Una Cita a Ciegas

¿Que otra cosa podría volver mas intensa y memorable una cita a ciegas obtenida en Internet?

CITA A CIEGAS

Hubo alguna vez un tiempo en que me gustó eso de conocer gente y ligar por Internet. Iniciaba el milenio y acababa de ser el boom de la "autopista de la información" y era maravilloso ver cuántas posibilidades ofrecía. Todo era novedoso: Se podía comprar sin salir de la oficina, se podía tener información inmediata de todo cuanto tú quisieras, también podías conocer gente de un sinfín de lugares distintos, con diversos intereses y distintas formas de ser y de pensar. En uno de esos sitios fue donde conocí a Iris; mujer de unos 30 años, originaria de Tijuana pero que vivía en Durango. Desde el principio entablamos una charla por demás interesante; los temas iban y venían hasta que inevitablemente acabamos platicando acerca de nuestras cuestiones personales y el consabido tema del sexo.

Avanzando en la charla, comenzó a hablarme de las ganas que tendría de conocerme, y de las muchas cosas que le gustaría experimentar junto conmigo. Poco después de sostener nuestras primeras charlas donde comenzamos a dibujarnos con letras escenarios pletóricos de lujuria y de desenfreno, decidimos intimar más y llegamos al teléfono. Su voz contribuyó a darle a sus palabras aquel tinte desmedido donde podía oírla suspirar cada vez que yo le planteaba mis deseos y mis sensaciones. Cada vez que colgábamos la llamada, bajo mi pantalón se marcaba la silueta amenazante de mi falo queriendo ser satisfecho a plenitud. No pasó mucho tiempo para que decidiéramos encontrarnos cara a cara para entregarnos toda aquella pasión que tanto decíamos.

Hice un hueco en mi apretada agenda para tomarme unos días y juntarlos con el fin de semana para encontrarme con ella. El sitio elegido para conocernos y disfrutar de unos apasionados días fue Guanajuato. Quedamos de vernos en la terminal de autobuses al medio día de un jueves. Al día siguiente de que establecimos la cita desayuné con un amigo, al cual le conté la aventura en que me había metido por primera vez. Él se rió de mí:

  • Estás loco, de veras. Eso de estar solo te ablanda el cerebro – me decía- ¿Qué tal si es una de esas tipas locas que se pone a gritar que la estás violando en cuanto le des el abrazo de bienvenida? Leí que ya algo así le pasó a alguien.

  • No importa- le dije, minimizando sus palabras- sé tomar mis precauciones. Tengo impresos sus correos donde dice qué es lo que quiere, su nombre y hasta el celular al que le voy a llamar. Además, si algo se pone mal, siempre hay forma de arreglarlo ¿me explico? No todos los días se vive algo así- concluí decidido. Él solo se rió nuevamente y comprendiendo la inutilidad de sus argumentos fatídicos y dio un nuevo sorbo a su jugo de naranja.

El jueves por la mañana salí en mi auto rumbo a Guanajuato. Me desayuné la consabida barbacoa de Santiago, apenas pasando la caseta de Palmillas y seguí rumbo al esperado encuentro. Todo el camino me fui dibujando en la mente mil y un escenas eróticas, llenas de un sexo pervertido e incansable. Veía su cuerpo moreno enredado con mi blanca piel, sus rizados cabellos acariciando mi espalda y sus ojos verdes mirándome mientras su bello rostro se dejaba penetrar por mi verga en la boca. No olvidaba cada detalle de su descripción; había memorizado la talla de sus senos, la suavidad que deberían tener sus piernas, el tipo de roces que inevitablemente la encendía. Todo contribuía a que mi mente fácilmente me retratara en esas mórbidas imágenes con las cuales disfruté las pocas horas que conduje hasta Guanajuato. Al llegar a la estación de autobuses, le llamé para constatar el número telefónico que llevaba y que estuviera a punto de llegar. Su voz cantarina y argéntea me respondió con gusto al otro lado de la línea, así que, gustoso, compré una nutritiva Coca Cola en una cafetería y me senté a leer las noticias financieras mientras esperaba su llegada.

