Una ciudad muy caliente para mi madre

Hay lugares que no se pueden visitar con el calor tórrido del verano sin que follen, cómo bien pudieron comprobar mi madre y mi tía.

Aquel verano la madre de Juan, Rosa, no tenía todavía los treinta y seis años, cuatro más que Paloma, hermana de ésta.

Mientras Juan era más bien pequeño y enjuto para su edad, quizá por lo mucho que se pajeaba, pasando por su aspecto frecuentemente desapercibido; su madre, aunque era de altura media, un metro sesenta y siete, no pasaba nunca inadvertida, sino todo lo contrario al ser de anchas caderas; culo redondo, macizo, erguido y respingón; pechos generosos, firmes y nada caídos; y piernas largas, fuertes y torneadas; así como un rostro muy sensual, redondo de nariz respingona y labios generosos. Paloma, sin tener unas curvas tan rotundas y generosas, también atraía las miradas de hombres y mujeres, como las de su sobrino, Juan, que últimamente se masturbaba casi a diario pensando en ella.

Esa misma mañana de un día muy caluroso de julio, los tres habían llegado en coche a una turística ciudad del sur del país, y, después de coger una habitación de hotel, se habían ido a recorrer la ciudad como turistas que eran.

Ese día Rosa llevaba un ligero vestido de tirantes y minifalda de color rojo muy ajustado, su hermana lo llevaba de color amarillo y de manga corta, calzando ambas deportivas del mismo color que sus respectivos vestidos.

Sin saber a ciencia cierta si los cuerpos se dilataban o los vestidos encogían por el calor, pero era evidente que los vestidos las estaban tan ajustados que se les marcaba los tangas que llevaban y que se perdían entre las prietas nalgas, así como lo duros y erectos pezones que amenazaban con perforar la ligera tela de sus vestidos, ya que ninguna llevaba sujetador que aprisionara tan sabrosos manjares.

El cabello lo llevaban ambas corto, aunque la novedad era el color de Rosa, que se lo había teñido de rubio platino lo que hacía todavía más escandalosa su presencia y, a lo largo del día, era frecuente objeto de miradas lascivas, piropos subidos de tono e incluso obscenidades que ella normalmente tomaba con una sonrisa picarona e incluso respondía de modo desenfadado.

Era evidente que ese día la mujer estaba desatada y ejercía como una auténtica calientapollas, que la gustaba excitar a los hombres aunque no deseaba que la manosearan.

Juan tampoco era inmune a los encantos de las dos y, aunque siempre había sido su tía su objeto de deseo, al ver así a su madre, como vestía y las barbaridades que la decían, la vergüenza y el enojo dieron paso al deseo, al deseo que ver desnuda a su madre y, si era posible, follando, con ese enorme culo y esas tetazas brincando en cada embestida.

Se quedó el adolescente con la frase tantas veces repetida de:

  • A la de amarillo me la pillo, a la de rojo me la cojo.

Aunque escuchó otras como:

  • Si vais así vestiditas de bandera donde ya sabéis, tendrías ya una buena colección de palos metidos por todos vuestros patrióticos agujeros.
  • ¡Que no me entere yo que esos culitos pasan hambre!
  • ¡Venid aquí bonitas y dejad que os tape ese agujero para que no cojais frío!
  • ¡Seguro que los que se hacen pajas pensando en vuestro culo, mueren de sobredosis!
  • ¡No tengo pelos en la lengua porque no queréis!
  • ¡Qué ojos más bonitos tenéis para comeros todo el coño!
  • ¡Cómo os coja os dejo el culo como el túnel de Despeñaperros!
  • ¡Vaya pollitas! ¡Os voy a meter mi palo por el culo y haceros sudar!
  • ¡Eh, rubia! Vamos a ponerle mayonesa a la gamba.
  • Vuestros ojos son uvas, vuestra boca melocotones; qué buena ensalada de frutas haríamos con mi banana.
  • Al pan pan, al vino vino y en vuestro culo mi pepino.
  • Si tú fueras mi madre, mi padre dormía en la escalera.

Tanto piropo subido de tono ya cansaba, aunque Juan continuó con una erección de caballo toda la mañana, hasta que se sentaron a comer en un restaurante.

Debido al fuerte calor tomaron unas ensaladas regadas por bastante cerveza casi helada, ante la lúbrica mirada de los paisanos y de Juan, que no dejaba de mirarlas las tetas a las dos hermanas a las que el alcohol ya les estaba subiendo a la cabeza, haciéndolas perder un poco la compostura y que se abrieran de piernas lo suficiente para que el joven pudiera observar el color de las bragas de las dos, rojas las de su madre y amarillas las de su tía, del mismo color que el vestido y las deportivas que llevaban. ¡Vaya estilazo!

Una vez acabaron de comer se encaminaron hacia uno de los pocos lugares que todavía no habían visitado, el alcázar, un pequeño palacio que, en época medieval, utilizaban los reyes para pasar los calores del árido verano.

Tanto calor hacía que las calles estaban prácticamente desiertas y solo algún que otro turista se cruzaba colorado y sudoroso con ellos buscando desesperadamente alguna sombra donde cobijarse.

Aproximándose al alcázar, se cruzaron con dos tipos, de unos treinta y tantos años, uno alto, delgado y de pelo más bien rubio, el otro más bajo, robusto y de pelo oscuro, que, mirándolas las tetas, las dedicaron otra sarta de obscenidades e incluso el alto intentó coger a Rosa por la cintura, pero ésta, con un quiebro, se zafó al momento aunque no pudo evitar recibir un sonoro azote en una de sus nalgas provocando grandes risotadas en su compañero.

Indignada le recriminó con un “¡Ei! ¡Esas manitas!” para continuar con un “¡Mucho mucho pero seguro que ni se te levanta!” que sorprendió tanto a su hijo como a su hermana, lo que envalentonó al rubio que respondió con un “Ya verás cómo se me levanta y te la meto por el culo, rubia”.

