Una confesión, un consejo

Abogado pulcro y elitista, pagado de sí mismo, interiormente un rotundo egoísta, gustaba de presumir de su dúplex de medio millón pagado en ocho años, su agenda de contactos, los doscientos veinticinco euros la hora que cobraba por llevar asuntos verdaderamente apestosos, su mujer etiqueta de las que se casan con uno para lucir y termina siendo ella la lucida, su ideario rotunda y fariseamente conservador….tan católico de misa dominical que, sin embargo, no parecían impedirle el follarse a Esme, a su gran amiga, con aquel torbellino de ritmo que provocaba el tremendo y desasosegante empentón carne contra carne y los gritos casi histéricos de ella….”!mete, mete, mete siii, mete!!”.

A fecha de hoy la práctica mayoría de mis historias han sido fruto de la invención, cosecha de mis fantasías más íntimas, las más deseadas, algunas cumplidas, otras todavía allá, donde se pierde la frontera entre querer y no tener huevos.

No obstante, por una vez, cometeré el delito de revelar, previa autorización, una experiencia ajena pero verdadera, fruto de la chocante realidad que hace cuatro meses, asaltó al mejor de los amigos.

¿Quién no tiene un amigo leal en la distancia?.

¿Quién no anhela esos cortados sin tiempo, con poca cafeína y mucho confesorio con esa persona a la que sin saber muy bien cómo, se ganó el derecho a escucharlo todo?.

Yo lo hago.

Y mi mejor amigo, el par de veces que se acerca a la ciudad, siempre sabe marcar el número y hacer hueco en la agenda.

Cuando eso ocurre, mi mujer sabe perfectamente que no será cosa de diez minutos.

Nosotros como ellas, necesitamos aunque hagamos gesto oculto, tiempo para desahogar lo que con una fémina no podemos.

En este caso, fueron cuatro cortados y una cerveza, animados porque la desazón del amigo, lo tenía visiblemente descolocado.

  • ¿Qué te pasa? – pregunté nada más verlo – Buff no me extraña que andes así – reconocí tras media hora de relato.

Como cada año estaba obligado a viajar hasta la capital y pasar tres o cuatro días buscando nuevos

clientes, afianzando los antiguos, negociando, renegociando, volviendo a negociar, cruzándose en oficinas con una competencia con cara de germanos al saqueo.

Eran jornadas maratonianas, plagadas de puro nervio, donde, especialmente en los tiempos que corremos, sus clientes apretaban las tuercas perdiendo todo miramiento, amenazando directamente, sin ambages, con traicionarle con la competencia, olvidando los sapos tragados, los problemas que les había solventado, las tarifas ridículas o la de años que llevaba de buena relación.

En tiempos hostiles, sobrevivimos volviéndonos todavía más hostiles, torpedeando al débil para luego sentir hipócritas penas, a toro pasado, recontando la de cuellos que hemos quebrado para continuar de pie y respirando.

¡Qué falsos!.

Como los dineros no le sobraban, solía acogerse bajo el amparo de dos buenos amigos….a los que conozco, trato, disfruto y aprecio pero que por precaución llamaremos Juan y Esme.

Curiosamente, Juan y Esme llevaban tantos años juntos como nosotros de amistosa relación.

Esme era una mujer de vanguardia, a pesar de que la primera impresión, era la de vulgaridad contenida.

Se trataba de una mujer, de pelo muy corto, casi varonil, de un

negro azabache intenso, rara vez correctamente peinado y un rostro, hay que reconocerlo, tanteando con lo ramplón pero que se suplantaba bajo una personalidad arrolladora, plagada de vitalidad, de actividad, de inteligencia pura.

Porque Esme era intensa vida, un terremoto que Juan equilibraba con su manera de encajar el difícil cotidiano, más sosegado, más contemplativo, más refrenado.

Una excelente cualidad cuando se afrontan los dilemas comploicados de la vida.

Resumiendo:

Esme era una compradora compulsiva y Juan, al menos para lo importante, se tomaba su tiempo ayudando a su compañera a que no se equivocara con su manía de hacerlo todo rápidamente y sin meditarlo.

Uno y otro se compenetraban de maravilla….durante años….unos cuantos años.

