Una cuerda de violoncello 11

Encuentros eróticos

-Que descanses Ana, te…te amo- las palabritas se habían escapado. Una cosa era escribirlas en un mensaje de texto y otras decirlas, saber que la perfecta y sexy orejita de mi Ana las estaba recibiendo directamente. Escuché su aliento en el teléfono, más fuerte que antes-

-También te amo Nat-

-Hasta mañana amor

-Que descanses


Dejé el móvil sobre la mesa de noche y me dormí con las palabras de Ana acunándome suavemente.

Desperté temprano para poder bañarme y salir para el teatro con el tiempo suficiente para repasar unas obras con mi instrumento, ya que tenía unos compromisos como solista para conciertos de fin de año.

La salita de ensayo estaba especialmente acogedora. El sol matutino le daba un aspecto alegre y a la vez los rincones a los que la luz no llegaba eran un tanto misterioso y el polvillo del aire se hacía visible entre los límites claroscuros.  Concentrada en mi tarea no escuché a Ana llegar. De pronto sus labios en mi cuello me sacaron del ensimismamiento musical para hacerme estremecer. Dejé mi cello cuidadosamente en el estuche que estaba abierto a mis pies, tomé a Ana de la cintura para que pudiera sentarse en mis piernas y la besé profundamente, nuestros labios dando paso a nuestras lenguas.

-Te extrañé muchísimo- le dije, tratando de recuperar el aliento que se me había perdido en su boca.

-Y yo a tí- Ana me volvió a besar, más tiernamente.

-Levántate y déjame verte- estaba impresionantemente bella. Una camisa blanca semi-transparente que se ceñía perfectamente a la altura de sus senos, pantalones azules un tanto ajustados, con un cinturón de tela trenzada de color celeste oscuro y un toque rebelde en sus borcegos negros. El pelo suelto completaba esa ecuación perfecta entre femenina y muchachito mimado (el toque chonguito, como dicen en Argentina)

Me paré y giré a su alrededor, Ana no se movió. Finalmente me situé detrás de ella y le susurré al oído:

-Sabes que no deberías presentarte en esas fachas…ahora ya no podré concentrarme- le mordisqueé el lóbulo de la oreja. No me contestó nada, solo me dejó oír un gemidito que me volvió loca. Seguí besando su cuello y cuando quiso volverse para besarme no se lo permití. Apoyé mis manos en sus caderas y la atraje hacia mí mientras seguía lamiendo su piel. Siempre en esa posición fui guiándonos hasta situarnos detrás de la tapa abierta del piano de cola, para refugiarnos de las miradas curiosas de quienes pudieran estar paseando en los patios interiores del teatro. Ana protestó debilmente, aún quería darse vueltas, pero reanudé mis caricias y se abandonó por completo a mí, me dejó hacer.

La amaba con locura y deseaba cada centímetro de su cuerpo, deseaba darle placer. La camisa no tardó en ser removida de dentro del pantalón para que mis manos pudieran alcanzar la piel de su estómago y mis labios pudieran ir recorriendo el camino de su columna vertebral hasta su cuello (esto requirió que los botones también fueran destituídos de su  función) Comencé a masajear sus pechos que se encontraban a mi disposición, sin dejar de decirle lo hermosa que era y que me estaba volviendo completamente loca. Sorpresivamente, Ana tomó una de mis manos y la guió hasa su entrepierna. No quise contradecirla y habiendo entendido, mi mano comenzó a realizar los movimientos que de ella eran esperados.

-Ana, hay algo que quiero hacer…si te incomoda me lo dices…-susurré nuevamente en su oído. No tuve respuesta, mi amor estaba totalmente entregada.

