Una cuestión de negocios

Un ambiente selecto. Personajes inusuales y una situación sin salida.

Una cuestión de negocios

Me llamo Marla y soy una mujer felizmente casada con un hombre muy exitoso en los negocios. En realidad no sé muy bien que negocios son, pero sí sé que nos sobra el dinero como para vivir muy lujosamente.

Por lujosamente me refiero a vacaciones en las Islas Griegas, París o Montecarlo. Una mansión inmaculada como residencia habitual, dos Mercedes, joyas y el acceso a cualquier tipo de ropa.

Tengo 42 años y una vida relajada, lo cuál hace que tenga todo el tiempo del mundo para cuidar mi cuerpo y mantener mis encantos. Soy rubia y no hace tanto tiempo atrás gané un par de concursos de belleza. Más tarde me dediqué al modelaje y fue allí, en ese ámbito selecto, que conocí a mi esposo. El tiene hoy 59 años.

Les decía que no conozco bien las actividades de mi marido, pero no me importa y no pregunto. Por otra parte él jamás habla conmigo de esos temas y me mantiene como una reina. A cambio de eso yo lo complazco sexualmente y soy la esposa decorativa que el necesita para mostrarse en el ámbito social en que desarrolla su trabajo. Hace 15 años que estamos casados y nuestra vida ha sido siempre hacia arriba, sin sobresaltos.

La historia que voy a referirles ocurrió hace un año, un día como cualquiera. Comenzó cuando mi esposo me dijo que estábamos invitados en un cocktail en la embajada de un país europeo con motivo de agasajar a un miembro de la familia real de ese país que estaba de visita en Buenos Aires.

Me comentó que para él era más que un evento social dado que durante la recepción estarían presentes algunos funcionarios con los cuáles esperaba cerrar el negocio más importante que jamás hubiera hecho. Eso me sorprendió, dado que mi esposo hace siempre negocios que dejan siempre ganancias fabulosas.

Para ese evento decidí usar lo mejor de lo mejor. Seleccioné un vestido negro ajustado de un solo hombro. La falda llegaba un poco más debajo de las rodillas. Los acompañaría con un par de stiletos de finísimo tacón y el juego de collar, pulsera y pendientes de esmeraldas. El vestido no llevaba sostén. Por último elegí una fina braga hilo dental negra y panties del mismo color.

Cuando miré el resultado en el espejo quedé muy satisfecha. Mis senos de cirugía lucían perfectos y los zapatos contribuían a embellecer más aún mis piernas y cola.

Mi esposo reaccionó con normalidad al verme y sentí su aprobación. Un esposo exitoso requiere de una mujer acorde a su prestigio y en eso yo jamás lo había decepcionado.

El cocktail resultó ser fastuoso. Habría allí una cien personas de etiqueta, pertenecientes a lo más graneado de la sociedad y del cuerpo diplomático. La comida era exquisita y el champagne de la mejor calidad.

Mi esposo me presentó a unas cuantas personas. Notaba que las miradas de los hombres recorrían mi cuerpo y eso me hacía sentir tremendamente sensual.

A su turno, nos presentaron al homenajeado que resultó ser un príncipe de cuarto orden de sucesión al trono. Cuando lo vi de inmediato llamó mi atención. Era muy apuesto y extremadamente educado. Mediría 1,90 de estatura, de unos 35 años, rubio y esbelto de complexión atlética. Noté que al saludarme se comportaba como los demás, desvistiéndome con la mirada. Pero claro, esa conducta no llamó mi atención porque, como dije, todos los hombres del lugar me habían mirado así.

Todo se desarrollaba normalmente con muchísima etiqueta. Música muy suave y charlas intrascendentes. Hacía rato que había perdido a mi esposo al que veía hablando, seguramente de sus negocios, con tres hombres que se veía eran tan empresarios como él. En cuanto empecé a sentir los efectos del champagne decidí parar. No podía arriesgarme a hacer un lamentable papelón que fuese un bochorno para mi esposo. Pero también tenía que encontrar un sanitario y sinceramente no sabía donde se encontraba.

Alguien del servicio se percató de que buscaba algo y amablemente me acompañó hacia una puerta, la abrió y me dijo que en ese pasillo lo encontraría sin dificultades.

