Una cuñada muy puta (1)

Laura siente una atracción fatal por su cuñado y no le importa engañar a su hermana y su novio con tal de estar con él.

Una cuñada muy puta (1).

Laura, de 35 años, y Carmen, de 30, eran hermanas y mantenían una estupenda relación. Pertenecían a una familia acomodada de banqueros y vivían en un barrio residencial de Madrid. Carmen se casó pronto, a los veinticinco, y había tenido dos hijas con Paco, su marido, abogado de profesión y de la misma edad que ella. Laura convivía con su novio de toda la vida, Pablo, un chico tímido, pero romántico y enamorado. Carmen dejó de trabajar cuando vinieron las niñas, sin embargo Laura dirigía la sucursal de un banco en el centro de la ciudad. Los cuatro solían salir juntos, quedaban los fines de semana, organizaban viajes y fiestas y algunas veces celebraban veladas en casa de una o de otra, incluso se quedaban a dormir. Por suerte para ellas, Paco y Pablo también se llevaban bien y compartían diversos hobbies. Jugaban al pádel, hacían senderismo o iban al fútbol. Físicamente, Carmen era más guapa que su hermana, era de mediana estatura y delgada, con media melena color castaño, ojos negros, fino trasero y pequeños pechos, una modelo que despertaba la envidia de muchos hombres. Laura tampoco podía quejarse de su físico, aunque estaba más rellenita que su hermana y se apreciaba considerablemente los cinco años que le llevaba. Era bastante alta, poseía un culo ancho y carnoso de nalgas fláccidas que se vaiveneaban en cada zancada, tenía pechos acampanados de copa ancha y una melena pelirroja y ondulada, con la raya al lado, muy a los años sesenta. Solía ir muy bien maquillada. Sus ojos eran verdes y sus labios carnosos, y destacaba su piel, muy blanca, con la cara algo sonrosada y con algunas pecas en los pómulos. También resultaba ser más simpática que su hermana y todo el mundo confiaba en ella. A diferencia de Pablo, más atortolado y siempre pendiente de su novia, Paco, más dicharachero, pasaba de romanticismos y miraba el matrimonio como un río de monotonía a pesar de la extraordinaria belleza de su mujer, de hecho, alguna que otra vez se había corrido alguna juerga con los amigos y había follado con alguna puta. Pero se llevaba bien con su mujer, aunque mucho mejor se llevaba con su cuñada, con Laura.

Laura se sinceraba con él, solía confesarle sus inquietudes, sus problemas en el trabajo, le pedía consejos y Paco siempre estaba dispuesto para hacerle cualquier favor, lo hacía con más gusto que cuando se lo pedía su mujer. Ante cualquier disputa, con sus suegros, con Pablo o con Carmen, para él Laura llevaba razón y siempre salía en su defensa. Laura contaba con un aliado para cualquier cosa. Su cuñada era como su debilidad. A pesar de la estrecha confianza entre los dos, Laura nunca sacó de contexto la relación y siempre le vio como un buen amigo, que la defendía, que la mimaba, que la hacía sentirse bien, sin embargo Paco, más golfo, siempre sintió una atracción sexual por su cuñada, desde que la conoció diez años antes. Admiraba su cuerpo, sus pechos con formas de campanas y su culo de nalgas blandas, casi el cien por cien de sus fantasías se basaban en ella. En más de una ocasión había olido sus bragas sucias, le había tirado fotos en bikini para luego masturbarse, se la había imaginado de mil maneras, la había visto en camisón y una vez en paños menores. Cuando hacía el amor con Carmen, muchas veces se la imaginaba a ella. A pesar de sus sucios pensamientos, siempre la respetó y jamás insinuó sus deseos. Sabía que tales fantasías nunca traspasarían la realidad. Debería convivir con su obsesión en alguna parte de su mente retorcida.

Laura nunca detectó la inmoralidad de su cuñado, sin embargo una noche, cuando celebraban una acampada con la pandilla de amigos, todo cambió. Fue el comienzo de la perdición de Laura. Ella se encontraba con su hermana y sus amigas alrededor de la lumbre mientras los chicos jugaban a las cartas. Permanecía sentada en una silla con las piernas separadas. Llevaba unos vaqueros ajustados. Se fijó de casualidad en cómo su cuñado la miraba con otros ojos, embelesado en la bragueta de sus pantalones, cómo tratando de imaginar lo que se escondía detrás. No supo qué hacer en ese instante, si cerrar las piernas o hacerse la despistada. Le pareció normal, los chicos solían comportarse así. Mantuvo la posición permitiendo que su cuñado se deleitara con su entrepierna, incluso llegaron a intercambiar una mirada. Todo se quedó ahí, en una mirada llena de complicidad.

