Una cuerda de violoncello 5
Entre Lacan y mi musa
La alarma me despierta, casi violentamente ¿qué estaba soñando? Ese despertar tan brusco hizo que se borrara de mi mente ciertas imágenes a la vez placenteras y angustiantes. Solo habían quedado las sensaciones, mezcladas con ese no saber día, hora, lugar, nada… Tardé un momento en acomodar mis ojos a la claridad de la mañana y a recordar el porqué de la alarma. En media hora debía estar en el otro lado de la ciudad en el consultorio de mi psicóloga.
Ducha rápida, café negro recalentado (horrible) y en quince minutos estaba sumergida en el tráfico nervioso de las personas que quieren llegar a tiempo a sus trabajos. Casi casi a tiempo entré a la sala de espera del consultorio de la doctora Szarneki, no sin cierto nerviosismo. Hacía tiempo que no la veía y de pronto, toda la incomodidad que había sentido cuando recién comenzaba con la terapia me volvía a asaltar.
-Hola Natalie, ¿cómo estás?-una bienvenida amistos, (más le valía, con el precio de la sesión…)
-Hola doctora, estoy bien, creo…-mejor entrar en tema rapidamente.
-Siéntate y dime lo que te está preocupando-era su frase de apertura, y sabía que ahora era mi turno de hablar.
-Bueno, es algo complicado en verdad no sabía por donde comenzar-He estado pensando mucho en Nanami-elegí salir desde un puerto seguro.
-¿Cuáles son tus pensamientos acerca de ella?
-Solo recuerdos, situaciones vividas, que vienen a mi memoria sin razón-
-Vamos, Natalie, a esta altura de la terapia sabes que una razón debe haber. Cuéntame acerca de tu vida actual-miraba fijamente su cuaderno de notas. Siempre me había preguntado si escribía algo acerca de mí o solo detallaba la lista de las compras…
Le conté brevemente mi encuentro con Laura, y como se había resuelto en una amistad.
-Francamente Natalie, no me parece que este hecho te haya desequilibrado. Si bien no se acerca demasiado a alguna cosa que hayas hecho anteriormente, lo has tomado bien y no creo que haya sido un factor problemático- hizo una pausa efectiva y me clavó la mirada.
-Es que…-decidí hablar de lo que realmente me tenía tensa y preocupada.
-Conocí a alguien, su nombre es Ana y es una de mis alumnas de la escuela-creo que me sonrojé, no quería que ella pensara que yo era una…asaltacunas, como se dice vulgarmente.
-Cuéntame de ella-fueron sus escasas palabras-
-Cuando la conocí, me sentí atraída por su belleza. No es nada convencional, en realidad, no se define con los canones de belleza actuales. Es alta, cabello negro, casi siempre suelto y casi despeinado. Su piel morena, ojos negros enormes, buena figura, pero como dije antes, nada convencional. No lo sé…-me había obligado a pensar físicamente en Ana y me había puesto incómoda.-Inconscientemente comencé a ignorarla, no la traté como a mis demás alumnas. Algo en ella me resultaba inquietante y…es una alumna…-
-Continúa-la doctora Szarneki garabateaba en su cuaderno, el grafito del lápiz producía un sonido nervioso al rasgar las hojas amarillas de papel reciclado (deformación profesional esa de fijarse en los sonidos de todo lo que me rodea)
Le conté acerca del expediende de Ana, de su virtuosismo al piano, del primer encuentro real que había tenido con ella en el salón de clases.
-¿Qué pasó cuando leíste acerca del abuso sufrido por Ana?
-Rabia, mucha rabia. También dolor, deseos de protegerla…-quizás algo más pero no podía aún ponerle nombre a ese sentimiento.
-¿Y qué pasó cuando la escuchaste tocar?-
-Es indescriptible. Su música me conmovió antes de saber que era ella quien tocaba, y cuando descubrí que era ella, fue una sorpresa, una agradable sorpresa. Cuando entré al salón ella se sobresaltó, no me esperaba. Yo había vuelto de mi gira con un día de anticipación-
-¿Crees que ella estaba escondiéndose de ti?-
-No lo creo, supongo que se escondía de todos, no sé si de mí especificamente. Aunque…estaba tocando un día en que se suponía que no iba a verme…-no lo había razonado de esa manera, o no había querido hacerlo ¿se estaba escodiendo de mí? ¿porqué lo haría?
