Una cuerda de violoncello 2
El cuento anterior fuie solo la introducción a esta historia. No tengo idea del porqué se ha publicado dos veces... En fin, aquí va la segunda parte. La trama se complica ;)
Mi clase estaba llena de niñitas de clase alta del último curso, la mayor parte sin talento artístico, a las que su familia deseaba dar una educación refinada para prepararlas para ocupar el lugar que la sociedad le tenía preparado, al lado de un marido exitoso. En realidad, esto estaba lejos del ideal que había perseguido en un principio, de transmitir mis conocimientos musicales, pero había decidido darle una segunda oportunidad al colegio, además había entablado una buena amistad con la profesora de artes plásticas, una escultora de carácter expansivo y con un humor a prueba de bombas. Además, los directivos eran comprensivos con mis ausencias por giras con la orquesta y siempre podía recuperar el tiempo perdido con talleres especiales.
Al mes de comenzar el nuevo año de clases entró a mi curso una alumna nueva, su padre era empleado diplómatico y lo habían transferido con un ascenso desde España. Ana, que así se llamaba la nueva estudiante, era mayor que las demás y sus archivos escolares, por alguna razón desconocida, no estaban disponibles y en una reunión de profesores, la directora nos recomendó un seguimiento especial del caso.
Desde el principio Ana se comportó de forma algo retraída, distante, aunque contestaba con amabilidad. Ingresó al colegio como interna, ya que su padre pasaba la mayor parte de su tiempo en la capital cumpliendo con sus deberes diplomáticos. El primer día que asistió a mi clase le pregunté si había recibido algún tipo de educación musical. Me contetó que tocaba un poco el violín, pero que había tomado clases de niña y ya no se acordaba. Como en la orquesta de cuerdas que estábamos armando hacían falta violas, le pregunté si quería tocar ese instrumento y accedió sin protestar, casi en forma pasiva. Su gradísimo ojos negros no me miraban de frente, era como si todo el tiempo tuviese miedo… Un pajarito recién metido en una jaula. La ubiqué en el grupo de principiantes, donde se desempeñaba bien, leía partituras correctamente, seguía las indicaciones de la dirección, pero nada extraordinario.
Demasiado a menudo, mientras estaba en clases, me descubrí a mí misma mirando a Ana. Su historia misteriosa y su personalidad retraída me tenían muy intrigada, sin mencionar esos ojos tan profundos como la noche. Me convencí que era un interés meramente pedagógico; cuando algún alumno se destaca del resto por alguna causa, siempre captura la atención del maestro.
Cierto día en que la directora me había citado en su oficina para conversar acerca de los cursos de verano, ella debió salir para atender un problema que la retuvo más de lo esperado. Mientras yo esperaba, miré y encima de su escritorio estaba el archivo escolar de Ana. No pude resistir la tentación de abrirlo, esa chica tenía un aire misterioso que inquietaba. Los primeros años nada interesante, solo que su inteligencia estaba por encima del promedio, por lo que tomó clases avanzadas de ciencias y artes en diversas escuelas privadas europeas. En cierto punto de su carrera escolar sus notas comenzaron a declinar como así también su comportamiento, que se tornó violento, errático, y finalmente ls observaciones de sus maestros decían que se había convertido en una niña solitaria, que no hablaba con nadie, sin amigos. Ese comportamiento errático se hizo lógico (y doloroso de leer) cuando en las siguientes páginas había una copia judicial por la que la guarda de la niña se entregaba completamente a su padre. Al parecer, la pareja de la madre había golpeado y asaltado sexualmente a Ana, sometiéndola a una tortura psicológica de casi un año de duración hasta que su padre pudo finalmente enterarse de la verdad y realizar la denuncia. No pude leer más pero escuché los pasos de la directora y apenas alcancé a colocar el archivo en el lugar donde estaba. Por el resto de la reunión mi mente estuvo en otro lado, y solo pude respirar tranquila cuando estuve fuera de la escuela camino a mi departamento.
Durante todo el trayecto, manejando mi pequeño automóvil eléctrico (regalo de mis padres defensores a ultranza de la ecología) con una mezcla de rabia y de sentimiento de indignación, por lo injusto de lo vivido por una niña, por sus traumas, por todo. ¿Quizás por algo más? Pisé con fuerza el acelerador para borrar de mi mente ciertos pensamientos inquietantes.
Llegué al departamento, que había terminado por compartir con la profesora de plástica de la escuela, la escultora de la que me había hecho muy amiga. Ella, también lesbiana o quizás bisexual, era una mujer totalmente expansiva, fresca, de unos 40 años, aunque nunca quiso decirme su edad. En algún momento hubo cierta tensión entre nosotras, al fin y al cabo las dos habíamos estado solas por mucho tiempo, pero al final todo se resolvió en una noche de borrachera y risas. Con el tiempo, Lilly había encontrado en Susana (la fogosa dueña de una pastelería con brazos llenos de músculos de tanto amasar panes deliciosos, y últimamente, amasando a mi amiga escultora)
-¡Hola mi vida! ¿Cómo estás cariño?- Lilly y su calidez, a veces era empalagosa, pero al verla sonreír se le perdonaba todo exceso de sentimientos.