Con el tiempo sucedieron más miradas en momentos puntuales, cuando estaban los cuatro, cuando estaba a solas, con los suegros, con los amigos. Cuando hablaban, siempre la miraba a los ojos. Laura se sentía observada por su cuñado, a veces le resultaba incómodo, sobre todo cuando estaba en bikini o en casa con el pijama. La miraba de otra manera. Ella mantuvo el mismo nivel de confianza, tampoco quería equivocarse, por otra parte, muy en el fondo, no le desagradaba la idea de gustarle a su cuñado, no sabía exactamente la razón, quizás el morbo o quizás su físico, Paco era un chico guapo y elegante, un pijo, bastante más macho que el memo de su novio. El morbo se fue acentuando entre ambos con gestos que sobrepasaban la confianza. Se llamaban más a menudo, se tiraban más tiempo charlando, se mandaban mensajes y se daban situaciones un tanto comprometidas que la misma Laura provocaba. En una ocasión, en la piscina de la casa de sus padres, cuando Pablo se encontraba ausente, le pidió que le embadurnara la espalda de crema solar. Otra vez se cruzó con él en los pasillos. Iba con el albornoz abierto y en slip. Pudo fijarse en el bulto del paquete, casi llegó a diferenciar el relieve del pene. Laura se sonrojó, llegaron a mirarse, pero no cruzaron palabra. Fueron unos instantes embarazosos y fue incapaz de conciliar el sueño aquella noche. Otra vez se encontraban los dos a solas en el sillón viendo una película. Tanto Pablo como Carmen ya se habían subido, Pablo para dormirse y Carmen para acunar a la niña. De pronto Laura se levantó para irse a la cama y sintió una palmadita en el culo, una palmadita cariñosa de despedida que desbordaba la confianza, pero ella no le reprochó el gesto. Otra vez ella llevaba unos pantalones blancos y él le preguntó si llevaba tanga porque le veía el culo muy flojo, y ella le respondió afirmativamente con toda naturalidad. Paco se estaba excediendo con su abusivo comportamiento, pero en el fondo, a Laura le embargaba aquel morbo, incluso a veces se vestía con el fin de agradarle. Le gustaba que a veces le acariciara el brazo, que le pasara la mano por la cintura, que le dijera lo guapa que estaba o que le diera una palmadita en el trasero.

La relación entre ambos se fue estrechando aún más. Las llamadas y los mensajes entre ambos, aunque en ningún caso eran insinuantes, aumentaron considerablemente. Paco tomó la costumbre de pasarse todas las mañanas por el banco para invitarla a desayunar, y ella, tuviera más o menos trabajo, le acompañaba encantada. Nunca faltaban los halagos, que si estaba muy guapa, que si iba muy elegante, y ella tonteaba hechizada ante aquel comportamiento seductor. Con el paso de los días, comprendió que su cuñado le gustaba como hombre, le conquistaba su carácter y sus maneras, incluso llegó a pensar en alguna fantasía erótica. Pero era el marido de su hermana pequeña y la relación debía dejarla ahí, en fantasías.

Un lunes a primera hora de la mañana, Laura se encontraba en su despacho del banco cuando recibió una llamada de su cuñado. Sugirió comer juntos en un restaurante de las afueras y ella aceptó encantada. Antes de las dos, Paco se presentó en la oficina. Iba trajeado y con su maletín. Saludó a Rodrigo, el interventor, un hombre cercano a la jubilación, bastante obeso, calvo salvo un hilo de pelo en forma de herradura, y con una densa barba canosa. Después saludó a Manuela, la cajera, una chica de veintidós años que llevaba poco tiempo contratada, de un físico espectacular, con la nariz puntiaguda, melena larga, pechos grandes y redondos y culo fino. Después irrumpió en el despacho. Su cuñada estaba espléndida. Enseguida se levantó para besarle en las mejillas. Vestía un traje gris de finas rayas blancas compuesto por una minifalda muy ceñida que resaltaba el volumen de su culo, una chaqueta y una blusa blanca con varios botones desabrochados para que se pudiera admirar su escote, donde se llegaba a apreciar parte de la ranura que separaba sus pechos. Llevaba medias de color carne y unos zapatos de tacón.

  • ¿Nos vamos? - preguntó ella sonriente.

  • No tengo coche.

  • Cogemos el mío.

Mientras caminaban hacia el coche, ella marchaba ligeramente por delante con paso decidido. Su culo apretujado tras la falda se contoneaba en cada zancada y Paco no le quitaba ojo. ¿Cuántas ganas tenía de follársela?

  • Estás muy guapa.

  • Gracias.

Cuando Laura se montó al volante, las minifaldas se tensaron dejándole gran parte de sus muslos a la vista de su cuñado, que enseguida se percató de la visión. Al poco de arrancar y tras pisar el embrague y el acelerador continuamente, la falda se fue contrayendo hasta la cintura aumentando la visión de sus piernas hasta casi dejar visible las tiras laterales del liguero que sujetaba las medias. Laura sabía que su cuñado la miraba, pero no podía hacer nada y llegó a sonrojarse. Se le notaba en los pómulos por la blancura de su piel. Paco sacó el móvil y le tiró unas fotografías.

  • ¿Qué haces?

  • Estás muy erótica así.

Laura se miró las piernas unos instantes y enseguida volvió la vista al frente.

  • Está dichosa falda... Anda, borra esa foto y no seas tonto...

