Una compleja amistad
Amigos desde la infancia, deciden pasar un fin de semana en un entorno diferente, algo que cambiará sus vidas para siempre. Sexo, amor y amistad se conjugan en una historia increíble, cargada de emociones.
Este relato es la libre adaptación de una historia que ocurrió en septiembre del año 1998, cuando el verano empezaba a agonizar. No puedo confirmar la veracidad de los hechos, porque ha llegado a mis manos a través de mi amiga Lorena del chat y no he podido contrastarla con ninguna otra persona. Aun así, yo diría que es cierta. Creo conocer a Lorena y me parece una chica agradable, abierta y sobretodo sincera, que es lo que aquí nos atañe. Y si no lo es, pues por lo menos habré pasado un buen rato escribiéndola. Al principio, Lorena no quería que la publicara (dios sabe por que, felizmente cambió de parecer) Aunque he tenido que cambiar nombres y excluir datos geográficos, es una historia tan inusual, que los protagonistas se reconocerán aquí si algún día les da por leer estas líneas. De todas formas, yo solo cumplo ordenes. Una última cosa: esta escrita en primera persona, porque aunque soy yo quien presiona las teclas, es ella la protagonista y la que nos la esta contando a todos nosotros...
Creo que, desde que tengo uso de razón, he sentido algo por David. Íbamos juntos al colegio y me parece haber pasado mas tiempo mirando a su pupitre que a la pizarra. No éramos más que niños, pero yo en vez de jugar a la goma con mis amigas lo buscaba en los recreos para estar con él; y David, en una edad tan difícil en la que los niños creen que las niñas son asquerosas, en vez de jugar al fútbol como los demás, venia conmigo a hablar de cualquier cosa o a intercambiar cromos (de aquella eran lo máximo.) Todos los otros alumnos se burlaban de nosotros y nos decían que éramos novios y que nos íbamos a casar. Yo era una niña tonta encantada de que nos lo dijeran, pero David se moría de vergüenza y le afectaba, aunque nunca me lo dijo. Él siempre fue así, sensible, inteligente y callado.
Vivíamos los dos bastante cerca, por lo cual entraba dentro de la lógica que acabásemos en el mismo instituto. Así fue, y allí fue donde conocimos a Rober. Él era el típico repetidor, campeón del futbolín del bar de enfrente, pero varios cursos atrasados. A mí siempre me pareció una montaña, grande y fuerte por genética, y con un corazón igual de grande. Y tampoco era idiota, solamente sabia que estudiar no sería lo suyo. No se como fue posible que entablaran amistad, puesto que eran muy diferentes (a veces pienso que fue precisamente por eso.) Con el paso del tiempo, los lazos se estrecharon. David ayudaba a Rober en algunas materias difíciles y por ello, ya no tenía que aguantar nada de ningún gallito del instituto. Rober desarrollo un gran sentimiento protector para con su amigo y todos sabían que el que le hiciera una putada a David, lo pagaría realmente caro. Una vez llego incluso a partirle la boca (literalmente) a un chulito que le había quemado unos apuntes a David y los había arrojado por la ventana ardiendo como si fuera una lluvia de estrellas. Por una temporada esta nueva amistad hizo que yo me sintiese más apartada e incluso celosa. Pase muchos meses muy malos, llorando sola en mi habitación pensando que todo había terminado. Finalmente un día me arme de valor y le dije todo lo que sentía al respecto. Fue lo mejor que hice en mi vida. Primero se sorprendió, luego incluso se enfadó por que había tardado todo ese tiempo en contarle lo que me pasaba cuando antes se lo contaba todo, y finalmente, me dijo que eso cambiaría. Y así fue. Desde ese día, siempre que quedaban, yo iba con ellos como una mas, formando los tres una gran amistad. A todo esto, mis sentimientos por David seguían creciendo, y creo que los suyos también.
Cuando acabamos el instituto, Rober empezó a trabajar con su padre en la obra, y David y yo seguimos estudiando. Él iba a ingeniería y yo a psicología. Nuestros caminos profesionales se habían separado, pero nuestra férrea amistad no se resintió lo más mínimo. Seguíamos quedando tanto como antes, sobretodo en verano. Íbamos todos al cine, a la playa o salíamos de marcha. En fin, todo lo hacíamos juntos. David y yo pasamos todos estos años tonteando el uno con el otro. En realidad ahora lo recuerdo como algo verdaderamente masoquista, pero nos daba miedo estropear una amistad de años, creo que por eso nunca nos lanzamos.
En verano del 98 yo era una chica de 19 años, de ojos marrones y con un pelo castaño, largo y liso. Siempre hice ejercicio; voleibol, tenis, balonmano... por lo que mi cuerpo era de suaves curvas, pero desgraciadamente también en los pechos. Lo que me daba un aspecto aniñado para mi edad, que entonces odiaba. Aunque debo reconocer que eran bastantes los que me rondaban. Es así, no es nada que yo me invente. Las diferencias entre David y Rober se fueron acentuando más y más. El primero tenia mi edad, era delgado y de piel clara (como yo), en fuerte contraste con su pelo y ojos negros. Siempre me encanto su cuerpo, no es que estuviera cachas, pero al ser tan delgado se le notaban los abdominales, y eso me volvía loca. Rober era todo lo contrario, con 22 años y alguna entrada que otra, la obra lo había acabado de embrutecer físicamente. Era un armario de carne, de estos que tienen gran tripa pero tienen un tren superior tan impresionante que esta, ni se nota. Era un poco más alto que nosotros, lo cual lo hacía más monstruoso si cabe a nuestros ojos. Parecía tener más de 30 años ya. Tenía lo que nosotros llamábamos moreno de obra y un tatuaje bastante cutre para mi gusto en su espalda. El típico del águila. Entre eso y la gran mata de pelo que tenía en el pecho, los hombros y las piernas, anda que no nos reíamos a su costa ni nada cuando íbamos a la playa. Menos mal que se lo tomaba con humor.
Hasta ese verano mi experiencia sexual se limitaba a unos magreos con un medio novio que tuve, que a menudo me decía (totalmente serio) que mi trasero era es más bonito que había visto en toda su vida. Lo más que le deje hacerme fue una vez que me pillo en su coche con el día tonto. Le dejé deslizar su mano dentro de mis braguitas y meter algunos dedos en mi coño y mi culo. Me masturbó por los dos agujeros, y aunque estaba demasiado nerviosa para alcanzar un orgasmo, tengo que reconocer que me gustó. No llegué a más, creo que en fondo a quien esperaba era a David. A él le debía pasar algo parecido, puesto que según me contó tampoco lo había hecho con nadie. Estuvo saliendo un par meses con una guarra que al final se la acabó chupando, pero antes de que llegaran a más lo dejó para irse con otro. David me contó (un poco azorado) que ella le había dejado correrse en su boca. Una auténtica zorra, en mi opinión. Él único que podía decir que se había estrenado era Rober, aunque no de la forma que esperábamos. Por lo visto, su padre lo llevó de putas la noche después de cumplir los 18. Una estúpida tradición familiar, supongo. Desde entonces, había follado con alguna otra.