Cuando fue entrando la gente que bajó del autobús en el que ella debería de llegar, rápidamente me puse de pié y volví a marcarle. Iris estaba recogiendo su maleta, aún en el andén y paso a paso me fue describiendo su trayecto hasta que apareció de lleno por los pasamanos de la sala de espera. Al verla… Oh Dios… el corazón me dio un vuelco, y otro, y otro más. Jamás la pensé tal cual la veían mis ojos. Ella era… sencillamente…horrible, espantosa. Mucho mas baja de lo que me había dicho, mucho mas menuda de lo que yo esperaba, su piel no era de un moreno claro y hermoso, ni de ese moreno encendido y tostado que tanto hace lucir a una mujer, sino… no se… era un color simplemente feo. Los rizos con los que soñé tanto no eran más que un poco de cabellos teñidos de castaño, tan cortos que dudo que mis dedos pudieran tomarse de ellos en algún momento. Y para acabar con todo, su ropa…ufff… una blusa roja encendida de tela barata, con unos jeans excesivamente ajustados de pana verde claro, bajo de los cuales unas calcetas blancas hacían juego con unas zapatillas a cuadros blancos con negros. Su rostro lucía tan diferente a como lo pensé, sobre todo al verla mascando ostentosamente un chicle, enmarcada en los pendientes mas poli cromáticos que pudieran conseguirse en un mercado callejero. No lo podía creer.

Iris de inmediato me reconoció y avanzó hacia mí sonriendo y abalanzándose para abrazarme y plantarme un sonoro beso en la boca. No se… por un momento quise pellizcarme y despertar de esa pesadilla. Mi mente estaba como detenida, bloqueada; no sabía si correr de ahí, esconderme o fingir demencia absoluta. Sentía que todos en la terminal volteaban a verme y se reían de mí. Quería largarme inmediatamente, pero un apenas vivo sentido de caballerosidad me lo impedía. Finalmente ella había viajado desde muy lejos para verme y ella podría ser la que se hubiera encontrado con un tipo completamente diferente al que había esperado. Así como ella me desagradaba, yo también pude haber estado muy lejos del tipo de hombre que ella pensó yo era. Por su forma de acercarse era obvio que no, pero pudo haber pasado. Todo eso pensaba pero, sin embargo, no podía yo tolerar el salir junto con ella de ahí, pasearme de la mano de aquella chica y más me apetecía una patada en los testículos que pasar la noche con ella.

En el camino hacia el centro de la ciudad, me fui lamentando de haber escogido un hotel céntrico y de moda. Ojalá hubiera rentado una habitación en un apartado monasterio, donde ni siquiera el aire pasara por ahí, pero ella me vendió desde semanas antes la idea de hacerlo en medio de un ambiente oscuro y de corte antiguo, por lo que fuimos a parar al Castillo de Santa Cecilia, en pleno centro de la ciudad. Desde el mostrador, el recepcionista me miró con un resquicio de burla cuando ella misma pidió entusiastamente una habitación con cama King Size para ambos. "No saldremos de la habitación- pensaba yo- nos quedaremos encerrados donde nadie pueda vernos; así tenga que pasármela cogiendo todo el fin de semana"; pero no, apenas cerramos las puertas de la recámara, ella se metió al baño para cambiarse de ropa –por otra igual de fea y corriente- y pedirme alegremente que fuéramos a alguno de esos restaurantes finos de los que habíamos platicado. Busqué inventar excusas, quise replicar alguna idiotez que fuera capaz de hacerla desistir en su empeño de salir a sitios públicos, pero fue inútil. Veinte minutos mas tarde, nos sentábamos a la mesa de un restaurante italiano cerca del Teatro Juárez, luciéndome tomado de la mano de aquella mujer.