Y lejos de seguir su camino, los dos tipos fueron detrás de ellas, sin dejar de gritarlas obscenidades, especialmente a Rosa a la que el alto llamaba “rubia” sin parar. Y cuanto más la llamaba “rubia” más se excitaban los dos hombres y más se asustaban las dos mujeres.

Apresuraron el paso sin poder dejarles atrás y, asustadas, se metieron corriendo en la entrada al alcázar que ya estaba cerrando.

Un hombre enjuto en la taquilla, viendo que querían entrar, las gritó “¡Está ya cerrado! ¡Tendrán que esperar a las cinco que abrimos!”, pero, sin decir nada ni hacerle el más mínimo caso, entraron deprisa los tres, tanto era el temor que las infundía los dos tipos que las seguían. El taquillero viendo cómo se alejaban, balanceando sus hermosos culitos, casi a la carrera les gritó todavía “¡Que no pueden entrar, señoras!”.

Pero no fueron las únicas que entraron ya que los dos hombres que las seguían también lo hicieron ante la desesperación del taquillero que, viendo su imposibilidad de impedirlo, les mandó a todos a tomar por culo, y cerró con llave la verja de la entrada, alejándose y dejando a los cinco dentro del recinto.

Subieron las dos hermanas al piso superior seguidas por Juan y, pensando que ya estaban a salvo, redujeron el ritmo, recuperando el aliento mientras se paseaban por las salas.

De pronto, un chillido que hizo que una aterrada Rosa y su hijo miraran hacia atrás, hacia el origen del grito y no vieron a Paloma que les seguía.

Se detuvieron sin saber qué hacer, aunque el joven, envalentonado por el deseo de ver que la hacían a su tía, caminó despacio por la sala hacia donde suponía que debía estar ella, escuchando ahora cómo a sus espaldas su madre chillaba histérica y echaba a correr, al tiempo que le gritaba “¡Llama al guarda, llama al guarda!”.

Echando una fugaz mirada hacia atrás la vio bajar corriendo unas escaleras seguida por un hombre alto, pero un agudo chillido de mujer delante de él, le hizo olvidarse momentáneamente de su madre y encaminarse hacia el lugar de donde había partido el grito.

Según se acercaba iba siendo el gimoteo más nítido y, apoyándose en una columna, observó, por encima de unos muebles, unos cuerpos que, a poco más de dos metros de distancia, forcejeaban sobre una polvorienta cama medieval con dosel.

Bocabajo vio a un hombre, con su pantalón y calzoncillos bajado hasta los tobillos, mostrando su culo peludo, y debajo una mujer, ¡su tía Paloma!, aprisionada bocarriba bajo el peso del tipo que la sujetaba con una mano por sus dos muñecas y con la otra la tapaba la boca, al tiempo que se acomodaba entre las piernas abiertas de la mujer, intentando penetrarla, y, cuando lo consiguió, se escuchó un grito ahogado de Paloma, comenzando el hombre a moverse adelante y atrás como cabalgándola, a follársela.

Entonces observó Juan las tetas desnudas de su tía que, al abrirse la parte frontal de su vestido, se mostraron al sobrino en todo su esplendor.

Se quedó deslumbrado, mirándolas como se bamboleaban adelante y atrás, adelante y atrás, en cada embestida del tipo. ¡Hermosísimas, tan grandes y redondas que parecía imposible que hubieran estado escondidas tan discretas bajo su vestido!

Las embestidas del hombre no dejaban a Juan verlas con nitidez, aunque disfrutaba del morbo de ver cómo se follaban a su tía, a su deseada tía Paloma.

Tantas veces se había pajeado imaginando situaciones como ésta, aunque en muchas era él el que se la tiraba.

Las dos piernas desnudas de la mujer apuntaban al techo con los dedos estirados y los tobillos flexionados, facilitando la profundidad de la penetración.

Dejó el hombre de taparla la boca, pero ningún grito de auxilio salió de ella, sino de placer y en cada embestida a un mayor volumen ¡Estaba teniendo un orgasmo, un fuerte orgasmo, la muy puta!

Un chillido a sus espaldas hizo al joven recordar a su madre huyendo y a un tipo detrás de ella, así que, dando la espalda al polvazo que estaban echando a su tía, corrió hacia un balcón del que se podía ver el piso de abajo.

Pensaba volver rápido sobre sus pasos para seguir gozando del polvo que estaban echando a su tía Paloma, pero, al llegar al balcón, pudo Juan observar a unos cinco metros de distancia el culo desnudo de una mujer, que se bamboleaba de un lado a otro.

¡Era su madre! ¡Estaba desnuda, sin nada que cubriera su voluptuoso cuerpo, sin su vestido y sin sus bragas!

Estaba de espaldas a su hijo y con una gran mesa redonda entre ella y un tipo, el hombre alto que la había acosado por la calle. Cuando el hombre amagaba hacia un lado de la mesa para ir tras ella, su madre chillaba, intentando alejarse y que no la cogiera.

Pero ¿cómo había llegado Rosa a esta situación tan morbosa y excitante?

Recordando cómo un chillido motivó que la mujer y su hijo miraran hacia atrás, hacia el origen del grito y no vieron a Paloma que les seguía. Se detuvieron indecisos unos escasos segundos, hasta que el adolescente empezó a caminar lentamente sobre sus pasos, hacia donde suponía que debía estar su tía.

En ese momento, Rosa que iba a acompañar a su hijo para ver que la sucedía a su hermana y ayudarla, vio, por el rabillo del ojo, como un hombre, salía del hueco de una puerta y se abalanzaba sobre ella.

¡Era el tipo alto que les seguía por la calle, amenazándola con violarla!

Reaccionó rápidamente y echó a correr escaleras abajo, huyendo del hombre mientras chillaba histérica “¡Llama al guarda, llama al guarda!”, dirigiéndose a su hijo.

Al llegar al piso inferior, intentó seguir corriendo pero la mano del tipo la agarró el vestido por detrás, reteniendo por un momento su marcha y provocando un nuevo chillido histérico de la mujer.

Enseguida la fina tela del vestido se desgarró, a lo que ayudó el hombre cogiéndolo con sus dos manos por detrás y tirando de él hasta abrirlo de parte a parte, ante la desesperación de la mujer que, por la sorpresa y la rapidez del ataque, no hizo nada por evitarlo.

