Una chica XXL

Mi primera experiencia con una gordibuena

Hola a todos de nuevo, espero que os agradase la historia anterior sobre como fue mi iniciación en el mundo del sexo. Si alguna vez encuentro tiempo, y es de vuestro interés, os contaré alguna de mis muchas escapadas con María, la mejor vecina que he tenido en mi vida. Como podéis imaginar todas acababan en galopadas frenéticas a lomos de sus nalgas divinas, que pena que el destino se la llevase a otra ciudad y la perdiese para siempre.

Hoy prefiero contaros otra experiencia distinta, singular por distintos motivos. ¿Habéis hecho alguna vez el amor con una chica rellenita? Quiero decir con una chica con más kilos de lo normal, ese tipo de mujeres que para muchos hombres no suelen ser la primera elección por modas culturales o criterios estéticos mayoritarios. Como mi anterior historia con María, ésta también será real, y ese es el patrón que intentaré seguir en cuantos relatos me anime a escribiros huyendo de recrear ficciones. Aquél Alex que dejó su casa para comenzar los estudios universitarios en una capital era ya un chico muy seguro en de sí mismo, casi un auténtico peligro para cuantas mujeres entraban en su radar. Mis primeros meses en la universidad transcurrieron de forma frenética, adaptación al piso de estudiantes y a la convivencia con mis compañeros, toma de contacto con el mundo universitario, en definitiva vivía en un continuo ir y venir asfixiado por las clases y otras obligaciones. Yo seguí mi pauta de chico responsable aislándome de algunos compañeros que abusaban del tiempo libre y la juerga como rutina, sólo los fines de semana salía a distraerme y desconectar. Pero a veces es difícil abstraerse de lo que te rodea al 100%, y en aquel ir y venir de mis quehaceres universitarios las tertulias con compañeros, y sobre todo con compañeras, empezaron a formar parte de la cotidianidad. Así conocí a Rosa, una chica ya en sus últimos años de carrera (rondaría los 22 años), jovial, divertida, extrovertida, descarada, bromista, cachonda, y una folladora empedernida a tenor de lo que confidencialmente me transmitían algunos de los que decían conocerla. Yo huyo de los prejuicios por lo general, así que intento llegar a conclusiones por mi mismo antes de juzgar a las personas. Era envide te que yo era el “niño bonito” de mi piso, el tío bueno, el que caía bien a las chicas, y Rosa no paraba, entre risas y bromas, de tirarme los tejos. Por su carácter era una descarada irredenta, no se cortaba con nada y sus comentarios a veces incomodaban por su obscenidad. Muchas veces cuando me retiraba a la habitación para dedicar un tiempo al estudio (lo hacia a diario, siempre fui un buen estudiante), y en medio del alborozo general de mis colegas, me decía a modo de despedida cosas del estilo

-¿Cuando me invitarás a deshacer tu cama?-

ó aquello de

-Cuenta conmigo para resolver tus problemas de física teórica-

(ella era de letras), o lo más fuerte,

-¿Te sobra algo de leche para rellenar mi frasco?-

En medio de las carcajadas generales intentaba seguirle la corriente contestándole cualquier cosa ocurrente, dejándolo todo en el ámbito de la broma y la ironía, haciéndome el tonto como se dice vulgarmente. Ella no era mi tipo, por mi cabeza no se me pasaba enrollarme con ella, prefería otro tipo de chicas y la verdad no le hacía mucho caso.

Creo que debería describiros a Rosa, la imagen general podría ser la de una chica con cuerpo muy femenino a la que le aumentas las dimensiones de toda su fisonomía excepto la estatura (que era normal). Era generosa de pecho, trasero y piernas, le sobraba algo por todas partes sin llegar a ser una mujer obesa en el sentido médico del término. Lo más atractivo de ella era su rostro, era el de una auténtica viciosa, labios gruesos, ojos claros grandes y rajados, nariz afilada pero no desproporcionada, podría resultar agradable y desde luego muy sugerente para una buena mamada. Su pelo era liso, en general corto y muy cuidado de peluquería, de color castaño aunque a veces se lo teñía de colores sugerentes haciendo guiños a la estética punk o gótica, era muy moderna, usaba carmín de colores atípicos (azul, marrón oscuro casi negro,…), alargaba mucho el perfil de sus ojos y pestañas con lápices de ojos siempre de color negro.