Un día de agosto en el que estábamos los tres tomando algo en un merendero, Rober sugirió que podríamos hacer algo diferente ese año para despedir el verano. Nos comentó que su padre estaba rehabilitando una vieja casa que tenía en el monte para utilizarla de hotel rural. Por aquel entonces, el turismo rural empezaba a florecer, y el padre de Rober, muy cuco él, decidió ser uno de los primeros en subirse al carro. Una idea bastante acercada, como he podido comprobar con el paso de los años. A nosotros la propuesta nos entusiasmo y pronto estuvimos de acuerdo, sabedores que por parte de nuestros progenitores no tendríamos ningún impedimento. Conocían nuestra sana amistad desde el colegio, y el hecho de que además nos iríamos a casa del padre de uno del grupo les daba un extra de confianza. Durante las semanas siguientes, Rober se encargó de organizarlo todo. Iríamos en su coche, ya que era el único que tenía medio de transporte, y pasaríamos un fin de semana inolvidable (aunque nunca nos imaginaríamos hasta que punto.)
La tarde del viernes de esa semana mágica, nos encontramos los tres bajo su casa, y después de meter en el maletero el equipaje, partimos rumbo a la aventura. Por suerte, Rober había mirado el parte meteorológico para los dos próximos días, y el tiempo se pronosticaba seco y no demasiado frío. Luego en el coche nos dijo que le daba igual el clima, y nos recordó que su casa tenía una chimenea en el salón y que frío era lo último que íbamos a pasar. Eso ya nos lo había contado en el merendero, pero yo aún así deseé fervientemente que hiciera buen tiempo, puesto que por las noches quería salir por el pueblo, no sentar el culo horas y horas jugando a las cartas. Suponía que habría tiempo para todo y no nos mataría algo de bailoteo.
Rober nos informó que la casa estaba a unos diez minutos en coche de una villa de unos quinientos habitantes. Cuando llegamos a nuestro provisional hogar debo reconocer que tuve una pequeña decepción. Puede ser que en la tontería adolescente de los dieciocho años me esperara algo mayor, más fastuoso, como la casa de una película de terror, quizás. En realidad era una pequeña casita de dos plantas, pero en aquel momento no valoré en su justa medida lo bonita y acogedora que era. De piedra desnuda, su interior era casi completamente de madera, con muebles sobrios, cocina de carbón y con un mullido sillón y una gran alfombra de pelo largo enfrente de la chimenea del salón. No estaba terminada y había una habitación que estaba llena de andamios, pero eso que más daba. Teníamos una estancia para cada uno y eso bastaba.
Lo primero que hicimos fue darnos una ducha renovadora (turnándonos, ¿qué estaréis pensando?) Vestirnos para ir al pueblo a cenar y tomar unas copas después. Como yo pensaba que el día grande sería el sábado no me arreglé demasiado. Me bastaron unos tejanos y un suéter color ámbar. Como solo había llevado un par de botas para salir, para mi fastidio, tuve que conformarme con poner las que llevaría al día siguiente. Unas blancas hasta las rodillas, aunque hoy poco verían de ellas, puesto que las metí por debajo de los pantalones.
Una chica criada en una urbe como yo no podía imaginarse las diferencias que había entre el comportamiento de las gentes de los pueblos y los de ciudad. Ya en el restaurante fuimos el centro de todas las miradas, sobretodo yo. Una comunidad tan cerrada en la que todos se conocían entre sí nos debía de considerar extranjeros o invasores, por lo menos. Cuando más tarde nos tomamos unas copas en uno de los pocos garitos con marcha que había en aquellas latitudes, las miradas y comentarios se intensificaron, hasta el punto de que llegaron a incomodarme y que llegara a plantearme si no fuese mejor idea la de irnos para casa. Afortunadamente dejé pasar esa primera sensación y continuamos de parranda como si no pasara nada. Bebimos unos tragos y comenzamos a relajarnos y a dejarnos llevar. Pero todo allí era muy raro. Digo esto porque aunque los bares no estaban nada mal, con una adecuada atmósfera y buena música para bailar, ningún chico se movía. Se limitaban a permanecer en la barra mirando a las chicas, las cuales tampoco se meneaban demasiado. Yo, por mi parte, empecé a contonearme al ritmo de la música en una acción un tanto arrogante, lo reconozco, como queriéndoles decir: "mirad lo que tiene que enseñaros esta chica de ciudad". No es que sea una profesional, pero seguro que a ellos les debía parecer Ginger Rogers, porque se les salían los ojos de las órbitas. David y Rober se unieron a mí inocentemente, como hacíamos cuando salíamos de juerga. No hicimos nada no habitual, palabra, yo bailaba alternativamente con uno y con otro, o con los dos a la vez. Siempre de forma amistosa y guardando las distancias. Así seguimos largo rato. En un momento en que no había cola en el baño de las chicas, decidí ir a hacer un pis. Estaba yo arreglándome cuando oí que habían llegado dos chicas hasta el otro lado de la puerta. Después de intentar abrir y viendo que estaba ocupado, comenzaron a parlotear mientras esperaban. Tengo la oreja muy larga, ese es un defecto que tengo, y lo que oí entonces me dejó atónita. Dicen que el que escucha su mal oye, cuanta razón tienen. Esto fue mas o menos lo que oí:
-...me dijo Rosa que es el hijo de Marcos, el capataz, que ha venido con unos amigos a pasar unos días a la casa que están reformando allá arriba.
-Pues ella se comporta como una fulana, meneando el culo delante de los dos. A saber lo que le harán cuando vuelvan a la choza del viejo.
Mientras oía sus risas se me fue calentando la sangre hasta el punto de ponerme furiosa. Abrí la puerta de golpe y pasé ante ellas dirigiéndoles una mirada furibunda. Solo me volví lo justo para ver una expresión de estúpida sorpresa en sus semblantes.
Cuando llegué al lugar donde estaban mis amigos, les dije que se me habían pasado las ganas de seguir de juerga y que mejor nos íbamos ya. Se miraron entre sí alucinados, pero viendo que algo andaba mal no abrieron la boca y se limitaron a seguirme fuera. En el camino de vuelta volvimos silenciosos. Me conocían y sabían que cuando me pongo así hay que esperar a que pasen los nubarrones para abrir las ventanas, porque si no se puede desencadenar una tormenta que lo arrastre todo a su paso.
Nada más abrir la puerta de la casa, Rober puso un brazo en mi hombro y me dijo en tono conciliador:
-Oye, ¿te parece si nos ponemos cómodos y tomamos la última en el salón? ¿Si quieres, eh? Si no, no pasa nada.
-Claro, hombre, yo me cambio y ahora bajo- respondí. Al fin y al cabo, ellos no tenían la culpa de nada, y a decir verdad tampoco tenía ganas de irme a dormir.
Una vez en mi cuarto me desvestí, me recogí el pelo en una cola de caballo, y me puse un top azul marino que se pegaba a mi cuerpo y unas braguitas a juego. Estas eran tipo cultote, así que tampoco consideré necesitar más.
Es curioso como funciona la mente de un hombre. Ya me habían visto docenas de veces con menos ropa, como cuando íbamos a la playa, pero bastó que fuese "lencería" en vez de "bañador" para que se les quedase a los dos una cara igual que a los chicos del pub cuando me vieron bailar. Por ejemplo, ellos estaban en camiseta y en bóxer y a mi no me escandalizaba. Ellos ya tenían los vasos de tubo llenos de Ron y cola y me habían dejado un sitio en el sofá. Me recosté entre los dos acomodando la cabeza en el hombro de David y los pies descalzos en el muslo de Rober, este puso una mano sobre ellos y comenzó a masajearlos distraídamente. No eran más que leves caricias, pero después de haber andado tanto tiempo con las botas altas, mis pies agradecieron sus cuidados y comencé a calmarme y a relajarme. Estuvimos un rato bebiendo y comentando cosas de la casa y de lo que haríamos el próximo año mientras Rober me acariciaba desde los dedos de los pies hasta las rodillas (nunca por encima de ellas.) Yo quise que Rober encendiera la chimenea pero él estaba cansado. Ese mismo día había tenido que trabajar, y después de conducir hasta allí, acondicionar un poco la casa y después salir, así que lo que menos le apetecía era ir a la leñera y cargar con troncos. Me prometió que la próxima noche la encendería. Seguidamente, de forma aún un tanto cautelosa, me preguntó:
-Perdona, ¿qué te pasó en el baño para que salieras con esa cara de mala hostia y tuviéramos que marcharnos tan rápidamente?