Una vez lo abrió totalmente por detrás, pudo Rosa seguir su alocada marcha, quedándose el vestido en las manos del hombre y dejando a la mujer desnuda de cintura para arriba, llevando como únicas prendas unas pequeñas braguitas rojas y las deportivas de mismo color.

Trastabillando, a punto estuvo la mujer de caerse bocabajo al suelo, pero recuperó lo suficientemente la vertical, aunque, por la inercia que llevaba, chocó contra una gran mesa redonda medieval que había en el centro de la sala.

Antes de incorporarse, el tipo se echó sobre ella, apoyando su pecho sobre la espalda de la mujer y obligándola con su peso a inclinarse sobre la mesa. La abrazó por detrás y, cogiéndola por las tetas, una mano sobre cada teta, la susurró al oído sin dejar de amasarla los pechos:

  • ¡Te la voy a meter, rubia, te voy a follar por todos tus agujeros!

Y la dio un par de largos lametones en su oreja, metiéndola a continuación la lengua en el interior de su pabellón auditivo, hurgando en su interior, simulando como si fuera la verga lo que la metiera dentro de su vagina.

Sentía además Rosa el duro contacto del congestionado y enorme cipote del tipo sobre sus nalgas, y cómo se restregaba insistentemente sobre ellas, presionándolas y excitándose y creciendo cada vez más.

  • Tengo todo el tiempo del mundo, rubia, para disfrutarte y follarte. ¡Y vaya si lo voy a hacer, rubia, te voy a follar hasta quedarme seco, sin una gota de leche en mi cuerpo!

Quitando su mano derecha de una de las tetas de la mujer, la bajó hasta las bragas y, separando un poco su cuerpo de él de Rosa, tiró del borde superior de la prenda, bajándosela un poco, no tanto como el tipo deseaba, sino solo descubriéndola parte del culo, ya que la mujer, al sentirse menos presionada, se movió, desequilibrando al hombre.

Aprovechando el desconcierto del tipo, se zafó del abrazo, pero no encontró otro camino para huir que por debajo de la mesa y eso hizo, se puso a cuatro patas y empezó a gatear tan rauda como pudo por el suelo, alejándose del hombre, aunque éste estiró un brazo mano para atraparla, llegando a cogerla la parte superior de sus bragas, y, aunque no frenaron el avance de la mujer, se quedaron en su mano.

Fue en ese preciso momento cuando la mujer, al sentir cómo la arrancaban las bragas, emitió un histérico chillido que esta vez sí alertó a su hijo y motivó que éste corriera hacia el balcón y viera completamente desnuda a su madre.

Aunque tenía Rosa el camino libre hacia la puerta que llevaba al jardín, no se atrevió por miedo a que el hombre fuera más rápido y la atrapara, así que, girándose hacia donde estaba el tipo, le encaró con la enorme mesa redonda entre los dos.

Sonriendo el hombre la guiño un ojo, sabiéndose ganador del juego del ratón y el gato.

Contrastaba Rosa con su rostro deformado por la angustia y el miedo de que la atrapara y la violara, y también, como no, por el placer morboso de que se la follara.

Cuando el hombre amagaba hacia un lado de la mesa para ir tras ella, la mujer chillaba, intentando ir hacia el otro, intentando alejarse y que no la cogiera.

De pronto, el hombre se subió a la mesa para atraparla, pero antes de que saltara al otro extremo y la pillara, Rosa, histérica, se giró chillando, dándole la espalda y echó a correr hacia la puerta que llevaba al jardín, saliendo a él, perseguida a pocos metros por el hombre.

Juan, desde el balcón, presenció excitado el voluptuoso cuerpo desnudo de su madre, su culo prieto y respingón y cómo sus tetas se balanceaban desordenadas mientras corría chillando por el salón.

Al ver desaparecer por la puerta, tanto a la mujer como al hombre, el hijo, deseando presenciarlo todo, corrió hacia un gran ventanal que daba al jardín desde donde pudo contemplar cómo su madre se alejaba corriendo como podía con sus deportivas, mientras balanceaba sus generosas caderas y sus macizos glúteos.

De cerca el hombre la seguía también corriendo pero, seguro de que ella no podía escapársele, mantenía una cierta distancia y sin pisar el acelerador, contemplándola también él con auténtico placer el culo prieto y respingón.

Sabiendo lo próximo que estaba el tipo, una Rosa agotada intentó escabullirse tomando una bifurcación del camino, recibiendo un fuerte y sonoro azote en el culo que ayudó a desequilibrarla, haciéndola caer al césped.

Su hijo, desde la ventana, dejó de verla cuando su madre salió del camino principal, y, como deseaba observar lo que la hicieran, bajó corriendo las escaleras, saliendo al jardín por la misma puerta por la que el hombre y su madre habían salido segundos antes.

Una exhausta Rosa, sabiendo que el tipo la estaba observando a escasa distancia a sus espaldas, intentó alejarse gateando, pero estaba tan cansada que no lo hacía tan rápido como deseaba, recibiendo un nuevo azote en sus nalgas, provocando que chillara de dolor, sorpresa y morbo.

Terca continuó gateando lentamente y recibiendo cada nuevo paso un nuevo y fuerte azote en el culo mientras escuchaba lo que la decía:

  • ¡Que culo tienes, rubia! ¡Te voy a meter mi polla por ese culazo que tienes, rubia, y te la voy a sacar por la boca! ¡Como si fueras un pollo asado, rubia!

Cerca de un banco, situado a poco menos de un metro de distancia, el tipo la quitó por detrás las deportivas y las arrojó a una fuente de la que emanaba agua situada a varios metros, provocando que ella chillara un desesperado “¡Noooooo!”, consciente ya de que solo un milagro podría salvarla de que se la follaran allí mismo.

