Una cuerda de violoncello 16
Atracción fatal
-Esta conversación no tiene ya sentido Nanami. A partir de ahora nos veremos solo para ensayar y no estoy dispuesta a tolerar más intromisiones en mi vida-
Desayuné con Lil, aprovechando que esa mañana no tendría ensayo con Ana, ya que habíamos quedado en probar la acústica del salón de la embajada por la tarde.
-No te oí llegar anoche-me dijo Lil. Y no era mera curiosidad, era preocupación.
-Tuve un encuentro con Nanami, me puso de pésimo humor-
-Vaya, esa chica no deja de causarte problemas-
-Sí Lil. Por un momento ayer pensé que la Nanami de antes había vuelto, pero no. Creo que las dificultades que ha pasado en su vida le han cambiado, y no para bien precisamente- Le conté a grandes rasgos las vicisitudes del matrimonio de Nanami.
-Casi no me lo creo Nat. Es terrible que en estos tiempos que corren aún sucedan este tipo de cosas.
-Pero parece que sí suceden y yo le he creído, parecía sincera. Lo que no quita que luego haya vuelto a la carga con que me quiere, que mis sentimientos por Ana no son verdaderos y que me daré cuenta de que aún la amo.
-Hija, que parece que te ha salido una de “Atracción fatal”…¡menos mal que no tenemos gato!
-Me reiría si no fuera porque creo que hay un poco de verdad detrás de tu broma Lil- nos quedamos las dos en silencio, sumergidas en nuestros pensamientos.
A media mañana me dirigí al colegio, el último ensayo antes del concurso, que sería el próximo domingo. La anodina perspectiva de pasar las obras con mis alumnas faltas de talento se diluía porque vería a Ana.
Afortunadamente, las chicas de mi clase estaban lo suficientemente concentradas en luchar con (o contra, diría yo) sus instrumentos, para al menos tocar las notas correctas, y no se dieron cuenta de que mi mirada se perdía en la de Ana, quien trataba de ayudar a sus compañeras, sin éxito.
Al terminar en el colegio me dirigí directamente al teatro, no tenía tiempo de detenerme a almorzar. Nanami me estaría esperando ya.
Efectivamente, así era. La encontré en el medio del escenario, que estaba casí a oscuras y no había nadie más que ella en la gran sala. No se dio cuenta de mi llegada. Estaba parada, bella como siempre, estaba tocando. Era increíble escucharla, su interpretación tenía algo perturbador, que le sentaba muy bien a la obra de Paganini que había elegido. Al terminar quedó como un autómata al que se le acaba la cuerda. Aplaudí, es lo que un artista espera y merece, es de lo que se alimenta.
-Ah, eres tú- me reconoció con cierto esfuerzo, forzando la vista en mi dirección, estaba muy oscuro-Vente a ensayar aquí, la sala pequeña está bien, pero prefiero hacerlo en el escenario donde estrenaremos.
-Sí, tienes razón, es más conveniente tocar aquí.
Nanami estaba taciturna, triste. No había intentado acercarse a mí, como hacía cada vez que nos encontrábamos y casi ni me miró. Me resultó extraño pero también me causó alivio.
El ensayo transcurrió sin novedades, también el de la orquesta. El tiempo pasaba demasiado lento para mi gusto, las ansias de encontrarme con Ana en la embajada hacían que el resto de los acontecimientos del día perdieran su importancia.
Fui a casa, me di un baño y comí una ensalada liviana, que otra cosa me caería como piedra. Tenía aún una hora para llegar a la embajada, así que decidí descansar un rato en el sofá de la sala. No sé en qué momento me quedé dormida. Desperté sobresaltada con el sonido del timbre. Alarmada, miré el reloj. Había dejado plantada a Ana, sin quererlo. El agotamiento emocional me había ganado. Me apresuré a abrir la puerta.
-Ana…-me sorprendió verla ahí parada
-Nat, disculpa, es que te he estado llamando al móvil y no contestabas y me he preocupado…¿estás bien?
