Una Chica Normal 6 - el conejo tuvo la culpa
Haciendo una travesura como las que suelo hacer, entro a una sex shop en busca de un juguete. Lo que empieza como una travesura termina siendo una traición a mi novio. El relato más morboso y sucio que he escrito hasta ahora, en mi opinión. Espero les guste.
Hola soy yo de nuevo su amiga Megan. Y ahora vengo a relatarles otra de mis locas experiencias.
“¿Viste el trailer nuevo de Spiderman:No Way Home?” me preguntaba Jason, mi joven compañero de trabajo y el único ahí con quien podía sostener este tipo de charlas geeks.
“¡No mames! ¡Se ve super chingón! La verdad no esperaba mucho de esa peli, pero se ve que va estar buena” le contesté a mi compilla toda emocionada.
“Si, ya con esto se confirma el multiverso de Marvel. Ya quiero que sea diciembre para estar en el cine” dijo el chavalito.
“Pues si, solo espero que para entonces ya la pandemia se haya calmado un poco y podamos ir al cine sin problemas” contesté mientras seguíamos con nuestra labor.
“Más trabajo y menos platica” dijo una de nuestras compañeras, una señora ya entrada en años a la que le decíamos doña Meche.
“Ya sé, ya nada más se ponen a platicar de sus películitas de superhéroes y como aburren” dijo Josefina, otra de las doñas que trabajaban en el área.
“Ohh, pues no es mi culpa que ustedes nomás ven El Señor de los Cielos y toda esa clase de novelas pedorras jaja” les respondí para luego soltar una carcajada de burla hacia ellas.
“Pinche chavala grosera, ya se volvió bien respondona desde que es la novia del jefe” dijo doña Meche haciendo bola un papelito que tenía a la mano y lanzándolo contra mi.
“¡Se gana su sueldo con el sudor de su culo!” fue el turno de Josefina de atacarme ahora, arrancando las carcajadas de las otras 3 personas que trabajaban conmigo en el área, incluyendo a Jason que estaba rojo como tomate oyendo las pendejadas que decíamos.
“Shhhh, cállese viejilla metiche!” le dije a Josefina lanzándole, ahora yo, la bolita de papel.
Reímos un poco todos y seguimos en nuestras labores. Para nada me habían molestado los comentarios de mis compañeras. A pesar de tener no mucho tiempo trabajando con ellas, habíamos hecho buenas migas y por lo regular esa era la forma que teníamos para pasar el día de trabajo y hacerlo menos tedioso. Bromeando y haciéndonos burla unas a las otras. Ellas contra mí a causa de mi relación con Fernando, el dueño de la compañía embotelladora donde laboramos, y yo contra ellas haciendo mofa de su edad o sus gustos de programas de tv.
Jason era el único hombre que trabajaba ahí con nosotras en el área. Era un muchachillo recién cumplidos los 18 y por lo mismo era con quien más afín era en gustos de tv y cine, y lo apreciaba bastante, pues me ayudaba a aligerar el día con nuestras charlas.
Hubiera sido un día de trabajo como cualquier otro, si no fuera porque escuché a una de mis compañeras hablar de “el conejo”. Específicamente fue Berenice, otra de mis compañeras. Ella era más joven que las demás, creo que tenía unos 31 años más o menos. Era una chica gordita, pero con cintura y caderas y una cara linda. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos. Tenía unos ojos verdes hermosos que eran la envidia de todas las que trabajabamos ahí. Y bueno, la escuché decir que había pasado una noche muy sabrosa con "el conejo". Decía que desde que conoció al "conejo" ya ni caso le hacía a su novio. Curiosa como soy me metí a su plática para saber quién era ese mentado "conejo" y si acaso estaba engañando a su novio.
“¡No mensa!, ¿Còmo voy a estar engañando a mi novio?” me reprendió Bere.
“¿Entonces a qué te refieres? ¿Le andas haciendo a la zoofilia o qué pedo?”
“¡Cállate mocosa enferma!, ¿Cómo crees? El conejo es mi juguetito. Lo compré en una tienda y es el dinero mejor invertido en mi vida” dijo mi bonita amiga.
“Achis, ya me intrigaste. ¿es como el conejito de Energizer que dura y dura, o que onda?” le dije ya con la curiosidad al tope.
“No pendeja, deja te lo muestro para que veas de qué hablo” me respondió mientras sacaba su teléfono móvil de su bolsa.