  • No pasa nada, estás muy guapa así. ¿Usas liguero?

  • Sí, a veces, bueno, depende de la ropa.

La falda se corrió aún más por los movimientos de las piernas y dejó al descubierto la delantera de las bragas, unas bragas rojas de satén, muy brillantes. Paco se fijó en ellas, aunque no se transparentaba nada de lo que había detrás. Ella juntó las piernas todo lo que pudo para que viera lo menos posible, pero, descaradamente, Paco se curvó para asomarse. Ahora se le veía casi toda la tira del liguero y la pinza sujeta a las medias.

  • Qué bragas más bonitas.

  • Son cómodas. Anda, no seas aprovechado.

Paco le soltó una palmada en el muslo.

  • Tranquila, estás muy guapa.

El trayecto resultó embarazoso para Laura, pero de alguna manera gozó con el hecho de que su cuñado hubiese disfrutado. Tras aquella comida, una incontrolable pasión por él se desató en sus entrañas. Cuando se acostaba, trataba de reflexionar. Estaba llevando demasiado lejos aquel frenesí, comprendió que debía parar con aquello, que no podía ser, que era el marido de su hermana. Comenzaron los problemas con Pablo. Ya no le apetecía hacer el amor con él y continuamente alegaba alguna excusa. No le apetecían besos, ni caricias, comenzaba a sentir una mezcla de pena y de placer por estar, de alguna manera, engañándole. Su cuñado ocupaba constantemente sus pensamientos y ni siquiera lograba concentrarse en el trabajo. Deseaba que la llamara, que la sacara a desayunar, oír sus halagos, sabía que no podría ir a más y que debería conformarse con aquella relación superficial. No sabía si estaba enamorándose o solamente se trataba de una mera atracción sexual. Darle gusto le provocaba placer. Pablo, su novio, estaba preocupado por su repentino cambio de carácter, ahora se comportaba de una forma más arisca y apenas mantenían relaciones íntimas. Se lo contó a Paco, pero su cuñado le aconsejó que no se preocupara, que seguro que todo se debía al estrés del trabajo.

Pablo pensó que su novia había dejado de quererle y un domingo por la mañana se lo hizo saber entre lágrimas. Se comportó con indiferencia, como si la preocupación de Pablo le trajera sin cuidado.

  • ¿Hay otra persona? - le preguntó él cabizbajo.

  • ¿Otra persona? ¿estás tonto?

  • Algo pasa, Laura, ya no me quieres.

Ella, decidida, se levantó de la mesa.

  • Mira, Pablo, estoy pasando una mala racha, ¿vale? Lo siento. Sería una buena idea que nos tomáramos un tiempo.

  • Laura, por favor, no me hagas esto, nos queremos... Dime qué te ocurre, yo te ayudaré.

  • Quiero estar sola, vete.

Desconsolado, Pablo preparó una pequeña maleta y se marchó de casa sin entender el insólito comportamiento de su novia. Nada más irse, Laura descolgó el teléfono y llamó a su cuñado para contarle que había discutido con Pablo y que éste se había ido de casa, maquilló la situación de tal manera que le hizo creer que había sido Pablo quien había tomado la decisión de marcharse y dejarla sola. Ejerció el papel de víctima a la perfección. Era consciente de su degenerado comportamiento, de que jugaba con fuego al darle alas a esa pasión por su cuñado, que estaba traicionando a su hermana, pero Paco la hechizaba con su sola presencia. No acertaba a saber si se había enamorado de él o sólo se trataba de una mera atracción sexual, o quizás una mezcla, una mezcla peligrosa de pasión. Tras una larga conversación se despidieron y ella auguró que su cuñado se presentaría en breve. Estaba en pijama y decidió cambiarse para él, sumergirse en ese arrebato pasional. Se arregló la melena y se perfumó, después se atavió con un camisón blanco semitransparente, de muselina, muy corto, el volante de la base quedaba muy por encima de las rodillas, con finos tirantes que le dejaban el escote muy flojo y la espalda a la vista, con los pechos sueltos y unas braguitas color crema de finas tiras laterales y una delantera igualmente de muselina. Para rematar su intención, se forró las piernas con unas medias blancas muy brillantes a juego con la tela del camisón. Estaba demasiado provocativa para recibir a su cuñado. Aguardó impaciente sin parar de fumar. El timbre sonó una hora después. Antes de abrir, se aseguró por la mirilla de que era él y respiró hondo, después le abrió la puerta. Al verla, Paco quedó deslumbrado. No se lo podía creer. Enseguida examinó las transparencias del camisón, sus braguitas, donde se apreciaba ligeramente la mancha triangular y oscura del vello de la vagina, su ombligo y sus tetas, balanceantes tras la gasa, de gruesos pezones y manchas circulares moradas que abarcaban casi toda la base. Se besaron en las mejillas.

Sus pechos se vaiveneaban en cada gesto.

  • ¿Qué ha ocurrido?

  • Ahora te cuento. Querrás un café.

  • Vale.

