Una cosa dura para la madura (Parte 3 de 3)

Segunda entrega de la historia "Una cosa dura para la madura". Un joven de 17 años se siente atraído por su vecina, una divorciada rubia de cuerpo escultural y amante del deporte. Lo que desconoce es que ella también se siente atraída por él. ¿Será hoy su día de suerte?

Una mañana se encontraron en el portal. Jorge venía del gimnasio y Sara salía a hacer footing. Vestía las clásicas mallas ajustadas, esta vez rosas, marcando tanga, y uno de sus habituales tops, que desbordaba con sus grandes senos. Hacía tiempo que Jorge no la veía con esa indumentaria, desde el verano pasado. Por la cinturilla de la malla pudo ver un tanga blanco, brillante y recordó como solía masturbarse en su casa con su ropa interior. No pudo reprimir una escandalosa erección. Sara reparó en ella y no pudo evitar sentir calor al pensar en aquella sublime verga siendo sacudida furiosamente tras el cristal de su habitación. Una idea cruzó la mente de la mujer como un rayo.

-         Que gusto este tiempo, ahora ya hace calorcito y se puede salir a la calle – dijo ella.

-         Sí, aunque correr en tu cinta era más cómodo, se podía ver la tele. Jajaja.

-         Ya, pero hay que aprovechar el buen tiempo. Oye… ¿tú sabes algo de DVD’s?

El muchacho sonrió e iba a contestar que no, que de electrodomésticos no sabía nada, pero la chica se le adelantó:

-         Genial, porque creo que se me ha estropeado el que tengo en el cuarto de gimnasia y a ver si puedes hacer algo. A la tarde, cuando tengas un rato, te pasas por allí. Te dejaré la llave bajo la alfombrilla, porque no voy a estar.

Jorge tuvo ganas de dar saltos de alegría, por fin podría colarse de nuevo en su casa para hacerse una paja como era debido.

-         Si no puedes arreglar el aparato, por lo menos, a ver si puedes sacar el disco que hay dentro. Tiene un gran valor sentimental para mí…

-         Vale, a la tarde me paso y haré lo que pueda. Pero no prometo nada, ¿eh? Jajaja

-         Jajaja

Las ilusiones del chico se fueron por tierra cuando al timbrar, cosa que hacía siempre para asegurarse de que ella no estuviese en casa, Sara acudió a abrir la puerta. Vestía unos vaqueros recortados, de cintura baja y una camisa sin mangas atada a la cintura, con muchos botones desabrochados. Se podía ver perfectamente la mitad de cada pecho, uno apretándose contra el otro.

-         Que pronto has llegado, pasa. Ya sabes donde es. Yo voy a darme una ducha que tengo que salir.

Jorge caminó hacia el trastero con un enorme e incómodo bulto entre las piernas, sabiendo que aún pasaría un buen rato antes de que pudiese relajarse. Escuchó a Sara entrar en el baño y, pasado un rato, pudo oír nítidamente el ruido del agua contra la ducha. Se asomó al pasillo. El cuarto de baño tenía la puerta abierta de par en par y al fondo, a través de la mampara, se entreveía la silueta de la mujer enjabonándose.

-         Joder, joder, joder… - pensaba Jorge mientras su pene se retorcía más y más en sus pantalones.

Siguió observando. La sombra tras el cristal translúcido comenzó a moverse rítmicamente. Empezaban a llegar unos pequeños gemidos a los oídos del chico

-         Dios, no puede ser verdad…. Se está masturbando… Joder….

Su miembro le molestaba en los pantalones, estaba exageradamente gordo y palpitaba. Los pequeños gemidos se fueron haciendo más agudos y subiendo de tono. Ahora eran perfectamente audibles, sin necesidad de prestar atención. Decidió distraerse examinando el aparato DVD porque si no, n podría aguantar.

Primero pulsó el botón “power” y el cacharro se encendió.

-         Todo correcto hasta aquí. – pensaba él, esforzándose en no escuchar a Sara.

Acto seguido pulsó el “eject” y el DVD expulsó la bandejita con el disco que tenía dentro, uno grabado en casa con una equis rotulada y una fecha. Con la mano libre, se acariciaba el enorme bulto sobre los pantalones. Los gritos de la rubia iban en aumento, acompañados de sonoros jadeos e intensos suspiros. Encendió la TV y pulsó el “play”. El contenido del disco empezó a proyectarse, mostrando una grabación casera.

-         Pero si a esto no le pasa nada…

Se veía una cama. Por un lado apareció un hombre desnudo y con el pene en erección, que se tumbó en la cama boca arriba. Acto seguido, por el otro lado entró en escena una mujer, vestida con un albornoz y con el pelo rubio recogido en una cola de caballo. Estaba de espaldas a la cámara y dejó caer sus vestiduras. Se subió a la cama, mostrando su hermoso y firme culo en pompa y su rajita, mientras iniciaba una lenta mamada a su compañero. Él la agarraba por la cabeza y le empujaba la verga a la boca. Ella comía sin decir nada y sin parar, haciendo algún ruidito similar a un gemido. Al cabo de un rato, el hombre se corrió de golpe en su cara. La chica se giró, mirando a cámara… ¡Era Sara! Ahora se colocaba a cuatro patas y el hombre se acomodó para montarla.

Los grititos provenientes de la ducha adquirieron unos tonos agudos y una velocidad exagerada, para acabar de repente con unas respiraciones largas y suaves. El grifo se cerró. Jorge se apresuró a apagar el aparato y lo desenchufó.