“Ah no mames, pensé que lo traías ahí en tu bolsa y nos ibas a dar una demostración en vivo jaja” solté la carcajada a causa de mi propio comentario pendejo.
Entrando a Google me mostró imágenes de un juguete sexual en forma curvada como de plátano, con la punta superior idéntica a la cabeza de una verga. En medio tenía una protuberancia en forma también de penecito que a sí mismo también contenían dos pequeñas protuberancias que salen de la parte superior y parecían las orejas de un conejito, con lo cual deduje el porqué del nombre del aparato. Berenice me explico que te introduces esa verga plástica por la panocha y las orejitas son un vibrador que te da masaje en el clítoris. La parte de abajo era de color metalico y es el compartimento para las baterias. Todo el aparatito era en color morado que lo hacía ver muy agradable. La verdad me gustó nomás de verlo en foto. Fue amor a primera vista.
“Este es igualito al mío, Megan. Lo compré hace una semana y no he dejado de usarlo cada día” dijo Bere bien orgullosa casi como si me estuviera contando que su hijo dió sus primeros pasos.
“¡Ay, yo quiero uno! ¿Dónde lo compraste y cuánto te costó?” dije con toda la intención de ir a comprar uno saliendo del trabajo.
“Lo compre en Venus, la sex shop que está por la avenida Paseo Triunfo, ¿La ubicas? Me costó $$$, está algo caro pero vale la pena cada centavo” dijo mi gordis amiga.
“¡Ay no mames! ¿Por qué está tan caro? ¿Te prepara la cena y te echa lonche también o qué pedo?” le respondí después de saber el precio que a mi parecer era excesivo.
“Pues son cositas importadas, por eso salen caros. Lo busqué en Amazon y la verdad no es mucha la diferencia de precios. Con la ventaja que aquí lo compras y esa misma noche lo usas, no tienes que estar esperando a que llegue”
Platicamos un poco más, para luego seguir en nuestras labores. Pero ya el diablo había sembrado su semilla en mi y no podía sacar de mi mente el dichoso conejito. Nunca había tenido un juguete sexual, esas tareas las hacía mi adorado desodorante con forma semi-fálica que me acompañaba en mis horas de soledad. El único pero que le ponía era el precio, me parecía un poco excesivo y aunque contaba con esa cantidad, pensaba usarla en otra cosa más provechosa y no en comprar un juguete para satisfacer mis puercos deseos sexuales. Tampoco podía pedirle dinero a Fernando sin explicarle para que lo quería. Seguramente me daría el dinero sin siquiera preguntar para que lo necesitaba, pero tampoco quería ser así de abusona. Teníamos suficiente confianza para compartir ese tipo de cosas, pero por alguna razón quería hacer de esa compra un secreto sólo para mí.
Pasé todo el dia pensando en si lo compro o no, y al final del día me convencí a mi misma usando una de las clásicas frases mexicanas que por años han sido el empuje que necesitamos para justificar el hacer una pendejada:
“Chingue su madre, para eso trabajo”
Llegó la hora de la salida, y como Fernando tenía que quedarse otro rato más para atender asuntos de la embotelladora pude irme yo sola a casa. Regularmente es Fer quien me lleva hasta la casa. Marcos, su socio y mejor amigo, también no podía irse así que me “salvé” de que uno de los dos me llevara a casa. Les dije que no había problema y que me iría en un Uber. A los pocos minutos estaba ya ahí, a las puertas de la sex shop. Tímidamente me fui acercando a la entrada mientras sentía como si mi ropa fuera fosforescente y todo el mundo me estuviera viendo. Soy una putilla traviesa, pero aún así hay ciertas situaciones que sacan la niña penosa que aún llevo dentro.
Estuve dando vueltas en el interior de la tienda, mirando la gran cantidad de productos que tienen en venta. Había un par de hombres en el negocio, clientes también, los cuales inmediatamente pusieron su mirada en mí, haciéndome sentir más apenada todavía. La chica que atendía el negocio se me acercó y amablemente me preguntó si necesitaba ayuda. Sintiendo mi cara roja como tomate le mostré con mi teléfono móvil las imágenes del “conejito” que previamente había bajado de la web.