Escuchó aterrada como el tipo se soltaba el cinturón y se desabrochaba el pantalón, por lo que, temiendo que la sodomizara allí mismo, se cubrió con una mano la raja del culo y empezó a incorporarse lo más rápido que pudo, pero, antes de que lo hiciera del todo, el tipo la cogió las tetas por detrás y, sentándose en el banco, la puso bocabajo sobre sus rodillas y, sujetándola con una mano para que no escapara, empezó a azotarla fuertemente con la otra mano en las nalgas, provocando que en cada azote la mujer emitiera un agudo chillido y pateara desesperada.

Entre azote y azote llegó Juan y, sin que se percataran de su presencia, se escondió tras unos setos, contemplando excitado cómo su madre, histérica, recibía completamente desnuda un azote tras otro en sus nalgas, cada vez más coloradas.

  • ¡Ay, ay, no, por favor, no, no, aaaay, aaaay!

Lloraba y suplicaba Rosa, mientras intentaba infructuosamente cubrirse con sus manos las nalgas de la azotaina que estaba recibiendo.

El tipo que no dejaba de carcajearse y de decirla barbaridades mientras la azotaba, la dejó de pronto caer al suelo e incorporándose, se bajó el pantalón y se sacó un enorme pene erecto y congestionado, sin dejar de vigilar a la mujer que dolorida se volteaba lentamente para intentar nuevamente escapar.

Ahora sí. Situada Rosa a cuatro patas sobre el césped, no continuó propinándola nalgadas, sino que la sujetó por las caderas para que no huyera, y empujándola hacia delante, la hizo que doblara los brazos y pusiera el culo en pompa, casi apuntando al cielo, para, a continuación, situarse entre sus piernas abiertas de la mujer, ponerse en cuclillas y apuntar con su pene erecto al coño que podía contemplar nítidamente, para penetrarlo lentamente, hasta que sus cojones chocaron con el culo de ella.

Aunque no dejaba Rosa de chillar desesperada, todavía no se lo creía.

A pesar de todo lo sucedido, tenía la esperanza de que todo fuera un mal sueño del que despertaría, pero cuando sintió como la iba metiendo poco a poco el pene dentro de la vagina, solo pudo contener la respiración y no pudo ofrecer más resistencia al estar sujeta por las caderas.

Una vez totalmente dentro, el hombre empezó también lentamente a sacar la polla, hasta tenerla casi fuera, para volver a metérsela también despacio, disfrutando de cada milímetro, de cada instante.

Una y otra vez, dentro-fuera-dentro-fuera, cada vez más rápido.

Los improperios del hombre habían dado de paso a resoplidos como si fuera un experto atleta haciendo un esforzado ejercicio.

La mujer, por su parte, fue poco a poco excitándose en contra de su voluntad, y su silencio inicial se convirtió en gemidos, suspiros e incluso chillidos de placer.

Las embestidas se detuvieron en cuanto el hombre alcanzó el orgasmo, y, con la verga dentro del coño de ella, descargó todo el esperma que tenía en su interior, gozando durante varios minutos del polvazo que la acababa de echar y de la dulce humillación a la que la estaba sometiendo.

Una vez la desmontó, la mujer se desplomó de lado, permaneciendo en posición fetal y con los ojos cerrados. Aunque también ella alcanzó el orgasmo, su sensación era de una vergüenza infinita.

Aquel hombre la había desnudado, sobado, azotado en las nalgas y finalmente follado. ¡La había violado!

Ahora solo esperaba que el tipo se marchara y no la hiciera más daño.

A pesar de acabar de follársela todavía quería el hombre continuar con la fiesta, quería continuar vejándola y follándosela por todos sus agujeros, como la había amenazado, pero las voces que escuchó en el recinto significaron que el alcázar había sido abierto nuevamente para los visitantes, así que, para evitar problemas y que le acusaran de violación, se colocó en un momento la ropa y, después de propinar un fuerte azote a una nalga de Rosa al tiempo que la decía “Ya nos veremos, rubia. Esto no ha acabado”, salió al camino principal, como si no hubiera sucedido nada.

Una vez fuera del recinto, se encontró con su amigo que le esperaba también muy satisfecho y se alejaron sonrientes, sin comentar nada hasta que no estuvieron a un par de calles de distancia.

No se percató Rosa que su violador se había marchado, reaccionando solo cuando escuchó a poca distancia unas nuevas voces.

Abriendo los ojos, buscó a su agresor y, al no verlo, se incorporó y se sentó en el suelo, cubriéndose los pechos con sus manos.

Escuchó por donde iban las voces y, no queriendo que la pillaran así, desnuda y follada, se levantó, escondiéndose rauda entre los setos.

Observando que no había nadie que la pudiera pillar, corrió desnuda hacia el interior del alcázar, con el fin de coger su vestido, y allí estaba, donde se lo quitaron, lo cogió, junto con sus bragas que estaban bajo la mesa, y, a punto de que la pillaran, se escondió detrás de unas columnas y se puso la ropa.

Aunque roto el vestido, era mejor que nada, pero lo mejor fue que vio a su hermana Paloma y, entre ambas se colocaron la ropa y se asearon en el baño.

Lo último que cogieron fueron las deportivas de Rosa. Aunque chorreando, siempre era mejor que caminar descalza por la calle.

Juan las esperaba junto a la verja de entrada y solo pudo balbucear a modo de excusa que había corrido hacia la entrada pero estaba cerrada y no estaba el guarda, por lo que esperó a que volviera.

Estaban tan avergonzadas las dos hermanas que no hicieron ningún caso a las excusas del adolescente y ni le respondieron. Solo querían marcharse de allí.

No fueron a la comisaría a denunciar los hechos ya que no querían escándalos, así que se fueron al hotel donde tenían la habitación reservada.

Entraron las dos en el baño, cerrando la puerta tras ella y dejando a Juan fuera. Éste estaba temeroso por la bronca que le podía caer por no haberlas ayudado. No sabía si su excusa había sido suficiente o, por el contrario, incluso ellas le hubieran pillado mirando mientras las violaban.

Las escuchó hablando. Hablaban en voz baja pero la pequeña ventana abierta que había a más de dos metros del suelo entre el cuarto de baño y la terraza permitía al joven escuchar todo.

Acercó una silla a la pared donde estaba el ventanuco para intentar observar a su madre y a su tía desnudas en el baño, pero, desgraciadamente, estaba demasiado alto.

