Una compañia peculiar 2

Para aquellos que les gustó la primera parte, ahi les dejo la continuaión.

Eran más de las 3 de la madrugada cuando, cansado de dar vueltas en la cama, decidí levantarme. Siempre he deseado tener a un perro de tal magnitud a mi servicio. Me resulta increíblemente morboso, pero aun cuando había hecho mis pinitos con algún amante ocasional, nada podía compararse a esto. De algún cachete o alguna petada bien dura en culos que estaban más que acostumbrados a ello, no había pasado.

Ahora en cambio tenía la ocasión de dar rienda suelta a mis perversiones más escondidas, sabiendo que, al menos por el momento, tendría con quien practicarlas. En mi desvelo y calentura, salí a la calle en busca de un sex shop que había visto abierto de madrugada cuando volvía de tomar unas copas con los compañeros, pocos días antes. No estaba muy seguro de lo que quería, pero al llegar allí pude inspirarme, decidiéndome a comprar alguna cosilla.

Por fin, tras un somnífero después de llegar a casa, dormí razonablemente bien hasta alrededor de las 11 de la mañana de aquel sábado.

Oí ruidos provenientes del baño que estaba en el pasillo y decidí que empezaría en ese mismo momento a usar a mi antojo al niñato. Caminé hasta allí y cuando abrí la puerta le vi sentado en el váter. Con mirada amenazadora me dijo:

-¿Qué coño quieres?

-Me estoy meando

-Pues vete a tu baño, que a mi aun me falta.

-No necesito baño-le contesté, tras lo cual saqué mi polla morcillona por la contención de orina, le agarré del pelo y se la puse en la boca. Solo la entreabrió un poco, lo justo para que, tras empujarla, le entrase hasta la mitad. El miraba hacia arriba, creo que con un poco de sorpresa y entonces, comencé a mear.

Al principio, supongo que desprevenido, dejó que se le escapara algo de orín, que comenzó a chorrearle desde la comisura de sus labios al pecho, pero ya más consciente aprisionó mi falo entre sus labios y comenzó a tragar apresuradamente. Cuando acabé y la saqué aun tenía la última gotita colgando, por lo que alargó su lengua y relamió el glande hasta que quedó limpio del todo. Me di la vuelta y me fui sin mediar palabra mientras él seguía vaciando sus intestinos como si nada hubiese sucedido.

Preparé el desayuno y me senté. Poco después apareció tranquilamente, desnudo como de costumbre y se sentó frente a mí, donde ya le había dejado un cuenco con cereales. Pero en lugar de leche de botella, le había puesto un poco de leche condensada. Miró el bol, luego a mí y evidentemente supuso que era otra cosa lo que pringaba los cereales. A pesar de ello, introdujo la cuchara y se metió una buena ración. Al darse cuenta, se echo a reír.

Yo no dejaba de alucinar. Le daba igual todo. Lo mismo masoca que guarro. Me senté en el sofá y le llamé:

-Tú, ven para acá y túmbate en mis rodillas.

Sin más, obedeció. Saqué entonces una pomada cicatrizante. Le puse un buen pegote en el ojete y comencé a extenderlo con un par de dedos. Tanto por fuera como por su interior. Pensé que lo del día anterior había sido un autentico destrozo y que ni quisiera se quejaba porque, realmente estaría disfrutando de aquello. Pero no era para tanto. Dejé que sus piernas permanecieran colgando, sintiendo como todo su sexo se aplastaba a buen seguro dolorosamente contra mi pierna. Tras el ungüento, manosee un rato sus pequeñas, suaves y duras nalgas. Luego, comencé a azotarle.

El gemía a cada palmada y yo notaba como su pene crecía por momentos. Hurgue entre sus piernas hasta liberar su polla totalmente hinchada y sus huevos, que quedaron prácticamente junto a su ano. Al ser su posición de erección apuntando totalmente hacia arriba y ser forzada hacia abajo dio un gritito de dolor. Y ya en esa postura, no solo cacheteaba su culo, sino que sus huevos recibían incesantes palmadas. Entonces, instintivamente su cuerpo se desplazaba hacia delante, lo que provocaba más tensión en su polla al estar aprisionada contra mi pierna por su propia erección estrujando aun más sus huevos.