“Ah, si lo tenemos, de hecho es uno de nuestros productos más vendidos” dijo la señorita mientras me encaminaba exactamente a donde uno de los clientes estaba parado. “Aqui están, mira. Lo tenemos en color rosa, negro y morado”
“Oh si, gracias. Era lo que estaba buscando” dije sintiendo la mirada del otro cliente sobre mi mientras se movía a un lado, puesto que los dichosos conejitos estaban colgados en la pared justo enfrente de él.
“Ok, si necesitas algo más me dices” dijo la chica al tiempo que se retiraba para tomar de nuevo su lugar en el mostrador.
Empecé a buscar entre las cajas que estaban en la pared para ver de qué color era cada una. Bere me habia dicho que el de ella era de color morado, pero a mi me habia gustado el de color rosa. Para mi mala suerte no había ninguno de ese color a mi alcance. Los de color rosa estaban en un gancho un poco mas arriba y la enana que soy yo no alcanzaba a bajarlos. Estaba por llamar a la chica que atendía el negocio cuando el cliente, quizás notando que tenía un problema, se ofreció a ayudarme. Queriendo que la tierra me tragara, le dije que si me podía bajar la cajita que contenia el conejo de color rosa que estaba arriba ya que yo no podía tomarlo. Amablemente me dijo que sí, para luego bajarlo y dármelo en las manos.
“Muchas gracias” solo atiné a decir.
“De nada, espero lo disfrutes” me respondió con lo que pienso era su sonrisa ligadora.
“Emmm...no es para mi, es para una amiga jeje” todavía pendejamente me atreví a decirle.
“Oh si, claro. Bueno dile a tu amiga que digo yo que lo disfrute” dijo con una expresión que evidenciaba que no me estaba creyendo el cuento de la amiga.
Me alejé del cliente sintiendo su mirada en mí así como la del otro cliente, para encaminarme hacia el mostrador. Por un microsegundo volví a considerar si de verdad quería gastar esa cantidad de dinero en un juguete sexual, pero el pequeño diablo en mi hombro se encargó de convencerme.
“Veo que te decidiste por el de color rosa. Buena elección, es mi color favorito también” me dijo la chica del mostrador. “¿Puedo ver tu identificación?”
“¿Mi identificación? Este...¿Para qué?” le dije mostrando una sonrisa nerviosa.
“Pues para ver si no eres menor de edad, si no pues no te lo puedo vender”
“Jajaja no mames. Si me han dicho que me veo más joven de lo que soy, pero no creo que tanto como para parecer menor de edad” le contesté entre divertida y nerviosa.
“El que nada debe, nada teme” me dijo la señorita estirando su mano para que le diera mi documento “¿Y algún correo electrónico que me quieras dar? Podría agregarte a la lista de clientes y mandarte las ofertas que van saliendo”
La verdad no veía necesario que revisara mi ID pero de todas maneras le di mi credencial de elector y también mi correo electrónico. Ya se lo había dado a varios de los lectores de mis relatos, que más daba dárselo a esta tipa.Todo fuera para ya poder irme a mi casa. Vi que hizo unos apuntes para luego regresarme mi documento y hacer el cobro correspondiente.
“Okidoki Megan, listo. Me tomé la libertad de escribir mi número de teléfono en el recibo por si gustas, no sé, quizás algo de ayuda con el juguete o una prueba de cómo se usa” dijo la chica mostrando lo que también pensé era su sonrisa ligadora “También agregué un paquete de baterias”
“Ummm...gracias. Lo tendré en cuenta” respondí sorprendida que la chica estuviera flirteando conmigo. Pocas veces me sucedia ese tipo de cosas con las de mi mismo sexo.
No quise perder más tiempo, salí del lugar y pronto conseguí un Uber. Admito que la adrenalina de sentir que hacía algo a escondidas de mi novio, el absurdo sentimiento de pena que nos da a todos cuando entramos a una sexshop e incluso la situación con la chica del mostrador me habían puesto la sangre a hervir. Se me hizo eterno el viaje hasta mi casa.
Apenas bajé del Uber, entré a mi departamento y sin perder más tiempo me dirigí al dormitorio quitándome la ropa mientras caminaba, seguida por mi gato. Con los mismos pies me quité los zapatos y los lancé lejos, para luego quitarme el pantalón y hacer lo mismo con mi blusa quedando solo en mi sostén blanco y mi pantaleta de estampados de unicornio. Me senté en la cama, abrí la cajita y de inmediato saqué el juguete para quedarme viéndolo pendejamente tal como si fuera Indiana Jones y acababa de encontrar el Santo Grial.