Después de pensarlo un momento, les conté lo que las bordes del aseo habían dicho de mí, y como me había cabreado, saliendo de allí con ganas de asesinarlas. Para mi sorpresa, Rober se rió a mandíbula batiente, mientras David, más comedido, también sonreía. Noté como un atisbo de furia reaparecía en mi, pero esta vez esa sensación fue eclipsada por la curiosidad de saber el que les parecía tan gracioso.
-¿Así que se creen que te beneficias a los dos?- Rober me miraba con cara de póquer mientras hablaba-. Bueno, ¿y que problema hay? Déjalos que hablen, probablemente somos lo más interesante que han visto desde la tele en color.
Yo me reí ante el comentario, Rober aprovechó para seguir hablando.
-Aquí no te conoce nadie, disfruta de la fama. A mi sí que me conocen, pero me la pela lo que piensen de mí.
Tengo que reconocer que su razonamiento parecía lógico. Pero súbitamente, abrió mucho los ojos y dijo:
-¡Hey! ¿Porque no nos divertimos mañana un poco a costa de esas perras y de paso les damos de que hablar a estos pueblerinos para el resto del año?
Antes de nada, aclarar que yo no tengo nada en contra de las personas del medio rural, gente encantadora en su mayoría, pero en ese momento me sentí intrigada.
-¿Y que quieres hacer?- Le pregunté con un punto de desconfianza.
-¿Por qué no fingimos que estás enrollada con los dos?
Yo me reí ante la ocurrencia mientras negaba con la cabeza. Pero entonces David habló a mi lado. Parecía entusiasmado.
-¡Si, tío, es una idea cojonuda! No seas tonta, Lore, que fijo que nos partimos de risa. Anda que no habrá ya confianza entre nosotros. Además, tampoco vas a tener que hacer nada chungo, ¿verdad?- Miraba a Rober, mientras pronunciaba estas últimas palabras.
-Por supuesto- confirmó él. -¿Qué crees?¿Que vamos a ir por ahí dándote morreos y metiéndote mano o que? Solo se trata de un poco de paripé, de hacer un poco el tonto, teatro. Bailamos un poco más apretaos, te cogemos de la cintura o de la mano como ya hicimos mil veces y fijo que para estos ya es un escándalo. Piensa lo que nos vamos a reír.
Yo miré un poco confusa a David y vi que sus ojos brillaban, por lo que pensé que la idea que se me estaba ocurriendo a mí, también se le habría ocurrido a él. Puede que para Rober fuese todo un juego inocente, pero quizás para David y para mi no lo era tanto. Hacia años que nos buscábamos como de forma casual y la próxima noche podría ser un paso más en este juego torturador. Suponer que compartía mi pensamiento me alegró enormemente, ya que yo hacía meses que estaba sopesando la posibilidad de jugármelo todo a una carta y tener algo serio con él. Aun así, me hice un poco la estrecha. Sinceramente, no entiendo por que. Creo que me parecía lo correcto en aquellos momentos.
-No sé, chicos. Ya veremos. Dejádmelo consultar con la almohada.
Ellos se dieron por satisfechos y al poco rato, viendo que la conversación languidecía, nos dimos las buenas noches nos y fuimos cada uno a su habitación a dormir. Por supuesto, consulté con la almohada la propuesta de mis amigos, con lo que me costó bastante conciliar el sueño.
El día siguiente transcurrió plácidamente. Nos levantamos a una hora razonable y fuimos a hacer una corta ruta de montaña. Rober nos había hablado de un pequeño lago en el que a veces, se bañaba cuando hacía buen tiempo. Preparamos unos bocatas y partimos. No antes de que Rober y David llevasen leña cerca de la chimenea para no tener que hacerlo de noche en la oscuridad. El día era claro, pero lamentablemente, corría una brisa bresca que lo hacía un tanto desapacible. Cuando llegamos al lago me lleve la segunda desilusión del fin de semana. Eso era poco más que una charca, la cual no invitaba demasiado al baño. David y yo, quedándonos en bañador, tomamos un poco el sol, a la par que Rober se metía en el agua. El pobre salió como un tiro por que estaba helada y nosotros no pudimos aguantar mucho tampoco por culpa del frío viento. A lo largo de la excursión fueron dándome la murga una y otra vez con la historia de que cuando saliéramos fingiéramos estar los tres enrollados, insistiendo en que nos íbamos a cachondear de todos. Yo les daba largas, pero en mi interior suponía que al final aceptaría.
Esa noche comenzó igual que la anterior. Nos duchamos y nos preparamos para bajar al pueblo. Solo que ahora yo me había vestido para salir a "matar". Esta vez mis botas se veían en todo su esplendor, ya que en lugar del tejano me decidí por una minifalda roja. Arriba, un top negro sin espalda que dejaba a la vista el ombligo. Después me esmeré al hacerme el recogido del pelo. Hasta me maquillé, cosa que hacía en contadas ocasiones. Si ayer había sido el centro de atención con unos vulgares tejanos y un holgado suéter, estaba impaciente por ver como se quedaban los del pueblo cuando me vieran hoy. Tuve un adelanto cuando bajé las escaleras al encuentro de mis amigos. Sencillamente, se quedaron sin palabras. Solo atinaron a mirarse entre ellos como preguntándose si estaban soñando (ellos tampoco estaban acostumbrados a verme así.) David iba muy guapo, todo de negro, con la camisa que le había regalado yo por su cumpleaños. Rober... Rober era Rober, e iba con su estilo propio: camisa leñera roja, tejanos, y pesadas botas de trabajo. La verdad es que si pretendíamos pasar por algo, él y yo no pegábamos nada, jaja.
Como yo me temía, me convertí en la atracción del pueblo. Los chicos con los que nos cruzábamos por la calle, incluso señores mayores con sus esposas al lado, no se cortaban en girar sus cabezas cuando yo pasaba. Incluso en el restaurante fue poco menos que un escándalo. El pobre camarero que nos atendía no atinaba, y los demás comensales rara vez miraban sus platos. No soy una chica soberbia, pero estaba encantada. A saber, me considero guapa, pero en una ciudad es otra cosa, y desde luego no llamaba tanto la atención como lo estaba haciendo esa noche. Me sentía como una estrella de cine o parecido, y a todo el mundo le gusta que sentirse admirado.