Cuando una cosa te hace sentir mal, pareciera que todas las demás se ponen de acuerdo para salir también mal y hacértelo sentir implacablemente. En cuanto el mesero cayó en la cuenta de que no éramos turistas extranjeros nos invitó a pasar a una sala mas alejada del pórtico del restaurante, pues esas mesas con hermosa vista estaban destinadas a quienes le fueran a pagar en dólares. No solo me negué a hacerlo, sino que tras intercambiar algunas frases ensayadas de aparente indignación, pasé decididamente a la ofensiva verbal. Insulté al mesero, lo sobajé con mis palabras hirientes mejor escogidas, me burlé de él de la manera más virulenta, de su aspecto, del tono de su piel, de lo corriente de sus modales; no procurando que nos dejara en paz o simplemente herirlo, sino incitarlo a perder la cabeza para darme el gusto de reventarle la boca de un buen golpe, o dos, o los que me vinieran en gana. No creía yo en ninguna de las palabras que le decía, solo buscaba la frase que me fuera útil para humillarlo y obtener un pleito a golpes. Ni la llegada del gerente para regañar al mesero me hacía cejar en mi empeño de provocar a aquel imbécil. Solamente Iris, tomándome de la mano y arrastrándome a jalones fuera de aquel sitio pudo evitar que el desenlace de esa escena resultara netamente violento. Terminamos comiendo unas tapas de jamón de bellota y chorizo en una pequeña placita donde exhibían cuadros para su venta. Llegando de regreso al hotel, Iris procuraba aún calmarme. No estaba yo molesto; en realidad entendía la actitud de aquel mesero, pero no podía permitirle a ese tarado dirigirse a mí de esa manera. De pronto, las palabras de Iris me helaron cuando comenzó a decir:

  • Ese hombre nos miró vestidos en fachas y pensó que no llevaríamos suficiente dinero ni seríamos buenos clientes. Eso fue. Que no te haga sentir mal eso, mi cielo, hay quienes juzgan y se fijan en cómo te vistas o cómo te veas para decidir si vales como persona o no. Pero ese es problema de ellos, no de nosotros. Tú sabes que no eres un jodido y que puedes pagarte el banquete más caro del restaurante, tú sabes que tienes mejores ropas y que solo te vestiste así por desfachatez, pero puedes vestirte mejor que el dueño de ese sitio. ¿Por qué te molesta si ese hombre piensa algo contrario? Sabes que vales mucho mas de cómo te veas por fuera. Deja que ese idiota que te juzgó por tu aspecto se vaya a la mierda y tú disfruta de este paseo, cariño.

Las palabras de Iris me desarmaron por completo. Ella intentando que me dejara de sentir mal porque alguien nos juzgó por nuestra apariencia siendo que yo la juzgué inmediatamente por cómo se veía. Si ella pensó que con eso me haría sentir bien, se equivocó; ahora estaba yo avergonzado, sintiéndome una mierda completamente. Solo cerré mis ojos, pues dudé por un segundo de poder sostener su mirada tierna y sonriente.

Iris fue atrayendo mi rostro hacia su pierna, para recostar mi cabeza en ella y empezar a acariciar mi nuca con sus palmas y con sus uñas suavemente. Aún con los ojos cerrados yo podía verla sonriéndome cariñosamente, decidida a hacerme sentir bien. Sus manos emanaban paz y tranquilidad; su puro tacto echaba por tierra cualquier molestia, cualquier fastidio, y me inundaban de su armonía al más ínfimo roce.

Sus manos pasaron de mi nuca a mi espalda, dejándome sentir la exquisita dureza de sus uñas sobre la ropa. De un momento a otro, la actitud de sus manos cambió. Se dio cuenta del bienestar que me había provocado y entonces quiso regresar al punto por el cual había recorrido kilómetros desde Durango para conocerme… Coger.

Mis ojos continuaron cerrados por la sensación de bienestar que las manos de Iris provocaban. Su experto frotar y amasar la carne de mi espalda me hacía emitir suaves expirares de descanso y relajación, pero también de placer. Cada parte de mi espalda fue frotada con suavidad, fue recorrida con un impresionante deleite de mi parte. Ni cuenta me di, pero de pronto, mis ropas ya no estaban donde yo recordaba haberme quedado vestido.

