta.

Me levanto de la mesa, cogiendo mi plato y llevándolo a la cocina.

Ella me sigue.

  • ¿Qué te pasa?

Suspiro y me giro, avanzando hacia ella, abrazándome a su cuerpo.

  • Te quiero –susurro.

  • Me estás asustando.

  • Pues tranquilízate, no es nada.

  • Pues no entiendo nada.

La hago sentarse, poniéndome encima, acariciando la línea de su mandíbula.

  • Me han dado las prácticas.

Sonríe.

  • ¿Te las han dado?

  • Sí. Dos meses de prácticas en Almería.

  • ¡Enhorabuena! Mi niña, deberías alegrarte. ¿Por qué estás así?

  • Porque no quiero separarme de ti –respondo, comenzando a desabrocharle la blusa –. Te voy a echar mucho de menos.

  • Y yo voy a echar de menos a tus manos –ríe.

Sonrío con ella, llevando una de mis manos hacia abajo, mientras beso y muerdo su cuello, haciéndola suspirar.

  • ¿Qué tal vas? –pregunta la enfermera, viéndola salir del baño y volver a la cama.

  • Podría estar mejor.

La enfermera sonríe.

La chica está algo deprimida. Lo está desde que le dijo que su novia no había pisado ese hospital para visitarla.

  • ¿Sigue sin contestar a tus llamadas?

  • Ya he dejado de intentarlo.

  • ¿Y eso?

Las lágrimas invaden sus ojos.

  • He recordado.

  • ¿Has recordado?

  • Sí. He recordado de qué huía.

Dos cuerpos en la cama se abrazan, se reconocen.

Y ninguno es el mío.

De pie, en la puerta, lo observo todo, incapaz de moverme de ahí, anclada en ese mismo punto, con las maletas aún en la mano.

  • Vero –susurro, como una gilipollas.

Los cuerpos se sobresaltan y ella me mira, sorprendida.

  • Creí… –empieza – creí que estabas en Almería, que volverías en dos se

  • Y yo creí que me querías –corto.

  • Y te quiero.

  • Mentirosa –susurro –. ¡Mentirosa!

Me giro y comienzo a correr, subiendo a mi coche, arrancando. Huyendo.

El coche va a ciento cincuenta por hora.

El paisaje pasa a toda velocidad al otro lado de las ventanas.

La enfermera la ayuda a recoger sus cosas.

  • ¿Adónde irás? –pregunta.

  • A casa de mis padres.

Cierra la maleta y mira por la habitación, por si se olvida algo.

No, no se olvida nada.

  • Pues nada, ya está todo –suspira.

  • De todas formas, si te olvidas de algo, te llamamos, ¿de acuerdo?

La chica sonríe.

  • Vale, gracias.

  • Te acompañaría a la salida, pero tengo cosas que hacer por aquí arriba.

  • Tranquila, no importa –sonríe, cogiendo su maleta y caminando hacia la puerta.

  • Sí que importa –susurra cuando cree que no le va a oír.

Oye un ruido y se gira, descubriendo a la chica, con la maleta en el suelo, mirándola fijamente.

Tres pasos y un beso que sorprende a la enfermera, y la chica susurra:

  • ¿A qué hora acaba hoy tu turno?

La enfermera sonríe.