-Siento no haber ido Ana, me he quedado dormida, estaba cansada y…-me aparté de la puerta-Ven, pasa
Ana entró y se dirigió a la cocina.
-Ven, te preparo un café-
-No hace falta Ana.
-A juzgar por tu cara, el café es muy necesario.
-Sí, puede que tengas razón
Ya frente a dos humeantes tazas de café bien cargado, volví a pedirle disculpas por no haber acudido a la embajada.
-No te preocupes Nat, podemos ir dentro de un rato, cuando te sientas mejor. No hay problema en ensayar más tarde, al fin y al cabo mi padre es el embajador, de algo me ha de servir ser su hija.
-Gracias Ana. Gracias por venir.
-Estaba preocupada por ti.
Nos tomamos el café, con calma. Bromeamos acerca de los esfuerzos de sus compañeras de clase por tocar casi decentemente la obra para el concurso.
-Bueno, ¿qué te parece si nos vamos ya?
-Sí tienes razón, será mejor que nos vayamos. Déjame buscar las llaves del coche y…
-Nada de eso, te vienes conmigo y luego te traigo yo.
-Está bien, como tú quieras- le sonreí. Me gustaba que me cuidara.
Salimos y me mostró su orgullosa su coche.
-Mira, para que veas que no eres tú la única en no depender del petróleo-
Era un Tesla eléctrico precioso, de color azul claro metálico, compacto pero de líneas delicadas.
-Mis padres estarían encantados con una nuera defensora de la ecología…- me había venido a la memoria el discurso que mi padre me había soltado en el momento en que me había regalado el híbrido que manejaba en ese momento.
-Anda, sube-
El camino se hizo demasiado corto, Ana estaba conversadora, y la verdad, se veía espectacular conduciendo. Muy a mi pesar, un calorcito empezó a gestarse en mi cuerpo por la hermosa vista y la proximidad de esa mujer tan fascinante.
El edificio de la embajada era verdaderamente lujoso, un edificio antiguo pero muy bien cuidado, de arquitectura exquisita. El salón donde se iba a celebrar la fiesta era amplio, de pisos brillantes que reflejaban con fidelidad las luces de las lámparas de araña que pendían del techo.
El piano era un espléndido Stenway & Sons,de cola entera. Ana lo apreció con ojo clínico, se sentó, tocó una escala cromática, acordes, para comprobar la afinación del instrumento.
-No está mal, pero prefiero el sonido de mi Boston…Es lo que tiene tocar piano, que no podemos llevarnos nuestros instrumentos a cuesta-
No pude evitar soltar una pequeña carcajada.
-¿Y tú de qué te ríes?
-Disculpa, es que eres exigente. Tienes ante ti el sueño de cualquier pianista en el mundo, y aún así no te satisface. Eres particular en todo, y te despegas del gusto de la mayoría. Me agrada que seas así.
-Soy particular, sí…-se había puesto algo nerviosa- Empecemos, si te parece. Ha sido un lago día y también estoy cansada Nat.
-Está bien, comencemos entonces, así podrás estar en casa pronto y podrás descansar.
Salió divinamente. La complicidad artística que había entre nosotras me daba esperanzas.
-Estás muy callada, ¿te pasa algo?-me preguntó Ana. Ya estábams en su coche, rumbo a mi apartamento.
-Solo pensaba- le sonreí
-¿Y se puede saber en qué?
-En ti Ana. No hago más que pensar en ti. Me tienes viviendo en la incertidumbre, y necesito saber a qué atenerme. Ya habíamos llegado y Ana había estacionado frente al edificio.
-Yo también pienso en ti Nat. Y no es mi intención hacerte sufrir-me acarició el rostro y yo besé la palma de su mano.
-Te necesito Ana, te amo-
-Y yo a ti Nat- nos acercamos, necesitaba besarla, y se que ella quería lo mismo. Pero en el último momento se arrepintió del beso inminente y apoyó su frente en mi hombro.