Pero lo mejor estaba por llegar. Cuando entramos en el pub, no fue demasiada sorpresa encontrarnos con las chicas que me habían criticado ayer en compañía de otras; sin duda las habían llamado para que vinieran a ver a la zorra de ciudad que les había venido a hacer la competencia, atrayendo la atención de sus moscones habituales. Nos pedimos unas copas y empezamos a bailar, que por cierto éramos los únicos, para variar. Pero hoy sería diferente... Sin preguntarme que me parecía el plan que teníamos pensado y sin confirmar si yo aceptaría, Rober se colocó detrás de mí y agarró mi cintura desnuda mientras la guiaba con el ritmo de la música. Acercaba su rostro a mi cuello haciendo que notara su aliento en mi nuca. Entretanto David, de cara a mí, se contoneaba conmigo y pasaba las manos por mis hombros mientras yo me pegaba a sus caderas. Nuestros ojos se cruzaron y no volvieron a separarse en minutos. A veces volteábamos y yo quedaba mirando hacia Rober, el cual tenía una cara de ensoñación creo que en parte debida al alcohol de la cena. Me sostenía por el lateral del pecho, casi rozándome las tetas. Provocativo pero sin rebasar límites. David incluso aprovechó para darme dos fugaces besos en la parte alta de la espalda (eso era nuevo, y provocó una corriente eléctrica en mi columna.) Yo me dejaba llevar por los dos. No me había decidido a esto, pero es cierto que me gustaba. No como algo sexual (aunque sí increíblemente sensual) si no como una experiencia embriagadora, casi hedonista, olvidándose de reglas y convenciones en un lugar diferente. Además estaba disfrutando enormemente de la cara de autentico odio con que obsequiaban mis amigas de la barra. Eso fue lo último que falto para que acabara de envalentonarme. Sobaba, cada vez con mas erotismo, los torsos de mis amigos. A David le abrí los botones de la camisa mientras escondía mis manos bajo ella tocando su pecho. El pobre alucinaba, pero Rober lo llevaba con más naturalidad. Estaba disfrutando la situación lo máximo posible. Aún así, siempre se comportó con respeto. La única vez que tuve que cortarlo fue cuando me estrujó el culo apretándome contra él mientras me daba un tremendo lametazo en el cuello. Le miré con cara de "tío, no te pases", a lo que el se rió mostrándome sus disculpas y ahí se quedó todo. Hubo un instante muy especial en el que nuestro grandote amigo se fue al baño, entonces nos quedamos David y yo solos. Posé mis antebrazos sobre sus hombros a la par que contoneaba mis caderas. Nos miramos fijamente y nuestras cabezas se acercaron a pocos centímetros. En esa situación estuvimos largo rato sin decidirnos a llegar más lejos. A veces, hoy en día, pienso que uno de los dos se hubiese lanzado nuestras vidas hubieses sido completamente diferentes, pero no fue así. Antes de darnos cuenta, Rober había vuelto y la oportunidad había pasado ante nuestros ojos y la habíamos dejado escapar. A todo esto los chavales del pueblo no perdían detalle sin preocuparse en disimular ante sus novias. Se daban codazos y nos señalaban como niños, era graciosísimo, y tenía que hacer esfuerzos por no reír. Cuando las dos chicas, derrotadas, se marcharon con sus amigas, no pudimos aguantar más y estallamos en carcajadas.
Con el sabor del triunfo todavía en los labios, cambiamos de local para seguir con la fiesta. Entrelazados los tres por la calle, yo en medio de ellos, íbamos dando el cante seguro. Ya les habíamos dado una lección a las niñatas esas, pero inconscientemente seguimos con el juego. Llegamos a otro bar en el que no pudimos estar mucho, porque cuando empezamos a movernos, un grupo de tíos cargados de alcohol que me habían estado mirando ávidamente, nos rodearon y empezaron a meterme mano de forma descarada mientras bailaban. Uno de ellos, alto y cuadrado, era el más atrevido y en una ocasión me levantó la falda sin ningún miramiento, dejando a la vista de sus compinches mi tanguita. Yo estaba muerta de vergüenza y miedo. Obviamente, Rober se dio cuenta y ahí comenzaron nuestros problemas de verdad. Sin mediar palabra, se acercó al matón que me estaba molestando y le soltó un puñetazo en plena cara. La música estaba bastante alta, pues bien, aunque parezca imposible, puedo jurar que oí el chasquido que hizo su nariz al romperse, cosa que me impresionó sobremanera. Comenzó a sangrar como un cerdo al tiempo que David sujetaba a Rober porque si no creo que lo habría matado allí mismo. Los sicarios del gigante querían lanzarse sobre nuestro colega, pero otros chicos que estaban cerca los separaron. El camarero salió de detrás de la barra y nos echó a la calle haciendo caso omiso de nuestras protestas, que alegábamos que habían empezado ellos. Una vez fuera, yo insistí en irnos de allí, pues sabia que el grupo de buitres no tardaría en salir del bar y nos machacaría. Rober estaba fuera de sí y quería quedarse, pero entre David y yo le convencimos a duras penas de que lo mejor era desaparecer. En cuanto se calmó reconoció que era la mejor idea, y fue más lejos al proponer que nos fuéramos para la casa, ya que en un pueblo no muy grande como era ese, nos buscarían por todos lados y no tardarían en dar con nosotros. Así que cogiendo las llaves del coche nos marchamos dando por terminada la jornada... o casi.
Al llegar, como si estuviera planeado de antemano, Rober cargó con unos maderos y los volcó en la chimenea mientras David preparaba unos cubatas. Yo me quité las botas y me senté en el sofá viendo a mis dos esclavos trabajar (jeje, me sentía como una reina.) Cuando el fuego estuvo encendido y las copas a punto, ellos se sentaron uno a cada lado, como la velada anterior. David me alcanzó un cubata y procedimos al ritual; coloqué la cabeza en el hombro de este y los pies en el muslo de Rober, mientras él los acariciaba. Yo se lo agradecí por la vida, ya que los notaba muy cansados. Volvíamos a hablar de banalidades dejando pasar el tiempo. El calor de la hoguera, el alcohol y la situación en sí iba incrementando la sensación de embriagadora ensoñación.
En un momento dado Rober, que debía tener la vejiga algo floja, se fue a mear dejándonos a David y a mí en la intimidad. Estuvimos unos minutos en silencio, apoyados el uno contra el otro, con mis pensamientos pasando por mi cabeza a toda velocidad. A todo esto, Rober tardaba una eternidad. Le oímos abrir el grifo y supuse que estaría intentando despejarse, ya que lo había notado particularmente cargado de alcohol (solo así explicaba el desliz que había tenido bailando.) Yo notaba mi pulso en las sienes y la respiración agitada intentando reunir el valor para hacer lo que quería hacer. Estaba muy nerviosa sopesando el paso que iba a dar después de tantos años, pero al final, recordar lo mal que lo había pasado en el bar después de haber perdido la ocasión me hizo decidirme. No todo el mundo tiene una segunda oportunidad e incluso recuerdo haber pensado que era el destino quien me la daba.
Tímidamente, deslicé mi cabeza por su hombro y comencé a darle besos cautelosos por su cuello. Él dio un respigo, casi un salto, y no reaccionó. Ni se aparto ni me devolvió las atenciones que le daba. Yo le seguí besando porque ya había jugado mis cartas, porque la posibilidad de que él no sintiera nada por mí después de todos estos años y yo me hubiera montado mi película era demasiado horrible para creerla y porque me moriría de vergüenza si así fuera. Fue ese el momento en que decidí que sería mío sin importarme las consecuencias. Cual fue mi sorpresa cuando de repente note como unos dedos recorrían mi espalda, acariciándola. Mi primera sensación fue de susto, seguida de una felicidad absoluta que nunca había sentido hasta entonces. Pero esos dedos no eran de David. Él estaba frente a mí petrificado y sudoroso, era imposible. Efectivamente, me giré a tiempo de ver como Rober (yo no sabía cuanto tiempo hacía de su vuelta) posaba levemente sus labios sobre mi hombro una y otra vez. Grande y peludo como un oso, nunca me había sentido atraída físicamente por él, no como por David, pero esa noche flotaba algo distinto en el aire, casi mágico. No me habría importado decir que me puse cachonda como una perra en celo, pero es que no fue así. La verdad es que ni siquiera estaba sexualmente excitada, pero ese fin de semana en el que todo era diferente me hacía ver las cosas casi como en un sueño, como si yo fuera la protagonista de una película en la que nada es real. Sabía que si cortaba el juego ahora no conseguiría a David nunca, nos marcharíamos avergonzados y acobardados a la cama y no volvería a estar tan cerca de él en el futuro. Por eso, aun no estando segura del todo pero suponiendo lo que iba a pasar a continuación, me deje llevar y consentí, por una vez en la vida, lo hice.