-Hola Lil, yo bien, al menos eso creo. ¿Está Susana?- le respondí, sabiendo que no podía disimular mi malestar pero tratando de minimizarlo para que ella no preguntara. Tenía la mala costumbre de leer muy bien a las personas.
-No- pone carita de cachorro travieso pero triste- Está trabajando en la pastelería, uno de los empleados enfermó y le toca trabajar toda la noche. Parece que voy a dormir solita- otro mohín de tristeza. Actuaba como niña a veces, lo cual era muy gracioso.- ¿No querrás tú hacerme compañía, eh guapa?- Su gesto cambió a esa mirada casi felina de cuando quería ser seductora.
-Con los músculos que carga Susana, ¡ni pensarlo! Además, qué más quisieras tú que tenerme en tu cama- le guiño un ojo. La conversación festiva había logrado ponerme de buen humor.
-Cariño, si yo hubiera querido…-dejó la frase a medio terminar y se puso a reír, con esos sonidos tan contagiosos y tan suyos.- ¿Cocinamos o pedimos fuera?
-No tengo demasiado hambre Lil, ¿te van unos spaghettis con salsa de albahaca?
-¡Claro que me van, pero solo si tú cocinas! Jejeje-
-Vale, tú sirve unas copas de vino mientras yo cocino- voy a mi habitación a cambiarme, me meto en mis ropas deportivas de algodón dos talles más grandes, tan cómodas y me calzo mis pantuflas con caritas de perros. Siempre mantuve un toque inmaduro en mi vida. Al fin y al cabo, los artístas, en mi caso los músicos, somos reacios a madurar y “sentar cabeza” y yo hacía de esa característica un culto.
Mientras cocinaba, se empezó a escuchar My funny Valentine, en la voz de Ella Fitzgerald. Maravilloso. Lil no podría haber elegido mejor música para disipar completamente las nubes tormentosas que se cerraban sobre mi frente.
Comimos, los spaguettis estaban deliciosos, y a pesar de no tener hambre, me serví dos platos. Las dos nos quedamos pensativas frente a nuestras copas semivacías de un riquísimo Shiraz.
La tristeza de la digestión se apoderó de mí y se debe haber visto en mis ojos, porque Lilly me preguntó:
-A ver niña, ¿qué es lo que te pasa hoy?-
-Nada Lil, solo pensaba…- ojalá Lil no esté en humor detectivesco, porque si es así no podré ocultarle nada…
-A mí no me engañas y sabes que tengo mi métodos para sacarte hasta la última gota de información-se había puesto casi seria. Con ella, la seriedad completa era imposible.
-Ok Lil, te contaré, pero antes me sirves un poco más de vino, que me hace falta.-
Lil me sirvió sin decir palabra y esperó a que yo comenzara a hablar.
-Nada Lil, no e grave. Solo que… Se trata de Ana…-hice una pausa.
-Hija, no creas que no te he visto mirándola…-
-Lil, tú y tu imaginación…-creo que me sonrojé, poniéndome en evidencia. Lil tuvo la decencia de dejar pasar la oportunidad de reírse de mí, al menos por el momento.- No es eso, al menos eso creo…No lo sé, desde que llegó me tiene muy intrigada. Su forma de ser, no sé.
-Además de ser muy guapa- Lil lo dijo como al descuido, como si hablara del precio de los tomates en el mercado.
-Lil, por favor… En fin, que hoy he averiguado algo de su historia, y es bastante triste y me tiene algo…preocupada- Y ahí le conté acerca del abuso que sufrió Ana de niña, rogándole discreción, ya que yo había recabado esa información de una manera no demasiado honesta.
Lil se quedó un buen rato pensativa. Luego, con su asertividad característica, me aconsejó:
-Mira Nat, no tiene nada de malo enamorarse de alguien más joven. Tú misma eres muy joven, y la diferencia de edad no es tanta. Y no te preocupes, ella está al borde de la mayoría de edad. Pero amiga, vé con calma. Casi ni has hablado con ella y probablemente lo que sientes ahora es causado por lo que averiguaste sobre ella. Al fin y al cabo es algo horrible, que a toda persona de buen corazón como tú provoca ganas de proteger a la persona que lo ha sufrido. Tenéis todo el tiempo del mundo. –Lil sonaba como una madre. Ella era 15 años mayor que yo, con muchas experiencias, amorosas y de todo tipo.
-Lil, creo que lo mejor es olvidarme de todo esto. La verdad es que no necesito este tipo de complicaciones en mi vida ahora.-
-Amorcito, es que tú no sales nunca, ¿cuándo vas a conocer a alguien así?-
-Lil, este viernes me llevas a algún lado, si te parece. A ver si me sacudo esta neblina extraña que me está atrapando-
-Vale Nat. Tú solo te arreglas, de lo demás me ocupo yo. Este viernes entonces- y cerró la frase con un gesto entre cómplice y juguetón.
-Ya me das miedo Lil…- y las dos nos reímos, en parte por que sabíamos que ella podía ser totalmente díscola y en parte porque ya nos habíamos tomado toda la botella de vino.
Seguimos hablando de cosas sin importancia, hasta que nos fuimos a dormir.