Pero cuando en noviembre nuestro común amigo entró por la puerta de aquel piso de protección oficial, a pesar de los abrazos, los besos, los “te hemos echado de menos”, sabía de antemano que algo andaba descarrilado.

Esme se lo dijo previamente a su discreta manera; “nos estamos agotando”.

Las razones eran muchísimas, pero sobre todo se centraba en la venida al mundo de su primer hijo, un cachorro adorable que les vino de puro improviso pues ella no estaba por la faena.

Noche loca, alcohol, alguna raya de coca y el olvido de la pastilla…..dos polvazos apoteósicos y un embarazo.

Por lo visto el, mucho más paternal, cubría de mimos y paciencia al niño, un recental soberbio que vino al mundo con casi cuatro kilos, destrozando la vagina de la amiga, cuyas caderas, poco desarrolladas, estaba inadaptadas a semejante suplicio.

Y por si fuera poco,

el bebe salió con el nervio de Esme, poco dormilón, exigente, comilón y casi todo el día lloriqueando.

Ella se desesperaba por la ausencia de instinto maternal y todo terminaba tragándoselo Juan, un ser al que admiraba de antes y desde entonces, lo admiraba mucho más.

“Yo no hubiera soportado lo que vi – confesaba el amigo - Una casa donde todo era tranquilidad hasta que Esme aparecía. Entonces el ambiente se tensaba porque no soportaba que el niño llorara, no soportaba darle el pecho izquierdo diez minutos y otros diez el derecho, no soportaba cambiar pañales, no soportaba interrumpir su sueño para tranquilizar el de su hijo”.

Difícil, muy difícil.

Y sin embargo Esme continuaba, para sus más cercanos, siendo pura generosidad, chistosa y risueña, adorable en todos los sentidos.

Pero estaba claro que la maternidad la había colocado en su correcto sitio, descubriendo todas sus limitaciones, todas sus incapacidades y que esta ingrata novedad, estaba dinamitando su relación con Juan.

Y el amigo padecía por ambos, porque los quería con el alma, sin distinciones y veía que más pronto o más tarde, se vería obligado a elegir…sobre todo porque en caso de divorcio, Esme no sería de las que sostendría el contacto con su ex….o estabas con ella, o contra ella.

¡Qué lástima!.

Su primera jornada mi amigo trabajó duro y secretamente preocupado.

Y la preocupación llegó a tanto que fue incapaz de evitar, en una comida de empresa con Sonia, el confesarle aquello que lo entristecía.

  • Allí hay algo más – dijo ella.

Sonia, cincuentona, dos veces separada y sabia cómo pocas, sobre todo a la hora de exigirle más y más en los contratos, aseguraba que, efectivamente, la maternidad les llegó de la peor manera posible, pero que su intuición de hembra le advertía que había algo más.

  • ¿Una infidelidad?.
  • ¿Es Juan muy mujeriego?.
  • Bueno, lo ha sido bastante….pero desde que ella está en su vida.
  • Ummmmm – continuó masticando su ensalada de queso cabra.

Ese “ummmm” era demasiado femenino.

Las mujeres están innatamente diseñadas para vislumbrar donde para algo que la tosquedad masculina es incapaz de apreciar.

Y quedó bajo sospecha.

Una sospecha que tardaría veinticuatro horas y un café con leche en disiparse.

La noche anterior él bebe pareció conceder una tregua, proporcionándoles una deliciosa velada de cena ligera y buen vino, de esos que liberan la lengua, permitiendo contarse todo sin mayor trascendencia que unas sonrisas.

Aunque por la mañana le dolía levemente la cabeza, estaba satisfecho por eso de haber compartido otro momento maravilloso con dos seres maravillosos.

Hasta que llegó el café con leche.

La costumbre es bebérselo el mismo bar, neurálgico dentro de sus rutas, en una esquina de avenida América.

Parece que por solo tres euros, lo hacen delicioso, en vaso y regalado con tres soberanos churros de los que se hacen de toda la vida, artesanos, de masa espesa y bien nutridos de azúcar.

Pero la leche debía de estar caducada, dado que notó un primer sorbo amargo sin advertírselo a la camarera a la cual, por no ofender, entregó propina y una taza relamida de todo rastro.

Todo para quedar a buenas.

