Una cena diferente

Estaba ella cenando con su pareja cuando las "cosas" variaron.

Ese fin de semana en el que podía disfrutar de mi pareja sin interrupciones no me llenaba del todo. Él era demasiado puritano. La noche del sábado se enfadó porque decidí ponerme una camisa blanca, mal abrochada y no llevaba sujetador. Se hubiera enterado que debajo de los pantalones no había ni bragas ni tanga y se hubiera enfadado más. Ya arreglaría el enfado con una mamada, solventaba muchas discusiones que no quería tener.

Lleguemos los primeros a un restaurante. Al sentarme me alegré de que las bolas chinas de mi coño pararan, tenía miedo de que la humedad de mis piernas hubiera marcado los pantalones. Cuando ya habíamos pedido se puso una pareja a la mesa del lado. Las mujeres nunca me habían excitado, pero esa… Llevaba un mini vestido rojo, por el escote deduje que no llevaba sujetador, se le veía un poco de chupetón encima de la ropa. ¿Utilizaba tanga? ¿Tenía el coño rasurado? Yo no, a mí pareja no le gustaba, pero lo solía llevar corto y escaso, el sexo era mejor. Notaba como me iba excitando.

—Si ahora te pidiese que fuéramos al baño. ¿Qué harías?

Con la pregunta de mi novio separé la silla de la mesa para levantarme.

—Siéntate, vas salida. Esto es algo que no me gusta, sabes que en lugares públicos ni me insinúo.

—Esa tía es mona —le dije mientras me subían los colores.

—Esa tía tiene Amo. Fíjate en el collar.

—Pues esa solo tiene la labor de satisfacer. Te lo he pedido alguna vez. Sabes que me entregaría, pero tú no quieres.Voy al baño.

Cuando hice mis necesidades, ella estaba allí. Vaya tacones llevaba, tenía unas piernas torneadas y brillantes, una cintura delgada, unos pechos enormes y unos labios que se me aprobaban. Me giré y fui a lavarme las manos. Me daba miedo besarla. Me vino a la cabeza el soso que me esperaba fuera, si quería algo tenía que ser yo quién lo buscara. Le contesté el beso, nuestras lenguas se entrelazaron, puso sus manos en mi cintura. La diosa me correspondía, me sentía feliz. Ese instante me había mojado más que el finde de sexo con mi pareja.

—Besas bien —dijo y me subieron los colores.

Al volver a la mesa a toda prisa mi chico no estaba, ¿dónde coño se había ido? Me senté, vi como el hombre del lado se levantó y se sentó en su mesa.

—Sé que te estás excitando. ¿Te ha gustado el beso? ¿Te imaginas esas manos bajándote los pantalones? ¿Deseas que esos labios recorran tu vagina? —Con esas palabras me costaba mantenerme sentada en la silla— Quieres ver mi paquete sin ropa, ¿qué te frena? Pues separa las rodillas, perra.

Descrucé las piernas y sonreí. Ese hombre me había puesto más caliente que el que estaba sentado lo había hecho nunca.

—Ahora nos levantaremos y me seguirás.

No me apetecía hablar, hice lo que me indicó. Al ponerme de pie se puso a mi lado y me masajeaba el culo, me costaba andar. Paremos en un banco del paseo.

—¿Estás dispuesta a que esta noche todo cambie? —Afirme con la cabeza—. Si me dejas te llevaré a vivir sensaciones nuevas.

Se puso de pie y yo con él, volvió a colocar su mano en mi culo y lo masajeaba. Entremos en el hotel, se paró enfrente del ascensor. Cuando llegó entremos.

Creo que había gente. Me puso una mano en la cintura y deslizó los dedos hacia dentro. Intentaba bajar a mis labios pero la ropa no se lo permitía

—Puede que seas una buena perra —me susurró—. Vas como me gusta, sin ropa interior.

Jadeé y sonreí.