“¿No completas con las cogidas que te da tu novio que ahora tienes que comprar sextoys?… ¡Puta!” me gritó mi gato sacándome de mi apendejamiento.
“¡Callate cabrón, sigue chingando y te lo meto por el culo!” le respondí para luego tirarle una patada la cual hábilmente eludió como siempre lo hacía.
Me puse de pie mientras insertaba las baterías en el dispositivo. Lo encendí y comencé a jugar con los controles “¡Oh, Dios mío!” me dije a mí misma. Mi curiosidad se convirtió en un miedo leve y me acosté en la cama quitándome inmediatamente los calzones.
Decidí que sería mejor empezar con el dispositivo apagado. Comencé a frotarme la pucha con las manos, abriéndome paso con mis dedos entre mis espesos pelos púbicos. Luego tomé el juguete y acerqué su cabeza rosa hasta los pliegues de mis labios. Suspiré un poco mientras empujaba la cabeza en mi vagina. Entonces, lo mejor que pude, comencé a trabajar con el control y solo eso bastó para que el conejo entrara en acción.
Me lo metí poco a poco, sentí como se iba abriendo mi cueva, como aquel duro y resbaladizo juguete entraba en mi. Cuando terminé de meterlo, ahi empezo lo bueno. No pude evitar mover las caderas y retorcerme en la cama mientras el conejo pulsaba, se retorcía y vibraba todo al mismo tiempo. Sentí como si hubiera una licuadora mágica dentro de mi panocha. A medida que metia el juguete más profundo, las orejas del conejo se conectaron con mi clítoris y empecé con mi morboso discurso de groserias que solía decir cuando me excitaba.
“Oh mierda, que rico! no pude contener mis palabras, a pesar de que no había otros oídos que pudieran escucharme.
“Asi papi, asi! Meteme tu verga aaasiii!”
Estallé en un grito ensordecedor al mismo tiempo que un chorro de meados salió expulsado por enmedio de mis piernas abiertas manchando la sábana de mi cama. No recordaba haber tenido un orgasmo así de rápido nunca antes.
Lentamente saqué el juguete de mi empapada cueva, presionando con mis pocas fuerzas el botón de OFF en el aparato. Todo mi encuentro con el conejo había durado menos de 3 minutos. Mi viaje a la sex shop había sido varias veces más largo que el intenso sexo en solitario. "Mierda" murmuré para mí misma. Esto llevará algún tiempo. Me dí cuenta de que el conejito era mucho más poderoso que mis dedos o incluso la verga de mi novio Fer. Tenía que aprender a controlar las distintas opciones para extender mi placer.
Rápidamente recogí el empaque y oculté todas las pruebas de la llegada de mi nuevo juguete tirándolo la caja a la basura. Lavé el juguete de acuerdo con las instrucciones y lo escondí cuidadosamente en mi cajón de calzones limpios. Me acosté en la cama pensando en que apenas recupere mis fuerzas tendría que cambiar las sábanas sucias. Permanecí acostada durante un par de minutos y luego impulsivamente salí de la cama y abriendo el cajón de mi ropa recuperé el juguete. Pulsé los botones y observé cómo el aparato respondía a cada una de mis órdenes. No pasó mucho tiempo antes de que una vez más el conejo estuviera en la apertura de mi túnel del amor. Una vez más, estaba adentro de mi. Esta vez lo mantuve en la configuración más baja, ya que incluso esto enviaba oleadas de placer por todo mi cuerpo. Esta vez quería disfrutar de la sensación durante varios minutos hasta que me obligada a agregar el movimiento de torsión a la vibración y enviarme a mí misma a otro orgasmo. Una vez más, apagué el movimiento giratorio y marqué la vibración, gemi y me retorcí sintiendo sensaciones que no había sentido antes.
"Mierda, esto es adictivo!" le di a mis pezones un rápido apretón y luego dejé escapar un largo suspiro. Volví a manchar las sabanas de orina en un nuevo orgasmo.
Apenas estaba agarrando aliento cuando mi teléfono móvil sonó y sin pensarlo dos veces lo contesté aun con el conejito dentro de mi.
“¿Hola-a? ¿Quien habla? contesté en medio de un gemido sin siquiera saber quien estaba del otro lado de la línea.
“Hola, ¿Megan? Soy Rafa...Rafael. Nos conocimos afuera de tu casa, me vendiste algunas cosas” escuché decir una voz.
