Una cuerda de violoncello 10
Tan inevitable como la marea.
"Me dormí con el teléfono en la mano, esperando un mensaje suyo. Me despertó la alarma. Lunes. Tenía que ir a la escuela, enfrentar a las alumnas, enfrentar a Ana. ¿Será que se había acabado todo ni bien comenzar? Traté de borra las señales de las lágrimas. Lo hice bastante bien, las ojeras desaparecieron casi por completo, solo los ojos me delataban, pero mepuse mis gafas de sol, y salí a enfrentarme a la vida."
Ana no asistió a clases y no me atreví a preguntar . El ensayo con las alumnas pasó lentamente, me sentía nerviosa y mis pensamientos estaban con ella. Al mediodía traté de comunicarme con Ana, pero no atendió. Finalmente le dejé un mensaje en su casilla: “Ana, estoy preocupada, háblame, quiero saber como estás. Te quiero"
Tenía aún que volver a casa y prepararme para el ensayo con la orquesta. Manejé hasta mi departamento sin dejar de pensar en ella, en la situación. Ana me importaba mucho más de lo que hubiera imaginado. Como quien dice, no se puede tapar el sol con un dedo. Gente caminando por la vereda, sentada en los parques, niños, ancianos, todos con sus historias particulares, grandezas y pequeñeces. Y Ana y yo, partes de este mundo, de este rompecabezas caótico, dos piezas tratando de encastrarse y encontrar algo de armonía. O quizás estaba exagerando, sobredimensionando, y Ana y yo habíamos sido un par de luces fugaces en el cielo de primavera.
Dejé mi automóvil frente a casa, tenía que utilizarlo en poco tiempo, no valía la pena meterlo en la cochera. Bajé distraidamente, subí el cordón y aún caminé varios pasos antes de darme cuenta de que Ana estaba sentada en el escaloncito de la puerta de entrada del edificio.
-Ana…¿qué haces aquí?
-Te estaba esperando
-Subamos, debes estar cansada de estar ahí- le ofrecí una sonrisa y suspiré aliviada cuado me la devolvió
Ya dentro del departamento, habiendo constatado que Lil no estaba, nos dispusimos a conversar, con una infusión de menta y jengibre muy aromática y propiciadora para las confidencias.
-Ana, quiero pedirte disculpas. Nunca hubiera hecho algo así, no suelo estar fisgoneando en papeles confidenciales. Solo lo hice por…porque tú me interesabas…me interesas.
-No te preocupes Natalie, es que me hubiera gustado que te enteraras por mí
-¿Quieres contarme lo que sucedió?
-Es la misma historia de siempre, que no distingue condición social, género…-estaba nerviosa, daba vueltas el líquido caliente con la cucharita, sin parar. Puse mi mano encima de la suya, quería que me sitiera, que sintiera que estaba ahí, con ella. Ana miró las manos juntas, como si recién se diera cuenta de la actividad que había estado realizando.
-Mis padres se divorciaron cuando yo era una niña. Sufrí, logicamente, pero los dos se encargaron de que no me sintiera sola. Ellos nunca habían discutido delante de mí, creo que simplemente dejaron de quererse. Yo me fui a vivir con mi madre. Durante un tiempo fue todo muy bien, hasta que ella trajo a uno de sus novios a vivir a casa. Aparentemente era un ciudadano modelo, ejemplar, intachable. También divorciado, con dos hijos algo mayores que yo. Nunca me cayó muy bien, pero no quería que mi madre sufriera. Mi madre trabajaba mucho y a veces me quedaba sola con él durante un par de días, cuando ella se iba de viaje de negocios. Todo iba bien hasta un día…yo tenía 9 años. Entró a mi habitación y ahí…-su voz se volvió dura, como para evitar quebrarse.
-Ana, no necesito detalles, si quieres lo dejamos aquí, no te esfuerces-
-Natalie, el poder contarlo es parte de superarlo. Yo era demasiado niña como para entender del todo lo que pasaba, pero sabía que aquello no estaba bien, sabía que no me gustaba, dolía, se sentía mal, me llenaba de miedo. Él comenzó a amenazarme, me decía que mi madre me iba a abandonar si se enteraba. Ella estaba loca por él. Aprovechaba cada momento a solas conmigo para reforzar sus amenazas. Yo vivía aterrorizada, mi vida se tornó un caos, hasta que todo se descubrió. Mi madre, creo que ella lo sabía y lo negaba, me llevó a la consulta de un pediatra, quien encontró moretones en mi cuerpo y realizó una denuncia por malos tratos. Finalmente, con la ayuda de un psicólogo, conté que era lo que había sucedido. Al hombre lo apresaron, inclusive salió a la luz que también había abusado de sus otros hijos. Yo me fui a vivir con mi padre, pasé muchos años en terapia, iba casi todos los días. Mi madre negó siempre el saberlo, pero ahora yo no creo que haya podido estar tan ciega de no ver cambios tan profundos en su hija. En fin…he hecho todo lo que ha estado a mi alcance para superar esto. A veces, y solo a veces, los recuerdos me atormentan, como ayer. Cierto temor a la intimidad, aunque no se si llamarlo temor. Disculpa si te hice sentir mal Natalie- se inclinó sobre la mesa para besarme
-Ana, tú…¿te has acostado con alguna chica antes, no?