-Descubriste en ella algo muy personal y que además se relaciona con tu vida y con tu gran pasión por la música, ¿qué te hace sentir eso?
-En ese momento yo estaba frente a una colega, no a una alumna. Creo que no podré ya verla como a una alumna y eso me inquieta-retorcí mis dedos.
-Natalie, sabes que no e mi deber dar consejos, ni es parte de la terapia. Pero en este caso debo hacerlo, para evitar un mal que puede traerte consecuecias desagradables. Aunque Ana sea mayor de edad, sigue siendo una alumna de la escuela en donde tú eres profesora. Es sabido que las transgresiones del rol docente/alumno en niveles superiores como el universitario se dan todo el tiempo, no lo es cuando estás manejandote con adolescentes. No estoy condenando tus sentimientos- traté de interrumpirla, decirle que yo no sentía nada, pero no me dejó-Natalie, es obvio que algo te pasa con Ana, y lo difícil de las circunstancias hace que debas ser cautelosa. Recuerda, es tu alumna, además de ser hija de un diplomático. Tú eres joven, ella también lo es, y es tu deber dar tiempo a las cosas. No te metas en problemas. No fuerces ninguna situación-
-No quiero forzar nada doctora. Yo…ni siquiera sé que es lo que siento.
-Para nuestra próxima sesión quiero que trates de aclarar tus sentimientos y ver que papel juega Nanami en todas estas nuevas experiencias que estás viviendo- se levantó, ofreciéndome su mano, dando señal de que nuestro encuentro había llegado a su fin. Estreché su mano, balbuceé un hasta luego y salí rapidamente de allí. Necesitaba aire fresco, respirar, aclarar mi mente.
Una larga caminata por el parque, entre los árboles, sintiendo crujir bajo mis pies las agujas caídas de los pinos. Tenía mi mp3 encima, como siempre, pero necesitaba silencio. En el medio del pequeño bosquecito casi se perdía el sonido del tráfico. La imagen de Ana y la de Nanami giraban vertiginosamente frente a mis ojos, caminé y camié hasta que los fantasmas se alejaron. Cuando me di cuenta era ya pasado el mediodía, tenía que volver rapidamente al departamento, almorzar algo, cargar mi cello y llegar a tiempo al teatro. Ensayo general para el concierto del día siguiente.
Me sentía más aliviada, la charla con la doctora Szarneki me había hecho bien. Decidí seguir su consejo, relajarme, dejar que las cosas transcurrieran, no forzar ninguna situación…Quizás al final nada de esto tuviese mayor importancia.
El ensayo fue agotador pero satisfactorio, iba a repetir el concierto de Sain Säens y me sentía muy bien técnicamente y de ánimo. ¿Quién dice que es un desperdicio gastar dinero en psicólogos?
Llegando casi al departamento recibo un mensaje de texto de Lill “querida vente a cenar a lo de Susana” Decidí ir directamente hacia allá, no sin antes pasar por la vinoteca, era mi costumbre no presentarme con las manos vacías, aunque podía ya escuchar la voz de Susana protestando por el vino.
-Hija, que aquí no hace falta que traigas nada, ya lo sabes, esta es tu casa-dicho y hecho, en cuanto le mostré la botella de vino, comenzó a regañarme.
-Es el que te gusta- le guiñé un ojo
-¡Hey! Nada de hacerle ojitos a mi novia- la voz de Lill, aparentando celos.
-Ay cariño, nos has descubierto- Susana puso uno de sus musculosos brazos alrededor de mis hombros.
-Susi, amor, sabes que si me engañas, ¡te mato!-y le dio un gran beso ahí mismo. Aproveché para escabullirme hasta la cocina y espiar los manjares que Susana había estado preparando. Todo se veía prometedor. Salsas de todo tipo para la entrada con crocantes de masa de maíz y en el horno, una lubina en su manto de hojaldre, que olía deliciosamente bien. Ya cuando quería abrir la heladera para seguir espiando, siento un pequeño dolor en mi mano.
-¡Au!-miré sorprendida a Lill
-Ya, deja que al menos el postre sea sorpresa, es que mi chica me está enseñando sus secretos de pastelería-
Resultaba gracioso escuchar a esa mujer hablar de “su chica” como si fueran un par de adolescentes. Tanto Lill como Susana pasaban de los cuarenta años.