“Caguen todo” - lamentó.

Porque a las dos horas, el estómago comenzó a dar alerta.

Algo no iba a buenas.

A las tres horas tuvo que meterse en el primer baño que encontró.

A las doce del mediodía decidió que aquel no iba a ser su mejor jornada.

Tras unas cuantas llamadas postergando citas para la tarde o la mañana del martes, llamó a un taxi que lo dejó tras diez minutos y dieciséis euros frente al portal de los amigos.

Estaba absolutamente crujido, con sudores fríos y las piernas temblando.

Deshecho y desvigorizado, lo primero fue buscar una farmacia a pocos pasos y comprar un Priperam que le templara lo mínimo para poder descansar y recuperar a la clientela tras dormir dos o tres horas.

Estaba verdaderamente aplastado.

Abrió la puerta del portal, caminó, respiró hondo al borde de la náusea, puso la llave en la cerradura y con sumo cuidado….abrió.

“Siempre abro con delicadeza. Lo hago sin hacer ruido por pura manía, no es otra cosa, solo una rareza”.

Y en aquella ocasión, el tiro se le fue directamente por la culata.

  • ¡Duro, dame duro, si, si, sigue, sigue, sigue!.

Completamente cohibido, lo primero fue pensar que había pillado a Esme sacando tiempo con Juan para darse gusto.

Pero era mediodía y la teoría decía que ambos estaban en el trabajo mientras al crío le cambiaban los pañales en la guardería.

Pero el ruido de fondo lo desmentía….ruido del rechinar en un colchón que aunque nuevo, parecía estar a punto de deshacerse, ruido de gemidos, de gritos de…

  • ¡Sigue Fraaaaannnnn!
  • ¡Oggggg que puta eres!
  • Dilo…diloooo….di que soy una puta.

¿Esme?.

Esa no era la Esme feminista que no toleraba la más mínima broma sobre la igualdad de géneros, abogando sin tapujos por la cadena perpetua para el maltratador y la castración física contra quien hubiera violado.

  • ¡!!Siiii!!!.

Se acercó, tropezando por el pasillo con unos zapatos de mujer y unos pantalones vaqueros arrugados.

Se acercó pisando sobre algodones,

sudando como cerdo en matadero solo que ya no sabía si por el malestar o por miedo.

“No voy a decir que mire todo lo que pasaba en la habitación durante largo rato mientras me masturbaba y Esme al descubrirme acabó invitándome a hacer un trío”.

Eso solo pasa en el imaginario.

Eso sería mentira.

Solo hizo un vaivén de ocho segundos.

Ocho increíbles segundos y escapar nuevamente a la calle, tomándose el Priperan a morro, sentado en un banco del jardín público más cercano donde, curiosamente, el viento fresco le permitía recuperarse un tanto.

Respiró acobardado…como si hubiera cometido una falta grave o un inconfesable pecado.

Ocho segundos: la bajera de la cama….Fran de pie con aquel cuerpo de cuarentón a medias, con el cuello hacia atrás, ojos cerrados, gimiendo a base de grandes suspiros, las manos más que cogiendo, aferrando las caderas de Esme….lo único de ella que pudo ver…su culito porque era culito, pequeño, duro, algo andrógino pero jugoso, sus piernas cortas pero bien torneadas en posición perrito, intensamente abiertas, ofreciendo su jugoso coñito, sus pies tensos fruto del interno, intenso e indefinible gusto.

“Y aquel ritmo….”.

Fran y Esme eran amigos de barrio.

Y ni tan siquiera mi amigo, que la conocía como a una hermana, era capaz de comprenderlo.

Abogado pulcro y elitista, pagado de sí mismo, interiormente un rotundo egoísta, gustaba de presumir de su dúplex de medio millón pagado en ocho años, su agenda de contactos, los doscientos veinticinco euros la hora que cobraba por llevar asuntos verdaderamente apestosos, su mujer etiqueta de las que se casan con uno para lucir y termina siendo ella la lucida, su ideario rotunda y fariseamente conservador….tan católico de misa dominical que, sin embargo, no parecían impedirle el follarse a Esme, a su gran amiga, con aquel torbellino de ritmo que provocaba el tremendo y desasosegante empentón carne contra carne y los gritos casi histéricos de ella….”!mete, mete, mete siii, mete!!”.