Alcancé como pude su bol de cereales y lo puse bajo él en el suelo. Así continué golpeando con saña su culo, ya enrojecido, y sus huevos. No mucho tiempo después, se corrió con fuerza, cayendo la mayor parte de su lefa en el bol, que certeramente había colocado. Le tiré del pelo para levantarlo y le ordené sentarse nuevamente en la silla, cosa que hizo con un poco de dificultad por el estado en el que le había dejado el culo. Le puse el cuenco frente a él en la mesa.

-Venga, termina el desayuno

Y así continuó degustando los cereales aderezados con su propia leche.

Al acabar recogió sus cosas y se marchó al cuarto. Yo me había puesto cachondísimo y la tenia dura a reventar. Pensé entonces ir al baño a cascármela, pero al pasar por su puerta me dije: "¿y por qué no?", así que entré y le encontré sentado al ordenador con los auriculares puestos y la música a todo gas. Sin mediar palabra le agarré del pelo, haciendo que se girase en la silla. Saqué mi polla y directamente se la metí en la boca. Realmente diría que no me la mamó. Se limitó a dejar que le follase la boca, siendo únicamente el estertor ocasional que le provocaba mi polla al llegar a su campanilla lo que le hacía tener alguna reacción propia.

A los pocos minutos me corrí y él se lo tragó todo sin rechistar. Dejé la punta de mi nabo en sus labios para que me la acabase de limpiar, cosa que hizo instintivamente. Le solté el pelo, se giró nuevamente al ordenador y salí de allí.

Salí a hacer algunas compras, volviendo a casa ya a la hora de comer. Él estaba tirado en el sofá, pero para variar, se había vestido. Le agarré de una oreja y tiré hasta que lo puse en pié mientras se quejaba del dolor. Cuando le solté, le di una sonora bofetada. Con la mano en la cara me preguntó:

-¿Qué he hecho yo ahora?

-¿Por qué estas vestido?

-No sé. Creí que no te gustaba que anduviese con el nabo al aire todo el día.

-Únicamente estarás vestido en casa cuando yo te lo mande y cuando haya alguien más aquí. A menos que yo te ordene que ni aun así te vistas ¿Estamos?

Se quedó bastante perplejo. No por lo primero, sino porque cabía la posibilidad de que le ordenase exhibirse ante otros.

-Pe…pero tío, ¿Cómo es eso de no vestirme delante de otra gente?

Otra rápida bofetada con el reverso de la mano le hizo perder el equilibrio y caer en el sofá. Le agarré de los huevos y apretándole le contesté mientras se quejaba y se retorcía:

-Mira, "tío": tú harás lo que me salga de mis santos cojones. No eres más que un niñato masoca de mierda y obedecerás te guste o no.

Le solté y me senté en mi sillón favorito mientras el permanecía encogido agarrándose los cojones.

-Ven aquí.

Se levantó parsimoniosamente. En su cara medio tapada por el pelo se adivinaba una sombra de miedo.

-Quítame los zapatos.

Se agachó ante mí, y poniendo la suela de mí pié derecho en su cara, le empujé haciéndole caer de espaldas. Me miraba con extrañeza.

-¿Qué te he dicho sobre la ropa?

Se levantó y comenzó a desnudarse despacio. Yo le observaba curioso, ya que después de todo lo que había pasado y de haber estado prácticamente dos días en bolas en casa, ahora parecía estar avergonzado. Yo no creí que esa actitud me pudiese poner tan cachondo. Cuando acabó, se arrodilló ante mí y yo puse mis pies aun calzados sobre sus muslos. Los fue liberando y cuando terminó le dije un escueto "Lámelos"

-¿El qué? ¿Los pies?-respondió con cara de no hacerle mucha gracia la idea. Por única respuesta recibió otro empujón con un pié en la cara que le hizo caer tumbado. Se repuso lentamente, tomó mi pié derecho y comenzó a lamerlo. Primero la planta con su lengua. Luego introduciéndose cada dedo en la boca. Al principio lo hacía sin mucho interés, pero su empeño y la dureza que comenzaba a mostrar su polla, demostraban que le estaba pillando el gusto. Mientras tanto, con el pié libre, sobaba sus huevos. Sabía que le hacía daño porque a ratos se encogía.

Al rato me cansé de aquel juego, me levanté para cambiarme de ropa y hacer la comida dejándole de rodillas, desnudo, en medio del salón.