-Está bien, ya no me pegues, o tendré que denunciarte por malos tratos-
-Eso no es nada, que si no sales ya mismo de la cocina, ¡no respondo!-
Me dirigí a toda prisa al living y me acomodé en un sofá, hasta que me llamaran a cenar.
-Tienen que venir mañana al teatro, las dos. Voy a tocar un concierto precioso-las invité cuando ya habíamos acabado con el postre, un pastel de arándanos riquísimo. Lill se había sonrojado al recibir nuestros elogios. A veces era como una niña.
-Pues claro, no nos lo vamos a perder por nada, ¿verdad amor?
-Déjame consultar mi agenda…-Lill bromeaba, ella nunca faltaba a mis presentaciones cuando eran en la ciudad.
-Las espero a ambas entonces, y más les vale que aplaudan-
-Hasta que se nos caigan las manos- y brindamos por eso y más hasta medianoche.
Volví sola al departamento, Lill se quedaba “para ayudar a limpiar todo” según me había dicho con sonrisa traviesa.
Esa noche por fin pude descansar plenamente, sin pesadillas, sin insomnio. El día transcurrió muy tranquilo, no tenía obligaciones salvo el concierto de la noche y quería estar bien preparada.
Hice mis ejercicios de relajación y respiración, los seminarios de técnica Alexander habían rendido sus frutos. Repasé ciertos pasajes de la obra y aspectos técnicos que estaba mejorando en mi ejecución. Lill regresó por la tarde, a descansar para luego emperifollarse para asistir a la velada.
Me bañé, y envuelta en un toallón enorme, traté de buscar algún atuendo para el concierto. No me gustaba usar vestidos de gala, no me resultaban cómodos. Es más, desde niña había desechado faldas y vestidos de mi armario. No vestía en forma masculina, pero tampoco me sentía a gusto en atuendos demasiado femeninos.
Me decidí por un pantalón negro algo entallado, sin dejar de ser flexible, una blusa blanca con un delicado chabot, una corbata de moño de seda negra y un chaleco también de seda negra. Zapatos negros, sin taco. Decidí llevar el pelo suelto, me daba sensación de libertad.
El teatro estaba colmado, las dos primeras obras de la orquesta resultaron un éxito, dos sinfonías de Shostakovich. Luego del intermedio comenzaría mi presentación como solista.
La gente ya volvía a sus asientos, luego de que se hubieran acomodado, entró el director, aplausos para él, la orquesta de pie. Esperando a un costado del escenario, no me sentía nerviosa. Había estado en similares circunstancias muchísimas veces, desde niña. La multitud no me aturdía. Escuché mi nombre, caminé hasta el medio del escenario, saludé al director, al concertino, al público. Finalmente se hizo silencio, me senté, acomodé mi atril. Miro al director, la seña convenida para comenzar con el concierto. De pronto algo llama mi atención desde el palco más cercano. Alguien. Ana.
Entré en esa dimensión temporal extraña en la que un segundo se siente como un siglo. No pude evitar mirarla, etaba preciosa. Un vestido negro, el cabello recogido simplemente en una coleta alta detrás de su cabeza. Sentí su mirada clavada en mí. Los primeros acordes de la orquesta me sacaron de mi contemplación, y mis manos ya se movían solas, automaticamente. Mi cerebro y mi corazón tomaron posesión de ellas, sumergiéndome en el universo musical que tenía por delante.
No me molestaban las luces, la gente se veía borrosa, solo el contorno de Ana estaba definido. Mis dedos pasaban de una nota a la siguiente sin tropiezos, recorriendo una ruta conocida, sin obstáculos, reconociendo y disfrutando del paisaje. Los acordes finales me encontraron exhausta, feliz, el cuerpo lleno de adrenalina. Me puse de pie, para recibir los aplausos de la gente. Ovación de pie. Algunas flores cayeron al escenario. Sin poder evitarlo miro a Ana, en el momento justo en que una rosa de sus manos dibuja una elipse en el aire y cae a mis pies. La recogí, volví a mirar hacia el palco, pero ya se había retirado, con el hombre que estaba a su lado, que debía ser su padre.
Había tocado para ella. Sin dudarlo. ¿Había encontrado a mi musa?
Vuelvo a agradecer sus comentarios y sus valoraciones. Creo que algunos de ustedes piensan que yo misma me dedico a la música, pero les aclaro que esta historia no es sino producto de investigar acerca del mundillo de este arte...