Desde aquel banco cercano (veía la ventana de su habitación), contempló como, media hora más tarde, salía Fran esta vez pulcramente engominado, con su trajecito de mil y pico euros que él, con todas sus horas de insoportables reuniones bajándose los pantalones, nunca podría permitirse.

“Hijo puta” – dijo – “Nunca me calló bien”.

Aguardó porque no tenía ganas de volver a la casa así que, echando otro trago al medicamento, y sintiendo algo más de compostura, terminó por agarrar el metro, regresar al centro y, tras una manzanilla bien cargada y ya sin sudores ni vacilaciones, cumplir con el protocolo.

“Al regresar debería haber estado contento”.

Renovar dos contratos en unas condiciones físicas y mentales tan ingratas como las que padecía, era verdaderamente una hazaña.

Pero no estaba para risas.

Las que no pudo devolver cuando Esme se las regaló al entrar, ya entrada la noche.

  • Hola cielo buenas tardes. Te he hecho una buena cena.

“Y lo era”.

Los tres disfrutaron de una quiché deliciosa y tarta de manzana con canela.

Sin vino porque la tripa estaba para pocas bromas, terminó comienzo algo forzado.

Dolía todo, pero sobre todo, dolían las dudas.

Luego vino la conversación que irónicamente, que el acogió con reservas, sin abrirse como solía y terminó por derivar en el complicado tema de las añoranzas.

“Y de todo lo dicho, hubo una frase de Esme que me dejó pensando….”Yo a veces, no puedo resistir la tentación de regresar a los veinte años”.

  • No te jode – contestó Juan – Pero aquí estamos, superando los cuarenta.

“¿Tu qué opinas?”.

Fue entonces cuando pedí esa cerveza.

La esperamos en silencio, el visiblemente apenado, yo sopesando.

Al llegar, como siempre, era una Guinnes negra, espesa y cremosa, una delicia que me ayudaba y mucho a darle vueltas a esas cosas que de vez en cuando revolotean por la cabeza.

Bebí un sorbo largo, tragué, paladeé.

“Mira. Me conoces. Hace años. Tú y yo no tenemos secretos. Sabes que yo no soy un santo y mi mujer tampoco. Pero nunca nos lo hemos exigido. ¿Qué ella se tiró a ese tal Alberto?. ¿Qué puedo lamentar

si cada noche se acurruca a mi lado, si es una amiga, amante y madre soberbia?. Por eso no juzgo a Esme. Todos deseamos el elixir de la eterna juventud pero Esme yerra pues pronto descubrirá que no se esconde en el hecho de tirarse a un compañero de instituto. Solo hay una cosa que me cuesta concederle. Por encima de todo están los hijos. Aunque se tengan a deshora. Sin embargo ni tú ni yo sabemos que ocurre entre ellos. No sabes si todavía los consume el deseo, no sabes si Juan sigue atrayéndole o ella atrayendo a Juan. No, no lo sabes. Solo puedes juzgar a mal si ellos te trataron a mal y eso no ha pasado. Lo que ocurra dentro de su casa, es para ellos y…”.

  • Pero es que creo que no terminas de comprenderme.
  • Tal vez.
  • Yo no soy un santo – leche eso ya lo sabía- Hace tres días me follaba a una pelirroja rolliza cuyo nombre ni me acuerdo y luego regresaba con mi mujer sin dolores de cabeza. Allí no está el problema.
  • ¿Entonces?.
  • El problema para en que desde que vi aquello, no paro de excitarme pensando en Esme, en imaginarme que era yo quien se la clavaba desde atrás y me masturbo compulsivamente rememorando una y otra vez la escenita de los cojones. Llevo ya casi veinte años de amistad y nunca, te lo juro, nunca he sentido la más mínima atracción sexual por ella. Me parecía carente de cuerpo, con poca teta y menos caderas. Pero desde que vi aquello….es una maestra sin duda, un tótem, una de esas mujeres de las que te destripan y te dejan tan agotado y satisfecho que solo sueñas con volver a por más. ¿Qué hago?.
  • Pues como siempre digo, cuando tienes una fantasía, tienes dos opciones; reprimirla o conseguirla. Tú decides.