Breves instantes después, Sara entró al trastero y Jorge no pudo evitar clavar sus ojos en ella. Su pelo estaba completamente seco y suelto, tenía las mejillas ligeramente coloradas y vestía un batín de seda de color dorado que cubría su cuerpo hasta las rodillas. Sus piernas estaban cubiertas por unas medias rojas y calzaba zapatos negros de tacón.

Ella dirigió una rápida mirada a la entrepierna del muchacho: su polla se marcaba majestuosa e insolente, bajo sus pantalones. Su plan iba según lo previsto.

-         ¿Cómo va todo?¿Crees que podrás arreglarlo?

-         No… no, no estoy seguro… - tartamudeó Jorge a duras penas.

La mujer le dirigió una mirada seductora. Llegaba la última parte de su trama:

-         ¿No crees que deberías relajarte un poco?

-         ¿Cómo? – él no comprendía las intenciones de sus palabras.

-         Digo que esto te está matando… - le susurró ella, mientras dirigía la mano al duro paquete y se lo palpaba con suavidad.

Jorge, sorprendidísimo, se quedó sin habla. Sara desató el cinturón de su batín. Llevaba puesto un conjunto de lencería, con sujetador, tanga, portaliguero, ligas y medias a juego, todo rojo y con encajes. Por primera vez, el chico pudo verla en paños menores: el sostén le alzaba los pechos, mostrando una parte generosa de ellos, tersos y firmes, suaves y enormes, con los pezones bien marcados bajo la lycra. Su vientre era plano como una tabla y las curvas de sus caderas, vertiginosas. El tanga le quedaba ajustadísimo, marcando cada pliegue de sus bajos.

Se aproximó más al chico, sin dejar de acariciar su enorme bulto, se puso de puntillas y colocó sus pechos justo delante de su cara. Situó la mano libre en su nuca y empujó la cara del muchacho hacia sus senos mullidos y esponjosos. Le sacó la camiseta y recorrió, poco a poco su torso desnudo. Fue bajando poco a poco, hasta acabar arrodillada frente a su preciado tesoro, agarrando el volumen con las dos manos y propinándole pesadas caricias. Desabrochó el primer botón de los vaqueros, luego el segundo, poco a poco el tercero y, finalmente, el último. La prenda estaba muy ajustada, por lo que tuvo que tirar con insistencia para conseguir bajarle el pantalón hasta las rodillas. Sólo quedaban unos “boxers” de franjas rojas y negras muy ajustados. El pene estaba situado hacia un lado, recorriendo el muslo y llegando casi hasta la rodilla. En torno a su punta, había una mancha húmeda y viscosa que deslucía la bonita prenda.

Ella arrimó su cabeza y colocó la lengua sobre la mancha, conocía ese sabor, sabía lo que era y le encantaba. Lo recorrió con la lengua hasta la pelvis. Luego colocó ambas manos en su duro y firme trasero, acariciándolo y apretándolo. Lentamente introdujo sus dedos bajo la goma del “boxer”, agarrándolo y deslizándolo hacia abajo. De un bote, el falo salió de su jaula y se presentó impertinente ante su cara. Estaba muy hinchado y colorado. Paseó la lengua sobre él de nuevo, esta vez comenzó besando y sosteniendo entre sus labios los testículos, para luego recorrerlo en dirección a la cabeza con una liviana caricia de su experimentada lengua. Se metió el capullo en la boca, que se mantenía muy abierta, y chupó como si fuese un caramelito. Fue introduciéndolo poco a poco en su boca. Al llegar a la mitad de la polla, ella ya tenía la boca llena por completo y el glande rozándole la campanilla. Acarició la pelvis con una mano, hasta terminar agarrada con fuerza al miembro, deslizándose desde allí hasta donde alcanzaba la boca de la mujer. La mano resbalaba rápidamente, presionando con fuerza, mientras sacaba y metía la verga en su boca, presionando con los labios y succionando con maestría.

Sentía su boca llena de aquella serpiente dura. Le dolían las comisuras de los labios. Se sacó aquello de la boca y lo recorrió con la mano, de atrás adelante. Primero con una, después con la otra y, finalmente con ambas. Volvió a introducirla en la boca, esta vez de golpe y tan profunda como pudo, la tenía hasta la garganta y aún quedaba mucha carne por comer.

En uno de esos mordiscos extremos, Jorge eyaculó. Cuando la punta rozaba la campanilla de Sara, un inmenso chorro de semen salió despedido a presión. El poco espacio libre de su boca se llenó de esa leche espesa, escurriéndose entre sus labios y goteando por su barbilla. Con la sorpresa, también se le subió hasta la nariz, atragantándola. Tosió. La verga se deslizó fuera de su boca, mientras, a través de los orificios nasales salía semen en abundancia. Siguió tosiendo y de su boca y nariz seguía saliendo semen y más semen. Sus labios estaban llenos de crema, al igual que el interior de su boca y su nariz. Goteaba por su cuello, dejando pequeñas manchas en el sujetador y en el suelo.

La polla de Jorge seguía vomitando y el la había tomado entre sus dedos para acabar de exprimirla. Disparaba chorros calientes y abundantes hacia Sara, que notaba como le caían con violencia en las mejillas, frente, sobre los ojos cerrados, entre sus pechos, por la parte descubierta, sobre su sostén… Recuperada del atragantamiento, la mujer abrió los ojos y sacó la lengua, para recibir los últimos coletazos de la apoteósica corrida, Jorge descansó su glande sobre la lengua de ella y dejó que se lo chupara a conciencia, hasta que no dejó ni rastro de semen en él.

-FIN-