Las dos hermanas acordaron no denunciar las violaciones ni decírselo a nadie, sino que, al llegar a la ciudad donde vivían, someterse a un examen ginecológico.

Salió la cuestión de sí Juan había presenciado algo o si sabía lo que las había sucedido, pero supusieron, quizá no solo por inocencia sino también por no abrir demasiados frentes, que el joven no había visto nada ni sabía realmente lo que las había sucedido.

Después de ducharse salió primero su madre, envuelto su cabello en una toalla y su voluptuoso cuerpo en otra que apenas la cubría desde poco más abajo de sus nalgas hasta poco más arriba de sus pezones.

Los ojos de Juan se le salían lascivos de las órbitas mientras contemplaba el cuerpo semidesnudo de su madre, pero ésta apenas le prestaba atención, buscando algo dentro de la maleta que habían traído. Inclinada hacia delante el hijo pudo verla el culo bajo la toalla e incluso la vulva a la que no hacía mucho se la habían follado.

Volvió a entrar Rosa al baño con una pomada y estuvieron aún unos minutos dentro.

Lo que deseaba el joven de sobar bien las carnes de las dos hermanas con la excusa de extenderlas bien la crema por esos culos bien prietos y por esas tetas tan erguidas.

Cuando salieron también Paloma llevaba su cuerpo envuelto en una toalla y, al sentarse en la cama, revisando el contenido de un neceser, pudo el sobrino contemplarla extasiado, no solo sus fuertes muslos torneados, sino también la entrepierna apenas cubierta por una fina franja de vello púbico.

Pero enseguida su madre le dijo que se metiera al cuarto de baño o, ¿es que no quería orinar y ducharse?

Lo que realmente quería el joven era disfrutar de las dos hembras, contemplarlas desnudas, sobarlas y, si era posible, imitar a los dos tipos y follárselas, pero lo veía muy difícil, una misión digamos que imposible.

A pesar de sus deseos de masturbarse no lo hizo mientras se duchaba sino que conservó todas sus fuerzas por si se ponían a tiro una o las dos féminas.

Escuchó que su madre llamaba por teléfono a la recepción del hotel para decir que no les funcionaba el aire acondicionado, pero la respondieron que lo sentían pero se había estropeado. La verdad es que hacía mucho calor en la habitación, quizá provocado en parte por el calentón que llevaban los tres encima.

Las escuchó hablar entre ellas sobre tomar un fuerte somnífero para dormir de un tirón toda la noche, olvidando lo sucedido y el calor sofocante, recuperando fuerzas, por lo que llamaron nuevamente por teléfono a recepción para que las despertara antes de las doce, hora en la que debían abandonar la habitación ya que solo habían reservado una noche.

Comentaba su madre a Paloma que, pocos minutos después de tomar el somnífero, dormirían sin enterarse de nada y sin que nada las pudiera despertar durante toda la noche.

Cuando salió Juan del baño, también envuelto en la toalla en la que se acababa de secar, observó a su madre vestida con un ligero camisón de falda corta y color blanco, que se transparentaban en gran medida, aunque no pudo verla ni los pezones ni el coño ni la raja del culo.

Su tía sin embargo continuaba envuelta en su toalla de baño y no parecía dispuesta a ponerse otra prenda.

Le hubiera encantado estar presente cuando las dos hermanas se quitaran las toallas y se quedaran desnudas.

Aunque deseaba quitarse la toalla frente a ellas y enseñarlas su pene erecto y congestionado, excesivamente desproporcionado y grande para el tamaño de su dueño, optó por darse la vuelta para ponerse un calzón a modo de pijama, con el fin de no escandalizarlas y pensaran que ya no era un crío, sino ya un hombre que podía follárselas, y por tanto, le miraran con recelo, lo que en esas circunstancias no era lo más adecuado si deseaba beneficiárselas.

Su madre le dio un vaso de agua y una pastilla para que se la tomara y así pudiera dormir mejor, de un tirón, pero él, aunque se la metió en la boca, no se la tragó, sino que se la guardó en un carrillo para escupirla cuando no le vieran.

Lo que menos quería Juan era dormirse y disfrutó viendo como su madre y su tía sí se tragaban la pastilla con agua.

Las dos hermanas se acostaron juntas en una cama de matrimonio, mientras el joven lo hizo en una cama mucho más pequeña bastante retirada de la primera, a más de dos metros de distancia.

No tardó mucho tiempo Juan en escuchar la respiración pesada de las dos hermanas y, aunque supuso que ya dormían, espero aún más de media hora en la penumbra a que cayeran en un sueño más profundo, antes de levantarse sigilosamente de la cama.

No escuchó ninguna variación en la respiración de las dos hembras, aunque se acercó despacio hacia donde estaban.

Aunque una ligera luz entraba por la ventana que habían dejado semiabierta, no era suficiente para poder verlas, así que, primero, encendió la luz del baño.

Siempre podía decir que se había levantado a mear. Se acercó nuevamente a la cama de matrimonio.

Estaban las dos sobre la cama, ambas tumbadas de lado sobre el colchón, dándose la espalda, con las piernas dobladas hacia delante, sin una sábana que las cubriera y … ¡estaban desnudas! ¡completamente desnudas! ¡No, no era así!

Su madre todavía conservaba puestas sus bragas, sus pequeñas braguitas blancas, no se las había quitado como sí había hecho con su camisón.

Se habían despojado de la toalla y del camisón, dejándolos en una silla próxima.

Debieron suponer las dos mujeres que el adolescente, al tomar el somnífero, se quedaría profundamente dormido y no vería a su madre y a su tía, que por el calor, se quitaran toda la ropa o casi hasta quedarse prácticamente desnudas y así dormir mejor, con menos calor.

Ninguna abrió los ojos ni se movió por lo que el joven pudo concentrarse en observarlas las tetas, las piernas, los muslos y, por supuesto, el culo.

Las tetas de su madre semejaban dos melones y eran mayores que las de su tía, que parecían cocos partidos por la mitad.

