Una compañia peculiar 3 (Conclusión)
Finaliza la historia con ésta 3ª parte. Gracias por vuestras valoraciones y feliz navidad a todos.
Después de comer me acosté en el sofá. Le llamé y le ordené que se tumbase junto a mí. Yo me puse de costado y él de espaldas a mí para ver la televisión. Acariciaba su cuerpo con suavidad recorriendo cada centímetro de su piel. Al llegar a su pecho, pellizque y retorcí sus tetillas, no pudiendo pasar por alto que eso le hacía jadear y empalmarse. Bajé mi mano hasta su ya muy dura polla, pero tras unos segundos sobándola, dio un respingo, poniéndose en pié de un salto.
-¡Te he dicho que no, que la polla me la dejas! Espetó enfadado. Me incorporé hasta quedar sentado, y tras lanzar un suspiro de decepción, le agarré las pelotas tan rápido que no pudo apartarse a tiempo. Las estrujé y tiré de ellas hasta que lo puse de rodillas entre mis piernas. Se las solté e inmediatamente le agarré del cuello, quedando entonces cara a cara.
-¿Qué cojones es lo que no has entendido? Tú harás lo que yo te mande. Y yo haré contigo lo que me dé la gana. Esa polla ya no es tuya. Es mía y tú la llevas para que yo me divierta. Y si no puedo usarla, entonces no sirve para nada y será mejor cortártela ¿lo prefieres así?
Jose temblaba de miedo y de rabia. En un par de días había pasado de ser un gallito a un trozo de carne para usar. Yo no era consciente de lo peligroso que se estaba volviendo aquello. Se me había nublado la mente.
Le solté empujándole al suelo mientras Jose lloraba de rabia. Tras unos segundos, se levantó, se fue a su cuarto y cerró dando un portazo. Yo volví a tumbarme.
Al poco rato apareció de nuevo, vestido y con un bolso de deportes.
-¿Dónde te crees que vas? -Le dije sin apartar la mirada de la tele.
-Me largo. Ojalá te pudras.
-Vale. Pero recuerda que cuando vuelvas, será con mis condiciones.
-No pienso volver.
-Tú mismo. Ah! Y que no se te pase por la imaginación vender tu culo para ganarte la vida. Me daré cuenta y entonces ya no me servirás.
-¡Que te follen!
Y salió de la casa dando un portazo. Entonces me levanté para buscar mi móvil. Que práctica la tecnología. Mientras él conservase su teléfono, sabría donde se encontraba.
Esa noche salí con unos amigos, pasándome un poco de copas, aunque no importaba mucho al verme obligado a ir en taxi por culpa del niñato. A veces consultaba el teléfono, confirmando lo que sospechaba. No se alejaba de casa. Casi todo el tiempo lo pasó en un parque cercano, después de haber ido hasta la estación de Atocha y volver unos minutos más tarde. Sabía que pronto entendería que no tenía a donde ir, a menos que prefiriese un centro de menores. Sé que suena a chantaje, pero había sido él quien abrió la caja de los truenos.
Achispado, llegué a mi portal y ahí estaba, sentado en un escalón. Ni nos miramos. Solo me siguió, sin dejar de mirar el suelo todo el camino por el pasillo y el ascensor hasta casa.
Abrí la puerta, pero permanecí obstruyéndola.
-¿Estás seguro? ¿Te quedó bastante claro lo que eres?
Asintió con la cabeza.
-No te he oído.
-Sí señor.
-Sí señor ¿Qué?
-Sí señor. Soy de su propiedad y hará conmigo lo que quiera.
-Buen chico -le dije mientras le revolvía el pelo- me alegro de que estés aquí. Y ahora entra. Hace frio fuera.
Me quité el abrigo y dejé caer pesadamente en el sillón, quedándome adormilado casi inmediatamente. Desperté cuando Jose comenzaba a quitarme los zapatos. Estaba desnudo, cabizbajo y trataba mis pies aun en calcetines con todo cuidado. Una vez me quitó esa prenda, comenzó a masajearlos para después besarlos y acariciarlos con su lengua.
Después de un rato de gusto indescriptible, le dije suavemente:
-Sabes que esto no puede quedarse así, sin más. Sabes que tendré que castigarte por lo que has hecho.
-Como tú digas. Pero por favor, no me la cortes. Haré lo que quieras -dijo intentando contener un puchero.
-Shhhh, shhhh, tranquiiilo - continué, mientras le atraía hacia mi abrazándole -No tengas miedo. Me gustas así y no tengo intención de mutilarte.
Dicho esto, le besé en la cara, húmeda por sus lágrimas, para pasar luego a sus labios. Al principio no colaboraba mucho, pero luego entendió que eso también era parte del "trato".
-Ahora ve a mi cuarto. En el segundo cajón de la cómoda hay un paquete. Tráelo.
Volvió en un santiamén y me lo ofreció.
-No, quiero que lo abras tú. Es un regalo para ti.
Abrió el envoltorio y se quedó un segundo contemplándolo. Lo había comprado la noche anterior, en mi visita al sex shop.
-Dámelo. Seguro que estas deseando estrenarlo.