No se cuántas veces gemí de gusto al sentir las manos de Iris masajeándome. De la espalda, sus manos bajaron y recorrieron mis nalgas y mis piernas, haciéndome sentir un cúmulo delicioso de sensaciones. Iris estaba montada ya sobre mi cadera, continuando su masaje y quitando sus ropas. En mi espalda sentía el calorcito que su entrepierna generaba y eso me ponía mas caliente a cada segundo que pasaba. Sus manos me frotaban libres; mi piel se henchía de placer al sentirla. A cada segundo, una nueva sensación placentera me inundaba. Y me inundó de pronto una húmeda y tibia sensación bajo sus manos, que tuvieron mayor suavidad para moverse sobre mi piel. Su boca estaba cerca, siempre cerca, así que ni pregunté sobre cómo lubricaba mi piel para poder mover sus manos así. ¿Era su flujo, su saliva? Yo solo sentía, y disfrutaba. ¿Para qué preguntar más?

  • Ven cariño, date la vuelta- me dijo guiándome para rodar y quedar de espaldas a la cama. Así, mi falo se mostró completamente erecto y listo para dar batalla. La sonrisa de Iris fue inmediata, quien me miraba sin apartar un solo segundo la vista de mi tranca que se erguía ostentosa, llamándola.

  • Me has hecho desear muchas noches tu palo duro, cariño- dijo Iris con una voz suave y aterciopelada, procurando darle sensualidad a su actitud de ir descendiendo con sus manos por mi tórax, tirando un poco del pelo de mi pecho y dejando bajar sus besos por mi cuerpo. -Han sido demasiadas noches que me has dejado con mucha hambre.

Iris acercó su nariz a mi glande y aspiró fuertemente, paseando y oliéndome ruidosamente por todo lo largo del tronco hasta mis testículos. La sonrisa que ponía al estármelo oliendo me ponía cada vez mas caliente. Con expresión libidinosa Iris comenzó a recorrerme el falo con toda su lengua para al final olérmelo de nuevo y volver a lamer, pero en otra parte de mi pija erecta.

  • Ay amor… -decía golosa- esta tan sabrosa tu verga… te sabe tan rico, te huele delicioso- y cerró definitivamente sus labios en mi glande, para comenzar a chuparlo, succionándolo hacia el interior de su boca. A los pocos segundos de haber empezado a mamármelo mis gemidos comenzaban a escucharse fuertemente por toda la habitación, al recibir yo una de las más deliciosas felaciones de mi vida.

  • Tenía tantas ganas de mamarte la verga, cariño- me decía en susurros y volvía a engullir mi pene tieso, dándome placer por deliciosas oleadas que me hacían gemir y retorcerme de placer.

Iris era una de esas mujeres con verdadero gusto por el sexo oral; lo hacía por verdadero vicio y no porque quisiera darme algo que yo deseara. ¡Y en verdad era una maestra en el arte del fellatio! No era de esas chicas que apresuran el metisaca del pene en la boca, ni de aquellas que piensan que estarnos haciendo lo mismo durante un cuarto de hora nos mantiene igual de excitados. Iris movía su cabeza en suaves bamboleos sin dejar de mirarme a los ojos sensualmente, muñequeando con su mano despacio mientras hacía entrar y salir mi falo de su boca lentamente; de pronto succionando, de pronto lengüeteando la punta de mi glande o de pronto metiéndolo hasta el fondo de su boca y sacándolo de a poquito mientras lo apretaba con sus labios y la forma de mi palo erecto se marcaba claramente desde el interior de sus mejillas. Las uñas de Iris no dejaban ni un momento de acariciar mis testículos, provocándome a cada momento violentas oleadas de placer.

Tras chupar mi falo por un buen rato, Iris me colocó diestramente el preservativo y se recostó en la cama para dejarse penetrar. Lo hicimos como locos, bufando y gozando sin frenos hasta estallar cada uno en un delicioso orgasmo y riéndonos al final cada vez que recuperábamos el aliento. Sudando nos seguimos besando y acariciando en la cama hasta que el descanso se nos hizo suficiente y volvimos a cogernos una y otra vez, probando una posición y otra, haciéndolo de pronto suave y dulcemente y de pronto salvaje y decididamente guarros, hasta quedar dormidos de cansancio y satisfacción.