Las manos de Rober pasaron de mi espalda a mi pecho, acariciándome primero mi barriguita para más tarde subir hasta mis tetas y apretarlas ligeramente, como sopesándolas. David (¡Por fin¡) dio señales de vida y puso otra mano sobre mi pierna, moviéndola en círculos hasta resguardarla debajo de mi falda. Todo lo ocurrido a partir de ahí es un poco confuso, en realidad creo que las cosas se fueron acelerando paulatinamente. Rober se puso a tontear con los lazos de mi top hasta hacerlo caer al suelo y David, que nunca me había visto las tetas antes, me dirigió una tímida mirada antes de comenzar a besarlas tiernamente, besos que acabaron convirtiéndose en chupetones. Ahí sí que empecé a ponerme realmente cachonda. Unos suspiros salieron de mi boca mientras agarraba a David por el pelo impidiéndole que dejara de chuparme los pezones. Rober, del cual me había olvidado por completo, se percató de que ahora estaba excitada, y me desbrochó la falda rápidamente, sin darme tiempo siquiera a arrepentirme de lo que estaba dejándoles hacer. Allí estaba yo, solamente con un tanga negro entre los dos, completamente vestidos. Yo estaba algo incómoda, como es normal, así que saqué a David la camisa por arriba sin desabrocharla siquiera; creo que en parte también tenía miedo de que él se arrepintiera. Procedí a devolverle el favor y besé su fibroso pecho, me entretuve todo lo que quise y más en cada centímetro de su piel. Oí ruido de zapatos y ropa caer al suelo a mis espaldas y sentí que las manos de Rober tiraban de mí haciéndome girar hacia él. Le obedecí a regañadientes, ya que estaba embobada con mi David particular. Cuando lo vi, me impactó. Estaba totalmente desnudo, enorme y con pelo en el pecho y los hombros... y allí abajo; de una negra y tupida mata salía una preciosa polla. Era la primera al natural que veía en mi vida, y me gusto. Era de tamaño normal (había ojeado alguna revistas porno y podía comparar) pero con muchas venas y le colgaba un pequeño hilo de líquido de la punta. Cerré mi mano sobre ella con cuidado, como temiendo hacerle daño, y le di un par de sacudidas lentas, con una curiosidad casi científica. Era la primera polla que tocaba y yo estaba ida, casi como hipnotizada. Él sonrió y dijo:
-Déjame hacer a mí que soy el experto, a vosotros hoy os toca aprender.
Al pronunciar estas últimas palabras, cogió las tiras de mi tanga y tiró de ellas hacia abajo. Yo, en un movimiento reflejo, las agarré fuertemente intentando que mi última prenda no se moviera de su sitio, entonces me miró fijamente y asintió, como si comprendiera mis reparos.
-Tranquila, Lore, cariño. No pasa nada, somos amigos y nos conocemos desde siempre. Créeme, en ningún caso te dañaría y no harás nada que no quieras.
Poco a poco, la tensión de mis manos fue disminuyendo y acabé totalmente desnuda ante ellos. Nunca tuve mucho bello púbico, apenas una franja de pelusa pardusca tapando mi rajita y poco más, lo cual pareció encantarle a Rober. Él puso sus manos en la parte interna de mis rodillas y empujó hacia fuera separándolas. Se aproximó a mi sexo y continuó tranquilizándome con palabras suaves.
-Relájate y disfruta...
Y miró a David que estaba a nuestro lado sin moverse y medio vestido.
-¡Y tu desnúdate, pasmao! ¿O te quieres ir para la cama a dormir?
David eligió desnudarse, si no hubiera sido así la noche habría acabado, pero no me arrepiento de que lo hiciera, al contrario. Rober empezó a pasar su lengua por mis ingles, aproximándose cada vez más a mi coño. Yo estaba muy nerviosa, pero la primera vez que su lengua alcanzó mi clítoris, me sacudieron mil corrientes eléctricas por todo el cuerpo y todo ese nerviosismo se convirtió en calentura. Apoyé mis piernas en su espalda mientras él lamía y chupaba cada vez más rápido; hacía vibrar la lengua sobre mis labios vaginales y metía dentro un poco de un dedazo de los suyos convirtiendo mis anteriores suspiros en jadeos, mientras David miraba sin dar crédito a sus ojos. Mi coño empezó a mojarse con su saliva y mis propios fluidos. Entonces Rober levantó la cabeza y le comento a David:
-Creo que esta lista. Vete al baño por una toalla.
David se quedó un momento parado, pero el otro le instó con un ademán y como despertando de su letargo, desapareció por la puerta. Rober continuó trabajando maravillosamente mi coño con su lengua y sus dedos, impidiéndome en todo momento pensar con una mínima claridad. Creo que si en toda mi vida hubo una situación en la que perdí totalmente el control, fue esa.
Una vez llegó David con la toalla, Rober la colocó cuidadosamente sobre la alfombra y sosteniendo mi mano me guió hacia ella. Me hizo tumbar y comencé a notar con más fuerza el calor procedente de las llamas de la chimenea, ya que ahora estaba a poco más de un metro de nosotros. Nos colocamos uno al lado del otro, él acariciando dulcemente los contornos de mi cuerpo. Los nervios comenzaban a aflorar de nuevo en mí.
-Sé lo que quieres hacer- le anuncié mostrándole mis dudas.
Él, en cambio, se veía segurísimo.
-¿Y?
-...No tenemos preservativos ¿verdad?- murmuré a modo de vaga excusa.
-No. Pero tú eres virgen, ¿no es cierto?- Nada de lo que yo dijera parecía perturbar su determinación- entonces no te preocupes, la primera vez no corres peligro de quedarte embarazada.
Su razonamiento no acababa de convencerme, pero elegí confiar en él. Además, a estas alturas, no estaba convencida de que él aceptara dejar las cosas como estaban... ni yo tampoco. Así que cuando se colocó sobre mí, entre mis muslos, no ofrecí resistencia. Besaba mi cuello y mis pechos mientras pasaba su polla por mi coñito, de arriba a abajo. David se arrodilló a mi lado y me acariciaba alternándose con Rober. Mi nerviosismo, recientemente reaparecido, fue en aumento al notar como con cada pasada apretaba más su miembro intentando introducirlo dentro de mí. Yo estaba muy tensa lo que hacía imposible la penetración. Así estuvimos meciéndonos al unísono, sus manos dirigiendo firmemente mis caderas y su glande intentando horadar mi entrada sin conseguirlo. Sentí como mi corazón latía a mil por hora y el pobre Rober hacía todo lo posible por relajarme.
-Vamos, pequeña, tranquila. Te gustará, nunca lo olvidarás.