-Lo siento Nat. Aún no puedo. Creo que es mi instinto de autopreservación, que está demasiado desarrollado. No quiero sufrir Nat, y no me siento segura de ti.
-Ya no sé como demostrarte que es a ti a quien quiero Ana. No he cometido ninguna falta y aún así me castigas. Y no me lo merezco.- abrí la puerta del coche para bajarme, por primera vez me había enojado con Ana. La frustración del beso interrumpido había sido la gota que colmó el vaso.
-Ya no volveré a molestarte Ana. A partir de ahora, la decisión está en tus manos.
-Nat, por favor…
No la escuché, me bajé con mi cello a cuesta, y me metí rapidamente en el edificio. Ni siquiera podía llorar. Me sentía vacía.
Abrí una botella de mi vino favorito, petit verdot, me serví una copa. Luego otra. Me metí a la cama y luego de dar varias vueltas, me dormí pensando en el concierto del día siguiente en la embajada. Y en Ana. No estaba segura de haberme comportado bien con ella, pero no había podido evitarlo. Al fin y al cabo, como le había dejado claro, yo no había hecho nada malo.
Me desperté con resaca, pero no había bebido demasiado. Tenía que ser el mal rato que había pasado con Ana. Fui a prepararme un café y a chequear el móvil. Tenía varias llamadas perdidas desde el número de Ana y un mensaje de texto:
“Necesito saber si estás bien, te estoy llamando pero tienes el móvil apagado.”
Debía llamarle para dejarle saber que estoy bien, pero la verdad es que no sabía bien que decirle. Estaba arrepentida por mi enojo pero también sentía que yo tenía algo de razón. Después de meditarlo frente a la taza de café un buen rato, decidí llamarla.
-Hola Ana, soy Nat
-Hola Nat, qué bueno que llamas, me quedé preocupada anoche y después más cuando no atendías mis llamadas.
-Disculpa, es que siempre apago el móvil durante los ensayos y ayer olvidé volver a prenderlo, no quería preocuparte.
-¿Sigues enojada conmigo?-
-No, ya no Ana. Traté de ponerme en tu lugar y pensar las cosas desde tu punto de vista, y la verdad es que quizás, estando yo en tu situación, hubiera reaccionado igual que tú, o peor.
-Yo también estuve pensando Nat. Y creo que tienes razón al haberte enojado…Me estaba muriendo de celos Nat.
-Es que no tienes porqué sentir celos Ana, Nanami pertenece al pasado.-
-Ya lo hablaremos luego Nat, mejor hacerlo personalmente.
-Sí, tienes razón…¿a qué hora debemos estar en la embajada?
-Pues alrededor de las siete y media, mi padre quiere que toquemos luego de la recepción de los invitados.
-¿Te vestirás de negro? No quiero desentonar, al fin y al cabo somos un dúo.
-Si Nat, un vestido negro, formal.
-Bien, entonces yo haré lo mismo. Nos vemos más tarde Ana.
-Hasta luego Nat, un beso…
-Otro para ti.
Esa llamada me había vuelto el alma al cuerpo. Aún había esperanzas. Pasé la mañana eligiendo el vestido que usaría para el concierto de la noche. Los vestidos no son de mi agrado, pero una fiesta formal en una embajada lo ameritaba y no quería desentonar con Ana, que seguramente estaría bellísima.
Para el mediodía llegaron Lil y Susana. Almorzamos y luego de una prolongada sobremesa, me dieron su opinión acerca de mi vestimenta, me sugirieron peinados apropiados, y se metieron hasta con la ropa interior que debía llevar.
-Es para que resalten tus…atributos, querida. Ana no podrá resistirse cuando te vea.- me decía Lil, mientras miraba los sostenes que Susana mostraba,por turnos, para que su media naranja los apreciara. Eran, y aún son, una pareja entrañable, de esas que parecen de cuento de hadas y su compañía en esos momentos, era lo que más necesitaba. No estaba nerviosa por tocar, lo estaba por ver a Ana.