Sonrió. Y mi corazón sonrió con ella.
-Sí Nat. Me gustan las mujeres desde que tengo uso de razón. Mi primera novia fue una niña rusa en el kinder, su padre también era diplomático. Recuerdo su nobre: Alina. Tenía ojos enormes y una trenza larguísima. Y yo vivía convidandole caramelos-
-¿Y con quién…ehm…- Ana me inerrumpió, adivinando lo que estaba tratando de preguntarle
-Con una compañera de grupo de terapia. Nos gustábamos mucho pero no creo que haya sido amor, simplemente nos sentíamos muy unidas por nuestras experiencias. Eventualmente entendimos esto y quedamos como muy buenas amigas. ¿Y tú? ¿Alguna noviecita en el arenero?
-No fui tan precoz como tú, pero si me enamoré de mi maestra del tercer grado, la señorita Michelle. Era muy joven y tenía muchísima paciencia.-
-Los niños se enamoran por causas mucho más espirituales que los adultos, aunque la juventud es algo muy atrayente para ellos. El año pasado trabajé como voluntaria en un centro de paso para niños con problemas, o niños cuyos padres estaban en un hospital por accidentes o enfermedades graves. Y recibí varias propuestas de casamiento y muchas declaraciones en forma de corazones rojos esbozados con crayón en una hoja.
-¿Me quieres poner celosa?- me levanté, la tomé de las dos manos e hice que se levantara. Nos abrazamos. Ana me llenaba de ternura.
Pedimos pollo teriyaki y tempura de verduras, yo tenía que ir al ensayo y ya era un poco tarde. Comimos en la mesa ratona de la sala, riendo, haciendo bromas.
Me llevé a Ana al ensayo, siempre había visitas, estudiantes, amigos que iban a quedarse a los ensayos, así que Ana se mezcló con el resto. Todo salió bastante bien, a pesar de que yo estaba distraída por la presencia de ella en la sala. Cuando terminamos, la busqué aunque no fue fácil encontrarla. Se había refugiado en un palco, subí hasta el lugar y caminé en silencio. Le tapé los ojos.
Ana rió, acariciándome las manos…
-Creo que es la cellista mas sexy de la orquesta…- se volvió
-¿Así que sexy no?- la besé. Ese lugar era apartado y no había nadie cerca.
-Pues sí, muy sexy-
-Aduladora. Ven, salgamos de aquí-
Ya en mi coche, le pregunto a Ana si no le parece prudente volver a su casa. Me dijo que no, que su padre aún no había llegado de viaje, y que prefería estar conmigo. Las ganas de estar cerca de ella le ganaron a la prudencia. Conduje hasta un gran parque, en donde podíamos caminar lejos de los ojos curiosos de la gente y lejos de quienes podrían reconocernos. Nos sentamos en un banco de hierro lleno de caprichosos dibujos. El sol del atardecer primaveral teñía el pelo de Ana en diferentes tonalidades y sus ojos de miel se entrecerraban cuando las ramas que nos daban sombra se movían por el viento. Hablamos de muchísimas cosas, de películas y libros, de gente que conocemos, y otras cosas que ya no recuerdo.
Definitivamente, la sombra de los años (no demasiados años pero sí claves en la vida) de diferencia entre Ana y yo desaparecieron en esa conversación, y ya no volví a pensar en ello, al menos por un tiempo.
Ana no quería volver a su casa, y yo le insistí debilmente, me encantaba tenerla tanto tiempo para mí. Finalmente fuimos a mi departamento, pasamos antes por una pequeña tienda delicatessen,y compramos para cenar algunos quesos, aceitunas, vino, distintos panes con semillas y especias.
Entramos a mi piso, el silencio indicaba que Lil no estaba. Fuimos a guardar todo a la cocina y mi compañera había dejado una nota diciendo que se quedaba con Susana esa noche. Ana y yo estábamos solas sin posibilidades de ser interrumpidas. Me puse nerviosa pero traté de disimularlo.
Mientras preparaba una bandeja con la comida, cortaba los quesos, rodajas de pan, Ana detrás de mi, puso sus manos en mi cintura y me fue rodeando lentamente. No me volví, seguí con mi tarea, trabajosamente. Sentí su aliento en mi cuello y luego sus labios suaves y carnosos, sus manos subiendo por mi vientre bajo la camisa. Ana sabía lo que estaba haciendo. Y yo la dejaba hacer. Desabrochó un par de botones de mi camisa, los de arriba, para dejar mis hombros al descubierto y seguir besando, mordiedo…
-Ana…
-Dime
-Me estás matando…-no aguanté más y me di vuelta para besarla apasionadamente. La abracé, levantándola del piso unos centímetros, suficiente para que pudiera sentarse sobre la mesa de madera. Me acomodé entre sus pieras, sin dejar de besarnos ni un momento, su lengua suave me transportaba, y las dos producíamos pequeños sonidos de placer, de excitación.