Las caderas y el culo de su madre también eran mayores que los de su tía, pero no por ello menos sabrosos sin una pizca de flacidez ni de celulitis.

Las piernas de ambas eran largas y torneadas, quizá ligeramente musculosas para el gusto de Juan.

En ningún caso podía verlas nítidamente los coños, ya que los muslos los tapaban.

Las areolas de los senos eran grandes, como del tamaño de un euro, y oscuras, casi negras, mientras que los pezones estaban retraídos, no como antes que los tenían erectos y empitonados, tanto cuando iban por la calle y las piropeaban como cuando se las follaban.

No se podía decir precisamente que estuvieran gordas, tenían la carne justa en los sitios justos, tetas y culo, y toda maciza y de primera.

Era evidente que las dos mujeres ahora descansaban, no estaban excitadas sexualmente como lo estaba el joven viendo los cuerpos de su madre y de su tía.

Cogió su móvil ya que quería hacer fotos a las dos potentes hembras, prácticamente desnudas, para pajearse compulsivamente en la intimidad mientras las veía y no tener solo la imagen en la memoria.

Las tomó un par de fotos pero eran demasiado oscuras y movidas.

Era evidente que la luz que salía del cuarto del baño no era suficiente para obtener fotos nítidas, así que, pensando que las diría si las despertaba, se acercó al interruptor y encendió la luz de la habitación, iluminando la habitación y a las dos voluptuosas mujeres sobre la cama.

Ellas ni se inmutaron ni abrieron los ojos, continuaron dormidas, respirando profundamente como antes, sin mover ni un solo músculo del cuerpo.

Ahora sí que tomó fotos nítidas, una tras otra, de las dos juntas y de cada una de ellas, de cuerpo entero y de detalles, de las tetas, del culo, de las caderas, de los muslos, de las piernas, y de sus rostros.

Después de tomarlas fotos las sacó vídeos.

También quería sacarlas fotos y vídeos de sus coños, pero, para hacerlo, debía colocar a las dos mujeres bocarriba. ¿Se despertarían?

Temía que, al intentar voltearlas, se despertaran, aun así el deseo le dio valor y optó primero en colocar una de sus manos sobre la espinilla de su madre.

Estaba muy caliente y Rosa ni se inmutó.

Luego la colocó sobre la cadera de ella, con el mismo resultado.

Su madre continúo durmiendo tan plácidamente. Recorrió suavemente su mano sobre la cadera de Rosa.

Estaba suave y muy caliente.

Una de las tetas de Rosa fue su siguiente objetivo.

Suave, caliente y nada flácida, mantenía su forma.

La tocó y, moviendo despacio su mano, sin presionar, la recorrió en toda su extensión, acariciándola hasta llegar al pezón que también acarició y cogió entre las falanges medias de sus dedos, presionando levemente, observando cómo se erguían y salían poco a poco de su adormecimiento.

Sin embargo, su madre continúo durmiendo con los ojos bien cerrados.

Se atrevió a recorrer el cuerpo de su madre con su mano, acariciándola desde los pies hasta la cabeza.

La tomó varias fotos e incluso vídeos que inmortalizaran tan excitante acontecimiento.

Repitió lo mismo con su tía, aunque después de ver el cuerpo de su madre, el de paloma le parecía poca cosas, le daba más morbo el voluptuoso cuerpo de su madre.

Ni su tía ni su madre se despertaron con las caricias y con los tocamientos, aunque los pezones de ambas afloraban de su inmovilidad, erizándose, y se despertaban con los tocamientos reiterados del joven.

Empujándolas lentamente por las nalgas, separó a las dos hermanas, y, cuando estaban a la distancia adecuada, las colocó despacio y con cuidado bocarriba.

No abrieron los ojos y continuaron durmiendo plácidamente.

Las tetas de ambas lucían espléndidas, apuntando compactas hacia el techo.

Podía ver ahora claramente que tenían las dos el vientre liso y la cintura estrecha.

Estaban como para comérselas y gozar de ellas toda la noche.

El coño de su tía estaba apenas cubierto por una fina franja de vello púbico pero que permitía observar nítidamente la jugosa sonrisa vertical.

Las bragas blancas de su madre eran tan pequeñas que solo cubrían su entrepierna y poco más.

Eran casi transparentes ya que se podía ver su coño a través de ellas, un coño totalmente depilado, como bien pudo ver Juan al mirar bajo las braguitas de Rosa.

La mujer, al teñirse el cabello de rubio, dudó si teñirse también el vello de la entrepierna, pero, debido al calor sofocante del verano, optó por depilárselo totalmente, lo que a los ojos de su hijo la convertían en una auténtica ramera, una calientapollas.

¡Qué mujer se depila todos los pelos del coño si no es una puta!

Ahora llegaba el momento de quitar a su madre las bragas.

Metiendo los dedos en los laterales de la prenda, tiró de ella y se la bajó poco a poco, hasta quedarse con ella en la mano.

Las olió profundamente mientras la miraba el coño, totalmente depilado, para dejarlas luego sobre la silla donde descansaban las ropas de su tía y madre.

Volvió a tomarlas fotos y vídeos, incluso se sacó selfies con ellas.

Ahora sí que las observó con detenimiento el coño, incluso los tocó, acarició entre sus labios vaginales, y metió su dedo en los accesos a sus vaginas.

Seguían dormidas, sin abrir sus ojos, aunque las caricias insistentes en sus sexos las hicieron gemir y suspirar, e incluso se mordisquearon los labios y pasaron sus sonrosas lenguas por ellos, pero … no abrieron los ojos ni se despertaron.

Era evidente que las partes más sensibles de las dos hermanas eran sus pezones y sus coños, así se explicaba cómo se corrieron cuando se las follaron los dos tipos en el alcázar, cuando las violaron.

Optó por masturbar a la que le daba más morbo, a la que estaba más buena, a su madre. Y masturbarse también él mientras lo hacía. Con una mano empezó a pajear a su madre y con la otra a él mismo. Mientras lo hacía, pensó:

  • Pero ¡qué coño!, Mejor follársela que masturbarse.