Ella marchó delante hacia la cocina y él tras ella, fijándose en su espalda al descubierto y en cómo contoneaba el culo. Sus nalgas anchas y lacias se movían con las zancadas. Llevaba unas bragas muy pequeñas que sólo abarcaban una pequeña parte del culo, de hecho por encima de la tira se distinguía la parte superior de la rabadilla. Paco, electrizado, tuvo que sofocar su pene rascándose en la bragueta. Laura se sintió desnuda ante sus descaradas miradas, también algo culpable, pero la pasión que le transmitía la presencia de su cuñado superaba cualquier indicio de arrepentimiento. En la cocina ella le contó una falsa película acerca de la relación con Pablo y Paco no paró de fijarse en los detalles que se apreciaban tras las transparencias del camisón. Ella actuaba como si tal cosa, con una descomunal confianza que Paco no sabía cómo interpretarla, si como una provocación o como algo natural producto de la buena relación que mantenían. Ya no sabía qué pensar. Cada vez estaba más seguro de que su cuñada quería algo más que el simple tonteo y que no se atrevía a dar el paso por razones obvias.

  • Por favor, Paco, me tienes que ayudar. Imagínate a mis padres y a mi hermana cuando se enteren...

Paco se acercó a ella y ambos se abrazaron. Él la rodeó por la cintura y la besó en la frente, percibiendo sus pechos apretujados contra la camisa. Las manos le acariciaron la espalda y ascendieron por ella hacia los hombros. Un tirante resbaló por el brazo, pero ella se lo levantó enseguida, antes de que el escote le liberara el pecho. El tacto de las manos en su espalda y su fragancia masculina multiplicaron el arrebato que se apoderaba de su mente. Sintió que las piernas le temblaban y pensó en su hermana Carmen.

  • Sabes que puedes contar conmigo.

  • Ya lo sé...

Temerosa, se apartó de él para servirle la taza de café. Paco no cesaba en mirarla con fijeza. Con la taza en la mano, su cuñado se sentó en el sofá y ella se mantuvo de pie ante él, como exhibiéndose. Paco no apartaba los ojos de su cuerpo.

  • No sabes cuánto te lo agradezco, Paco, ya les conoces, todos se pondrán en contra de mí.

  • No te preocupes, ven, siéntate.

Laura se sentó a su lado, en el borde, con las piernas juntas, como si quisiera ocultar sus vistas íntimas, no queriendo dar sensación de descarada, ligeramente mirando hacia él. La base del camisón coincidía con el final de las medias y dejaba a la vista unos centímetros de carne de sus piernas. Ahora sus pechos se mantenían en reposo, aunque Paco no apartaba la vista de ellos.

  • Gracias, Paco, sé que tú me entiendes...

Paco alargó el brazo derecho y le pasó la yema del dedo pulgar bajo los ojos, como para secarle unas lágrimas que no existían. Después le pellizcó cariñosamente la barbilla, a modo de niña buena, y le colocó algunos cabellos tras las orejas.

  • Sabes que yo siempre estoy de tu parte -. Le acercó la cabeza con suavidad y le estampó un beso, primero en la frente y después en la mejilla, posición que la obligó a curvarse hacia él para que se aprovechara de una visión de sus pechos bajo el escote -. Tú eres mi niña y no quiero verte preocupada.

Laura volvió a erguirse, pero él no paraba de acariciarle la cara y de colocarle algunos cabellos revoltosos.

  • Pero sabes que llevo razón, ¿verdad?

  • No te preocupes más, estás tensa, ven, anda...

Le pasó el brazo por los hombros y la obligó a echarse sobre su regazo. Laura apoyó la cara en sus pectorales, por encima de la camisa, mirando directamente hacia la bragueta del pantalón, una bragueta que la tenía muy cerca, con el pecho izquierdo apretujado en el costado de su cuñado y el derecho sobre su vientre. Su cuñado la besó en el cabello y le acarició el brazo desde el hombro hasta la muñeca. Paco ahora disponía de unas vistas fascinantes de su cuerpo, de su espalda y de su enorme culo, aún cubierto por la gasa del camisón. Ella había flexionado las piernas y quedó tumbada, en posición fetal, con la cabeza apoyada en su regazo y las piernas juntas y dobladas. No paraba de acariciarla alisándole el cabello y deslizando las uñas por el brazo, disfrutando de aquel tacto tierno y de aquella piel blanca.

  • Bueno, espero que todo se arregle - dijo ella -. Sé que Pablo es buena persona.

  • Tú tranquila -. Ahora deslizó las uñas por la zona de la espalda que estaba al descubierto-. No quiero que mi niña se preocupe por nada.

Ella se contrajo ante las cosquillas.

  • Vas a conseguir que me duerma.

  • Tú relájate, lo necesitas.