“Rafa...¿Quien? No sé...” respondí de nuevo en un gemido y sintiendo como el conejito seguía haciendo su trabajo. Ya llevaba dos orgasmos y mi pucha seguía pidiendo más.
“Si estás ocupada te hablo más tarde, no hay prob...”
“No, no te vayas! Acompáñame, Rafa...uhmmm!” le interrumpí con un gemido mientras metía un poco más el conejito. Recordé que era el chico al que vendí mis pantaletas sucias no hace mucho tiempo.
“¿Estás segura? ¿No estás en un momento incómodo? le oí decir al chico.
“Que te quedes, chingada madre!” le increpé en medio de lo que parecía el inicio de otro orgasmo. Puto conejo estaba desquitando lo que costó.
“Okeeey. ¿Puedo ayudarte en algo?” preguntó mi desconocido comprador de mi ropa intima.
“Si...si...hazme videollamada. ¡Enséñame tu verga! Quiero ver tu verga!” le ordené. “Hazlo!” le grité al ver que no respondía.
Oí como se cortaba la llamada para de inmediato volver a sonar el teléfono pero esta vez anunciando una video llamada, la cual de inmediato acepté. En efecto era Rafael, el chico que había conocido unas semanas atrás cuando puse mi mesa de venta de garage. Se miraba sorprendido, y con justa razón pues la pantalla del móvil me mostraba desnuda y con mi rostro perlado en sudor y haciendo muecas de placer.
“Enseñame la verga. Enseñame la verga, por favor” le supliqué. Tengo la costumbre de siempre pedirle a mis hombres las cosas por favor. Suelo hacerlo siempre poniendo voz melosa y haciendo puchero o gestos como de llorar. Incluso a veces hasta de rodillas. Me gusta pedir las cosas así, sobre todo porque sé lo mucho que les excita verme hacer eso. Esta vez ni siquiera fingía. El conejito me estaba dando tanto placer que me hacía rogarle a Rafael como perra en celo.
Mi nuevo amigo ni tardo ni perezoso manubrio el móvil al mismo tiempo que se bajaba su pantalón con todo y ropa interior, para luego mostrarme su semi erecta verga por la pantalla.
“Cogeme, meteme tu verga por favor. Metémela por donde quieras. Violame” le volví a gritar viendo como su mano restregaba con violencia su verga, que ahora ya se miraba totalmente dura y llena de gruesas venas.
“¿Te gusta? ¿Te gusta mi verga, Megan?”
“Me encantaaa! La tienes bien rica, bien gruesa, como me gustaaan”
“Enseñame las tetas, Megan! Quiero ver tus tetas, preciosa” me dijo Rafa.
“No me digas preciosa! Dime puta, dime perraaa...aghh mierdaaaa!” le reprendí para luego soltar un grito. Bajé el móvil para pasarlo por encima de mis tetas para que mi complice sexual me viera a su gusto.
“Chingao...quiero comerme esas tetas!” fue ahora él quien me gritó a través del móvil. Me restregué la pantalla del teléfono por mis duros pezones deseando que pudiera mordelos a distancia.
“Dame verga!Dame verga!Dame vergaaa!” decía entre gemidos mientras mi amigo no perdía detalle de lo que veía.
“Enseñame el culo, puta! Enséñame el pinche culo gordo que tienes!” me daba órdenes Rafa ya metido de lleno en lo que hacíamos.
Como pude me acomodé en la cama adoptando la posición de perrito, y pasé el teléfono móvil hacia atrás para darle una vista de mi gordo culo como lo había llamado Rafa. Trataba de posicionar el aparato de tal manera que mi amigo lograba ver mis nalgas abiertas y el conejito entrando y saliendo de mi peluda panocha. Ni siquiera lo tenía encendido. Manejaba manualmente el mete y saca y con eso era más que suficiente. No pude aguantar más y de nuevo volví a orinarme salpicando para todos lados por culpa del salvaje movimiento de masturbación que tenía. El puto conejo ya me habia provocado tres (¿O eran cuatro?) orgasmos. No tenía idea de donde me salían tantos meados, y a pesar de tener la cama convertida en un asco aún quería más.
“Aghhhhhh Dios! No puedo más, no puedo, no puedo...” le dije literalmente sollozando por mi nueva corrida mientras pasaba el móvil ahora hacia mi cara para que viera cómo lloraba de gusto.