—No sonrías, llevas pantalones y no falda. Piensa que si fuera falda mis dedos estarían en tu coño o en el culo.

—¡Ahhh! —la excitación me estaba ganando y eso que aún estaba vestida.

Salimos del ascensor, llegando a su habitación. Me quedé plantada en la puerta, si la cruzaba significaba que le metía los cuernos. Si no la cruzaba sabía que la excitación me acompañaría mucho rato.

—Te veo indecisa, perra. Sabes que tu novio está sentado en la playa con los pantalones bajados y Alpha se la chupa. Tengo fotos. Ya eres cornuda. Si vienes conmigo no serás la única, yo tampoco seré el único que te perfore, pero no te engañaré prometiéndote amor y fidelidad.

Cruzar esa puerta significaba un cambio de principios, de vida. Ya no sería yo la que controlarse. Por lo que había dicho había más y no me importaba, quería ser de Él: que me torneara a su gusto, no parecía malo. Me enseñaría a que hombres y mujeres me desearan.

—¿Podría darme un morreo? ¿Cómo lo tengo que tratar? —pregunte.

—Señor.

Puso sus manos en mi cogote, hice puntillas y su lengua se introduzco en mi boca y la recorrió. Notaba como me corría, era una situación placentera.

—¿Entras?

—Sí, Señor —contesté y él sonrió—. No quiero saber nada del que me ha puesto los cuernos.

Ya no era una cornuda, era una perra y tenía Señor. Según entraba en la habitación me desabrochaba la camisa, vi una silla, la dejé, me senté y quité los zapatos, me puse de pie y dejé caer los pantalones. Se me acercó y volvió a besarme mientras sus manos recorrían mi cuerpo. Una empezó a acariciar mis labios vaginales. Separó la cara.

—Estiraré la cuerda y espero que no sea un tampón. —Sonreí.

Me quitó las bolas y me las introdujo en la boca. Las empecé a chupar. Él sonrió.

—Serás una buena perra, te veo dispuesta. El coño peludo no me gusta. Estírate en la cama boca arriba.

Obedezcí, a mí tampoco me gusta. Me encanta que me lo depilen o afeiten, y a mi ex no le gustaba. Noté como la humedad crecía. Cerré los ojos, perdería la cara de Señor, pero notaría más sensaciones.

Noté frío, creo que era la espuma. Iba desapareciendo poco a poco. Luego noté su lengua, volví a lubricar. Me introdujo dedos (2) en el coño y le regalé el primer orgasmo.

—Uno, Señor —dije entre jadeos.

Se separó, abrí los ojos y lo vi en la nevera, sacó unos hielos del congelador y me los metió en el coño.

—No te muevas, perra —comentó riendo.

Lo vi entrar en el baño y salió con una toalla que dejó en el suelo.

—Arrodíllate aquí, perra.

Los cubitos me molestaban, lo obedecí. La palabra perra me excitó, era su perra. ¿Cuánto me pondría el collar? Se desabrochó los pantalones y me introdujo de golpe la polla en la boca. Notaba su glande en la campanilla. No chupaba un pene, un pollón me follaba la boca. Notaba como el hielo se deshacía y las gotas caían.

Después de un rato noté como su chorro impactaba en mi garganta. Me puse a lamer ese palo para limpiarlo.

—Me gusta tu disposición. —Sonreí—. ¿Quieres ser mi perrita?

Respiré fuerte, era una pregunta que siempre había querido escuchar y me daba miedo responder.

—Sí, ¿Amo?

Él sonrió, la puerta de la habitación se abrió.

Hoy estoy sentada en la barra de un bar. Llevo una mini tejana y un top que parece un sujetador. El huevo de mi coño empieza a vibrar y sonrío. Alpha se acerca, me de un morreo, mete los dedos en mi vagina. Los saca húmedos y se los mete en la boca.

—Hace un año te encontré mal follada aquí.

—Ahora estoy disponible para todo.