Entonces me alcanzó el látigo de cuero un poco asombrado. Aún así, era evidente que solo la idea le había puesto cachondo. Como si fuere un monigote, le puse de rodillas en el sofá, haciendo que se apoyase sobre el respaldo. Antes de que pudiese ni pensarlo, su cuerpo se estremeció por el latigazo que acababa de recibir en el culo.
A ese primero siguieron varios más. No sé cuantos. Lo suficiente para que su culo y su espalda quedasen visiblemente irritados. Apenas se quejo. Únicamente gemía bajito, con la polla dura a reventar. Me cansé al rato y me escurrí bajo su cuerpo ordenándole que permaneciese quieto. Entonces comencé a lamerle la polla y los huevos para luego meterme toda su verga en la boca. El gemía contenidamente, pero a pesar de sus reticencias anteriores, disfrutaba de esa felación aunque no quisiese reconocerlo. Cuando Intuí que le faltaba poco para correrse, le estrangulé los huevos y me detuve. Una vez regularizó su agitada respiración, continué la mamada.
Hasta 4 veces le impedí correrse. Sudaba como un cerdo y su ojete, que yo acariciaba con los dedos, estaba más dilatado y húmedo por momentos. Le puse la espalda contra el sofá y le abrí de piernas agarrándole por los tobillos, no sin antes haberme desnudado.
Le daba puntazos en el perineo y en los huevos sin mucho acierto, hasta que por fin, llegue al objetivo, enterrándole la polla de un tirón en su pequeño culito. Abrió la boca para gritar, pero ni aire tenía. Sus ojos se le salían de las órbitas y su polla explotó llenándole el pecho y la cara de semen. Ya flácida después de la corrida, se le bamboleaba de un lado a otro al ritmo de mis embestidas. Durante varios minutos seguí taladrándole sin piedad mientras cacheteaba su culo y su cara o le retorcía los pezones. Tanto tardé y tan cachondo le ponía el daño que le hacía que volvió a empalmarse, para correrse de nuevo cuando llené sus entrañas con mi leche.
Caí exhausto en el suelo y él, en cuanto recobró el aliento, se agachó para limpiar con su lengua cualquier resto que quedase en mi polla.
Desperté un par de horas más tarde en el suelo con mi perro durmiendo plácidamente en mi pecho. Repasé lo sucedido esa noche y comprendí que ahora sí que tenía un esclavo de verdad, que gozaba cuando le infringía dolor y que estaba dispuesto a dejarse hacer cualquier cosa que a mí se me antojase.
Al cumplir la mayoría de edad le hablé de lo que sus padres le habían legado. No es que fuera mucho, pero el piso donde vivieron tenía un valor nada despreciable, además de algunos ahorros que yo, como albacea de sus propiedades, dispuse en un fondo de inversión para que le creasen algunos beneficios.
Me pidió que le dejase volver a nuestra patria chica unos días y acepté, aunque con un poco de temor por si decidía quedarse, aún cuando en todo el tiempo transcurrido mostrase una devoción enorme hacia mí.
No me contó lo que hizo allí, ni tampoco le pregunté, pero unos meses más tarde me solicitó nuevamente permiso para viajar. A su vuelta supe al fin el motivo de sus viajes. Puso en venta la casa la primera vez, y la segunda había ido a escriturar. A su vuelta, desnudo y de rodillas ante mí, me entregó un cheque con la totalidad de lo que había sacado por ella. Me costó aceptarlo, pero alegó que nunca podría pagar lo que hacía por él.
Finalmente accedí cuando caí en la cuenta de que él era mi único heredero y que, a buen seguro, me sobreviviría al ser mucho mas joven que yo. Añadí el cheque al fondo y nunca jamás hablamos sobre ello.
No sin cierta discusión y algún puchero por su parte, conseguí que aceptase el hecho de que, dada nuestra diferencia de edad, algún día yo no estaría para cuidarle y, por tanto, debía estudiar y prepararse, puesto que al acabar el instituto tenía la intención de no hacer otra cosa que estar a mi disposición. Decidió que ya que con total seguridad sería él quien debiese cuidar de mí, estudiaría enfermería para poder hacerlo con la mayor eficacia, porque juró no consentir que nadie más se encargase.
Jamás he tenido queja por su parte. He hecho cuanto he deseado con su cuerpo y su vida desde aquel primer fin de semana, que comenzó bastante mal pero acabó haciendo que se descubriese a si mismo cuál era su condición: la de un esclavo entregado.
Nunca más me he sentido solo. Vivo mi vida sin preocuparme, porque sigo sin tener que explicar a nadie lo que hago y por qué. Y es que, cuando llego a casa, siempre tengo a mi cachorrito dispuesto para que lo use de la forma más perversa que se me pueda ocurrir o para dormir abrazado a él, dándonos calor, cariño y compañía si es eso lo que me apetece.
El por su parte ha pasado de ser un malhumorado y peleón adolescente, a un muchacho alegre, jovial y sumiso. Juntos vivimos muchas experiencias, salimos, vamos de compras, viajamos y le follo en los lugares más insólitos, cosa que le divierte cantidad. Todo el mundo nos ve como padre e hijo, porque nos tratamos con mucho cariño.