Había llegado la hora. Ya me había bañado y estaba vistiéndome con la ayuda de mis amigas. Quisieron maquillarme, pero solo levemente, insistí en ello. (El maquillaje y yo no hacemos buena pareja, me incomoda llevar una cara que no es mía.)
-A ver, vamos a ver que podemos hacer con tu pelo…-
-Lil, quiero llevarlo suelto, no quiero tener que soportar un peinado complicado y preocuparme por que no se caiga-
-Ay hija, que terca eres…Pero bueno, lo arreglaremos lo mejor posible-
Cuando terminaron conmigo, me veía bastante bien. Lil se había salido con la suya al ponerme unas hebillas, pero afortunadamente eran cómodas, y me sentaban.
-Gracias a las dos, yo no soy muy buena en esto, y especialmente hoy hubiera cometido la torpeza de salir con zapatos de diferentes pares o alguna barbaridad parecida.
-Estás preciosa Nat. Todo saldrá bien esta noche, ya lo verás-
-Eso espero…Creo que ya debería ponerme en marcha, no quiero llegar tarde.
-Claro, ya vete, no hagas esperar a Ana.
Le di un beso a cada una, me subí a mi auto y emprendí el camino hasta la embajada. Le había mandado un mensaje a Ana para que me esperara. Le dejé mi auto al valet, y caminé con mi cello hasta el hall de la entrada. Y ahí estaba Ana, parada bajo una de las lámparas, de espaldas a la puerta. La vista era impresionante y creo que me quedé petrificada y boquiabieta. Tenía un vestido negro, largo. En la parte de arriba dejaba su hombros al descubierto, luego se le ajustaba al cuerpo como un guante, marcando su silueta perfecta, para terminar en una falda más amplia. También llevaba el cabello suelto, las amplias ondas estaban perfectas cayendo en su espalda. Se volvió, creo que mi mirada le había quemado. Por no pecar de falsa modestia, debo decir que ella también se quedó mirándome. Un hombre interrumpió nuestro ensimismamiento cuando se acercó a Ana y le dijo algo. Ella asintió y ambos se dirigieron a mí.
-Hola Nat-me dijo Ana-Te presento a mi padre-
-Mucho gusto señor embajador-le hablaba al padre pero miraba de reojo a la hija.
-Por favor, llámeme Alejandro-me besó la mano, todo un caballero.
-Es más bella de lo que me habías contado, Ana- le comentó a su hija, logrando que me sonroje-Bueno, las dejo para que se preparen, falta poco para que lleguen todos los invitados, y quiero que toquen cuando aún no están pasados de copas, para que puedan apreciar su presentación-
-Muchas gracias, Alejandro-
-Hasta luego, señoritas- era un hombre muy elegante, y guapo. Ana tenía sus genes, obviamente.
-Ven Ana, vamos a una salita donde podrás afinar tu cello y dejar el estuche-
Una vez que estuvimos dentro de la oficina, dejé el cello y me acerqué a Ana, que estaba distraída mirando unos libros antiguos. No podía verme porque estaba de espaldas a mí. Le rodeé la cintura con mis manos y le besé la espalda descubierta.
-Estás hermosa esta noche Ana, me has quitado la respiración- se volvió, pero no se alejó de mí.
-Tú también estás hermosa Nat-
Nos miramos intensamente hasta que tocaron a la puerta y nos separamos sobresaltadas. Era el mayordomo de la embajada, para avisarnos que nos esperaban en un rato.
-¿Estás lista?-le pregunté, mientras afinaba mi cello.
-Más que lista Nat. Me hacía falta salir finalmente a mostrarme al público. Y estoy contenta de estar dando este paso contigo. Tengo que agradecerte por haberme impulsado a esto.
-El mérito es tuyo Ana. No tuve que hacer nada, tú ya eras una profesional cuando te conocí.
-No estoy segura de que eso sea tan así…¿vamos?
-Vamos-podía sentir la sangre fluír en mis venas con fuerza, fruto del momento de intimidad que acababa de vivir con Ana.