Desabroché su pantalón y dejé que cayera hasta sus tobillos. Tenía puesta una tanguita diminuta que siguió la misma suerte que el pantalón y mi rodillas, cerrando la caravana de ropas ,también cayeron al piso. Quedé con mi cara frente al precioso y perfectamente formado trasero de Ana. Comencé a besar, morder. Una de mis manos seguía jugueteando en la entrepierna de Ana, por delante, mientras que mi lengua atrevida estaba tratando de encontrar su ano. Cuando lo rocé con la punta de la lengua, ella se estremeció de placer, no dio señales de sentirse incómoda así que seguí lamiendo, a la vez que con mi mano estimulaba su clítoris. Su orgasmo no se hizo esperar, fue muy intenso, pude sentir los músculos de su abdomen y sus piernas contraerse y ver como Ana se llevaba una mano a la boca para morderla y no gritar de placer. Siempre de rodillas, le permití darse vueltas. Necesitaba sentir su orgasmo, así que apoyé mi lengua sobre su clítoris para cosechar  sus últimas contracciones. Finalmente mi Ana se relajó y yo me quedé un momento así, abrazando su cintura y mi sien apoyada en su sexo. Cuando sentí que su respiración (y la mía) se había tranquilizado algo, me puse de pie y la besé en los labios.

-Ana ¿estás bien?

-Demasiado bien mi vida- me besó

-Tenía miedo de que no te hubiera gustado o te hubieras molestado-

-Claro que no Nat. Confío en ti. Soy completamente tuya-

-Dices eso y me derrito Ana-

-Ahora te daré motivos para que te derritas- comenzó a besarme, entendí que quería devolver el orgasmo que recién había tenido.

Zafé de su abrazo y corrí hasta el medio del salón.

-Nada de eso mi amor, se nos ha hecho tarde y debemos ensayar- quería hacerla enojar

-Pero Nat, ¡no es justo!- estaba particularmente preciosa así, un tanto despeinada y con un gesto de enojo muy tentador.

-No te preocupes amor, ya tendremos tiempo-

La obra salió divinamente. Ana era mi igual, definitivamente. En el amor por la otra, en el amor por la música. Me sentía, por primera vez en toda mi vida,completa.

Almorzamos en el pequeño restaurante frente al parque, el que  habíamos adoptado como nuestro lugar, y donde teníamos ya un rinconcito de recuerdos. Sentadas frente a frente, no podía quitarle los ojos de encima.

-Nat, me pones nerviosa…-

-¿Ah si? ¿Ahora te pongo nerviosa?- rocé uno de sus tobillos con la punta de mi pie derecho, acción que quedó disimulada por el largo mantel blanco.

-Nat, eres de lo peor…-

-Sí, pero es tu culpa, y lo sabes…me gustas demasiado.

-Y tú a mí…lo que me recuerda que tengo una deuda que pagar-

-Ufff, ya te cobraré con intereses. Por ahora es imposible, tengo que volver para ensayar con la orquesta-

-Yo ya no vuelvo a la escuela hoy…

-¿Entonces te quedas conmigo?

-Con una condición

-Dime

-¿No prefieres que te sorprenda?-mirada de niñita traviesa

-Ana,  tú me quieres matar de un infarto…está bien, acepto ser sorprendida-

Pagamos la cuenta y nos fuimos caminando lentamente por el parque hacia el teatro, haciendo algunos altos para furtivos besos cuando la sombra de un árbol lo propiciara.

Ana se refugió en un palco para mirar el ensayo sin ser vista y yo me acomodé en mi puesto para dedicarme las siguientes tres horas al ensayo de las obras que deberíamos tocar en dos semanas con la misteriosa violinista.

Al término del ensayo, busqué a Ana en el palco, pero no estaba. Salí y me estaba esperando apoyada en mi auto. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no acercarme a ella y besarla. Sin decir palabra nos subimos y encendí el motor.

-¿Te vienes al departamento?

-Claro, pero antes debemos hacer una parada. Acabo de ver en internet dónde comprar lo que estoy necesitando-

-¿Y se puede saber qué es eso que necesitas?

-No puedes, es parte de la sorpresa-

-Mmm…está bien-

-Además cuando veas adónde voy podrás darte una idea…pero voy a entrar solita-

-¿Y si hay fantasmas? ¿No te da miedo ir solita sin mi?

-Prometo que si hay fantasmas voy a gritar,tú entras y me salvas-

-Está bien- le dije. Me indicó la dirección y fuimos hasta ahí. Ana se bajó.

-Esperame que no tardo-

No me dio tiempo a contestarle, además me había quedado un tanto perpleja. Ana me había hecho llevarla hasta un sex shop. Después de lo que me pareció una eternidad, Ana volvió a subir al coche, con una misteriosa bolsa.