Laura se atrevió a modificar la posición y se tumbó completamente boca abajo, con la mejilla derecha plantada encima de la bragueta, mirando hacia la hebilla del cinturón. Los brazos los dejó pegados a los costados y cerró los ojos, como si fuera a dormirse con las cosquillas. Notó el relieve de la verga que lentamente iba hinchándose. Confiado por la extrema docilidad de su cuñada, Paco tiró de la tela y le subió el camisón hasta donde pudo, dejándola en bragas, unas braguitas color crema de donde sobresalía parte de la rabadilla. Su verga terminó de hincharse y ella notó la dureza. Le pasó la mano derecha con suavidad por toda la espalda mientras continuaba alisándose el cabello con la izquierda. Tras darle varias pasadas, le atizó una palmada en el culo. Ella lo contrajo.

  • ¡Auhh!

  • Tienes un culito precioso - comentó sin pestañear, atento a cómo aquellas nalgas blandengues se movían tras la sonora palmada.

  • No digas tonterías, está muy fofo.

Volvió a asestarle otra palmada, esta vez más fuerte, hasta le dejó señalada la mano en la piel blanca.

  • ¡Auh! ¿Qué haces?

  • Es precioso.

  • No seas tonto y deja de tocármelo.

Ahora le pellizcó una de las nalgas tomando una buena porción de carne. Ella alzó el brazo y le asestó un manotazo.

  • Paco, te quieres estar quieto. Anda sigue por la espalda...

Le pasó la palma por encima de la braga.

  • Me encanta. ¿Por qué no usas tanga?

  • Vale, sí, venga...

Paco le sujetó la braga y tiró bruscamente metiéndosela por la raja, dejándoselas a modo de tanga. Pudo deleitarse entonces de una vista completa de ambas nalgas, aunque enseguida ella se las sacó.

  • Paco, por favor...

Él volvió a tirar y volvió a metérsela. Ella alzó el brazo, pero le sujetó la mano y sólo se sacó una parte. Una de las nalgas quedó completamente desnuda. Laura pareció darse por vencida. Paco le plantó la palma encima para acariciársela, pero en ese momento sonó el teléfono. Entonces ella se levantó con presura para dirigirse a la mesita. No se sacó la parte de la braga y Paco disfrutó con el espectáculo que le ofrecía aquel sabroso trasero.

  • Era mi padre - dijo volviéndose hacia él, con sus pechos balanceantes tras aquella gasa transparente -. Viene para acá. Pablo le ha llamado. Me espera un buen sermón. Voy a cambiarme.

Paco asintió disgustado. Sólo le quedó verla alejarse por las escaleras y aquella última visión que le permitían las transparencias del picardías. Había sido una lástima, dada su excesiva docilidad, podría habérsela follado en cualquier momento. Abandonó la casa antes de que llegara su suegro. Tampoco quería escándalos ni levantar sospechas, sólo echar un buen rato con su cuñada. Pablo le vio salir de la casa y le asoló una ola de celos. Sabía que se llevaban bien, pero dado los trágicos momentos, en su mente se dibujaron inconcebibles situaciones. Perturbado, se echó a llorar como un niño pequeño. Más tarde telefoneó a Laura, pero no atendió ninguna de sus llamadas. Luego decidió probar con Paco y éste le aconsejó que se alejara de ella por un tiempo, que estaba muy afectada y necesitaba tiempo para ordenar su vida.

Al día siguiente, lunes, Laura volvió al trabajo en el banco, aunque no logró concentrarse en toda la mañana, hasta Rodrigo, el interventor, le preguntó qué le pasaba. Pablo la llamó en numerosas ocasiones, pero no atendió ninguna de sus llamadas. Sus padres y su hermana no comprendían qué pasaba, a qué se debía su actitud con Pablo, un chico bueno y encantador, ella sólo se excusaba alegando que últimamente discutían mucho y que se había cansado, que por un tiempo necesitaba estar sola. Todo era falso. La pasión por su cuñado y ese fogoso arrebato sexual eran los culpables de su comportamiento despectivo. Era consciente del juego peligroso, de la terrible traición, pero se trataba de un sentimiento irresistible. Aguardó impaciente una llamada de Paco. Le resultó raro que no la recogiera para desayunar, que ni siquiera la hubiese telefoneado. Tal vez había recapacitado, quizás fuese lo mejor para todos antes de que el asunto desembocara en un horrible escándalo. Almorzó sola, dudó si llamarle al despacho, pero quería comportarse como una ingenua, que él tomara la iniciativa. Por la tarde regresó a la oficina y a las ocho, cuando ya se disponía a marcharse, sonó su móvil. Era él.

  • ¿Cómo estás, guapísima?

  • Bueno, regular.

  • Te noto decaída. Te dije que no te preocuparas por nada. En cinco minutos te recojo y tomamos una copa. Te vendrá bien.

  • Vale.