Con el tiempo los comentarios y bromas de mis compañeros de piso acerca de mi interacción con Rosa empezaron a resultarme molestos, o quizá no sea esa es la palabra, lo cierto es que hirieron en cierto sentido mi orgullo estúpido de “macho ibérico”

-¿Todavía no te la has follado tío? (risas), ¿Es que te lo tiene que pedir de rodillas? (más risas)-

Intentaba no hacerles caso y seguir con mis cosas, pero como la lluvia fina esos comentarios me iban calando. El detonante que lo cambió todo fue una mañana en que me levanté muy temprano para ir a la universidad, entonces comenzábamos las clases muy pronto. Rosa como muchas otras veces al parecer había dormido en el piso (yo no lo sabía), y accidentalmente me la encontré en el baño al abrir la puerta imprudentemente. Sí, estaba en ropa interior, la vi algo sofocada, pedí perdón y cerré la puerta. Ese día al repasar una y otra vez esa escena empecé a evaluar la posibilidad de intimar con ella, lo cierto es que finalmente no pude evitar sentir ganas de follár con ella. Ese día decidí que lo iba a intentar, si ella accedía iba a hacerlo. Si tengo que buscar una razón para mi cambio habría que encontrarla en que aquella imagen me resultó estimulante, ciertamente era una chica con evidente sobrepeso pero su figura no era para nada desagradable, las tetas eran impresionantes, para comérselas sin parar, la piel me pareció mucho más tersa de lo que yo hubiese imaginado, sin estrías, ni celulitis. Hasta su vientre, algo voluminoso lógicamente, carecía de pliegues desagradables o michelines, se apartaba del arquetipo que se aplica a este tipo de chicas. No pude verle el trasero pero por extensión lógica imaginé que debería ser redondeado, generoso y de tacto agradable, desde luego sus caderas eran mucho más anchas que su cintura y las piernas, gruesas arriba, iban perdiendo volumen hacia sus pies configurando una imagen apetecible. Me imaginé que el tacto de su piel no debería ser muy flácido, y podía ser hasta duro, algo de su fisonomía era natural o constitucional y no consecuencia de excesos en la dieta.

A partir de ese instante, sin ansiedad porque tampoco se trababa de mi máxima obsesión sexual, esperé pacientemente a que se diese la oportunidad justa. No quería un polvo pasajero, quería tener tiempo para aprovechar la experiencia y conocerla íntimamente con tranquilidad, a ser posible sin testigos. Un Viernes se alinearon los planetas, había un puente festivo al inicio de la semana siguiente y muchos estudiantes se habían desplazado a sus ciudades de procedencia. Yo me quedaba sólo en el piso, tenía todo el fin de semana para mí. Hice todo lo posible por verla sin que ella lo percibiese, la encontré como otras veces entorno a los comedores universitarios, fingí un encuentro casual, y cortésmente me ofrecía a acompañarla durante el almuerzo. Me presentó a unas amigas y me senté en una mesa rodeado de señoritas. Mientras comíamos siguió con sus bromas, que si vaya bomboncito os traigo hoy a comer, que si hoy está claro lo que nos gustaría de postre, así era ella, aguanté como pude el chaparrón como todo un caballero. Al acabar, cuando nos quedamos solos para despedirnos le pregunté si el fin de semana estaría en la capital, a lo que me dijo que sí, que trabajaba esporádicamente en una peluquería y tenía que quedarse obligatoriamente. Genial -le dije-, le comenté entonces que estaba sólo ese fin de semana (con toda la intención del mundo), y con la excusa de que me iba a aburrir le sugerí que se pasase por mi piso, cualquier día del finde, para tomar un café, o una copa, o charlar. Se hizo el silencio y ella me escrutó con sus ojos, esbozó media sonrisa. ¡La Rosa extrovertida y explosiva de habituales comentarios desmedidos pensaba unos segundos lo que iba a responder! Eso era toda una novedad. Al final, y de una manera casi formal me dijo que sí, por supuesto, que se pasaría el sábado a última hora de la tarde, después de las siete. Noté que el tono de su voz cambiaba, era ligeramente distinto en intensidad, o quizá por un ligero titubeo que denotaba duda, emoción o nerviosismo. Con el tiempo desarrollas un sexto sentido, y estaba más que claro para los dos que esa cita era atípica, supongo que ambos sospechábamos para lo que nos íbamos a ver, a mi me costaba sostenerle la mirada y ella casi pareció ruborizarse un poco al decirme adiós. A veces el exceso exterior solo es reflejo de debilidad interior.