A sus catorce años nunca había follado, ya que no contaba aquella ocasión, hacía menos de un mes, que se corrió en las bragas de Paqui, su compañera de clase, antes de lograr metérsela por el coño, pero había visto tantas películas porno en su ordenador de casa que dominaba el arte del folleteo, o al menos eso pensaba él.

Se quitó el calzón que llevaba, quedándose también él totalmente desnudo, ¡desnudo y empalmado!

Se miró orgulloso el cipote todo erecto y congestionado apuntando a su cabeza y, lentamente se tumbó en la cama entre las dos hermanas donde se hizo varios selfies con ellas, algunos tocándolas las tetas y otras el coño, a cada una y las dos hermanas a la vez.

Ya solo le quedaba follárselas.

Se levantó de la cama, y, colocándose en el suelo de pie al lado, separó con cuidado y despacio las piernas a su madre, y puso sus brazos apuntando a la cabecera de la cama.

Se subió otra vez el joven en la cama, pero ahora bocabajo entre los muslos abiertos de su madre.

Apoyándose en los antebrazos observó el rostro de su madre, inicialmente por si despertaba, pero, al ver que seguía durmiendo, la observó sus hermosas facciones, sus pómulos, sus ojos, su boca y pensó lo bien que debían mamar esos labios suaves y abultados, debían hacer unas maravillosas mamadas de fábula, que hicieran brotar todo el esperma de una buena polla bien hinchada y congestionada.

¿Cuántas vergas se habría comido esa lasciva boca?

¿Cuántos cipotes habrían acariciado y succionado esos libidinosos labios?

Llevó Juan su boca hacia una de las tetas de Rosa y la dio un lametón, saboreándolo.

Le supo bien, a morbo, a placer prohibido.

Luego le dio otro y otro, otro más en el pezón.

Jugueteó con la punta de su lengua en el pezón notando cómo crecía y crecía cuanto más retozaba con él.

De una teta fue a la otra, no sin antes echar una breve mirada a los ojos de su madre por si despertaba.

Estuvo varios minutos gozando de las tetas de Rosa y más aún cuando ella, sin llegar a despertar, siempre suspiraba, gemía e incluso se mordisqueaba los labios y los recorría con su lengua. Incluso la escuchó susurrar entre sueños:

  • ¡No … no … por favor … no … que nos va a pillar mi marido!

Pero ¡qué coño estaba soñando la madre de Juan!, pensó éste, convencido que era infiel a su padre, que se acostaba con otros hombres que se la follaban una y otra vez mientras su cornudo marido se descornaba en el trabajo intentando llevar dinero a casa.

Era un justo castigo para el lameculos de su padre, que con las ansias de ascender a un puto puestecillo de jefecillo en una mierda de empresa, no dudaba en sacrificar el resto de su vida, abandonando a su mujer en los brazos de otros y a su único hijo.

Pero, si otros hombres, gozaban de su madre, se la follaban sin descanso, no iba a ser él menos, así que, tanteando con su pene erecto entre las piernas de Rosa, encontró el agujero que buscaba y se lo metió, poco a poco hasta que sus cojones chocaron con el perineo de ella.

Lo tenía muy mullido, como acolchado, y tan profundo que su verga no llegó hasta el fondo.

Seguro que cabrían pollas enormes, pollas gigantes que se la follarían una y otra vez, sin descanso hasta correrse.

Balanceando el culo y las caderas, apoyado siempre en sus piernas y brazos, Juan se la fue follando poco a poco, despacio, gozando de cada momento, pero no podía verla bien las tetas mientras se la follaba, así que la descabalgó y, bajando nuevamente de la cama, colocó una almohada a los pies de la cama y tiró lentamente y con cuidado de las piernas de ella hasta que quedaron colgando a los pies de la cama con el culo sobre la almohada, levantándola la pelvis.

Cogió su móvil y lo colocó encima del armario donde podía grabar el polvo que iba a echar a su santa. Una vez estuvo seguro que la lente se dirigía a donde estaba ella, lo puso en modo vídeo y empezó a grabar.

Colocándose nuevamente entre las piernas de Rosa, colocó una rodilla sobre la cama, teniendo la otra pierna apoyada en el suelo y la volvió nuevamente a penetrar.

Observó con detenimiento cómo su cipote desaparecía lentamente dentro de la vagina de su madre, hasta que desapareció por completo.

Poco a poco lo fue sacando y, antes de que lo hiciera del todo, se lo volvió a meter, una y otra vez, cada vez más rápido y con más energía, viendo cómo se bamboleaban desordenadas las tetas de su madre en cada embestida. ¡Era un placer, un auténtico placer verla las tetas balancearse lujuriosas, un placer que se complementaba con el rico polvo que la estaba echando!

Finalmente se corrió.

Notó cómo un intenso placer emergía del interior de su cuerpo, estallando fuera en una explosión de esperma que rebosaba el coño de su madre.

No pudo contener un chillido de placer y, cerrando los ojos, detuvo su folleteo y disfrutó del orgasmo que estaba teniendo.

  • ¡Nunca había tenido un orgasmo tan rico y placentero!
  • ¡Follar a su madre era lo mejor que le había sucedido en la vida hasta ese momento!

Así aguantó casi cinco minutos, sin moverse con su verga dentro del coño de Rosa, y, dándose cuenta que podía haberlas despertado, abrió temeroso los ojos, contemplando aliviado que, tanto su madre como su tía, continuaban con los ojos cerrados, durmiendo.

La desmontó y, observando que grandes goterones de su lefa, manchaban el suelo, las sábanas, y los muslos y entrepierna de su madre, procedió a limpiarlos frotando con agua y con una toalla, hasta eliminarlos.

Cogió el móvil y observó el vídeo que acababa de grabar. Le encantó debido a que se cogían todos los detalles como él quería.

Su verga estaba otra vez lista para la acción y ahora le tocaba a su tía, le tocaba follarse a su calentorra tía Paloma. Podía follársela de la misma forma que a su madre, mirándola las tetas y sobándoselas, pero quería hacerlo con otra postura, así que la volvió a colocar sobre su costado derecho, bastante inclinado el tronco hacia delante para que tuviera el culo en pompa.