Desperté acalorado de pronto y me levanté a oscuras para encender el aire acondicionado. Eran casi las tres de la mañana. La frescura que de pronto bañó mi cuerpo me hizo estremecer y reavivó mi apetito libidinal de puro golpe. Iris dormía plácidamente, desnuda bajo la delgada sábana blanca que cubría la cama. Me acerqué a verla, ya de otra forma, importándome menos su físico o su forma de vestir, o sus modales; viéndola de una manera más próxima a la humana y menos a la artificiosa vanidad con que la juzgué tan estúpidamente. Su rostro reflejaba paz, tranquilidad; se le veía ajena a caretas y roles postizos, tan comunes en nosotros, y solo generaba en mí, además del deseo, solo un sentimiento: respeto.

Descubrí el cuerpo de Iris, y me acerqué a olerla y a besarla. Su cuerpo despedía el humor fuerte y maravilloso de una verdadera hembra recién apareada que excita únicamente a quienes saben disfrutar de una verdadera mujer. Acerqué mi rostro a su pubis, miré sus vellitos muy cortos coronando su monte de gloria y aspiré el maravilloso aroma a sudor que los cubría. No tardé mucho en perder mi rostro entre sus piernas, y comenzar a lamer despacito sus labios vaginales, queriéndole dar placer sin despertarla. En un acto reflejo, ella cerró sus piernas de pronto, por lo que yo las volví a separar suavemente con mis manos. Me encantaba la idea de lamerle el coño a Iris, estando ella dormida plácidamente, saborearla y hacerla sentir en sueños.

Iris no reaccionó desde las primeras lamidas que mi lengua dio a su sexo, pero segundos mas tarde ella comenzó a gemir muy quedamente y a mover suavemente la cadera, mostrándome cómo disfrutaba del trabajo de mi boca. Mis manos acariciaban suavemente el largo de sus piernas, tal como siempre me ha gustado hacerlo, apenas tocando. Mi lengua se llenaba del sabor de los flujos vaginales de Iris, deteniéndome a saborearlos y a olerla de nuevo antes de seguirla lamiendo. Los gemidos de ella aumentaban, así como se iba pronunciando más su sonrisa dormida al sentirme. No tardó mucho en despertar y mirarme lengüeteándole el coño.

  • Cariño, que malo eres- murmuró apenas- ¿Por qué me despiertas y no me dejas descansar?- pero fue abriendo dócilmente sus piernas, para dejarse comer a mi antojo.

El siguiente orgasmo de Iris llegó muy suavemente, anunciado solo por el acelerar de sus jadeos y una ligera tensión en su vientre. Su sexo se llenó nuevamente por completo con su savia maravillosa, la cual lamí y degusté pacientemente con mi lengua. Ella se incorporó y apretó su rostro contra el mío, besándome profundamente. Nuestras lenguas se tocaban y frotaban una con otra, saboreándose mutuamente. Iris mostró de pronto una cierta impaciencia, y sonriendo tomó mi mano y me guió hacia el cuarto de baño, se sentó en el retrete y jalándome hacia sí, comenzó a chuparme lentamente el pene, que fue adquiriendo nuevamente su dureza, mientras ella, con un suspiro de descanso comenzó a desahogarse, orinando y mamando a la vez. Yo la miraba excitado y divertido al mismo tiempo.

  • Me gusta aguantarme, retenerlo- dijo entre mamadas- me da placer.- Y continuó embadurnando mi verga con su saliva y derramándose sobre el agua del inodoro.

Terminando de orinar, Iris se levantó, volvió a besarme calientemente y solo dijo: - Vamos, cariño…cógeme ya.

Los menudos brazos de Iris se colgaron de mi cuello, y tomándola yo de sus nalgas, la levanté y coloqué de forma que mi falo pudiera entrar nuevamente en su cuerpo. Sus piernas enredadas a mi cintura hacían presión para controlar y sentir mejor la penetración. Las sensaciones que yo sentía eran deliciosas y me extasiaban, haciéndome asegurar que a veces, es mayor el placer que se siente cuando uno coge de pié.

Iris solo repetía, mirándome fijamente a los ojos y moviéndose como loca colgada de mi cuello… -Cógeme…si…cógeme cariño…así, así…cógeme…- haciendo ambos un 4 maravilloso y deleitable, disfrutando los dos de nuestros más voraces e impúdicos caprichos carnales.