Antes de un cuarto de hora, su cuñado, ataviado con chaqueta y corbata, se presentó en la oficina del banco. Ella estaba preciosa. Llevaba un vestido negro de hilo, enterizo, con la base por las rodillas, ajustado, de tela suave, con escote redondo. Calzaba unos zapatos negros de tacón aguja y llevaba medias negras. La blancura de su cara y sus carnosos labios pintados de un rojo fuerte destacaban con la oscuridad de las prendas. Se besaron en las mejillas y se dieron un cálido abrazo. Después se marcharon a un disco pub cercano. Sentados cada uno en un taburete, charlaron durante casi cerca de una hora y se bebieron casi cuatro copas cada uno. Producto de los efectos del alcohol, Laura se puso a bailar moviendo el esqueleto locamente. Paco sólo la observaba. Estaba bastante borracha. Tras un rato sin parar, bebió un largo sorbo de la copa de Paco y, sofocada, se apoyó en él, entre sus piernas, de espaldas, con su amplio culo apoyado en la bragueta de su cuñado. Paco la abrazó entrelazando los dedos en su vientre y apoyó la barbilla en uno de sus hombros. Le estampó un beso en la mejilla.

  • Me encantas, eres mi niña. ¿Sabes que estuve enamorado de ti antes de conocer a tu hermana? Siempre me has gustado. En realidad, tú eres mi tipo. Me gusta tu carácter, tu físico, me gusta todo de ti. Me hubiese encantado terminar contigo. Eres mi amor platónico.

  • ¿De verdad? - sonrió ella.

Paco acercó los labios a su oreja para susurrarle.

  • Me pones a cien cada vez que te veo...

Ella meneó sensualmente su culo refregándolo por el bulto de la bragueta. Notó con claridad los contornos del pene.

  • No hace falta que lo jures...

  • No dejes de moverte... - susurró a modo de jadeo, con los ojos entrecerrados.

Esta vez echó el culito hacia atrás para sentirle mejor. Notó la longitud y el grosor de la verga en su trasero.

  • No seas tonto, somos cuñados, mi hermana...

  • ¡Chsss! Hoy eres mía, hoy quiero jugar a que eres mía. Retrocedamos en el tiempo. Esta noche imagina que somos novios.

  • Tú me gustas, Paco, pero estamos jugando con fuego – reconoció.

  • Es sólo un juego. Nos estamos divirtiendo, ¿no? ¿Damos una vuelta?

  • Como tú quieras - aceptó ella.

Al salir del local, Paco le pasó el brazo por los hombros y ella a él por la cintura. Caminaron hasta el coche abrazados como una pareja de novios. Cortésmente, él le abrió la puerta y después se montó al volante. Laura había cruzado las piernas montando la izquierda encima de la derecha.

  • ¿Dónde vamos? - preguntó ella.

  • Recuerda que somos novios.

  • Paco, no seas bobo...

Él extendió el brazo derecho para acariciarle la cara y el cabello. Luego le asestó una palmadita en el muslo, por encima del vestido. Ella ni se inmutaba. Volvió a extender el brazo y le acarició el muslo arrastrando el vestido hasta la cadera, dejándole la pierna al descubierto. Las medias negras terminaban hacia medio muslo, y Paco deslizó la palma por encima hasta la ingle, palpando aquella carne fría y blanca.

  • Estás tan buena - la mano regresó en dirección a la rodilla y la metió bajo la media -. Tienes un polvazo.

Ella se reclinó en el asiento cuando Paco retiraba la mano para tomar una curva. Se miró con sigilo y comprobó su erótica posición.

  • Estoy mareada, no estoy acostumbrada a tanto alcohol, deberíamos irnos...

Paco volvió a plantar la mano en su muslo arrugando más el vestido en la zona del vientre, dejando a la vista la delantera de sus bragas, unas bragas negras de satén, muy brillantes, aunque sin transparencias. Descruzó las piernas y entonces él aprovechó para deslizar la mano por el interior del muslo hasta que el canto de la mano rozó la tela de satén. Le acarició la otra pierna y se las separó para disponer de una mejor visión de las braguitas negras. Pero tuvo que sujetar el volante para una nueva curva.

  • Eres preciosa, me vuelves loco.

Esta vez dio una pasada por sus tetas, por encima del vestido, pero no se detuvo y bajó a las piernas para manoseárselas por todos lados. Miraba hacia el frente y volvía la cabeza hacia ella para no perderse detalle. Atrevidamente, esta vez tiró del vestido hacia arriba para levantárselo. Obediente, Laura elevó el trasero del asiento para que él lo subiera unos centímetros por encima del ombligo, a modo de jersey, dejándola completamente en bragas. Se fijó en la fina tira lateral del costado y metió la mano por debajo acariciándole lo que pudo de la nalga. Ella con los ojos entrecerrados, simulando los efectos del alcohol, se reclinó en el asiento apoyando la cabeza contra la ventanilla. Dados los incesantes manoseos, notó que se corría, que las bragas se le humedecían. La palma le acarició con suavidad el vientre y bajó despacio hacia la vagina, por encima de las bragas, pero enseguida volvió a subir para meterla bajo la tira lateral y regresar por la pierna. Tras cinco minutos de incesantes manoseos, Paco detuvo el coche cerca de una oscura alameda. Ella se bajó para tomar el aire y el vestido cayó cubriéndole las piernas. Paco rodeó el vehículo y se dirigió hacia el otro lado. Se apoyó de espaldas y la cogió de la mano para acercarla. Su cuñada se dejaba manejar dócilmente. Pegó el culo a su bragueta y lo meneó ligeramente percibiendo su verga. Paco la rodeó por la cintura besándola en la nuca y en las orejas.

