Una cita especial (2)
Preparé algo especial para San Valentín.
Todos los días, después de trabajar, salgo a pasear un rato por mi barrio. El otro día me fijé que a 200 metros de donde yo paseo, hay un hotel/ restaurante con muy buena pinta, al que se puede llegar en poco minutos desde mi casa. Recordé entonces que tenía pendiente una cita sorpresa con mi marido.
Un día aproveché mi paseo para acercarme hasta el hotel y realizar una reserva a su nombre. Les pedí que me hicieran una tarjeta de invitación para ese día.
Llegué a casa y me di una ducha para refrescarme, en ese momento entraba él por la puerta.
¡Joder, cariño! valla recibimiento.
Me estaba duchando y te eché de menos. ¡Ah! te ha llegado una invitación.
Coge el sobre, lo mira con cara extraña, le da la vuelta y lo abre:
"Tenemos el gusto de invitarle a que pase por nuestras instalaciones el día 14 de febrero de 2006, a las 21:30. Confirme su llegada en cuanto llegue en recepción, nosotros nos ocuparemos del resto".
Pero... quien me ha mandado esto? ¿quién lo trajo? ¿qué querrá y qué es lo que me espera allí?
Yo... me sonreía, había picado el anzuelo y no se suponía que allí iba a estar yo esperándole. Él me preguntaba:
¿Por qué te ríes? Ah... tú sabes algo.
No, pero se me hace raro que te citen ese día y a esa hora. Yo quería que fuéramos al cine, que hace mucho que no lo hacemos.
A mí también me apetecía salir, pero lo siento. Si quieres puedes venir conmigo.
Le dije que no, que fuera el sólo; que podía ser alguien que no quisiese que yo estuviese presente a la hora de hablar con él. A muy pesar "mío" le convencí para que fuese a esta cita misteriosa, y que si acababa pronto luego disfrutaríamos nosotros.
El día en cuestión llegó: después de comer me felicitó el día de San Valentín por si a la tarde no nos veíamos; me dijo que al salir de trabajar se vendría a casa para prepararse y llegar allí con tiempo. La verdad... es que me estaba dando muchas pistas.
Ese día, yo hablé con mi jefe para salir 30 minutos antes. Llegué a casa, me puse el chándal y salí a correr. Llegué de nuevo a casa; me di una ducha; me puse un pantalón de cuero negro y una camiseta ajustada sin mangas; espuma, rizos, una raya por aquí, otra por allá... y ¡¡¡lista!!! Me fui antes de que él llegara.
A las 21:00, llegué al restaurante en cuestión, hablé con el recepcionista y le dije quien era. Me condujo a una mesa escondida detrás de un biombo y me ofreció una copa de vino.
A los 10 minutos, alguien entra y se dirige al recepcionista, el cual, muy amablemente le dirige hasta su ("mi") mesa. Lentamente yo me giro para que no descubra a primera vista que soy yo. Entran donde yo estaba esperando y agacho la cabeza; el camarero le indica la mesa; él se dirige hasta ella muy extrañado, ¡¡¡está ocupada!!!
Perdón señorita, creo que se ha equivocado de mesa: tengo una reserva y es en esta mesa, debería irse a otra mesa.
Poniendo la voz un poco ronca...
Creo que no hará falta, ésta es mi mesa.
Levanto la cabeza y sonriendo le digo...
Acojonado ¿eh...?
¡Cari, que haces aquí? ¿No recuerdas? Alguien me ha citado y dijiste que preferías no venir.
¡...Amor! Tu cita es conmigo.
Estuvo un rato echándome una pequeña bronca: "me citas aquí, no me dices nada, juegas al despiste y haces planes para mi llegada a casa". Le pedí que me disculpase, pero si le decía algo que me descubriera... no sería lo mismo. Movió su cabeza y asintió.
Llamé al camarero y le pedí dos copas más de vino.
Cariño, cómo se te ocurre venir aquí¡ No andamos tan bien económicamente como para permitirnos éste lujo.
Con la copa de vino en la mano y alzándola para efectuar un brindis...
Cariño, nuestro amor se lo merece todo y más que le demos. Hoy es San Valentín y esté es nuestro regalo.