Fuimos hasta el salón, estaban allí los invitados, todos muy elegantes, las mujeres con vestidos largos, los hombres con trajes impecables, e infinidad de mozos mezclándose entre ellos para ofrecerles champagne y exóticos hors d'oeuvres.
El padre de Ana salió a nuestro encuentro para recibirnos y luego de llamar la atención de sus invitados, nos presentó elogiosamente.
Ana se ubicó frente al piano y yo a su lado. Nos miramos y comenzamos a tocar. Los artistas vivimos para ese momento inefable en el que sometemos nuestras obras ante el público, y en caso de la música, que utiliza el sonido para tejer su trama, brindamos algo que no podrá volver a repetirse, que existe y deja de existir en el presente mismo. Tanto Ana como yo estábamos concentradas, ensimismadas en lo nuestro.
La gente alrededor había desaparecido para nosotras, estábamos solas. Solo volví a la realidad cuando sonaron calurosos aplausos después del último acorde. El padre de Ana estaba orgulloso de ella. Algunos de los elegantes invitados nos arrojaban flores.
De pronto me sobresalté al ver una figura familiar. Vestida con un hermoso vestido de seda roja, con reminiscencias orientales…Era Nanami. No me quitaba los ojos de encima, y no aplaudía. Había en su rostro algo indefinible, que bien podía ser rabia. Miré a Ana. Ella también había visto a Nanami. Pero en ese momento nada me importaba más que Ana y los aplausos. Recogí una rosa de las que nos habían ofrendado los invitados y se la dí a Ana. La tomó rozando apenas mis dedos, pero ese pequeño contacto fue pura electricidad. Esperaba que el gesto que había tenido no le sentara mal a Alejandro, pero no había podido contenerme. Mi amor por Ana era demasiado fuerte. Fueron cesando los aplausos y la gente volvió a armar grupos para conversar, muchos se acercaron a nosotras para saludarnos y felicitarnos. Finalmente pudimos evadirnos y volver a la pequeña salita. Necesitábamos estar solas.
-¿Estás bien amor?-
-Claro que sí Ana, ¿tú?-
-Más que bien. Ha salido de maravillas-
-Tú has tocado impresionantemente bien-
-También tu Nat, ojalá podamos repetirlo...-
-Las veces que quieras amor-me acerqué. El beso que nos esquivaba desde hacía días se desató finalmente con mucha pasión. Nos abrazamos como si fueramos a fundirnos en un solo cuerpo, y nuestras bocas se pegaron la una a la otra con avidez, como lo haría el sediento a un vaso de agua. Me embriagaba su sabor, su lengua suave y tibia acariciando la mía, su respiración entrecortada acariciandome la piel del rostro…
Alguien entró, de pronto, casi bruscamente.
-Ah…disculpen…no sabía que había alguien aquí…solo buscaba un lugar tranquilo donde hablar por teléfono…- Nanami, que con cualquier excusa nos interrumpió. Estaba parada frente a la puerta, casi desafiante, furiosa…
-Sabías perfectamente que estábamos aquí Nanami-
-Nat, no te alteres, en verdad no sabía…-su sonrisa decía lo contrario-Pero al menos puedo aprovechar para felicitarlas por su actuación. Ha sido…interesante. Es usted una pianista…aceptable…-miraba a Ana.-Si puedes venir al concierto que daré con la orquesta del teatro, podrás presenciar lo que es un dueto, con todas las letras-
-¡Basta ya!-n estaba dispuesta a tolerar que insultara a Ana-Será mejor que te vayas Nanami. Has bebido-había desprecio en mi voz.
-He bebido, sí. Por tu causa Nat-
Ana quiso decir algo, pero antes de que lo hiciera, la tomé de la mano y salimos de la sala.
-No tengo porqué seguir escuchándote Nanami. Quédate con tu amargura-
-Te arrepentirás Nat- fue lo último que oí de ella cuando cerré la puerta.