Aquél sábado recogí y limpié el piso, compré algo para picar y algunas bebidas, y aguardé pacientemente. Tras evaluar la situación y reflexionar sobre la verosimilitud de mis expectativas tome una fría decisión: comprar dos cajas de preservativos. Rosa llegó sobre las siete y media, ni tan pronto como para demostrar ansiedad ni tan tarde para demostrar indiferencia. Dos besos de bienvenida, siempre en su caso efusivos y enérgicos, algún chiste para romper el hielo que nunca le faltaban, algún comentario sobre su día de trabajo en la peluquería… Mientras ella hablaba y hablaba yo observaba, llevaba una blusa ligera que dejaba asomar unas tetas tremendas, su pelo estaba recién peinado, portaba unos pendientes de media luna que nunca le había visto, su maquillaje era el típico en ella aunque en esta ocasión especialmente cuidado, lo excepcional eran unos vaqueros ajustadísimos al límite, no dejaban nada a la imaginación. Menudo trasero, impresionante, no podía dejar de pensar que lo que podría suponer cabalgarlo, eso tenía faena de la buena. Aunque sus piernas eran robustas haciendo que sus muslos rozasen en la entrepierna, a la altura de su coño se dibujaba un pequeño vacío, ese minúsculo espacio triangular que siempre sugiere una vulva ancha y generosa. Mis deseos por poseerla se disparaban. Se sentó en el sofá y yo me senté a su lado, no paraba de hablar, creo que era la forma de darle rienda suelta a su nerviosismo interior. Unos minutos más tarde, aprovechando un instante en que parecía que se quedaba sin argumentos, sin más recursos para sus bromas y comentarios, clavé mi mirada en sus ojos y le dije que esa tarde estaba deslumbrante y preciosa. Y lo estaba. No necesitamos mucho más, poco a poco nuestras bocas se acercaron hasta fundirse en un beso profundo, era el comienzo de una tarde noche, quizá de un fin de semana, bastante intenso. Con voz dulce me dijo -ven para acá pichoncito-, y comenzó a acariciarme y besarme con ansia. Recuerdo que Rosa era muy pasional, sus besos reflejaban la fuerza encerraba en su interior, su lengua hurgaba en mi boca con energía, la movía de forma frenética. No le había acariciado todavía los pechos cuando ya me había bajado la bragueta del pantalón y cogido la polla, era vertiginosa y decidida en todo lo que había. Que pedazo de melones tenía, una vez que le quité la blusa los senos caían con generosidad de su pecho, mi boca no podía abarcar la zona coloreada de sus inmensos pezones, intentaba comérmelos, lamerlos, los sorbía y no daba abasto con tanta exuberancia.

Ella ya tenía mi polla entre sus manos y no paraba de estimularla, era muy directa, sus ojos de lujuria y vicio perseguían mi pene, mientras lo estimulaba me miraba a los ojos con cara de vicio, de deseo. Le desabroché los vaqueros y al hacerlo su carne se liberó, llevaba unas braguitas negras que difícilmente contenían esa avalancha de carne sonrosada. Le ayudé a quitarse los pantalones no sin perseguir con la mirada su coño. Su vello púbico asomaba por detrás de las braguitas, estaba ansioso, quería ver cómo era su vulva, su forma y tamaño, acariciar su clítoris, quería disfrutar del sexo XXL. La levanté del sofá y le pedí que fuésemos a mi dormitorio, Rosa me miraba con ojos de vicio liberando su espíritu salvaje, diciéndome al oído -vamos a ver como se porta esa polla pichoncito, a ver de lo que eres capaz-. Le pedí que me la chupara antes, le dije que me agradaría mucho y…no había acabado de pronunciar esas palabras cuando ya la tenía dentro de su boca, succionaba casi con violencia, la tuve que parar, me iba a liquidar por la vía rápida. Le pedí más suavidad, más lentitud, más mimo, y ella se rió diciéndome que era un poco remilgado. Pensé que me estaba retando, que quería demostrarme que era mucho más mujer de lo que yo podía abarcar, supongo que en venganza a mi indiferencia ante sus reclamos tiempo atrás. Aquel fue uno de los mejores momentos, sentí su lengua grande y generosa acariciando mi polla, lamiéndola, recorriéndola una y otra vez, con suavidad, deteniéndose en los puntos sensibles del glande, sin dejar de mirarme, para luego comérsela hasta el fondo, lamerme los huevos, succionarlos (jamás me habían sorbido los testículos).

Estaba claro que Rosa había hecho kilómetros en esto del sexo. Ya echada en mi cama le comí el coño, cada mujer tiene un sabor distinto y quería conocer el de Rosa, ahí fui meticuloso, sabía cómo lograr que perdiese el control y ese momento era el de mi pequeña venganza. Clitorís, labios de su vulva… le estimulé todo su sexo de forma continua y metódica hasta que ella estalló de placer en medio de irrefrenables gemidos y gritos, le metí mis dedos en la vagina mientras le comía el clítoris y sentí el espasmo de su musculatura interior al llegar al orgasmo. Estaba preparada y saqué una caja de preservativos. Ella me dijo si controlaba, no la entendí hasta que me preguntó de forma directa si era capaz de follármela a pelo sin correrme dentro de ella. La miré y le dije que podría aguantar un poco, aunque no sabía cuánto. Sin más me eché encima de ella y la penetré con suavidad, intentando sentir cada centímetro que mi miembro le ganaba a su carne, iniciando así un misionero continuo, de menos a más. Ella gemía y yo lo estaba disfrutando, su vagina era amplia, generosa, mi pene navegaba dentro de ella sin estrecheces.