“Que ricas nalgotas tienes, mamita. No sabes las ganas que tenía de verte así desde que me vendiste tus calzones. Me encanta tu pinche culote!” me decía Rafa mientras se jalaba la reata con furia. No sé cómo había podido aguantar tanto sin venirse.
“Aaay Dios...que rico, que ricooo” le contestaba aun metiendo y sacando el sextoy de mi peluda cueva, tratando de imitar la misma furia que lo hacía mi amigo.
“¿De quién es tu culo? Dimelo puta, ¿De quién es tu pinche culo?” me interrogaba Rafael sin dejar de maltratar su miembro con salvajes jalones.
“Es tuyo, papi. Es tuyo, papito” le respondí sin siquiera pensar.
“Dimelo culera! Dímelo bien, cabrona!”
“Es tuyo, papi! Mi culo es tuyooo! Ven cogeme, papi. Ven cogeme mi amor!”
“¿Quieres que vaya a cogerte a tu casa? ¡Dimelo cabrona!”
“Si mi amor...si mi vida! Ven cogeme! ¡Preñame! ¡Violame! ¡Lo que tú quieras!” le gritaba cosas que ni siquiera a mi novio Fermando me había atrevido a decirle por miedo a que se decepcionara de mi por ser tan putilla.
“Metelo en el culo! ¡Mete el juguete por el culo! ¡Hazlo!”
“Dame tu leche! Dame ya tu leche, por favooor!” le dije rogándole de nuevo.
“Metelo en tu culo y te doy mi leche, perra ¿La quieres? Entonces metelo por el pinche culo” me volvió a ordenar.
Sin dudar ni tantito saqué el conejito de mi vagina. El aparatejo lucía un color blanco a causa de lo que yo llamaba mi cremita vaginal. Gracias a la lubricación que le proporcionaban mis meados y mis corridas, lo ensarté de un solo empujón en mi apretado culo.
“Aggghhhhh! Puta madre! Mierda!” grité al sentir como el conejo penetraba mi ano. A pesar de ser una sucia putilla mi experiencia en sexo anal era muy poca.
“Metelo más! ¡Hasta el fondo de tu culo! ¡Hazlo!” me ordenada Rafa ya completamente en su papel de dominante.
“Si, papi...si, va hasta dentro” ciega de placer como estaba le obedecí sin rechistar, empujando con fuerza al conejo y sintiendo como mi ojete se abría por el esfuerzo.
“Mas! ¡Más adentro! Hasta que llegue al fondo!” me increpaba a través de la pantalla.
“Yaa...ya es todo. Ya no entra maaas” le decía entre gemidos sintiendo como la protuberancia con forma de conejo topaba en mis nalgas impidiendo al juguete entrar más dentro de mi.
“Préndelo! Préndelo pero a la máxima velocidad! Me dijo para luego volverme a gritar al ver que no lo hacía “Prendelo cabrona!”
Estaba tan excitada que a nada le decía que no. Sin dudar nuevamente encendí el conejo y como pude mandé los controles a su máxima velocidad como me habían ordenado. El conejo respondió al mando de manera brutal con un movimiento que me hizo arrepentirme al instante. Sentía como la longitud del juguete se removía como licuadora dentro de mi culo. Ya antes había jugado con mi desodorante en mi trasero, pero esto no era nada parecido. Era como tener una gruesa lombriz revolcándose en mis adentros. Las ganas de cagar no se hicieron esperar.
“Agghhhhhhhhhh! Mierda! Mierdaaa! Me está revolviendo las tripas! Dios! ¡No puedo, no puedo papi! Auggghhhhh...pinche madreeee!” lancé fuertes gritos y alaridos. Sentía que el conejo me destrozaba el culo con sus movimientos de licuadora.
“No lo saques, pendeja! No se te ocurra sacarlo o te parto la madre, culera” me amenazaba Rafael sin perder detalle de lo que pasaba en la pantalla del móvil “Ya viene la leche, bebé. Ya viene”
“Es que no aguantooo! ¡Siento que voy a hacer caca! ¡Déjame sacarlo por favor, me está destrozando el culo! Por favooor!” le gritaba desesperada con verdadero miedo de que pasara lo peor.
“Sacalo y metelo en tu boca! Limpialo con tu boca y te doy mi leche! ¡Rápido que ya no aguanto, rápido!” me ordenó Rafael.