Pero fue David el que lo logró. Fue acercando su rostro al mío hasta tocar mis labios con los suyos. Entonces me besó, por fin había alcanzado el sueño que había tenido desde que era una niña con un mandil sucio de preescolar. Su lengua se entrelazó con la mía haciendo que mis músculos se aflojaran. En ese momento Rober me penetró. Noté un dolor ardiente, como una barra al rojo vivo atravesando mi cuerpo y dejé de ser una niña para convertirme en una mujer. Sentí la polla entrar lentamente y cada vez más profunda. Llegó un momento en que creí que me la estaría metiendo toda la eternidad. Al final, cuando llegó hasta lo más hondo de mí, di un pequeño suspiro entrecortado, y el gran oso peludo que era mi amigo empezó a sacarla y meterla de nuevo, con infinita delicadeza. Sus manos sujetaban mi cintura mientras fue acelerando sus movimientos. Yo le pedí que fuera más despacio, ya que aunque no me dolía como cuando me desvirgó, seguía sintiendo un ligero resquemor. Estaba excitadísima y disfrutando como nunca, pero también algo molesta así que le pedí calma para que no me hiciera mas daño. Él estaba desatado y me hizo caso solo a medias. Sus embestidas empujaban fuertemente mi cuerpo hacia delante lo cual imposibilitó que siguiera besándome con David. Fue cuando se levantó y nos quedamos los dos mirándonos fijamente a los ojos, como si estuviéramos solos en el mundo, como reconociendo por fin que estábamos hechos el uno para el otro y que yo sería suya para siempre. Rober, desbocado como un loco lo apartó y se tumbó completamente encima de mí mientras me follaba ahora ya frenéticamente. A mí me seguía doliendo algo por la brusquedad con que lo hacía pero era una sensación casi imperceptible comparada con la excitación que gobernaba mi ser. Mis suspiros se transformaron en gemidos, cada vez más largos y lastimeros. Notaba su agitado aliento contra mi cuello y su gran panza, sus anchos hombros aplastándome, su gran polla (dentro de mí daba la impresión de ser gigantesca) y me agarré a él como una posesa. Pasé mis brazos debajo de los troncos que eran los suyos hasta llegar a agarrarme de los pelos de sus hombros y cerqué su cintura con mis piernas, intentando hacer una llave con mis pies como para impedir que se saliera, pero recuerdo que me era imposible, ya que no era capaz de abarcar semejante inmensidad. Me la metió furiosamente unas cuantas veces más y lo oí gritar de gusto. El sonido de su voz quedó ahogado contra mi cuello cuando sentí su polla convulsionarse dentro de mí, inundándome, llenándome totalmente. El saber que era yo la que le estaba provocando semejante placer y que había vuelto completamente loco a Rober, siempre tan fuerte y autosuficiente, hizo que yo me corriera con él, abriendo la boca en una "o" muda mientras abría los ojos como platos. Quedamos uno encima del otro un minuto, dándole a él tiempo a recuperarse. Yo le acariciaba la espalda e intentó besarme en los labios, pero yo moví la cabeza y dirigí su beso a mi mejilla. Él lo tomó como algo casual y no le dio mayor importancia. Se separó de mí y de mi coño salió un grueso chorro de leche que resbaló por mi culo hasta llegar a la toalla que él había puesto precavidamente (muy listo.) Se paso una mano por la cara y me revolvió el pelo, que se había soltado con el frenesí del polvo convirtiéndose en una maraña ambarina sobre la alfombra.
-Joder, Lore, eres fantástica, increíble, nunca lo hubiera imaginado. Eres una tigresa follando, si no fuera por esto- señalo la mancha rosada de semen que reposaba en la toalla- nunca me hubiese creído que eras virgen.
Acto seguido fue hacia David poniéndole una mano en el hombro.
-Bueno, ¿y tu que? ¿Te vas a quedar ahí parado? Venga, ya te la he abierto, ¿no quieres estrenarte tu también?
David, siempre tan correcto y prudente, me miró antes de responder. Veía la esperanza en sus ojos de que yo respondiera afirmativamente por él, pero yo negué con la cabeza.
-Lo siento, todavía estoy algo dolorida y prefiero recuperarme un poco.- No les dije nada, pero no era mi única razón. Podía notar el esperma de Rober secándose en la cara interna de mis muslos, y una vez pasada la excitación, temía haber cometido un grave error y no quise por lo más mínimo arriesgarme otra vez. Pensé que tendría suerte si no quedaba embaraza, pues no creía que la teoría de Rober tuviera mucha base científica. De todos modos, increíblemente en ese momento no me importó demasiado, no pensaba dejar en ese estado a mi gran amor, y le empuje suavemente hasta el sillón hasta hacer que se sentase, arrodillándome seguidamente frente a su polla. Esta no tenía las venas tan marcadas como la de Rober y tenía mucho menos vello en su base, pero no era más pequeña que la de su amigo, cosa que me sorprendió y consideré que era más bonita si cabe que la anterior. Sabía lo que iba a hacer, ya que me había acordado de la zorra que había tenido él por novia y de cómo se la había chupado haciendo que se corriera en su boca. Pues bien, no quería que hubiese en el mundo una chica que hubiese hecho algo con David que no hubiera hecho yo. Y era el momento de arreglarlo. Comencé a pajearle lentamente para evitar que se corriera, eché su piel hacia atrás y le di un besito en su glande. Fui besando su polla hasta arrancar de su garganta unos roncos gemidos. David apretaba sus manos contra el sofá y acabe metiéndomela entera en la boca. Le hice una mamada lenta, pausada, deleitándome en cada centímetro de tranca engullida. Rober se sentó a su lado y se estaba masturbando, sorprendiéndome con su rápida recuperación. No pasó mucho tiempo cuando David me comunico con voz entrecortada que se iba a correr. Seguí chupando y cuando los primeros chorros salieron de su pija, yo me los bebí como si bebiera agua de la boca de una botella. Fue brutal la cantidad de lefa que tenían sus huevos acumulados, no entiendo como no me atragante con ella. Me paso una mano por la cara y me dio un beso mientras me recordaba lo maravillosa que era.
El pobre Rober, mientras tanto, se masturbaba frenéticamente en un intento de acabar mientras me miraba con ojos de cordero degollado. Yo sentí un poco de lástima de él, y dirigiéndole una cálida sonrisa, gateé hasta su posición para repetir la acción que acababa de realizar. Que diferentes eran el uno del otro. Mientras David se había limitado a apretar la tela del sillón mientras yo de la chupaba, Rober pasó sus manos detrás de mi cabeza y cogiéndome la nuca me empujaba de forma continuada. Tampoco me avisó cuando se corrió. Simplemente estaba chupándosela y al segundo siguiente tenía su leche dentro de mi boca que por cierto, también me bebí. No quise que nada escapara de la comisura de mis labios porque yo no soy una de esas guarras de las revistas que se dejan llenar la cara de pringue. Pienso que eso es humillante para la mujer y eso es precisamente lo que excita a los hombres. Triste pero cierto.
Una vez todo acabó nos miramos los tres con cara de "¿y ahora que?" Afortunadamente, Rober parecía tener salida para todo y nos mandó esperarle. Al cabo de un par de minutos, volvió con una gruesa manta y nos dijo en un tono alegre:
-¡Hala! ¡Vamos a dormir! Creo que nos lo merecemos ¿no?