  • No dejes de moverte - susurró.

Apoyó la nuca en el hombro de su cuñado, relajada, mirando hacia el cielo estrellado, sin dejar de refregar sus nalgas por la bragueta.

  • Paco, deberíamos irnos, esto no esta bien.

  • Hoy quiero estar contigo.

Paco tiró con suavidad del vestido y se lo fue subiendo hasta dejarlo por encima del ombligo. La dejó en bragas presionando la bragueta contra aquellas nalgas que se meneaban sosegadamente. Temerosa de lo que estaba a punto de suceder, dio media vuelta en los brazos de su cuñado para colocarse frente a él. Paco metió las manos bajo el vestido para deslizar las yemas por su espalda, elevándolo aún más, casi hasta la base de los pechos.

  • Paco es tarde y nos estamos pasando.

  • Tranquila -. Le estampó un beso en los labios -. El juego no ha terminado -. Volvió a besarla -. Relájate.

  • Esto no esta bien, Paco - lamentó sin dejar de mover la cadera, sólo que esta vez era su vagina la que rozaba aquel enorme bulto. A pesar de sus destellos de arrepentimiento, el tacto de aquellas manos y el roce con su pene la estaban poniendo muy cachonda -. No quiero hacerle esto a mi hermana.

  • Sólo estamos pasando un buen raro. Relájate. Eres tan hermosa.

Paco alzó la mano derecha y le pasó la yema del pulgar por los labios. Ella suspiró entrecerrando los ojos, sintiendo que volvía a mojar las bragas. Introdujo el dedo entre ambos labios y deslizó la yema por los dientes. Abrió la boca y se lo empezó a chupar muy despacio, como si lamiera un diminuto pene. Luego retiró el dedo y pasó la palma abierta por todo su rostro. Le revolvió el cabello. Ella frunció el entrecejo al sentir los flujos vaginales.

  • Bésame - le pidió él.

  • No, Paco, ya está bien, es mejor que nos vayamos.

  • Bésame.

Laura le miró a los ojos y un segundo más tarde se lanzó a besarle apasionadamente, con los labios unidos y las lenguas entrelazándose. Paco aún le acariciaba la espalda bajo el vestido, pero muy despacio fue bajando las manos hasta plantar una en cada nalga. Se las apretujó para unirse más a ella, que aún meneaba la cadera rozando la entrepierna en su bragueta, como si estuviera masturbándose con el roce. Metió las manos por dentro de las bragas y le estrujó las nalgas acariciándolas con rabia. Continuaban besándose. Ella tenía los brazos en sus hombros. Paco tiró de las tiras laterales y se las bajó unos centímetros dejándola con el culo al aire. Enseguida le sobó el culo nerviosamente, pellizcándole aquellas nalgas tan blanditas, abriéndole la raja y pasando la yema por su ano.

  • Tócame.

  • No, Paco, por favor, ya basta, no hagamos algo de lo que podamos arrepentirnos.

Ambos hablaban a modo de jadeos, cachondos por aquella situación tan lujuriosa.

  • Sólo un masaje.

  • Vámonos, Paco, esto no está bien...

  • Cállate, coño, tócame...

Laura fue atizada por un fogonazo de pánico, pero aún así bajó el brazo y plantó la palma de la mano encima de su bragueta para refregarla con lentitud por todo el bulto. Notó el relieve del gigantesco pene y el volumen de sus testículos. Estaba completamente empalmado. Paco, fuera de sí, continuaba sobándole el culo y separando sus nalgas para abrirle la raja. Ella deslizaba la mano sin apretar. Unos segundos más tarde, retiró las manos del culo para comenzar a desabrocharse el cinturón. Laura le miró y también dejó de tocarle. El vestido cayó hacia su posición.

  • ¿Qué haces? - preguntó con temor.

  • No puedo más...

  • Ya está, Paco, vámonos -. Se subió las bragas y se alisó el vestido cuando él se bajaba los pantalones - Déjalo ya, Paco.

Dio media vuelta y abrió la puerta, pero Paco la cerró bruscamente y la empujó contra el coche, de espaldas a él, como si fuera a cachearla. Le miró por encima del hombro, estaba en slip con la parte delantera bajo los huevos, sacudiéndose aquel grandioso pene que no pudo ver con claridad.

  • Paco, déjame, qué haces...

  • Súbete el vestido, vamos coño...

Obediente, se sujetó el vestido en la cintura e inmediatamente él tiró de las bragas y se las bajó hasta las rodillas. Se masturbaba vertiginosamente, sin apartar la vista de aquel culo blanco, aquel culo que tantas veces había deseado. Mantenía las piernas juntas y la penumbra le impedía una visión del coño, pero parecía conformarse y sólo le atizaba algunas palmadas en las nalgas. De vez en cuando, Laura le miraba por encima del hombro y trataba de fijarse en su polla, pero apenas pudo distinguirla por la oscuridad y la velocidad de las sacudidas. A pesar de la dominación que su cuñado ejercía sobre ella, volvió a sentirse húmeda, con los labios vaginales empapados de flujos. Entonces cerró los ojos y miró hacia delante, confundida entre el placer y el remordimiento. Se sintió como una puta a su disposición.