Colocó ahora el móvil otra vez en el armario y apuntó esta vez hacia su tía, y empezó de nuevo a grabar.

Tumbándose el joven detrás de Paloma, la levantó la pierna de arriba y se la colocó sobre la cadera.

Dirigiendo su cipote otra vez erecto a la entrepierna de su tía, tanteo con él, restregándose, y enseguida encontró el acceso a su vagina y la penetró, la penetró hasta que su verga desapareció dentro, y empezó a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, sacando y metiendo la polla, mete-saca, mete-saca.

La habitación se llenó del ruido que hacía la cama y los cojones del joven al follarse a su tía. ¡Tam-tam! ¡Tam-tam! ¡Ñaca-ñaca! ¡Ñaca--ñaca! ¡Dentro-fuera! ¡Dentro-fuera!

Su mano que, al principio del folleteo, sujetaba a su tía por la cadera, luego fue a un seno de ella, donde aguantó, asiéndola bien la ubre, hasta que el joven volvió a correrse dentro del coño de Paloma.

Ahora no pegó un grito como en el polvo de antes, sino un apagado gruñido, ya que no quería alertar a los vecinos ni despertar a su familia. Desmontándola después de gozar durante unos segundos del nuevo orgasmo.

Se levantó de la cama y volvió a limpiar el esperma, más escaso ahora, que había derramado.

También ahora el vídeo que había tomado le satisfizo, pero se dio cuenta que la tarjeta de memoria del vídeo estaba prácticamente llena de tanto cómo había grabado a su tía y a su madre.

Aun así todavía tenía energía y ganas de follar.

Su madre tumbada bocarriba le dieron una idea para el siguiente polvo.

Colocándose de rodillas a horcajadas encima de Rosa, situó su verga entre las enormes tetazas, las juntó aprisionando su miembro y, balanceándose adelante y atrás, se fue masturbando, haciendo una buena cubana.

Tantos polvos seguidos sin descanso le impidieron correrse en esta ocasión, a pesar del tiempo que estuvo dando al manubrio, pero quería echar un polvo, así que, al ver el culo de su tía, no se lo pensó dos veces y, bajándose de la cama, volteó a Paloma, y la puso bocabajo sobre la cama, con una almohada debajo de su bajo vientre.

La abrió de piernas, y la penetró por el coño.

¡Dentro-fuera-dentro-fuera!

A pesar de las ganas que estaba echando, nada, que no se corría.

Quizá el coño de su tía estaba demasiado ancho por la cantidad de polvos que la habían echado, pero … su culo.

Seguro que el agujero de su culo era todavía inmaculado, que nadie lo había todavía perforado, así que le pareció una muy buena idea como colofón a una noche de polvos familiares, dar por culo a su deseable tía.

Con las dos manos separó las dos nalgas de Paloma, y, viendo el prieto ojete blanco, colocó su cipote en el orificio y, empujó.

  • ¡Coño que no entraba! ¡Quizá no estaba apuntando bien! ¡No, no, apuntaba bien así que empujó con más fuerza, notando que su verga entraba poco a poco! Pues sí que tenía prieto el puto agujero, como presionaba sobre la polla, pero … su tía empezó a quejarse, a quejarse con más fuerza, a agitarse, a chillar, a gritar de dolor, pero … ¡qué coño cómo gritaba, a pleno pulmón! ¡Se estaba despertando y él con la polla dentro de su ano! ¡Dios santo! ¿Qué hacer? ¿Qué decir?

Intentó sacar la polla del culo, pero … no podía … se había quedado atrapada dentro del culo. Los músculos del culo de su tía se habían contraído como mecanismo automático de defensa aprisionando el rabo del lascivo muchacho.

Empezó a girarse Paloma hacia atrás al tiempo que su madre abría los ojos sobresaltada.

El tiempo pareció detenerse para Juan en un inacabable instante y, cuando continúo su marcha, lo hizo a cámara lenta.

Vio a su madre que se incorporaba de la cama y cómo sus ojos somnolientos se despejaron en un momento, abriéndose como platos, fijándose en él, en el rostro de su hijo, y, bajando la mirada, en su verga y cómo la tenía metida en el agujero del culo de su tía.

De la boca de Rosa salió un grito ininteligible que su hijo sí entendió su significado:

  • ¡Que la había cagado! ¡Que la había cagado hasta el fondo! ¡Que la había cagado como nadie lo había hecho hasta ahora!

Sintió un fuerte dolor en el pito y un crujido. Su tía, al girarse para ver qué o quién la provocaba un dolor tan intenso, lo había quebrado sin querer. ¡Lo había roto! ¡Le había roto el pene!

¡Todo el placer que había sentido se fue abajo en un instante!

Enseguida todo se acabó, todo se hizo negro para Juan.

Una ráfaga de intenso dolor le dejó inconsciente.

Su tía le había pegado un ostión con un cenicero macizo y le había dejado KO, quebrándole también la mandíbula y parte del cráneo.

Se despertó en el hospital tumbado bocarriba en una cama. Vio a su madre, que estaba junto a él mirándole preocupada. Siempre ella, su madre, aunque se la follara, siempre estaba con él, con su único y querido hijo.

Con la cabeza enyesada y con algún que otro yeso y vendaje, no podía moverse ni hablar.

Así estuvo en el hospital durante varios meses y, cuando salió todavía tardó mucho tiempo en recuperarse al menos físicamente porque en las relaciones con la familia nunca se recuperó del todo ya que todos se enteraron de lo que había hecho, cómo había disfrutado de las dos hermanas, y es que los vídeos y las fotos que había tomado le delataban.

Evidentemente los borraron o, al menos, los borraron del móvil de Juan, aunque años después se enteró que su padre se había quedado con todas las fotos y vídeos para a saber qué morboso fin.

Al menos le quedó a Juan el recuerdo de los cuerpos voluptuosos de su madre y de su tía y de cómo gozó de ellos y se los folló en una noche imborrable.

Otra lección que aprendió es que nunca se debe apurar hasta la última gota, porque si te pillan puede ser desastroso.