Ana procedió a soltar los botones que aún quedaban prendidos y mi camisa se deslizó hasta el piso. Sonrió al ver mi top deportivo (ante todo soy una persona práctica)
-Es igual al mío-explicó
-Habrá que comprobarlo- y uniendo la acción a la palabra comencé a quitarle su camiseta de algodón. Decía la verdad, usábamos el mismo modelo. El suyo le sentaba mucho mejor que a mí, dicho sea de paso (tenía mucho más con que “rellenarlo”)
Comencé a besarle el cuello, lamer sus hombros, besar su pecho, mordisquear suavemente sus clavículas, mientras sus manos ya se atrevían a bajar más por mi cintura y llegar a mi trasero. En un segundo de lucidez, me dije que esto no podía pasar aquí la primera vez, así que tomándola de la mano la llevé a mi habitación. Caímos sobre la cama destendida (odio tender la cama) ella encima de mí. Se encargó de desnudarme, dejándome solo en tanga besando cada centímetro de piel que quedaba al descubierto. Hice lo mismo con ella, no nos conocíamos, sentimos algo de timidez pero lo compensamos con risas y más besos
-Eres hermosa Ana- le dije acariciando lentamente el costado de su cuerpo, desde los dedos de los pies hasta su frente, siguiendo luego el mismo camino con besos.
-Tú también eres hermosa Natalie- quedamos recostadas mirándonos y acariciándonos lentamente, un largo rato, volvimos a besarnos y ya no nos reímos por los nervios. Nuestras manos se volvieron mucho más atrevidas, pude sentir las suyas subiendo por mis caderas llegando hasta mis pechos y acariciándolos, y al mismo tiempo sus besos bajando desde mi cuello para rodear mis pezones con sus labios y acariciarlos con su lengua. Mi mente estaba totalmente en blanco de tanto placer. Bajé con mis manos hasta alcanzar la única pieza de ropa que aún sobrevivía entre nosotras e intenté quitársela, ella hizo lo mismo conmigo y nos enredamos en una lucha para ver cuál era la primera tanga en llegar al piso. No sé cuál fue ni me interesa. En cuanto estuvimos completamente desnuda entrecruzamos nuestras piernas, podía sentir el calor y la humedad en mi muslo y seguramente ella también sentía los míos. Seguimos besándonos mientras nos estimulábamos, moviendo las caderas, acariciando, abrazándonos. No aguanté más y mis manos se dirigieron a su pubis, Ana no tenía un solo vello, se depilaba cuidadosamente (eso me dio vueltas) su piel era muy suave. Cuando toqué levemente sus labios mayores Ana se estremeció.
-Ana ¿estás bien? ¿Quieres que pare?
-Me encanta, sigue…- Ana estaba entregada al placer, ya no tenía que preocuparme por los fantasmas.
Ella comenzó a imitarme. Sus dedos de pianista sabían muy bien cómo tocar, cuánta presión ejercer… Las dos estábamos muy mojadas, excitadas. Nos penetramos en el mismo momento, y gemimos una en la boca de la otra por las sensaciones que esto nos produjo. Las caderas moviéndose lentamente al principio, luego más velozmente, hasta que todo terminó en un orgasmo compartido. Sentí sus músculos vaginales apretar mis dedos fuertemente, sentí sus espasmos de placer, y la relajación posterior, y ella sintió los míos. Nos quedamos un largo rato abrazadas, tratando de recobrar el aliento. Seguíamos dándonos besos.
-¿Estás bien amor?
-Sí Natalie, estoy muy bien-
-Natalie, me quedaría así contigo siempre, pero tenemos que ser responsables. No puedes pasar la noche fuera de tu casa y mañana debes ir a la escuela.
-Aunque no me guste, tienes razón. Ya tendré oportunidad de despertar contigo, aunque no sé si me conviene, me parece que despiertas con el humor de un ogro-
-¿Un ogro? Ahora vas a ver- le hice cosquillas mientras Ana se retorcía de risa y trataba de apartarme.
Mientras Ana se daba una ducha rápida yo fui a la cocina a terminar de preparar la cena, que comimos entre risas y besos. Cuando terminamos era ya bastante tarde, así que decidimos partir.
Dejé a Ana en el frente de su casa.
-Voy a extrañarte Natalie-
-Y yo a ti Ana, muchísimo- le besé la mano
-Ya habrá tiempo y oportunidades para mucho más-
-Si amor, claro que sí. Te espero mañana en el teatro para ensayar. No me hagas esperar…-
-Ahí estaré puntualmente.
-Hasta mañana Ana.
-Hasta mañana Natalie.
Nos besamos y pronto vi la silueta de Ana perderse en el jardín delantero.
Volví al departamento y me acosté. Las sábanas y todo allí tenían su aroma. Antes de dormir no pude contenerme y mandé un mensaje de texto a Ana: “me has hecho muy feliz y tengo unas palabras quemándome en la boca que no quise decir por no asustarte, pero no puedo esconderlas. Te amo Ana.”
Me respondió rapidamente: “no me asustas Natalie. También te amo”
Dormí como hacía tiempo que no lo hacía, con los sueños poblados de Ana.