Me pidió que me diese la vuelta para ponerse encima de mí, una vez en esa postura introdujo mi pene con suavidad en su coño hasta el fondo y agachándose sobre mi cuerpo me entrego sus tetas para que me las comiese. Me hizo un cowgirl intenso llevándome al límite, me absorbía por completo, su cuerpo con su peso me aprisionaba mientras mi verga se clavaba más y más en su interior en un combate contra las leyes de la Física, su vagina era gigante y se comía mi polla por completo. Iba a correrme, estaba apunto, pero no quería hacerlo sin probar lo mejor. Le pedí que se pusiese a cuatro, madre mía que culo, que barbaridad, la penetré y empecé a empujar como un poseso, su carne era dura, mis muslos y bajo vientre percutían contra sus glúteos, además de nuestros gemidos en la habitación sólo se oía la típica sinfonía rítmica del “chop,chop,chop,chop” de dos cuerpos chocando. La cogía por la cintura, intentaba asirme a sus glúteos, a sus tetas, no sabía como abarcarla por completo mientras empujaba y empujaba, ella me animaba con sus lamentos de placer -sigue, sigue, que bien me estás follando, sigue pichoncito, sigue así-. No podía más, -me voy a correr- le dije al oído en medio de un suspiro desesperado. Rosa me agarró la verga con determinación y se la sacó de la vagina y me dijo-te has portado bien pichoncito, te mereces un premio, olvídate del preservativo-. Rosa me tenía reservada para el final la guinda del pastel. Se puso otra vez a cuatro sin dejar de asir mi polla, empezó a rozarla suavemente con su ano, del roce pasó a la presión sutil, lentamente mi glande abrió un poco su esfínter. Aquella mujer quería que acabásemos con un griego, tuve mis dudas ya que nunca lo había practicado, pero decidí que había que aprovechar lo que la vida te ofrece a cada instante y acepté el reto. Tras varios movimientos con los que ella calibraba si podía penetrarla sin resultarle doloroso mi glande sintió de nuevo ese calor ardiente de su carne, y luego poco a poco el resto de mi pene entró hasta el fondo dentro de ella.

Con suavidad al principio empecé a percutir contra sus glúteos midiendo mis acometidas, el calor que sentía mi polla era irresistible, luego mis movimientos fueron más y más intensos, la estrechez de su ano comparativamente con la de su vagina era evidente, sentí cómo a cada una de mis embestidas su esfínter respondía con una ligera compresión que exprimía sutilmente mi verga, que sensación de placer,  aquello era demasiado para mí, yo ya no podía más. Echándome sobre su espalda volví a susurrarle que me iba a correr, que no podía más, a lo que me contestó e medio de un suspiro -dámelo todo pichoncito, acaba ahí dentro, dámelo todo, lo quiero todo-. Me corrí de forma explosiva con unas últimas embestidas salvajes, empujando todo mi ser contra sus glúteos intentando ganarle un milímetro más a sus entrañas. Acabamos exhaustos, agotados.

Aquel fin de semana se convirtió en una auténtica maratón de sexo con una chica tamaño XXL, una experiencia agradable e instructiva. Con posterioridad todo volvió a la normalidad, ella venía a nuestro piso, continuaba flirteando conmigo, y yo encajaba sus guiños indisimulados con buen humor fingiendo indiferencia. Un tiempo después me abordó en privado y  me preguntó que por qué no la buscaba, que conmigo ella se lo pasó genial y creía que yo también con ella. Me excusé en los estudios y el estrés de los exámenes, y era cierto. Rosa me entendió, dejando las bromas a un lado era una mujer inteligente y me estimaba. Yo descubrí en ella una amiga muy especial. Lo cierto es que nunca olvidé aquel fin de semana, sabía que ella era una de esas mujeres que conocía mis debilidades y podía llevarme al climax. Se entregó a mí como pocas, lo confieso, su francés era delicioso, exquisito, y cada uno de nuestros encuentros tuvo algo de especial, desde luego la expectativa de culminarlos con un griego glorioso hacía inevitable acabar follando con ella una y otra vez. Rosa, donde sea que estés, siempre serás la chica de mi primer año en la universidad.