Reímos mientras nos tendíamos sobre la alfombra. Como es lógico, yo estaba en medio de ellos. Nos tapamos y estuvimos un rato charlando de todo un poco, hasta que poco a poco nos rendimos al sueño y dormimos como angelitos, abrazados y más unidos que nunca.
La mañana siguiente amaneció fría, y nosotros, en una casa de piedra cuya chimenea hacía horas que se había apagado, lo notamos. Apretados unos junto a otros, dándonos calor bajo la manta, nos aferrábamos a los últimos fragmentos de nuestro descanso. Era el día de nuestra vuelta a casa y nos esperaba una larga jornada por delante. Retozábamos desnudos en un estado aletargado provocado por el sueño y las bajas temperaturas. En ocasiones los miembros duros de mis amigos chocaban contra mis piernas o se restregaban en mi trasero. Recuerdo vagamente haber pensado que eso no podía ser posible, que no podían estar empalmados si estaban dormidos. Pero así seguimos y de esa guisa fuimos despertando plácidamente. Yo estaba abrazada a David y Rober, que lo estaba a mí, inició lentamente una penetración. Yo me di la vuelta, y poniéndole una mano en el pecho y la otra delante de sus ojos mientras movía el dedo índice de una lado para otro lo rechacé.
-No, grandullón. Hoy no te toca a ti.
Rober pareció asimilarlo cuando yo me giré hacia el hombre que había deseado siempre y me tendí sobre él. David, todavía somnoliento, me ayudó a acomodarme encima de su polla y moví mis caderas circularmente para endurecérsela completamente.
-Solo te pido una cosa- le advertí con gesto serio- no te corras dentro, por favor, no quiero ningún susto.
Él asintió mientras yo tomaba su herramienta y la conduje hasta mi coño. La manta se deslizó por nuestros cuerpos para acabar llegando al suelo. Rober, que no quería quedarse de lado, empezó a acariciar mi culo, a besarlo y darle pequeños mordiscos mientras metía sus dedazos en mi ojete. A mí me gustó y recordé la vez en que un chico había jugado con mi ano en el asiento de atrás de su coche. Yo cabalgaba a David sin ningún miramiento, gimiendo como una posesa. Estaba como loca, por fin tenia lo que tanto había ambicionado, lo que tanto había deseado y por que no, lo que tanto había querido. Rober se colocó a horcajadas detrás de mí y presionó la entrada de mi culo más fuerte que antes. Eso no era uno de sus dedos, eso era su aparato queriendo ser el primer explorador que descubría un tesoro. Así como ayer me había visto como la protagonista de una película, en ese preciso instante volvió a mi mente esa sensación. Como si fuera la única espectadora de un film en el cual yo fuese la rutilante estrella. Me vi a mi misma ensartada por los dos como una perra y no me gustó, no me pareció que fuese la clase de cosas que se dejase hacer una chica normal. Sentí un ramalazo de furia y volví la cabeza hacia él y le atravesé con la mirada de la misma forma en que él quería hacérmelo con la polla.
-¿Te crees que soy una de las putas que te paga papá?
Se quedó con una cara como si le hubiese pegado una patada en sus partes. Me arrepentí demasiado tarde de la bajeza que acababa de decir y le sonreí a modo de disculpa, cogiendo su mano y poniéndola otra vez donde había estado anteriormente.
-Sigue con lo que estabas haciendo, hombretón, me encanta- y zanjé el asunto con un fugaz beso en la mejilla.
A todo esto, David seguía con su faena. Pero pude sentir como su polla perdía rigidez dentro de mí y se combaba con cada uno de mis botes. Le pregunté temerosa si no le gustaba lo que le estaba haciendo y él contestó velozmente que era increíble, que no sabía por que le estaba ocurriendo. Fue la voz de Rober la que viniendo desde atrás disipó mis dudas.
-No preocupes, princesa, no es culpa tuya. Para nuestro amigo es la primera vez y es normal que a los tíos nos cueste empinarnos en el primer polvo.
Sus palabras me tranquilizaron y reanudé la tarea con más ahínco si cabe. Y aunque estaba profundamente enamorada de David y disfrutaba con el acto de poseerlo como con ningún otro hombre podría hacer, debo reconocer que no sentí la misma sensación que cuando la dura polla de Rober me había trepanado la vez anterior. Por otra parte, ahora estaba más preocupada de su placer que del mío propio, y así era difícil que alcanzara las cotas tan altas a las que había llegado anoche. Aceleré mis movimientos en un intento de mejorar las cosas, pero solo conseguí precipitarlas. Las manos de David aletearon por mi cintura y me empujó hacia arriba, saliéndose de mí. Sus palabras emergían de sus labios como si tuviera una gran piedra aplastándole el pecho.
-Me corro... me corro...
Fue decirlo y empezar su manguera a expulsar chorros de esperma, que se estrellaban contra mi abdomen y volvían a caer sobre él.
Yo me quedé algo parada, ya que ocupada de todo menos de mi misma, no había llegado ni por asomo a alcanzar un orgasmo. Afortunadamente, Rober mantenía su labor en mi culo, untando sus dedos con su saliva para introducírmelos después. Entonces algo en mi mente cambió. Necesitada como estaba de alcanzar el clímax, me sorprendí deseando ser una guarrilla, una perra cachonda dispuesta a romper todos los tabúes impuestos por la sociedad. Asimilé que estaba viviendo una situación única, que jamás se repetiría en la vida. Mi meta para el futuro era tener una relación convencional con David, casarme, tener hijos y envejecer con él. No quería imaginarme un matrimonio lleno de tríos y orgías, si no dedicado el uno al otro con exclusividad, como hacen la mayoría de las personas. Sabía con certeza que lo que estaba haciendo hoy, nunca volvería a repetirse, ni por mi parte ni por la suya (nunca le dejaría hacerlo, antes lo abandonaría.) Entonces, ¿por qué no aprovecharlo al máximo? Sería muy triste irse de este mundo sin haber transgredido ni una sola vez las normas establecidas. En resumen, me encontré rogando en silencio que Rober retomara su intento y me rompiera el culo. Quería tener su pollaza dentro, abriéndose camino entre mis carnes hasta hacerme rebosar de su leche. Yo no encontraba en valor para pedírselo de palabra, y menos aún de la frase hiriente que le había lanzado antes. En vez de eso, busqué hacérselo saber subiendo la intensidad de mis gemidos, exagerándolos como una actriz porno. Botaba cada vez más rápido sobre sus dedos ensartándomelos hasta los nudillos. Al fin, mi constancia tuvo su premio. Me susurro tímidamente al oído:
-Lore... ¿Lo intentamos otra vez?
Yo nunca me había comportado así y tenia clarísimo que jamás de los jamases lo volvería a hacer, pero la mirada de verdadera zorra que le eché le animó a colocarse otra vez detrás de mí y apuntar con su verga a mi agujero posterior. Rober dejo caer un salivazo sobre él, cosa que me dio infinito asco, y además pase algo de miedo al suponer que siendo la primera polla que entraba por ahí me dolería bastante, pero me sorprendió gratamente la facilidad con la que entró. ¿Sería por el estado de absoluto desenfreno en el que me encontraba? ¡Oh, gloría! Volvía a sentirme llena de un grueso hierro candente, regresó a mí la sensación de que algo avanzaba de forma infinita y de mi culo cerrándose sobre el tronco venoso que me invadía, absorbiéndolo literalmente. Comenzó a bombearme, empujando mi cuerpo contra David, que seguía echado debajo de mí. Su polla morcillona rozaba contra mi clítoris excitándolo como no lo había hecho antes, y el esperma que teníamos los dos en nuestros cuerpos se reencontró de nuevo, formando un engrudo que nos unía como si fuese pegamento. Rober aumentó el ritmo y sus manos sobre mi espalda iniciaron un temblor convulsivo. Anticipándome a lo que iba a venir le recordé que se corriera fuera.