  • Ábrete el culo - profirió Paco -, vamos, zorra, ábretelo

Echó los brazos hacia atrás y separó sus nalgas. Paco distinguió su ano en el fondo y abundante vello procedente de la entrepierna. Aceleró las sacudidas, acezado como un perro, sin apenas parpadear, sin perder detalle. Cuando notó que jadeaba más profundamente, Laura retiró las manos del culo para sujetarse el vestido. La raja volvió a cerrarse. Estaba a punto de eyacular y no quería que se lo manchase. Paco bufaba desesperado. Ella miró al frente y cerró los ojos. A los pocos segundos contrajo las nalgas cuando sintió la leche caer sobre su culo en forma de gotitas muy líquidas y dispersas. Varias hileras se deslizaron desde distintos puntos de las nalgas hacia las piernas y hacia la raja, inundando la rabadilla y alcanzando el vello del chocho. Un pegote chorreó hacia las bragas y algunas gotas alcanzaron la liga de las medias. La dejó empapada. Cuando volvió a mirar él se estaba abrochando el cinturón con un cigarro en la boca. Con una mano se sujetó el vestido en la cintura y con la otra se quitó las bragas para secarse el culo con ellas, en presencia de su cuñado.

  • Lo siento - se disculpó él -. Espero que te haya gustado. No he sabido contenerme.

  • Eres un cerdo, Paco, me has hecho sentir como una fulana, me has humillado.

  • Tú reconoces que eres una calientapollas.

  • Me das asco, no me esperaba esto de ti.

  • Lo siento, ¿vale? Me has calentado y se me ha ido la cabeza.

Terminó de secarse, aunque se notó el culo pegajoso, y tiró las bragas impregnadas de semen. Después se bajó el vestido y se lo alisó antes de abrir la puerta.

  • ¿Ha terminado tu asqueroso juego, Paco? ¿Puedes llevarme a casa?

Durante el trayecto de vuelta, ninguno de los dos abrió la boca y cuando Paco detuvo el coche, ella se bajó aligeradamente hacia su casa. Se sentía avergonzada, humillada, con la dignidad rota, pero consciente de que ella había propiciado aquella embarazosa situación. Ignoraba qué sucedería, pero no debería repetirse. Realmente, para ella había sido morboso y fascinante, su cuñado estaba muy bueno, pero tendría que contenerse, por el bien de todos. Pablo, su novio, la esperaba oculto tras unos andamios. La vio bajar del coche de Paco y, tras un portazo, anduvo ligera hacia el portal. Los celos le comieron las entrañas. Le abordaron las sospechas de que su novia tenía un lío con su propio cuñado, el marido de su hermana. No podía ser, trató de descartar esa posibilidad, ambos se llevaban bien, quizás sólo habían quedado para hablar, ella se apoyaba mucho en él. Temeroso, se acercó hasta la puerta y pulsó el timbre. Ella abrió enseguida. Aún llevaba el vestido negro. No tenía buen aspecto, con un semblante demacrado y ojos llorosos.

  • Hola, Laura. Perdona, pero, te he llamado, necesito hablar contigo. Te quiero.

Laura le invitó a pasar y le pidió que esperara, que tenía que ducharse, que luego hablarían. Sigilosamente, Pablo la siguió. La vio entrar en la habitación. A través de la ranura observó cómo se despojaba del vestido. Se sorprendió que no llevara bragas, sólo las medias. Se fijó en sus nalgas, coloradas en algunas zonas, como si hubiera recibido unos cachetes. A Pablo le tembló la barbilla producto de los celos. Aturdido, se frotó la cabeza, con ganas de ponerse a llorar de rabia. Tal vez había estado follando con alguien, casi seguro que tendría un amante. La imagen de Paco conquistó su mente. Sin embargo, cuando ella salió de la ducha y bajó al salón, le pidió perdón por su comportamiento, puso la excusa del exceso de trabajo, del estrés, reconoció que le habían surgido dudas acerca de los sentimientos hacia él, pero que sólo se había tratado de una crisis. Pablo respiró más tranquilo y alejó los fantasmas, aunque no quiso preguntarle sobre las bragas. Laura creyó conveniente reanudar su relación con Pablo y con ello normalizar su vida tras un lapsus tremendo e inolvidable. Lo sucedido con Paco no debía repetirse, por su hermana y por toda su familia. No habría forma de enmendar su error, pero al menos sólo quedaría como un ingrato recuerdo. Hizo el amor con Pablo aquella noche. Lo hicieron como casi siempre, él encima y ella abrazada a él, con los ojos cerrados, imaginándose que quien la follaba era su cuñado.

Fin Primera Parte.

Gracias por dejar vuestros comentarios

joulnegro@hotmail.com