-¡Hey!-me dio una palmada cuando quise mirar dentro del paquete.-No seas impaciente, ya verás de qué se trata- con su carita de niña traviesa, estaba para comérsela de un mordisco allí mismo.

-Está bien, pero no me hagas esperar demasiado, soy muy curiosa- encendí el motor y probablemente manejé más deprisa que de costumbre.

En cuanto entramos al departamento y nos cercioramos de estar solas, Ana comenzó a besarme. Estaba tomando el control y solo con eso me subyugaba. Me empujó suavemente hasta la pared más próxima y una de sus manos sujetó mis dos brazos por las muñecas, encima de mi cabeza, impidiéndome tocarla. Su mano libre acariciaba mi estómago, mi cintura, y su boca húmeda resbalaba por mi cuello. Mostrando gran premeditación (cosa que no me molestó en absoluto) sacó un pañuelo de uno de sus bolsillos y con él me vendó los ojos. Yo no intenté protestar siquiera, no tenía ánimos para hacerlo, ni quería. Me guió hasta la habitación, donde me desvistió y dejó que yo hiciera lo mismo con ella, a ciegas. Me ayudó a recostarme sobre la cama y ella sobre mí, sin dejar de besarme y acariciarme. En un momento terminé boca abajo y Ana sentada a mi lado. De pronto sentí una sensación fría en la espalda y sus manos resbalando, extendiendo la sustancia arómatica, fresca y resbaladiza por cada rincón. Sus masajes se fueron haciendo cada vez más atrevidos y sugerentes y la verdad es que yo ya no podía aguantar mucho más, necesitaba desesperadamente a Ana, necesitaba la culminación de esa exitación que me estaba invadiendo. En un descuido de mi amante, pude darme vueltas en la cama, tratando de encontrar su cuerpo para poder tenerla más cerca. No se resistió, nos abrazamos y la besé con ansiedad, y no me hizo sufrir demasiado. Sentí sus dedos penetrarme, pero era una sensación diferente. No me detuve a pensar que era lo que estaba pasando, me abandoné a mis sentidos, me abandoné al hechizo de Ana. Sus dedos se movían dentro de mí y todo el cuerpo de Ana estaba pegado al mío, su boca en la mía, casi no podía respirar, la palma de su mano rzand mi clítoris y su rodilla firmemente alojada entre mis piernas, favoreciendo la pesión de sus dedos. El orgasmo no se hizo esperar, y todo mi cuerpo se contrajo en una sensación de gran tensión y espasmos. Ana dejó de besarme para permitirme respirar. Sentí sus dedos retirándose lentamente. En cuanto pude recobrar el aliento, me quité la venda de los ojos. Miré a Ana, quien estaba sonriendo mientras me acariciaba el pelo.

-¿Quieres matarme tan joven? Pensé que íbamos a llegar a ser viejitas cascarrabias juntas…-puse una fingida cara de tristeza.

-Anda, no te quejes, ¿o me vas a decir que no te ha gustado?-

-Tú sabes que sí…pero déjame ver que has usado…- Ana me mostró su mano. Envolviendo sus dedos índice y medio tenía un cilindro de silicona, de color violeta, lleno de protuberancias redondeadas…ahora tenía sentido.

-Eres una pervertida- le dije mientras la besaba. Me encantaba que fuese así.

-No te preocupes amor, que en el envoltorio venían dos de estos…-me guiñó un ojo.

De más está decir que hice buen uso del nuevo juguete, mezclando con cosechas de mi imaginación. Terminamos las dos exhaustas. Ana me tenía en la palma de su mano.

¿Cómo había sucedido esto? Ana allí a mi lado, su cuerpo cubierto de pequeñas gotas de sudor, tratando de controlar su respiración. Una mujer,sin dudas.  Una mujer cuyo intelecto me complementaba, su inteligencia me desarmaba y su deseo corría a la par que el mío. No creí que fuera posible.

Terminamos nuestro encuentro con una ducha refrescante y galletas con queso luego. Dejé a Ana en su casa y volví a mi departamento a descansar. Había sido un día particularmente agitado.