De inmediato saqué el conejo de mi culo sin siquiera apagarlo, haciéndome daño por el brusco movimiento de licuadora que tiene. Mi culo al sentirse abierto dejó escapar sonoros pedos como cuando tienes diarrea. No sabía si era aire que entraba o me salía. La verdad ya no me importo si me había cagado o no, lo único que quería era parar el daño que el conejo hacía en mi maltratado fundillo.
“Chupalo! ¡Limpialo con tu boca! Toma mi leche! ¡Toma mis mecos! ¡Son tuyos, son tuyos!” escuché gritar a Rafa a través de la pantalla del móvil.
Abrí mi boca lo más que pude para luego introducir al conejo. Un chispazo de claridad me hizo apagarlo antes de ponerlo en mi boca. El sabor amargo del conejo me indicaba que no estaba del todo limpio, pero me valió verga. Lo metí en mi hambrienta boca y lo chupé, lo succioné y lo lamí como si fuera una paleta de dulce. Por primera vez probaba el sabor de mi propio culo. La combinación de plástico, mierda y jugos vaginales le daban un extraño sabor que lejos de darme asco me provocaba una sensación de morbo como nunca había tenido en mi vida.
Pasaron dos cosas al mismo tiempo. La primera: la verga de Rafael expulsaba tremendos chorros de mecos salpicando todo, siendo ahora su turno de ensuciar la pantalla de su móvil. Mentiría si dijera cuántos disparos hizo, pero los que alcancé a ver eran gruesos chorros de espeso semen que escapaban con una fuerte presión de su dura verga.
Y la segunda: mi propia panocha estallaba en un nuevo orgasmo expulsando también una gran cantidad de meados. Por instinto mordí con furia el conejo, seguramente marcando mi dentadura en el duro plástico del juguete. Si hubiera sido una verga real seguramente la hubiera arrancado de tan fuerte que mordí. El conejito ahogaba mis gritos, y solo lograba emitir guturales sonidos como si fuera una muda tratando de hablar. Me corri, me oriné, lloré y mi culo volvió a soltar sonoros pedos. Todo al mismo tiempo. El mejor y más fuerte orgasmo que haya tenido en mi vida. Superando incluso al que me provocara el fisting de hace unas semanas atrás.
Me quedé tumbada en la cama en completo silencio. Solo se oía mi fuerte respiración tratando de recobrar el aliento. Mi pecho bajaba y subía violentamente haciéndome dudar si había tenido un orgasmo o un infarto. Con mis ojos llorosos lograba ver la silueta de mi gato que me veía con mirada acusadora. Del móvil de Rafa no emanaba ningún sonido haciéndome pensar que al igual que yo, luchaba por recobrar el aliento después del tan fuerte orgasmo que habíamos tenido. Recobrar el alma creo que era una expresión más correcta.
No se si fueron dos, tres o cinco minutos lo que quedé así en silencio. Yo sentí que fue una hora completa. Poco a poco no solo recuperé el aliento, sino también la conciencia de la pendejada que acababa de realizar. Acababa de engañar a mi novio Fernando con un chico que apenas conocía. Cierto que era un engaño virtual pero al fin y al cabo era una traición. La voz de Rafael en el teléfono móvil me hizo saber que todo había sido real, no fue imaginación ni nada. Sin siquiera escuchar lo que decía le colgué la video llamada y aventé el móvil lejos de mi como queriendo escapar de lo que había hecho.
“Vaya, vaya. La señorita fiel acaba de enseñar el cobre nuevamente. Aceptalo, naciste puta y puta siempre vas a ser. No conforme con comprar un juguete a escondidas de tu prometido tambien lo estrenas con un chamaco pendejo que ni siquiera conoces. ¡Puta!” me dijo mi gato atacando como siempre solía hacerlo.
Esta vez ni siquiera quise responderle. Solo cubrí mi rostro tratando de ocultar la vergüenza que sentía. El maldito gato era la voz de mi conciencia y esta vez tenía razón. Le fallé a mi novio y me fallé a mi misma. Por más que trataba, la putilla que llevaba dentro siempre lograba salir a flote.
Esa misma noche tiré el conejo a la basura. No me importó lo mucho que había gastado en comprarlo. Era testigo de mi traición y si quería olvidar lo sucedido el conejo no me lo iba a permitir.
Ojala pudiera también tirar al gato, pero lo amaba al cabron y el bien que lo sabía.