-Sácamela, por favor- pidió con mirada hirviente, para tomar con una mano mi falo erecto y mojado saliendo de ella y comenzar a restregarlo en su clítoris, luego en su perineo, y finalmente en la plisada entrada de su ano.

-Empuja, cariño- pedía Iris enfebrecida, intentando guiarme para introducirse mi verga analmente. Tras varios intentos desistimos y ella continuó besando mi pecho y lamiendo mis tetillas mientras sus uñas maravillosas recorrían mi espalda sin descanso.

Iris me dio la espalda y comenzó a masajearse las piernas y las nalgas, mirándome desde el reflejo del espejo que coronaba el lavabo del pequeño baño de la habitación. Sus manos frotaban sus nalgas, las abrían y mostraban la oscura entrada que me animaba a cruzar. Yo no paraba de mover y golpetear mi falo con mi mano contra mi vientre, gozando de ver el espectáculo que esa hembra deliciosa me ofrecía. Sus dedos comenzaron a masajear el hermoso orificio de su culo, y poco a poco, lo fueron penetrando ante mi vista, moviendo ella sus caderas de manera hartamente morbosa para masturbarse así por dentro. Mi erección crecía a cada instante una vez más y ella la veía desde el espejo, con una expresión fascinada y hambrienta.

  • Platicamos de eso una vez en el teléfono, ¿te acuerdas, cariño?- me decía sonriendo incitantemente- ven y cumple mi capricho, cabrón. Demuéstrame otra vez la clase de hombre que eres- y abrió sus nalgas retándome, invitándome a sodomizarla sin más demoras. Iris llenó su mano con la crema facial que llevaba, y que estaba sobre el lavabo y con ella untó mi verga erecta que estaba a punto de clavarla una vez más.

  • Ahora si… dame verga y párteme el culo- dijo antes de que mi glande resbalara ya sin trabas por entre su esfínter.

Iris no pudo contener una expresión de dolor al instante de que mi falo fue enterrándose en su ano, pero con un movimiento de su mano me impidió retirarme. De pronto, ya había clavado yo completo mi pija en su recto, y bombeaba yo despacio, de pié detrás de ella, intentando moverme en círculos a pesar de que su baja estatura me lo complicaba. Iris mostró lo afecta que era a repetir las mismas palabras durante el sexo; gimiendo esta vez ruidosamente y pidiendo con mas ganas: -Sí, cariño… dame verga… así dame… dame verga… quiero más…dame verga así, cariño- y se apretaba con las manos al lavabo, sin dejar de mirarme y mirarse en el espejo al dejarse ser cogida por el culo.

Quisiera decir que tardé mucho tiempo en venirme, pero no fue así. Antes de dos minutos ya sentía como el placer se desbordaba en mi cuerpo, y al sentir la avalancha de gusto surgir de mi vientre, dejé que cada sensación ocupara su sitio en mi interior y me solté, para eyacular dentro del caliente culo de Iris sin mayores miramientos. Sentí cada chorro salir de mi cuerpo, sentí la maravillosa sensación de expulsar hasta el último mililitro de mi semen dentro de sus nalgas; me abracé al cuerpo menudo de aquella mujer que me llenaba de placer y que me guiaba por los senderos mas exquisitos del placer corporal. Terminé de jadear enloquecido, con mi mejilla recostada sobre su corto, enchinado y feamente teñido cabello, casi a punto de llorar de placer. Los ojos de Iris me miraban, como en una dulce venganza y sonreía.

Los días que siguieron apenas y salíamos del hotel para comer algo y regresábamos por mas sexo a la habitación. Si alguien me veía con burla por ir con una mujer naquita, yo me reía más de ese pobre idiota, pues ni idea tenía de la maravilla de mujer que se estaba perdiendo. Al momento de despedirnos en la terminal de autobuses de Guanajuato, nos dimos un abrazo muy largo y un sincero "espero nos volvamos a ver pronto" que jamás se cumplió. Hubo planes de volvernos a ver en muchas ocasiones, pero no pudo concretarse ninguno, hasta que poco a poco nuestra comunicación fue desapareciendo hasta extinguirse por completo. Desde esa vez, me cuido mucho de las citas a ciegas por Internet. Estoy seguro que no todas serán tan maravillosas como con Iris.