Acabadas las copas de vino, el camarero nos sirvió la cena (y bla bla bla), tomamos postre, café y cuando acabamos e camarero me comentó que tenían un salón de baile. Le pregunte cómo se llegaba, me lo dijo y nos dirigimos allí. Era como todas las discotecas: luces de colores y una pista redonda y grande, a los lados había varias mesas con sus correspondiente sillas, también había una especie de bar pequeñito. Me acerqué a pedir dos copas de champán y con ellas me dirigí a la mesa que él había escogido.
En ese momento, estaba sonando una balada: posé las copas y le extendí la mano para que bailase conmigo; se levantó, me cogió por la cintura, bajamos la cabeza y comenzamos a bailar al ritmo de la música. En unos minutos, nos pusimos tontitos: entre el vino y la balada estábamos como que muy mimosos. Pero el culmen de todo fue el champan: Nos acercamos a la mesa, le doy una copa y brindamos de nuevo...
Por ti (yo).
Por ti (él).
Le comenté que también había reservado una habitación y si estaba cansado nos íbamos para ella. Me dijo que eso sería mejor, que allí no se encontraba bien (¿?). Con la copa en la mano, nos dirigimos hasta ella; abro la puerta, enciendo la luz y entramos; cierro la puerta y cuando me doy la vuelta, lo encuentro sentado en la cama...
Gracias, nena. Ahora se supone que tengo que poner yo algo ¿no?
No es necesario.
Me acerco a él y me siento en sus piernas; me estiro un poco y apago la luz quedando toda la habitación iluminada por la suave, pero suficiente, luz que entraba por la ventana.
¡Mira! tienes algo aquí.
Se refería a mis pezones, que estaban totalmente erectos y se notaban perfectamente alineados debajo de mi ajustada camiseta.
Llevé mis brazos hasta mi cintura, me agarré la camiseta y me la quité, quedando mis pezones más asequibles para él: me los mordía, me los chupaba, me los acariciaba; yo empezaba ha humedecerme y acariciándole el pecho empecé a masturbarle al ritmo que marcaban mis caderas. A él parecía que también le gustaba: desabrochó mi pantalón, lo bajó un poquito, metió sus dedos en mis bragas y comenzó a masturbarme con tres de sus dedos. Estuvimos disfrutando así varios minutos, me ayudo a levantarme cogiéndome por la cintura, mientras nuestras bocas se comían, me bajaba el pantalón y una vez quitado el mío, comencé con el de suyo; cuando se lo quité totalmente, comencé a acariciar aquello que me iba a llevar al paraíso, él me agarró una pierna y la puso encima de la cama, quedando todo mi sexo a su merced. Comenzó a acariciarme, haciendo que me retorciera de placer; se agachó y comenzó a lamer el líquido que de allí emanaba. Yo cerraba las piernas para mantenerlo allí y seguir disfrutando y gemiendo; de pronto, él se tumba en la cama y yo me siento encima de su pecho, dejando mi jugoso majar justo delante de su boca, para que me penetrase con su lengua; eché una mano hacia atrás para poder alcanzar bien su sexo y le empecé a frotar; primero con un dedo, luego dos, tres, cuatro y el quinto... el quinto pasaba por encima de su cabecita dura, excitada y sonrosada.
Me levantó, me colocó a cuatro patas y me volvió a masturbar... hasta que ¡¡¡ZAS!!! cuando menos lo esperaba, me penetró sin titubear ¡¡¡ZAS!!! ¡¡¡ZAS!!! ¡¡¡ZAS!!! Yo suspiraba, gemía, movía la cabeza sin ton ni son; llevó su manos hasta mis hombros, me sujetó con fuerza y empezó a embestirme con una profundidad increíble ¡¡¡ZAS!!! ¡¡¡ZAS!!! ¡¡¡ZAS!!! sonaba su carne contra la mía, el contacto de nuestros sexos era cada vez salvaje, más desenfrenado y más placentero. ¡¡¡ZAS!!! ¡¡¡ZAS!!! ¡¡¡ZAS!!! entre los sugerentes sonidos y el placer transmitido, nuestros manantiales se desbordaron a la vez...
Mira lo que emano yo, cariño, todo es para ti.- Me decía.
Me encantó que le gustara "mi parte de la cita especial". Una vez calmados, hablamos: yo sobre su pecho y él rodeándome con su brazo.
¡¡¡FELIZ SAN VALENTIN!!!