-¿Dándote por el culo tengo que correrme fuera? De eso nada, mi amor.
Me di cuenta de que tenía razón. Al fin y al cabo, ¿qué embarazo iba a tener por ahí? Así que cuando su polla empezó a retorcerse y a disparar chorritos en mis entrañas, me corrí con él gritando sin poder remediarlo. Es algo curioso, pues en años posteriores en mis sesiones de sexo he disfrutado igual o más, he gemido e incluso arañado, pero nunca volví a sentir la necesidad de gritar como entonces, como una niña pequeña a la que le estuvieran poniendo una dolorosa inyección. Agarré con furia la alfombra de pelo mientras me derrumbaba desplomada sobre David. Todavía podía sentir las últimas sacudidas del miembro de Rober, enviando sus últimas gotas a lo que yo creí que sería mi intestino, de lo profundo que lo sentía. Rober se tumbó sobre mí y me volvió la cara con una de sus manos para besarme. Yo, distraídamente, volví a ofrecerle la mejilla. El no dijo nada, pero pude notar algo raro en su mirada, enfado o reproche, no sabría decirlo. Me dolió un poco que eso hubiese enturbiado ligeramente algo tan mágico y único como sería aquello.
-Me estáis aplastando, cabrones.- El pobre David imploraba debajo de nosotros que lo dejásemos salir. Rober volvió a su estado habitual y nos reímos tontamente mientras nos separábamos.
El resto del día transcurrió con una tensa calma; todos estábamos silenciosos y aislados los unos de los otros. Yo temí que nuestra valiosa amistad hubiese cambiado para siempre, o peor todavía, acabado. Solo esperaba sacar una cosa de aquella loca experiencia: David. Volvimos en el coche sumidos cada uno en sus pensamientos. Rober conducía y yo iba detrás apoyada en el hombro de David, recostada lateralmente. Había descubierto que si bien cuando Rober desvirgó mi culo no me había dolido en absoluto, minutos después empecé a notar molestias, y ahora no podía ni sentarme derecha. Pase todo el día con ese problema.
Cuando quedaba poco combustible, paramos en una gasolinera para repostar. Rober, que llevaba todo el día huraño y callado, algo inhabitual en él, me agarró del brazo cuando bajábamos del coche llevándome aparte.
-¿Puedo hablar contigo un momento?- dijo.
David se había acercado a ver que pasaba, pero mi interlocutor le hizo una seña para que parase.
-¿Puedes encargarte de llenar el depósito?
David, lo miró a él, luego a mí, y finalmente obedeció la "sugerencia" de su amigo. Entonces Rober se encaró a mí y clavándome su mirada me preguntó:
-¿Por qué no quieres darme un beso como dios manda?
Yo retrocedí un poco asustada, pero me tenía bien sujeta por el brazo y no iba a dejar que me fuera a ninguna parte. El chico que tenía frente a mí era amigo de toda la vida, pero sabía lo que era capaz de hacer si le entraba la locura (rompía narices, dientes...) y siempre le había tenido un poco de respeto, de forma casi inexistente, pero la suficiente para hacerme tragar saliva antes de responder.
-Veras, yo... nunca lo he contado a nadie, pero es que David...
-¡Joder! ¡Eso ya lo sé, cuéntame algo nuevo! Sé que estas enamorada de él, y siempre lo has estado. No soy tonto ni ciego y de verás que me alegro por vosotros por que también se lo mucho que significas para él.
Yo lo miraba con ojos desorbitados, digiriendo sus palabras. Él continuó diciéndome:
-No te estoy pidiendo que te cases conmigo, eres preciosa pero tampoco eres mi tipo de mujer ideal para convivir- ese último comentario llegó a dolerme, no conozco el por que, pero así fue. Pero sí he sido un amigo fiel y te he dado cariño toda mi vida, siempre estado ahí cuando me necesitabas y tu fornicas conmigo sin querer besarme siquiera. No me merezco ese desprecio de ti, me lo esperaría de una puta callejera, pero no de ti.
Yo le miré largo rato fijamente, sintiendo en los ojos el escozor de mis lagrimas. Asentí lentamente con la cabeza mientras estas resbalaban por mis mejillas.
-¿Sabes que esto nunca volverá a pasar, verdad?
Él me devolvió la mirada serio e impávido.
-Sí, lo sé.
Sin falta de pronunciar una palabra más, nos besamos. Nuestras lenguas se encontraron y danzaron juntas mientras nuestras bocas se abrían de la misma forma que la de un pez al que acaban de sacar fuera del agua. Cuando nos separamos, volvimos a mirarnos a los ojos, pero esta vez como los amigos que siempre habíamos sido. Nos reímos, y yo entre sus brazos y le dije:
-Gracias.
Pero él negó con la cabeza.
-No, gracias a ti.
David llegó y al verme a mí con la cara manchada con mis lágrimas recientes, preguntó extrañado si pasaba algo. Rober se puso en medio de los dos y agarrándonos del cuello y juntando nuestras cabezas como si quisiera estrellarlas entre sí rió a carcajada limpia.
-Pues si que pasa. Pasa que os quiero a los dos, tíos. A los dos
Volvimos los tres al coche entrelazados por la cintura, dejando atrás la gasolinera, el fin de semana y la inocencia, perdida sobre la alfombra de la que ahora sería una fría y vacía casa de piedra.
Después de siete años sigo con David. La relación con Rober no se ha roto ni deteriorado, al contrario, se ha hecho más fuerte con el tiempo. Ahora tiene novia y salimos los cuatro juntos, aunque de vez en cuando volvemos a escaparnos los tres solos para recordar viejos tiempos, aunque nunca ha vuelto a pasar algo parecido a aquella experiencia. Con David el sexo es genial, aunque todavía recuerdo el susto que pasé las semanas siguientes a los hechos aquí contados. La regla no acababa de bajarme, y yo temí quedar embarazada. Lo pasé fatal, al final todo quedó en una falsa alarma pero desde entonces nunca lo hacemos sin preservativo. Mi sueño se cumplió y de la forma que yo pensaba. Nunca más he hecho tríos, ni sexo anal, ni le he sido infiel ni nada que se saliera de la corriente establecida. No lo he necesitado pero aún así, no me arrepiento de aquellos días ni de lo que hice entonces por que, pase lo que pase, siempre podré decir que he vivido algo único e irrepetible.
Lamentablemente, no he podido contrastar la historia de Lorena con la de su novio David. Llegué a conocerlo fugazmente, pero mi amiga me pidió que por favor no le hablara de nada de esto, ya que era un poco sensible con ese tema y temía que se molestase con ella al saber que lo había comentado con alguien. Pero como dije al principio, apostaría por la integridad de Lorena ya que desde que la conocí, me pareció una chica honesta y sin malos rollos. Lore, desde aquí deseo que te haya gustado la forma en que conté tu historia, te pido perdón por las numerosísimas meteduras de pata que sin duda habré cometido, y te agradezco con todo mi corazón tu generosidad al permitirme compartirla con toda esta gente. Espero ante todo que te hayas visto reflejada en esta adaptación y que disfrutes de su lectura tanto como yo disfruté escribiéndola.