Era un pasillo muy lujoso y amplio. En verdad encontré rápido el sanitario y luego de hacer mis necesidades aproveché para verificar mi maquillaje. Retoqué un poco mis ojos, pero no tanto: estaba satisfecha con la imagen que el espejo me devolvía.

Cuando salía al pasillo para regresar al salón, me sobresalté de ver al príncipe esperando allí, solo.

Noté que clavaba sus ojos en los míos de una manera muy especial y me sentí turbada y paralizada. Antes de que pudiera sonreír, o saludar, el príncipe se había acercado a mí de manera suave, pero imprudente.

Yo traté de ignorar el asunto, pero también me di cuenta de que algo iba a suceder.

  • Es usted muy bella señora, me dijo con lascivia acercando su boca a mi oído. Al mismo tiempo que su brazo tomaba con suavidad mi cintura.

Yo estaba paralizada. Su amo acariciaba mi espalda y sentía que mi coño comenzaba a mojarse. Por otra parte la idea de ser descubierta en esa situación tan íntima, con mi esposo del otro lado de la pared me generaba morbo y miedo simultáneamente.

-Yo… atiné a balbucear, pero mi voz estaba paralizada. El príncipe estaba acariciando mi panty muy cerca de mi raja y daba cortos y mojados besos en mi cuello.

  • La deseo ahora.

Me sentí paralizada totalmente. No podía más que obedecer a ese hombre acostumbrado a tener cuanto se le antojase.

Mientras me arrodillaba en la alfombra para introducirme su poderoso falo en mis labios, me olvidé de todo. Seguramente esto estuvo planeado desde que nos presentaron. Seguramente el ordenanza que me mostró el pasillo esperaba la oportunidad. Seguramente habría dos custodios en la puerta, del lado del salón, desviando a los invitados hacia otro baño.

Me dediqué a lamer su pedazo con la punta de mi lengua como si fuera una vulgar puta.

Lo estaba disfrutando.

¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Gritar? No. Sería un escándalo del cuál jamás podría quitar el recuerdo. La ruina de mi matrimonio. Estaba atrapada.

Su polla era fabulosa. Larga y gorda. Erecta como un fierro. El dejó que se la mamara y que la disfrutara. Yo sentía hincharse su cabeza segundo a segundo y dosificaba mis chupadas para obligarlo a no acabar. No recuerdo cuanto la habré lamido. Si sé que no quería parar de hacerlo.

Mi coño estaba empapado cuando el me irguió de nuevo y quedamos frente a frente. De su bolsillo sacó una pequeña navaja y sin quitar sus ojos de los míos abrió con ella un pequeño tajo en mis panties.

Luego, con mi espalda apoyada en la pared y apartando el hilo dental que apenas cubría mi depilada raja, literalmente me la clavó hasta el fondo inundándome de un placer extremo.

Sentí que mis pies dejaban el suelo unos centímetros. El príncipe me tenía ensartada en su polla y con sus brazos me balanceaba muy suavemente arriba y abajo. Creo que el orgasmo interminable comenzó desde su entrada. Me sentí gemir en su oído como una perra.

Ya casi exhausta, sentí que su lechazo llenaba mi cueva y su apagado grito en mi oído. El hijo de puta me había cogido en las narices de mi esposo y a mí me había gustado.

Mientras se la chupaba para limpiarlo escuché sus palabras.

  • Putita, lo has hecho muy bien. Estoy seguro que tu esposo conseguirá ese contrato con mi gobierno. Yo me encargaré de que así sea. Mientras tanto, estarás a mi servicio cada vez que te lo requiera.

Dicho eso, guardó su polla y sin más salió por una de las puertas del pasillo.

Pude volver al salón después de haber puesto algo de papel higiénico en mi raja para absorber la catarata de semen real que caía de ella. Mi esposo no se había percatado de mi ausencia y el príncipe bebía en otro sector, rodeado de personas y sin siquiera mirarme por un momento.

En mi turbación, pensé que la experiencia había sido maravillosa y me sentí sucia por hacerlo. Por otra parte, me preguntaba cómo seguiría todo aquello.

Continuará-

Clark.jonatan@yahoo.es